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Aportes a la reflexión y al debate

Choque de visiones: entre lo que podemos ser


y lo que somos, abordar la agenda del siglo
XXI.
Por Emilio Lafferrière

A modo de (pre)introducción

Estos días hemos vivido los argentinos un hecho que conmocionó al


país. Murió la persona que más fuerte gravitó en la escena pública
argentina en los últimos 7 años y que, objetivamente, manejaba
mayor poder en Argentina.

Si bien se puede decir que junto a la Presidenta de la Nación


compartían el núcleo duro del proyecto político que gobierna la
nación, los hilos de poder que concentraba (producto de su propia
construcción personal) representaba para los actores de la sociedad
argentina algo tan importante como lo que supone ser el conductor
de la economía; tener la relación política con los gobernadores;
administrar la relación de poder con las cúpulas sindicales; acordar
con el poder empresario; llevar adelante la política de relación con los
países amigos; y ser presidente del Partido Justicialista en toda su
complejidad. No causó sorpresa entonces que muchos argentinos
(sabiendo los resortes de poder que manejaba) se hayan preguntado,
con más incógnitas que certezas –seguidores y detractores–: ¿y ahora
qué sucede sin él?.

Esta incertidumbre no fue casual (en muchos casos ni caprichosa, ni


de mala fe). Se trata de una larga historia argentina de
desencuentros y experiencias trasnochadas de grupos de poder, y
también de una evidente fragilidad institucional que permite que una
persona, en los albores del tercer milenio, pueda ser depositario de

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un poder fáctico del que depende la tranquilidad (y la suerte) de una
nación. Esta situación es una prueba de la debilidad institucional de
nuestra sociedad, objeto de las ideas de esta reflexión.

Estas páginas justamente están motivadas (con anterioridad a la


muerte del presidente del Partido Justicialista) con la intención de
introducir y contribuir al debate de un cambio que consideramos
necesario en la forma de relacionarnos con la política para
transformar la sociedad, más a tono con la época. Surgen también de
la necesidad de expresar un pensamiento ante sensación de que se
quiere imponer un relato de la realidad construido desde los medios
afines al proyecto político del gobierno central, donde quien no
comparte sus ideas es estigmatizado como alejado de “los intereses
del pueblo”, injustamente.

Es así como comenzamos este trabajo. El mismo girará en torno a la


identificación de los problemas que creemos de fondo relacionados
con la práctica política, y una crítica a quienes pretenden anclar en el
pasado la agenda del presente.

Desde nuestro marco conceptual, consideramos que se torna


imperioso hacer el máximo ejercicio intelectual y político de saldar y
superar aquello que significó la lógica del siglo pasado, y comenzar a
transitar otra, nueva, moderna, diferente, que contenga: 1) la
realidad del nuevo mundo (donde estamos involucrados), 2) a la
gente que no detiene su vida cotidiana en discusiones ideológicas
estériles que no conducen a nada, y 3) a las nuevas generaciones que
seguro servirán como motor central para llevar adelante el cambio.

Hace ya un tiempo que venimos promoviendo (con innumerables


granitos de arena y desde diferentes ámbitos) cambios en una
sociedad que ayuden a transformar las prácticas de participación
ciudadana que nos haga mejores, como personas y como nación. No

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nos mueve otra cosa que llegar a concretar objetivos de fondo, como
el mejoramiento de la calidad de vida de las personas, y de la calidad
de la democracia y sus instituciones. El aporte deberá venir desde el
lugar de cada uno: desde su vida privada, o en comunidad, en
organizaciones de la sociedad civil, desde el sector privado, o ya sea
formando parte del sector público.

Aunque sea una verdad sobreentendida, es necesario reiterarlo.


Entendemos que sólo tomando conciencia de nuestro rol y las riendas
de nuestro destino es que podremos ver concretado el sueño
(posible) de ser protagonistas de nuestro tiempo.

Somos convencidos que para encarar una etapa de crecimiento y


desarrollo para todos los argentinos, sin exclusiones, y con un pie de
igualdad de oportunidades, es necesario basarse en tres tópicos
fundamentales: volver a poner a la Argentina en el mundo; desarrollar
un estado inteligente, y abordar con transparencia (con sus
problemas, sus virtudes, ventajas y desventajas) la agenda del siglo
XXI.

Pero no habrá sueño posible ni posibilidades ciertas de concreción si


no tomamos en serio la necesidad de fortalecer el entramado
institucional (base de la convivencia, pero también del desarrollo, y
del respeto y la confianza en nosotros mismos).

En esto es que no coincidimos con el modelo de poder del gobierno


nacional, como tampoco coincidimos con muchas prácticas políticas
que creemos fundamental cambiar (como sociedad) y adaptarlas a un
nuevo enfoque, si queremos tener éxito y entrar al tercer milenio con
todas las de ganar. Creemos que las peleas del siglo XX pueden ser
apasionantes, pero llegó la hora de (sin perder de vista las lecciones
de la historia) trabajar por el presente, dada la magnitud de las

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asignaturas pendientes. No podemos vivir de la nostalgias ni pensar
que son las mismas luchas.

En estos días mucho se ha hablado de balances, de una puesta en


negro sobre blanco del proyecto de poder que sustenta el actual
gobierno nacional. Esto nos sirve para explicar nuestro contraste, que
quedará patente en estas páginas. Se verá que, desde nuestra
postura, la práctica de ese proyecto es enteramente contradictorio
del discurso, y que por el contrario advertimos que está asentado
sobre anacrónicas prácticas políticas (últimas sobrevivientes de los
entuertos del siglo pasado) que, justamente, es la que proponemos
dejar atrás como país para pasar a una etapa de mayor madurez.

En efecto, la lógica de la división y la confrontación es producto del


siglo que se fue. Se pueden cumplir las metas de hacer un país para
todos, democrático, con igualdad de oportunidades, con salud,
educación y herramientas para la realización personal de cada uno,
para elevar la calidad de vida de la gente y de una Nación, sin agitar
violencia discursiva. Podemos hacerlo, sin renunciar a los principios
por los que tanta gente ha luchado, sin la necesidad de demonizar
absurdamente al adversario.

La Argentina (y el mundo, aunque no sea motivo de análisis en este


momento) vivió durante el Siglo XX varias etapas: caudillistas,
conservadoras, democráticas, de conquistas populares (chacareros
primero, obreros después), etapas nacionalistas, liberales, militares,
de violencia, de paz, de esperanzas, de resignación. Todas a los
tumbos, todas a los golpes, asonada tras asonada (con victoriosos
degollando, pero dejando gérmenes de odio en los vencidos prontos a
vengarse). La constante: muy poca institucionalidad.

La historia argentina del siglo XX (puntualmente, por ser motivo de


esta reflexión) está signada del “sacarse las ganas”. Depende la

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época era “llegar al poder para vengarse”: los militares contra los
políticos; los antidemocráticos contra los democráticos; los
nacionalistas contra los aperturistas; los movimientos populares
contra las elites, y viceversa; los peronistas contra los antiperonistas,
y viceversa; la izquierda contra la derecha, y viceversa; los peronistas
contra los radicales y viceversa. Todo aquel que haya quedado con la
sangre en el ojo tuvo la posibilidad, en algún momento del siglo, de
tomarse revancha. ¿Para qué? “Para sacarse las ganas”. Este párrafo,
mirado en una perspectiva optimista (y bastante ligero por cierto, y
sin ánimo de ofender a nadie), nos podría llegar a indicar que este
proceso político, el actual, es el último coletazo de los abusos y
rencores del siglo XX. Ojalá sea así. Sólo así podremos comenzar a
construir una sociedad democrática con madurez.

Entre lo que podemos ser y lo que somos

Sin esa enfermedad que nos confunde y divide como sociedad, que
nos lleva a no abordar la erradicación de los problemas centrales sino
a convivir con ellos, para beneficio de pocos y para condena de
millones de argentinos a los que se les arranca la dignidad y
encarcela sus posibilidades de progreso, estamos en condiciones de
encarar la marcha hacia un verdadero cambio de paradigma,
moderno, para un mundo nuevo, en una etapa fundacional que se
avizora apasionante.

Para ello, tenemos que ser consientes de nuestro rol (propio y como
sociedad), tomar las riendas de nuestro destino, como decíamos,
poner a la Argentina en el mundo, desarrollar un estado inteligente, y
abordar la agenda del siglo XXI.

Lo que puede parecer imposible, utópico o inalcanzable, para nada lo


es. Está mucho más cerca de lo que muchos pensamos.

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El verdadero nudo del dilema argentino entrando al siglo XXI es
reconstruir una sociedad democrática a partir de un estado
democrático, o continuar con una sociedad anómica a partir de un
estado autoritario, aún con formas constitucionales. No es esta una
frase vacía o alejada de la realidad si queremos en verdad apuntar al
fondo de nuestros problemas. No podremos lograr la democracia si
los argentinos en su amplísima mayoría no coincidimos en la utilidad
y necesidad de institucionalizar nuestra vida en común sobre la base
del respeto entre nosotros mismos, y de todos, a la Constitución
Nacional. Los tres objetivos centrales planteados (poner la Argentina
en el mundo, desarrollar un estado inteligente y abordar la agenda
del siglo XXI) tienen a su vez su contra relato, y ponen sobre la
superficie una disyuntiva: lo que podemos ser, y lo que hoy somos.

Por nuestra riqueza y potencialidad podemos ser un país abierto,


pujante, líder, protagonista, sin pobreza ni hambre, con igualdad de
oportunidades para todos, con excelencia en los servicios de salud,
educación e infraestructura... o -por nuestras mezquindades-
podemos ser un país con alto grado de exclusión, hambre,
desocupación, con mala calidad de vida, sin salud ni educación, que
expulse a sus mejores hombres y mujeres, y que iguale para abajo en
dignidad...

Quizás muchos podrán decir “me conformo con un término medio”.


Yo respondo: Por qué conformarse con un término medio si está en
nuestras manos ser mejores, y con ello garantizar calidad de vida e
igualdad de oportunidades para todos. No hacerlo –o al menos no
intentarlo-, teniendo las herramientas y las posibilidades, habla muy
mal de nosotros mismos y de la sociedad.

Si queremos hacerlo, si nos entusiasma la herramienta que tenemos


en nuestras manos y la increíble oportunidad, es necesario esfuerzo
intelectual, y trabajo consciente.

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Primeramente, como sociedad tenemos que vencer la idea de que “el
honesto no sabe gobernar, y el deshonesto roba pero hace”. O eso de
que “el honesto no se mete en política”, o “meterse en política es
para deshonestos o aburridos”. Eso es comprarse el discurso de la
“antipolítica”. Los argentinos hoy tenemos que ser capaces de
demostrarnos primero a nosotros mismos, después a nuestros
vecinos, y finalmente al mundo, que se puede ser honesto, tener
buena fe en nuestro accionar, gobernar en democracia, trabajar por la
inclusión, gestionar respetando la ley erradicando de plano la
ineficacia y la corrupción. Tenemos que ser capaces de confiar en
nosotros mismos, y entre nosotros; y tener confianza en lo que somos
y en lo que podemos ser. Ese es el primer desafío, esencial para
incursionar en la etapa más interesante del debate del mundo: la
nueva agenda global.

La nueva agenda global no es una idea extraterrestre del mundo, no


cae en un paracaídas desde “el primer mundo”. Es nada menos que
comprender los problemas del mundo, que cada vez se tornan más
globales, y que no dejan de ser los problemas de nosotros mismos, en
nuestros propios ámbitos. Los problemas del hambre, del medio
ambiente, de la pobreza, de las enfermedades nuevas, son globales
pero también locales. También los avances y los temas abiertos de la
nueva agenda, como el desarrollo tecnológico, Internet, el cuidado del
ambiente, la libre circulación por el mundo, son temas globales, pero
también locales. En un mundo tan interconectado e interrelacionado,
las oportunidades son globales, y también locales. Existe un mundo
para el bien (el de los avances científicos y tecnológicos para curar
enfermedades, por ejemplo) y también el mundo del mal (el de la
proliferación de redes mundiales del delito, trata de blancas y del
narcotráfico -global y local- que mata por la avaricia del poder y del
dinero, y destruye sociedades, como contra ejemplo). Para todo esto
debemos estar preparados. Para vivir el nuevo siglo, con sus

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problemas y virtudes, con sus posibilidades y amenazas, tenemos que
estar preparados.

Seguramente no son los mismos problemas de siempre, esos que se


estudian en los libros. Seguramente es de más sencilla comprensión
para la gente más joven, porque nació ya dentro de esta era. Pero es
el mundo de todos los que hoy vivimos en él, sea la época en la
hayamos nacido y en la que nos hayamos formado.

Es claro que hay una notable diferencia generacional que marca una
forma distinta de ver el mundo, producto de haber nacido en una
época muy distinta a lo que era hace 20 años. Hoy lo es digital,
tecnológico, híper conectado y globalizado. Los sujetos sociales de
esta nueva etapa forman parte de otra dinámica, totalmente distinta.
Son los sectores que conforman las semillas de la Argentina exitosa
en el mundo global, planteado en los tópicos de los objetivos
centrales con los que comenzamos esta nota. Son ellos los que
pueden articular con mayor potencia su protagonismo local con el
nuevo paradigma del mundo globalizado.

Para esto es necesario poder construir con fuerza un nuevo diseño


institucional, una construcción donde puedan participar todos, y
configurar un nuevo comportamiento político para el siglo XXI, lejos
de los vetustos clichés que identifican las izquierdas y derechas,
propios de un mundo de comienzos de siglo XX que hoy ya no existe,
y que analizaremos más adelante.

Problema institucional

Pero arranquemos desde la coyuntura. Es muy común que frente al


sueño de lo que podemos ser, nos topemos con la inercia y la
desilusión de la coyuntura local, donde los ciclos vuelven a sucederse
y donde logra imponerse la idea de la resignación de que no tenemos

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salida. Entonces aparecen muchos argumentos: que es un problema
argentino, que somos así, que no se puede pretender cambiar, que no
tiene sentido involucrarse. Error. Primero: ningún país de la Tierra
está condenado a ser de una forma para siempre, y segundo: es
hipócrita pensar que la culpa la tiene el colectivo, sin advertir que
somos parte de él.

La Argentina no tiene un problema cultural. Tiene un problema


institucional. Las crisis no vienen de la mano de la idiosincrasia
argentina sino todo lo contrario. Desde los inmigrantes que hicieron
un país grande de la nada, hasta la cultura del esfuerzo de una
sociedad que pudo reencauzarse a pesar de las peores crisis, dan por
tierra esta excusa. Vayan a decirle sino a los tanos, polacos,
alemanes, españoles, que vinieron a poner todo su trabajo y su
esfuerzo con una mano atrás y otra adelante, e hicieron nada menos
que una Nación. Recorran el país, miren la cantidad de teatros y
centros culturales de todas las colectividades diseminadas por toda la
república (de italianos, sirio libaneses, gallegos, suizos, irlandeses,
judíos, armenios, rumanos, húngaros, etc.), que fueron hechas con las
propias manos de los inmigrantes, y atrévanse a decirle que la
Argentina está así por un “problema cultural”, sin que lo tomen como
una afrenta al trabajo y a lo que les costó “romperse el lomo” para
que su familia y su comunidad progrese. Vayan a decirle a los que
llegaban totalmente analfabetos y que obligaban a sus hijos a
estudiar para que lleguen a ser doctores, que el problema de la
Argentina “es cultural”. Al menos por respeto a ellos, a quienes
vinieron de lugares donde no había horizontes ni paz, y contribuyeron
a consolidar una república de trabajo, educación, diversidad y
respeto, no podemos decir que el problema argentino “es cultural”.
Somos herederos de la responsabilidad y del derecho de vivir en
democracia. El problema es claramente institucional.

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Pero que el problema no sea cultural sino institucional no es una
declamación vacía. La institucionalidad requiere de un entramado
complejo y dinámico, de pesas y contrapesas. Es la forma de
incorporar mediaciones que eviten las desmesuras, que enmarquen
los esfuerzos individuales en forma virtuosa, garantizando un marco
de seguridad jurídica, económica, política y personal, y que encauzen
los debates maduros hacia la definición de rumbos comunes.

Pero no sólo es eso: el marco de instituciones sólidas habilita la


potencialidad creadora de los ciudadanos, que no deben dedicar sus
preocupaciones y alertas a preservarse de un entorno hostil e
imprevisible, sino que, descansando en la seguridad que le da el
sistema normativo, jurídico y político, pueden volcar toda su iniciativa
a la creación, al trabajo, a la inversión, a la educación, a la
capacitación, a la realización personal.

Por el contrario, la ausencia normativa, la inexistencia de


instituciones, puede favorecer alguna eventual y muy coyuntural
“redistribución” forzada y muy posiblemente viciosa, de corto alcance
e inexorable frustración. Lo que jamás alentará es el crecimiento, y
mucho menos el desarrollo. Como coyunturalmente nos pasa hoy.

La suma del accionar virtuoso de los ciudadanos logrará el bien del


conjunto, quedando a la responsabilidad pública la edificación del
piso de ciudadanía para cumplir las obligaciones éticas que la
evolución de las ideas, al comienzo del tercer milenio, ha consagrado
pacíficamente como un derecho universal de los seres humanos en el
marco de la aceptación “cosmopolita” de los derechos humanos.
(Porque los derechos humanos, como la humanidad, van en constante
evolución. No se detienen en alguna época del pasado).

No habrá chances de éxito para la Argentina en la nueva evolución de


la humanidad, globalizada y planetaria, si no logra edificar un sistema

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homologable con la democracia. Cualquiera sea el partido o grupo
político que le toque gobernar.

El entramado institucional lleva a que con políticas serias y el


compromiso de todos sea la única manera para que haya menos
desigualdad, más equidad, menos personas excluidas económica e
intelectualmente. Por eso, para que eso suceda, los que no estamos
atravesando el dramático problema de la pobreza en carne propia,
somos también responsables en la generación de las condiciones
para que todos podamos tener la posibilidad de la igualdad de
oportunidades (de salud, vivienda, educación, trabajo, previsión de
futuro). Del clientelismo somos de alguna manera responsable todos.

El país también necesita institucionalidad de cara a su inserción en el


mundo (o al menos para que lo tengan en cuenta). Sin un marco
normativo homologable, sin estado de derecho, es virtualmente
imposible incorporar la economía a los circuitos de inversión, de las
finanzas, la investigación, el comercio y de las tecnologías que
marquen el ritmo de expansión, en esta etapa de condiciones
cosmopolitas de desarrollo que ha asumido ya la característica de un
nuevo paradigma productivo irreversible. En esta etapa de cambios
en el mundo, se torna indispensable mayor institucionalidad, y mayor
conciencia ciudadana. Coinciden con ello filósofos de las ciencias
sociales de vanguardia de amplio espectro, desde el catalán Manuel
Castells hasta Zygmunt Bauman, desde Thomas Friedman hasta
Ulrich Beck, Jacques Attali y Nicholas Kaldor.

Un sistema democrático a tono con funcionamiento del mundo y


trabajando en plenitud (no es necesario más que reglas de juego
claras) las potencialidades nacionales son gigantescas.

Argentina tiene una condición inigualable con respecto al resto.


Estamos preparados para diseñar y ejecutar con facilidad estrategias

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de penetración en los mercados internacionales, y de desarrollar una
política de intercambio y cooperación en los ámbitos cultural y
educativo de excelencia (con programas de pasantías cruzadas de
nuestros jóvenes en ámbitos universitarios y culturales), turísticos y
de promoción (con presencia en los congresos y ferias
internacionales), todo ello con inteligencia, constancia y objetivos
claros. La marca Argentina tiene las condiciones para gravitar en el
ámbito o lugar del mundo donde se lo proponga.

Sólo que sin un marco legal e instituciones, en lugar de liberar esa


potencialidad productiva de los ciudadanos, se los condiciona a
permanecer en guardia permanente ante la posible apropiación de
sus recursos y capital por uno u otro capricho del poder, mediante
“facultades extraordinarias” permanentes.

Institucionalizar el país no es entonces una nostalgia de viejos


profesores de derecho. Es la angustiosa demanda modernizadora de
millones de argentinos que necesitan recuperar su libertad y la
seguridad que le puede brindar, no un gobierno, sino el estado de
derecho. En su trabajo, en su educación, en su salud, en su
desplazamiento, en su capital, en sus inversiones, y hasta en su
posibilidad de seguir vivo sin que la impunidad le arrebate sus bienes
más preciados.

Todo esto curiosamente está en nuestra Constitución, la de los


intelectuales del 37 (de Alberdi, Sarmiento, Mitre, Echeverría), la que
tiene la impronta de las ideas de Mayo, esa misma Constitución de
1853, que ante la nueva y curiosa vuelta de la historia hacia un
espacio planetario en formación, global y cosmopolita, adquiere más
actualidad que nunca. Pocas veces como hoy en la historia nacional el
preámbulo de nuestra Constitución ha estado tan alineado con las
demandas del país en crecimiento y de las características de la
sociedad mundial en construcción.

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La posición política expuesta en estos párrafos no es exclusiva de un
partido político, o de la posición política o ideológica de cada uno, por
el contrario: atraviesa diametralmente todo el arco político y social
del país, con gente consciente de las oportunidades y del momento
que nos toca vivir y afrontar. Pero también lo es de gente que sufre
las consecuencias de la falta de ley, que siente que así no se puede
seguir más a menos que se resignen y entreguen su dignidad. La
vulnerabilidad social es falta de institucionalidad.

Debate mediocre o debate maduro

Es notable que frente a una oportunidad formidable no reaccionemos


y nos distraigamos tanto. Que aceptemos perder el tiempo sin que
nos preocupe.

Qué vemos en muchos sectores de la expresión popular: un


variopinto arco de voces que levantan las banderas de la mentira
reiterada disfrazada de posiciones políticas que no guardan relación
ni lógica. Vemos máscaras vacías que sólo sirven de pantalla para
(utilizando la nostalgia de algunos que honestamente creen en ciertas
ideas; pero también la degradación del embrutecimiento de muchos)
seguir haciendo el festín de depredación constante con un objetivo
diferente al que la mayoría de la población quiere y espera.

Es probable que muchos jóvenes, o incluso mayores que han tenido


una formación política determinada, militen genuinamente en ciertas
ideas, pero es fatal cuando esas ideas no son seguidas por un
correlato político serio. Eso le quita seriedad a la política, esa
actividad reconocida –bien utilizada- como la más noble de los seres
humanos.

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Muchos movimientos sociales –los más mediáticos–, en vez de ser los
medios adecuados para la transformación de la sociedad, y ayudarla
a progresar y superarse, se convierten en usinas de odio y bronca,
rayando muchas veces con actitudes totalitarias y fascistas, nada
democráticas.

No sólo vemos en militantes de base sino en intelectuales formadores


de opinión, donde se pretende hacer calzar forzadamente los viejos
esquemas de pensamiento que ya no existen en ninguna parte del
mundo, como es la antinomia en las relaciones como obrero-patrón,
pueblo-anti pueblo, liberación o dictadura. O del mesías que vino a
reivindicar al pueblo frente a la opresión. Los argentinos, y el mundo,
ya aprendimos esas lecciones.

Con un reduccionismo notable se quiere atrapar a la compleja


sociedad bajo el rótulo de “pueblo”, y a quienes no coincidan,
volverlos a enfrentar, como el siglo pasado, poniéndoles el rótulo de
“anti pueblo”. Con sólo pensar lógica y racionalmente, los viejos
conceptos de pueblo y de clase social compiten hoy día con otras
formas de agrupamiento determinadas por gustos y pulsiones del
mercado, que los medios de comunicación tornan homogéneos y
convencionales, como dice un reconocido sociólogo. Una zapatilla de
marca genera el mismo deseo en Remedios de Escalada que en
Recoleta; el desinterés político reconoce la misma geografía. La nota
diferencial es, en cambio, la falta de acceso a la educación, la salud y
el trabajo, lo que determina una formidable desigualdad de
oportunidades. Pero ese límite transforma a sus víctimas en
excluidos, algo que se puede verificar, y no en la inasible categoría de
pueblo.

En esto está en deuda no sólo la política, sino también la academia.


Nuestros intelectuales, que fueron un faro y orgullo de los argentinos

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en el mundo, hoy le deben a la sociedad mayor rigor científico,
intelectual y aggiornamiento.

La degradación de la política no es inocua: en un mundo con tanto


riesgo de contaminación de intereses, sin una sociedad con un
sistema político serio, afloran las mafias, el delito, la injusticia social,
las barras bravas, la corrupción, la inseguridad, la anomia, la
debilidad institucional, la injusticia social, la pobreza, jóvenes sin
estudio ni trabajo, drogas, violencia de género, TV basura. Una larga
lista de desastres que reducen la calidad de vida de las personas.

Parafraseando a analistas estudiosos de la realidad argentina: “Sólo


pensar que la clase dirigente, enfrascada en sus luchas por el poder,
no les interesa la verdad de la degradación argentina, produce
angustia. Y constatar que estos infortunios son a veces funcionales a
sus apetencias de dominación, genera resentimiento”.

No es con odio como vamos a cambiar las cosas. En todo caso, como
mínimo, estamos perdiendo el tiempo (tan valioso como nuestras
vidas).

Entre lo que podemos ser y lo que somos, no hay dudas que las
nuevas generaciones y las ideas frescas de quienes quieren hacer su
aporte traen una fuerza incontenible que nos llena de entusiasmo,
nos impulsa y nos moviliza.

Para comenzar, tenemos que ser concientes de lo que ya sabemos:


que el mundo cambió, y que dentro de ese cambio también cambió
Argentina. Seguramente nadie podrá tener la bola de cristal para
saber si esto es para bien o para mal, pero es una realidad: en la
inteligencia de cada uno (como aporte) y de todos como sociedad
estará la elaboración de soluciones nuevas, para los problemas
(permanentes, y nuevos) de un siglo nuevo.

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El mundo del Siglo XXI no es el mundo del Siglo XX. Nadie puede decir
cuál será mejor o peor, sólo que el primero fue el de las dos guerras
mundiales, el exterminio armenio, el holocausto, las bombas en
Hiroshima y Nagasaki, guerras étnicas como las de los Balcanes con
cientos de miles de personas inocentes muertas a manos de
dictadores asesinos, y en nuestra región fue el siglo de la violencia
política y de la pobreza. El Siglo XXI, con todos sus problemas y
virtudes producto de una nueva agenda, comienza a escribirse.

En el medio están las generaciones de la transición. Las de aquellos


que tienen padres que promediaron el siglo pasado, y que sus hijos
pertenecen a la generación tecnológica y digital. Esa generación de
la transición, que transitaron la complejidad del final del siglo XX,
vivieron los cambios de las bisagras de la historia.

Hoy existen una línea generacional marcada con mucha claridad, la


que vivió, se formó y edificó su estructura de pensamiento en ese
mundo, y otra generación que forma parte de la era digital, de la era
de la información, de la tecnología, de la nueva agenda global. Esta
nueva generación nace impregnada de un mundo diferente, que en
verdad tiene problemas diferentes.

Quiero dedicar algunas líneas a una apreciación personal, acerca de


esa “generación de la transición del siglo”, una generación que
admiro, porque estoy convencido de que –con errores y virtudes–
lograron en definitiva posibilitar el logro final de la recuperación y
consolidación democrática como un valor central en Argentina. Es
aquí donde justamente destaco: ellos fueron protagonistas del mayor
logro argentino del Siglo XX. Una deuda que tenía el país con su
propia historia. Saldarla era indispensable para encarar el futuro con
posibilidades de éxito.

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En los años sesenta y setenta, los jóvenes que luchaban contra los
gobiernos militares en las Universidades solían ser seducidos por el
método de análisis y exposición surgido de las usinas ideológicas
cercanas a las agrupaciones de izquierda, y motorizadas por el
conflicto global bipolar que ritmaba el ordenamiento del mundo en
esos años, convenientemente adaptadas a la “línea” de cada
agrupación.

Seducían las ideas (nobles) de la socialdemocracia y el estado de


bienestar. El triunfo de John F. Kennedy era una novedad interesante
en el mundo, también el Che para los latinoamericanos, versus el Tío
Sam y Margaret Thatcher que venían a comerse los chicos crudos
(por suerte existía la sólida y todopoderosa Unión Soviética, como
contrapartida).

Los textos comunes a todo el arco de jóvenes intelectuales de las


universidades hacían hincapié en marcar claramente los
antagonismos sobre los cuales se asentaba la lucha, en el contexto
del mundo bipolar. En ellos se exponía (en un muy somero resumen,
y sin ánimo de ser simplista) que los problemas del mundo de ese
momento histórico se entendían mirando el enfrentamiento (por
intereses distintos) de cada sector de la sociedad (oligarcas vs.
populares) y finalmente marcando la diferencia de valores que
existían en dos polos que se enfrentaban en el mundo (Imperialismo
vs. antiimperialismo). Esto era, a grandes rasgos: inquilinos frente a
dueños, en las relaciones de alquiler; trabajadores contra burgueses o
propietarios, en una fábrica; dependientes contra comerciantes, en un
negocio; peones de campo contra chacareros, en una granja;
chacareros contra ganaderos, en la explotación rural. La contradicción
principal era “Patria o Colonia”, “Patria o Imperialismo”.

Seguramente, mirándolo hoy en perspectiva, nos damos cuenta del


porqué de muchos clichés de militantes de grupos antagónicos que

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reivindican viejas luchas y tratan de aplicar esas consignas a la
coyuntura actual (en una etapa del mundo donde los actores de la
sociedad están cada vez más integrados y entrelazados, lejos de los
típicos antagonismos de los años 70). Lo que en los años 70
significaba una línea de choque, en pleno 2010 la consigna “pueblo o
dictadura” representa una cáscara vaciada de contenido.

Bajo estas consignas miles de estudiantes se formaron en la


Argentina de los 70 y durante el proceso. Y los actores de la política y
grupos de poder tanto argentina como mundial ayudaban a bajar
estas ideas a tierra. De un lado estaban los que luchaban por las
clases populares (sean populistas, democráticos republicanos) y del
otro los actores que generalmente llegaban al poder mediante
gobiernos militares y desde allí ejecutaban sus políticas, mayormente
identificados con “la derecha”. Dos ejemplos claros que dieron
sustento a estas batallas fueron las políticas económicas de Krieger
Vassena (durante la Revolución Argentina -1966-) y de Martínez de
Hoz (durante el Proceso de Reorganización Nacional -1976-) que -cual
menemismo adelantado- postularon la modernización mediante la
liberalización casi total de la economía sin preocuparse de las
consecuencias sociales que esas recetas “sin anestesia” traerían al
entramado social. Todo esto, y en el marco de esas consignas
ideológicas, ayudó a dar nitidez al contraste: quienes estaban en el
“campo popular” contra los que eran el “antipueblo”.

Imperialismo era sinónimo de “criminal”, “anti nacional” y “anti


popular” e idéntico a “dictadura”, en una simplificación conceptual
extrema, que serviría para luchar contra ella. Nunca se advirtió, en
todo caso, que los cambios en la estructura económica mundial que
vendrían después de los años 70 correrían el eje de esa disputa.

Es justo destacar que dentro de ese bloque de jóvenes integrado por


un amplio arco de pensamiento había grandes debates intelectuales,

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desde los más duros e inclinados por seguir el ejemplo de la lucha
armada, incentivados por la derrota norteamericana en Vietnam, y el
éxito de la revolución cubana junto con los avances del Che en África
y Bolivia; hasta los más pacifistas que consideraban que la salida
debía ser política en el marco de la Constitución y la ley como
consecuencia de un triunfo de la sociedad sobre los poderes
antidemocráticos. Los primeros seguían la consigna “el poder deriva
del fusil” y los segundos por una “revolución democrática” que
frenara el dramático manto de sangre que años después se
produciría. Las universidades argentinas se encendían al calor de ese
debate. En otros ámbitos (populares) no los había.

Es justo también hacer mención acerca de la posición política de


aquellos jóvenes en esos años (que posteriormente la mayoría de
ellos ocuparían cargos públicos en la etapa democrática). De un lado
estaban, con infinidad de matices y posturas, entre otros, el Partido
Comunista Revolucionario, Vanguardia Comunista (pro chinos); los
grupos armados del peronismo como Montoneros y las Fuerzas
Armadas Revolucionarias Peronistas; los trotskistas del Partido
Revolucionario de los Trabajadores y su brazo armado Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP) y otros grupos menores. Del otro
lado, con una amplia gama de posiciones, la Juventud Radical y
jóvenes de la JCN; los reformistas (Franja Morada), el socialismo
popular a través de su brazo universitario Movimiento Nacional
Reformista - MNR; el Partido Comunista; la Democracia Progresista, el
MID, la UCRI, y algunos grupos minoritarios peronistas que no
apoyaban la lucha armada. En este amplio arco todos estaban en
contra de la dictadura, lógicamente (la pelea central), y las
diferencias estaban en los métodos (lo que a la larga terminó siendo
gravitante).

El peronismo sindical, por su parte, no tenía presencia importante en


las universidades y quedó tácita o expresamente ligado a grupos

19
como la “Triple A” o Alianza Anticomunista Argentina liderada por
José López Rega (Ministro de Perón y de Isabel), que provocó más de
1000 muertos en el periodo constitucional entre 1973 y 1976, y
donde en su juventud militó Hugo Moyano.

El sindicalismo peronista no tomó el camino de la reflexión y el


debate justamente: se transformó en el ámbito de la patota, la
violencia y el apriete. No ajustó su enfoque a la modernización y
aggiornamiento del movimiento sindical a tono con los cambios del
mundo, ni mucho menos: acordó apoyar la auto amnistía de los
militares del proceso (igual que Néstor Kirchner), aún cuando fueron
trabajadores los más afectados por el terrorismo de estado.

Desatada la crisis política, la política argentina fue un verdadero baño


de sangre, de odio, violencia, locura, comandada por gente que ya
había cruzado la línea, y todo valía. Un reconocido filósofo político
vienés y referente de muchos jóvenes idealistas de la mitad del siglo
pasado -que observó todo el proceso político mundial del Siglo XX-
confesó en sus últimos años de vida, en sus memorias: “los jóvenes
me leían tanto, me creían tanto que abrazaban mis ideas y las hacían
suyas. Un día fui a un acto político que se convirtió en barricada. Yo
los quería acompañar para vivir de cerca esa experiencia “de campo”,
luego de tantos años dando conferencias y cátedra en los claustros
universitarios. Recuerdo que ese día hubo una feroz represión donde
muchos jóvenes murieron. Observé cómo en ese enfrentamiento
policial ellos nunca dieron un paso atrás, porque estaban convencidos
de morir por esas ideas. Ese mismo día, cuando volví a mi casa,
consternado, me juramenté que nunca más iba a volver a escribir. No
estaba dispuesto a que ningún ser humano deje su vida por una idea
mía. Simplemente porque yo no tenía derecho”...

El último cuarto de siglo fue signado por el terror en la Argentina, por


la muerte, el autoritarismo, la violencia extrema que dejó miles de

20
dirigentes políticos e intelectuales muertos (y familias destrozadas),
en una confrontación en la que hubo bajas de los dos lados, y de
mucha gente inocente no involucrada en esa lucha.

Ahora bien, es fundamental advertir aquí que el debate intelectual e


ideológico del mundo y su correlato en el país (que luego se desvirtuó
por el terror local) no era ya un espejo de lo que pasaba en el
mundo, más allá que todavía tenía coletazos.

Mientras en el debate académico e intelectual local (de derecha o


izquierda, “conservadores” o “progresistas”) giraba en torno al
endiosamiento del Estado como todopoderoso, el camino del mundo
(con diferentes posiciones y matices, de acuerdo a la orientación
ideológica) comenzaba a ser otro.

Ya en el último cuarto del siglo XX comienzan a producirse en el


mundo reformas en las estructuras económicas, con clara repercusión
en los ciudadanos. Ya en los ´70 y ´80 era cada vez mayor la
tendencia de que los “ciudadanos” recobraban autonomía conceptual
y respeto a su individualidad (frente a décadas de ser subsumidos en
colectivos que anulaban su identidad con diferentes justificaciones),
de la mano del nuevo paradigma global.

Las posturas de las izquierdas en el mundo cambiaron: Los laboristas


ingleses, los socialdemócratas alemanes y los nórdicos, hasta mismo
el socialismo español (PSOE) que en su Congreso Anual de 1979
decidió oficialmente romper con el dogma “marxista leninista” y
tomar el camino de la reforma. Hasta China comenzó el cambio, con
la definición política tomada en el seno del Partido Comunista Chino
en su Congreso Anual de 1977. También Mijaíl Gorbachov en la URSS,
con la Perestroika en una complejísima y titánica tarea. Los
comunistas italianos, redescubriendo a Gramsci, desde una
perspectiva democrática.

21
Hasta los intelectuales europeos afines a la teoría del Panóptico de
Bentham y Foucault, que subyacía casi silenciosamente en todas las
concepciones ideológicas sobre el “omnipotente Estado nacional”, y
que justificaba su predominio social y centralidad política, se revirtió
sobre fin del siglo XX: en lugar de ser el poder el que vigilaba la vida y
los movimientos de cada persona (al estilo Orwell en “1984”), la
situación se invirtió al punto de ser las personas las que enfocaron los
más mínimos movimientos del poder, con un juicio cotidiano y
poderoso cuya fuerza podía llegar a derrumbar los gobiernos
aparentemente más estables.

En el mundo dejó de haber socialismos “anti-mercados” y se dejó de


endiosar al Estado. Comenzaba a predominar la idea de que el
mejoramiento de la calidad de vida de las personas va
necesariamente atada a la suerte de todos los actores de la vida de la
sociedad, y no enfrentada.

Argentina por su parte, luego de las épocas del terror, concretó el


retorno a la democracia en paz en 1983, masivamente. La ciudadanía
dejó definitivamente atrás casi un siglo de golpes a la
institucionalidad e incorporó valores positivos en favor de los
derechos humanos universales: No más golpes, no más violencia, no
más sangre derramada. Pero tuvo a partir de allí enormes problemas
económicos. Muchos de ellos producto de haber quedado entrampada
en viejas teorías, y otras producto de la imposición –aún en
democracia– del pensamiento único, ortodoxo, para llevar adelante
los cambios estructurales a como dé lugar.

Hoy, el mundo es otro del que era hace 30 años. Se sucedieron crisis,
éxitos y fracasos, todos en un contexto de avance tecnológico que le
imprimió mucha velocidad a los acontecimientos. Pero el mundo, a
través sus actores (políticos, económicos, sociales), con muchos

22
tropiezos, han ido tomando nota de las lecciones. Y hoy, con todos
sus problemas y habiendo superados crisis globales de alto impacto,
es otro. Definitivamente otro.

Por eso hoy los desafíos del presente de nuestra sociedad, de


intelectuales y dirigentes, son descubrir nuevas formas de seguir
edificando el curso de la historia en este nuevo escenario, con los
valores de siempre de cada uno (desde cada lugar), y renovando el
compromiso: cada vez más democracia, más crecimiento económico
con igualdad de oportunidades, más autonomía personal de los
ciudadanos, más solidaridad, en un mundo que marcha hacia una
economía más globalizada, que protagoniza una fenomenal
revolución tecnológica impregnada en cada rincón del planeta, de
abundancia de capital simbólico, de revolución de la información, e
instalación cada vez más clara de un nuevo paradigma productivo
que trasciende las marcas nacionales para adoptar formas globales
mediante el encadenamiento productivo global.

Todos estamos globalizados. No hay país, región o ciudadano, por


más excluido que se encuentre, que no tenga la marca de la
globalización. El hecho es que formamos parte de esta agenda que
afecta a esta “aldea global” (como se ha dado en llamar), entrelazada
e intercomunicada a un punto que nadie puede quedar libre de ella.

Todos tenemos la responsabilidad de poner estos temas sobre la


mesa del debate. De hecho, todos los países lo hacen y discuten cuál
es la mejor manera de encarar y definir rumbos como país y como
sociedad en esta nueva etapa de la humanidad, con problemas cada
vez más comunes a todos, y con un planeta con destino incierto.

Los jóvenes son quienes más lo entienden. La apuesta es con ellos,


quienes además tienen un motor imparable para llevar adelante los
cambios. Debemos darle la posibilidad de integrarlos al mundo,

23
fomentando el intercambio de pensamiento con jóvenes de otras
partes. Ellos tendrán en común el desarrollo y el abordaje de la nueva
Agenda. Ellos son los más fieles protagonistas de la nueva era.

Teniendo la posibilidad de observar las posturas y debates de las


nuevas generaciones de la política en el mundo, tomé como caso
testigo a Francia, un país con una sociedad política y movilizada por
excelencia, donde los debates y las discusiones son expuestas por
cualquier ciudadano en los más recónditos ámbitos públicos.
Transcribiré la opinión de un grupo de dirigentes de un amplio arco
ideológico de las juventudes políticas francesas: Ellos son Laurianne
Deniaud (29 años, del Movimiento de Jóvenes Socialistas), Sandra
Elise Reviriego (29 años, líder de los Jóvenes Radicales de Izquierda),
Marie Toussaint (23 años, de Jóvenes Verdes), Pierric Annoot (27
años, de Jóvenes Comunistas de Francia), Benjamin Lancar (25 años,
líder de Jóvenes Populares, de derecha), Daniel Leca (24 años,
Jóvenes Radicales), Mathilde Eisenberg (26 años, del Nuevo Partido
Anticapitalista), Jérémy Coste (24 años, del Partido del Nuevo Centro,
de centro derecha), Francois-Xavier Penicaud (27 años, del
Movimiento Jóvenes Demócratas, de centro). Todos ellos tienen una
marca que los caracteriza: son producto de padres que, de una
manera u otra, vivieron (participando o no) del “Mayo francés de
1968”.

En líneas generales, los líderes juveniles de los partidos de


orientación socialista, radical socialista y comunista coincidían en que
el verdadero fin último y los valores por los que militaban eran "La
igualdad de derechos para todos, el respeto, la justicia social". En
tanto que los jóvenes de la derecha, tanto como los jóvenes
populares, se definían con esos mismos objetivos finales, aunque
difieren en la táctica: “nosotros buscamos como adherentes dentro de
las universidades a los jóvenes talentos, porque la política tiene que

24
medirse con resultados, por eso hay que buscar a los mejores y más
capacitados”.

Los socialistas y verdes por su parte hacen mayor hincapié en la


cohesión social, la defensa de la laicidad, la solidaridad, la agenda
social, la ecología; en cambio los populares más próximos a la
derecha hacen mayor énfasis en la defensa de los valores
republicanos, el control del gasto para que sea más eficiente, y
apoyan las reformas estructurales que tengan que ver mejorar lo que
tenga que ver con el empleo y la formación, y con la innovación y
mejora ciudadana".

Un dato notable (y saludable): hubo una coincidencia que expresaron


todos, de izquierda a derecha: comenzaron a involucrarse en la
política hace algunos años, a partir de que tomaron conciencia del
peligro de la posibilidad de que Jean Marie Le Pen (líder de extrema
derecha, de posiciones xenófobas y ultra nacionalista) ingresara al
ballotage en 2002.

Guillaume Bachelay (35 años, Secretario del Partido Socialista


Francés), en su reciente libro “La Gauche après la crise” (La
izquierda después de la crisis), expresa que la nueva generación de
dirigentes socialistas si bien pueden tener muchas incógnitas e
incertidumbre en muchos planos, parten de la base de un principio
fundamental: están en contra de cualquier forma de fascismo, de
autoritarismo, y de totalitarismos. Hace también una encendida
demanda de cambios en las prácticas políticas, en contra de la
“indecencia” y la “vulgaridad” en la que –según él – muchos políticos
se ven envueltos para aprovechar la TV basura y el sensacionalismo
para llegar al poder (aquí recuerdo a Gianni Vattimo, dirigente de la
extrema izquierda italiana cuando de visita por Buenos Aires
expresaba lo mismo, en reclamo de mayor institucionalidad y en
contra de la vulgaridad de Berlusconi, su rival ideológico). Bachelay

25
finaliza con una reflexión acerca de la política en el nuevo siglo:
"Debemos encontrar un camino superador. Ni el liberalismo, ni el
capitalismo, ni el comunismo, ni la socialdemocracia ni siquiera el
socialismo si no toma la decisión de cambiar, nunca podrán ser
exitosos o viables en el contexto del Siglo XXI. Nadie hoy sea al
espacio político que pertenezca puede estar en contra de los
postulados del bien común, del mejoramiento de la calidad de vida de
todos y de cada uno, de que todos tengamos igualdad de
oportunidades y reglas de juego claras para llegar a cumplir con los
objetivos que nos tracemos. Pero también sabemos, porque lo hemos
comprobado, que son postulados que sólo podremos lograr con
estados sanos y eficientes en sus tareas, y responsables en la
administración de la cosa pública. En estos postulados estamos
incluidos todos".

Las conclusiones acerca de la altura del debate y la consistencia en


los valores de la nueva generación de políticos franceses las dejo
librada a cada lector.

¿Por qué el debate nacional se basa en fuegos de artificio, alejado de


los reales problemas de fondo, y desviado de la atención de lo
importante? ¿Por qué muchos jóvenes (contagiados de viejos libretos)
repiten clichés del pasado y piensan que están librando una guerra
que en realidad es el sueño frustrado de viejas generaciones?

Si hay algo que queda claro, es que si no encaramos los problemas de


frente y no llamamos a las cosas por su nombre, no vamos a llegar a
nada y vamos a haber perdido el tiempo. Entonces, ¿por qué nos
dejamos imponer esa agenda?¿Por qué nos distraen con un discurso
que es lo contrario de lo que “se hace”?¿No alcanzamos a ver que
muchas veces nos están tomando el pelo como sociedad?

26
Por qué se necesita demonizar todo lo que no está a favor del
gobierno nacional y al que piensa distinto. Por qué se demoniza tanto
al campo, a la oposición y a los medios –sólo a los que critican–, bajo
el argumento de que todo quien me critique representa: la represión,
la dictadura, el antipueblo.

¿Por qué, si supuestamente se lograron tantas transformaciones y


reivindicaciones históricas en la Era Kirchner, en el mundo no se
habla nada de la Argentina y muchas veces somos el hazme reír?

¿No será que todo ese debate inundado por medios oficialistas y de
militantes “anti” (que se esconden detrás de una vieja consigna
nacional y popular que en pleno Siglo XXI ha quedado vacía) forma
parte de un debate estéril, o a lo sumo útil para “sacarse” las ganas,
anacrónicamente?

No hago aquí una crítica al que disiente de estas palabras. El que


piensa distinto es bienvenido. Pero la descalificación, la confrontación
y el ataque sistemático es síntoma de intolerancia. En Esparta la
discusión la ganaba el que hablaba más fuerte; por suerte es una
etapa de evolución superada.

Luego de esta construcción, se hace necesario confrontar estas ideas


con los ejes del gobierno nacional actual, cuyo resultado aclara el
porqué de nuestra disidencia.

No es muy difícil de determinar que –si quisiéramos basarnos en las


ideas políticas del siglo XX- este gobierno no es “progresista de
izquierda” (sólo lo es de cara a su discurso declamativo que sirve
para construir la imagen pública), sino que, en los hechos, es
claramente “conservador populista” con lo reaccionario que eso
conlleva.

27
Para ser más grafico y sin ánimo de levantar tensiones: En cuanto a lo
económico: mucho se habla de las habilidades que tuvo Néstor
Kirchner en esta materia. Pero, para ser objetivos, durante los años
que duró su mandato, la economía del mundo creció a un promedio
del 10% anual, y el promedio de los países de América Latina en igual
proporción. Bajo esa inercia, la economía argentina durante 2003-
2007 tuvo un crecimiento promedio de casi el 9% (no por mérito K).
Ese crecimiento fue también impulsado por el natural rebote producto
de la gran depresión de la actividad económica post crisis y que –
mediante reactivación mundial- llegaría a sus niveles habituales.
Gozó de los altos precios internacionales de la soja y el trigo
(tampoco mérito K). Durante esos años, el estado se encontraba en
default, por lo tanto no tuvo el peso enorme y dramático en la
economía nacional que conlleva el pago de deuda externa, que
hubiese ahogado la economía. El “secreto” aplicado en esos primeros
años fue implementar un dólar alto para aprovechar las divisas
producto de las exportaciones, con la contrapartida de sueldos bajos
en pesos para los trabajadores (que vieron el costo de vida
multiplicarse). Si bien se produjeron aumento de sueldos, la inflación
real (no reconocida por haber trastocado los índices) licuaría el sueldo
de los trabajadores, como ocurre hoy.

Si la habilidad en todo caso consiste en “tomar por asalto” (aún


dentro de dudosa legalidad) las cajas fundamentales por donde
ingresan recursos al estado, la debilidad institucional en cuanto al
control, al respeto de los derechos individuales y al equilibrio de
poder se hace evidente. O si significa el manejo discrecional de los
recursos para domesticar gobernadores, intendentes, o peor, medios
de comunicación, no estamos hablando de méritos sino de una
fenomenal falencia institucional. Quizás inclusive no es esto culpa de
Kirchner, sino de un sistema de debilidad institucional que se fagocita
presidentes, y que por lo tanto este necesita tener el manejo de una

28
caja discrecional para evitar su desplome. Siendo así el caso, peor
aún es la falencia institucional que hay que transparentar y curar.

¿Cuál es entonces el mérito de Néstor Kirchner? ¿El canje de la


deuda, que llevó adelante Roberto Lavagna como Ministro?. Tampoco
hay en esto mérito K.

Y en lo que hace a la política de derechos humanos: también es


criticable. Antes de abordarlo quiero dejar en claro mi posición por lo
sensible del tema: tiene que haber justicia en la Justica (valga la
redundancia). Para ello en todo caso el gobierno y la sociedad
deberán tomar las medidas necesarias para que en el marco del
estado de derecho se llegue a la resolución judicial que corresponda,
lo antes posible. Existen todas las instituciones y el marco legal
necesario para que a los culpables les caiga todo el peso de la ley; y
si no habrá que crearlos. Pero a la solución se llega con la Justicia
funcionando. Y de ninguna manera utilizando políticamente (o peor,
para negocios) el dolor de los derechos humanos, en un tema tan
sensible para los argentinos.

Pero el marco conceptual de la política de derechos humanos (hoy


asumida por la mayoría del arco político y de la sociedad argentina –
no es necesario aclarar que si hay extremistas defensores del
genocidio hay que condenarlos enérgicamente-) es, desde mi punto
de vista, incorrecto. Los derechos humanos no comienzan en 2003.
Se intenta con un discurso demagógico echar por la borda
actuaciones de tal magnitud que son consideradas fundacionales de
la nueva república democrática, como la labor de la CONADEP, el
Juicio a las Juntas, y las herramientas legales iniciales que permitieron
la investigación del perverso plan sistemático de robo de bebés, que
fueron ejes fundacionales del restablecimiento del estado de derecho
en democracia. Todo esto fue previo al advenimiento de Néstor
Kirchner (que, valga decirlo, no colaboró nunca con la lucha épica de

29
la recuperación de la democracia). Y en los hechos no es cierto que se
hayan adoptado medidas legislativas y de gobierno con la seriedad
que el caso requiere, porque veríamos resultados más claros. Es
verdad que hay acciones que ayudan, ellas son bienvenidas y es
responsabilidad del estado hacerlas. Todos estamos a favor de la
enorme tarea de las Abuelas de Plaza de Mayo por la recuperación de
los nietos desaparecidos. Pero no puede haber utilización política de
ellas.

Para finalizar ¿por qué decimos que es un gobierno “conservador


populista”, y que eso no resuelve los problemas de fondo sino que los
agrava? Porque el verdadero sustento de poder del gobierno radica
en pensar y actuar bajo los principios de la vieja concepción de la
política y del poder (esto es: prefiere a Moyano y el modelo de
sindicalismo anacrónico y violento, en vez de democratizarlo y
encarcelar a los corruptos y violentos; prefiere a los intendentes del
conurbano y su esquema de red de mafias del delito y el narcotráfico,
en vez de enfrentarlos; prefiere el clientelismo y la dominación de los
más humildes garantizándole una bolsa de comida, pero destruyendo
su dignidad y sus derechos a la igualdad de oportunidades). No tiene
el coraje de meterse en la discusión del debate moderno, y con ello
llevar adelante transformaciones que hagan una Nación con
ciudadanos verdaderamente libres. El resultado: nunca la brecha de
ingresos ha sido tan grande entre los ricos y pobres, comparado con
cualquier etapa de la historia argentina (el 10% más rico de la
población es 26 veces más rico que el 10% menos rico); en 8 años de
crecimiento económico ininterrumpidos, la pobreza y la indigencia
alcanza un número exorbitante (en los principales centros urbanos
del país la pobreza se ubica en el 53% y la indigencia en 25%, con
picos como Formosa con el 78,3% de pobreza –Fte:INDEC–) ; 1 de
cada 3 niños argentinos nacen pobres; la educación (nuestra insignia
en la región) pasó a ser –según estadísticas internacionales– una de
las de peor calidad de Latinoamérica; los jubilados (aunque se

30
esgrima el otorgamiento de aumentos reiterados) cobra un ingreso
que no les alcanza para cubrir la canasta básica de subsistencia; la
política laboral se centra en los acuerdos sindicales de cúpulas, pero
ahoga al pequeño emprendedor con libertad creadora. Se declama
una ley de medios plural y democrática pero en su articulado esconde
los peores mecanismos de manipulación y censura que no ha habido
ni siquiera en épocas de dictadura. Un gobierno que está sostenido
por la CGT de Moyano (patotera, violenta y autoritaria) y por las
mafias que manejan el conurbano y que inundaron de delito,
narcotráfico, violencia e inseguridad la provincia más importante del
país; y por medios de comunicación utilizados como propaganda al
estilo del nacionalismo alemán de los años ´20, es un gobierno
reaccionario.

La condena mayor es que esta política se puede entender (aunque no


justificar) en épocas de agudas crisis y de falta de entramado social,
donde la ausencia de recursos y de poder ata la manos de quien
gobierna, pero no en el ciclo de mayor crecimiento económico que ha
tenido el país en casi una década de manera ininterrumpida. Lo
maquiavélico es que con Moyano y los intendentes del conurbano, y
la declamación de progresismo (falso), logra: que Camioneros no le
pare el país, los votos del conurbano producto de tener la vida y la
libertad económica de los ciudadanos de rehén, y los votos de
aquellos nostálgicos contentos por oír discursos de los años ´70,
declamando redistribución de la riqueza (que en verdad nunca llega).

La crítica no es personal, podríamos incluso coincidir con sus políticas


en algún caso. El choque de visiones se torna claro cuando un
gobierno toma caminos que no ayudan a dejar atrás lo peor de lo
viejo e impide avanzar en soluciones que mejorarían la calidad de
vida de la gente que más sufre.

31
Por eso, retomando la línea argumental, y sin ánimo de personalizar
la crítica sino de confrontar modelos, hoy el choque de visiones es
“Populismo o nueva Agenda”. De un lado están los que se aferran a
un mundo que se muere, que necesita irremediablemente construir
discursos de confrontación permanente sin que les asista la razón.
Con la nueva Agenda están la mayoría de los pueblos del mundo,
construyendo el marco normativo de su convivencia. Con la nueva
agenda están los ciudadanos, que en su amplia mayoría es abierta,
dialoguista, que respeta los derechos y las libertades públicas, y que
sueña con una sociedad dónde todos tengamos la posibilidad de
tener las mismas oportunidades. Donde sea posible el progreso. Una
sociedad donde los ciudadanos sean más importantes que el poder.
Donde los problemas se resuelvan institucionalmente y en paz, y no
con violencia, intolerancia y aprietes.

El populismo es sinónimo de autoritarismo clientelista, que aunque


aparezca abrazando al “pueblo” y levante banderas donde exponga
su hipocresía discursiva, necesita para su permanencia en las
estructuras de poder a ciudadanos dependientes, empobrecidos,
embrutecidos, temerosos y humillados. El populismo implica (a
cambio de mantener un statu quo de ahogo, pérdida de esperanzas
de salir adelante y triunfar en la vida) condenar a cada vez más gente
a la pobreza, las enfermedades endémicas, la marginalidad social, la
inseguridad en la vida de quienes habitan las barriadas humildes, el
deterioro terminal de la escuela pública, el embrutecimiento de los
jóvenes, burlarse de los jubilados y despreciar cualquier intento serio
de salvar miles
de vidas de niños y jóvenes atacados por el dengue, la tuberculosis,
el chagas, el “paco”, la desnutrición o las redes de narcotráfico.

Es indispensable superar esa tendencia primitiva y arcaica, y vencerla


definitivamente. El populismo representa el grupo de choque que
entiende la política como heredera de los viejos malones y la

32
mazorca, patrimonialista, prebendaría y autoritaria. Son los que a lo
largo de la historia nacional han propugnado el cercenamiento de
derechos y coartado la libertad de expresión en todos sus sentidos.
Ya está probado, no se construirá nada con ellos. Son claramente lo
que hay que dejar atrás.

Pero tampoco puede confundirse esta deformación primitiva con los


miles de compatriotas que sufren sus consecuencias, la humillante
situación de dominio. Es obligación de estas fuerzas modernizadoras
delinear proyectos de inclusión que les asegure el piso de dignidad
sin dependencia, incrementándole su autonomía personal.

Es decir, no se trata sólo de liberar las gigantescas fuerzas


productivas de las semillas de la Argentina exitosa. Se trata de
imaginar espacios de realización para quienes han sufrido la exclusión
y han sido utilizados como carne de cañón por las “corporaciones de
la decadencia”.

Hay una enorme tarea pendiente en pos de la recuperación de la


enorme cantidad de argentinos que hay quedado atrapados en las
redes de la exclusión y la marginalidad. Y no se trata simplemente de
contenerlos haciendo clientelismo con ellos. Tienen que recuperar su
dignidad y su igualdad de oportunidades. El resto de la sociedad, que
tuvo la suerte de no caer en la marginalidad (que no perdió el
empleo, que tuvo la posibilidad de estudiar, que no fue arrastrada a la
indigencia) tiene también la responsabilidad de hacer que entre
todos, como sociedad, “recuperemos la dignidad” trabajando
seriamente para erradicar ese drama que envuelve a millones de
argentinos.

Se trata de mejorar la educación, de generar trabajo genuino, de


urbanizar las zonas con necesidades básicas de infraestructura
insatisfechas (agua potable, cloacas, energía, gas natural,

33
comunicaciones), establecer entramados comunitarios que acerque
cultura y herramientas para su superación personal.

Es bueno detenerse un minuto para pensar en lo que significa el


desarrollo infantil temprano (que involucra a toda la población, no
sólo a las capas más humildes). El cerebro de cada ser humano -lo
que nos diferencia de los demás seres vivos- pesa aproximadamente
1000/1100 gramos. El bebé al nacer tiene un cerebro de 35 gramos, y
a los 18 meses de vida creció a 900 gramos (el 80% del tamaño que
tendrá de adulto). El cerebro está constituido de neuronas, cada
neurona emite entre 5000 y 15000 conexiones nerviosas. Cada uno
de esos “cables” conectan las 140.000 millones de neuronas que
tiene cada ser humano. Esto es lo que nos da la inteligencia y la
rapidez mental, la lucidez. Si ese cerebro no crece en esa etapa no
crece más, condenado a la miseria a seres humanos indefensos. Está
comprobado que un chico bien alimentado y estimulado en los
primeros dos años de vida va a tener 17 veces más destreza
intelectual (1700% más) que un chico que no lo tuvo. Si no nos
concentramos en cuidar la alimentación y la estimulación de nuestros
chicos, no solo ya su niñez, su infancia, su escolaridad, sino en los
primeros 18 meses de vida, estamos destruyendo rabiosamente los
cimientos de la misma sociedad en la que vivimos. Esto es lo que está
en juego.

Hoy ya vemos resultados (muy dramáticos): el 88% de los niños de


América Latina no tiene educación primaria. Al día de hoy (2010), se
mueren en nuestro continente (el que alimenta al mundo) 530.000
chicos por año, antes de cumplir 5 años, como consecuencia de
hambre y enfermedades: más de un chico por minuto. Sólo hacer la
cuenta es pavoroso. El 80% de los presos en la provincia de Buenos
Aires no tiene primaria completa. Esa es la condena de la sociedad,
esa es la condena a la que los lleva el clientelismo y las políticas
populistas.

34
La principal riqueza de los países es su capital humano. Si ese capital
humano está dañado el país no tiene futuro.

Por lo tanto, un país pujante, democrático, abierto, dinámico, no


puede desentenderse del equilibrio social, de los servicios públicos de
acceso universal, de la salud y la educación de excelencia con
independencia del nivel social, de la infraestructura básica de
viviendas, agua potable, cloacas, electricidad, comunicaciones e
internet, de capacitación para el empleo, autoempleo y micropymes.

El diseño de una política adecuada a las potencialidades del mundo


no es tan complicado intelectualmente. Lo éticamente reprochable es
distraernos como sociedad en problemas menores.

El objetivo debe estar absolutamente claro: lograr la mejora social


para incrementar la autonomía de las personas y contribuir a la
construcción integral de ciudadanía. Hombres y mujeres
políticamente “libres e iguales” son el piso para la construcción de
una sociedad más equitativa.

Una asignatura pendiente, de todos

Todo lo que expreso en estos párrafos es una opinión personal, y lo


hago con la intención de contagiar a muchos, o pocos, o al menos a
alguien (esto último sería para mí un gran mérito) de la necesidad de
cambiar las prácticas de la política. Con que una sola persona quiera
y sea consciente, me ofrezco a que lo hagamos juntos, como quien
hace un acuerdo o toma un compromiso frente a otro. Nada de lo que
digo en todas estos párrafos me lo contaron, nada digo aquí sin
conocimiento real de los acontecimientos y avatares del país (que
ocurrieron y que ocurren), y mis reflexiones surgen con plena
transparencia y honestidad.

35
Nací en 1976, en un contexto político de miedo y represión. Formo
parte de una familia política. Me formé al lado de un padre que es un
referente radical y fue protagonista de la política nacional en la épica
etapa de recuperación de la democracia y la reconstrucción de la
institucionalidad, como legislador por la UCR, y luego como
Embajador en España (y que en su juventud estuvo preso por pintar
paredes reclamando elecciones libres como la gran mayoría de los
estudiantes de los 70, y secuestrado y desaparecido por expresar sus
ideas y militar en política, pero también por el absurdo de enseñar a
sus alumnos con libros prohibidos de autores como Saint Exupery,
Borges, Cortazar, José Ingenieros); soy nieto de un abogado y docente
del interior, simpatizante radical que se inclinó por las ideas
desarrollistas de Frondizi y admirador de Arturo Illia; y soy bisnieto de
uno de los primeros abogados de Entre Ríos que llegó a ser diputado
provincial por el radicalismo en los años ´20, amigo de Don Hipólito.
Tanto mi padre como mi abuelo y mi bisabuelo, desde la sociedad
civil o ámbitos públicos, promovieron y fundaron escuelas y
establecimientos educativos, mérito que distingue a quienes
reivindicamos la educación como herramienta de transformación de
la sociedad pero también para ser mejores personas.

Recuerdo en mi niñez perfectamente la lucha por la épica


recuperación democrática recorriendo el país palmo a palmo; en mi
casa siempre de discutió de política, tanto en mi familia paterna como
materna. Durante los 80 crecí en democracia. En mi adolescencia y
parte de mi juventud milité activamente en el radicalismo y en los
centros de estudiantes secundarios y universitarios, llegando a
ocupar cargos en ambos ámbitos. Cómo no recordar por lo que tanto
peleamos desde ese lugar: el respeto por la autonomía universitaria,
la calidad de la educación y la defensa de la educación pública que
sirva de herramienta de desarrollo al alcance de todos, en una
perspectiva moderna. Como lo pensaría Alem, Yrigoyen, Illia y

36
Alfonsín (todos ellos tuvieron una visión progresista y modernizadora
en sus presidencias, respetando la Constitución), pero también como
lo piensan muchos intelectuales de la izquierda democrática y no
necesariamente de inclinación radical, con quien me identifico
mayormente.

En 1994, ya siendo estudiante universitario, participé en la Fundación


Federal para el Crecimiento Argentino, promoviendo la capacitación a
funcionarios públicos, estimulando el intercambio de experiencias
entre concejales e intendentes de ciudades de Argentina y España.
Cientos de ellos, de distintos signos políticos, tuvieron la posibilidad
de viajar, comprender y hallar soluciones a problemáticas comunes
de otras ciudades del mundo. Siempre estuve convencido de que los
municipios son la base y el motor del cambio de toda sociedad.
Luego, desde 1994 a 1999 trabajé como asesor parlamentario en
temas de desarrollo regional, Mercosur y de Comunicaciones, ámbito
donde colaboré durante la gestión de Henoch Aguiar y Carlos Forno,
Secretario de Comunicaciones y Presidente de la CNC
respectivamente, durante la gestión del presidente De la Rúa.
Nuestra misión fue cumplida exitosamente: lograr la apertura del
mercado de las telecomunicaciones hasta ese momento prohibido,
desatando el nudo de la exclusividad que gozaban Telefónica y
Telecom, y que no permitía el ingreso de terceros actores
(eventualmente más pequeños).

En el sector privado trabajé en medios de comunicación, consultoría y


finalmente fundé una productora de contenidos audiovisuales para
televisión y nuevos medios. Allí no solamente experimenté el noble
oficio de comunicar incorporando las nuevas tecnologías, sino
también los avatares cotidianos que sufre un pequeño empresario
para llevar adelante su negocio, por parte del estado, ausente a la
hora de acompañar eficientemente al emprendedor pequeño.

37
En 2008 fui convocado por Baltazar Jaramillo, a integrarme al
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, para trabajar en el equipo de
Hernán Lombardi, actual ministro de Cultura. La impronta de
Lombardi a la gestión es reconocida por todo el arco político de la
ciudad y vista por el país: diálogo, apertura, pluralidad y
participación, llevando excelencia a la actividad artística y cultural
con el objetivo de mejorar el acceso de todos los porteños a los
eventos culturales de calidad (fundamentalmente a los de mayor
vulnerabilidad social). Los festivales como Ciudad Emergente con el
arte popular de vanguardia; como la experiencia del Polo Circo en
Barracas que pasa a cumplir una función social increíble para los
chicos del sur (y que en el último Festival Internacional se hicieron
funciones con grupos de primer nivel mundial en el Espacio Cultural
de la Villa 21-24 para los chicos del barrio que nunca hubieran tenido
la oportunidad de disfrutar un espectáculo de esas características), o
como Barenboim y Zubin Mehta en el Obelisco gratis para todo
público, haciendo participar a los chicos de las Orquestas Juveniles de
las Zonas de Acción Prioritaria de la Ciudad junto a los músicos de la
Sinfónica de Berlín, la Filarmónica de Munich y la Scala de Milán, son
ejemplos que emocionan. Desde allí logramos imponer un ritmo de
gestión donde pese a lo mucho que resta por hacer se han podido
lograr muchas metas.

Gracias a ese trabajo puedo tener la oportunidad de conocer desde


muy cerca los equipos de trabajo de todos los ministros de Mauricio
Macri y su círculo más cercano, con quien puedo conversar, debatir
ampliamente y en profundidad todo tema político y de gestión. Allí
hay muchas personas que no vienen de la política, y muchísimas que
sí (de un arco amplio y plural de pensamiento), pero de todas destaco
la plena coincidencia con los valores democráticos y republicanos.

Debo decir que reivindico y comparto con ellos esos valores, tanto en
la política como en la gestión pública, comparto su preocupación por

38
la agenda social, comparto sus inquietudes por la austeridad y
eficiencia en el gasto público sin que ello signifique desviar la
atención de los sectores que más necesitan la contención y presencia
del estado, comparto su visión modernizadora, abierta y de inserción
en el mundo.

Calificar este gobierno como “conservador de derecha” es tergiversar


el debate político, y demuestra intolerancia por parte de quien lo dice.
Formo parte de la gestión de una ciudad que tiene una actividad
cultural propia de ciudades de administración socialista, con un Jefe
de Gobierno que se manifiesta a favor y reivindica el matrimonio
entre personas del mismo sexo. Formo parte de una gestión que
promueve la libertad de expresión y garantiza la voz de los
intelectuales de todo el arco de pensamiento. Formo parte de una
gestión abierta y plural.

Comparto la visión de abordar la agenda del siglo XXI que es hoy una
demanda de la sociedad. Comparto con ellos valores y conductas
que, sin lugar a dudas, no comparto con muchísima gente de la
política, que vive de ella y de la burocracia, y no aporta nada bueno.
En la Ciudad de Buenos Aires no hay Ministro del Gabinete del
Gobierno de la Ciudad que no comparta estos principios y valores, y
que no sean ejes de su gestión. Doy fe de ello.

Como sociedad podemos estar de acuerdo o disentir, lo que no


podemos es condenar políticamente a alguien por venir del sector
empresario a la política, como tampoco podemos negar el aporte de
aquellos que alguna vez formaron parte de ideologías que hoy ya no
comparten porque intelectualmente hayan actualizado sus
pensamientos. Cada uno viene con su historia y con su aporte, con
sus errores y sus virtudes. Entre todos formamos este país y le damos
rumbo. Si la democracia funciona, tiene todos los mecanismos para
evitar los excesos y las desviaciones. Formamos parte de una

39
sociedad que busca su destino como Nación, y sólo lo vamos a
encontrar con el aporte de todos.

Seguramente la gestión del Gobierno de la Ciudad tiene muchos


errores y la sensación de lo mucho que queda por hacer es enorme,
pero es compatible con lo joven y nuevo del espacio político (que
privilegia la apertura y la pluralidad), no contaminado con las viejas
prácticas. Seguramente los errores se corrigen y sirven de
experiencia para no volverlos a cometer.

El PRO, por poner un ejemplo puntual, corre con esa ventaja. También
los partidos nuevos o aquellos donde hay ciudadanos que por primera
vez participan y se comprometen (bienvenido sean, y los hay a
montones). En este caso vale mucho más equivocarse por ingenuos
que hacerlo por haber claudicado ante los vicios de la política. No
importa si no pensamos igual, lo que importa es el dialogo y las
coincidencias en las cosas buenas en las que se pongan de acuerdo.

No comparto la ideología de la intolerancia, sea de derecha o de


izquierda. Comparto aquellas con las que –aún en disidencia- surgen
de la buena fe y honestidad intelectual.

Entusiasma ver jóvenes involucrándose, en proyectos (públicos y


privados) con alto contenido social, cultural, de desarrollo, con un
compromiso ético que enorgullece. Desde emprendimientos privados,
asociaciones civiles, redes, ongs. Son los ciudadanos que creen en la
cultura del esfuerzo y en la aplicación de la inteligencia al trabajo, y
descreen de lo que viene de arriba. Que desconfían de lo que viene
regalado de dudoso origen. Ellos robustecen la fuerza del cambio.

Hacia una convocatoria consciente

40
Por todo esto, cómo no entusiasmarse con pensar una ciudad pujante,
abierta y con oportunidades para todos. Cómo no pensar en lo mucho
que se ha hecho, lo mucho que queda por delante hacer.

Cómo no tener esperanzas cuando se puede encontrar en otras


administraciones de diferente signo político coincidencias en las
prácticas, basadas en los valores republicanos del respeto a la ley,
con ciudadanos responsables de las prácticas democráticas, y con la
buena intención (de gobierno y sociedad) de mejorar la calidad de
vida de la gente.

También entusiasma la Argentina, con la enorme potencialidad de sus


habitantes en un territorio bendecido en todos sus aspectos,
naturales, geográficos, culturales, sociales. Cómo no ilusionarse,
mirando los problemas que tiene el mundo global, y todas nuestras
potencialidades para aportar a sus soluciones...

Pero sabemos que para todo esto es muchísimo lo que queda por
hacer. Mirando en perspectiva lo que se ha hecho parece
insignificante. Pero cómo no entusiasmarse si lo que hacemos se
encuentra, en líneas generales, con las políticas de gestión de
muchas administraciones “amigas”. Nos sentimos muy cerca (además
de trabajar en conjunto) de Rosario, de Tigre, de la provincia de Salta,
de San Luis, pero también de Montevideo en Uruguay, de Sao Pablo,
de Río de Janeiro en Brasil. También de ciudades de las que tenemos
mucho que aprender como Paris, Berlín, Madrid, Barcelona, Quebec,
Montreal. Todas tienen un mismo espíritu y una característica: todas
pertenecen a orientaciones políticas distintas (socialistas,
justicialistas, comunistas, socialdemócratas, populares de centro, de
centro o de izquierda). Los gobiernos de todas ellas son conscientes,
como sus ciudadanos, de la nueva agenda global.

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Sabemos que este es el camino de los exitosos. Y la buena noticia es
que dentro de él caben la izquierda y la derecha modernas y plurales.
Allí está el espacio de José Mujica y de Sebastian Piñera; de Fernando
Enrique Cardoso y de Lula da Silva; de Juan Manuel Santos y de Alan
García.

Es el camino de americanos y chinos, rusos y europeos, sudafricanos


e indios. No polarizando, sino integrando. No dividiendo, sino
sumando. No descalificando, sino respetando.

No es el modelo de los antagonismos ni del populismo. No es el


modelo de Hugo Chávez, ni el del Kirchnerismo, ni el de Castro. No es
el de Ahmadineyad en Irán, ni el de Corea del Norte, donde su
presidente actual, Kim-Il Sung, murió hace 16 años (no soy yo quien
compara CDN con Argentina, son los medios del mundo) . Todos ellos
son el contraste al resto (más de 140 países) que toman otro camino.

La batalla de hoy no es entre nosotros, es contra el “autoritarismo


clientelista”, que aunque aparezca abrazando al “pueblo” necesita,
para la permanencia de su estructura de poder, a ciudadanos
empobrecidos, dependientes, embrutecidos, temerosos, humillados.

Por eso, la convocatoria al cambio se torna dramática. El desafío de la


política se torna impotente si uno lo piensa en los términos de los
paradigmas de las ideologías que podrán haber sido oportunas para
parte del Siglo XX, pero ya no lo son. Pero a la vez: no existe
modernización sin política (el proceso modernizador de los años 90 en
Argentina fue una clara demostración de ello). Aquí no cabe el
“pensamiento único”. Lo que nos va a salvar es más dialogo, más
voces, más tolerancia y ser más transparentes. Lo que nos va a salvar
es ser mejores personas, donde participar en política no sea
“asqueroso”, o donde la participación no se la dejemos a “los malos”.

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Hoy estamos pisando sobre el nuevo escenario: no hay más bloques
mundiales enfrentados en un mundo bipolar… No hay más guerra
fría... No hay más economías nacionales aisladas exitosas... No hay
espiral armamentista… No hay “insurgencia” ni “contrainsurgencia”…
El petróleo va camino a perder terreno frente a la conciencia mundial
por del cuidado del planeta y ser causante éste del calentamiento
global y guerras tecnológicas… No hay lugar para seguir con
esquemas rígidos de pensamiento cuyo molde fueron hechos entre
los años 1920 y 1960.

Tampoco hay más Videlas, Onganías, ni golpes militares, ni Noche de


los lápices, ni Noche de los bastones largos, ni sueños trasnochados
de aventuras bélicas, a Dios gracias.

Ni el liberalismo, ni el socialismo, ni el marxismo, ni la


socialdemocracia, ni la izquierda ni la derecha, en los términos del
Siglo XX para los que fueron diseñados, dan respuestas a los
problemas de hoy, ni abordan con eficiencia la agenda del Siglo XXI.

Sin embargo, la ingeniería y la visión estratégica estampada en


nuestra Constitución (producto de los intelectuales argentinos de
siglo XIX), hacen que sus postulados tengan más vigencia que nunca.
Es el ámbito donde cabemos todos. Aún cuando todavía en el mundo
post-crisis 2001 y post-crisis 2009 se sigan debatiendo acerca de la
compatibilidad de la democracia y la república con la integración
cultural de un mundo cada vez más dinámico, sólo basta con leer
nuestro preámbulo, cuyos postulados no los encontramos con tanta
claridad en ninguna otra constitución del mundo: constituir la unión
nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la
defensa común, promover el bienestar general y asegurar los
beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y
para todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo
argentino.

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Es evidente nuestra raíz cosmopolita y que con esa consigna se
presentó ante el mundo en sus etapas fundacionales. Desde la
creación del virreinato en 1776, la revolución de 1810, la
independencia de 1816, las corrientes inmigratorias de todas las
épocas dónde el mundo fue hostil y expulsante, en los siglos XIX y XX.
Nunca es reiterativo recordar la proclama de San Martin en Lima al
declarar el triunfo revolucionario y la independencia del Perú: “La
causa de la revolución es la causa del género humano”, del derecho a
la libertad, a la igualdad, a la fraternidad de los seres humanos y de
los pueblos del mundo.

Hoy deberemos ubicar a la Argentina en el mundo en forma virtuosa,


insertar sus procesos productivos en la economía global de manera
tal de aprovechar sus eslabones más rentables para nuestros
trabajadores, emprendedores, empresarios y productores, adecuar
para lograrlo nuestro sistema educativo a niveles de excelencia,
participar del “pelotón de avanzada” en la reformulación de la
ecuación energética (electrones “limpios”, industrias “verdes”,
consumos optimizados servidos por redes de distribución energética
“inteligentes”, preservación de la vida natural y el ambiente,
colaboración plena con los esfuerzos globales contra el calentamiento
global), participar en los foros globales que definen la legalidad de la
globalización (al estilo G 20, Organización Mundial de Comercio,
Organización Internacional del Trabajo, Banco Mundial, Fondo
Monetario Internacional, Corte Penal Internacional, en los acuerdos
de limitación de armas de destrucción masiva, lucha antiterrorista).

Con una actitud proactiva y colaborativa, construir el sólido “piso de


ciudadanía” que reduzca los espacios de la pobreza y el clientelismo,
incrementar la seguridad para la vida cotidiana de las personas,
desarticular las redes de delitos globales (tráfico de personas, de
armas, de narcóticos, de órganos, lavado de dinero, falsificaciones de

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marcas, etc.), alejarse de los “Estados terroristas” y de la destructiva
prédica de los autoexcluidos”, reforzar la seguridad jurídica para
estimular la inversión, el comercio, los emprendimientos y el trabajo.

La Argentina es una sociedad cosmopolita aún más que la inmensa


mayoría de los pueblos del mundo. Su economía funciona si exporta y
si importa. Los productos industriales más consumidos por todos los
sectores sociales son de origen, diseño, distribución y alcance
cosmopolita: teléfonos celulares, complejo audiovisual, electrónica de
consumo -como MP3, MP4, MP5, televisores digitales, consolas de
juegos electrónicos, cámaras fotográficas digitales, etc.- tecnología y
redes de difusión de imagen, complejo automotriz, generación de
contenidos audiovisuales, calzado y ropa deportiva, productos
farmacéuticos, productos cosméticos, productos ópticos, juguetes,
maquinarias fabriles y bienes de capital... y así hasta el infinito.
Nuestra producción forma parte de eslabones en la cadena de valor
de la producción mundial de varios de ellos, a pesar de la política y
muchas veces castigadas por la política.

Nuestros investigadores de mayor excelencia completan su formación


en los centros internacionales y nuestros centros de investigación
reciben investigadores de otros países. Los argentinos tenemos la
comunidad científica más grande fuera de su país (herencia de la
política nefasta de la Noche de los Bastones Largos que clausuró la
investigación científica y tecnológica en el país y expulsó a los
científicos al exterior). Todos ellos reconocidos y premiados: 3
premios Nobel como Milstein, Leloir y Houssay, pero también Favaloro
con el desarrollo del By Pass, hasta los científicos argentinos
integrantes del equipo que desarrolló el acelerador de partículas LHC,
y cientos de talentos argentinos de vanguardia marcando rumbos en
el desarrollo de la ciencia y la tecnología en centros de investigación
más importantes del planeta.

45
Por otra parte, una crisis en la demanda externa de nuestros
productos agropecuarios, aún en la primaria fase en la que se
exportan, lleva a la crisis a toda la economía. La dimensión de
nuestra producción en este campo supera en diez veces las
necesidades de consumo interno.

Esa es la Argentina de la que debemos tomar conciencia,


intelectualizar, detectar sus eslabones potencialmente más rentables
y de mayor multiplicación posible, preparar nuestra gente, desarrollar
más ciencia, más tecnología, más capacitación, para ofrecer mejores
respuestas a las necesidades del mundo en construcción.

Liberar la capacidad de iniciativa, asegurar la inversión de todo origen


y potenciar la inserción internacional de la producción, integrar la
revolución que se está desatando por la nueva reconversión hacia la
energía limpia y “verde” con el impulso al desarrollo de nuevas
fuentes no contaminantes – desde la atómica hasta la eólica, solar o
biomasa- .

Todos estos temas son globales. No tienen posibilidades en el


estrecho cerco de las fronteras geográficas. Y sin asumirlos, no
podremos crear oportunidades de trabajo para sacar de la pobreza a
nuestra gente, para terminar con el clientelismo, ni mucho menos
para hacer “una nueva y gloriosa Nación”.

Argentina, con todos sus problemas, tiene en su geografía y en su


gente ventajas comparativas en temas claves. Los países centrales
atraviesan una situación particularmente compleja en lo referente a
la inmigración, situación que no ocurre en Argentina, con una
población configurada desde sus orígenes para dar la bienvenida a
nuestra tierra a cualquier habitante del mundo (vemos hoy los graves
problemas de inmigración de Francia, España, Estados Unidos, etc.,
sea su gobierno del signo político que sea). El mundo cuenta con un

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déficit en temas centrales, como la problemática de generación de
alimentos, los problemas ambientales y desarrollo científico –
tecnológico. En esto, Argentina tiene los recursos tanto humanos (en
sus científicos y técnicos de excelencia en los centros más avanzados
del mundo) como de posibilidad de desarrollo de infraestructura a lo
largo y a lo ancho del país (cuyos recursos naturales y geográficos
son únicos en el mundo). Somos el país de la generación de alimentos
que puede abastecer al planeta. Somos, en palabras de Juan Pablo II,
el continente de la esperanza.

Por todo esto, no podemos seguir perdiendo el tiempo y dejando


adormecer nuestras posibilidades. No podemos hacernos los
distraídos y seguir destrozando y condenando a miles de argentinos
que podrían tener la posibilidad de vivir mejor y ser más felices.

La síntesis del gran desafío del futuro es el verbo “liberar”, no


tenemos que tener miedo a eso.

Liberar a nuestros compatriotas más pobres de la humillación del


clientelismo y la dependencia. Liberar a los emprendedores de la
asfixia de una red impositiva y burocrática que aplasta sus esfuerzos
y de la incertidumbre sobre cualquier imprevisto nuevo manotazo que
le incaute el fruto de su trabajo ante el menor capricho del poder.
Liberar a los productores agropecuarios de los manotazos
cleptómanos de las gestiones populistas. Liberar a los empresarios de
las interminables cadenas de coimas para desarrollar cualquier
iniciativa. Liberar a los jubilados de la incertidumbre constante
expresada en juicios interminables para reclamar por la violación de
sus derechos constitucionales. Liberar a los ciudadanos de la
inseguridad que convierte la vida en una selva. Liberar al país de los
caprichos ideológicos que lo marginan del mundo. Liberar a todos de
la dependencia privilegiada del salario como forma de distribución de
ingresos para comenzar a construir formas novedosas, como el

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ingreso universal o el trabajo social remunerado, que implica la
profunda rediscusión sobre la titularidad última de los beneficios del
progreso científico-técnico que está provocando la inexorable
disminución del trabajo asalariado y ampliando la desocupación
estructural.

Con un estado inteligente, con una sociedad (cada uno de nosotros)


responsable, no deberíamos tener miedo de liberar la potencialidad
de los argentinos.

Todo empieza cambiando las prácticas de la política, de todos. Con


más dialogo, más acuerdos, identificando lo principal de lo
secundario. Sabiendo que tenemos mucho por ganar pero a la vez
haciéndonos responsables de los que más sufren si no hacemos, en
conjunto las cosas diferente.

Entonces, para los problemas del presente, y para toda la agenda


propia de una ciudad global como Buenos Aires, es necesario producir
un cambio que configure una nueva cultura del relacionamiento
político.

Es probable –y necesario– que cada objetivo muestre alianzas


políticas o sociales diferentes, sin que por esto se altere la solidaridad
básica en las líneas estratégicas. Fuerzas políticas que quizás
coincidan en algunas metas, pueden discrepar en otras y formular
diferentes alineamientos. Esto fortalecerá la ductibilidad y efectividad
de la democracia al servicio de los ciudadanos. Así funciona en las
democracias maduras y ello no conmociona al sistema, sino que lo
robustece.

Así funcionan muchas administraciones (de distinto signo político) que


funcionan en red. Así funcionan los bloques del Congreso, con
proyectos conjuntos de legisladores del PRO, la UCR, la Coalición

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Cívica, incluso hasta con diputados oficialistas cuando no llega una
orden cerrada (signo de ruido institucional) desde Olivos.

Causa impotencia leer tanta degradación en nuestras instituciones


políticas, gremiales, empresariales, pero el entusiasmo llega al ver
nuevas generaciones con tanta fuerza y un mundo lleno de
oportunidades. Tenemos que entre todos ayudar a contagiar al resto.
La política deberá tomar nota del nuevo protagonista central: el
hombre común. Porque en definitiva, la base de la sociedad política
es el ciudadano. No es el estado, ni los partidos, ni los gremios
(aunque ellos tengan una tarea valiosísima que hacer).

Estamos en inmejorables condiciones. Tenemos con qué. Supimos en


nuestros años exitosos ser protagonistas de la evolución del mundo.
Atravesamos el Siglo XX -con aciertos y errores- a los golpes. Hoy el
mundo está propicio para nuestra inserción. Podemos lograrlo de
manera inteligente. Y ganar de ello el mejoramiento integral de la
calidad de vida de todos los argentinos, de nuestras generaciones
futuras y todos los habitantes del mundo que quieran habitar el suelo
argentino.

Para lograr los tres tópicos iniciales, poner a la Argentina en el


mundo, hacer un estado inteligente y abordar la agenda del Siglo XXI,
hay que mejorar la calidad de la política, y la mejor política se hace
con mejores ciudadanos, responsables y consientes que somos (cada
uno y entre todos) quienes llevamos las riendas de nuestro propio
destino.

Para finalizar: todo lo expuesto en estos párrafos no son una negación


del pasado, ni pretende ofender a quienes se sientan aferrados o
sean simpatizantes (o hayan sido) de cualquiera de las ideologías
políticas, todo lo contrario: Es una convocatoria a pensar en el
presente, y en el futuro. A que pensemos en los problemas de hoy, y

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a hacerlo con la firme convicción de que podemos trabajar para ser
protagonistas de un cambio de paradigmas. Desde el espacio donde
estemos, la actividad que hagamos, o el pensamiento político que
tengamos. En definitiva, estar a la altura del momento histórico que
nos toca vivir. Reformulemos el comportamiento político. Volvamos a
construir una sociedad abierta, dialoguista, tolerante. Tenemos todo
por ganar. Y tenemos con qué.

--
Emilio Lafferrière
6 de noviembre de 2010

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