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Los dos libros que se intitulan con el nombre de Samuel ni fueron escritos por el
profeta, ni tampoco tratan exclusivamente de él. Sólo la primera parte del libro
primero de Samuel se refiere a él, en unos relatos sobre los primeros tiempos de
la monarquía israelita. Ambos libros forman una unidad con los dos libros de
Reyes. De ahí que existen diversos modos de citarlos: agrupando los dos libros de
Samuel por un lado y agrupando los dos libros de Reyes por otro. La otra forma,
ya no tan común, consiste en agrupar los cuatro libros bajo el título de Reyes, de
la siguiente forma:
1 Sam 2 Sam 1 Re 2 Re
1 Re 2 Re 3 Re 4 Re
Para facilitar la lectura, los libros pueden ser divididos como sigue:
- 1 S 1-7: relatos sobre los dos últimos jueces, Helí y Samuel, y sobre la
opresión filistea. Samuel, presentado mediante los relatos de su nacimiento e
infancia en el santuario de Silo (1-3), desaparece detrás dela historia del arca
prisionera de los filisteos (4,1-71), para reaparecer 20 años después, como
juez de Israel (7,2-17).
- 1 S 8-15: Relatos sobre Samuel y Saúl, sobre la institución de la monarquía y
sobre el rechazo de Saúl. Samuel da a Israel su primer rey, Saúl (8-12), el cual
combate contra los filisteos (13-14), pero pronto Yahvéh lo rechaza (13,7b-15;
15).
- 1 S 16-31: Relatos sobre Saúl y David; un David que comienza siendo amado
por Saúl, para terminar siendo odiado y perseguido por el mismo. Se explica
cómo David llegó a ser rey. En primer lugar es consagrado rey en secreto por
Samuel (16), sucesivamente se convierte en oficial de Saúl (17-19), el cual lo
persigue por celos (18-21), se hace jefe de una banda en el desierto (22-26) y
se alía con los filisteos (27-30). Finalmente, el texto da el dato de la muerte de
Saúl y sus hijos en la guerra (31).
- 2 S 1,1-5,1: David, rey de Judá después de la muerte de Saúl. Después que
David se entera de la muerte de Saúl y lo llora en una hermosa elegía (1), es
proclamado rey de Israel (2,4) y, finalmente, de Israel (5,1-5).
- 2 S 5-20: David, rey de todo Israel y de los pueblos vecinos conquistados.
David se apodera de Jerusalén (5,6-12), a donde traslada el arca (6), haciendo
así de Jerusalén (5,7-9) la capital política y religiosa del reino. La profecía de
Natán (7,8-16) le asegura la perennidad de su dinastía. David, a través de sus
guerras victoriosas (8) muestra la grandeza de su reinado. Se relatan las
graves crisis del reinado de David: adulterio del rey (10-12), asesinato de su
primogénito Amnón (13), intrigas y rebelión de Absalón (14-19) y la rebelión de
las tribus del norte (20).
- 2 S 21-24: Apéndices. Tratan de temas diferentes: La venganza de los
Gabaonitas o asesinato de los hijos de Rispá, concubina de Saúl (21), canto de
victoria de David (22), últimas palabras de David (23,1-7)), aventuras de los
valientes del ejército de David a favor de su señor (23,8-39) y el censo y la
subsiguiente peste con que castigó Yahvéh a David (24).
Para empezar, las tribus del Norte se rebelaron en el 926 aec. y constituyeron una
nueva dinastía y un nuevo reino, rival al de Judá. - En el 722 aec. Samaría,
capital del nuevo Reino del Norte, fue sitiada y capturada por Salmanasar V, y las
diez tribus del Norte fueron deportadas a Asiria para no volver ya más. - En el
587 aec. el Reino del Sur cayó en poder de Babilonia por obra del gran
Nabucodonosor. El templo fue incendiado hasta los cimientos. Jerusalén fue
destruida. Cesó el poderío independiente de los reyes de la dinastía davídica.
Escrito en el exilio de Babilonia alrededor del 560 aec., el libro de los Reyes es
una historia filosófico-teológica del reino de Israel desde el 965 al 560 aec. Es
filosófica en el sentido de que el propósito del autor es señalar la raíz de la caída
del reino. Es teológica porque las causas fundamentales que señala de la caída
del Reino son religiosas: fallo de los reyes en observar el monoteísmo pedido por
Dios en el Sinaí y aparición de los males consecuentes a la no observancia de la
unidad del santuario en Jerusalén.
Tres son las fuentes principales que utilizó el autor de estos libros: los “Hechos de
Salomón” (1 R 3-11) que dan la historia del rey desde el 965 hasta el 926; y las
“Crónicas del Reino del Norte” sincronizadas con las “Crónicas del Reino del Sur”,
para relatar la historia del país dividido desde el 931 hasta el 587 aec. (1 R 12--2 R
25).
Escrito inicialmente en una sola obra, el libro de los Reyes fue dividido más tarde
por los traductores en dos libros. La obra del autor puede fácilmente dividirse en
tres partes distintas: 1ª (1 R 1-11): historia del reinado de Salomón; 2ª (1 R 12; 2 R
17): historia sinóptica de las provincias norte y sur del reino de Salomón; 3ª (2 R
18-25): historia del Reino del Sur, único sobreviviente, hasta su caída en el 587.
c) ¿Por qué se pone en boca de Ana este himno? ¿Y por qué pronuncia Ana
este himno de victoria real? El autor que introdujo este himno posterior en este
sitio se dejó llevar quizá de la referencia a la mujer fecunda y a la estéril y en esta
alusión vio a Ana: despreciada por su rival fecunda, ahora es madre de un hijo que
será famoso. También la suya es una victoria que puede revelar o conjurar el
repertorio de las acciones soberanas de Dios. Y quizá esa referencia al rey al
principio del libro contenga una sutil alusión a los futuros acontecimientos. El autor
que inserta aquí este himno sabe muy bien que el hijo de Ana ha de ungir reyes.
Como dirá San Pablo “Dios ha elegido lo que el mundo considera débil para
confundir a los fuertes; ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los
ojos del mundo para anular a quienes creen que son algo” (1 Cor 1,27-28). “Te
basta mi gracia, pues la fuerza se muestra perfecta en la flaqueza… Cuando me
siento débil, es cuando soy fuerte” (2 Cor 12,7-10).
c) La sociedad ideal por la que luchó Israel en el Éxodo y por la que lucharán
los profetas: Un proyecto de sociedad igualitaria que quedó como ideal de
un pueblo. En los hebreos quedó siempre marcado el hecho del éxodo, una lucha
sin par contra el poderoso que los esclavizaba y oprimía, matando sus hijos, obli-
gándolos a trabajos forzados y destruyendo su cultura y su religión (cf. Ex 1-2). Lo
único y lo mejor que ellos en ese momento pudieron hacer fue pensar en un
modelo alternativo de sociedad. Y tuvieron la valentía de hacerlo. Y en esta
aventura Dios estuvo con ellos. Por eso lo definieron como el Dios de los pobres y
esclavos y por eso interpretaron esta lucha como un rescate que su Dios-goel
hacía de ellos, que eran su pertenencia (Ex 15,13. 16). Los verbos que el texto
original emplea son: "liberar" ("pueblo liberado") y "adquirir" ("pueblo que
adquiriste"). La sociedad alternativa que nació del éxodo se propuso un ideal, así
no lo lograra del todo: la sociedad de la igualdad, de la solidaridad y de la
fraternidad.
d) La sociedad ideal fue traicionada por la Monarquía. Por eso los profetas
serán críticos de la monarquía. El inmenso esfuerzo realizado en el éxodo y el
modelo de sociedad alternativo instaurado a partir del mismo, se vieron frustrados
por la implantación de la monarquía. Como veremos más adelante, la monarquía
se instauró en Israel casi como una necesidad histórica, pero necesidad que el
mismo pueblo y sus líderes fueron fraguando, por no tener la calidad que exigía un
proyecto comunitario de esta clase. Como todas las cosas nuevas, la monarquía
en su comienzo satisfizo al pueblo. Suplía la falta de liderazgo por la que pasaba,
lo libraba de sucumbir ante la fuerza arrolladora de otros pueblos y, por supuesto,
le daba también ventajas y poder. Quizás por esto la aceptaron tan fácilmente,
regresando con ella al esquema faraónico del poder absoluto. Sin embargo, los
profetas, a pesar de sus ocasionales ambigüedades, serán siempre críticos de la
monarquía.
f) La sociedad ideal reivindicada por los Profetas: Una nueva conciencia para
una nueva realidad. La aparición del profetismo propio de Israel está ligada a la
instauración de la monarquía. Este es un fenómeno que le da originalidad al profe-
tismo israelita frente al profetismo del Medio Oriente, que permaneció ligado a
fenómenos de adivinación, de visiones y predicciones del futuro y de magia, sin
definirse por contenidos de justicia. El profetismo israelita -pese a la presencia de
falsos profetas y a la ambigüedad de muchos de sus verdaderos profetas- lo
define la justicia. De aquí se desprende el criterio de autenticidad de un profeta.
Los profetas fueron una especie de conciencia crítica de la monarquía. Y, al
enfrentarse a ella, trataron de reivindicar la sociedad ideal traicionada por los
reyes. Por eso, según estos mismos profetas:
- El origen del mal en Israel hay que colocarlo en Guilgal, sitio donde Samuel
ungió a Saúl como rey (Os 9,15).
- Los reyes no ayudan, hunden al pueblo (Os 8,4; 13,9-11-).
- El Estado debe cesar (= Israel debe ser llamado al desierto) (Os 2,16.21-22).
* Tanto Dios como su profeta hacen parte de un drama histórico. Ante las
anteriores expresiones de corrupción del final del tiempo de los jueces, era apenas
lógico que el pueblo buscara salida. Y desafortunadamente lo hizo por la línea del
poder vertical absoluto. Para esto fue escogido Saúl. Y lo curioso es que
Samuel -último juez y primer verdadero profeta- fue el encargado de su unción (1
S 10,1). No nos extrañe que Samuel meta a Yahvéh en el problema de la
institución de la monarquía (1 S 9,27; 8,1 ss). No olvidemos que se trata de una
interpretación de la historia, y no de la reproducción de una crónica. Esto explica
por qué Yahvéh, en el contenido simbólico de un relato, pueda ser uno de los
actores del drama, ocupando casi siempre el papel de la conciencia personal o
colectiva de Israel.
El escritor deuteronomista pone en boca del mismo Dios (la conciencia del pueblo)
el llama do “fuero” o “derechos del monarca”. Vale la pena asimilar sus ideas:
“Estos son los derechos del rey que los va a gobernar:
Llamará a filas a los hijos de ustedes, y a unos los destinará a los carros
de combate, a otros a la caballería y a otros a su guardia personal. A
unos los nombrará jefes de mil soldados, y a otros jefes de cincuenta.
A algunos de ustedes los pondrá a arar sus tierras y recoger sus
cosechas, o a fabricar sus armas y el material de sus carros de
combate.
Tomará también a su servicio a las hijas de ustedes, para que sean sus
perfumistas, cocineras y panaderas.
Se apoderará de las mejores tierras y de los mejores viñedos y olivares
de ustedes, y los entregará a sus funcionarios.
Les quitará la décima parte de sus cereales y viñedos y la entregará a
los funcionarios y oficiales de su corte.
También les quitará a ustedes sus criados y criadas y sus mejores
bueyes y asnos y los hará trabajar para él.
Se apropiará, además, de la décima parte de sus rebaños.
Ustedes mismos tendrán que servirle” (1 S 8,10-17).
Como es claro, el escritor está aquí denunciando y sintetizando las injusticias que
la monarquía cometió durante siglos contra el pueblo, varones y mujeres. El
balance de esta historia de servidumbre frente a la monarquía queda resumido en
las palabras siguientes:
“El día en que se quejen por causa del rey que hayan escogido, el Señor no
les hará caso. Y el pueblo, sin tomar en cuenta la advertencia de Samuel,
respondió: No importa. Queremos tener rey, para ser como otras naciones, y
para que reine sobre nosotros y nos gobierne y dirija en la guerra”… (1 S
8,18-20).
2.4.2 David, el rey que afianza la monarquía, dándole una capital y una
administración
3’. David conquista Jerusalén y la pone como capital de su reino. Saúl había
logrado instaurar un ejército permanente en Israel. En este sentido, el ejército de
David no era sorpresa. Lo que sorprende es la astucia de David en crear una
estructura administrativa, según el modelo egipcio-cananeo. Su primera
preocupación fue la de conquistar Jerusalén, ciudad administrada por jebuseos
(cananeos), situada entre las tribus del norte y del sur y que, por lo mismo,
impedía su unión. David la conquista y la convierte en la capital de su reino (2 S
5,6-12). Jerusalén, como ciudad cananea, era una cantera de oficiales de gobierno
con experiencia en la administración del sistema tributario. Por algo David no pasó
por la espada a sus habitantes, contrariando el mandato de Yahvéh (Dt 20,16-18).
Establece una cúpula administrativa alterna, de hombres fieles a su causa, tanto
del ejército con Joab y Benaías, como de la estructura religiosa con Abiatar y
Sadoq (2 S 8,15-18).
4’. Las sombras de un gran rey. Ya enumeramos los hechos negativos que la
historia deuteronomista no oculta acerca de David. la turbia historia amorosa con
Betsabé; el asesinato de Urías; la violación de su hija Tamar por uno de sus
propios hijos; el asesinato por esta causa de Amnón; la rebelión de su hijo
Absalón; la rebelión de Seba de Benajamín (2 S 20,1); el intento de censo,
castigado como gravísimo pecado (2 S 24,1ss) etc. Todo esto demuestra, de una
manera indirecta, cómo los escritores -aún escribiendo desde el palacio de la
dinastía de David- critican la monarquía, denunciando sus pecados.
5’. Natán, el profeta que acompañó a David. La figura del principal profeta que
aparece al lado de David es Natán. También este profeta se mueve en la
ambigüedad. Qué difícil resultaba ser crítico en los momentos del mayor triunfo y
del mayor crédito de la monarquía frente al pueblo. Por eso, mientras vemos al
profeta bendecir la monarquía (2 S 7,11ss), también lo vemos condenándola (2 S
12,1ss). No nos extrañe, pues, que el profeta Natán, el de la condenación más
dura contra David (2 S 12,7ss), esté más tarde presente en una intriga palaciega
de muy baja calidad (1 R 1,11ss). Lo mismo sucede con el profeta Gad, llamado
"el vidente de David": mientras lanza a David hacia la fama (1 S 22,5), lo condena
en el pecado de esa misma fama (2 S 24,11ss). Comprendamos la ambigüedad
de los profetas, a partir de la ambigüedad en que tuvo que caminar el pueblo en
este difícil tiempo.
- ¿Qué valoraron los Deuteronomistas en Josías? Los Dtrs son personas que
están por la justicia, pero sin abandonar los positivos valores históricos de la
monarquía, del culto y de Jerusalén, como capital que le daba unidad a la nación.
Por eso, la persona y la obra de Josías encarnan y realizan el ideal de la teología
deuteronomista. Así se pone de manifiesto, sobre todo, en la reforma del 622 aec.
(cf. 2 Re 23), cuyos contenidos son los siguientes:
- Hizo desaparecer los santuarios de provincias, incluso el templo cismático
de Jeroboán en Betel (comp. con Dt 12).
- Llevó a cabo la centralización del culto en el santuario de Jerusalén (comp.
con Dt 12).
- Celebró la pascua como no se había celebrado «desde los días de los
jueces» (comp. con Dt 16,1-8).
- Destruyó los objetos idolátricos e hizo desaparecer los cultos paganos
(comp. con Dt 16,21-22).
- Llevó a cabo la renovación de la alianza (comp. con Dt 31,9-13).
- Restauró el reino de David, no sólo sobre Judá, sino también sobre las
tribus del norte.
Por otra parte, David rompió con Saúl y creó su propio ejército (1 S 22,1-2); envió
a sus padres al extranjero para protegerlos de cualquier venganza y se convirtió
en una especie de “guerrillero” (1 S 23,3-5.8-28; 24,1 ss). Su ejército se mantuvo
con tributos voluntarios (cf. 1 S 25,1 ss). Además, se puso bajo las órdenes de
Akis, rey filisteo de Gat, y se constituyó en una especie de reyezuelo del poblado
de Siquelaq (1 S 27,1-12).
3’. David usa una doble moral en relación a la toma de Jerusalén. David
ciertamente realizó una gran proeza al tomar la ciudad de Jerusalén (2 S 5,6-12),
sin necesidad de destruirla. Jerusalén estaba en manos de los jebuseos, quienes
la administraban al estilo de las ciudades-estado de Canaán. Con la toma de la
ciudad de Jerusalén, el camino de la unión de las tribus del sur con las del norte
quedaba expedito, pues Jerusalén en manos de los jebuseos era uno de los
impedimentos de dicha unión.
Sin embargo, según la ley establecida (cf. Dt 20,16-18), David debía aplicar a
Jerusalén la ley del “herem” o “anatema”, es decir, sus habitantes y sus bienes
debían ser destruidos. David no lo hizo, pues le convenía utilizar en su beneficio
tanto a la fuerza económica como religiosa de los jebuseos. A unos y otros los
incorporó al pueblo judío, perdonándoles la vida y convirtiéndolos en fieles
servidores suyos, administradores económicos de la ciudad y administradores
religiosos del culto israelita.
5’. David asesina a Urías, para quitarle su mujer. En algún momento a todos
nos ha golpeado el dramatismo con que está narrado el asesinato de Urías y el
adulterio de David con Betsabé (cf 2 S 11-12). David se parece cada vez más a
las monarquías establecidas en el Oriente Medio, en las que el rey, por ser el rey,
puede hacer lo que libremente quiera, sin tener ninguna barrera que lo controle.
David traiciona la lealtad de uno de sus mejores guerreros, que es citado a la corte
sólo para tapar el pecado de David y para ser él mismo el portador de su
sentencia de muerte, por haber cometido el crimen de tener una mujer hermosa
que le agradó al rey. La Escuela Deuteronomista no le tapó a David este pecado y
por eso narra los aleccionadores episodios del enfrentamiento y de la condenación
profética (2 S 12,1 ss.), de la violencia y de la sangre que envolverá su reinado (2
S 12,10-12) y de la muerte del hijo recién nacido (2 S 12,15-23).
David es anciano y no puede quitarse el frío del cuerpo, ni siquiera con la ayuda
de la hermosa y joven virgen Abisag. Todos los que le rodean están tramando
conjuras: Adonías, que se considera un segundo Absalón; Joab; Betsabé y Natán,
en favor de Salomón. David toma la decisión última, designa a Salomón como rey
y manda que sea ungido públicamente. A continuación se prepara para el final y
llama a Salomón a su lecho de muerte. “Yo me voy por el camino de todos”, le
dice, lúcido como siempre ante la muerte. Le insta a que guarde siempre los
preceptos de Dios, y a continuación menciona unas cuantas cosas que está
pendientes. Hay que eliminar a Joab: “no dejarás bajar en paz sus canas al sélo”
(1 R 2,6). Barzilay y sus hijos deben ser recompensados, “porque también ellos se
acercaron a mí cuando yo huía ante tu hermano Absalón” (1 R 2,7). Sin embargo,
con respecto a semen, que había maldecido a David durante la salida de
Jerusalén y a quien David había prometido no tocar, “tú no le dejarás impune,
pues eres hombre avisado y sabes qué tienes que hacer para que sus canas
bajen en sangre al sélo” (1 R 2,9).
Los matrimonios de Salomón, muchos de los cuales fueron sin duda matrimonios
políticos de conveniencia, le llevaron a comprometer sus creencias religiosas y
construir templos paganos para sus esposas extranjeras, incluso en Jerusalén (11,
4-8). El autor de libro aprovecha esta ocasión para mostrar que el castigo de la
infidelidad de Salomón será la división del reino, primer paso hacia la catástrofe
final del 587 (11, 11-13).
1’. Quién es quién entre los reyes. Relacionemos a Salomón con Saúl y David.
Saúl le abrió camino a la monarquía con la fuerza de las armas; David, por su
parte, la dotó del sistema administrativo propio de las ciudades-estado cananeas,
reproductoras de la estructura faraónica de Egipto; finalmente, Salomón puso bajo
su control la estructura religiosa del templo, encargada de fomentar en el pueblo la
teología de la corona. Lo que no pudo hacer su padre lo hizo él: construir un
hermoso templo, a base de la sangre y vida del pueblo, a base de tributos
pagados en dinero y en servidumbre.
5’. La corte de Salomón, convertida en un inmenso harén. A todo esto hay que
sumar el número inmenso de mujeres con que llenó su corte: 700 princesas y 300
concubinas (1 R 11,1 ss). Una mujer, la Reina de Sabá, las presupone
"extasiadas", escuchando la sabiduría de su marido (1 R 10,8). Más realista es el
Deuteronomio que sabe el abuso y descarrío que aquí se esconde (Dt 17,17). Y
todos sabemos que cada nueva compañera nocturna en el tálamo real es una
desvalorización de la anterior. Una forma más de humillar y oprimir a la mujer.
6’. Salomón irrespetó las tradiciones del pueblo. Sin embargo, el panorama
crítico que la misma Biblia presenta es desastroso. En primer lugar, aparece como
violador de la cultura del pueblo, de su estructura tribal, uno de los puntos más
sagrados de la tradición israelita. En vez de mantener y reforzar la división
geográfica política tradicional, por tribus, redistribuye el pueblo en distritos, para
facilitar la recaudación de tributos e impuestos (1 R 4,7-19). Y, sin importarle la po-
breza de algunos de estos distritos (1 R 12,3-5) les exige abastecer la corte. Cada
uno de ellos, durante un mes cada año, debía responder de la corte, de la familia
del rey y de sus caballos de guerra (1 R 5,7-8.2-5) que, entre otras cosas, se
anota que eran cuarenta mil (1 R 4,26).
8’. Un profeta tardío para el intocable rey Salomón. La figura profética que
aparece, a última hora, como conciencia del "sabio" Salomón, es Ajías. Refleja el
descontento del pueblo en relación a una monarquía corrupta (1 R 11,31). Y
aunque tiene elementos para condenar radicalmente la monarquía (1 R 11,33), la
reprueba sí, pero para darle la bendición a otra monarquía y así dividir el reino (1
R 11,31).
Vale la pena hacer una observación a la condenación que hace el profeta Ajías de
la monarquía de Salomón, aún en vida de éste. A pesar de que el profeta
manifiesta su reprobación, sin embargo, la solución que le da al problema no es la
máa acertada históricamente. Lo que hizo fue multiplicar el monstruo de la
monarquía, creando además del Reino del Sur (Judá), el Reino del Norte (que se
llamará Israel). El profeta hizo dos monstruos de uno. Es corregir el mal
multiplicándolo. Otra vez aparece en la historia la ambigüedad del ser humano, de
la que no se libra ni un profeta.
Esta teología que justifica la realeza se puede decir que es propia de todo el
medio oriente. Pero es David y su dinastía quienes la afianzan en Israel. Quedó
perpetuada a través de algunos salmos reales (Sal 2; 89; 110).
Es obvio que estos éxitos llevaron al pueblo a confusión, pues hicieron que Israel
creyera que la monarquía estaba aprobada por el mismo Dios, cuando
sencillamente se trataba de éxitos puramente humanos que, tarde o temprano,
iban a hacer llorar lágrimas de sangre al pueblo. En este tiempo de los grandes
éxitos humanos, perfectamente pudieron nacer bendiciones en formas de
profecías que trataran de demostrar la conformidad de Dios con esos proyectos; a
medida que los vaticinios proféticos no se cumplían, nacía la necesidad de pasar
al futuro Mesías dichos vaticinios.
Recordemos que cambio de religión aquí no es cambio de Dios, sino cambio del
modo de experimentarlo y expresarlo. Recordemos cómo la construcción del
templo tuvo un largo y doloroso proceso. No era fácil sacar del alma del pueblo, en
poco tiempo, su experiencia anterior de Dios. Y posiblemente la monarquía y el
templo que estaba en su favor no la pudieron desarraigar nunca del corazón de los
buenos israelitas.
Es también característico de esta literatura el papel del rey. El rey juega un papel
muy limitado. Debe estar sometido a la ley de Yahveh, a la Palabra de Yahveh y a
la acción de los profetas, intérpretes de la Palabra. Los profetas pueden deponer
reyes (p.e. Samuel, Ajías, Eliseo). El rey no debe tener privilegios especiales.
Jerusalén sigue teniendo valor: es reconocida como único lugar de culto (Dt.
12,1-14).
* Tropas, caballos y carros (Jos 11,4.9 etc.) son la fuerza militar que hace
posible el triunfo del sistema egipcio-cananeo.