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Quito, 2018
DERECHOS DE AUTOR
Yo, Jonathan Alexis Tapia Chamba, en calidad de autor y titular de los derechos morales
y patrimoniales del trabajo de investigación El rostro entrópico de Occidente y el capital.
Una aproximación a las raíces de la ecocatástrofe, modalidad Proyecto de Investigación,
de conformidad con el Art. 114 del CÓDIGO ORGÁNICO DE LA ECONOMÍA
SOCIAL DE LOS CONOCIMIENTOS, CREATIVIDAD E INNOVACIÓN, concedo a
favor de la Universidad Central del Ecuador una licencia gratuita, intransferible y no
exclusiva para el uso no comercial de la obra, con fines estrictamente académicos.
Conservo a mi favor todos los derechos de autor sobre la obra, establecidos en la
normativa citada.
También autorizo a la Universidad Central del Ecuador para que realice la digitalización
y publicación de este trabajo en su repositorio virtual, de acuerdo a lo dispuesto en el Art.
144 de la LEY ORGÁNICA DE EDUCACIÓN SUPERIOR.
_______________________________
Jonathan Alexis Tapia Chamba
C.I 1723551998
rokrlol@hotmail.es
ii
APROBACIÓN DEL TUTOR
Oficio FCSH-064-SD-2018
Quito, 01 de febrero de 2018
Magíster
David Chávez Maldonado
DIRECTOR DE LA CARRERA DE SOCIOLOGÍA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS
Presente.
De mi consideración
Reciba un cordial saludo, por medio de la presente doy a conocer que el trabajo de
investigación (tesis) del Sr. Jonathan Alexis Tapia Chamba, titulado “El rostro entrópico
de Occidente y el capital – una aproximación a las raíces de la ecocatástrofe”.
Atentamente,
iii
DEDICATORIA
A Gaia,
A los que tienen la osadía de afrontar los problemas que se avecinan desde la trinchera
del pensamiento.
iv
AGRADECIMIENTOS
v
ÍNDICE DE CONTENIDOS
DERECHOS DE AUTOR ii
DEDICATORIA iv
AGRADECIMIENTOS v
INDICE DE CONTENIDOS vi
RESUMEN viii
ABSTRACT x
INVERNADERO ............................................................................................................. 30
vi
G) IMPACTOS SOCIALES Y ECOSISTÉMICOS DEL CAMBIO CLIMÁTICO ............. 49
H) CONCLUSIONES ............................................................................................. 57
vii
G) CONCLUSIONES ............................................................................................ 130
La reafirmación del legado divino del hombre a través de su roll cocreador ... 164
viii
C) LA RESONANCIA DE OCCIDENTE EN LA CRISIS AMBIENTAL DE NUESTRA
D) CONCLUSIONES……………………………………………………………..182
BIBLIOGRAFÍA 189
ix
LISTA DE GRÁFICOS
x
TÍTULO: El rostro entrópico de Occidente y el Capital. Una aproximación a las raíces
de la ecocatástrofe
RESUMEN
xi
TITLE: The entropic face of Western and Capital. An approach to the ecocatastrophe
roots
ABSTRACT
The scientific evidence that upholds the existence of climate change has not represented
a sufficient basis for the displacement of the civil society or the articulation of decisive
and radical political response to the ecological crisis. The global society has bowed out
itself to look with indifference how the silent advance of climate change leads humanity
towards the door of an environmental catastrophe. Under this background, in which
civilizational collapse appears on the horizon of historical evolvement as a real hazard, it
becomes necessary and urgent to think of climate change as a socio-historical
phenomenon that can determine decisively the way in which humans produce their world
and their politics. In this sense, starting from the theoretical instruments of ecocriticism
and environmental philosophy, this inquiry seeks to expand the limits of the
understanding of climate change through the innocupation of the anthropocentric
narratives with which traditionally the ecological problems have been analyzed. In virtue
of this, the objective of this work is to show the implications of the Western civilization
project in the current ecological crisis.
I HEREBY CERTIFY that the above and foregoing information is a true and
correct translation of the original document in Spanish.
xii
¡Alerta aérea! No un peligro que procede del espacio, sino el riesgo al que se expone la
Tierra por los aires: por el tiempo o el clima entendidos como sistema global y
condición general de supervivencia. Por vez primera, Occidente, que detesta los niños,
puesto que hace pocos y no quiere pagar la instrucción de los que quedan, ¿empezaría a
pensar en la respiración de sus descendientes? Confinado desde hace mucho tiempo en
el corto plazo, ¿proyectaría hoy a largo plazo? Sobre todo analítica, ¿consideraría la
ciencia, por primera vez, un objeto en su totalidad? Frente a la amenaza, ¿se reunirían
incluso las nociones, o las disciplinas científicas, como lo hacen las naciones?
Enraizados desde hace poco exclusivamente en su historia, ¿vuelven a encontrar
nuestros pensamientos la esencial y exquisita geografía? La única, en otro tiempo, en
pensar lo global, ¿dejaría la filosofía de soñar en adelante?
Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
xiii
Introducción al problema de Investigación
Siguiendo las reflexiones del filósofo francés Michel Serres, existe una semejanza entre
los animales, que orinan en su guarida para que siga siendo suya, y los hombres, que
marcan y ensucian, defecando sobre ellos, los objetos que les pertenecen, para que sigan
siendo de su propiedad. Para este pensador, “este origen estercolar o excremental del
derecho de propiedad” representa “una fuente cultural de eso que llamamos polución que,
lejos de resultar, como un accidente, de actos involuntarios, revela profundas intenciones
y una motivación fundamental” (Serres; 1991: 60) El deterioro del ambiente natural,
como resultado de la contaminación antropogénica, representa el “sucio sello de la
ocupación y apropiación” del mundo a manos del hombre. Una especie viviente, la
nuestra, logra excluir a todas las demás de su guarida, ahora global: ¿cómo podrían
alimentarse de o habitar en lo que nosotros cubrimos de inmundicias? Si el mundo
ensuciado corre algún peligro, eso se debe a nuestra apropiación exclusiva de las cosas 1.
Esta actitud, en la que los humanos socavan las posibilidades de existencia de otras
especies, y al mismo tiempo las suyas, constituye –lo que Serres denomina– la acción
parasitaria del hombre. La forma en la que el hombre se vincula con la naturaleza no
estriba en una relación de reciprocidad simbiótica, sino que, al estar atravesada por las
nociones de dominio y propiedad, se reduce a un parasitismo: incapaz de pensar en un
uso y un intercambio equilibrado, el parásito (el hombre) se apropia de todo el entorno
que le rodea hasta llegar a un punto en que perjudica a su anfitrión (la Tierra). Así, al
perjudicar a su anfitrión, el parásito no puede comprender que a la larga, sus acciones
terminarán por menoscabar sus propias condiciones de vida.
1
Ibíd., pp. 61
1
especies se extinguen diariamente2). Algunas investigaciones apuntan a que el ratio de
extinción de especies en la actualidad es hasta mil veces superior a la tasa natural de
extinción3; lo que secunda la idea de estar a las puertas de la sexta gran extinción masiva4
2
Según el dossier (2007) de la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (EM) de las Naciones Unidas
3
De Vos, J. M., Joppa, L. N., Gittleman, J. L., Stephens, P. R. and Pimm, S. L. (2015), «Estimating the
normal background rate of species extinction». Conservation Biology, 29: 452-462
4
Ver Kolbert, Elizabeth (2015): “La sexta extinción. Una historia nada natural”, Editorial Planeta,
Barcelona
2
una serie de saberes y complejos instrumentos que le permitieron al hombre alcanzar un
dominio absoluto sobre la naturaleza.
El cambio climático, se puede referir, tanto a un lugar material y físico que puede ser
tratado como un recurso material de datos e información (por las ciencias físicas), como
a una condición restrictiva y determinante que alterará la forma en que los humanos
producen su mundo y su política (por las ciencias humanas) (Colebrook; 2014). Para el
pensamiento científico, el cambio climático es un fenómeno producido por la alteración
de los parámetros meteorológicos que regulan la estabilidad del sistema climático del
planeta. La alteración de los parámetros meteorológicos hace alusión, entre otras cosas, a
la perturbación de la composición química de la atmósfera como efecto de la
concentración de los denominados gases de efecto invernadero. Esta explicación
científica postula que los gases de efecto invernadero que son emitidos por la actividad
antropogénica se acumulan en la atmósfera, mermando así la capacidad planetaria para
expulsar la energía sobrante que proviene del sol, lo que se traduce en un aumento de las
3
temperaturas. Partiendo de estos enunciados científicos, las humanidades consolidan una
comprensión más exhaustiva y analítica de la crisis ambiental, dentro de la cual, no se
asume al cambio climático como una simple «variabilidad» que modificaría ligeramente
la temperatura del planeta; sino, como un fenómeno que, de descontrolarse, podría
desencadenar un proceso de retroalimentación positiva a consecuencia del aumento de la
temperatura global, en el que los estragos tanto biofísicos como socioeconómicos del
calentamiento global se recrudecerían aún más y las consecuencias en términos de
habitabilidad y alojabilidad para la vida serían devastadoras. Es por esta razón que Michel
Serres afirmaba que “el crecimiento de nuestros medios racionales nos arrastra, a una
velocidad difícil de estimar, en la dirección de la destrucción del mundo que, por un efecto
retroactivo bastante reciente, puede condenarnos a todos juntos, y ya no por localidades,
a la extinción automática” (Serres; 1991: 30)
5
Incluso el uso del concepto antropoceno resulta insuficiente para dar cuenta de la verdadera complejidad
que subyace a la crisis ecológica de nuestra época. De ahí que la pensadora estadounidense Donna Haraway
identifique la necesidad de consolidar nuevas categorías y proponga el uso de otros términos como
‘plantacionoceno’, ‘capitaloceno’ y ‘chthuluceno’ para resemantizar el horizonte de comprensión de la
crisis ecológica.
6
Žižek, S. (2012): «Viviendo en el final de los tiempos», Akal, Madrid. pp. 339
4
El cambio climático: la mayor amenaza que ha enfrentado la humanidad
Tan solo semanas después del bombardeo sobre Hiroshima y Nagasaki, los científicos del
proyecto Manhattan7 –aparentemente horrorizados por el potencial destructivo de su
propia creación– fundaron el Bulletin of the Atomic Scientists; una revista científica cuyo
objetivo descansaba en advertir a todo el planeta sobre los peligros implícitos en el
desarrollo de tecnología nuclear y atómica bajo propósitos armamentísticos. Dos años
después de la fundación de esta revista, la edición de 1947 mostraba en la portada un reloj
que desde ese entonces hasta la actualidad, se conoce como el Reloj del Apocalipsis
(Doomsday Clock). Desde su creación, el reloj siempre ha marcado unos minutos antes
de la medianoche, en alusión directa a lo cerca que ha estado la humanidad –desde la
segunda mitad del siglo XX– de su aniquilación total. Originalmente, el número de
minutos faltantes para la medianoche medía el grado de amenaza nuclear al que estaba
sometida la sociedad global en determinados contextos geopolíticos en la segunda mitad
del siglo XX. En todo este tiempo, el minutero de este reloj ha ido variando de acorde al
grado de peligro al que ha estado expuesta la humanidad, siendo así que en 1953, tras las
pruebas nucleares de Estados Unidos y la Unión Soviética, el reloj se situó a 2 minutos
de la medianoche, y en 1991, tras la firma de reducción de armamento entre estas dos
naciones como resultado del fin de la Guerra Fría, el minutero se ubicó a 17 minutos de
la medianoche. Adicionalmente a los «peligros nucleares», desde el año 2007 se
insertaron dos nuevas variables como potenciales amenazas para la humanidad: el
desarrollo de la Inteligencia Artificial, y el cambio climático. En enero de 2016, el Reloj
del Apocalipsis marcaba tres minutos para la media noche, debido en parte a las nuevas
tecnologías en armamento nuclear, pero fundamentalmente, a causa de los ineludibles y
completamente visibles estragos del cambio climático (cabe resaltar que según la
Organización Meteorológica Mundial (WMO), el 2016 fue el año más caluroso de la
historia, superando al 2017 y 2015, el segundo y tercer año más caluroso de la historia
respectivamente). Para el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio
Climático (IPCC) esta visión “apocalíptica” del cambio climático será inminente a menos
que se consiga evitar que el incremento de la temperatura no sea mayor a 2ºC respecto de
los niveles preindustriales.
7
El proyecto Manhattan fue el nombre del proyecto científico que desarrolló las primeras bombas nucleares
que se arrojaron en Japón en el año 1945.
5
El hecho de que el cambio climático sea concebido como un ‘factor de riesgo’ que
silenciosamente ha empujado a la humanidad entera al filo del abismo –como sutilmente
sugiere la metáfora del Doomsday Clock– despierta un sentimiento de angustia e
incertidumbre acompañado de la pregunta: ¿Por qué?; ¿Por qué el cambio climático
representa una amenaza para la humanidad?, ¿Por qué algunos pensadores e
investigaciones señalan al cambio climático como una amenaza incluso más mortífera y
peligrosa para la humanidad que el desencadenamiento de una posible guerra nuclear?;
¿Cómo se produce tal amenaza?; ¿Cómo se la revierte?; ¿Qué la desencadena?.
8
El informe Planeta Vivo es una publicación bianual en colaboración de la WWF con la Red de la Huella
Global y la Sociedad Zoológica de Londres que hace seguimiento al estado ecológico del planeta desde la
década de 1970.
9
Ibíd.
6
absolutamente incompatible con la preservación de la vida en el planeta” (Lander; 2010:
1)
10
La palabra apicidio es un neologismo para referirse al precipitoso descenso de las poblaciones de abejas
por causas antropogénicas.
11
Según los datos del Bee Informed Partnership: https://beeinformed.org/
12
Díaz, Fernando (2017): «Población mundial de abejas sigue disminuyendo», Diario ecología (sitio web)
7
ascienda cada vez más, es muy posible que otras especies de insectos polinizadores
(avispas, dípteros, mariposas, etc.) vean sus poblaciones notoriamente disminuidas. Si
sumamos a este complicado escenario las proyecciones científicas que anuncian cambios
radicales en los patrones de las cosechas, desertificación de tierras, sequías extremas en
unos lugares, e inundaciones en otros; es probable que la sociedad se vea a las puertas de
una crisis agro-alimentaria a escala global.
La amenaza de una crisis alimentaria, sin embargo, es solamente uno de los múltiples
estragos del cambio climático. Según las proyecciones científicas –principalmente las del
IPCC–, el incremento de las temperaturas medias del planeta, en el peor de los escenarios,
producirá el aparecimiento de graves problemas ecológicos que afectarán directamente a
la vida humana y podrían provocar una crisis civilizatoria. Así, por ejemplo, es sabido
que de mantenerse el actual ritmo de incremento del nivel del mar debido al calentamiento
de los océanos y la pérdida de masa de los glaciares y los mantos de hielo, para finales
del siglo XXI muchas ciudades costeras podrían desaparecer; bien sea por quedar
sumergidas bajo el agua, o directamente por la destrucción provocada por la agudización
de tormentas y huracanes13. A partir de la segunda mitad del siglo XXI, el sumergimiento
de ciudades costeras, el recrudecimiento de la degradación de los ecosistemas, la
desertificación de las tierras y la falta de acceso a los recursos provocarán un incremento
abismal en la cifra actual de refugiados climáticos que huyen de los estragos del
calentamiento global.
Así mismo, otro de los estragos producidos por el cambio climático será el de la
escasez de recursos hídricos en varias partes del planeta14. En las próximas décadas, el
acceso al agua dulce se verá cada vez más comprometido: conforme aumente la
temperatura media global, se modificarán los ciclos de las precipitaciones y se producirán
episodios más prolongados de sequías, lo que conducirá a la reducción de las reservas de
agua que abastecen la demanda mundial. Si el calentamiento global mantiene su actual
ritmo de crecimiento, “el agua comenzará a escasear en regiones donde hoy es abundante,
como África central y Asia oriental, y la escasez se intensificará considerablemente en
13
Según el IPCC, un incremento de entre 0,45m a 0,82m en el nivel del mar en el periodo que va desde el
año 2070 hasta el 2100 podría significar que ciudades como Houston, Alejandría, Ámsterdam, Bangkok,
Dhaka, Ho Chi Min (Vietnam), Tianjin, Tokio, Ciudad de México, Miami, New York, Shanghái, Venecia,
entre otras, resultarían brutalmente afectadas y serían totalmente arrasadas por los estragos climatológicos.
14
La escasez de agua es actualmente una realidad en varios lugares del planeta. Se estima que la primera
ciudad en llegar al “día cero” –es decir, al punto de agotar completamente sus recursos hídricos– será
Ciudad del Cabo (Sudáfrica) en 2019.
8
regiones donde el agua ya es un recurso escaso, como Oriente Medio y el Sahel en África.
Para 2050, las tasas de crecimiento [económico] de esas regiones podrían registrar una
disminución de hasta el 6 %, debido a los efectos de la escasez de agua en la agricultura,
la salud y los ingresos” (Banco Mundial; 2016).
15
Para Žižek, «frente a nuestros ojos se está produciendo un extraordinario cambio social y psicológico; lo
imposible se está volviendo posible. Un acontecimiento que primeramente se experimenta como real pero
imposible (la posibilidad de una catástrofe venidera que, sin embargo, por probable que pueda ser, se
desecha realmente como imposible), se vuelve real y deja de ser imposible (una vez que se produce la
catástrofe, queda «renormalizada», se percibe como parte del normal desarrollo de las cosas, como algo
que siempre ha sido posible). La brecha que hace surgir estas paradojas es la que hay entre el conocimiento
y la creencia: sabemos que la catástrofe (ecológica) es posible, incluso probable, pero aun así no creemos
que realmente llegue a producirse» (Žižek; 2012: 338)
9
proceso que, de continuar con su ritmo actual, inevitablemente, no desembocará
solamente en el colapso de la civilización humana global, sino también en la extinción
masiva de especies y ecosistemas. En este sentido, el problema real del cambio climático
no radica en sus efectos y estragos –puesto que aunque falta muy poco, aún no se ha
atravesado el umbral de irreversibilidad– sino más bien en la insignificante y trivial
respuesta que ha esgrimido la humanidad. El cambio climático no es una amenaza, sino
una bomba de tiempo que fue accionada hace siglos, que de no ser desactivada, podría
conducir a la aniquilación de la humanidad.
Ética de la extinción
16
RAE, 2017: http://dle.rae.es/?id=7vIzqmP
10
derrama accidentalmente miles de barriles de crudo sobre el mar) o natural (como las
inundaciones), no es una catástrofe si no involucra una pérdida de vidas humanas. Por lo
tanto, la ecocatástrofe es un concepto que hace alusión a este preciso escenario: la
intensificación de la crisis ecológica provocaría un impacto tan arrasador que, además de
desembocar en el colapso de la civilización global, se traduciría en el exterminio de miles
de millones de personas. La utilización del concepto de ecocatástrofe exige asumir con
formalidad el problema de la extinción y la extinción como el mayor problema que haya
afrontado la humanidad: de ahí que Tom Cohen señale que “el acontecimiento del siglo
XXI es que no habrá ningún acontecimiento” (Cohen; 2012: 13)
11
por una atmósfera fatalista; el cambio climático aparece como un acontecimiento que
ratifica y materializa los terrores inconscientes de nuestra época; que el tren de la historia
de la humanidad está en llamas, dirigiéndose sin freno directamente hacía la colisión
contra la rebelión de la naturaleza. En este sentido, esta ‘resignación ante la catástrofe’,
que deriva del ensoñamiento y la enajenación a la que está sometida la humanidad, e
impide que ésta encuentre respuestas y salidas al problema, y que se visibiliza en gran
parte de la producción cultural desde la década de 1960 –piénsese en la filosofía punk del
no future–, revela la existencia de una ética de la extinción17. La ética de la extinción es
una suerte de manifestación ideológica subconsciente del ethos contemporáneo en la que
se condensa el sentimiento epocal de ‘resignación ante la catástrofe’. La ética de la
extinción puede leerse como un síntoma epocal –reflejado en la producción cultural– que
da cuenta sobre como la subjetividad social e individual –en Occidente– están
inconscientemente precondicionadas a experimentar, en lo que conciben como “un futuro
cada vez más próximo”, un determinado fin del orden social.
17
Siguiendo las reflexiones de Claire Colebrook en «Death of the PostHuman» (2014), la ética de la
extinción se entendería como una manifestación ideológica del ethos contemporáneo en la que la
‘resignación ante la catástrofe’ se ha incorporado al imaginario colectivo bajo una narrativa: a pesar de que
el futuro parece estar inevitablemente sentenciado, a causa de cierto desastre –nuclear, viral, ecológico–, a
manifestarse en alguno de los escenarios posapocalípticos que describen un mundo en ruinas, siempre
existirá “una presencia "humana" mínima para presenciar la salida lenta y violenta del ser humano”.
12
escenarios en los que la civilización llega a su fin a causa de desastres ecológicos. Para
Claire Colebrook, todos estos terrores –virales, políticos, económicos, climáticos– no han
dejado de abollar el imaginario cultural.18
Estos films, en tanto textos que dan cuenta del ethos de su época, se constituyen como
el escenario cultural en donde se aborda la posibilidad de pensar al mundo en su distancia
con lo humano; esto es, en pensar la realidad en torno a la ausencia de la humanidad; lo
posthumano. En El día en que la Tierra se detuvo (2008), Keanu Reeves interpreta a un
alienígena que tiene la labor de decidir si la humanidad tiene derecho a sobrevivir a pesar
de ser una especie peligrosa para la vida. En este ejemplo, se visualiza el hecho medular
de que la ficción y la cultura documental han abordado cuestiones y formulado preguntas
–¿Por qué debería la especie humana desear o justificar su prolongación, y que valdría la
pena salvar?– que la teoría no ha asumido con formalidad. Esto nos remite directamente
al cuestionamiento del por qué las humanidades y la teoría han permanecido indiferentes
respecto a los temas abordados por la producción cultural, como la extinción humana y
el colapso civilizatorio.
18
Ibíd.
19
Ibíd.
13
como una posibilidad real, y piensa al mundo alrededor de lo posthumano y lo
posteorético, puede entenderse como teoría después de la teoría.
Para Colebrook, si la teoría después de la teoría tiene algún significado, ¿No debería
referirse a una condición teórica hiperbólica y mínima en la que se considere no
simplemente la ausencia formal de una población sino una desaparición real? La teoría –
escribe Colebrook– «es constitutivamente distinta de la práctica, precisamente porque la
teoría se relaciona con aquello que no somos nosotros; la teoría es la consideración de lo
que se nos da (mientras que la práctica es la ley que se da a uno mismo en ausencia de
conocimiento). Hiperbólicamente, entonces, la teoría debería relacionarse con la
producción cultural, para de este modo alcanzar un acercamiento mínimo a la ética de la
extinción de nuestra época».20
La fijación fascinante con las historias culturales, la ética de "otros", la mejora de las
subjetividades, los "derechos humanos" y las instituciones de poder no sólo participan de
esta oclusión, sino que <<nosotros teóricos>> hemos aplazado abordar el colapso
biosférico, los eventos de extinción en masa, o las implicaciones de las guerras de recursos
y la eliminación de "población". Es nuestro sentido de propiedad justificada, –nuestra
defensa de las culturas, los afectos, los cuerpos y los demás– lo que nos permite permanecer
20
Claire Colebrook (2014): «Death of the PostHuman: Essays on Extinction», Vol. 1, Open Humanities
Press, University of Michigan, pp. 43
14
seguros en nuestra patria, sin darnos cuenta de todas las artimañas que mantienen ese hogar
espurio. (Cohen; 2012: 15)
21
Para Naomi Klein, “el consumo verde supone simplemente sustituir una fuente de energía por otra o un
modelo de bienes de consumo por otro más eficiente. La razón por la que lo hemos apostado todo hasta el
momento a la tecnología y la eficiencia verdes radica precisamente en que esos cambios entran
perfectamente dentro de la lógica de mercado; de hecho, nos estimulan incluso a salir a comprar más
lavadoras y coches nuevos (muy eficientes y ecológicos, eso sí)” (Klein; 2014: 105)
15
En este sentido, siguiendo de cerca la propuesta de Tom Cohen y Claire Colebrook,
superar la parálisis de pensamiento y encontrar una salida al atolladero climático sería
posible a través de un desocupar. Para Cohen22, “la ocupación nunca es simplemente
toma y apropiación, sino que siempre implica la destrucción de lo que afirma”. Por tanto,
abordar la crisis ambiental y la posibilidad de extinción de nuestra época desde una
perspectiva ecocrítica requiere “desocupar” los conceptos con los que las humanidades,
la política y el discurso científico han insistido en pensar el cambio climático; como las
nociones de propiedad, medio ambiente, sostenibilidad, desarrollo, libertad,
emancipación, identidad, adaptabilidad, comunidad, nación, ecología, naturaleza, etc;
puesto que estos conceptos no han hecho otra cosa más que estorbar y entorpecer la
discusión sobre el problema. Del mismo modo, la narrativa de la modernidad y la
globalización debe ser abandonada, porque en ellas se identifican estructuras de
pensamiento que son cómplices del ecocidio y la ecocatástrofe.
22
Para el autor, “si se pudiera hablar de un movimiento de ocupación aplicado a los conceptos críticos y a
los idiomáticos derivados del siglo XX, se podría imaginar un llamado a ocupar la teoría crítica y las redes
conceptuales (Cohen, 2012: 16)
16
ambiental de las humanidades, por ejemplo, la filosofía ambiental –escribe Colebrook–
reacciona de manera crítica a los conceptos fundamentales que se considera constituyen
la metafísica occidental. La idea de que somos "sujetos" autodeterminadores cuya
relación con el mundo es de representación (conocimiento) o uso (con el mundo como
mera materia prima) necesita ser suplantada por una relación de cuidado, preocupación o
respeto. (Colebrook; 2014: 52) Así como el cambio climático está ligado a la creación de
nuevas materialidades, el giro ambiental de las humanidades podría estar ligado a la
producción de nuevos horizontes de comprensión e inteligibilidad de la realidad23.
Desocupar los conceptos tradicionales con los que nuestra época ha abordado la crisis
ecológica para desprenderse de las visiones antropocentristas, se constituye como uno de
los objetivos centrales de la ecocrítica. La «Ecología sin Naturaleza» (2007) de Timothy
Morton es uno de esos esfuerzos de desocupación que busca anular los dos términos del
título (Cohen; 2012). En este sentido, tomando como eje argumentativo y metodológico
la noción del desocupar, esta investigación se pregunta por las diferentes narrativas que
convergen en la significación del concepto del cambio climático en la política, las
humanidades y los movimientos ambientalistas; con el objetivo fundamental de esbozar
una aproximación a las raíces de la crisis ecológica de nuestra época. La importancia de
preguntarse por estas narrativas –provenientes de la discursividad científica, la
denominada literatura verde, y las humanidades– radica en que –asimiladas en la
dimensión foucaulteana de discurso–, se configuran como el horizonte de comprensión y
acción tanto de los movimientos sociales como de la política gubernamental vinculada a
la cuestión ambiental. En un sentido general, comprendemos que existen dos narrativas
en torno a la crisis ecológica y al cambio climático. La primera es aquella que desde un
determinado campo del saber –de las ciencias exactas o las humanidades– o desde una
mirada interdisciplinaria, ratifica la existencia del cambio climático antropogénico y
vierte una valoración sobre el grado de intensidad del problema y sobre las medidas
correctivas que se deberían ejecutar. La segunda es una contranarrativa de la primera, y
23
Por ejemplo, es muy probable que aceptar la extinción como una posibilidad real obligue a toda la
tradición filosófica occidental a pensar y retomar conceptos olvidados, como el de supervivencia.
17
se encarga de negar rotundamente la existencia del cambio climático o que éste haya sido
provocado por el hombre: este es el llamado negacionismo ambiental.
Para comprender los puntos de inflexión entre estas dos narrativas, primeramente se
propone, en el capítulo uno, abordar un acercamiento a la interpretación científica del
cambio climático; esto es, aproximarse a la evidencia, a las proyecciones y a la
comprensión científica desde donde se construyen “recomendaciones” para solucionar el
problema. Partiendo de este acercamiento a la comprensión científica sobre el cambio
climático, el segundo capítulo constituye un intento de construir un esbozo general sobre
las interpretaciones políticas, ideológicas y conceptuales del cambio climático en la
contemporaneidad. En una apuesta por sistematizar las narrativas contrapuestas del
cambio climático, este capítulo se divide en dos secciones: en la primera, se analizan las
posturas ideológicas que comparten la academia, la ciencia y la política en contra de la
crisis ambiental; y en la segunda, se articula una discusión en torno a las posturas de los
negacionistas y alrededor de la comprensión que el liberalismo tiene sobre la crisis
ambiental.
La narrativa que se articula en contra del cambio climático, y que ocupa el centro de
la ponderación de la literatura verde, ha insistido en atribuir la responsabilidad de la crisis
ambiental al desarrollo y expansión del capitalismo industrial. En este marco de
discusión, señalar al capitalismo como el causante del cambio climático se ha convertido
en un lugar común revestido de reflexividad, con el que se pretende complementar la
mirada científica que atribuye el origen de la crisis ecológica a la escasez de recursos y al
crecimiento poblacional. Ahora, es totalmente cierto que el capitalismo tiene una enorme
cuota de responsabilidad en el surgimiento del cambio climático. Sin embargo, que la
pregunta por el origen de la crisis ambiental apunte siempre al desarrollo capitalista de la
modernidad responde a una visión miope y parcializada. “La narrativa del capitalismo –
y por ello su crítica– no es un marco suficiente para investigar la historia del cambio
climático y entender sus consecuencias”24 puesto que, en realidad, el capitalismo no se
constituye como la causa última de la crisis ecológica, sino más bien como un catalizador
de la misma. Esta reflexión articula el eje de discusión del tercer capítulo de esta
investigación, cuya propuesta gravita en la noción de que el origen del cambio climático
y la crisis ecológica se puede localizar en las raíces civilizatorias de la cultura occidental.
24
Žižek op. cit. 341
18
La premisa marxista de que no podemos salvar el mundo ecológicamente hasta que el
capitalismo sea tratado, debe ser cuestionada e invertida: mientras imaginemos que la
vida y el mundo son primariamente antropogénicos o emergen del significado y la historia
humana, no confrontaremos la disyunción entre la especie humana (en todos sus modos)
y la vida misma. (Colebrook; 2014: 198) En este sentido, para desocupar la narrativa en
la que el capitalismo es el causante directo del cambio climático, y develar la implicación
civilizatoria de Occidente en la crisis ecológica de nuestra época, el capítulo tres articula
un esfuerzo por mostrar como la cultura occidental condensa un clima excepcional para
el surgimiento de los fenómenos y acontecimientos que desencadenaron y aceleraron la
crisis ambiental: la religión cristiana, el capitalismo, y el desarrollo de la ciencia y
tecnología subsumida a los dos primeros.
19
Capítulo 1:
LA DESCRIPCIÓN CIENTÍFICA DEL CAMBIO
CLIMÁTICO
20
La relación naturaleza-sociedad: una discusión preliminar
25
La teoría del clima se constituye, por una parte, como la expresión y condensación moderna de la larga
tradición del pensamiento occidental que se ha ocupado de pensar el vínculo entre naturaleza y cultura; y
por otra, como una superación o continuidad del determinismo ambiental.
21
pregunta: ¿Los climas, el relieve, y la configuración de los continentes del planeta han
influido la naturaleza moral y social de los individuos, y han tenido influencia en moldear
el carácter y la naturaleza de la cultura humana? (Glacken; 1967: 8). Esto arroja luces
para pensar que desde los tiempos antiguos, cada cultura o sociedad ha producido su
propio horizonte de comprensión y significación acerca del clima, el ambiente y su
influencia. Lo que significa que, cada sociedad, en cada época, ha engendrado su propio
discurso sobre el entorno natural.
Para Montesquieu, la relación idónea entre clima y ley, sería aquella en la que el
Estado utiliza el control político para combatir y/o atemperar los efectos negativos del
26
Con ello, Hipócrates establecía una suerte de clasificación etnográfica de las culturas con la que pretendía
buscar una respuesta a la antigua pregunta: ¿por qué lo “otro” es diferente? (Dove; 2014) En este sentido,
la tradición hipocrática introduce los elementos necesarios para pensar que la diversidad geomórfica y
climática de la Tierra y su implicación con la especificidad del desarrollo de las diferentes culturas
explicaría la construcción de la noción de lo “otro”.
22
entorno que podrían afectar a los humanos. Por tal razón, “el papel del gobierno (…) es
negar las influencias no civilizadoras del medio ambiente”. (Ibíd., 6) De ahí que
Montesquieu escriba en El espíritu de las leyes que: “los legisladores malos son los que
han favorecido los vicios del clima y los buenos son los que se han opuesto a ellos”
(Montesquieu; 1906: 49). En este sentido, Montesquieu se inserta en una corriente de
pensamiento que postula que uno de los logros del avance de la civilización ha sido
disminuir la vulnerabilidad de la sociedad humana al clima, al medio ambiente. (Ibíd.)
La tradición que se teje desde el Airs, Waters, Places hasta el Espíritu de las Leyes
muestra como la relación clima-cultura ha sido un tema central en la reflexión del
pensamiento occidental. Casi dos siglos después del aporte de Montesquieu, en el
contexto de la crisis ecológica de nuestra época, la antropología ambiental ha utilizado
las herramientas metodológicas y conceptuales de la teoría del clima para comprender las
circunstancias y los eventos que produjeron los colapsos societales o civilizatorios en el
pasado. Un ejemplo de esto –que revela además que la adaptación al cambio climático es
un tema de interés creciente– es el estudio de Thomas McGovern (1994) sobre las
dificultades de adaptación que experimentaron los pueblos nórdicos asentados en
Groenlandia durante la pequeña edad de hielo27.
27
La pequeña edad de hielo es un periodo comprendido desde mediados del siglo XIV hasta fines del siglo
XVII en el que se registró una reducción (entre 2ºC y 3 ºC) en la temperatura del hemisferio norte del
planeta.
23
El primero, es que debido a que era la fuente de autoridad para las elites políticas y
religiosas, los nórdicos se rehusaron a abandonar el ya decadente pastoreo de subsistencia
para transitar a otro método más eficiente y compatible con los efectos del cambio
climático de aquella época. El segundo es que dado que los pueblos nórdicos de
Groenlandia se cristianizaron solo de forma parcial, la cosmovisión nórdica remanente
inhibió la explotación de la naturaleza; lo que desembocó en un gran problema de acceso
a los recursos. Finalmente, el tercer factor que imposibilitó la adaptación fue la resistencia
a asimilar los conocimientos y las tecnologías de los pueblos unüits28 (quienes sí lograron
adaptarse a los cambios ambientales de la pequeña edad de hielo). (Ibíd.)
Analizar este tipo de estudios de cara a los problemas ambientales de nuestra época
puede ser de suma utilidad; no solamente porque señalan que es posible que las
variaciones climático-ambientales puedan provocar un colapso societal, sino porque abre
la posibilidad de preguntar: ¿qué tan preparada está una sociedad para afrontar un posible
cambio en su clima? McGovern sugiere que existe un doble paralelismo entre el caso de
los pueblos nórdicos en Groenlandia y el actual cambio climático antropogénico. El
primero es que “al igual que las élites nórdicas, hoy estamos muy seguros de la total
adecuación de una visión del mundo en particular" (McGovern; 1994: 149). El otro es
que al igual que las élites político-económicas nórdicas entorpecieron las posibilidades
de adaptación por sus propios intereses, en nuestra época, son precisamente las élites
político-económicas que manejan las industrias contaminantes las que de una u otra forma
obstaculizan la urgente discusión sobre la necesidad de transitar a formas ecológicamente
responsables de organización social. ¿Las elites mundiales nos permitirán abandonar los
lugares que se vuelvan inhabitables conforme se agudicen los estragos del cambio
climático; o al igual que las élites nórdicas, nos obligarán «a morir congelados»?
28
La palabra unüit (en lengua inuktitut: gente) es la denominación común para referirse a los distintos
pueblos que habitan en las regiones árticas de América
24
La importancia del clima para el despertar de las civilizaciones
El clima, bondadoso y apacible para los humanos desde hace al menos una decena de
milenios, ha atravesado por constantes transformaciones. La paleoclimatología ha
demostrado que a lo largo de la historia geológica de la Tierra29 el clima ha sufrido
variaciones de escala cataclísmica dentro de largos periodos de tiempo. Esto significa que
en el pasado lejano, el clima se ha modificado drásticamente en múltiples ocasiones por
causas naturales, pero en intervalos de cientos de miles de años. El cambio climático de
nuestra época no entra en esta definición, no sólo porque no responde a una “causa
natural”, sino porque debido a su carácter antropogénico, en menos de dos siglos ha
producido alteraciones climáticas que al planeta le tomarían millones de años. Sin
embargo, a pesar de que el clima del planeta ha sufrido bruscas alteraciones desde su
formación, ha permanecido estable en los últimos diez milenios.
29
Las ciencias geológicas estiman la edad de la tierra entre los 4.4 y 4.6 billones de años
30
La elaboración formal de la escala se realiza por la Comisión Internacional de Estratigrafía de la Unión
Internacional de Ciencias Geológicas
31
Ver Echeverría, B. (2010): “Definición de la cultura”, digresión 1: Transnaturalización
25
–y concretamente del desarrollo de las fuerzas productivas– se posibilita solo a través de
la alteración climática del antiguo mundo.
En este sentido, el clima tiene una implicación directa con el aparecimiento de las
civilizaciones, en especial con la que terminó por absorber y(o) someter a las demás: la
civilización occidental. Sin embargo, paradójicamente, el despliegue del proyecto
civilizatorio de Occidente desencadena una serie de efectos colaterales que amenazan con
deteriorar irreparablemente el entorno natural. Desde mediados del siglo XX, esa
amenaza es la que se conoce con el nombre de cambio climático.
32
La hidrósfera es el componente del sistema climático que incluye a los océanos y a todos los reservorios
de agua líquida del planeta. El agua líquida del planeta es la mayor fuente de humedad para las
precipitaciones y para el intercambio de gases con la atmósfera.
33
La criósfera está compuesta por las capas de hielo continentales y el permafrost. Es –al igual que los
océanos– el principal mecanismo que tiene el planeta para reflejar la energía solar excedente.
34
La litosfera comprende la capa sólida superficial del planeta y está formada por la corteza y la zona más
externa del manto.
35
Un gas de efecto invernadero (GEI) es un gas atmosférico que absorbe y emite radiación dentro del
rango infrarrojo. Este proceso es la fundamental causa del efecto invernadero. Los principales GEI en la
atmósfera terrestre son el vapor de agua, el dióxido de carbono, el metano, el óxido de nitrógeno y el ozono.
“IPCC, Glosario (en inglés) pp. 81-82”
26
Historia de la ciencia del cambio climático
Sin embargo, para finales del siglo XIX la opinión de la comunidad científica va a
reformularse radicalmente. En 1896 el científico sueco Svante Arrhenius –Nobel de
química en 1903– demuestra en su obra On the influence of carbonic acid in the air upon
the temperature of the ground que la presencia de CO2 en la atmósfera podía causar serios
problemas al equilibrio del sistema climático. Arrhenius calculó que duplicar la cantidad
de CO2 en el aire y la atmósfera del planeta (actualmente, de cada 10 000 moléculas de
carbón existentes en el planeta, 3 están en el aire) provocaría un incremento en la
temperatura de 5 a 6 grados Celsius. El científico estaba consciente que la actividad
industrial podía desencadenar este aumento de la cantidad de CO2 en la atmósfera, no
obstante, calculó erróneamente que de mantenerse el mismo ritmo de producción
industrial del año 1896, a la humanidad le tomaría miles de años contribuir a ese
incremento.
En 1972 se funda el Plan de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (PNUMA)
con el propósito de coordinar las actividades intergubernamentales dirigidas a tratar los
estragos y efectos del cambio climático. Simultáneamente, en esta misma década, la
discusión por la definición del concepto de «cambio climático» experimentó cierta
controversia en el interior de la comunidad científica, en tanto que una minoría de
investigadores anunciaba la existencia de un “enfriamiento global” en lugar de un
“calentamiento global”, como consecuencia del cambio climático. A pesar que esta teoría
no recibió apoyo de la comunidad científica, fue objeto de discusión en los medios de
comunicación que le dieron importancia y protagonismo36.
A inicios de la década de 1980 la teoría del “enfriamiento global” había sido superada.
En esta misma década los primeros estragos del calentamiento global eran notorios, lo
que atrajo la atención de los medios de comunicación y se tradujo en la articulación de
una opinión pública respecto al problema. Por otra parte, los avances tecnológicos de la
época permitieron optimizar las herramientas de medición que la paleoclimatología
utilizaba para extraer información de los registros de hielo del permafrost. Así, en 1982,
36
En el artículo científico The Myth of the 1970s Global Cooling Scientific Consensus (2008) se asegura
que “un vistazo general a la literatura científica a partir de 1965 hasta 1979 mostraba que 7 artículos
predecían el enfriamiento y 44 el calentamiento (muchos otros artículos sobre el clima no hicieron ninguna
predicción; los artículos que predecían el calentamiento fueron citados mucho más a menudo en la literatura
científica posterior)”.
28
los núcleos de hielo de Groenlandia perforados por Hans Oeschger, Willi Dansgaard y
sus colaboradores revelaron drásticas oscilaciones de la temperatura en el espacio de un
siglo en el pasado remoto37, lo que confirmaba que el clima había variado
significativamente desde comienzos de la actividad industrial a mediados del siglo XVIII.
En 1988 el Instituto Goddard para Estudios Espaciales de la NASA, a través de su director
James Hansen, hizo las primeras declaraciones públicas que afirmaban que el
calentamiento causado por el hombre ya había afectado considerablemente al clima
global38. Este mismo año la Organización Meteorológica Mundial (OMM) en
colaboración con el Plan de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (PNUMA)
creó el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus
siglas en inglés). El IPCC se autodefine como un órgano científico e intergubernamental
que “examina y evalúa la más reciente bibliografía científica, técnica y socioeconómica
relacionada con la comprensión del cambio climático y producida en todo el mundo”. Por
esta razón, el IPCC se constituye como la máxima autoridad científica frente al problema
del cambio climático.
37
Ver: Dansgaard, W. (1982) “A new Greeland Deep Ice Core” Revista Science 218: 1273-77
38
Declaración del Dr. James Hansen en su formato digital: http://image.guardian.co.uk/sys-
files/Environment/documents/2008/06/23/ClimateChangeHearing1988.pdf
29
El concepto científico de cambio climático y efecto invernadero
39
El IPCC es un órgano técnico-científico que surge de la iniciativa del Plan de las Naciones Unidas Sobre
el Medio Ambiente (PNUMA). Los objetivos centrales del IPCC son evaluar la información científica y
técnica existente sobre el clima y el cambio climático, e identificar y evaluar los impactos económicos y
sociales del cambio climático. El IPCC es la máxima autoridad científica acerca del saber sobre el cambio
climático.
40
Fracción de radiación solar reflejada por una superficie u objeto, frecuentemente expresada en términos
porcentuales. El albedo de los suelos puede adoptar valores altos, como en las superficies cubiertas de
nieve, o bajos, como en las superficies cubiertas de vegetación y los océanos. El albedo del Planeta Tierra
varía principalmente en función de la nubosidad, de la nieve, del hielo, de la superficie foliar y de los
cambios en la cubierta del suelo. IPCC, (2007) Glosario: “Albedo”
41
La temperatura efectiva es el resultado neto del balance entre la radiación solar absorbida por la Tierra y
la emitida por ella misma
30
El efecto invernadero (EI), es concebido por el imaginario colectivo y la opinión
pública como la causa principal del aumento de la temperatura del planeta. No obstante,
a pesar de que esa interpretación es parcialmente verdadera, el EI no es un fenómeno
producto del cambio climático, sino un proceso meteorológico que como mencionamos
con anterioridad, se genera en cualquier planeta o satélite natural que cuente con una
atmósfera42. El efecto invernadero es el resultado de un proceso en el que la radiación
térmica emitida por la superficie planetaria es absorbida por los GEI naturales (como el
vapor de agua y el ozono) y es reirradiada de vuelta hacía la corteza terrestre.
Sin embargo, el problema del cambio climático aparece cuando el efecto invernadero
“positivo” se descontrola a razón de la concentración de GEI de origen antropogénico en
la atmósfera. Las atmósferas planetarias forman un filtro radiativo que posibilita la
expulsión de la radiación térmica (energía excedente proveniente del sol), e impide que
los GEI naturales abandonen la tropósfera.44 Pero cuando se concentran en la atmósfera
cantidades inconmensurables de GEI de origen antropogénico, como el carbono (CO2) y
el metano (m4), se produce una reacción que obstruye el filtro radiativo de la atmósfera y
compromete su capacidad de expulsar la energía excedente del planeta. Los glaciares y
océanos reflejan la radiación solar de vuelta hacía el espacio; pero debido a que la
concentración de GEI antropogénicos obstruye el filtro radiativo de la atmósfera, la
radiación solar es enviada de vuelta hacía el planeta y es absorbida por la superficie
terrestre, al mismo tiempo que “las capas atmosféricas (y las nubes) van sucesivamente
absorbiendo, calentándose y reemitiendo radiación térmica procedente de abajo”. (Ibíd.)
42
La atmósfera de un cuerpo celeste es una capa gaseosa que cobra la forma de una suerte de filtro radiativo,
a través del cual el planeta expulsa hacía el espacio la energía excedente proveniente del sol.
43
IPCC (2007) Glosario (en inglés) “efecto invernadero”
44
Capa de la atmósfera terrestre que está en contacto con la superficie de la Tierra y se extiende hasta una
altitud de unos 10 km aproximadamente; en ella se desarrollan todos los procesos meteorológicos y
climáticos.
31
Como consecuencia, este tipo de efecto invernadero, al imposibilitar la expulsión de la
radiación solar, provoca un gradual aumento de la temperatura del planeta.
32
Causas del cambio climático
Desde el punto de vista científico, la alteración que puede sufrir el sistema climático del
planeta puede deberse por un lado, a factores naturales: como la variación de la radiación
solar, la tectónica de placas y las erupciones volcánicas; y por otro, a factores internos:
como la actividad biótica. En el caso de la Tierra, el clima se ha visto significativamente
alterado por la influencia humana (actividad biótica). Esta afirmación es respaldada por
la comunidad científica global que asegura que el planeta ha registrado un gradual
aumento de la temperatura durante el último siglo, causado fundamentalmente por las
miles de millones de toneladas de CO2 y otros gases de efecto invernadero que han sido
expulsadas a la atmósfera desde el estallido de la revolución industrial, a mediados del
siglo XVIII.
Para el IPCC, la alteración del equilibrio energético del sistema climático se debe
fundamentalmente a la concentración de GEI antropogénicos en la atmósfera, y en menor
medida, a la variación de la concentración de aerosoles en la atmósfera, a los cambios de
la litósfera (cambios en el uso de la tierra) y a la radiación solar. (IPCC, 2007) El aumento
de la radiación solar es un epifenómeno directo del aumento de las concentraciones de
GEI. Para la comunidad científica las concentraciones atmosféricas mundiales de CO2,
metano (CH4) y óxido nitroso (N2O) han aumentado notablemente por efecto de las
actividades humanas desde 1750, y son actualmente muy superiores a los valores
preindustriales. Esta información se extrae del análisis paleoclimatológico de núcleos de
hielo extraídos de las zonas árticas. El cuarto informe del IPCC (2007) afirma que las
concentraciones atmosféricas de CO2 (379 ppm) y CH4 (1774 ppmm) del año 2005
excedieron por mucho el intervalo natural de valores de los últimos 650.000 años. Los
aumentos de la concentración mundial de CO2 se deben principalmente a la utilización
de combustibles de origen fósil y, en una parte apreciable pero menor, a los cambios de
uso de la tierra. El aumento observado de la concentración de CH4 se atribuye
predominantemente a la agricultura y a la utilización de combustibles de origen fósil.
34
Efectos biofísicos y medioambientales del cambio climático
Cada uno de los tres últimos decenios ha sido sucesivamente más cálido en la superficie
de la Tierra que cualquier decenio anterior desde 1850. En el hemisferio norte, es probable
que el periodo 1983-2012 haya sido el periodo de 30 años más cálido de los últimos 1400
años. Los datos de temperatura de la superficie terrestre y oceánica, combinados y
promediados globalmente, calculados a partir de una tendencia lineal, muestran un
calentamiento de 0,85 [0,65 a 1,06] ºC3, durante el período 1880-2012, para el que se han
producido de forma independiente varios conjuntos de datos. El incremento total entre el
promedio del período 1850-1900 y el período 2003-2012 es de 0,78 [0,72 a 0,85] ºC y
está basado en el conjunto de datos más extenso disponible por el IPCC. (IPCC; 2013: 5)
Así mismo, para el IPCC es prácticamente seguro que la troposfera se haya calentado
a nivel global desde mediados del siglo XX. Gracias a observaciones más completas, se
tiene un mayor nivel de confianza en las estimaciones de los cambios de temperatura en
la troposfera del hemisferio norte extratropical que en las de otros lugares. En
35
concordancia, desde 1950 aproximadamente, se han observado cambios en numerosos
fenómenos meteorológicos y climáticos extremos. Es muy probable que el número de
días y noches fríos haya disminuido y que el número de días y noches cálidos haya
aumentado a escala mundial, y es probable que en gran parte de Europa, Asia y Australia
haya aumentado la frecuencia de las olas de calor. (Ibíd.)
36
Gráfico 2: Mapa de los cambios observados en la temperatura en superficie entre 1901 y 2012,
derivado de las tendencias en la temperatura determinadas por regresión lineal de un conjunto
de datos (línea naranja en la imagen a)
Fuente: IPCC; Informe 2013: Resumen para responsables de políticas
La precipitación es el término general para referirse a las lluvias, nevadas y otras formas
de agua líquida o congelada que descienden de las nubes. Las precipitaciones se forman
al concentrarse el vapor de agua que asciende de la parte más baja de la troposfera. Por
otra parte, las precipitaciones son intermitentes y cuando ocurren, su especificidad e
intensidad dependen de las condiciones del tiempo y la temperatura. Sin embargo, la
evaporación regular del ciclo del sistema climático se ha acrecentado como consecuencia
retroactiva del calentamiento de la atmósfera, producto del efecto invernadero inducido
por el hombre. Que exista un aumento en la evaporación del agua significa que la
capacidad de retención de agua en la atmósfera se incrementa, lo que desemboca a su vez
en una intensificación de las precipitaciones.
Según datos del Cuarto Informe de Evaluación del IPCC, en la medida en que cambia
el clima, varias influencias directas alteran la cantidad, intensidad, frecuencia y tipo de
precipitación. El calentamiento acelera el secado de la superficie del suelo e incrementa
la posible incidencia y severidad de las sequías, que ha sido observada en muchas partes
del mundo (Gráfico 3). Los modelos de simulaciones climáticas y las pruebas empíricas
37
confirman que en los climas más cálidos, debido al incremento del vapor de agua, se
aprecian precipitaciones más intensas aun cuando el total anual de precipitación se
reduzca ligeramente, y hay más posibilidades de sucesos aún más fuertes cuando se
incrementan las cantidades totales de precipitación. Por tanto, un clima más cálido
incrementa los riesgos de sequía (donde no llueve) y de inundaciones (donde sí llueve)
pero en diferentes momentos y/o lugares. (IPCC; 2007)
Gráfico 3: El patrón espacial más importante (arriba) del Índice de Severidad de Sequía de Palmer
(PDSI) mensual, desde 1900 a 2002. El PDSI es un índice prominente de sequías y mide el déficit
acumulativo (relacionado con las condiciones medias locales) en la humedad de la superficie
terrestre mediante la incorporación al sistema de contabilidad hidrológica de las precipitaciones
previas y las estimaciones de humedad captadas en la atmósfera (basados en las temperaturas
atmosféricas).
Fuente: IPCC; Informe 2007: Preguntas Frecuentes
Por otra parte, para el Quinto Informe de Evaluación del IPCC, el nivel de confianza
en los cambios de las precipitaciones promediadas sobre las zonas terrestres a escala
mundial desde 1901 es bajo antes de 1951, y medio, a partir de ese año. En promedio,
sobre las zonas continentales de latitudes medias del hemisferio norte, las precipitaciones
han aumentado desde 1901 (nivel de confianza medio antes de 1951, y alto después). En
otras latitudes, existe un nivel de confianza bajo en las tendencias positivas o negativas a
largo plazo promediadas por zonas. (IPCC; 2013: 5). No obstante, de continuar el
aumento de la temperatura global (y en consecuencia, acrecentar la evaporación) las
proyecciones de todos los modelos del IPCC apuntan a una intensificación en la
frecuencia e intensidad de las precipitaciones, mucho más acentuada que la observada en
los actuales datos disponibles.
38
Gráfico 4: Mapas de los cambios observados en la precipitación, entre 1901 y 2010, y entre 1951 y
2010
Fuente: IPCC; Informe 2013: Resumen para responsables de políticas.
39
Gráfico 5: Distintos indicadores observados de un clima mundial cambiante: a) promedio de la
extensión del manto de nieve del hemisferio norte en marzo-abril (primavera); b) promedio de la
extensión del hielo marino del Ártico en julio-agosto-septiembre (verano); c) cambio en el
contenido calorífico medio global de las capas superiores del océano (0-700 m), ajustado al período
2006-2010, y en relación con el promedio de todos los conjuntos de datos correspondientes a 1970.
Fuente: IPCC; Informe 2013: Resumen para responsables de políticas
40
Elevación del nivel medio global del mar
Desde mediados del siglo XIX, el ritmo de la elevación del nivel del mar ha sido superior
a la media de los dos milenios anteriores. Durante el período 1901-2010, el nivel medio
global del mar se elevó 0,19 [0,17 a 0,21] m. Desde principios de la década de 1970, la
combinación de la pérdida de masa de los glaciares y la expansión térmica del océano
provocada por el calentamiento son responsables de aproximadamente el 75% de la
elevación observada del nivel medio global del mar. Durante el período 1993-2010, la
elevación media mundial del nivel del mar coincide, con la suma de las contribuciones
observadas de la expansión térmica del océano debida al calentamiento (1,1 [0,8 a 1,4]
mm año–1), y de los cambios en los glaciares (0,76 [0,39 a 1,13] mm año-1), el manto de
hielo de Groenlandia (0,33 [0,25 a 0,41] mm año-1), el manto de hielo de la Antártida
(0,27 [0,16 a 0,38] mm año-1) y el almacenamiento terrestre de agua (0,38 [0,26 a 0,49]
mm año-1). (IPCC; 2013: 11)
Gráfico 6: Nivel medio global del mar con respecto al promedio del conjunto de datos de más
larga duración entre 1900 y 1905, y con todos los conjuntos de datos alineados para tener el mismo
valor en 1993, primer año de datos de altimetría por satélite. Todas las series temporales (líneas
de color que indican los diferentes conjuntos de datos) muestran valores anuales, y, en los casos
en que se han evaluado, las incertidumbres se indican mediante sombreado de color
Fuente: IPCC; Informe 2013: Resumen para responsables de políticas
41
Concentración de gases de efecto invernadero antropogénicos en la atmósfera
De esas emisiones de CO2 antropogénicas, se han acumulado 240 [230 a 250] GtC45
(en la atmósfera, 155 [125 a 185] GtC han sido incorporadas al océano y 160 [70 a 250]
GtC se han acumulado en ecosistemas terrestres naturales (esto es, el sumidero terrestre
residual acumulado).
Gráfico 7: Concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono (CO2) en Mauna Loa (en rojo) y en
el Polo Sur (en negro), desde 1958.
Fuente: IPCC; Informe 2013: Resumen para responsables de políticas
45
GTC representa las siglas de “Gigatoneladas”
42
Proyecciones de los cambios del sistema climático
Las proyecciones de los cambios del sistema climático producidas por el IPCC se
elaboran empleando una jerarquía de modelos climáticos. Esos modelos simulan cambios
basados en un conjunto de escenarios de forzamientos antropogénicos. En el Quinto
Informe de Evaluación del IPCC se utilizó un conjunto de cuatro escenarios que marcan
las trayectorias de concentración representativas (RCP). Los escenarios incorporan
diferentes variables, de modo que cada uno difiere en complejidad con el otro. Las
proyecciones están realizadas en escenarios que abarcan el periodo 2016-2100 en relación
con el periodo de referencia (1986-2005). Cada escenario construye un modelo más
problemático –por no decir mortífero– que el anterior, sin embargo, en todas las RCP, las
concentraciones atmosféricas de CO2 son más elevadas en 2100 respecto de hoy en día,
como resultado de un mayor aumento de las emisiones de CO2 acumuladas en la
atmósfera durante el siglo XXI. (IPCC; 2013: 19) La conclusión principal del análisis de
las proyecciones del IPCC es que las emisiones continuas de gases de efecto invernadero
causarán un mayor calentamiento y nuevos cambios en todos los componentes del
sistema climático. Para contener el cambio climático, será necesario reducir de forma
sustancial y sostenida las emisiones de gases de efecto invernadero.
Es probable que, para fines del siglo XXI, la temperatura global en superficie sea superior
en 1,5 ºC a la del período entre 1850 y 1900 para todos los escenarios considerados de
trayectorias de concentración representativas (RCP). El calentamiento continuará después
de 2100 en todos los escenarios RCP. El calentamiento continuará mostrando una
variabilidad entre interanual y decenal, y no será uniforme entre las regiones. (IPCC;
2013: 20)
43
Así mismo, para las proyecciones del IPCC es probable que el cambio en la
temperatura media global en superficie para el período 2016-2035, en relación con el
período 1986-2005, esté en el rango de 0,3º C a 0,7º. Esa evaluación se basa en varias
líneas de evidencia y en el supuesto de que no se producirán erupciones volcánicas
importantes ni alteraciones persistentes en la irradiación solar total. En relación con la
variabilidad interna natural, se prevé que los aumentos a corto plazo en las temperaturas
medias estacionales y anuales serán mayores en los trópicos y subtrópicos que en las
latitudes medias. (Ibíd.) Por otra parte, las proyecciones apuntan a que es probable que el
aumento de la temperatura media global en superficie para 2081-2100, en relación con
1986-2005, se sitúe (en el último escenario) hasta en 2,6 ºC a 4,8 ºC. La región del Ártico
se calentará más rápidamente que la media global y el calentamiento medio en las zonas
continentales afectará a una mayor extensión que sobre los océanos. (Ibíd.)
44
Proyecciones de los cambios en la criosfera
Todos los modelos de los diferentes escenarios apuntan a que es muy probable que la
cubierta de hielo del Ártico siga menguando y haciéndose más delgada, y que el manto
de nieve en primavera en el hemisferio norte disminuya a lo largo del siglo XXI a medida
que vaya aumentando la temperatura media global en superficie. El volumen global de
los glaciares continuará reduciéndose. (IPCC; 2013: 24)
Sobre la base de una evaluación del subconjunto de los modelos que reproducen con
mayor rigor el estado climatológico medio y de la tendencia de la extensión del hielo
marino del Ártico, registrada entre 1979 y 2012, es probable que antes de mediados de
siglo, el océano Ártico esté casi libre de hielo en el mes de septiembre, por lo que respecta
al escenario RCP 8,5 (el más complejo y desalentador de los cuatro). Así mismo, el peor
de los escenarios apunta a que, para el final del siglo XXI, el volumen global de los
glaciares, excluidos los glaciares de la periferia de la Antártida, habrá disminuido entre
el 35% y el 85%. (IPCC; 2013: 25) De la misma forma, las proyecciones apuntan a que
es prácticamente seguro que en latitudes muy septentrionales disminuya la extensión del
permafrost cerca de la superficie, conforme aumente la temperatura media global en
superficie. El promedio de los modelos indican que, para el final del siglo XXI, la
superficie del permafrost cerca de la superficie (por encima de 3,5 m) habrá disminuido
entre el 37% y el 81%. (Ibíd.)
Gráfico 9: Extensión de hielo marino en septiembre (para los años marcados) en el hemisferio norte
Fuente: IPCC; Informe 2013: Resumen para responsables de políticas
45
Proyecciones de los cambios en el aumento del nivel del mar
Para el IPCC existe una certeza irrebatible de que el nivel del mar seguirá aumentando
durante el siglo XXI. En todos los escenarios, es muy probable que el ritmo de elevación
del nivel del mar sea mayor que el que se observado durante el período 1971-2010, debido
al mayor calentamiento de los océanos y a la mayor pérdida de masa de los glaciares y
los mantos de hielo. (IPCC; 2013: 25) En la proyección del escenario más complejo y
problemático (RCP 8,5), la elevación del nivel del mar para el período 2081-2100, en
relación con el período 1986-2005, se situará en un rango de 0,45 a 0,82 m. En este mismo
escenario, el aumento del nivel del mar para el año 2100 será de 0,52 a 0,98 m. (Ibíd.)
Sin embargo, respecto a estas proyecciones, el IPCC resalta una advertencia. En base
al estudio de los datos de las proyecciones, se llega a la conclusión que actualmente no se
dispone de suficientes datos para evaluar la probabilidad de niveles específicos por
encima del rango probable resultante de la evaluación. Las proyecciones de muchos
modelos semi-empíricos señalan elevaciones del nivel del mar superiores a las de los
modelos basados en procesos (llegan a doblarlas). En este sentido, dado que en la
comunidad científica no existe consenso sobre la fiabilidad de las proyecciones, los
resultados tienen un nivel de confianza bajo. (IPCC; 2013: 26)
Escenarios
Gráfico 10: Proyecciones de la elevación media mundial del nivel del mar durante el siglo XXI, en
relación con el período 1986-2005
Fuente: IPCC; Informe 2013: Resumen para responsables de políticas
46
Proyecciones de los cambios en las concentraciones de CO2
Las proyecciones del IPCC apuntan (con un nivel de confianza alto) a que el cambio
climático afectará a los procesos de carbono de un modo que agudizará el aumento de
CO2 en la atmósfera. Esto a su vez, desembocará en una mayor retención de carbono en
los océanos, lo que recrudecerá su acidificación. Por otra parte, las emisiones de CO2
acumuladas determinarán en gran medida el aumento de la temperatura global en
superficie a finales del siglo XXI y posteriormente. Pero la más preocupante es que las
proyecciones revelan que la mayoría de los aspectos del cambio climático perdurarán
durante muchos siglos, incluso aunque pararan las emisiones de CO2, lo que supone una
notable inexorabilidad del cambio climático durante varios siglos, debido a las emisiones
de CO2 pasadas, presentes y futuras. (IPCC; 2013: 27)
Por otro lado, las proyecciones de los modelos indican que mientras mayor sea la
concentración de emisiones de CO2, mayor será la acidificación global de los océanos. La
correspondiente disminución del pH en el océano superficial para el final del siglo XXI
estará en el rango de 0,06 a 0,32. Estos posibles escenarios se recrudecerán aún más
durante el siglo XXI si tenemos en cuenta la liberación de CO2 y CH4 de las reservas de
carbono del permafrost que continuará derritiéndose.
Gráfico 11: Aumento de la temperatura media global en superficie, como función del total de las
emisiones globales acumuladas de CO2 a partir de las proyecciones de los cuatro escenarios
Fuente: IPCC; Informe 2013: Resumen para responsables de políticas
47
Gráfico 12: Cambio en el pH del océano superficial.
Fuente: IPCC; Informe 2013: Resumen para responsables de políticas
48
Impactos sociales y ecosistémicos del cambio climático
En base a las evaluaciones y los resultados de las investigaciones sobre las alteraciones
antropogénicas del sistema climático, la comunidad científica ratifica que el cambio
climático producirá grandes impactos, tanto en la dinámica socio-económica de las
sociedades contemporáneas, como en los ecosistemas y la biodiversidad de la biosfera.
En realidad, los efectos colaterales del calentamiento global ya se perciben desde hace al
menos tres décadas, tanto en la biósfera (acidificación de los océanos, extinción de
especies, desglaciaciones, aumento del nivel del mar, etc.) como en las sociedades
humanas (aumento de las precipitaciones, inundaciones de urbes, fenómenos
climatológicos extremos, deterioro de los recursos hídricos, desertificación, periodos
prolongados de sequía, etc.). Para el IPCC, los datos de las evaluaciones y las
proyecciones sobre las alteraciones del sistema climático permiten asegurar con absoluta
certeza que los impactos y efectos colaterales del cambio climático van a recrudecerse y
presentarse con mayor frecuencia e intensidad, dependiendo de la magnitud del aumento
de la temperatura media global hasta finales del siglo XXI.
Los actuales –y los posiblemente recrudecidos– impactos del cambio climático son
distribuidos de forma desigual y por lo general, afectan mayoritariamente a personas y
comunidades de escasos recursos, sin importar el país de procedencia. Con un aumento
del calentamiento, algunos sistemas físicos o ecosistemas pueden pasar a una situación
de riesgo de cambios abruptos e irreversibles. Los riesgos asociados a esos puntos críticos
pasan a ser moderados con un calentamiento adicional entre 0 y 1 ºC. Los riesgos
aumentan desproporcionadamente conforme se eleva el calentamiento entre 1 y 2 ºC y
supera los 3 ºC. (IPCC: 2014) Estas proyecciones obligan al IPCC a establecer un
catálogo de los posibles “riesgos clave” que puedan contribuir uno o varios motivos de
preocupación (MDP).
Muchos de los riesgos clave constituyen retos particulares para los países menos
adelantados y las comunidades vulnerables, dada la limitada capacidad de que disponen
para afrontarlos. Estos riesgos clave son: 1) riesgo de muerte, lesión, mala salud o
desorganización de los medios de subsistencia en zonas costeras bajas y pequeños Estados
insulares en desarrollo y otras islas pequeñas, debido a mareas meteorológicas,
inundaciones costeras y elevación del nivel del mar; 2) riesgo de mala salud grave y
desorganización de los medios de subsistencia para grandes poblaciones urbanas debido
49
a inundaciones continentales en algunas regiones; 3) riesgos sistémicos debido a
episodios meteorológicos extremos que provocan el colapso de redes de infraestructuras
y servicios esenciales como la electricidad, el suministro de agua y servicios de salud y
de emergencia; 4) riesgo de mayor mortalidad y morbilidad durante períodos de calor
extremo, particularmente para poblaciones urbanas vulnerables y personas que trabajan
en el exterior en zonas urbanas y rurales; 5) riesgo de seguridad alimentaria y fallo de los
sistemas alimentarios relacionados con la variabilidad y los extremos del calentamiento,
la sequía, la inundación y la precipitación, en particular para las poblaciones pobres de
los entornos urbanos y rurales; 6) riesgo de pérdida de medios de subsistencia e ingresos
en las zonas rurales debido a insuficiente acceso al agua potable y agua para el riego y a
una reducida productividad agrícola, en particular para los agricultores y ganaderos con
poco capital en las regiones semiáridas; 7) riesgo de pérdida de ecosistemas y
biodiversidad marinos y costeros, y los bienes, funciones y servicios ecosistémicos que
proporcionan para obtener medios de subsistencia en la costa, especialmente para las
comunidades pesqueras en los trópicos y en el Ártico; y 8) riesgo de pérdida de
ecosistemas y biodiversidad acuáticos terrestres y continentales, y los bienes, funciones
y servicios ecosistémicos que proporcionan para los medios de subsistencia. (IPCC; 2014:
13)
50
Escases de recursos hídricos
46
Damania R. (2016): “High and Dry: Climate Change, Water and the Economy”, Banco Mundial
51
2050, las tasas de crecimiento de esas regiones podrían registrar una disminución de hasta
el 6 %, debido a los efectos de la escasez de agua en la agricultura, la salud y los ingresos”
(Banco Mundial; 2016)
No obstante, a pesar que los eventos de las extinciones masivas parecen responder a
causas naturales extremas separadas por intervalos de cientos de millones de años,
algunos científicos48 aseguran que actualmente estamos ante las puertas de una sexta
47
Azcárraga, J. (1997) En torno al conocimiento científico: ciencia y sociedad. Universitat de Valencia,
ISBN: 84-370-3301-2
48
Elizabeth Kolbert (2014): La sexta extinción: una historia nada natural, Editorial Planeta, 2015
52
extinción masiva, que no se debe al impacto de un meteorito o la explosión de un
supervolcán, sino a la alteración del equilibrio de la biósfera a manos del hombre.
En cuanto a las observaciones y las proyecciones científicas del IPCC, estás ratifican
que un gran porcentaje de las especies terrestres y acuícolas afrontan un riesgo creciente
de extinción con el cambio climático, que puede recrudecerse conforme aumente la
temperatura del planeta hasta finales del siglo XXI, debido a que el cambio climático
exacerba otros factores de estrés para las especies en peligro de extinción, como la
modificación de los hábitats, la sobreexplotación, la contaminación y las especies
invasoras. (IPCC; 2014: 14) Del mismo modo, en este siglo, las magnitudes y tasas del
cambio climático asociadas a escenarios de emisiones entre medias y altas supondrán un
alto riesgo de cambio abrupto e irreversible a escala regional en la composición,
estructura y función de los ecosistemas terrestres y acuáticos continentales, incluidos los
49
Pacifici, M. et al (2017) “Species’ traits influenced their response to recent climate change”, Natural
Climate Change
53
humedales. Entre los ejemplos de posible impacto sustancial en el clima cabe mencionar
el sistema ártico boreal-tundra y el bosque. Las proyecciones del IPCC indican que
durante el siglo XXI en muchas regiones aumentará la mortalidad arbórea y el
decaimiento forestal debido al aumento de las temperaturas y las sequías. El decaimiento
forestal plantea riesgos para el almacenamiento de carbono, la biodiversidad, la
producción de madera, la calidad del agua, el valor estético y la actividad económica.
(IPCC; 2014: 15)
54
Efectos espaciales y socioeconómicos del cambio climático
La construcción social del espacio urbano y rural y la experiencia vital del sujeto en el
campo y la ciudad también se verán alterados por los estragos del cambio climático. En
efecto, muchos efectos globales del cambio climático se concentran en las zonas urbanas,
y pueden provocar estrés térmico, precipitaciones extremas, inundaciones continentales
y costeras, contaminación del aire, sequía y escasez de recursos hídricos. Los riesgos se
amplifican para las personas que carecen de infraestructuras y servicios esenciales o viven
en viviendas de mala calidad y en zonas expuestas. Todos estos impactos del cambio
climático en las zonas urbanas implican riesgos gigantescos para las personas, los
ecosistemas, las infraestructuras y las economías. Las localidades más afectadas serán los
espacios urbanos costeros y los pueblos/ciudades localizados a poca altitud. Así mismo,
al igual que en el caso del espacio social rural, los efectos colaterales del cambio climático
en las zonas urbanas han provocado una oleada masiva de migraciones que se
intensificará a lo largo de todo el siglo XXI. Actualmente, cifras del Alto Comisionado
de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) revelan que solamente en el año
2016, alrededor de 22,4 millones de personas se vieron obligadas a desplazarse a
consecuencia de desastres naturales provocados por el cambio climático, y se presume
que el número de «refugiados climáticos» ascenderá hasta 200 millones para el año
2050.50
Por otra parte, el IPCC asegura que los impactos rurales más importantes en el futuro
ocurrirán a corto plazo y los venideros ocurrirán en relación con la disponibilidad y el
suministro de agua, la seguridad alimentaria y los ingresos agrícolas, especialmente en
relación con cambios de las zonas de producción de cultivos alimentarios y no
alimentarios en todo el mundo. Estos impactos afectarán desproporcionadamente al
bienestar de los pobres en las zonas rurales, como las familias encabezadas por mujeres
y las que tienen un acceso limitado a la tierra, los modernos insumos agrícolas, las
infraestructuras y la educación. (IPCC; 2014: 19)
Sin embargo, las proyecciones del IPCC determinan que tanto en las zonas rurales
como en las urbanas, para el año 2050 el impacto del cambio climático afectará a la salud
humana y agravará los problemas de salud ya existentes. A lo largo del siglo XXI, se
prevé que el cambio climático ocasione un incremento de insalubridad en muchas
50
http://www.acnur.org/que-hace/cambio-climatico/
55
regiones y especialmente en los países en desarrollo de bajos ingresos, en comparación
con el nivel de referencia sin cambio climático. (Ibíd.) Las proyecciones apuntan a que
conforme se agudice el calentamiento global, existirá una mayor probabilidad de lesión,
enfermedad y muerte debido a olas de calor e incendios más intensos; una mayor
probabilidad de desnutrición derivada de una menor producción de alimentos en las
regiones pobres; riesgos de pérdida de capacidad de trabajo y menor productividad laboral
en las poblaciones vulnerables; y mayores riesgos de enfermedades transmitidas por los
alimentos y el agua y enfermedades transmitidas por vectores. Para 2100 en el caso del
escenario de altas emisiones (RCP8,5), la combinación de altas temperaturas y humedad
en algunas zonas durante algunos períodos del año comprometerán las actividades
humanas normales, como producir alimentos o trabajar en el exterior. (Ibíd.)
Por último, los impactos del cambio climático ralentizarán el crecimiento económico,
harán más difícil reducir la pobreza y menoscabarán la seguridad alimentaria. En base a
estas proyecciones, se cree que los impactos del cambio climático exacerbarán aún más
la pobreza en la mayoría de los países en vías de desarrollo y se crearán nuevos focos de
pobreza en países donde la desigualdad social sea mayor. En las zonas urbanas y rurales,
se prevé que resulten especialmente afectados los hogares pobres dependientes del trabajo
asalariado que sean compradores netos de alimentos, debido al aumento del precio de
estos, en particular en las regiones con alta inseguridad alimentaria y gran desigualdad.
(IPCC; 2014: 20)
56
CONCLUSIONES
57
58
Capítulo 2:
LA COMPRENSIÓN EPOCAL DEL CAMBIO CLIMÁTICO
Desde de la década de 1960, la teoría del cambio climático empezó a resonar con fuerza
dentro de la comunidad científica. La fundación del Plan de las Naciones Unidas para el
Medio Ambiente (PNUMA), a inicios de la década de 1970, fue un indicio sintomático de
como el cambio climático comenzaba a percibirse con preocupación dentro de la
comunidad científica y la agenda política mundial. A partir de la década de 1980, el
fenómeno del cambio climático comenzó a aparecer –en medio de un ambiente de
intranquilidad y escepticismo– en el radar de la sociedad global; y se posicionó como uno
de los temas centrales de la política intergubernamental. Simultáneamente, es justo a
partir de esa década que los movimientos ambientalistas empiezan a incorporar la batalla
contra el cambio climático en el interior de sus agendas de lucha; y que se produce un
creciente interés por estudiar el cambio climático desde varias disciplinas académicas. En
lo que sigue, examinaremos la forma en que la ciencia, la coalición intergubernamental,
el ambientalismo, y un segmento de la academia (ecología política, marxismo ecológico,
liberalismo ético) construyen su horizonte de inteligibilidad sobre la crisis ecológica.
59
El discurso científico sobre el cambio climático
51
Las instituciones que conforman el consenso científico global sobre el clima son increíblemente
numerosas. Entre ellas, las más reconocidas son: la Royal Society de Londres, la Academia Europea de
Ciencias y Artes; el Consejo Interacadémico (IAC); el Consejo Internacional de Academias de ingeniería
y Ciencias Tecnológicas (CAETS); Las Academias Nacionales de Ciencias, la Red de Academias Africanas
de Ciencias, la Real Sociedad de Nueva Zelanda, la Academia Polaca de Ciencias, la National Research
Council (EE.UU), la Asociación de EE.UU para el avance de la Ciencia; la American Geophysical Union;
la Federación Europea de Geólogos, la Sociedad Americana de Meteorología, la Royal Metereological
Society, entre otras.
60
medida que éstas representaban un grave riesgo para la continuidad de la vida en la Tierra.
Un cuarto de siglo después, el consenso científico global se hizo de nuevo presente a
través del artículo «Advertencia de los científicos a la humanidad: segundo aviso»
(2017). Este “segundo manifiesto” de la comunidad científica fue publicado junto a las
firmas de los 15.364 científicos que respaldaban la publicación. Este documento evalúa
las acciones políticas tomadas a partir de la advertencia de la comunidad científica en
1992, y las califica de manera negativa y aletargada.
52
Este tipo de interpretación es recurrente en los documentos científicos a partir de la publicación del Club
de Roma: “Los límites del crecimiento” (1972)
61
poblacional es el responsable de la crisis ambiental es errónea. Por otra parte, aludir al
crecimiento poblacional y al manejo de los recursos responde a una concepción
neomaultheseana que más allá de ser incapaz de brindar una explicación satisfactoria a la
crisis ambiental, podría desembocar en la elaboración de soluciones políticas imprecisas
y contradictorias.
53
Algunas de las soluciones propuestas por la comunidad científica son: la instauración de reservas y áreas
protegidas; controlar el comercio y la explotación de especies de plantas y animales; promover una
transición a dietas más vegetales; promover la reducción de la fertilidad reproductiva; aumentar la
educación ambiental y el respeto por la naturaleza; promover tecnologías “verdes”; revisar la incidencia de
la economía en el ambiente y controlar el tamaño de la población.
62
El movimiento ecologista en el contexto de la crisis ecológica
En los siguientes párrafos nos proponemos arrojar algunos elementos teóricos para la
discusión sobre el surgimiento del movimiento ecologista. Para este efecto, repasaremos
brevemente la cuestión del surgimiento de la conciencia ambiental que articula al
movimiento ecologista para, posteriormente, insertarnos en la discusión sobre las posturas
ideológicas de las que parte dicho movimiento. Por último, recorreremos
cronológicamente los tres periodos que el movimiento ecologista experimentó por más
de un siglo en su proceso de formación.
64
hombre. Desde esta perspectiva, la defensa de la naturaleza se traduce en la defensa de
los medios de vida del ser humano. El ecologismo antropocentrista ha sido acusado de
discriminación especista por otras corrientes ideológicas, en la medida en que estructura
una visión piramidal que coloca al hombre por encima del resto de seres vivos. Un
representante de esta visión fue la Nature Conservancy.
65
El surgimiento del movimiento ecologista
El ecologismo surgió en la segunda mitad del siglo XIX y se constituyó como concepto
y como movimiento a partir de la sensibilidad epocal ante la mutilación y el deterioro de
la naturaleza como resultado de la industrialización del mundo. En un sentido general, la
formación del movimiento ecologista responde a tres periodos u ‘olas’ cronológicas; estos
son: el periodo conservacionista (de 1850 a 1950), el periodo reformista-
confrontacionista (décadas de 1960 y 1970) y el periodo corporacionista (desde 1980
hasta nuestros días).
66
deontológica que el autor llamó «ética de la Tierra». En el contexto de la divulgación de
dicha obra, el ecologismo seguía siendo una práctica elitista y estaba muy lejos aún de
estructurar una base social, de manera que muy pocos ecologistas se adhirieron a la idea
«radical» propuesta por Leopold de que la naturaleza tuviera un valor inherente más allá
de su utilidad para el hombre.
67
proceso que culminó con la Ley del Superfondo, de 1980, que obligaba a la industria, a
través de un pequeño gravamen, a sufragar el coste de la limpieza de áreas geográficas
que eran peligrosas por su toxicidad.” (Klein, 2014: 229)
Si bien es cierto que algunas organizaciones –como Earth First!, Amigos de la Tierra,
Greenpeace, Rainforest Action Network y 350.org– opusieron resistencia a la coerción
de este nuevo ecologismo, en un sentido general, la influencia corporacionista en las
políticas de remediación ambiental establecidas por el Big Green durante la década de
1990, pueden ejemplificarse con el caso de la Nature Conservancy y el caso del EDF
(Fondo de Conservación Medioambiental).
Por otro lado, el aporte de la mirada proempresarial que el EDF imprimió en las
políticas y en la agenda de acción de la tercera ola del ecologismo es indiscutible. Al igual
que la Nature Conservancy, el EDF surgió como una organización que en sus inicios
estaba firmemente comprometida con la causa ambiental, procurando seguir la línea de
acción directa y confrontacionista que había propuesto Carson en su Primavera
Silenciosa (1962) y que había inspirado a toda una generación de ecologistas en la década
de 1970. Sin embargo para mediados de 1980, el refrescamiento generacional en la cúpula
directiva permitió que la organización replantee sus objetivos para hacerlos más afines a
las necesidades empresariales y mercantiles. Bajo el liderazgo de Fred Krupp –el nuevo
director de la EDF– la organización adoptó un posicionamiento muy ideológico que
54
MacDonald Christine, Green, Inc: “An Environmental Insider Reveals How a Good Cause Has Gone
Bad”, Guilford (Connecticut), Lyons Press, 2008, pág. 25
55
Joe Stephens, “Nature Conservancy Faces Potential Backlash from Ties with BP”, Washington Post, 24
de mayo de 2010
56
Janet Wilson, “Wildlife Shares Nest with Profit”, Los Angeles Times, 20 de Agosto de 2002
69
priorizaba las soluciones privadas basadas en mecanismos de mercado por considerarlas
inherentemente superiores a las meramente regulatorias. (Ibíd., pp. 236).
La lluvia ácida fue uno de los temas que mayor preocupación acarreaba en la opinión
pública estadounidense a finales de la década de 1980. Pero en lugar de presionar por una
solución que a través de una legislación obligue a las industrias a reducir las emisiones
de dióxido de azufre (el principal causante de la lluvia ácida), el EDF abogó por la
aprobación del primer sistema plenamente desarrollado de topes y comercio de derechos
de emisión (Ibíd.) Este suceso marcó un hito en la lucha contra el cambio climático puesto
que la aprobación de la EDF confería el sello ambiental que los proyectos de comercio de
emisiones necesitaban para ser aceptados en la escena política y en la opinión pública.
Por consiguiente, este acontecimiento fundó las bases para el actual cuerpo legislativo del
comercio de emisiones de carbono que se presenta como la solución insigne del Programa
de las Naciones Unidas para el Ambiente (PNUMA) e instauró los ejes de movilización
del ecologismo corporativista desde la década de 1990 hasta la actualidad.
Pero a pesar de esta situación, en el transcurso del siglo XXI eclosionaron varias
movilizaciones ambientalistas desvinculadas al paradigma dominante del ecologismo.
Estas movilizaciones agrupan a individuos directamente afectados por la expansión de la
industria (petrolera, minera, carbonera) en campañas para combatir la destrucción de sus
medios de vida y a activistas que pugnan por nuevas estrategias para reducir las emisiones
de GEI al mínimo recomendado por la ciencia del clima. Entre estas campañas, está el
movimiento por la desinversión en combustibles fósiles –lanzado por 350.org– que
presiona a empresas e instituciones a reconsiderar los acuerdos financieros que tienen con
esta industria por incurrir en prácticas éticamente irresponsables con la naturaleza; y el
movimiento blockadia, que es el nombre con el que Naomi Klein (2014) llamó a las
organizaciones de base social que oponen resistencia a las operaciones industriales
extractivistas –a través del sabotaje o del bloqueo– en aras de la defensa de territorios.
Sin embargo, debido a que el espectro político del debate sobre el cambio climático está
totalmente dominado por concepciones neoliberales, estas campañas simplemente
representan una efímera irregularidad.
71
La coalición política intergubernamental contra el cambio climático.
Como fruto de esta iniciativa, en 1992 se celebró la Convención Marco de las Naciones
Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), un organismo cuyo objetivo era fijar un
conjunto de políticas globales y construir una nueva conciencia ecológica en el imaginario
colectivo de la sociedad, con el propósito de limitar el aumento de la temperatura del
planeta. A su vez, la CMNUCC tiene como máxima autoridad a la Conferencia de las
Partes (COP) que al igual que la asamblea de las Naciones Unidas, es un órgano que reúne
anualmente a los países miembros en una cumbre para examinar las obligaciones
acordadas, facilitar el intercambio de información sobre las medidas adoptadas y evaluar
la evolución de los conocimientos científicos sobre el cambio climático.
57
Los gases son: dióxido de carbono (CO2), gas metano (CH4), óxido nitroso (N2O), hidrofluorocarbonos
(HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafloruro de azufre (CF 6)
72
mundiales de 1990.58 El protocolo de Kyoto fue ratificado en la decimoctava conferencia
de las partes (COP 18) en Catar hasta el año 2020, pero contó con un débil compromiso
por parte de los países industrializados, principalmente Estados Unidos (que
recientemente se retiró de las negociaciones del Acuerdo de Paris59).
58
Naciones Unidas (1998). «Protocolo de Kioto de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el
Cambio Climático»
59
El Acuerdo de Paris es una resolución tomada por el CMNUCC en la que se establecen nuevas medidas
para la reducción de GEI a través de las nociones de «mitigación», «adaptación» y «resilencia». Este
acuerdo entraría en vigor a partir del año 2020, cuando finaliza la vigencia del Protocolo de Kyoto.
60
El sentimiento de inevitabilidad que estructura las negociaciones políticas sobre el clima se genera a
pesar de que cada vez se publican más estudios que aseguran que actualmente el cambio climático puede
ser revertido. Algunos estudios proponen salidas radicales para revertir el cambio climático: como
reconfigurar la economía de mercado y el estilo de vida excesivamente consumista de los sujetos modernos.
En cambio, otro tipo de investigaciones proponen salidas más inmediatas a la crisis ambiental, a través de
la transición a energías renovables ecológicamente responsables. Por ejemplo, En 2009, Mark Z. Jacobson,
profesor de ingeniería civil y medioambiental en la Universidad de Stanford, y Mark A. Delucchi,
investigador científico en el Instituto de Estudios del Transporte de la Universidad de California en Davis,
elaboraron una hoja de ruta pionera y detallada sobre «cómo conseguir que el cien por cien de la energía
mundial, en el cien por cien de sus usos, sea suministrada por recursos eólicos, hídricos y solares, no más
allá del año 2030».
73
desencadenado por la expansión de la economía de mercado capitalista y la doctrina de
«progreso» que caracteriza a la cultura occidental.
Por otra parte, dado que el crecimiento económico se ha convertido en una prioridad
absoluta en las democracias modernas, la política mundial se muestra incapaz de construir
una hoja de ruta apropiada para remediar la crisis ecológica, debido a que hacerlo
significaría poner en cuestionamiento la factibilidad del funcionamiento de la economía
de mercado, esto es, en última instancia, poner en entredicho el dogma liberal de que el
capitalismo “es el mejor de los sistemas posibles”. En este sentido, el cambio climático
no se presenta como un problema de tercer orden en la agenda de los estados nacionales,
pero tampoco como un acontecimiento que amerite planificación inmediata y prioritaria,
debido a que para la política mundial, –indudablemente influenciada por el poder y el
capital empresarial– la subsanación de la crisis ambiental o de cualquier otro tipo de crisis
social, jamás puede ser concebida en detrimento del desarrollo de la economía. Es por
esta razón que para el poder político, encontrar un conjunto de medidas que solucionen
el problema ambiental pero que a la vez no interfieran en lo más mínimo con la actual
dinámica de la economía de mercado, se presenta como una tarea irrealizable.
El objetivo central del CMNUCC, tal como se expresa en el documento oficial, radica
en alcanzar la “estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la
atmósfera a un nivel que impida interferencias antropogénicas peligrosas en el cambio
climático” siempre y cuando se permita que “el desarrollo económico prosiga de manera
sostenible”61. Esto significa que las medidas que se propongan para solucionar el cambio
climático deben estar siempre subordinadas a las exigencias y necesidades de la economía
de mercado. De cierta manera, las negociaciones de las naciones para solucionar la crisis
ambiental estuvieron siempre atravesadas por el imperativo de no atentar contra la
vitalidad del sistema económico, puesto que en el mismo año en que se adoptó la
CMNUCC (1992) se selló el acuerdo para la creación del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN) y en 1995 se fundó la Organización Mundial del Comercio
(OMC) que entraba en la escena mundial como un nuevo organismo regulador del
comercio global, influyendo siempre en las deliberaciones de las naciones sobre la
cuestión ambiental.
61
Naciones Unidas (1992) «Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático»; p, 4
74
La crisis ambiental desde la mirada del marxismo ecológico y la
ecología política
Sin embargo, la ecología política “es un campo que aún no adquiere nombre propio;
por ello se le designa con préstamos metafóricos de conceptos y términos provenientes
62
Marina Fischer-Kowalski y Helmut Haberl: «El metabolismo socioeconómico» en Ecología Política Nº
19, 2000, pp. 21-34.
63
El metabolismo socioeconómico hace referencia a la cantidad de energía y materia prima que se utiliza
para poner en marcha a la sociedad global, y de la forma en que la humanidad se apropia de tales recursos,
así como las implicaciones de la consecuente generación de desechos.
75
de otras disciplinas para ir nombrando los conflictos derivados de la distribución desigual
y las estrategias de apropiación de los recursos ecológicos, los bienes naturales y los
servicios ambientales”. (Leff, 2003: 19) Por tal razón, la noción de «ecología política»
abarca una variedad de definiciones que ofrecen un énfasis distinto dependiendo del
momento y el estadio de evolución del concepto. Sin embargo, en términos generales, se
pueden entender que la ecología política:
76
La ecología política desde el sur global
64
G. Portocarrero: Manual de ecología política, gpv, La Paz, 2011; E. Gudynas: «La ecología política del
giro biocéntrico en la nueva Constitución de Ecuador» en Revista de Estudios Sociales No 32, 2009; M.L.
Eschengahen: «Retos de la ecología política» en Zero No 18, 2007; H. Vélez Galeano: Ecología política
de la energía. Ideas para el cambio, Censat Agua Viva / Amigos de la Tierra Colombia, Bogotá, 2006; M.
Pérez: «Dimensiones biofísicas del comercio exterior colombiano. Evidencias del intercambio
ecológicamente desigual para el periodo 1970-2002» en Economía Industrial No 352, 2003, pp. 95-120;
W. Porto Gonçalves: Geo-grafías. Movimientos sociales, nuevas territorialidades y sustentabilidad, Siglo
xxi, México, df, 2001; G.C. Delgado (coord.): Ecología política de la minería en América Latina, ceiich-
unam, México, df, 2010; L. Durand, F. Figueroa y M. Guzmán: La naturaleza en contexto. Hacia una
ecología política mexicana, ceiich-unam / crim-unam / Colegio de San Luis, México, df, 2012.
65
La «desnaturalización de la naturaleza» hace referencia a la expoliación de la forma de comprender la
«naturaleza» en un determinado momento histórico-cultural a partir de la inserción de un nuevo modo de
conocer lo exterior (el objeto) a través de la resemantización del concepto de «naturaleza».
77
luz las relaciones de poder que se entretejen entre los mundos de vida de las personas y
el mundo globalizado”. (Leff, 2003: 18)
En este sentido, la ecología política condensa una crítica mordaz a las corrientes
dominantes de pensamiento que alimentan la acción ecologista, porque a pesar de que
éstas últimas entretejen una urdimbre de saberes que complejizan a la naturaleza, “no
logran salir de la visión naturalista que, desde la biosociología hasta los enfoques
sistémicos y la ecología generalizada, no han logrado romper el cerco de naturalización
del mundo en el que la ley natural objetiva vela las estrategias de poder que han atravesado
en la historia las relaciones sociedad-naturaleza”. (Leff, 2003: 23) En este sentido, la
ecología política se erige como un campo académico que ofrece herramientas teórico-
conceptuales para la desnaturalización de la naturaleza en el ethos de las sociedades
contemporáneas. Por consiguiente, la ecología política es:
78
simbólico y del deseo del ser humano, en su diferencia radical con los otros seres vivos
que son objeto de la ecología”. (Ibíd.) Esto es lo que el teórico colombiano Arthuro
Escobar denomina «ecologías de la diferencia»66. Por consiguiente, la posibilidad de
construir una respuesta urgente al problema del cambio climático desde la ecología
política pasa a través de la creación de una nueva racionalidad articulada sobre la base
de una política de la diferencia; en la medida en que, –como propone Leff– seguimos la
interpretación que hace Derrida (1989) de la noción de diferencia, entendida no solamente
como la diferencia del aquí y el ahora, sino como abierta al tiempo y al devenir, al
“advenimiento de lo impensado y lo inexistente”. (Leff, 2003: 27) En este sentido, “la
política de la diferencia abre la historia hacia la utopía de la construcción de sociedades
sustentables diferenciadas.” (Ibíd.)
66
Escobar, A. “An Ecology of difference: equality and conflict in a globalized World” 2000. Mimeogr.
79
búsqueda de un nuevo proyecto libertario para abolir toda relación jerárquica y toda forma
de dominación”. (Ibíd.) La ecología política se funda en un nuevo pensamiento y en una
nueva ética: una ética política para renovar el sentido de la vida (Leff, 2002; PNUMA
2002). Por consiguiente, la ecología política propone una discusión interdisciplinaria cuya
tarea principal está enfocada en pensar alternativas de redención para las mayorías
excluidas y a la naturaleza a través de la disolución del poder de una minoría privilegiada.
80
comprender la devastación ecológica desde una óptica malthusiana. En efecto, desde que
el impacto humano sobre el planeta se sometieron al escrutinio científico, en la Europa
occidental de finales del siglo XVIII, se llegó a la conclusión que la humanidad ejerce
una influencia negativa sobre la naturaleza. A partir de ese momento, la explicación
central para la crisis socio-ecológica ha sido el argumento de Thomas
Malthus acerca del aumento poblacional, que explica que a medida que la población
mundial crece desproporcionalmente a la capacidad del sistema ambiental para
sustentarla, se genera una crisis tanto para los humanos (cuya población se diezmará a
causa de las hambrunas y enfermedades provocas por la escases de recursos) como para
la naturaleza (la cual ha sobrepasado su capacidad de autorenovación). Este ha sido un
argumento central en las principales obras que influenciaron significativamente el rostro
más radical del movimiento ecologista durante la década de 1970, como «Los límites del
crecimiento» (1972) del Club de Roma, en donde se recogen los postulados esgrimidos
por la ciencia, en especial la idea de que el “desproporcionado crecimiento poblacional”
es uno de los factores fundamentales que ocasionan la crisis ambiental.
81
Por otro lado, el segundo enfoque de la ecología apolítica es aquel que atañe soluciones
contra la degradación ambiental a través de difusión de tecnología, valorización de la
naturaleza no capitalizada y modernización de la gestión ambiental y estatal en favor de
la economía de mercado. En el interior de este enfoque se propone respuestas apolíticas
(soluciones de mercado, mejor gestión estatal, mecanismos tecnológicos y de
geoingeniería) a cuestiones extremadamente políticas (como la crisis socio-ambiental)
debido a que las discusiones que buscan soluciones para la degradación ambiental están
atravesadas por el compromiso que tiene el ecologismo y la política mundial con el
desarrollo económico. Para la ecología convencional, este enfoque sugiere tres principios:
1) la tecnología y las técnicas de las naciones occidentales desarrolladas deben difundirse
hacia el mundo subdesarrollado, 2) las empresas y los individuos deben estar conectados
a mercados más grandes y deben tener controles de propiedad más exclusivos sobre los
recursos ambientales (por ejemplo, tierra, aire, vida silvestre), y 3) para la conservación
de la naturaleza y la biodiversidad, los beneficios de estas eficiencias debe realizarse
institucionalizando alguna forma de valoración; los bienes ambientales como (…) el aire
(…) deben tener un precio adecuado en un mercado abierto. (Ibíd., pp. 19). Sin embargo,
para la ecología política las descripciones que surgen a partir de este enfoque “tienden a
ignorar la influencia significativa de las fuerzas económicas políticas (…) para ignorar
los problemas más fundamentales en la ecología contemporánea” (Ibid.) De esta manera,
en saber de Robbins, la ecología política rechaza el sentido apolítico de la ecología a partir
de la creación de una urdimbre interdisciplinaria de conceptos que construyen cinco
diferentes narrativas de este campo de pensamiento. Es decir que, en términos generales,
la ecología política –tanto la proveniente del “centro” como la de la “periferia”– se
interesa en cinco grandes temas: 1) degradación y la marginación; 2) conservación y
control; 3) conflicto ambiental y la exclusión; 4) temas ambientales e identidad y 5)
objetos políticos y actores
83
La mirada crítica del marxismo ecológico
El marxismo ecológico emerge como un campo académico que busca arrojar luz sobre la
relación entre la degradación de la naturaleza (y los conflictos socio-ambientales que le
subyacen) y los fundamentos del modo de producción y reproducción capitalista. Para
esto, utiliza un enfoque conceptual interdisciplinario que se nutre principalmente de las
vertientes teóricas del marxismo y la ecología, pero también se sirve de disciplinas como
la ecología política o la filosofía ambiental. El marxismo ecológico construye un cuerpo
teórico para la interpretación del surgimiento de la crisis ambiental en el marco del
capitalismo industrial. Más allá de apostar por la teoría, el ecomarxismo busca construir
un punto de partida crítico-organizativo para los movimientos ecológicos de base con el
objetivo de lograr que las batallas ecológicas produzcan un cambio socioeconómico
radical. La reflexión teórica del marxismo ecológico se basa en la premisa de que la
naturaleza es un punto de partida para el capital, pero no un punto de regreso, puesto que
el modo de producción capitalista utiliza a la naturaleza en una doble dimensión: como
grifo (económico), en cuanto esta provee la materia prima necesaria para poner en marcha
el ciclo de producción capitalista; y como sumidero, en la medida en que el entorno
natural acapara los residuos y desechos de la producción capitalista, los cuales generan
un enorme costo e impacto ambiental.67 Es por esta razón que la teoría ecológica marxista
se ocupa centralmente de analizar la degradación de las “condiciones de producción” en
el marco del modo de producción capitalista de las sociedades contemporáneas.
67
O’connor, J. (2001): “Causas Naturales: Ensayos de marxismo ecológico”, p. 221
84
problemas, si el eco –aún resonante– de la caída del muro de Berlín ha revestido a nuestra
época de una suerte de “atmósfera post-soviética”, en la cual toda propuesta política o
social de tinte marxista es automáticamente desechada por considerar que su vigencia es
caduca y que representa una “teoría superada”?;
Por tal razón, antes de embarcarse en la tarea de analizar los problemas ambientales
de nuestra época, los teóricos del marxismo ecológico se enfrentan a la difícil tarea de
intentar paliar la noción de tirar el niño junto al agua sucia que inagotablemente procuró
sepultar al legado conceptual de Marx. Para pensadores como James O’connor, Ignacio
Sabbatella, Joan Martinez-Alier y Elmar Altvater; en la actualidad el pensamiento de
Marx puede ser comprendido como un instrumento que no solamente ofrece un marco de
interpretación teórica sobre los rasgos fundamentales del espectro socioeconómico del
actual mundo capitalista hiperglobalizado, sino también como un dispositivo de análisis
que al dialogar con los preceptos teóricos de otras disciplinas, permite dar cuenta sobre
la relación indisociable entre la degradación ambiental y la especificidad del capitalismo
como un sistema destinado no a la satisfacción de las necesidades humanas, sino a la
creación de plusvalor.
85
Otro de los aspectos fundamentales del marxismo ecológico es su disposición por
profundizar la discusión teórica que envuelve a la relación naturaleza-sociedad. Para
embarcarse en esta tarea, el ecomarxismo parte desde la noción de que la relación entre
sociedad y naturaleza es mediada por el trabajo social, independientemente del modo de
producción que adopte una sociedad en un determinado momento histórico. Es decir, –en
este campo teórico, al igual que en el marxismo– el trabajo se comprende como la interfaz
material entre la sociedad y la naturaleza, o lo que es lo mismo, la relación entre la historia
natural y la humana está siempre mediada por el trabajo social. La forma en que se
organiza el trabajo social bajo determinado modo de producción tiene dos efectos: el
primero es que la alteración material del mundo empírico a manos del hombre conduce a
la creación de una “segunda naturaleza” o una “naturaleza humanizada”. El segundo
efecto es que se modifican las formas de la conciencia humana, de modo que los sujetos
se “naturalizan” en la concepción de dominar las leyes de la naturaleza para el
descubrimiento y desarrollo de nuevas formas de riqueza material, lo que provoca un
“desarrollo universal de la conciencia científica” y un “desencantamiento de la
naturaleza”. (O’connor, 2001: 20).
Este punto de partida teórico (la mediación que hace el trabajo social entre naturaleza
y capital) ha sido desatendido por los ecologistas; quienes han prescindido de toda mirada
socio-histórica para construir su comprensión de las alteraciones bio-físicas de la
naturaleza. Por su parte, los diferentes marxismos han pasado por alto la necesidad de
insertar la visión de la ciencia de la ecología para comprender las consecuencias y los
efectos del impacto humano (materializado en el modo de producción capitalista) sobre
la naturaleza, debido a que el materialismo histórico “ha hecho énfasis en la
transformación humana de la naturaleza, más que en las auto-transformaciones de ésta”,
y también “más que en las formas en que la misma transforma la historia humana” (Ibíd.)
Es decir, para el marxismo, el ciclo capitalista y la explotación del trabajo se consideran
más importantes que el ciclo de la vida y la explotación de la naturaleza. Es en este punto
que el marxismo ecológico ofrece una alternativa teórico-conceptual que busca
descontaminar la percepción excesivamente «antropocéntrica» del marxismo e incorporar
una dimensión histórico-social en la comprensión de los descubrimientos científicos de
la ecología que describen la crisis ambiental de nuestra época.
La óptica del marxismo ecológico permite columbrar que “la naturaleza se transforma
de maneras impredecibles al mismo tiempo que está siendo transformada por la actividad
86
material humana”68 y que las alteraciones antropogénicas de la naturaleza “contribuyen a
determinar las posibilidades y límites de la historia humana” (O’Connor, 2001: 21) Por
esta razón, a diferencia del “marxismo convencional”, en el marxismo ecológico se
atribuyen dos nuevas extensiones al materialismo histórico: una externa o “hacia fuera”,
en donde el “mat-hist”69 se desplaza hacia la naturaleza física, en el sentido de que la
historia natural de la “primera” naturaleza puede influir en la historia humana y viceversa,
de acuerdo con el marco temporal y las circunstancias; y una interna o “hacia dentro”, en
la cual el mat-hist debe abarcar la noción de que los cambios biológicos humanos y los
procesos socialmente organizados de reproducción de especie, por muy socialmente
mediados o construidos que estén, pueden influir en la historia humana y la historia
natural tanto como éstas en aquellos, también de acuerdo con el marco temporal y las
circunstancias. (Ibíd., pp. 22) En resumen, para el marxismo ecológico, el materialismo
histórico debe extenderse al dominio de la naturaleza biológica y física.
En lo que sigue, proponemos elaborar un esbozo sobre los temas centrales del
marxismo ecológico a partir del desarrollo de tres conceptos fundamentales: a) la segunda
contradicción del capitalismo, que explica la forma en que el capitalismo socava las
posibilidades de garantizar su permanencia al deteriorar la naturaleza y la vida material
de los hombres; b) la subsunción real de la naturaleza al capital, que explica el momento
en que el estado pierde todo poder de mediación entre la naturaleza y el capital, creando
un escenario en que el segundo somete sin restricciones al primero; y c) el capitalismo
como un sistema que acelera la entropía, que ofrece un diálogo entre las ciencias exactas
y las ciencias sociales para dar cuenta sobre la existencia de unas supuestas “leyes
naturales” que podrían explicar porque el capitalismo es un sistema que conduce a la
humanidad y a la naturaleza a la completa aniquilación. La selección de estos conceptos
posee un carácter más arbitrario que exhaustivo, pero no deja de responder a la pretensión
de establecer un bosquejo general que resuma los aspectos más esenciales del campo
teórico del marxismo ecológico.
68
Martin O’Connor (1989) “Codependency and indeterminacy: A critique of the theory of production”,
Capitalism, Nature, Socialism, p. 3
69
“Mat-hist” es una abreviatura que algunos pensadores marxistas utilizan para referirse al materialismo
histórico”
87
La segunda contradicción del capitalismo
Desde una perspectiva ecomarxista, las formas en las que el capitalismo industrial
«proletariza a la naturaleza humana», «enajena la fuerza de trabajo» y «capitaliza la
naturaleza externa y lo urbano», conducen irrefrenablemente a la devastación de las
condiciones de producción, lo que imposibilita la reproductibilidad de la vida material
humana. Esto significa que la segunda contradicción del capitalismo devela los procesos
mediante los cuales, en un momento determinado, el capitalismo construye sus propias
barreras –y por tanto, autoimpone sus propios límites– al deteriorar la naturaleza de la
que sirve para extraer los materiales necesarios para poner en marcha su producción, y al
devastar las condiciones ambientales necesarias para la reproducción de la fuerza de
trabajo de la que extrae plusvalor.71 Es decir, podemos entender a la «segunda
contradicción» como una dinámica inherente al capitalismo, a través de la cual, el
desarrollo de la técnica y de las fuerzas productivas crea las condiciones necesarias para
acelerar la lógica expansionista del capital a un ritmo increíblemente exponencial, hasta
llegar al punto en que el impacto ambiental que el capitalismo le provoca a la naturaleza
sobrepasa la capacidad regenerativa del planeta, lo que conduce a la devastación de las
«condiciones de producción». A su vez, la devastación de las condiciones de producción
representa la existencia de un «límite» natural y social para el «crecimiento ilimitado»
del capital.
Las «condiciones de producción» responden a una elaboración teórica que Marx
utilizó para referirse a todos los elementos que interfieren en la producción capitalista
pero que no son producidos como mercancías de acuerdo con las fuerzas del mercado o
70
James O’Connor es considerado como el padre fundador del marxismo ecológico. En esta obra, agrupa
múltiples ensayos para consolidar los conceptos que constituyen los fundamentos teóricos del marxismo
ecológico.
71
En esta investigación, la referencia al concepto de «plusvalor» se la aborda en el sentido que Marx le
otorga, entendida en términos simples como la valorización del “trabajo excedente”
88
la ley del valor, sin embargo, son tratados como tal. En este sentido Marx identificó tres
tipos de condiciones de producción: las condiciones personales de la producción, referida
a la fuerza de trabajo de los obreros; las condiciones naturales o físicas externas, que
alude a la naturaleza o a la “tierra”; y las condiciones comunales y generales de la
producción, entendida como la infraestructura física urbana, los medios de comunicación
y de transporte que se utilizan para completar el circuito de producción y circulación del
capital.
72
O’Connor, op. cit. p. 178
89
«naturales», “pueden definirse en términos de la contribución de la naturaleza a la
producción física, independientemente de la cantidad de trabajo que se aplique a la
producción” (Ibíd., pp. 178). Al igual que las condiciones personales, las condiciones
naturales son tratadas por el capital como mercancía, es decir, constituyen una «mercancía
ficticia». Y también como en el caso de las condiciones personales, a las condiciones
naturales no se les puede asignar un valor de cambio en estricto sentido, porque “no
funciona una ley de valor que haga que la tierra, el suelo, el agua y otros elementos
naturales estén disponibles para el capital en las cantidades requeridas, en el momento y
lugar precisos” (Ibíd., pp. 179). En el contexto de la época de Marx, las condiciones
naturales externas se medían en términos de “escasez natural” o de “límites naturales”.
En nuestros días, las condiciones naturales son analizadas en términos de viabilidad
económica y ecológica, y se toma en cuenta las implicaciones de factores como el efecto
invernadero, los costos de prevención de las lluvias ácidas, la calidad del agua y suelo,
etc. lo que implica que en el actual contexto del capital hiperglobalizado, el asunto de las
condiciones naturales “se está convirtiendo en un tema cada vez más importante para la
teoría económica actual, (…) debido a la capitalización de una “segunda naturaleza” de
alcance mundial por parte de corporaciones y bancos nacionales e internacionales” (Ibíd.)
90
producción”73. En este sentido, como con las otras condiciones, la infraestructura física y
social es concebida por el capital como mercancía, lo que las convierte en mercancías
ficticias. Además, al igual que en las anteriores condiciones, las condiciones generales
tampoco pueden ser interpretadas en términos de valor de cambio, porque “proporcionar
transporte y comunicaciones públicos no es algo que este directamente gobernado por las
fuerzas de mercado o por la ley del valor” y también porque “no hay ninguna garantía de
que la infraestructura y el espacio estén disponibles en forma de mercancía” (Ibíd., pp.
178)
El análisis de cada una de las condiciones nos sitúa ante el punto de partida teórico de
que las condiciones generales de producción no solamente se corresponden
consustancialmente con las fuerzas productivas, sino también, están atravesadas por
relaciones sociales de producción; en la medida en que “son producidas y reproducidas
dentro de relaciones definidas de propiedad, legales y sociales”. En este sentido, la
discusión sobre las condiciones de producción, escribe O’Connor, es un asunto teórico y
práctico crucial; porque “el descuido de la educación y la salud (por ejemplo,) de la
infraestructura y del ambiente natural, puede llevar a menoscabar sus poderes productivos
y por lo tanto, en forma indirecta, a la disminución de los poderes productivos del capital,
es decir, a la crisis económica” 74 (Ibíd.) En síntesis, el análisis de la forma en que se
73
O’Connor, op. cit. P. 171
74
Si bien es cierto que el capitalismo deteriora de forma sistemática sus propias condiciones de producción,
existe otro responsable de la destrucción de la naturaleza: el estado. El estado es una herramienta de
mediación entre la naturaleza y el capital. No obstante, el estado se ha visto incapaz de contener la tendencia
capitalista de agudizar la degradación de las condiciones de producción, debido a que el fundamentalismo
de mercado ha logrado desplazar su influencia y poder hasta las mesas de las negociaciones políticas sobre
el clima, asegurándose que las soluciones que se articulen desde esos espacios se elaboren bajo el
imperativo de nunca poner en peligro la salud de la economía mundial. Esto vuelve evidente el hecho de
que el estado está profundamente implicado en la crisis de la naturaleza; sin embargo, desde la perspectiva
91
estructuran las condiciones de producción nos puede decir dos cosas: la primera, es que
las condiciones de producción capitalista son, en última instancia, condiciones para la
vida misma (la humana y las demás). La segunda, es que la mediación que hace el estado
entre el capital y la naturaleza provoca una politización de las condiciones de producción
(fuerza de trabajo, naturaleza e infraestructura física y social).
77
Lo que desemboca en la reducción del salario hasta el mínimo socialmente necesario para la subsistencia
de los obreros y la reproducción de la fuerza de trabajo.
78
Esto se conoce también como «crisis de realización de las mercancías».
93
relaciones de producción, por un lado, y las condiciones de producción, por el otro”.
(Ibíd., pp. 200) Al igual que con la “primera” contradicción del marxismo tradicional,
esta también es una contradicción entre producción y realización de plusvalor. En la
segunda contradicción del capital, el problema radica en que “el poder de las relaciones
de producción y las fuerzas productivas capitalistas, combinadas, se autodestruye al
afectar o destruir sus propias condiciones, más que reproducirlas” (Ibíd., pp. 202).
Apropósito de la especificidad de esta investigación, el cambio climático es el más claro
ejemplo de como el capitalismo destruye sus propias condiciones de producción, puesto
que la alteración del sistema climático eleva la temperatura del planeta hasta el punto de
no solamente destruir los espacios naturales, sino toda forma de vida, incluida la humana.
En este sentido, la segunda contradicción del capitalismo conduce a una «crisis de
subproducción» o de liquidez.79
79
A diferencia de que en la concepción de Marx, la “primera” contradicción del capital conduce a una crisis
de sobreproducción o de «realización» de las mercancías; en el marxismo ecológico la segunda
contradicción desemboca en una crisis de «subproducción», debido a que el deterioro de las condiciones de
producción genera un doble efecto negativo para el capital: por un lado, la degradación del medio ambiente
conlleva una disminución de recursos que eleva considerablemente el costo de la cada vez más escasa
materia prima; y por otro, los costos para intentar reparar o mantener funcionales para el capital, tanto el
espacio natural como la infraestructura física y urbana, se elevarían en la medida en que la degradación de
las condiciones de producción se profundiza, hasta llegar al punto en que los costos de reparación y
restauración del ambiente (sus condiciones de producción) para poder continuar con la producción
capitalista (y generar utilidades), sobrepasarían la liquidez y la renta del capital. Es decir, llegados a este
extremo, la producción capitalista ya no sería posible ni factible. En esta concepción, siguiendo a O’Connor,
no introducimos la categoría de «escasez» en su relación con la teoría de la crisis económica desde una
perspectiva neo-malthusiana, sino desde un enfoque marxista; debido a que la posible escasez a la que nos
conduzca la crisis ecológica no respondería “a un desmedido crecimiento demográfico” (como aseguran
los enfoques de corte neo-malthusiano), sino al deterioro de los recursos y el entorno natural en donde se
producen.
80
Como hemos visto hasta ahora, la crisis económica puede asumir la forma de «crisis de realización» o
«crisis de liquidez»
94
económica (con el objetivo de defender los beneficios o evitar pérdidas), los capitales
individuales reducen los costos de producción externalizándolos hacía las condiciones de
producción (naturaleza, fuerza de trabajo y/o lo urbano), de modo que producen un efecto
no deseado: “elevar el costo de otros capitales (y en el caso extremo, del capital en su
conjunto)” (Ibíd., pp. 211) y, por consiguiente, reducir los beneficios producidos. Esto
puede ser interpretado en términos de los crecientes costos de reproducción de las
condiciones de producción81, o dicho de otra forma, en los costos que el capital debe
asumir para acceder a las condiciones de producción.
81
El costo de la reproducción de las condiciones de producción, es decir, el costo de tener acceso inmediato,
en el momento y el lugar requeridos, a la naturaleza, la fuerza de trabajo y la infraestructura urbana y social;
se ejemplifica, entre otras cosas, con “el costo cada vez más creciente en salud que se requiere para las
relaciones laborables y familiares capitalistas”, “las inmensas sumas que se gastan como resultado del
deterioro medio social (e.g. la policía)”; las grandes cantidades que se invierten para “impedir mayor
destrucción ambiental y para limpiar o reparar el legado de destrucción ecológica del pasado; el costo de la
basura y el manejo de desechos tóxicos” (O’Connor, 2001), y también, la incuantificable suma que se utiliza
para mantener la gobernabilidad del estado capitalista, así como el costo de desarrollar “posibles
soluciones” tecnológicas para la restauración del medio ambiente. En este sentido, “es concebible que el
gasto total asignado para proteger o restaurar las condiciones de producción pueda ascender a la mitad o
más del producto social total: todos gastos inmediatamente improductivos desde el punto de vista del capital
en expansión” (Ibíd.)
95
desemboca en la elevación de los costos de otros capitales, y en un sentido general, en un
aumento en el costo de reproducción de las condiciones de producción.
82
En efecto, en el mencionado artículo, la elaboración del concepto «subsunción de la naturaleza al capital»
solamente aborda la noción de una «subsunción real» en la naturaleza; pasando por alto –puesto que solo
se limita a mencionar– la existencia de una forma previa de subsunción: la formal.
96
trabajo al capital, presentes en la obra de Marx; con el objetivo de arrojar luces sobre la
relación existente entre la subsunción del trabajo y la subsunción de la naturaleza, y sobre
cómo, en última instancia, es la tecnología el factor determinante en la transición del
modo de subsunción formal del trabajo y la naturaleza, a un modo de subsunción real, o
absoluto.
Por otro lado, la segunda etapa del proceso de acumulación del capital se inicia a partir
de la irrupción de varios factores, como la agudización de la competencia intercapitalista
y la reestructuración fabril generada sobre la base de las revoluciones industriales y
tecnológicas producidas en Europa desde la segunda mitad del siglo XVIII. Por
consiguiente, esta etapa reúne las condiciones necesarias para provocar una ruptura
radical con la anterior estructura productiva. La implementación de maquinaria industrial
y de medios técnicos avanzados en el proceso de producción desencadena la aparición y
83
La generación de plusvalía absoluta es la primera forma de extracción de plusvalor del capital, y se
produce a raíz de la prolongación de la jornada laboral.
97
profundización de la «división del trabajo». En consecuencia, la cada vez más marcada
división de trabajo generada por la incorporación de tecnología en el proceso de
producción deviene en la desfragmentación del saber de oficio, es decir, en el fin del
reducido nivel de dependencia que el proceso productivo tenía sobre el conocimiento y
la habilidad manual de los trabajadores.
84
La plusvalía relativa se produce al reducir el tiempo de trabajo necesario para producir una mercancía,
lo que conduce consecuentemente al aumento del tiempo de trabajo excedente de los obreros.
98
la subsunción de la naturaleza puede ser dividida en dos fases distintas: una «formal» y
una «real».
En cambio, del mismo modo que con la subsunción real del trabajo, la «subsunción
real de la naturaleza al capital» se produce en el momento en que la producción se
industrializa. En este periodo, el desarrollo de la técnica permite insertar maquinaria y
medios tecnológicos avanzados en el proceso productivo, lo que abre paso a la posibilidad
de reducir drásticamente los tiempos del capital, expandir aceleradamente los límites de
la producción y, en suma, capitalizar espacios no capitalizables en ese entonces. No
obstante, la industrialización de la producción capitalista constituye solamente un primer
momento en la subordinación absoluta de la naturaleza a los intereses del capital, puesto
que existe un segundo momento en donde la subsunción real de la naturaleza al capital se
materializa por completo, saber: el instante en que el capital supera los obstáculos
restantes para subsumir totalmente a la naturaleza gracias al proceso de desregulación
estatal de las condiciones de producción.
En efecto, hasta mediados de los años setenta, los recursos naturales geopolíticamente
estratégicos (como el petróleo, las minas, el agua y la tierra) eran protegidos y controlados
por los estados nacionales. Sin embargo, con la llegada de la llamada larga noche
neoliberal, “se instituyen políticas de desregulación y liberalización de los mercados de
bienes naturales y la privatización de empresas públicas que administraban aquellos. De
esta manera, el Estado traspasa al mercado funciones clave en la regulación de las
99
condiciones de producción, al tiempo que omite controles para la protección del
medioambiente” (Sabbatella, 2010: 75). Es en este punto (cuando se reúnen ambas
condiciones: tanto el desarrollo de nuevos y eficaces mecanismos técnicos para explotar
la naturaleza, como el proceso de desregulación estatal de las condiciones de producción)
que tiene lugar la «subsunción real de la naturaleza al capital». En este contexto, la
naturaleza “es un punto de partida para el capital, pero no (…) un punto de regreso” puesto
que adquiere una doble dimensión: “es un grifo económico y también un sumidero [en
donde se almacenan los residuos no deseados de la producción], pero un grifo que puede
secarse y un sumidero que puede taparse [...] El grifo es casi siempre propiedad privada;
el sumidero suele ser propiedad común” (O’Connor 2001: 221).
La «entropía» es un concepto elaborado por primera vez por el físico alemán Rudolf
Clausius en la década de 1850 y formulado matemáticamente por el físico húngaro
Ludwig Boltzmann en 1877. La entropía se constituye como la ley fundamental del
segundo principio de la termodinámica.85 El concepto de «entropía» puede abordarse
desde dos ramas distintas de la física: la mecánica estadística y la termodinámica. Vista
desde la mecánica estadística, la entropía hace referencia a dos principios. Por un lado,
hace alusión a la «irreversibilidad» de los fenómenos físicos, (si un cigarrillo es encendido
85
El segundo principio de la termodinámica es uno de los cuatro pilares fundamentales de la termodinámica.
Este principio establece la noción de irreversibilidad de los fenómenos físicos, especialmente cuando hay
intercambio de energía entre varios sistemas termodinámicos, y determina el concepto de «entropía». En
su definición axiomática, el segundo principio de la termodinámica expresa que la cantidad de entropía en
el universo tiende a incrementarse con el tiempo.
100
es imposible regresarlo a su estado original) y por otro, a la decantación del universo por
el «caos» y el «desorden», es decir, a la tendencia del universo por emplazar la materia y
la energía en estados desordenados. Desde este segundo principio, la entropía mide el
grado de desorden que –a la luz de la percepción humana subjetiva– se puede observar en
un determinado sistema86 del mundo material. Si tomamos por ejemplo, un plato de
porcelana, se observa que las partículas que lo componen están agrupadas de forma
ordenada, de modo que en su conjunto, construyen la forma del plato (sistema ordenado).
En cambio, si el plato es arrojado al suelo, esté se desfragmentará, lo que implica que las
partículas que antes componían su forma estarán en un alto grado de desorden. Esto se
traduce en que mientras mayor sea el grado de desorden de un sistema, mayor será la
producción de entropía.
Por otro lado, aplicada desde la termodinámica, la entropía es una suerte de “ley
física”87 mediante la cual, la energía existente en un sistema tiende a dispersarse
equitativamente a través del mismo, hasta llegar al denominado punto de «equilibrio
térmico». Por ejemplo, si se pone en contacto dos cuerpos de metal a diferente
temperatura, lo que ocurrirá es que el cuerpo de mayor temperatura se enfriará, y el de
menor temperatura se calentará, y pasado el tiempo necesario, siguiendo el principio cero
de la termodinámica, ambos cuerpos se equilibrarán térmicamente con el ambiente en el
que se encuentren88. Así mismo, en esta rama de la física la entropía se configura como
una magnitud que permite calcular el porcentaje de energía que necesariamente se pierde
86
En física, un sistema es “cualquier colección de materia que se quiera estudiar, o sea aquella en que
concentramos nuestra atención en un momento dado. Un sistema puede ser un átomo, una molécula, un
compuesto, una célula, un organismo, una cámara fotográfica, un televisor, un insecto, una flor, toda la
Tierra, la sociedad, una ciudad, una galaxia, el sol. En fin cualquier pedazo de materia que elijamos es un
sistema; todo el resto de materia y energía existentes en el cosmos constituyen los alrededores de ese
sistema. La estabilidad de un sistema depende básicamente de la entropía”. (Cesarman: 1982)
87
La acepción de «ley física» se escribe entre comillas debido a que la realidad fáctica material (la totalidad
tal cual se nos es dada en la inmediatez de nuestra experiencia sensible) puede ser interpretada de formas
diferentes dependiendo la rama de la física desde donde se la evoque. Por un lado, para la física clásica, los
principios que determinan el comportamiento de todo lo que ocurre en la realidad empírica (e.g. los objetos,
los cuerpos celestes, el universo en su totalidad) están regidos y determinados por un conjunto de «leyes
física universales» preestablecidas apriorísticamente. Por otro, para la mecánica estadística y la física
cuántica, el “pasar de las cosas que pasan” de la realidad empírica no está sujeto o precondicionado por la
existencia de un conjunto de “leyes físicas”, debido a que la especificidad con la que ocurren los fenómenos
en el universo responde a un orden probabilístico de las cosas. Esto se conoce como «decoherencia
cuántica».
88
El «equilibrio térmico» es la equiparación de temperatura entre dos cuerpos o sistemas, y hace referencia
al principio cero de la termodinámica, el cual expresa que si un sistema A, está en equilibrio térmico con
un sistema B, y el sistema B a su vez, está en equilibrio térmico con un sistema C, entonces A y C están
también en equilibrio térmico.
101
al producir trabajo89 (transferir energía), debido a que es imposible intercambiar energía
entre sistemas (o producir trabajo) con un cien por ciento de efectividad90. Es decir, la
entropía, o mejor dicho, su maximización, es el causante de que la energía (y
consecuentemente la materia) se deteriore (o se pierda) –independientemente de si lenta
o aceleradamente– con el paso del tiempo.
Esto pone de manifiesto el carácter caótico del universo y la imposibilidad de que algo
permanezca inmutable eternamente en su interior: en un punto en el tiempo, todo tiende
a destruirse; todo tiende a completar el equilibrio caótico de la entropía. En el caso de la
humanidad, si esta no destruye a la Tierra (y con ella, a la mayoría de las especies y
formas de vida) a través de un desastre nuclear o del cambio climático –y se autoextinga
en el proceso–, en miles de millones de años se exterminará con la explosión del sol. De
acuerdo a observaciones recientes91, el total de la materia y la energía (es decir, el material
a partir del cual están formados los elementos químicos, las estrellas, los planetas, la vida
orgánica y todo lo que conocemos) representa solamente un 4% del total del universo
observable. Cuando toda esta energía se haya dispersado, una vez transcurrido el tiempo
suficiente, el universo habrá alcanzado su máxima entropía, lo que lo conducirá
89
En física, el trabajo es una «transferencia de energía», lo que desemboca en un cambio en la energía
interna almacenada en un sistema.
90
El proceso de trabajo que puede resultar de cualquier sistema termodinámico (como una máquina a vapor
o un automóvil) implica necesariamente siempre una pérdida de energía
91 Gary Hinshaw (2006). NASA WMAP, ed. “What is the Universe Made Of?”
102
inevitablemente hacía su propia destrucción. Esto se conoce como la hipótesis de la
«muerte térmica del universo».92
A pesar de este panorama desolador, sin embargo, existen sistemas que en mayor o
menor medida, poseen la capacidad de contraponerse a los flujos entrópicos del universo.
Estos sistemas son, en esencia, los sistemas orgánicos que conocemos con el nombre de
vida. La vida se opone a la entropía en la medida en que permanentemente está creando
mecanismos a través de los cuales, ralentiza la incorporación de la materia y la energía al
equilibrio caótico y el desorden del universo93. Estos mecanismos, se traducen en la forma
en que la distribución de los elementos y compuestos bioquímicos construyen las
situaciones de profundo desequilibrio94 que permiten el surgimiento de las innumerables
especies y formas de vida que, en su conjunto, constituyen la biosfera de la Tierra. Desde
la óptica de las ciencias biofísicas, dadas las condiciones altamente caóticas de la
naturaleza del universo, el surgimiento de la vida (y peor aún, el surgimiento de vida en
extremo compleja y organizada, como la de la Tierra) es un acontecimiento altísimamente
improbable; puesto que se requieren condiciones abrumadoramente excepcionales
(agrupamientos moleculares altamente improbables) para que la vida pueda surgir.
Respecto a esto, a finales del siglo pasado, “Boltzman redefinió elegantemente la entropía
diciendo que era la medida de la probabilidad de una distribución molecular. Esta
definición, que quizá al principio pueda parecer oscura, (…) implica que, allí donde
aparezca un agrupamiento molecular altamente improbable, existirá casi con certeza la
vida o algunos de sus productos” (Lovelock, 1985: 34) En este sentido, la vida es una
suerte de «anomalía» neguentrópica del orden caótico del universo, cuyo telos –si se le
quiere atribuir alguno– radica en evitar la mayor cantidad de tiempo posible la
92
La hipótesis de la muerte térmica –propuesta por William Thomson, Rudolf Clausius y Hermann von
Helmholtz– se fundamenta en la segunda ley de la termodinámica, que dice que en un sistema aislado, la
entropía tiende a aumentar. Si el universo perdura durante el tiempo suficiente, llegará asintóticamente a
un estado en el que la energía se distribuiría uniformemente y al no haber gradientes de calor, ya no sería
posible la última de las posibles formas de transformarla. (tomado de Wikipedia)
93
La entropía se refiere al grado de distribución de la energía que existe en un sistema, entre más
uniformemente distribuida se encuentre la energía, mayor será la entropía del sistema. La muerte del sistema
compuesto por materia viva significa la integración de dicho sistema al medio ambiente, el logro de su
máxima entropía al incorporarse y alcanzar el equilibrio y la estabilidad a que tiende el resto del universo.
Esta fuerza entrópica del cosmos hace que sea más probable estar muerto que estar vivo. (Cesarman: 1982)
94
El equilibrio químico, en saber de Lovelock, representa una situación en la que no habría energía
disponible para que los elementos químicos puedan interactuar y combinarse entre sí. En última instancia,
el equilibrio químico, y el equilibrio termodinámico, volvería imposible el surgimiento de la vida. Por tanto,
un estado de «desequilibrio químico» es aquel que mantiene inalterada una distribución molecular
altamente improbable que permitiría extraer energía para llevar a cabo las operaciones necesarias para la
vida.
103
incorporación de la materia y la energía que la componen al equilibrio de la entropía
absoluta. La interpretación de las formas de vida o «seres vivos» como estructuras
disipativas alejadas o contrapuestas al flujo del equilibrio entrópico fue propuesta por
Richard Feynman a mediados del siglo XX y desarrollada posteriormente por el físico
belga (nobel de química de 1977) Ilya Prigonine.
95
“Utilizo a menudo la palabra Gaia como abreviatura de la hipótesis misma, a saber: la biosfera es una
entidad autorregulada con capacidad para mantener la salud de nuestro planeta mediante el control el
entorno químico y el físico” (Lovelock, 1985: 16)
96
Para la biología, la vida en el planeta ha existido desde hace al menos 3700 millones de años, lo que
sugiere una organización y un uso altamente eficientes de la energía en el entorno natural: es decir, el
metabolismo de la naturaleza ha creado una estructura totalmente eficaz del ciclo de reproductibilidad de
la vida.
97
“Como es bien sabido, una pequeña muestra de levadura, convenientemente vertida en el zumo de la uva,
aprovechará la enorme abundancia de azúcares del ambiente para reproducirse a un ritmo exponencial, y
en el proceso, también exponencialmente, agotará los recursos que la hicieron medrar tan rápidamente y
aumentará la cantidad de alcohol, que a la postre convertirá el ambiente en excesivamente tóxico para el
microorganismo y le condenará a su colapso y extinción. No se puede negar la enorme fuerza de la
comparación entre la levadura y la Humanidad: un exceso de recursos les lleva a crecer alocadamente y al
final el ambiente degradado que ellas mismas han generado les lleva a sucumbir completamente”. (Turiel,
A, 2017: “Siervos de la Entropía”, entrada del blog “The oil Crash”)
104
El sistema social de la humanidad, al igual que cualquier otro sistema dinámico,
requiere de un flujo de energía para su funcionalidad. La forma en que los sistemas
sociales utilizan la energía para su reproductibilidad determina la especificidad de su
«metabolismo social». El metabolismo social se refiere, por un lado, a la productividad
material (alimentación, vivienda, ropa, infraestructura, etc.), y por otro, a la productividad
de energía necesaria para poner en marcha el movimiento de los sistemas sociales. Es
decir, el metabolismo social mide el grado de interacción y el nivel de intercambio de
materia y energía entre sociedad y naturaleza. Precedentemente a la «colonización de la
naturaleza»98 y a la subsunción de la naturaleza al capital, el intercambio de materia (la
extracción de recursos y el posterior depósito de los residuos de la producción) y energía
(el “combustible” de la cultura) entre sociedad y naturaleza estaba sujeto a estrictas
condiciones naturales, dando lugar a una suerte de «metabolismo primitivo»99. Desde el
paso de los pictogramas a la escritura, y de la recolección-cacería a la producción, la
relación del hombre con la naturaleza y su consecuente intercambio de flujos materiales
y energéticos se complejiza de tal manera que crea las condiciones necesarias para el
surgimiento de nuevas formas de organización metabólica. Siguiendo la propuesta de
Fischer y Haberl100, estas nuevas estructuras metabólicas (que reflejan diacrónicamente
la especificidad y el modo en que el hombre intercambia materia y energía con la
naturaleza en un contexto histórico determinado) son el metabolismo básico101 y el
metabolismo ampliado102. Desde siempre, el mayor problema del metabolismo básico
98
En este apartado seguimos la definición de «colonización de la naturaleza» que hacen Fischer y Haberl
en su artículo “El metabolismo socioeconómico” (2000) y la entendemos como la transformación del
mundo natural a manos del hombre con el fin de mantener su metabolismo y optimizar su utilidad social.
Y más específicamente, como “las actividades sociales que deliberadamente cambian importantes
parámetros de los sistemas naturales y los mantienen activamente en un estado diferente de las condiciones
que reinarían en ausencia de estas intervenciones” (Fischer-Kowalski et al. 1997).
99
Por «metabolismo primitivo» entendemos a la escasa entropización del ambiente que devino del
intercambio de materia y energía entre la naturaleza y las formas de organización social que preceden a la
revolución neolítica y el aparecimiento de la escritura, es decir: las formas socio-culturales prehistóricas.
100
Marina Fischer-Kowalski y Helmut Haberl trabajan en el Departamento de Ecología Social del
Interdisciplinary Institute of Research and Continuing Education (IFF) en Viena
101
El metabolismo básico es aquel que “se sustenta en la reproducción natural de los recursos: el agua
dulce, el aire, y la biomasa vegetal o animal. Para cada uno de estos recursos existe un «mecanismo natural
de reciclaje» que transforma la liberación de desechos del metabolismo social en recursos nuevamente
utilizables”. (Fischer-Haberl, 2000: 22) Este metabolismo ha sido el predominante desde la revolución
neolítica. A la vez, este tipo de metabolismo revela que la mayoría de las culturas y sociedades humanas
han garantizado su supervivencia a través de la extracción de «fuentes renovables» presentes en la biosfera.
102
Una sociedad se caracteriza por tener un «metabolismo ampliado», cuando incurre en la “movilización
de recursos desde fuera de la biosfera, los denominados «recursos no renovables», como los combustibles
fósiles, los metales y otros minerales de yacimientos geológicos”. (Ibíd.) Es decir, el metabolismo ampliado
consiste en la extracción de recursos no renovables con una intensidad mayor a la de su ritmo de reposición
natural.
105
(organizado en torno a la colonización de la naturaleza) de los sistemas sociales fue la
escasez. Sin embargo, el problema de la escasez se soluciona cuando los sistemas sociales
transitan al metabolismo ampliado (organizado en torno a la subsunción de la naturaleza),
debido a que el desarrollo de las fuerzas productivas por un lado, y el avance de la ciencia
y la tecnología por el otro, ofrecen las condiciones necesarias para la aparición de técnicas
que permiten extraer materiales y energía de lugares que antes eran inaccesibles. No
obstante, superar las crisis de escasez de recursos conduce a otros problemas, siendo el
principal de ellos el deterioro del entorno natural.
Hasta este punto, podemos hacer dos afirmaciones. La primera, es que el surgimiento
del metabolismo ampliado es un epifenómeno de la modernidad Occidental, debido a que
es en este contexto histórico en donde emergen las condiciones necesarias (cosificación
de la naturaleza por la razón moderna-instrumental, desarrollo de la ciencia y tecnología
como departamentos del capital, etc.) para desarrollar los mecanismos que le permiten a
la humanidad acceder a recursos y energía que antes desconocía (como el petróleo). La
segunda es que al ser un epifenómeno de la modernidad Occidental, evidentemente, el
metabolismo ampliado es a la vez un fenómeno capitalista que se profundiza
intensamente a partir de la revoluciones científica e industrial. Esto significa que desde el
momento en que las sociedades modernas se organizan en torno al modo de producción
capitalista industrial, se insertan en una dinámica que intensifica cada vez más su
metabolismo ampliado, lo que, en última instancia, desemboca en un aumento del
intercambio de materia y energía entre la sociedad y la naturaleza. Es precisamente en
este punto en el cual la humanidad (organizada bajo el modo de producción capitalista)
se convierte en otro ejemplo de la paradoja que acarrea que una especie tenga demasiado
éxito en el acceso a los recursos, debido a que, en el contexto del capitalismo
hiperglobalizado, se evidencia que la sobreexplotación capitalista de materiales y energía
necesarios para el funcionamiento de las sociedades tardomodernas ha sobrepasado la
capacidad planetaria de renovar los recursos y de procesar los residuos de la producción,
poniendo en grave riesgo el entorno natural (las condiciones de sustentabilidad y
reproductibilidad) de la humanidad y de la mayoría de las especies vivas del planeta.
En este sentido, debido a que no existe ningún tipo de regla (estatal o empresarial) que
imponga un límite a la acumulación del capital, por un lado, y que el desarrollo de las
fuerzas productivas y la tecnología permitan amplificar la extracción de recursos e
intensificar la producción de valores de uso, por el otro; los patrones de acumulación y
reproducción del capital han exacerbado profundamente el desequilibrio metabólico del
planeta desde la segunda mitad del siglo XIX, en la medida en que la demanda de
materiales y energía que se necesita actualmente para suplir las necesidades de las
sociedades posindustriales ha sobrepasado el límite de sustentabilidad del entorno natural,
de modo que para cubrir las demandas de la humanidad el día de hoy, se necesitarían 1.6
planetas Tierra105. La valorización del valor como telos del capital, el fundamentalismo
103
Turiel, A, 2017: “Siervos de la Entropía”, entrada del blog “The oil Crash” s/p
104
Un acercamiento a esta idea se localiza en el trabajo de Sabbatella, cuando afirma que “durante el
proceso de trabajo, el hombre se vale de materias primas brindadas por la naturaleza, al tiempo que genera
outputs indeseados que vuelven como deshechos al medio natural. Hay una producción de entropía, como
afirmara Ilya Prigogine. Es decir que el trabajo, como relación de intercambio entre la sociedad y la
naturaleza, involucra inevitablemente una transformación de materia y energía que no son aprovechadas en
su totalidad, y parte de ellas se pierde”. (Sabbatella, 2010: 73)
105
Según el informe “Planeta Vivo”, desde el 2016, la humanidad consume una cantidad de recursos
naturales equivalentes a 1.6 planetas; y de seguir la tendencia, para el 2020 se necesitaran 1,75 planetas, y
2,5 en 2050.
107
de mercado, la reducción de los tiempos del capital, las revoluciones científicas y
tecnológicas del siglo XX, el grado de influencia y el poder de los grupos transnacionales
y corporaciones, los nuevos patrones de acumulación, el surgimiento de las sociedades
de consumo, la liberalización y desregulación estatal de las condiciones de producción, y
la capitalización de la naturaleza; son, entre otros, algunos de los fenómenos que al
entretejerse, establecen las condiciones que posibilitan que el capitalismo pueda expandir
ilimitadamente la acumulación de capital a través de la sobreexplotación de los recursos
naturales sin tener en cuenta el límite de la sustentabilidad planetaria y el deterioro de las
condiciones de producción.
108
La crisis ambiental observada desde la tradición filosófica del liberalismo
106
En principio, y en cuánto al hecho de que el pensamiento liberal está apoyado en los fundamentos de la
razón natural e instrumental, el liberalismo es, por antonomasia, antropocentrista. Esta idea se esclarecerá
en las siguientes páginas.
107
No es una relación causal directa en la medida en que existen al menos dos diferentes corrientes de
pensamiento liberal, sobre las que necesariamente habría que diferenciar, a saber: el liberalismo político y
el liberalismo económico. La cosmovisión y las doctrinas de este último, según el autor, son los causantes
del manejo irresponsable de la naturaleza y el deterioro ambiental.
109
sentidos que se le atribuyen en la tradición liberal. En este sentido, el liberalismo se
constituye a través de cuatro principios fundamentales:
El liberalismo afirma, en primer lugar, el valor intrínseco y la dignidad de todos los seres
humanos, tal y como recoge una de las formulaciones del imperativo categórico kantiano:
“obra de tal modo que te relaciones con la humanidad, tanto en tu persona como en la de
cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio”. En segundo lugar, el
liberalismo mantiene un compromiso innegociable con la libertad individual que
fundamenta, a su vez, una concepción limitada del gobierno cuya función esencial sería
salvaguardar las libertades y los derechos civiles. (…) En tercer lugar, las libertades de los
individuos se sustantivan en ciertos derechos, como las libertades de expresión, de
conciencia y de asociación, el derecho de voto y el derecho de posesión, uso y disfrute de
la propiedad privada. Por último, el liberalismo entiende que el régimen político debe
garantizar la libertad económica, fomentar la iniciativa privada para crear empresas y
asegurar que la actividad económica se rija por las leyes de un sistema de mercado libre,
donde puedan intercambiarse bienes y servicios a precios fijados en función de la oferta y
la demanda. El gobierno, por lo tanto, ha de abstenerse de intervenir en la esfera económica
para no afectar al buen funcionamiento del sistema de precios. (Arribas, 2010: 5)
110
tanto, el crecimiento económico– no sólo no pueden estar por encima de las libertades
individuales –entendidas desde esta visión como el acceso a una vida digna– sino que
pueden ser modificadas en la medida en que estriben en alcanzar los valores
fundamentales del pensamiento liberal. En cambio, para el liberalismo económico los
cuatro valores (libertad, dignidad (igualdad) y derechos por un lado, y libertades
económicas por el otro) son indisociables, no se pueden ordenar jerárquicamente y
ninguno puede subsumir a otro. Para el liberalismo económico, mientras existan
condiciones favorables para la realización de las libertades económicas, los valores
morales y políticos se “materializarán por añadidura”. Para esta visión ideológica, “los
derechos civiles no se respetan cuando la acción del Estado restringe la libertad en la
esfera económica. Por esta razón [el liberalismo económico] defiende un capitalismo
basado en el libre mercado y políticas de intervención mínima por parte de los gobiernos,
que han de limitarse a velar por el buen funcionamiento de la competencia económica”
(Ibíd.) Esto pone de manifiesto el carácter prominentemente utilitarista del liberalismo
económico, puesto que, en su visión, “solo una economía basada en el libre
funcionamiento de los mercados competitivos proporciona niveles crecientes de bienestar
para el mayor número de individuos” (Ibíd., pp. 6)
Ahora, la necesidad de distinguir estas dos dimensiones del liberalismo radica en que,
para este autor, efectivamente, existe la posibilidad de pensar la crisis ambiental de
nuestra época desde la visión teórico-filosófica del liberalismo. Para aquello, esta apuesta
se sustenta en la idea de que, dado que el cambio climático es, según la evidencia
científica, un hecho innegable e inevitable, (que provocará desastres naturales, escases de
recursos; agravará los actuales problemas sociales y dará paso a otros que, con el tiempo,
al entretejerse con las anteriores, en el peor de los casos, conducirán a un colapso
económico inminente, que desencadenará una crisis social y civilizatoria sin precedentes)
debe ser tomado en cuenta y examinado detenidamente por el liberalismo ético-político
con absoluta seriedad; a razón de que –en la comprensión contemporánea del pensamiento
liberal–, la tarea de garantizar los principios fundamentales del liberalismo (libertad,
dignidad y derechos) a los individuos es posible solamente si, como condición previa, se
tiene en cuenta la necesidad de mantener un entorno natural saludable, que no esté bajo
la amenaza de una inminente crisis ecológica.108 Dicho de otra forma, si se agravara aún
108
Esta posibilidad de abordar la crisis ambiental desde el liberalismo pone de manifiesto que “no existe
una continuidad necesaria entre las recetas económicas que configuran los sistemas capitalistas y los valores
111
más el deterioro ambiental, no habría sustento para garantizar ninguno de los principios
fundamentales del liberalismo.
En efecto, una rápida revisión de los «Tratados sobre Gobierno Civil» (2006) de
Locke (el «padre» del liberalismo) es suficiente para dar cuenta sobre cómo los principios
sobre los que reposa el derecho a la propiedad en el liberalismo, son a la vez los
fundamentos que legitiman la explotación, dominación y sometimiento de la
naturaleza.109 La defensa que hace Locke sobre el derecho natural a la propiedad privada
“es frecuentemente citada como una muestra del sesgo fuertemente antropocéntrico e
instrumentalista del liberalismo” (Arribas, 2010: 7) En esencia, ese sesgo
“antropocéntrico e instrumentalista” se rastrea a lo largo de toda la disertación sobre la
propiedad, en el Segundo Tratado sobre Gobierno Civil, cuando por ejemplo, Locke
afirma que:
Dios, que ha dado en común el mundo a los hombres, también les ha dado la razón, a fin
de que hagan uso de ella para conseguir mayor beneficio de la vida, y mayores ventajas.
La tierra y todo lo que hay en ella le fueron dados al hombre para soporte y comodidad
de su existencia. (…) Todos los frutos que la tierra produce naturalmente, así como las
ético-políticos del liberalismo (…) a pesar de la insistencia del liberalismo económico en afirmar que los
libres mercados traen consigo (…) las libertades civiles y políticas” (Arribas, 2010: 6)
109
“Concebida como un simple instrumento para la satisfacción de fines humanos, la naturaleza se describe
en los textos del liberalismo clásico como una fuente perpetua de recursos que están a disposición de las
necesidades y deseos humanos o como un entorno hostil que ha de ser objeto de dominación progresiva.”
(Arribas, 2010: 7)
112
bestias que de ellos se alimentan, pertenecen a la humanidad comunitariamente. (Locke,
2006: 56)
Tanto si consideramos la razón natural, la cual nos dice que, una vez que nacen, los
hombres tienen derecho a su autoconservación y, en consecuencia, a comer, a beber y a
beneficiarse de todas aquellas cosas que la naturaleza procura para su subsistencia, como
si nos atenemos a la revelación, la cual nos da cuenta de los dones mundanales que Dios
otorgó a Adán, a Noé y a sus hijos, es sobremanera evidente que Dios, como dice el rey
David (Salmos cxv. 16), «ha dado la tierra a los hijos de los hombres», es decir, que se
la ha dado a toda la humanidad para que ésta participe en común de ella. (Locke, 2006:
55)
113
Pero regresando a la cuestión de la «propiedad», así mismo, la obra de Locke presenta
argumentos teóricos que delimitan la extensión de la apropiación de la naturaleza
fundamentada en el derecho natural. Esto se evidencia, por ejemplo, cuando Locke
sentencia que:
Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores pertenezcan a todos los hombres en común,
con todo, cada hombre es propietario de su propia persona, sobre la cual nadie, excepto él
mismo, tiene ningún derecho. Podemos añadir a lo anterior que el trabajo de su cuerpo y la
labor de sus manos son también suyos. Luego, siempre que coja algo y lo cambie del estado
en que lo dejó la naturaleza, ha mezclado su trabajo con él y le ha añadido algo que le
pertenece, con lo cual, lo convierte en propiedad suya. Al sacarlo del estado en que lo dejó
la naturaleza, puso en ello algo que lo excluye del derecho común de los demás hombres.
Pues, por ser este trabajo propiedad incuestionable del trabajador, nadie, salvo él mismo,
puede tener ningún derecho sobre aquello a lo que se encuentra unido, siempre que de esa
cosa quede una cantidad suficiente y de la misma calidad para que la compartan los demás.
(Locke, 2006: 57)
110
El “capital natural crítico”, es decir, los bienes de la naturaleza que son decisivos para la producción y
la reproducción de la vida humana y que son, en definitiva, condición indispensable para la supervivencia.
(Arribas, 2010: 10)
114
siguiendo a Andrew Dobson111, “la cláusula de Locke contiene un elemento fundamental
para la idea de sostenibilidad, puesto que plantea la cuestión crucial de la imposibilidad
de sustitución de unos bienes por otros” (Ibíd.) es decir, la posibilidad de ejecutar
prácticas corporativas ecológicamente destructivas sería imposible si se aplicase
literalmente la cláusula lockeana, puesto que la degradación de la tierra y sus recursos
naturales no podría ser compensada bajo arreglos económicos. En definitiva, la cláusula
de Locke –afirma Arribas– “resultaría de especial interés en lo concerniente a la actual
apropiación ilegítima, mediante la creación de patentes a escala planetaria, de los
denominados “bienes comunes”. La cláusula lockeana “es un mandato moral que exhorta
a restringir el alcance de los derechos de propiedad, imposibilitando en muchos casos el
establecimiento de medidas compensatorias basadas en una ficticia conmensurabilidad
absoluta del capital natural crítico.” (Arribas, 2010: 11)
El liberalismo verde
Como vimos, los valores fundamentales del liberalismo pueden adquirir un enfoque
teórico-práctico distinto, dependiendo de la corriente en la que se los evoque; puesto que
pueden utilizarse para legitimar la explotación ilimitada de la naturaleza, a través del
ímpetu utilitarista del liberalismo económico, o por lo contrario, brindar fundamentos
deontológicos para la articulación de políticas ecológicas que mermen el deterioro
ambiental por medio del liberalismo ético-político. Para autores liberales contemporáneos
de la estela de John Rawls, Mark Sagoff y Brian Barry, es más que posible construir un
pensamiento ecológico que no sea necesariamente antiliberal, puesto que el liberalismo
posee, en el interior de su propia tradición filosófica, una amplia variedad de recursos
teóricos (como la cláusula lockeana) que le permitiría afrontar los problemas ecológicos
desde su propio horizonte de pensamiento. Esgrimir una defensa de las cuestiones
ecológicas desde el aparataje teórico del liberalismo implica rechazar “las tesis
utilitaristas que conciben la riqueza como mero crecimiento económico y tecnológico” y
enfatizar “el derecho irrenunciable de las generaciones futuras a elegir entre diferentes
111
Andrew Dobson, Justice and the Environment. Conceptions of Environmental Sustainability and
Dimensions of Social Justice, Oxford University Press, Oxford, 1998, págs. 144-148.
115
formas de vida” (Arribas, 2010: 11) Este tipo de posturas consolidan lo que conocemos
como «liberalismo verde».
Existen al menos dos variantes ideológicas del liberalismo verde. Por un lado, están
las doctrinas que se identifican con los postulados del liberalismo clásico económico y
que ven en los mecanismos de mercado la vía más óptima para solventar los problemas
ecológicos; y por otro, descansan las propuestas académicas de matiz ético-político que
aceptan la necesidad de establecer un compromiso con la sostenibilidad ecológica y con
la conservación del “capital natural crítico” a través de una reconfiguración de los
principios fundamentales del liberalismo económico. En la primera corriente, se
yuxtaponen tesis que sostienen que a) el derecho a la propiedad privada, el libre mercado
y la “responsabilidad civil” proporcionarán los mecanismos necesarios para la
sostenibilidad del medio ambiente (ecología de mercado), y que b) una mejor
planificación del proceso productivo y un uso más óptimo de la energía y la tecnología
permitirán, a través del mercado, reducir el impacto medioambiental basándose en una
“acumulación racional” (ecocapitalismo). Por otro lado, en la segunda corriente, se dibuja
un horizonte conceptual en el que los liberales que aceptan la existencia del cambio
116
climático, motivados por el determinismo de no abandonar su tradición filosófica, se
embarcan en la tarea de repensar los fundamentos del liberalismo en clave del contexto
social, político y ecológico de nuestra época.
Ahora bien, pese a que el lado más ecológicamente positivo del liberalismo verde está
consciente de la necesidad de tomarse con absoluta seriedad la cuestión ambiental, ¿hasta
qué punto esto es un empeño por construir un pensamiento ecológico no necesariamente
antiliberal y más no el despliegue de esfuerzos por concebir un liberalismo no
necesariamente antiecológico? Porque si bien es cierto que el liberalismo ético-político
cuestiona algunos de los fundamentos del liberalismo clásico que también son
reprochados por el pensamiento ecologista convencional antiliberal, no logra romper el
cerco antropocentrista del que parte y al que a la vez rechaza; puesto que la pretensión de
minimizar el deterioro ambiental no responde a una suerte de consciencia de especie que
117
estructura una defensa de la naturaleza por la naturaleza en sí, sino más bien, al requisito
de asegurar la existencia de los medios naturales necesarios para garantizar la continuidad
de la actual dinámica socioeconómica de las democracias participativas de Occidente y
de su doctrina política dominante: es decir, la lucha por la crisis ambiental se transforma
en la lucha por la continuidad y el predominio del régimen capitalista-liberal.
Por otra parte, el liberalismo verde no logra abordar “la espinosa relación entre el
pensamiento liberal y el capitalismo a la luz de los problemas ecológicos” y en ocasiones,
se niega incluso a aceptar la existencia de límites físicos al crecimiento, puesto que
sostiene que “toda idea de “límite” está socialmente construida y por tanto no posee un
carácter objetivo” (Arribas, 2010: 16) que justifique siquiera su discusión. Estos deslices
conducen al liberalismo verde hacia “una teorización excesivamente abstracta que no
tiene en cuenta la dimensión económica de la cuestión ecológica (en otras palabras: hacia
una deliberada omisión de una crítica del sistema económico capitalista realmente
existente y su dinámica interna). El liberalismo verde, por tanto, corre el riesgo de
convertirse en un nuevo fiasco teórico que aplace un debate necesario y urgente en la
filosofía política contemporánea”. (Ibíd.)
Así mismo, para el ala más conservadora del liberalismo verde, la única forma en la
que se debe lidiar con la degradación medioambiental es a través de la formulación de la
pregunta: ¿cómo un agente económico racional debería responder a la degradación de su
medioambiente por medio del libre mercado? En la lógica de esta doctrina, la racionalidad
del homo economicus y de la mano invisible del mercado serían las únicas condiciones
necesarias para que los problemas ecológicos, como el cambio climático, encuentren una
solución a través del mercado. Si esto no sucede, se debe a la existencia de lo que los
economistas ortodoxos han llamado “fallos de mercado”: una suerte de valor no calculado
en el capital constante y variable del proceso productivo, debido a la presencia de
“externalidades” en la producción112. Si el cambio climático aparece en la economía
112
Una descripción más detallada de esta cosmovisión es la que propone Sabbatella, cuando afirma que
“tanto la economía clásica como la neoclásica han interpretado la relación hombre-naturaleza desde los
fundamentos del individualismo metodológico; es decir, los individuos son considerados como átomos
presociales, los homo economicus, actuando en un mundo sin espacio y, por ende, antinatural. Desde la
perspectiva clásica de la economía, la mano invisible del mercado es la que mejor asigna los recursos
provistos por la naturaleza. En función de salvaguardar al mercado de sus fallas, los neoclásicos
introdujeron el análisis de las externalidades de producción y consumo. Las externalidades son susceptibles
de ser incorporadas a los precios de las mercancías y, de esa manera, corregir la falla. Una interpretación
exagerada de este enfoque se condensa en el Informe Stern –encargado por parte del gobierno del Reino
Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte–, cuando indica que el cambio climático debería considerarse
como la mayor falla del mercado jamás vista en el mundo (Stern 2006: 25)”. (Sabbatella, 2010: 72)
118
neoclásica como un “fallo de mercado” atribuible a una “externalidad”, se debe a que “el
cambio climático aún no ha recibido un precio en las decisiones de inversión porque los
derechos de propiedad privada sobre la atmósfera todavía no se pueden asignar en
contratos financieros”. (Mirowski: 2013: 4) Es decir que una vez que se haya logrado
monetizar y capitalizar el impacto provocado por los GEI en la atmósfera, se podrá añadir
esa variable al cálculo económico de la producción, solventando así el “fallo de mercado”
ocasionado por el cambio climático. El comercio de las emisiones de carbono puede
considerarse como el primer prototipo de esta propuesta del liberalismo verde y el
neoliberalismo.
Más aún, a pesar de que cada vez son más los liberales que aceptan como cierta la
existencia del cambio climático, lo cierto es que aquellos que lo rechazan o no
dimensionan el alcance real del problema representan aún la mayoría, lo que se constituye
como “un error con consecuencias graves, tanto para el futuro de la vida en el planeta,
como para la consistencia ética y política del liberalismo democrático” (Arribas, 2010:
14) Por consiguiente, en el siguiente apartado nos aproximaremos a los fundamentos que
algunos liberales utilizan para rechazar la aplicación de políticas ecológicas, o para
sencillamente, negar la existencia de los problemas ecológicos de nuestra época.
119
El Negacionismo del cambio climático
Las tesis negacionistas aparecen por primera vez en la década de 1970 como una respuesta
corporativa a las crecientes investigaciones científicas que señalaban a las industrias
energéticas y químicas como las responsables del progresivo deterioro del entorno
natural, en la medida en que son las responsables de las emisiones de CO2 que provocan
el efecto invernadero.
113
Nos referimos a las soluciones que son propuestas en el interior de la discursividad científica, la literatura
verde y el movimiento ecologista, por ejemplo, la fijación de límites a la producción y al desarrollo
económico, y la modificación radical de las pautas de consumo.
120
respecto de la inminente crisis ambiental que se aproxima114. En tal sentido, el
negacionismo climático puede definirse como un “contramovimiento cuya finalidad es
debilitar los argumentos científicos y las acciones de los movimientos sociales que tratan
de advertir de la gravedad de los problemas ecológicos, especialmente los relacionados
con el calentamiento global del planeta” (Arribas, 2010: 17)
114
Por consiguiente, el negacionismo del cambio climático pugna por la colonización del imaginario
colectivo y de la opinión pública.
121
El discurso negacionista utiliza al menos tres tipos de argumentos en el plano
científico115. En primer lugar, los negacionistas rechazan la existencia del cambio
climático y refutan la noción de que las evidencias presentadas por el consenso científico
sean pruebas suficientes para confirmar su existencia. Es decir, el negacionismo
“cuestiona con frecuencia la imparcialidad de las investigaciones o afirma que el
calentamiento global es una invención de los ecologistas y burócratas para extender la
intervención del gobierno en la esfera económica” (Ibíd., pp. 18) e incluso ha llegado a
afirmar, a través de la denominada “teoría conspirativa del cambio climático”, que la
hipótesis del calentamiento global es un fraude orquestado por los sectores más
ultraizquierdistas de la política mundial, con el objetivo de promover el
socialismo/comunismo y quebrantar los valores y la dinámica socioeconómica de
Occidente.
115
Arribas, F. (2010) “La miseria del negacionismo climático: el pensamiento liberal y la sostenibilidad
económica” pp. 18-19
116
James Powell (2015): “Climate Scientists Virtually Uninimous. Anthroponic Global Warning is True”
University of North Florida, Volume: 35 issue: 5-6, page(s): 121-124
122
de las modas y los intereses corporativos”. Con esto, los negacionistas no solo
descalifican los argumentos que insisten en la existencia del cambio climático, sino que
ponen en cuestionamiento la racionalidad científica, de modo que introducen en el
imaginario colectivo la posibilidad de que la ciencia “no constituye una actividad racional
sino solamente un discurso o narrativa más acerca del mundo117 que parte de postulados
opinables y llega a resultados que no merecen mayor crédito que el otorgado al horóscopo
dominical”. (Ibíd.)
117
En la versión neoliberal del mundo, la naturaleza no es algo externo que acorrala o constriñe la economía.
Más bien, la naturaleza es algo que los humanos nunca podemos conocer realmente, excepto por la
información que es absorbida por el mercado y destilada para nosotros mediante señales de precios. La
ciencia no es un modo independiente de descubrimiento de la verdad: es un formato de conocimiento de
boutique validado solo por “el mercado de las ideas”. En consecuencia, los científicos naturales no pueden
pronunciarse sobre política económica, porque esto implicaría que el mercado podría equivocarse.
(Mirowski, 2013: 6)
118
Los potenciales beneficios que el negacionismo ambiental visibiliza en el cambio climático van desde
el posible impulso en la rentabilidad de las compañías aseguradoras y las inmobiliarias (al ofrecer paquetes
y sitios “seguros” diseñados para resistir los estragos del clima) hasta la posibilidad de generar un
gigantesca suma de plusvalor con las soluciones tecnológicas de la geoingeniería.
123
Por último, los negacionistas aseguran que analizadas a la luz de las estructuras
racionales de la economía, las medidas propuestas desde la ciencia y parte de la literatura
verde para solucionar el calentamiento global ocasionarán, a la larga, un problema mayor,
a saber, el del amainamiento de la economía; en tanto que “el crecimiento económico se
ralentizará, lo que condenará al hambre a miles de personas”. Este tipo de interpretaciones
ultraliberales dan por sentado que, “de existir problemas ecológicos reales, sólo el
crecimiento económico podrá resolverlos” (Ibíd., pp. 19) Sin embargo, esto devela una
comprensión errónea del problema, puesto que para las prácticas discursivas de la política
y la economía (verde), no existe una incompatibilidad necesaria entre la sostenibilidad
ecosocial y el desarrollo económico (lo que ha dado lugar a la formación del concepto de
“desarrollo sostenible”). Es decir, es posible mantener niveles de desarrollo adecuados a
las necesidades de restauración del entorno natural. No obstante, la idea ultraliberal de
que la intervención de la política y la economía en aras de la resolución de la crisis
ecológica es contraproducente porque se articula en detrimento del desarrollo económico
se está rentabilizando ideológicamente, puesto que las medidas para afrontar el cambio
climático son descartadas en cuanto se detecta que podrían “atentar” contra la estabilidad
del crecimiento económico. En este sentido, la rentabilidad ideológica que extrae el
negacionismo posee una doble dimensión, por un lado “desprestigia al ecologismo y a los
científicos que reclaman un giro político; por otro lado, camufla el hecho de que la crisis
económica internacional, así como el empobrecimiento y el calentamiento climático, son
producto de las políticas ultraliberales que los negacionistas han venido promoviendo en
los últimos”119 (Ibíd., pp. 20)
119
El autor continúa, al asegurar que “la pobreza y cambio climático son problemas interrelacionados, como
ha reconocido recientemente la Organización de las Naciones Unidas al constatar que este último va a
provocar durante las próximas décadas el exilio de alrededor de doscientos millones de “refugiados
climáticos” que huirán de las zonas más afectadas. En este punto, aparte de su habilidad ideológica, el
negacionismo refleja una vez más su inconsistencia epistemológica, al no querer captar la interrelación
existente entre fenómenos complejos –naturales y sociales— así como los efectos retroalimentadores que
tales fenómenos son susceptibles de provocar.” (Arribas, 2010: 20)
124
intervención de los gobiernos en la esfera económica, reducir las libertades de los
individuos para producir y comerciar y, en última instancia, generar una nueva forma de
totalitarismo” (Arribas, 2010: 26).
120
El concepto de dispositivo en el pensamiento de Heidegger constituye una discusión en la que –a razón
de utilizar la concepción foucaulteana del término– no pretendemos profundizar. No obstante, en atención
a la necesidad de ofrecer al lector una puntualización del concepto de dispositivo (Gestell) en su
diferenciación con los servomecanismos, partimos de la definición propuesta por Braunstein, en cuanto
afirma que: “el dispositivo en Heidegger es (…) ese vasto complejo del proceso de producción, la “empresa
humana” en su conjunto, y está integrado por los “recursos humanos”, por el saber técnico, por las ciencias
y por los productos tecnológicos que ella permite producir. Los instrumentos no son dispositivos y tampoco
125
develamiento, des-cubrimiento, o la desocultación (aletheia) de lo real imperceptible, o
dicho de otra forma, es lo que guía la transformación de la naturaleza en
«servomecanismos», a través de la cognoscibilidad humana. “Si el agua de la represa
lejana se transforma en iluminación de nuestras habitaciones es porque lo real de la luz
está contenido y oculto en el agua hasta que la actividad humana, guiada por la ciencia,
lo revela, lo hace surgir, en una actividad que es tanto técnica como poiética” (Braunstein,
2012: 31) “pues todo producir se funda en el develamiento, y es por ello que la técnica
no es un medio sino un modo de la desocultación” (Heidegger, 1994: 17)
Por su parte, Foucault integra el concepto de dispositivo con la noción de las prácticas
(discursivas y de saber) y las formas de ejercicio del poder. Es decir, la concepción de
dispositivo en Foucault no toma sentido sino en su relación con el poder, con el saber y
con la subjetividad; se integra con la “gobernabilidad” de los hombres. (Braunstein, 2012:
70) En la visión de Braunstein, el dispositivo foucaulteano se funde en lo político, –o en
eso que el autor de Historia de la sexualidad llamó «biopolítica»–; en la medida en que
se configura como un sistema de dominación de los cuerpos mediante una composición
de los discursos y del poder. El concepto de dispositivo en Foucault se compone como un
punto nodal en el que se entretejen un conjunto de elementos heterogéneos que están
interconectados entre sí, y que al estar puestos al servicio del poder, construyen discursos
que objetivan el campo de lo visible y lo enunciable en un contexto histórico-social
específico121. Por tanto, la concepción de dispositivo posee en el pensador francés un
carácter (trans)histórico, que al situarse en el interior de la configuración de poder que se
funda en la modernidad, se convierte en el dispositivo de la explotación y la dominación
capitalista.
No obstante, para tener una idea mucho más acertada sobre el significado del concepto
de dispositivo en el pensamiento del autor de la Vigilar y Castigar, recurriremos a una
entrevista que Foucault concede a un grupo de autores y psicoanalistas cercanos a Jacques
Lacan (Jacques-Alain Miller, Gerard Miller, Guy Le Gauffey, Alain Grosrichard, Judith
lo son los hombres que pro-ducen mercancías u obras de arte. No son los teléfonos fijos o móviles, no son
los pinceles ni las pinturas ni los pintores, no son objetos ni proyectos, no son planos ni edificios, no son
leyes ni guardianes del orden, no son hierbas medicinales ni sustancias químicas envasadas en una fábrica.
Todos estos ingredientes objetivados del producir humano son “servomecanismos”, instrumentos, efectos
de una técnica que se integra en el inmenso engranaje que Heidegger condensa con un solo vocablo:
dispositivo.” (Braunstein, 2012: 36)
121
La idea del “campo de lo visible y lo enunciable” se refiere a una “configuración específica de ver, de
hacer, de sentir, de asignar los espacios y las funciones que van a ocupar los ‘individuos’, un lenguaje de
producción enunciativa y de formas de identificación social y estatal” (Polo, 2010; 17)
126
Miller, Catherine Millot, etc.) y que fue publicada en la revista Ornicar bajo el título de
El juego de Michel Foucault, en 1977. En esta entrevista, Foucault esboza una serie de
ideas descriptivas sobre lo que entiende por dispositivo, con el propósito de otorgarle una
definición:
122
Braunstein, N. (2012): “El inconsciente, la técnica y el discurso capitalista” pp. 73-74
123
Ibíd.
127
en última instancia, en garantizar la continuidad del sistema de explotación y dominación
capitalista. Pero, ¿Cuáles son las directrices que nos permiten comprender al
negacionismo ambiental como un dispositivo foucaulteano?, ¿En qué medida el
negacionismo se constituye como una estrategia de un dispositivo de verdad, de poder y
de saber?, ¿A qué intereses responde este dispositivo?; ¿Desde qué esfera de poder
proviene? Intentar responder estas preguntas nos conduce en primera instancia al hecho
–no tan ampliamente reconocido– de que la totalidad de las instituciones negacionistas
son un producto o la puesta en escena de una estrategia ultraliberal. Las razones por las
que se puede vincular al negacionismo climático con el pensamiento neoliberal, se
resumen en dos puntos. El primero es que toda la producción de saber que sostiene la
defensa del negacionismo se ha elaborado en think tanks de matriz neoliberal. Y el
segundo es que las tesis negacionistas resuelven siempre, en última instancia, que si en
verdad existe ese “supuesto cambio climático”, la solución estribaría en dejar el problema
en manos del mercado, más no en las del estado. (Mirowski: 2013: 2) Bajo esta
interpretación, el negacionismo ambiental sería solo uno de los tres rostros del dispositivo
(junto al comercio de emisiones de carbono124 y la geoingeniería) que esgrime el
neoliberalismo y el liberalismo económico para garantizar la continuidad del programa
político liberal y el funcionamiento de la economía de libre mercado capitalista. En este
sentido, la función del negacionismo consistiría en “comprar tiempo para las dos otras
opciones [el comercio de emisiones y la geoingeniería]: la financiarización del ciclo del
carbono consigue la atención en el medio plazo; la geoingeniería se incuba (…) como un
deux ex machina tecnoutópico para cuando las otras dos opciones fallen” (Mirowski,
2013: 3)
124
Para Claire Colebrook en «Death of PostHuman» (2014) “la noción de comercio de emisiones de
carbono no sólo (de nuevo) coloca la respuesta humana en el modo de homo economicus, sino que también
excluye cualquier pensamiento genuino del futuro. Si las emisiones de carbono pueden ser manejadas,
comercializadas y mantenidas a niveles "aceptables" entonces no logramos confrontar la evidencia
científica que indica que incluso un alto en las actuales emisiones de carbono dejaría un efecto de colas que
continuaría causando estragos.
128
detrimento del desarrollo económico), leyes (como la obligación de comerciar las
emisiones), enunciados científicos (como los juicios de los ecoescépticos en contra de la
evidencia científica), proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas (como la defensa
acérrima de las libertades económicas enmascarada en el resguardo de las libertades
individuales que despliega el ultraliberalismo y el liberalismo económico ortodoxo), que
al interconectase; forman una red que establece al dispositivo: al dispositivo neoliberal
como baluarte del capital. A su vez, esta red o dispositivo aparece “como el programa de
una institución” (en nuestro caso, de la institución neoliberal), y como “el elemento que
permite justificar y enmascarar una práctica”, a saber, la explotación y la dominación
capitalista del hombre y la naturaleza. Por último, asimilamos al negacionismo como una
función del dispositivo neoliberal, en cuanto su formación responde a una urgencia, la
urgencia de “reabsorber una masa de población flotante que resultaba estorbosa para una
economía mercantilista”, es aquí que se devela el carácter estratégico y dominante del
dispositivo.
129
CONCLUSIONES
Por otra parte, la comprensión científico-política sobre la actual crisis ambiental ignora
muchos aspectos identificados por las humanidades, como las condiciones
socioestructurales de desigualdad y exclusión que se agudizarán conforme se
intensifiquen los estragos del cambio climático, o las repercusiones ecológicamente
negativas que envuelven a la noción de «progreso» de las que el cambio climático es un
síntoma. Que el discurso del cambio climático se articule prescindiendo de la reflexión
rigurosa de las humanidades desemboca en una visión miope que termina refortaleciendo
los patrones de desarrollo que generaron la crisis climática y que, contradictoriamente, se
usan como “soluciones” al cambio climático125. En consecuencia, la comprensión
científica sobre el cambio climático no permite dar cuenta sobre la dimensión
125
Clair, A. (2011): «La necesidad de una visión integral del cambio climático» pp. 16
130
socioestructural del fenómeno, ni sobre las raíces e implicaciones del problema; tampoco
permite comprender que, en realidad, el cambio climático es la manifestación sintomática
del largo sometimiento de la naturaleza y la sistemática degradación medioambiental
causada por el hombre en Occidente. Por esta razón, para comprender la crisis ambiental
es necesario crear una visión integral –u holística– sobre el cambio climático en la que
converjan aportes de múltiples campos del saber. Para desocupar los supuestos
epistemológicos que sustentan el discurso dominante y la comprensión epocal sobre el
cambio climático, es necesario que las humanidades se desprendan de la anestesia
conceptual que las paraliza.
131
resultar insuficientes para explicar las implicaciones ontológicas y civilizatorias que
subyacen a la crisis ecológica de nuestra época. Del otro lado, existen corrientes teóricas
por fuera del discurso dominante –como el liberalismo verde– que intentan generar una
comprensión de la crisis ambiental a través de un enfoque reflexivo-filosófico que plantea
la necesidad de repensar los conceptos (como el concepto de propiedad) que legitiman las
practicas destructivas de la naturaleza, sin reducir su análisis a las implicaciones de los
modos de producción.
132
Capítulo 3:
LA IMPLICACIÓN CIVILIZATORIA DE OCCIDENTE EN LA
CRISIS ECOLÓGICA DE NUESTRA ÉPOCA
En tal sentido, en este capítulo se propone ubicar las raíces históricas de la crisis
ecológica en dos momentos diacrónicamente distintos, a saber: en la formación de la
conciencia y el relato de la cultura occidental; y en el surgimiento de los fenómenos
culturales de la modernidad. En el primero de ellos se argumenta que los fundamentos
ideológicos en los que se sustenta el relacionamiento del hombre con la naturaleza en la
126
Comisión Internacional de Estratigrafía. «Lista de secciones y puntos de estratotipos de límite globales»
127
Finney, S. C. y Edwards, L. E. (2015) «The “Anthropocene” epoch: Scientific decision or political
statement?». GSA Today, 26(3-4): 4-10
134
cultura occidental están profundamente determinados por el relato del cristianismo; o
dicho de otra forma, que la cosificación de la naturaleza se constituye como el resultado
directo de la compenetración de la ideología cristiana en el ethos de Occidente. La
relación del hombre con la naturaleza en Occidente –como ya veremos, engendrada por
la teología cristiana y la empresa científica– establece una jerarquía entre los seres
(posicionando al hombre como el «amo» del resto de animales) y ratifica el dominio y el
señorío del hombre sobre la naturaleza como la prueba definitiva del arrojamiento de su
animalidad. El segundo momento en el que se ubican las raíces de la crisis ecológica es
en el surgimiento de los fenómenos culturales de la modernidad; concretamente, la
emergencia del capitalismo, el surgimiento de la técnica moderna, y el desarrollo de la
empresa tecno-científica moderna.
Resaltamos que con la idea de que la crisis ambiental posee raíces exclusivamente
occidentales no se pretende decir que las culturas no occidentales no impriman una huella
de su inmanencia en el planeta –puesto que todas han modificado en menor o mayor
medida los ecosistemas en donde habitan–, sino que dicha huella no es lo suficientemente
determinante –como la huella de la cultura occidental si lo es–, a la luz de la información
científica, como para modificar de manera radical el sistema climático del planeta. Dicho
de otra forma, a pesar de que en su época contaran con grandes desarrollos técnicos –
como las culturas orientales, grecorromanas o las precolombinas americanas–, o su modo
de organización les haya permitido vivir desde hace milenios hasta la actualidad –como
los habitantes de la isla Tikopia–, o incluso compartan elementos históricos en común –
como la cultura Bizantina o la Islámica–, ninguna otra cultura pudo proveer mejor clima
para el surgimiento de los fenómenos que desencadenaron la crisis ecológica que la
cultura occidental.
Por tanto, la responsabilidad del cambio climático recae sobre las espaldas de
Occidente en la medida en que de esta emergen los acontecimientos que desencadenaron
y aceleraron la crisis ambiental: la religión cristiana, el capitalismo, y el desarrollo de la
ciencia y tecnología subsumida a los intereses de los primeros. En este capítulo se
intentará demostrar cómo la cultura occidental se convierte en el crisol en el que se funden
los fenómenos –cristianismo, capitalismo moderno, desarrollo de la tecno-ciencia– que
aprovisionaron las herramientas, los relatos, y las condiciones necesarias para la
materialización de la doctrina de progreso a través de la dominación y explotación de la
naturaleza.
135
La consustancialidad entre la tecnología,
la religión y la ciencia de Occidente
Tras la secularización del mundo que dejó la ilustración europea del siglo XVIII, el poder
y la influencia que la iglesia tenía sobre el estado y las universidades se desvaneció
definitivamente. Este es probablemente el momento en que se comienza a engendrar la
actual visión tardomoderna que percibe a la ciencia y la religión como dos fenómenos
radicalmente opuestos e irreconciliables. No obstante, a pesar de que la ciencia moderna
y el cristianismo de Occidente aparecen en el imaginario colectivo de las sociedades
contemporáneas como fuerzas antagónicas, la realidad es que tienen más elementos en
común de los que se podría suponer a simple vista. En realidad, al ser el cristianismo y la
ciencia moderna dos acontecimientos forjados en el crisol de Occidente, comparten la
misma sustancialidad en la medida en que la ciencia moderna se constituye como tal sobre
la base de un impulso religioso, y ambas se entrelazan para materializar la doctrina del
progreso continuo de Occidente a través del dominio y el sometimiento de la naturaleza.
136
Las raíces religiosas de la ciencia moderna.
137
«divinización» para los hombres y una cosificación para la naturaleza. La forma en la que
la «divinización» del hombre se convierte en el fundamento que justifica la dominación
de la naturaleza se da, como dijimos, por medio del relato de la creación; en el cual se
asume que “el hombre dio nombre a todos los animales, estableciendo de este modo su
dominio sobre ellos. Dios planeó todo esto, explícitamente para beneficio y dominio del
hombre bajo la regla: ningún elemento físico de la creación tenía otro propósito, excepto
el de servir aquellos del hombre”, lo que sugeriría que “era la voluntad de Dios que el
hombre explotara la naturaleza para su propio beneficio”. (White, 1967: 83) Este
razonamiento es el que legitima el surgimiento del credo baconiano de la dominación
racional y científica de la naturaleza en favor de los intereses del hombre.
El relato de la caída.
En el relato bíblico del génesis, el hombre fue la última invención de Dios. Esto es así
porque al contemplar la magnificencia de su propia creación, Dios concibe la necesidad
de crear un ser equivalente a él, dotado de su divinidad, para que gobierne su obra. Que
los humanos sean creados “a imagen y semejanza divina” significa que, además de verse
físicamente como Dios, originalmente compartían algunos atributos divinos de su
creador, como la omnisciencia128 y la inmortalidad.
Así lo concebía el pensador más importante del cristianismo del primer milenio, San
Agustín, quién se basaba en un examen riguroso de las escrituras del Génesis para
asegurar que en cuanto fue creado a imagen y semejanza de Dios, Adán tuvo que ser una
criatura divina, es decir, inmortal. Esta característica distintivamente divina (la
inmortalidad) le fue arrebata a Adán en el momento en que fue expulsado del paraíso
terrenal. A partir de ese momento, todos los hombres estarían condenados a vivir
despojados de su divinidad original. En este sentido, el relato de la caída pone de
manifiesto la existencia de un plano divino (el paraíso terrenal y celestial) en el que el
hombre no estaba encadenado a la muerte. Esto se convierte en el fundamento de la
128
En la teología del cristianismo se construye una hipótesis en la cual se cree que el desarrollo de las
ciencias y los saberes humanos no se podía producir en el contexto anterior al estado de caída debido a que
era innecesario. Antes de la caída, los humanos (Adán y Eva), al compartir el atributo de la omnisciencia
divina, tenían pleno y total conocimiento sobre el mundo.
138
religión, en la medida en que esta última se constituye como el único medio y camino
para recuperar esa divinidad que un día le fue arrebata a los hombres.
La promesa de la inmortalidad que está detrás del relato de la caída se refuerza aún
más con el relato de la resurrección y el ascenso de Cristo, el «segundo Adán». Con la
encarnación y resurrección de Jesús, la idea de la «trascendencia» y la «promesa de la
vida eterna» se volvían alcanzables para los hombres. Jesucristo, que fue identificado por
el profeta Daniel como el «último Adán», estaba revestido de aquella divinidad que
alguna vez le fue arrebatada a Adán. Esta divinidad fue revelada en su resurrección. Esto
significa que “al rememorar el parecido divino del primer Adán, el advenimiento de
Cristo prometía el mismo destino para una humanidad redimida” tal como se profetizaba
en el libro bíblico del Apocalipsis, en el que todos los justos recobrarían su divinidad en
una sucesión de resurrecciones: esto es, la promesa cristiana de la vida eterna después de
la muerte. Por consiguiente, la encarnación de Jesús les dio a los hombres la oportunidad
de participar de forma significativa en Dios.
El relato de la caída y el relato del ascenso son los responsables de que los hombres
hayan comenzado a concebirse a sí mismos como «dioses mortales» y criaturas
homólogas al creador. A través de la figura del Jesús resucitado, la fe cristiana y la
cristiandad se enfrascan en la misión de guiar al hombre a la felicidad original y,
posteriormente, –como veremos más adelante– a intentar restaurar el estado anterior a la
caída mediante la tecnología. Es por esta razón que “para los cristianos, recobrar la
perfección adámica e imitar la vida de Cristo era lo mismo: la búsqueda de la divinidad”
(Ibíd.) De esta forma, el inicio de la era cristiana estaría marcado por un ascetismo
enfrascado en la búsqueda de la divinidad perdida.
139
que el despertar de la modernidad, la revolución copernicana o la revolución científica
del siglo XVII; en realidad, la tradición científica de Occidente habría comenzado a fines
del siglo XI con la traducción masiva al latín de obras científicas escritas en árabe y
griego. (White, 1967) A partir de este momento, en menos de dos siglos, prácticamente
toda la ciencia musulmana y griega estaba traducida al latín, y era leída y criticada
ávidamente en las –en ese entonces– recientemente creadas universidades europeas.
Desde el siglo XI el sector científico de la cultura occidental aumentó paulatinamente
hasta que para finales del siglo XIII, Europa ya había desplazado al mundo árabe del
liderazgo científico.
La base del saber heredado por las ciencias del pasado no se condensa como el factor
determinante en el surgimiento de la ciencia occidental. En realidad, el elemento
constituyente en la ciencia –y en la tecnología moderna– reposa en su legado religioso.
La estructura de la ciencia moderna, concebida como una red de conocimientos ordenados
que investiga e interpreta los fenómenos naturales, posee una gran semejanza con los
axiomas de la teología natural. La semejanza radica en que al igual que la ciencia, la
teología natural está volcada a la comprensión del funcionamiento de los fenómenos de
la naturaleza a través de la observación. Tanto la ciencia (a través del método científico)
como la teología natural (a través de su telos de acercarse al creador a través de la
comprensión de su obra) buscan desentrañar los mecanismos del funcionamiento de las
leyes que rigen la realidad física. La teología natural, en tanto el esfuerzo por comprender
a Dios a través de la observación de la naturaleza, era la filosofía que la Iglesia primitiva
sostenía para acercarse a la obra del creador (el mundo).
La teología natural del cristianismo no solamente asienta las bases para la posterior
formación de la ciencia moderna, sino que también determina la forma en que el hombre
se relaciona con la naturaleza en la cultura occidental. La teología natural de la iglesia
cristiana de Occidente adquiere su particularidad a raíz de la separación radical y
definitiva de las iglesias cristianas latina y romana en el «gran cisma de Oriente y
Occidente» en el siglo XI. La separación de la iglesia primitiva entre la iglesia latina de
Occidente y su homóloga griega de Oriente, implica una ruptura sustancial en la tradición
del pensamiento teológico que nutría a ambas iglesias, lo que da paso a diferentes formas
140
de comprender e interpretar la «teología natural». Antes de la separación de ambas
iglesias, estas compartían una única visión de la teología natural que se sustentaba en la
idea de que “a través de una revelación, Dios había entregado al hombre el libro de las
sagradas escrituras. Pero como Dios había creado la naturaleza, ésta también debía revelar
la mentalidad divina” (White, 1967: 84)
Es en este sentido que la teología natural del cristianismo occidental ejerce una
influencia radical y fundamental en la formación de lo que posteriormente se conocerá
como ciencia. De esta forma, la consustancialidad entre ciencia y cristianismo explica
porque desde el siglo XII en adelante, cada uno de los grandes científicos de Occidente –
Leibnitz, Newton, Galileo, Kepler, Bacon, y un infinito etcétera– explicaba las
motivaciones de sus aportes e investigaciones en términos religiosos. De hecho, hasta
finales del siglo XVII, la hipótesis del Dios creador más que aceptada, era necesaria para
fundamentar los marcos de interpretación de la realidad de muchos científicos. Es por
esta razón –escribe White– que la consistencia con que los científicos dijeron que la tarea
y la recompensa del científico era “continuar los pensamientos de Dios”, nos induce a
creer que fue esta su motivación real. Si es así, entonces la ciencia occidental moderna
141
fue forjada en una matriz de teología cristiana. El dinamismo de la devoción religiosa,
moldeada por el dogma judeocristiano de la creación, le dio el impulso. (White, 1967: 84)
Durante el contexto del primer milenio cristiano, hasta aproximadamente el siglo VI,
había una escasa producción tecnológica en Occidente. Sin embargo, como preámbulo al
desarrollo tecnológico producido en los comienzos de la edad media, existía un gran
avance de lo que se conocía como «artes útiles» o «artes prácticas»: espacios o escenarios
en los que se producían las innovaciones que facilitaban el trabajo, la vida y el disfrute
humano. En un inicio, las artes prácticas eran rechazadas por las élites eclesiásticas debido
a que estas consideraban que no tenían ningún valor como medios de redención, pues solo
representaban un consuelo fragmentario que hacía más llevadera la aflicción por la
«caída» del hombre. (Noble; 1999). Sin embargo, este rechazo a las artes prácticas por
parte de las élites eclesiásticas empezó a cambiar cuando se comenzó a tejer una estrecha
relación entre la tecnología y la idea de la trascendencia. No se sabe con certeza en que
momento los avances tecnológicos comenzaron a percibirse como una virtud cristiana y
como la voluntad de Dios129, pero es muy posible que haya tenido su origen en el interior
del monacato benedictino; puesto que los monjes de esta orden “no eran tan solo
iluminadores prodigiosos de escrituras, sino que también eran los más serios defensores
de las artes al servicio de fines espirituales”. (Ibíd., pp. 28)
129
Siguiendo a White, Noble describe que en el Salterio de Utrech, iluminado cerca de Reims hacia el año
830, se encuentra una ilustración del salmo 63 en a que se otorga ventaja tecnológica a los que están de
parte de Dios. El ejército de los justos se enfrenta al ejército de los impíos, mucho más grande. (Noble;
1999: 28) «En ambos bandos alguien afila claramente una espada. Los malvados se conforman con utilizar
una piedra de afilar obsoleta. Los piadosos, sin embargo, emplean el primer cigüeñal del que se tiene noticia
fuera de China para rotar la primera rueda de molino que se conoce. Evidentemente el artista está contando
que el avance tecnológico es la voluntad de Dios». Esto es lo que White ha descrito como «el más temprano
indicio de que el hombre pensara que los avances tecnológicos fuesen un aspecto de la virtud cristiana»
(White, 1972: 198)
142
del monacato benedictino. ”Los benedictinos convirtieron con el tiempo su devoción
religiosa hacia las artes útiles en una revolución industrial medieval, siendo los pioneros
en el uso intensivo de los molinos de viento, los molinos de agua y los nuevos métodos
de agricultura” (Ibíd., pp. 28) En este sentido, la cristiandad es la precursora de las
invenciones tecnológicas –a excepción de la rueda– más importantes de la edad media:
como el cigüeñal (que permitía operar molinos de viento o agua y posteriormente sería la
pieza clave para la automatización), el reloj (producto de la herencia judía de la
concepción lineal y la valorización del tiempo y de la necesidad de poder cuantificarlo) y
las lentes (que permitieron a los estudios de la teología destinar todo su tiempo de vida a
la lectura e interpretación de las escrituras; además que posibilitaron la invención del
telescopio). Estas invenciones se prefiguran como las bases de la tecnología moderna.
Tiempo después, en el siglo IX, las artes prácticas adquirieron la dimensión de «artes
mecánicas» con el trabajo del filósofo carolingio Erigena. Para este pensador, pese a estar
evidentemente vinculadas a «cuestiones mundanas», las artes mecánicas tenían algo en
común con las deidades celestiales; en la medida en que en su razonamiento, las artes
útiles eran de hecho parte de las dotes originales de la humanidad: cada invento o
innovación era la imagen de la semejanza divina del hombre con Dios. Ensimismado en
su neoplatonismo, es más que probable que Erigena se haya basado en la teoría de la
reminiscencia de Platón130 para fundamentar su divinización de las artes mecánicas;
puesto que aseguraba que “el conocimiento de las artes era innato en el hombre, un
aspecto de sus dotes iniciales que sin embargo se había oscurecido desde la caída (…), y
en la actualidad, era un vestigio tenue de su perfección original” (Ibíd., pp. 32) Por
consiguiente, este filósofo creía que “a través del esfuerzo práctico y del estudio, se
podían recuperar en parte los poderes humanos anteriores a la caída, y en este proceso se
podía contribuir a la restauración de la perfección” (Ibíd.) En este sentido, para Noble,
“la reconceptualización de las artes por parte de Erigena, densamente innovadora y
espiritualmente prometedora, señaló un punto de inflexión en la historia ideológica de la
tecnología”. (Ibíd.)
130
La teoría de la reminiscencia de Platón afirma que el conocimiento en el hombre es innato; que
el alma del ser humano conoce ya la verdad antes de encarnarse en el cuerpo, y que la tarea del hombre en
la vida es ir recordando todas las cosas que su alma ya conocía, las cuales, como consecuencia del proceso
de encarnación, habían sido olvidadas. De esta forma, no es posible para el hombre ampliar sus
conocimientos, puesto que éstos se encuentran en él desde su nacimiento, sino tan sólo sacarlos a la luz,
recordarlos, y esto es lo que nosotros llamamos "aprender". (Enciclopedia Universal, 1995-2004)
143
Para el siglo XII la elevación y la espiritualización de las artes mecánicas estaba
plenamente reconocida y fue poderosamente reforzada por la obra del teólogo agustiniano
Hugo de San Víctor. En efecto, profundamente influenciado por los aportes de Erigena,
en su Didascalicon (1130), Hugo “vinculó las artes mecánicas (…) directamente con la
salvación y la restauración del hombre caído”, en la medida en que para éste, “las artes
mecánicas proporcionaban todos los remedios para nuestra debilidad física, resultado de
la caída, y, como las otras ramas del conocimiento, se encontraban en último término
destinadas a la tarea religiosa de restaurar nuestra naturaleza verdadera anterior a la caída”
(Ibíd., pp. 35)
A mediados del siglo XII, emergió un acontecimiento que modificó la comprensión y las
expectativas que el cristianismo tenía sobre la posibilidad de restaurar el estado anterior
a la caída, e impulsó de forma sin precedentes el desarrollo tecnológico ligado a fines
espirituales. Este acontecimiento no es otro que la concepción milenarista de la historia
cristiana producida en el interior del mundo monástico.
El milenarismo es una doctrina teológica que vaticina que Cristo retornará a la Tierra
y la reinará durante mil años antes del juicio final del apocalipsis. A lo largo de toda la
era cristiana, esta idea ejerció una influencia notoria sobre la iglesia en el siglo II, y
posteriormente se reavivó en la alta edad media y durante el siglo XX. La noción cristiana
del milenarismo se basa en la profecía del Libro de la Revelación, conocido como el
Apocalipsis de san Juan. En este libro bíblico, Juan pronostica que Cristo, el Mesías,
regresará junto con su corte de elegidos para establecer un reino milenario en la Tierra.
144
El milenarismo resurgido en la edad media fue fundado por el abad Joaquín de Fiore.
En base a una interpretación hermenéutica del libro del Apocalipsis de san Juan, Joaquín
escribió un sistema profético que «propulsó la revolución espiritual más grande de la Edad
Media». En su interpretación profética de la biblia –que estaba basada principalmente en
la profecía de san Juan–, Joaquín aseguraba haber encontrado, oculta en las sagradas
escrituras, la estructura de la historia prefigurada por Dios; esto es, el plan divino.
“Joaquín declaró que la profecía de san Juan era «la clave de las cosas del pasado, el
conocimiento de las cosas venideras, la apertura de lo que estaba sellado, el
descubrimiento de lo oculto»” A la vez, Joaquín afirmaba ser capaz “no sólo de interpretar
el significado de los acontecimientos humanos acaecidos hasta el momento sino, lo que
era más importante, de leer los signos de los acontecimientos venideros, y en
consecuencia de pronosticarlos”. (Ibíd., pp. 41) Conocer a través de la interpretación de
las profecías bíblicas el plan divino abría la posibilidad de que los elegidos ya no tuvieran
que esperar pasivamente la llegada del milenio, sino que “podían trabajar de forma activa
para asegurar su llegada.” (Ibíd.) Esta reinterpretación de las creencias cristianas generada
a partir de las profecías de Joaquín, situó el proceso de la recuperación de la semejanza
divina anterior a la caída en el contexto de la historia humana.
Joaquín vaticinó que el milenio de Cristo llegaría en el año 1260. Cuando esta fecha
se cumplió, 58 años después de su muerte, el mundo no contempló el inicio del nuevo
milenio. A pesar de esto, la concepción milenarista no se menguó; por lo contrario, la
búsqueda del nuevo milenio así como la interpretación de los escritos proféticos fueron
asumidos por varias órdenes religiosas, hasta que en el siglo XIII, se revitalizó con mucha
fuerza a partir de la obra de Roger Bacon.
Roger Bacon fue el heredero de la nueva visión medieval de la tecnología como medio
de recuperación de la perfección original de la condición humana. Este teólogo
franciscano se situó en el contexto de la profecía, predicción y promesa milenarista.
Además, siguiendo a Erigena y a Hugo de san Víctor, percibió el avance como un medio
para restaurar la divinidad perdida de la humanidad; y siguiendo a Joaquín de Fiore, veía
en los avances tecnológicos un medio de anticipación y preparación del reino que tenía
que llegar, y un signo certero de que este reino estaba a punto de llegar. (Ibíd., pp. 42).
Al igual que Joaquín, Bacon estaba firmemente convencido que «no estaba muy alejado
de los tiempos del anticristo», debido a que la corrupción de la iglesia y las peleas de las
órdenes religiosas de su época eran síntomas de aquello. En la escatología cristiana, la
145
“llega del Anticristo” representa uno de los indicios más evidentes que anuncian la llegada
del milenio. En base a esto, para Bacon “el avance de la tecnología estaba doblemente
dedicado al fin trascendente de la salvación: por una parte, como medio para la
recuperación del conocimiento de la naturaleza que era parte de la herencia divina de la
humanidad, su parecido original con la imagen de Dios; y por otra parte, como medio
para triunfar sobre el Anticristo en anticipación al milenio” (Ibíd., pp.: 44). Bajo esta
premisa, la anunciada llegada del nuevo milenio y la necesidad de prepararse para el
mismo incentivó aún más el anterior impulso del desarrollo tecnológico promovido desde
los tiempos de Erigena; y al mismo tiempo, la posibilidad de participar activamente en el
retorno de Cristo propulsó el desarrollo tecnológico y científico a través de la providencia
de convertir al mundo entero al cristianismo.
En efecto, la principal misión evangélica del cristianismo es convertir a todas las razas
a la cristiandad. La conversión a escala mundial, según la interpretación bíblica de
Joaquín, “era una premisa necesaria y un indicio inequívoco para la llegada del milenio”.
Por tanto, acelerar el proceso de conversión de todas las razas y naciones al cristianismo,
era una forma de materializar la llegada del nuevo milenio. Perseguir este propósito
“animó la explotación y en consecuencia alentó un desarrollo en las artes que dependían
de esta explotación, incluyendo la geografía, la astronomía y la navegación, además de la
construcción de embarcaciones, la metalurgia, y, por supuesto, el armamento” (Ibíd., pp.
46). Como ha señalado la historiadora Pauline Moffitt Watts, «el esfuerzo por hacer
realidad la profecía a una escala cósmica y mundial era un estímulo mayor para el viaje
y el descubrimiento, desde las primeras misiones franciscanas en Asia a la empresa de
Colón en las Indias»131
131
Pauline Moffitt Watts, (1985): “Prophecy and Discovery: On the Spiritual Origins of Christopher
Colombus’ Enterprise of the Indies”, American Historical Review, vol. 90, pp. 73-102 (citado por Noble)
146
El relato religioso del cristianismo como fundamento para la dominación tecno-
científica de la naturaleza en Occidente.
Hacía el siglo XVI, algunos de los eventos que habían marcado el despertar de la
modernidad determinaron drásticamente el impulso que la tecnología de Occidente
experimentó en su relación con el cristianismo. Por una parte, el encuentro del nuevo
mundo y Europa recrudeció la atmósfera apocalíptica que se había gestado siglos atrás en
el seno del monacato, debido a que el «descubrimiento» de América se identificó como
la localización del paraíso perdido del que había sido expulsado el hombre en el comienzo
de los días. Esto significa que cuando Colón llegó a América, el cristianismo identificó
su descubrimiento con el Jardín del Edén; y por tanto, como un síntoma categórico de la
llegada del nuevo milenio. Estimulada por esta idea religiosa, la empresa colonizadora de
la América precolombina se volvía una tarea apremiante y necesaria, debido a que el
cristianismo –a través del franciscano Jerónimo de Mendieta– “retrató el virreinato de
Nueva España como el futuro emplazamiento del Reino de Dios” (Ibíd., pp. 54) En este
contexto, en el que la especulación utópica sobre el reino a venir tomó un aire de
inmediatez, “el proyecto milenarista medieval sobre el desarrollo tecnológico se hizo más
urgente” (Ibíd., pp. 55)
Por otro lado, la reforma luterana condujo a un aumento y una legitimación de las
esperanzas milenaristas; debido a que la ruptura de la iglesia como resultado de la
reforma, “señalaba la llegada del apocalipsis, el cumplimiento de la profecía del fin del
mundo y la recuperación del paraíso”. A su vez, el desarrollo y la propagación de la
tecnología de la imprenta junto al énfasis puesto por los reformistas en la interpretación
literal de las escrituras provocó que los libros proféticos de la Biblia –incluyendo a los
escritos de Joaquín de Fiore– fueran más accesibles. (Ibíd.) Estos acontecimientos
asentaron las bases que contribuyeron a que la expectativa de redención terrenal basada
en las escrituras que rondaba en el monacato se trasladase al imaginario de los pueblos y
envolviese a toda la cultura. En efecto, como producto de la reforma protestante y la
traducción y divulgación de la Biblia en Inglaterra, a partir del siglo XVI, la comprensión
de Dios ya no pasaba a través de las instituciones religiosas; de modo que cada individuo
se podía basar directamente en la autoridad de la Biblia para intentar comprender el papel
que se le había otorgado en el plan divino. Que la iglesia haya sido eliminada de la
ecuación para comprender y llegar a Dios se tradujo en un contexto cultural –ya no solo
clerical– dominado por las Escrituras y la escatología. Esto por su parte germinaría un
147
ambiente en el que la idea de la «trascendencia» se inocularía en lo más profundo del
imaginario colectivo de los pueblos Europeos.
“Se dio por hecho que Adán era todo el ser y todo el fin de la creación y que, debido a su
imagen y semejanza de Dios, se distinguía y estaba por encima del resto del mundo. A
través del diseño y la autoridad divinos, disfrutaba de una superioridad y domino sobre
todas las otras criaturas y un control completo sobre la naturaleza” (Ibíd., pp. 63)
Efectivamente, quizá más que ninguno de sus predecesores, –escribe Noble– Bacon
definió el proyecto occidental de la tecnología moderna, en tanto su compleja visión del
mundo respondía a la expectativa milenarista del dominio del hombre sobre la naturaleza.
Para Bacon, el conocimiento práctico de las artes era la clave para el desarrollo del
conocimiento en general, y éste a su vez, era esencial para la salvación y para la
148
restauración prometida de la perfección. Noble asegura que la meta más trascendente de
Bacon –al igual que la de sus predecesores medievales– fue la recuperación de la imagen
y semejanza de Dios originaria en la condición humana. El anhelo de Bacon por elaborar
un programa que permita aplicar instrumentos tecno-científicos para la dominación de la
naturaleza con el fin de recuperar la semejanza divina del hombre se refleja en varias de
sus obras. Por ejemplo, en su «The Great Restoration of Man’s Dominion Over the
Universe» Bacon se proponía “ampliar los limites deplorablemente estrechos del dominio
del hombre sobre el universo hacia los limites prometidos” (Ibíd., pp. 70) Tiempo
después, en el prefacio de su gran obra «La Gran Restauración», Bacon pretendía
demostrar que a través del desarrollo de las artes y el dominio de la naturaleza, la mente
del hombre “se podría restaurar en su condición perfecta y original”. (Ibíd.)
Por otra parte, en su «Novum Organum», Bacon creía que con la caída, el hombre no
solamente había perdido su divinidad, pureza e inocencia originarias, sino que también,
había perdido el dominio sobre la creación que legítimamente Dios había puesto para él.
No obstante, para este filósofo “ambas pérdidas se pueden recuperar parcialmente en esta
vida; la primera a través de la religión y la fe, la segunda a través de las artes y las
ciencias”. Esta postura se reafirmaba en su obra «Valerius Terminus», en cuanto afirmaba
que los fines verdaderos del conocimiento recaían “en la restitución y reinstauración del
hombre en la soberanía y el poder que había tenido en su estado primitivo de creación”
(Ibíd.) Revestido del éxtasis milenarista, Bacon veía los avances del conocimiento de su
época como la confirmación definitiva del cumplimiento de las profecías. En este sentido,
el legado que Bacon consolida para la formación de la empresa científica moderna, así
como su influencia en la aproximación de lo que se conoce como «conocimiento
científico»; está profundamente atravesado por especulaciones y aspiraciones religiosas.
En consecuencia, inspirado por la búsqueda de la trascendencia humana mediante la
restauración de su parecido original con Dios, Bacon establece por un lado –basándose
en el relato escatológico de las profecías– el terreno ideológico para la configuración de
la revolución científica del siglo XVII; y por otro, las bases necesarias para la
materialización de la doctrina de «progreso» de Occidente a través del dominio científico
de la naturaleza: eventos absolutamente determinantes en la magnitud que el desarrollo
tecnológico de Occidente adquiere en la modernidad.
De esta forma, el legado del «espíritu baconiano» inspiró a las mentes pioneras que
levantaron las academias científicas emergentes, como la italiana Accademia dei Lincei
149
y la reconocidísima Royal Society de Londres. En un principio, influenciados por la figura
de Bacon, el cultivo del conocimiento científico en estas instituciones de saber tenía un
impulso milenarista, de modo que “prácticamente la totalidad de los científicos ingleses
o promotores de la ciencia más importantes del siglo XVII, desde Robert Boyle132 a Isaac
Newton, creía en la llegada del milenio” (Ibíd., pp. 80) Sin embargo, tiempo después, los
fundadores de la ciencia moderna abandonaron progresivamente la noción de recuperar
la perfección anterior a la caída, y en su lugar, con el desarrollo del conocimiento y de las
artes, optaron por perseguir “la consecución de una comprensión verdaderamente divina
de la creación” (Ibíd., pp. 83). Esta suerte de “quiebre teleológico” significaba llevar un
paso más allá el carácter religioso que la ciencia moderna había heredado de la teología
natural de Occidente, en la medida en que para los científicos y los pioneros que fundaron
la empresa científica moderna, recuperar “un conocimiento verdadero de Dios” –a través
del conocimiento íntegro de su creación– no solamente suponía “acercarse al creador”;
sino implicaba también «ser como él».
132
Robert Boyle (1627-1691) es considerado el padre de la química y la ciencia moderna.
150
La tecnología moderna de Occidente como correlato del cristianismo
El momento en que formalmente cambió de manera radical la relación del hombre con la
naturaleza se remonta a la transición del arado tradicional al mecánico a finales del siglo
VII en el imperio Franco. Con la implementación del arado mecánico, “la distribución de
la tierra ya no estuvo basada en las necesidades de una familia, sino más bien en la
capacidad de una máquina para labrarla”. (White, 1967: 82) Con esta idea en mente,
White se pregunta si: «¿es acaso una coincidencia que la tecnología moderna, con su
insensibilidad hacia la naturaleza, haya sido producida por los descendientes de estos
campesinos del [imperio Franco]?”» (Ibíd.) El arado pesado se constituye en la primera
herramienta que le permite al hombre modificar sustancialmente los ecosistemas en los
que habita. Desde ese entonces hasta las postrimerías de la época medieval y el
consiguiente despertar de la modernidad, como hemos visto hasta ahora, cada
invento/descubrimiento determinante en el desarrollo de la Ciencia y la tecnología
modernas estuvo siempre marcado por una motivación e impulso de tipo religioso. En
este contexto, también, los grandes hitos de la tecnología moderna –armas atómicas,
viajes espaciales, ingeniería genética e inteligencia artificial– están impulsados por un
profundo éxtasis religioso. La consecución de estos hitos tecnológicos, no solamente
ratifica la tendencia que se había marcado desde los tiempos de Bacon, de percibir el
desarrollo tecnológico como un medio para alcanzar la trascendencia; sino que representa
un intento de materializar las fantasías escapistas del relato de la Cristiandad.
151
El Armagedón nuclear como impulsor de las aspiraciones de trascendencia
Con la ilustración Europea del siglo XVIII, el milenarismo que había resurgido en la edad
Media experimentó un aminoramiento acelerado. No sería hasta el siglo XX que el
milenarismo reemergería debido a la atmósfera apocalíptica generada por las dos guerras
mundiales. Sin embargo, en base a la experiencia de las incontables predicciones fallidas
que anteriormente anunciaron la llegada del nuevo milenio, la cosmovisión milenarista
del siglo XX resurgió bajo la forma de un «posmilenarismo»: una creencia que aseguraba
que “el milenio ya había empezado y que Cristo retornaría solo después de que la
humanidad hubiese creado con sus propias manos el reino terrenal”. Esta idea, al igual
que el esquema lógico del milenarismo medieval, se fundamentaba en el supuesto de que
Dios estaba esperando que la humanidad alcanzará el grado de desarrollo tecnológico
suficiente y necesario para preparar al mundo para que Cristo lo reinara durante mil años.
En la visión milenarista del siglo XX, la concepción de la trascendencia religiosa estaba
“enmascaraba por un vocabulario secularizado y ampliamente inconsciente”, y los viejos
temas religiosos “continuaron informando sutilmente los proyectos y precepciones
occidentales” (Ibíd., pp. 130) Así, las explosiones de las bombas nucleares del siglo
anterior inocularían en el imaginario colectivo un sentimiento generalizado de terror, al
construir el escenario más parecido –jamás antes visto– a lo descrito en las profecías del
Armagedón, construyendo una nueva visión milenarista de la historia de Occidente.
Al igual que Roger Bacon había alertado al papado de su tiempo sobre la necesidad de
desarrollar nuevos inventos para combatir contra el ejército del Anticristo en el caso que
el milenio estuviese por llegar, los grandes científicos que estuvieron detrás del desarrollo
de la bomba nuclear (Leo Szilard, Richard Feynman, Robert Oppenheimer, John von
Neuman, entre otros), al percibir lo cerca que la Alemania del Tercer Reich estaba de
producir bombas de fisión nuclear, alertaron al –en ese entonces– presidente
estadounidense Franklin Roosevelt sobre la necesidad de desarrollar tecnología nuclear
antes que sus enemigos, “para tener la seguridad de que este poder se utilizase para lo
bueno, y no por las fuerzas del mal” y con el fin de crear un armamento que al otorgar
una ventaja definitiva, pudiera poner fin al conflicto. En un comienzo, las grandes mentes
que crearon las armas nucleares consideraban que “en las manos adecuadas, el uso de esta
tecnología podría ser una bendición, un medio de salvación a través del cual se
transportaría a la humanidad de la negra historiad de la división y los conflictos a una
nueva era de paz y cooperación mundial” (Ibíd., pp. 131) En consecuencia, bajo la
152
dirección de los físicos Leo Szilard y Oppenheimer, en 1939 comenzó la creación del
proyecto Manhattan; el proyecto científico que diseñó las bombas atómicas que se
arrojaron en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.
“aparentemente, ahora tenemos que considerar la posibilidad de un fin súbito de la vida del
hombre en la tierra […] ¡La novedad de la situación presente no es la posibilidad de una
última generación, sino la posibilidad […] de que la nuestra sea la última generación!. La
bomba atómica […] recordaba a los cristianos que la historia «no se limitaba a este mundo
pasajero, sino que tenía su consumación en el reino de Dios»” (Ibíd., pp. 135)
Esta visión apocalíptica se recrudeció aún más a raíz del éxito de las pruebas de las
bombas soviéticas a partir de 1949 hasta el fin de la Guerra Fría, tanto en el interior de la
esfera religiosa como en el imaginario colectivo de las sociedades de Occidente. Sin
embargo, la significación milenarista del Armagedón atómico también estaba sutilmente
presente entre la élite técnica que se encontraba implicada en el desarrollo de la tecnología
nuclear, de una forma “más contenida y secularizada, aunque no menos intensa”. Para
estos científicos “el imperativo del desarrollo tecnológico marcó probablemente sus
vidas, potenciando una fe casi fetichista en el destino tecnológico y alimentando sus
propios sueños desesperados de trascendencia tecnológica” (Ibíd., pp. 138) En base a su
153
visión posmilenarista, los diseñadores de armas veían su trabajo como fruto de la
inevitabilidad tecnológica y apocalíptica propias de la época en la que vivían, pero a la
vez, veían en esa «condena inevitable» una promesa de salvación y purificación, y más
aún, una promesa de trascendencia.
Este hecho científico, que devela la finitud de la vida en el planeta, parece haber
nutrido e impulsado la concepción milenarista de la trascendencia que inconscientemente
se cultivaba en el imaginario del pensamiento científico del siglo XX. Así, por ejemplo,
el físico Freeman Dyson, autor del Space Traveler’s Manifesto (1958), “colaboró en el
desarrollo de las armas nucleares con la esperanza de asegurar la energía suficiente para
su nave espacial imaginaria, el último medio de la humanidad para lograr una existencia
universal e inmortal” (Ibíd., pp. 141)
154
precaria creencia en el progreso «voló por los aires con el fogonazo atómico», los sueños
y pesadillas milenaristas volvieron de nuevo para sacudir y angustiar la conciencia
occidental, y para colorear la imaginación tecnológica” (Ibíd.) Las dos guerras mundiales
desencadenaron un pensamiento apocalíptico renovado dentro del imaginario colectivo
de Occidente, puesto que las innovaciones tecnológicas –para hacer guerra– ya no sólo
representaban un avance creciente hacia la perfección, sino que incorporaban
inherentemente la promesa de una «purificación», en la medida en que para sus
diseñadores, “la bomba [era] un medio no sólo de destrucción sino también de disuasión,
defensa y liberación” (Ibíd., pp. 140); y a la vez, representaban la posibilidad de
materializar la idea de la trascendencia en la medida en que se configuraban como la
antesala del desarrollo de los viajes espaciales.
Desde sus inicios, la atracción del vuelo espacial estuvo ligada (desde las visiones
milenaristas de Kepler y Galileo que influenciaron a los padres de la Ciencia Ficción:
Verne y H. G. Wells a concebir relatos escapistas) fundamentalmente con la posibilidad
trascendental de ascensión al cielo. (Ibíd., pp. 143) Dado que desde el siglo XX para el
pensamiento científico es un hecho inminente que la supervivencia de la especie humana
depende de la capacidad de hallar un modo de abandonar la Tierra; el viaje espacial
adquiere una connotación religiosa en la medida en que se constituye como la
materialización del relato de la ascensión divina. Las fantasías escapistas que han
impulsado consciente e inconscientemente el desarrollo de los viajes espaciales –y que
están profundamente imbuidas por la concepción de la trascendencia religiosa– fueron
concebidas por primera vez de manera formal e influyente por Johannes Kepler.
En base a la defensa de Galileo que hace en uno de sus escritos el filósofo italiano
Tomasso Campanella, e inspirado por su inquebrantable fe religiosa, Kepler inició el
camino para el desarrollo de los viajes espaciales cuando publicó su Somnium (1609),
texto en el que describe su célebre sueño de un viaje a la Luna. En la narración de este
sueño, Kepler “se imaginaba en un vuelo sin motor terrícola por encima de las montañas
en el espacio como si lo hubiese disparado un cañón” (Ibíd., pp. 145), lo que lo impulsó
a trabajar arduamente en la elaboración de los primeros “mapas” con los que en futuro el
155
hombre emprendería el viaje hacía la Luna133. A partir de su publicación, el Somnium de
Kepler se convirtió en una referencia obligatoria para todos los escritores que trabajaron
con la idea de los viajes cósmicos, pasando por John Wilkinks, Joseph Glanvill, hasta
llegar a los más influyentes de todos: Julio Verne y H.G. Wells. Verne –que también fue
un cristiano devoto– anticipa en su novela De la Tierra a la Luna (1865) varios de los
sucesos que ocurrieron en la realidad en el marco del alunizaje de 1968, como la
experiencia de falta de peso, la forma de la cápsula espacial que se utilizó, el uso de
cohetes para alterar la órbita y el retorno de los astronautas con la caída al mar. El relato
de Verne fue tan influyente para el desarrollo de la tecnología de los viajes espaciales que
Ray Bradbury llegó a asegurar que “sin Verne con mucha probabilidad nunca hubiésemos
soñado con vernos en la Luna”134.
133
En base a la experiencia de su sueño, Kepler escribe a Galileo: «creemos navíos y embarcaciones
adaptados al éter celestial. Habrá numerosas personas que no tengan miedo del vacío. Mientras tanto,
debemos preparar, para los osados viajeros del espacio, mapas de los cuerpos celestiales. Yo lo haré de la
Luna; tú, Galileo, el de Júpiter. (Noble; 1999: 145)
134
Ray Bradbury, «Foreword», en William Butcher, Verne’s Journey to the Centre of the Self, Nueva York,
Macmillan, 1990, pp. xiii, xxiv y xv (citado por Noble, op cit. 148)
156
su conocimiento experto en el incipiente programa de desarrollo de cohetes
norteamericano (Ibíd., pp. 153) que en el transcurso de la Guerra Fría, desembocó en la
carrera espacial entre Rusia y Estados Unidos. De la carrera espacial surgieron el
programa espacial ruso Sputnik y la estadounidense National Aeronautic and Space
Agency (NASA) que en el punto más álgido de la Guerra Fría, dejaron de luchar por
enviar un cohete más allá de la exósfera y se enfrascaron en la misión de enviar un hombre
hacia el espacio y a la Luna. Además de ser una abrumadora muestra de poderío militar,
político y tecnológico, llevar un hombre a la Luna no tenía un propósito real por fuera de
los objetivos trazados en los programas espaciales que desarrollaron naves sin tripulación,
por lo que el vuelo tripulado surge –como sugiere Noble– de una inspiración
marcadamente religiosa. Las razones para enviar al hombre a la Luna estribarían en una
suerte de extensión del axioma que legitimó los esfuerzos milenaristas del siglo XVI de
convertir a todos los humanos a la Cristiandad. Es decir, la razón para enviar al hombre
al espacio radica en que –como escribió von Braun– era el propósito de Dios «enviar a su
hijo a otros mundos para llevarles el evangelio»135
Von Braun llegó a ver el vuelo espacial como un «nuevo comienzo» milenarista para la
humanidad, la segunda fase y final de su destino ordenado por Dios. El astronauta, el agente
mortal de esta nueva era cósmica, fue de esta forma, un nuevo Adán, concebido para propagar
la promesa de la redención a lo largo y ancho del mar celestial. (Ibíd., pp. 156)
Así mismo, para Von Braum136, el viaje espacial se justificaba porque “podría ser el
destino del hombre [a través de los viajes a otros mundos] asegurar la inmortalidad, no
sólo de su raza, sino del germen de la vida propiamente”137, lo que transformaría a los
colonizadores espaciales en los «Noé» cósmicos que salvarían a todas las formas de vida
en el futuro.
135
Entrevista a Von Braum por George W. Cornell, “Space Travel Teaches God Much Greater”, Huntsville
Times, 18 de julio de 1969.
136
Las convicciones religiosas de Von Braum se confirmaron cuando en un discurso en 1958, declaro que:
“con frecuencia se ha afirmado que la ilustración científica y las creencias religiosas son incompatibles, la
considero una de las más grandes tragedias de nuestro tiempo que es por igual una estupidez y un error
peligroso en el que hemos caído de forma general. La ciencia y la religión no son antagónicas (…) por el
contrario, son hermanas.” (Noble; 1999: 157)
137
(Ibíd.)
157
La NASA ha estado desde siempre invadida por un espíritu religioso. Aparte de su pasión
y entrega a la causa científica, otro atributo en común en la gran mayoría de los miembros
de la NASA es su devoción religiosa. El ambiente religioso era tan habitual en las
instalaciones de la NASA que desde sus inicios proliferaron grupos de estudio bíblico en
su interior y era bastante común que tanto administradores como científicos fueran a la
vez predicadores y miembros activos de comunidades religiosas. Por ejemplo, Hugh
Dryden, primer jefe de operaciones de la NASA, era a la vez un predicador laico
metodista con licencia. En uno de sus sermones, Dryden argumentó que: «Dios ha
compartido con nosotros parte de su poder creativo», incluyendo los poderes de la ciencia
y de la tecnología. «Sin lugar a dudas, hay que buscar [a Dios] en la naturaleza. Cuanto
más comprendemos la naturaleza, más comprendemos el estado intelectual de su
Creador»138
138
Noble, op cit. 164
158
La materialización tecnológica de la promesa de resurrección e inmortalidad
Al igual que el viaje espacial acercó a los hombres más que nunca a la idea de la
«ascensión» y la «trascendencia» divina; la ciencia y tecnología detrás del desarrollo de
la inteligencia artificial traía consigo la promesa de liberar al hombre de su más grande
desconsuelo: la finitud. En los últimos dos milenios de Occidente, la mente humana fue
considerada como el legado celestial de nuestra semejanza con Dios. Pero a partir de la
caída, esa «mente calculadora» como la llamó Kepler, estuvo condenada a existir
encadenada a la prisión de la mortalidad de los cuerpos. La única manera de liberar al
“espíritu divino del hombre” de esta atadura corporal era la muerte. Este destino fatalista
de la mente, que siempre atormentó a los grandes pensadores de Occidente, impulsó el
desarrollo de la inteligencia artificial a partir del siglo XIX. Desde sus orígenes, la
inteligencia artificial trajo consigo la posibilidad de, un día, prescindir de la muerte para
liberar la mente humana de su atadura corporal a través de la inmortalización tecnológica
de la consciencia.
139
Carta de René Descartes a Silhon, mayo de 1637, citado en David Noble, La religión de la tecnología,
Paidós, Argentina, 1999 pp. 178
159
La idea de la «divinización» de la mente y la necesidad de expurgarla de la corrupción
del cuerpo, que ocupa un sitio central en la reflexión de Descartes, “se convirtió en la
principal preocupación filosófica durante [los siguientes] tres siglos” en los que diferentes
pensadores –influenciados por el contexto del siglo XIX en que la matemática se convirtió
en el modelo y el medio «puro» para describir al pensamiento en sí mismo– “trataron de
entender los mecanismos de la comprensión humana, las categorías de la razón y la
fenomenología de la mente” (Ibíd., pp. 179), con el objetivo de matematizar los procesos
cognoscitivos del pensamiento, como el lógico-matemático George Boole, los filósofos
analíticos Gottlob Frege y Bertrand Russel, y filósofo-matemático inglés Alfred
Whitehead.
George Boole, considerado como el padre de los operadores lógicos simbólicos, fue
el inventor del álgebra booleana: una estructura algebraica que esquematiza las
operaciones lógicas sobre las que se fundamentan los principios de la computación y la
informática moderna. Al igual que Descartes, Boole –quién era un hombre fervientemente
religioso– “creía que el pensamiento humano era el enlace de la humanidad con lo divino
y que, en consecuencia, la descripción matemática de los procesos mentales humanos era
al mismo tiempo una revelación de la mente de Dios” (Ibíd., pp. 180). En su «An
investigation of the Laws of Thought» (1854) Boyle argumentaba que las leyes últimas
del pensamiento «son matemáticas en su forma», por lo que se enfrascó en la tarea
prometeica de representar el proceso del pensamiento humano en términos matemáticos.
En base a legado de Boole –que debido a su prematura muerte no pudo completar su
proeza– los pensadores del análisis lógico Gottlob Frege, Bertrand Rusell y Alfred North
Whitehead establecieron las bases para el cálculo matemático de la razón humana. (Ibíd.,
pp. 182)
Una vez que se logró entender los «mecanismos de la comprensión humana», las
«categorías de la razón» y la «fenomenología de la mente» en términos lógicos y
matemáticos, la posibilidad de simular o replicar mecánicamente los procesos humanos
de pensamiento se volvió plausible. La reducción del pensamiento humano a
representaciones matemáticas significaba que, al hallar las estructuras últimas que
posibilitan la aparición del logos y la consciencia humana, estas podrían ser replicadas en
una «máquina de pensar», lo que implicaba un acercamiento a la idea cartesiana de
«pensar sin el cuerpo» (Ibíd.) La posibilidad de crear algo parecido a una «máquina
pensante» representaba la encarnación de lo específicamente divino en los humanos: la
160
mente inmortal. En términos cartesianos –escribe Noble– la creación de una máquina
pensante tenía como objetivo el rescate de la mente inmortal de su prisión mortal. Por
tanto, inspirados en esta noción, los desarrolladores de la máquina pensante se
preocuparon por descubrir y matematizar los procesos del pensamiento humano para
transferirlos un medio mecánico más seguro, esto es, una “máquina que proporcionaría
una morada inmortal más apropiada para una mente inmortal” (Ibíd., pp. 183) Descubrir
el “diseño” a partir del cual funciona la estructura de cognoscibilidad humana y replicarlo
en una máquina mecánica significaba encarnar eternamente la divinidad que el hombre
comparte con Dios.
El primer intento de diseñar una máquina pensante pretendía obtener una mera réplica del
pensamiento humano. Aunque casi simultáneamente se elevaron las visiones, con la
esperanza de sobrepasar mecánicamente el pensamiento humano a través de la creación de
una «super inteligencia», más allá de las capacidades humanas. Entonces la posibilidad de
una mente inmortal capaz de enseñarse a sí misma nuevos trucos dio paso a la visión de una
nueva especie artificial que superaría al Homo Sapiens. (…) La mente inmortal podría
evolucionar de forma independiente hacia formas más elevadas de vida artificial, y unirse
finalmente con su origen, la mente de Dios. (Ibíd.)
Las primeras mentes que concibieron la posibilidad de construir esta máquina pensante
fueron el ingeniero Claude Shannon y el matemático Alan Turing. Por su lado, basándose
en el sistema de Boole, Shannon “estableció la base de trabajo para la simulación eléctrica
del pensamiento” que se constituye como el proto-lenguaje informático de los
ordeñaderos electrónicos, y trabajó en la idea de que utilizando los métodos apropiados,
una máquina podría ser perfectamente capaz de imitar al cerebro humano. Turing, por su
parte, planteó su propia descripción teórica de una máquina abstracta (conocida
posteriormente como «máquina de Turing») que operaba sobre la base del sistema
booleano y era capaz de expresar afirmaciones lógicas. En un artículo titulado
«Computing Machines and Intelligence» (1963) Alan Turing planteó la posibilidad de
que el desarrollo de la inteligencia artificial en un punto iría más allá de la simple
imitación, al sugerir que “algún día las maquinas podrían estar diseñadas con unos
poderes de pensamiento capaces de evolucionar más allá de los límites para los que habían
sido originalmente programadas” (Ibíd., pp. 185) Turing no dedicó su vida a diseñar
máquinas o servomecanismos que hicieran tal tarea, sino siempre se vio seducido por la
idea de desarrollar una máquina que pudiera aprender.
161
El trabajo de Turing y Shannon se constituye como la base de no solamente la
computación y la informática moderna, sino del desarrollo de lo que se conoce como
Inteligencia Artificial (AI). Al igual que la tecnología nuclear y espacial, la Inteligencia
Artificial se desarrolló en el interior de las instituciones militares. Los primeros esfuerzos
por desarrollar la Inteligencia Artificial se produjeron paralelamente a la empresa del
desarrollo de los vuelos espaciales tripulados (y bajo los mismos auspicios militares)
(Ibíd., pp. 188) Las primeras investigaciones que buscaban desarrollar la Inteligencia
Artificial estaban orientadas a estrictos fines militares: como la necesidad de optimizar
los sistemas de radar aéreos y la artillería naval. Tiempo después, dentro del mismo
entorno militar, el proceso de desarrollo de la Inteligencia Artificial condujo a la creación
de programas que “estimulaban la toma de decisiones humana requerida en el juego del
ajedrez, en la demostración de teoremas y en la lógica matemática”. En el año 1956, los
desarrolladores que conformaban la vanguardia de la Inteligencia Artificial se reunieron
fuera del ámbito militar por primera vez en una conferencia dictada en el Dartmuoth
College, de Estados Unidos, hecho que “ha sido considerado comúnmente el
acontecimiento fundador de la empresa de la Inteligencia Artificial” (Ibíd., pp: 191). La
propuesta de esa conferencia era “proceder al estudio sobre la base de la conjetura de que
cada aspecto del aprendizaje y de las demás características de la inteligencia, puede ser
descrito en principio de forma tan precisa, que es posible crear una máquina para
simularlo”.
162
(es decir, en una “realidad digital” ubicada en el ciberespacio) como en un medio
mecánico (un cuerpo humano mecanizado: el androide).
140
Crevier, D. (1993) «AI: The Tumultuons History of the Search for Artificial Intelligence», Nueva York,
Basic Books
141
Hans Moravec fue un especialista en Inteligencia Artificial formado en Stanford que entrí a formar parte
del profesorado del Carnegie Mellon y desarrolló robots avanzados para el ejército estadounidense y la
NASA
142
Citado en David Noble, La religión de la tecnología, Paidós, Argentina, 1999 pp. 200
163
nuestra propia divinidad. No obstante, ya sea a través de la transferencia de la consciencia
humana a un medio mecánico o por medio de la creación de una máquina que sea
consciente de sí misma y sea superior a lo humano, la inspiración religiosa –secularizada
y no– de fondo en el desarrollo de este tipo de tecnología es preservar e inmortalizar el
atributo divino que el hombre comparte con Dios: la mente, el conocer.
143
El último paso en el empeño humano por «conocer el funcionamiento interno de la obra del creador»
sería saber cómo se creó el universo.
164
máquinas orgánicas cuyo fin simplemente sería el de servir de soporte o contenedor del
atributo divino del hombre: su mente. La noción de concebir a los cuerpos como máquinas
abrió la posibilidad de desplegar un conjunto de saberes que intenten descifrar su
funcionamiento. De esta manera, más de dos siglos después de que Descartes inoculará
en la ciencia moderna la idea de concebir a los cuerpos biológicos como máquinas
mecánicas, el trabajo de Gregor Mendel representó un gran paso hacia la clarificación de
la estructura molecular, la función del ADN, y la comprensión de –lo que Arthur
Peacocke denominó– la característica más distintiva de los organismos vivos: su
capacidad de reproducirse144.
144
Peacocke, A. (1986): «God and the New Biology», Nueva York, Harper and Row, pp. 60, citado en
Noble (1999) «La religión de la tecnología», pp. 216
145
La cristalografía de rayos X es una técnica laboratorista para el estudio y análisis de materiales genéticos
que se utiliza en varias disciplinas científicas, especialmente en la biología molecular.
146
James W. Watson, (1968): «The Double Helix», Nueva York, Atheneum, citado en Noble (1999) «La
religión de la tecnología», pp. 221
165
En este sentido, el descubrimiento de la estructura interna del ADN se constituyó como
el tercer pilar de la “trinidad de acontecimientos” –junto al desarrollo de los programas
espaciales y al proyecto de la Inteligencia Artificial– que hicieron del siglo XX la época
en que el desarrollo tecnológico de Occidente consolidó las bases para la materialización
de la utopía baconiana descrita en La nueva Atlántida.
166
La resonancia de Occidente en la crisis ambiental de nuestra época
Las dos primeras partes de este capítulo estuvieron dirigidas a demostrar que al ser
acontecimientos exclusivamente occidentales, la religión cristiana, la ciencia y la
tecnología modernas están compenetradas consustancialmente. Esta idea nos conduce a
la noción de que el desarrollo del saber científico y tecnológico estuvo desde sus inicios
condicionado diacrónicamente a diversos ideales religiosos. No obstante, con el
surgimiento los fenómenos culturales en la modernidad –como el Estado, el derecho
racional y el capitalismo– el desarrollo tecnológico y científico de Occidente se vio
sometido a servir a los intereses del capitalismo industrial incipiente. En este sentido, el
despertar de la modernidad produjo una serie de acontecimientos que a partir de la
segunda mitad del siglo XVIII se concatenaron para desencadenar la crisis ecológica de
nuestra época.
La técnica, sin duda alguna, es el atributo distintivo más antiguo –incluso que el arte
primitivo o la cultura misma– del hombre; y es el acontecer más visible de su
transnaturalización; en la medida en que contrario a los animales –que ensimismados en
su código de animalidad buscan adaptarse a su entorno para sobrevivir–, el hombre, por
medio de la técnica, modifica, adapta el entorno para sí mismo, y de esta manera consigue
sobrevivir. Contemplada desde la noción de la antropología filosófica, la técnica es una
167
característica específicamente humana que se constituye como el instrumento con el que
el hombre se relaciona con la naturaleza. Así, la técnica –sea cual fuere ésta en un
determinado momento histórico– y el estadio de su desarrollo, condiciona los modos de
relacionamiento hombre-naturaleza. En esta perspectiva, la técnica, en sí misma, “es un
fenómeno consustancial a la propia existencia de la especie humana. La técnica es nuestra
naturaleza; es la forma humana de estar en el mundo; sin técnica, no hay humanidad
propiamente dicha”147
147 Esparza, José (1997): «Curso General de Disidencia. Apuntes para una visión del mundo alternativa»,
Ediciones El Emboscado/ col. “Metapolítica”, Madrid, 1997, citado en Montoya, O. (2008): «De la tecnhe
griega a la técnica moderna Occidental», pp. 299
148 Poiesis es un término griego que significa ‘creación’ o ‘producción’, derivado de ποιέω, ‘hacer’ o
‘crear’. Platón define en El banquete el término poiesis como «la causa que convierte cualquier cosa que
consideremos de no-ser a ser». Se entiende por poiesis todo proceso creativo.
168
la existencia de un saber cómo condición para su surgimiento; y 2) como la actividad
exterior, el movimiento extrínseco que trae-ahí-adelante algo en base a la aplicación de
ese saber. Estos dos momentos son considerados como “el conjunto unitario de la
actividad poiética”149. Para Heidegger, en Platón hay una intrínseca relación entre la
palabra techné y la palabra episteme, puesto que “ambas palabras son nombres para el
conocer, en el más amplio sentido” (Heidegger, 1997: 121). En la concepción griega del
término, donde se produce un “conocer” ya sea a través de la techné o la episteme, se
produce un desocultar. Lo decisivo de la téchne pues, -argumenta Heidegger– “no está
en absoluto en el hacer y el manejar, ni está en la utilización de medios, sino en el citado
desocultar” (Ibíd., pp.122), la téchne es un traer-ahí-delante.
149
Wehinger, G. (2008) «Una investigación del significado de téchne desde M. Heidegger», citado en
Montoya, O, 2008, «De la tecnhe griega a la técnica moderna Occidental», pp. 299
169
«verdadero» que hay en ella, lo que está detrás, lo que subyace, esto es, su esencia. Para
llegar a lo verdadero, es decir a la esencia de la técnica, Heidegger se pregunta por el
significado de lo instrumental, así como que es una cosa tal como un «medio» y un «fin»,
lo que le conduce al preguntar por su «causalidad». “Donde se persiguen fines y se aplican
medios, donde domina lo instrumental, allí impera la causalidad”. (Ibíd., pp. 116)
Heidegger intenta dar cuenta sobre lo instrumental y lo que atañe como “medio y fin”
a la técnica a través de la teoría de las cuatro causas de Aristóteles150, las cuales pueden
ser entendidas como cuatro modos del “ser-responsables-de” del traer-ahí-adelante
poiético de algo. “Los cuatro modos del ser-responsable-de traen algo a aparecer, le
permiten pro-venir a la presencia”. Así, por ejemplo, “en la copa sacrificial, preparada y
lista, coimperan cuatro modos del ser-responsable-de. Son diferentes entre sí y, sin
embargo, se copertenecen. ¿Qué los unifica de antemano? –Se pregunta Heidegger– ¿En
dónde se juega el juego conjunto de los cuatro modos de ser-responsables-de? ¿De dónde
surge la unidad de las cuatro causas? Sin embargo, el “ser-responsable-de”, entendido
como un “ocasionar”, no logra cerrar la unidad de causalidad, puesto que para Heidegger,
el “ser-responsable-de” solamente denota una suerte de “empuje inicial”, un “desatar”.
Por este motivo el filósofo alemán propone que para designar la esencia de la causalidad
pensada por los griegos, se debe hacer uso de la palabra “dar-lugar-a” en su sentido más
amplio. Es decir, la poiesis, referida a su unidad de causalidad, es un “dar-lugar-a” más
no un “ser-responsable-de”. Por consiguiente, “todo dar-lugar-a que algo (cualquiera que
sea) vaya y proceda desde lo no-presente a la presencia, es ποιησις [poiesis], es pro-ducir”
(Ibíd., pp. 119)
Por consiguiente, para Heidegger, los modos del dar-lugar-a, las cuatro causas, se
juegan, por consiguiente, dentro del pro-ducir. “El pro-ducir pro-duce desde el velamiento
al desvelamiento. El pro-ducir acontece solamente cuando llega lo velado a lo desvelado”
(Ibíd., pp. 120) Este pro-ducir como “llegar a desvelar” que invoca el autor de La
pregunta por la cosa, descansa en el desocultar; desocultar en el sentido griego de la
150
La filosofía enseña desde hace siglos que hay cuatro causas: 1 la causa materialis, el material, la materia,
con la que se prepara, por ejemplo, una copa de plata; 2. La causa formalis, la forma, la figura en la que se
introduce la materia; 3. La causa finalis, el fin, por ejemplo, el sacrificio, por el cual la copa requerida es
determinada según materia y forma [el objetivo último al que responde el traer-ahí-delante de un objeto], y
4. La causa efficiens, que produce el efecto, la copa real hecha, el platero. (Heidegger, 1997; 116)
170
alétheia151 y en el romano de veritas152. Por tanto, existe una relación entre el desocultar
y la técnica en la medida en que “en el desocultarse se funda todo pro-ducir”. Para
Heidegger, la dimensión “instrumental” y de “medio y fin” de la técnica pertenece al
desocultar, lo que convierte al desocultar en el rasgo fundamental de la técnica. En este
sentido, para Heidegger, “la técnica no es, pues, simplemente un medio. La técnica es un
modo del desocultar. Si prestamos atención a eso, –escribió– entonces se nos abrirá un
camino distinto para la esencia de la técnica. Es el ámbito del desocultamiento, esto es,
de la verdad” (Ibíd., pp. 121)
Ahora bien, si la técnica es un modo del desocultar, ¿Qué es la técnica moderna? Para
Heidegger, la técnica moderna también es un desocultar, pero éste no se despliega en el
pro-ducir en el sentido poiético. El desocultar imperante en la técnica moderna, dice
Heidegger, “es un provocar que pone a la naturaleza en la exigencia de liberar energías,
que en cuanto tales pueden ser explotadas y acumuladas” (Ibíd., pp. 123) Y justo en ello
radica la diferencia entre técnica y técnica moderna. La técnica (por ejemplo, la técnica
que involucra al labrado de la tierra, entendida como el cuidar y cultivar propios del hacer
del campesino), no implica un “provocar a la naturaleza”; en cambio, la técnica moderna,
por su parte, está desplegada en el sentido de la provocación. La técnica moderna, nos
dice Heidegger, “acontece de tal manera que se descubren las energías ocultas en la
naturaleza; lo descubierto es transformado; lo transformado, acumulado; lo acumulado, a
su vez, repartido y lo repartido se renueva cambiando. Descubrir, transformar, acumular,
repetir, cambiar, son modos del desocultar.” (Ibíd., pp. 125) La forma en que el desocultar
de la técnica moderna transcurre, es impuesta por el propio desocultar. “El desocultar
desoculta a él mismo sus propios, múltiples y ensamblados carriles, a través de los cuales
él dirige. La dirección misma es asegurada por todas partes. Dirección y aseguramiento
llegan a ser, incluso, los rasgos capitales del desocultar pro-vocante” (Ibíd.)
El poner que provoca a la naturaleza y que exige de esta liberar sus energías para
posteriormente acumularlas es, obviamente, una acción del hombre. Entonces ¿esto
significa que el hombre es la causa ulterior del desvelamiento? Heidegger responde que
no. “El hombre puede, ciertamente, concebir, formar e impulsar, esto o aquello, de una
151
Alétheia (ἀλήθεια) es una palabra griega que significa “verdad”. Por otra parte, Alétheia también hace
referencia a la Diosa griega de la verdad. Filosóficamente, alétheia se concibe como 'aquello que no está
oculto, aquello que es evidente', lo que 'es verdadero'. También hace referencia al "desocultamiento del ser"
152
Veritas, por su parte, es una palabra que en latín significa “verdad”. En la mitología romana, Veritas es
el nombre de la Diosa de la verdad.
171
manera o de otra. Pero, del desvelamiento, en el que, en cada caso, lo real se muestra o se
retrae, no dispone el hombre" (Ibíd., pp. 127) En realidad, el hombre no condiciona ni
direcciona el desocultar de la técnica moderna, solamente es una parte activa de este
proceso. Es decir, el hombre está “pro-vocado a pro-vocar las energías de la naturaleza”,
y sólo en tanto provocado a provocar, “puede acontecer este desocultar establecedor”
(Ibíd.) El desvelamiento, el desocultar, no es nunca un hecho humano. En este sentido, si
no es ningún simple hecho del hombre, resalta la pregunta ¿dónde y cómo acontece el
desocultar?
Gestell es una palabra en alemán que se traduce por armazón, soporte, marco o estante.
Heidegger propone usar esta palabra [Gestell] –en un sentido completamente insólito,
reconoce– para designar “lo reunidor de aquel poner, que pone al hombre, esto es, lo pro-
voca, a desocultar lo real en el modo de establecer en cuanto constante” (Ibíd., pp. 130),
es decir, para significar el modo de desocultar que impera en la esencia de la técnica
moderna. Por tanto, para Heidegger, el Gestell –en cuanto aquello que dispone el
provocar a la naturaleza y reclama al hombre para establecer el desocultar– se constituye
como aquello que impulsa al hombre a insertarse en el constante flujo del desvelamiento
de lo real imperceptible. Lo producido, desvelado, o desocultado por la técnica moderna
no se constituye como el resultado lógico de los esfuerzos de la empresa humana por
resolver sus necesidades. La esencia de la técnica moderna, lo que “lleva al hombre al
camino del desocultar”, radica en lo dis-puesto; en el Gestell.
172
¿Qué significa que la esencia de la técnica moderna conduzca al hombre al “camino
del desocultar”? Que más allá del hecho de que el hombre este provocado a provocar las
energías de la naturaleza, el camino del desocultar estaría previamente establecido, por lo
que el desvelamiento sería un «fatum» –del Gestell, más no del hombre– ligado a la
experiencia vital humana. Poner en camino quiere decir en alemán schicken (destinar), y
poner al hombre en un camino del desocultar geschick (destino), escribe Heidegger. Por
tanto, la esencia de la técnica que conduce al desocultar, se presenta como algo destinado.
“Lo dis-puesto [Gestell], en cuanto pro-vocación en el establecer, destina en un modo del
desocultar. Lo dis-puesto es una destinación del destino, como toda manera de desocultar.
Destino, en el sentido mencionado, es también el producir, la ποιησις [poiesis]” (Ibíd.,
pp. 135). En este sentido, para el autor de De la esencia de la verdad, la esencia de la
técnica reposa en el Gestell, y este a su vez, pertenece al destino del desocultamiento.
“una cosa es el "dispositivo" y otra son los objetos que el dispositivo pone en acción,
incluyendo al hombre que los usa o los opera. Hombres y máquinas en el proceso de
producción o en la vida misma son "servomecanismos" múltiples e interactuantes mientras
que el "dispositivo", uno, único, los enmarca, flota por encima de ellos, les asigna sus
lugares y tareas” (Ibíd.)
174
gran desocultar– hasta el actual contexto de la hiper-racionalización del mundo
Occidental.
Con Heidegger vimos que la técnica moderna –tanto en su esencia como en su dimensión
instrumental–, a diferencia de la técnica o la techné griega, está dirigida a desvelar las
energías ocultas en la naturaleza. Esto solamente es posible a partir de que el racionalismo
occidental (Weber; 1984) de la modernidad produjo una serie de fenómenos y
acontecimientos que posibilitaron el dominio tecno-científico del hombre sobre la
naturaleza. Es por esta razón que sopesar y contrastar el contexto y la concatenación de
sucesos que posibilitan el surgimiento de la técnica moderna conduce inevitablemente a
la certeza de que ésta es un acontecer exclusivamente Occidental. De aquí que la técnica
moderna no pueda ser concebida por fuera de su profunda relación con la empresa
científica moderna –otro acontecer puramente occidental–, en tanto que ambas están,
desde sus albores, compenetradas y puestas al servicio del «desocultar» que se forja en la
modernidad occidental y que tiene por objeto constreñir a la naturaleza en la exigencia de
liberar energías para acumularlas y transformarlas. La técnica moderna se convierte en el
instrumento, la ciencia en el saber, y el relato del cristianismo en el fundamento; que el
racionalismo occidental de la modernidad despliega para la conquista y victoria definitiva
del hombre sobre la naturaleza. Por tanto, desde sus orígenes, la técnica y la ciencia
modernas han estado totalmente orientadas al dominio racional de la naturaleza. En este
sentido, el dominio racional de la naturaleza se convierte en el instrumento con el que la
técnica moderna provoca a la naturaleza a liberar sus energías. Dicho de otra forma, sería
imposible concebir una técnica moderna que desvele las energías ocultas en la naturaleza
si no se contara con el dominio racional y tecnológico que ofrece la ciencia, así como con
el fundamento que provee el relato del cristianismo.
175
Por otra parte, la dominación tecno-científica de la naturaleza tiene como efecto la
liberación de las barreras para el despliegue absoluto de la doctrina de «progreso» de
Occidente. Desde los albores de la modernidad, la noción de «progreso», en tanto medio
para alcanzar el “bienestar” y la “prosperidad”, fue el justificativo para el sometimiento
racional de la naturaleza. En este razonamiento, tanto la explotación y transformación de
la naturaleza, como los avances tecnológicos, son concebidos como manifestaciones del
«progreso» lógico de la cultura Occidental. Por esta razón, desde que la noción de
«progreso perpetuo» cobró un gran impulso con el dominio racional de la naturaleza que
inauguró a la modernidad, “la naturaleza se convierte así en una única estación gigantesca
de gasolina, en fuente de energía para la técnica y la industria modernas”153 (Heidegger,
1999), así como también en un enorme vertedero en donde se depositan los residuos
(outputs) producidos por la cultura occidental. Sin embargo, en nuestra visión, el
«progreso» como ideal y doctrina civilizatoria no determina el dominio, la cosificación y
la colonización de la naturaleza. La noción de «progreso» de Occidente se constituye
únicamente como la punta visible (y cognoscible) de aquello que da-lugar-a el
desocultamiento de lo real a través de la técnica moderna. Es decir, el «progreso» es la
denominación histórica que el hombre –a consecuencia de la concepción instrumental de
la técnica moderna en detrimento del acercamiento a su esencia– ha utilizado para
referirse al dispositivo (Gestell) de Occidente.
153
Heidegger, M. (1999): «Serenidad», Ediciones del Serbal, Barcelona
176
precisamente solo en Occidente hayan nacido ciertos fenómenos culturales, que parecen
marcar una dirección evolutiva de universal alcance y validez?154 Estos fenómenos a los
que se refiere Weber (Estado burocrático moderno, la ciencia jurídica racional, el
funcionariado especializado, las ciencias y el capitalismo) se desarrollaron tenuemente en
las culturas no occidentales y no generaron un impacto significativo en la dirección
evolutiva del mundo, debido a que –como sugiere el mismo Weber–, estaban concebidos
por fuera del «racionalismo occidental». Es el “racionalismo específico y peculiar de la
civilización occidental” el que ofrece el clima necesario para la aparición y concatenación
de estos fenómenos que consolidan las bases para la formación de la sociedad moderna.
Ese «racionalismo occidental» al que Weber atribuye el aparecimiento de los fenómenos
culturales de la modernidad, a nuestro entender también forma parte activa del
dispositivo.
Desde otra perspectiva, seguir la reflexión de Weber sobre la modernidad nos conduce
a la noción de que las “características particulares del racionalismo occidental”, que
posibilitaron el surgimiento de ciertos fenómenos culturales que determinaron la forma
en que se produjo la sociedad moderna (como el capitalismo y la ciencia), están
atravesadas por repercusiones religiosas155. Entendemos a la religión, concretamente, a
la religión cristiana, como uno de los rasgos distintivos de la cultura occidental, en cuanto
que el relato del cristianismo se constituye en uno de los mitos fundacionales de
Occidente. Que las características particulares del racionalismo occidental tengan
connotaciones manifiestamente religiosas estriba en que ambos –tanto racionalismo como
cristianismo– fueron forjados en el mismo crisol en el que se formó la conciencia de
Occidente. De ahí que se afirme que el cristianismo y –posteriormente– el racionalismo
consolidaron las bases en las que se funda el proyecto civilizatorio de Occidente. Por
consiguiente, para discutir con mayor claridad el supuesto que afirma que la técnica y la
ciencia modernas son acontecimientos exclusivamente occidentales, partimos de las tesis
que aseguran –principalmente las recogidas en la obra de David Noble– que tanto la
ciencia moderna como el desarrollo tecnológico poseen profundas implicaciones
religiosas. Bajo esta idea, la ciencia y la tecnología de Occidente no solamente están
154
Weber, M. (1984): «La ética protestante y el «espíritu» del capitalismo», Madrid, SARPE
155
En «La ética protestante y el espíritu del capitalismo», Weber se concentra en visibilizar “las conexiones
entre la ética racional del protestantismo ascético y la moderna ética económica, constitutiva del «espíritu
del capitalismo»” en tanto existe un “influjo de ciertos ideales religiosos en la constitución de una
“mentalidad económica” –de un ethos económico–, [que relaciona] la ética económica moderna con la ética
racional del protestantismo ascético” (Weber, 1984: 8).
177
relacionadas a una matriz religiosa cristiana, sino que, su misma emergencia responde
directamente al impulso que recibieron de la acción religiosa premoderna. En este sentido,
como vimos en las dos primeras partes de este capítulo, cada uno de los desocultamientos
y avances tecnológicos desde el siglo VII, así como cada saber desvelado por la empresa
científica occidental desde el siglo XIII, han estado profundamente vinculados e
impulsados por diferentes ideales religiosos.
Preguntarse por el origen de la crisis ecológica significa embarcarse en una proeza que
no puede responderse con precisión. El momento exacto en que el hombre empezó a
modificar su ambiente no puede datarse con exactitud. Lo que sí se puede intentar ubicar,
sin embargo, son las raíces (trans)históricas que desencadenaron la actual crisis ecológica.
Pero antes de intentar ubicarlas, es necesario insistir en algo que ya se abordó con
anterioridad. Indudablemente, el hombre es una especie que altera y modifica su contexto
natural. Para Lynn White, “desde que el hombre se convirtió en una especie numerosa,
ha modificado notablemente su ambiente” (White; 1967: 78). Por ejemplo, es sabido que
el método de caza con fuego creó las grandes praderas de gran parte del planeta en el
pleistoceno, y que en muchas regiones el riego de la agricultura y el sobrepastoreo
modificaron la composición orgánica y estética de las tierras. No obstante, la alteración
del ambiente y la naturaleza que desembocó en la actual crisis ecológica no puede
atribuírsele en abstracto al ‘hombre’, puesto que la crisis ecológica y el cambio climático
recaen exclusivamente sobre los hombros del hombre occidental. Desde los albores de su
despliegue, el proyecto de Occidente implicó y requirió un cada vez mayor dominio y
control sobre la naturaleza.
178
La alteración que la civilización occidental ha provocado en el entorno natural del
planeta no se inicia únicamente con el dominio racional y tecno-científico de la naturaleza
que acompaña al despertar de la modernidad, sino que se remonta hace más de dos
milenios, probablemente en el momento en que la –en ese entonces– república Romana
intensificó drásticamente la extracción de recursos –principalmente la tala de árboles para
la construcción de navíos de guerra– para combatir a los cartagineses en las guerras
púnicas.156 Este momento demarca el inicio de las guerras y expediciones de la historia
de Occidente. La complejidad y especificidad con la que se irguió la historia occidental
supuso siempre (ya sea a través de la extracción de recursos para las guerras, conquistas
e invasiones; o a través de los adelantos culturales, mercantiles, tecnológicos,
arquitectónicos, o económicos inherentes al «progreso») una modificación sustancial y
cada vez más acelerada del entorno natural del planeta:
“Cuando se dispararon los primeros cañones a principios del siglo XIV afectaron a la
ecología al enviar a obreros a bosques y montañas a la búsqueda de más potasa, azufre,
minerales de hierro y carbón, con la consiguiente erosión y deforestación” (White, 1967: 80)
156
Se conoce con el nombre de las guerras púnicas a los tres conflictos armados que enfrentaron entre los
años 264 a. C. y 146 a. C. a las dos principales potencias del Mediterráneo occidental de la
época: Roma y Cartago. La derrota aplastante que Cartago sufrió supuso un punto de inflexión que provocó
que el conocimiento de las antiguas civilizaciones mediterráneas pasara al mundo moderno a través
de Europa en lugar de África. La victoria de Roma sobre Cartago en estas guerras supuso un impulso para
el posterior surgimiento del Imperio Romano y su política expansionista.
179
del relato de la creación que justifica la dominación y el sometimiento de la naturaleza
como providencia divina.
¿En dónde radica, pues, el origen de la actual crisis ecológica?, ¿En el axioma de
«progreso» de Occidente?, ¿En la consustancialidad entre ciencia y religión?, ¿En el
dominio racional y tecnológico de la naturaleza?, La respuesta es: en todos estos
aconteceres.
El origen histórico de la crisis ecológica estriba directamente, por una parte, en la auto-
consciencia civilizatoria de Occidente en la era del Cristianismo. El Cristianismo no
significó solamente una simple doctrina de fe, o un modo de expresión de la religiosidad;
antes bien, se convirtió en el fundamento de la dominación de la naturaleza y del
desarrollo tecno-científico de Occidente. “La ciencia moderna es una extrapolación de la
teología natural y la tecnología moderna puede ser explicada como una expresión del
dogma cristiano occidental voluntarista acerca de la trascendencia del hombre sobre la
naturaleza” (Ibíd., pp. 85). La ciencia y la tecnología modernas, comprendidas como
instrumentos del desocultar del dispositivo, “se unieron para darle a la humanidad poderes
que están fuera de control, a juzgar por muchos de sus efectos ecológicos”. (Ibíd.) Por
otra parte, el desencadenamiento de la crisis ecológica responde al surgimiento de la
técnica moderna en su relación con la capitalización de la naturaleza en el contexto del
capitalismo industrial. Cabe aclarar que con esto no pretendemos asumir una posición
“anti-tecnologisista” que satanice a la técnica moderna y la culpabilice por el atolladero
ecológico de nuestra época. Lo que queremos señalar es que al haber emergido la técnica
moderna –en tanto un modo del desocultar que provoca a la naturaleza a liberar energías
acumulables y explotables– paralelamente al apogeo del capitalismo industrial y al
180
desarrollo de las ciencias y la tecnología, se forjaron las condiciones necesarias para que
la incipiente sociedad moderna acepte beneplácitamente la capitalización y explotación
de la naturaleza y las conciba como un síntoma irrefutable del «progreso».
181
CONCLUSIONES
La propuesta central de este capítulo es intentar demostrar que existe una correlación
directa entre la emergencia de la ecocatástrofe como posibilidad real, y el despliegue
civilizatorio de Occidente. En otras palabras, este apartado de la investigación busca
evidenciar que las raíces del cambio climático y la crisis ecológica no se localizan –como
usualmente se afirma– en la emergencia del capitalismo industrial de mediados del siglo
XVIII; sino más bien, en la formación del ethos de Occidente.
182
De su parte, el desarrollo de la técnica moderna –a través de la cual, a entender de
Heidegger, el hombre occidental encuentra los mecanismos para desvelar las energías
ocultas de la naturaleza– le proporcionó al capitalismo los medios tecnológicos necesarios
para ampliar y complejizar su producción, lo que se tradujo en la intensificación de los
ritmos de explotación de los recursos naturales que deviene en la subsunción real de la
naturaleza al capital. La técnica moderna se convierte en el instrumento, la ciencia en el
saber, y el relato del cristianismo en el fundamento; que el racionalismo occidental de la
modernidad despliega para la conquista y victoria definitiva del hombre sobre la
naturaleza. Por tanto, desde sus orígenes, la técnica y la ciencia modernas han estado
totalmente orientadas al dominio racional de la naturaleza. En este sentido, el dominio
racional de la naturaleza se convierte en el instrumento con el que la técnica moderna
provoca a la naturaleza a liberar sus energías. La dominación tecno-científica de la
naturaleza en la modernidad tiene como efecto la liberación de las barreras para el
despliegue absoluto de la doctrina de «progreso» de Occidente. Desde los albores de la
modernidad, la noción de «progreso», en tanto medio para alcanzar el “bienestar” y la
“prosperidad”, fue el justificativo para el sometimiento racional de la naturaleza. En este
razonamiento, tanto la explotación y transformación de la naturaleza, como los avances
tecnológicos, son concebidos como manifestaciones del «progreso» lógico de la cultura
Occidental.
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