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LA CULTURA DE LA IMAGEN Y
LA LITERATURA INFANTIL ESPAÑOLA

Dra. Isabel Tejerina Lobo.


Facultad de Educación.
Universidad de Cantabria. España.

Resumen

Este trabajo analiza el auge de los modernos medios tecnológicos y sus relaciones, a
veces conflicitivas, con la cultura impresa a traves del libro. Defiende que todos son
combinables y, al mismo tiempo, proclama sus muchas diferencias.
De manera particular repasa los programas de la television española que han tenido
una estrecha relacion con la literatura para niños y jovenes y la animacion a la lectura y, en
última instancia, propone la utilizacion adecuada de todos los circuitos ciberneticos para
promover los habitos lectores y las habilidades de escritura.
La doble influencia entre los “media” y la literatura, la reciprocidad de su mutua
inspiracion, se estudia a traves de ejemplos en la narrativa y en el cine, con especial alusion a
la obra “Manolito Gafotas” de Elvira Lindo.
Un estudio especifico sobre el álbum ilustrado en su variante de perfecta fusión de
texto e imagen pone de relieve los rasgos mas destacados de la ilustración moderna, asi como
las deficiencias mas generalizadas. La mencion final de ilustradores checos y españoles
permite el comentario de algunos álbumes representativos de los últimos años.

Las nuevas tecnologías y la educación literaria


Vivimos inmersos en una cultura en la que los medios tecnológicos y la imagen
juegan un papel decisivo. La técnica y el mercado de la globalización imponen su poderío y
caminan más deprisa que los mecanismos de formación para asimilar de forma analítica y
crítica la invasión de imágenes. Devoramos miles cada día y de algún modo somos devorados
por ellas. La imagen domina nuestra vida, pero nosotros no la dominamos. El niño es, sin
duda, víctima de ese poder inmenso e incontrolado, porque la imagen posee un enorme
atractivo para él, pero necesita de una preparación adecuada para saber seleccionarla, leerla y
asimilarla.
Superada la dicotomía entre “apocalípticos e integrados” que nos lanzó Umberto Eco,
partimos de la base de la posible coexistencia de todos los medios de comunicación y del
reconocimiento de los aspectos positivos que conlleva el avance tecnológico, al mismo
tiempo que no rehuimos el debate y nos planteamos algunos interrogantes en relación con los
efectos de su utilización, uso y abuso en la formación de los jóvenes lectores y en cuanto a la
relegación que ha supuesto de la oralidad y de la importancia de la cultura impresa a través
del libro.
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No planteo un antagonismo entre, por un lado, la tradición de la escucha y de la


lectura de libros y, por otro, la modernidad del cine, la televisión, los nuevos soportes
audiovisuales e informáticos de los textos o el mundo oceánico de Internet. Creo que son
combinables y que pueden darse entre ellos relaciones positivas. No obstante, proclamo sus
muchas diferencias y me asaltan numerosos interrogantes sobre la supuesta
complementariedad que muchos le otorgan en el momento actual.
Desde el punto de vista de la educación literaria, en los distintos acercamientos que
podemos hacer al tema de los “media”, los libros y los niños, una primera observación, no
por repetida menos importante, es el hecho de que los modernos vehículos de transmisión son
más fáciles y, sobre todo, más cómodos que el libro, el cual exige una implicación y un
esfuerzo de concentración mucho mayor. Existe una competencia desigual en detrimento de
la lectura que va quedando progresivamente relegada. La juventud actual tiende a alimentar
su fantasía mediante lo sonoro y lo visual y el libro sufre la presión de las películas de moda,
el vídeo, el video-texto, la TV o el libro electrónico. No tiene ningún sentido criminalizar a
unos y sacralizar a otros. Hay que reconocer el poder de seducción de las nuevas tecnologías,
valorarlas por sí mismas y exigir en sus productos calidad estética, actualidad y renovación
“para que no supongan un envoltorio nuevo para un contenido anacrónico” (Colomer, 2002,
11).
El auge de los medios tecnológicos está vinculado, como señalaba con acierto Lolo
Rico, especialista española en infancia y medios de comunicación, con nuestra forma de
desarrollo, cambios en la familia y algunos valores imperantes: trabajo fuera de casa del
padre y de la madre, escaso tiempo de ocio compartido, consumismo, carrera hacia el éxito
personal, etc. Vamos a referirnos de modo concreto y especial a la televisión El libro en las
primeras edades necesita la interacción niño-adulto, se comparte. La televisión, no. El vínculo
afectivo familiar y social que ha supuesto el libro se ha roto en gran medida. Los padres
contando cuentos a sus hijos han sido sustituidos por “la caja tonta”. (Rico, 1995, 45). Ahí
está efectivamente una de las más sustanciales diferencias entre los medios audiovisuales y la
palabra oral, el cuento contado al niño o leído para él y con él: la relación afectiva. Una
experiencia placentera y compartida nos parece decisiva en un modelo didáctico eficaz para
la enseñanza de la literatura. Válida en cualquier edad, y primordial en las primeras edades.
En frase del profesor Manuel Abril: “leer con afecto logrará el efecto deseado” (2002, 79).
La defensa acérrima del patrimonio de los libros y de la oralidad, la recreación en la
palabra poética como actividad irreemplazable, no es la postura trasnochada de nostálgicos
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de una época ya caducada. Es la firme convicción de que la literatura es mágica y verdadera y


encierra en sus historias fascinantes el tesoro cultural y artístico de la humanidad. En el
lenguaje más rico inventado por el ser humano, le ofrece al niño un instrumento poderoso de
conocimiento de la realidad y de sí mismo y un firme aliado en su desarrollo cognoscitivo y
lingüístico. Ocurre que si los primeros acercamientos literarios son gratificantes, su huella
permanecerá durante toda la vida. La televisión utilizada de forma adecuada también podría
ser una ayuda inestimable en esta andadura. Pero no lo es. No sólo porque por su propia
naturaleza básicamente visual, se apoya sobre todo en la imagen sino por la utilización que en
ella se hace del lenguaje. En general, la palabra en televisión es pobre, se basa en diálogos
cortos, frases muy breves, interjecciones y exclamaciones. Un lenguaje sin detalles ni
matices, desestructurado e inconexo, porque se ha impuesto un ritmo trepidante que busca
mantener la atención apoyándose en la sorpresa de recursos visuales de gran impacto. El
efecto en los niños y jóvenes “teleadictos” ya está comprobado y es devastador: tienden a
utilizar un habla cada vez menos expresiva, apoyada en monosílabos y frases hechas
estereotipadas y con significados imprecisos y polivalentes. Se habla ya del “analfabetismo
funcional” de un altísimo porcentaje de la población infantil y adolescente que lee poco y no
comprende bien lo poco que lee. Una televisión simplona y de calidad más que mediocre
tiene buena parte de la culpa. Hay que reivindicar una mayor calidad de la palabra al tiempo
que educar espectadores críticos y selectivos. Porque el verdadero enemigo de la literatura no
es la televisión sino, como afirma Rodríguez Almodóvar, la “mala televisión” (1995, 52).
El potente medio televisivo podría ser, efectivamente, un aliado impagable de la
literatura. Sobran las evidencias sobre su capacidad de influencia en los hábitos y en los
gustos, para bien y, sobre todo, para mal. Programas que en la historia de la televisión
española han promovido el amor por los libros y han emitido para el público infantil,
adaptaciones de cuentos, teatro, películas, y otros contenidos relacionados directa o
indirectamente con la literatura han sido, por ejemplo: “Biblioteca Joven” presentado por
Aurora Díaz Plaja en la primera televisión en blanco y negro de los 60. A mediados de los 70
destacaron programas como “Un personaje, un cuento”, donde personajes populares narraban
cuentos a los más pequeños, con buenos guiones de Juan Farias y Fernando Alonso. En los
80, “La cometa blanca” (1981-1982), las diferentes etapas de “Barrio Sésamo”, los
informativos juveniles dirigidos por Francisco García Novell, “Nosotros” (1982) e
“Informativo juvenil” (1985) y por Francisco Climent, “Pista libre” (1982-1984), “La
mansión de los Plaff” “El árbol de Jonás”. Muy especialmente merecen resaltarse “Robinson”
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de Felicidad Orquín (1982-83), por el que pasaron un gran número de escritores e ilustradores
para niños y quizás se oyó hablar por primera vez en TV de las Ferias de Bolonia y
Bratislava; “El kiosko” del gran ilustrador José Ramón Sánchez, que ponía en marcha
maravillosas historias con su entusiasmo y los dibujos de su rotulador; “La bola de cristal”
(1984-86) de Lolo Rico, que en su apartado “El libro visor” presentaba divertidas versiones
de textos clásicos y populares; “El carro de la farsa” conducido por Rosana Torres, donde el
teatro, los títeres, el circo y la literatura dramatizada tuvieron un lugar relevante y “El planeta
imaginario” de Miquel Obiols, cuya creatividad, juego con las formas expresivas más
vanguardistas y su exigencia y amplitud de miras en relación con el espectador joven
consiguió una calidad no superada. En los últimos ochenta, cabe mencionar “Cajón de sastre”
(1987-1989), “Club Disney”, “Apaga y vámonos” (1989) de Jorge Rioboo que dedicó
espacios a obras inolvidables como El principito y “Un cesto lleno de libros”, un título
homenaje al escritor Juan Farias, uno de los impulsores y guionistas del programa. En sus 34
espacios emitidos entre 1989 y 1990 se utilizaron todo tipo de técnicas para incitar a leer en
una mezcla de género dramático, periodístico, libro-forum y humor en uno de los últimos
intentos de la televisión pública española para casar a esa extraña de “viejos gruñones” (en
referencia a Walter Matthau y Jack Lemmon), en la crónica y las palabras del crítico y editor
de televisión Francisco Climent (1995).
Los años 90 y sucesivos han hecho su aparición los canales privados, las televisiones
autonómicas, el cable y el satélite... se ha impuesto la “selva electrónica”. Todas las cadenas,
como dice Climent, han entrado en el vértigo de la competencia por la audiencia y en la lucha
por evitar los zarpazos del “zapping”. Eso explica la reducción de los espacios infantiles de
hondo calado y la proliferación de los dibujos animados con personajes de serie, capaces de
mantener inmóviles y expectantes a los pequeños mediante la dinámica de una acción
vertiginosa. Están de moda los programas presentados por los propios jóvenes, conducidos
“aparentemente” por ellos mismos con plena autonomía, en los que prima la música, los
concursos y la publicidad descarada.. Quedan pequeños vestigios de presentación de libros de
manera aislada y algunas incursiones en el mundo de los cuentacuentos, pero de modo muy
escaso. Los nombres de varios de sus escasos programas específicos hablan bastante claro del
colonialismo y la producción holiwoodiense que nos asola: “La hora Warner”, “Zon@
Disney”, “TPH Club”, “Megatrix”, etc. De modo paralelo, observamos que los niños de hoy
ven prácticamente la misma televisión que los adultos durante varias horas diarias, una
importante cantidad de televisión “basura” dirigida a públicos familiares. Así que nuestra
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conclusión es que se ha producido un retroceso en las múltiples posibilidades de explotar y


enriquecer las relaciones entre la televisión, la literatura y los niños.
Sin embargo, los denominados “media” no debieran ser enemigos, sino aliados en el
propósito de formar lectores competentes y de promover habilidades de lenguaje escrito. Hay
que aprender a usar los nuevos medios tecnológicos sin dejarnos atropellar por ellos y llegar a
establecer, como defiende García Rivera (1999), una convivencia de los tres espacios: el de la
palabra oral, el del libro y el del ciberespacio.
Tenemos que manejar los circuitos cibernéticos en favor de la lectura y la creacion
literarias. Aprovechar para los niños y los jóvenes algunas de sus indudables ventajas
técnicas: posibilidad de leer versiones digitales de libros, participar en los argumentos y
elaborar finales a partir de propuestas dadas (www.literactive.net), favorecer intercambios
entre autores y realizar textos comunes como la novela La rebelión de los delfines impulsada
por Javier Tomeo (www.elmundolibro.com), acceder a revistas “on line” de literatura infantil
y juvenil (en español, entre otras:
www.imaginaria.com.ar;www.cuatrogatos.org;http://perso.wanadoo.es/pablocruz/revistababar
.html; www.poesia-infantil.com; www.gocities.com/cuentosaldia; www.libroadicto.com,
obtener bibliografía y documentación actualizada (www.fundaciongsr.es) o bien, beneficiarse
de bibliotecas para uso de lectores que tal vez no se acercarían nunca a los libros por falta de
medios o de ganas, como la Biblioteca Virtual de Literatura Infantil y Juvenil Platero, dirigida
por el profesor Ramón Llorens desde la Universidad de Alicante:
http://cervantesvirtual.com/portal/Platero.
(Información amplia de toda clase de Recursos en Internet se encuentra en el número
5, monográfico, de la Revista Lazarillo).

Educar en la imagen y en la palabra. Polémica y relevancia del álbum ilustrado


Educar en la imagen, enseñar a leer imágenes, ha adquirido enorme importancia en el
mundo de la educación infantil. Y la tiene. Pero pienso que quizá existe una valorización
excesiva del papel de la imagen en la formación inicial del lector. Lolo Rico señala en el
estudio ya citado que no está demostrada la relación que existe entre la lectura icónica y la
lectura propiamente dicha. Me planteo, por tanto, si una iniciación a la lectura básicamente
mediante imágenes favorece la comprensión lectora en tan gran medida como habitualmente
se sostiene.
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Por otro lado, tenemos la polémica abierta, en relación con los libros ilustrados, sobre
si efectivamente la ilustración impulsa o limita la imaginación del lector. Está muy
generalizada la creencia en la primera posición, aunque hay exponentes relevantes de la
segunda. A la ya clásica de Bruno Bettelheim en su Psicoanálisis de los cuentos de hadas
(1980) se unen con nuevos argumentos otros como el escritor español Juan Farias, candidato
al Premio Andersen, quien afirma: “la ilustración, y cuanta mayor calidad tenga con más
efecto, supone una interferencia entre el lector y su recepción imaginativa del texto” (IV
Simposio de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1998, 20).
La relevancia de la ilustración en los libros infantiles le confiere una importancia
indiscutible en la educación artística del niño de hoy. Teresa Durán (2000) nos advierte de la
necesaria distinción entre el “libro de imágenes” y el “álbum ilustrado”. El álbum es aquella
obra en la que las imágenes tienen un papel fundamental, están secuenciadas y forman un
conjunto comunicacional. La diferencia esencial con relación al “libro de imágenes” es que el
álbum cuenta una historia y no así el libro de imágenes. Puede contarla sólo con imágenes o,
y es lo más frecuente, combinar texto e ilustración.
Vamos a referirnos a este segundo tipo y a su incidencia en la iniciación a la lectura
literaria. Como cuestión previa, hemos de subrayar que hoy día, los niños y niñas del mundo
desarrollado en sus primeras edades disponen en sus iniciales acercamientos al mundo del
libro de gran cantidad de “libros de imágenes” referidos a su entorno conocido. Hay muchas
novedades en su presentación y materiales: libros tridimensionales, hinchables, de tela,
musicales, con juegos incorporados, etc. Y algunos resultan muy atractivos, pero no implican
ni emocionan. Son libros interesantes, pero hay que dejar claro que no son literatura. En mi
modesta opinión existe una sobreoferta de estos libros de conocimiento en detrimento de la
ficción, que debe servirse a los niños pequeños mediante la oralidad y los libros narrados por
los adultos.
Cuando ya son capaces de seguir una historia por sí mismos y durante toda la infancia
son muy habituales los álbumes, que integran dos códigos distintos, el visual y el lingüístico.
El texto y la imagen colaboran juntos para contar la historia y otras caracteristicas como el
tamaño y formato, el fondo de la página, la ordenación de los elementos, la tipografía, el
color, etc., tienen también una función valiosa y significativa. Un buen álbum es aquel que
está al alcance de la capacidad de recepción de sus potenciales lectores, sin limitarla ni
excederla y que es capaz de ofrecer por una feliz combinación entre imagen y texto una
historia más rica de lo que podría hacerse sólo con palabras y más bella de los que podría
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lograrse sólo con imágenes. A diferencia de la ilustración tradicional, cuyo papel era repetir lo
ya dicho en el texto, el “contrato” actual entre las palabras y las imágenes puede ser de varios
tipos: la ilustración a veces complementa, otras anticipa; en ocasiones exagera, otras veces
juega a contradecir lo que dice el texto, etc. También los tonos, las voces, las técnicas y los
fines son muy variados. Los nuevos álbumes cuentan, subrayan, caracterizan personajes,
crean ambientes, parodian costumbres, utilizan las técnicas más vanguardistas... o sorprenden
al lector con efectos inesperados, como el surgimiento repentino de imágenes en volumen de
los libros “pop-up”. Hay ilustraciones cargadas de fantasía y otras de realismo. Ambas
pueden ser buenas o malas; no está el valor en el estilo ni en la originalidad de su técnica,
sino en su fuerza y expresividad.
En términos generales, es indudable el poder y presencia de la ilustración en la
literatura infantil, la calidad plástica y la pujanza expresiva de muchos álbumes, la
renovación formal y la búsqueda creativa, el elevado número de grandes pintores y dibujantes
en todo el mundo que, unidos a los escritores, o combinando ambas facetas artísticas, se han
acercado al mundo de los niños con respeto y dedicación.
Al mismo tiempo, la presencia de la ilustración creativa en el imaginario infantil no
está exenta de problemas. Además de la relegación de la oralidad ya apuntada, la
preponderancia de la ilustración artística en los libros infantiles ha marginado en exceso otras
formas de representación de la realidad como son las fotografías, los grabados, los dibujos,
etc., en relación con sus temas y personajes de interés. En general, este tipo de documentos
que podrían enriquecer tanto su conocimiento como su fantasía no está al alcance de los más
pequeños ni en sus casas ni en el colegio. Se reservan para los adultos, se le niegan al niño
por una concepción reduccionista y algo absurda y se opta por proporcionarle a cambio un
aluvión de dibujos que son siempre una interpretación muy personal, cuando no una burda
expresión de la realidad. ( Martín, 1998).
Otro fenómeno negativo observable es lo que podríamos llamar el plagio de la
ilustración: repeticiones, imitaciones, copias de estilos e imágenes de los álbumes de éxito.
(Un ejemplo es el de Adivina cuánto te quiero de Sam McBratney y Anita Jeram (Kókinos,
1994), un espléndido álbum en su historia e ilustración destinado a los más pequeños que
encuentro “calcado” en ¿Dónde dormirás pequeña liebre? de Sheridam Cain, ilustrado por
Sally Percy). Existen excelentes álbumes, pero a su lado se le ofrecen al niño otros
mejorables en muchos sentidos. Las deficiencias más generalizadas del álbum actual las
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analizan con acierto Cecilia Silva-Díaz y Teresa Corchete (Colomer, Dir., 2002) y podemos
sintetizarlas en las siguientes:
- Falta de acuerdo entre el texto y las ilustraciones. Las imágenes contradicen al texto
sin ninguna justificación. El lector no comprende y siente deseos de abandonar el libro.
- Las ilustraciones no mantienen la consistencia del mundo creado por las palabras y
se tiene la impresión de que se cambia de historia. Las imágenes despistan y el lector se
confunde.
- Las ilustraciones se limitan a reiterar lo que el texto ya retrata con energía, sin
aportar información ni elementos expresivos relevantes. Esta repetición sólo puede producir
fatiga en el lector.
- Puede ocurrir lo contrario: que el texto sea redundante. En este caso, no tiene ya
ningún sentido seguir leyendo.
- El álbum es una excusa para el lucimiento personal del artista, que no se amolda al
tono del texto y al sentido de la historia y se dedica a hacer piruetas vanguardistas. El lector
se siente incomodado ante esta falta de acoplamiento.
- Álbumes que, por el solo hecho de ser cuentos con imágenes, se destinan a los
pequeños lectores, sin tener en cuenta su complejidad y contenido. Son hoy frecuentes los
que presentan caricaturas que rompen arquetipos, cuyo tratamiento humorístico no alcanzan a
comprender. Los pequeños se muestran aburridos y atónitos ante el libro que se les ofrece.
- A veces simplemente existe una notoria falta de calidad de la propuesta plástica.
Imágenes estereotipadas que falsean y reducen la realidad de tal modo que sería más
sugerente que el niño contemplara una fotografía.
- Textos con historias simplistas que tienen un lenguaje extremadamente simplificado
y limitan la imaginación del niño.
Al lado de obras maestras se publican, en suma, muchos cuentos con imágenes, que
no tienen ningún interés, son aburridos y con frecuencia están por debajo de las capacidades
comprensivas y estéticas de nuestros niños y niñas.
Por fortuna, todos los países contamos con excelentes ilustradores dedicados de lleno
al mundo infantil y conocemos gracias al impulso de los buenos editores la obra de artistas
extranjeros que nos emocionan con sus dibujos.
Cómo no recordar en esta ocasión la labor importante de las Ferias de Ilustración de
Bratislava y la valía de las creaciones de grandes ilustradores checos que han sido publicados
en España:
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Josef Capek: Nueve cuentos y uno de propina de Karel Capek (Siruela, 1993).
Josef Palecek: La princesa de Solimania de Karel Capek (SM, 1985).
Stepan Zavrel: El abuelo Tomás (SM, 1984), La canción del pastorcillo de Max
Bolliger (SM, 1986), La mariposa (La Galera, 1996).
Jindra Capek: Un niño ha nacido (SM, 1984), La canción más bonita de Max Bolliger
(SM, 1986). El secreto de Lena de Michael Ende (SM, 1991), El cuarto rey mago de Willy
Fährmann (SM, 1992).
y del Premio Andersen 1992 Kveta Pacovská que nos cautivó con el infantilismo
deliberado de El pequeño rey de las flores (Kókinos, 1993) y la experimentalidad de su
Teatro de medianoche (Montena, 1993).
De la amplia nómina de ilustradores españoles resaltaría, en este momento y lugar, la
obra de cinco, en paralelismo con el número de ilustradores checos mencionados. Todos ellos
tienen una larga y consolidada trayectoria en el ámbito infantil y juvenil y sus variadas
propuestas estéticas constituyen un buen exponente de la creación más destacada de las
últimas décadas.
De cada uno de ellos he seleccionado un álbum representativo por la notable belleza
de sus dibujos y de su texto y por la coherencia e integración de la historia que se cuenta y las
imágenes que la ilustran. Aparecen por orden cronológico de publicación:
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Asun Balzola (Bilbao, 1942), Munia y la luna (Destino, 1982). Ha sido Premio
Manzana de Oro de Bratislava en 1985 por un álbum publicado en vasco.
Alfonso Ruano (Mocejón, Toledo, 1945), El guardián del olvido. Texto de Joan
Manuel Gisbert (SM, 1990).
Carme Solé (Barcelona, 1944), Los niños del mar. Texto de Jaume Escala (Siruela,
1991).
Francisco Meléndez (Zaragoza, 1964), Leopold, la conquista del aire (Aura
Comunicación, 1991).
Y, finalmente, Javier Serrano (Medina del Campo, 1946), del que comentaremos
brevemente su trayectoria y evolución a partir de álbumes y de algunos libros ilustrados:
El Ratoncito Pérez. Texto de Antonio Rodríguez Almodóvar (Algaida, 1986). Es un
cuento rescatado de la tradición oral al que Serrano presta colorido y mucho humor en las
ilustraciones.
Inventando el mundo. Texto de José Antonio del Cañizo (Anaya, 1989). Una narración
que se plantea como una aventura de creación común entre el escritor y el ilustrador que, a
modo de semidioses, pintan el mundo por primera vez con todos sus colores y formas. El
formato es muy grande y además se utiliza la página doble, triple e incluso cuádruple, para
representar el movimiento de muchos personajes y la perspectiva múltiple.
El temible Safrech. Texto de Ricardo Alcántara (Aura Comunicación, 1992).
Pertenece a una elegante colección de álbumes (Con los cinco sentidos, diseño gráfico de
Enric Satué) en la que texto e ilustraciones se montan sobre satinado papel negro, el texto se
escribe con tinta blanca y las imágenes de colores muy vivos y contrastados quedan
remarcadas por este fondo. Además se acentúan por el inusual formato rectangular y la
combinación de distintos tamaños, planos de fondo y primeros planos o por la reproducción
muy aumentada de algún detalle. Serrano consigue dar vida y movimiento a unos personajes
enigmáticos e imprime inquietud y humor a una historia que enseña a combatir el miedo con
la risa. Se podría señalar cierto paralelismo con Donde viven los monstruos de Maurice
Sendak.
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Días de Reyes Magos. Texto de Emilio Pascual (Anaya, 1999). Se crea en esta obra un
universo de líneas geométricas y en blanco y negro. Expresiones hieráticas al lado de rostros
con emocion. Imágenes abigarradas, donde se amontonan personajes y objetos, donde se
mezcla realidad y fantasía, como aquella en la que aparece la figura del propio Emilio
Pascual leyendo en medio de los personajes de la ficción.
La verdadera historia del perro Salomón. Texto de Miguel Fernández Pacheco (SM,
2000). Este álbum constituye una recreación imaginaria y posmoderna del mundo del escritor
barroco Francisco de Quevedo y del pintor de corte Diego Velázquez. Un mundo de meninas,
cortesanos y pícaros alrededor del perro mastín representado en el famoso cuadro de “Las
Meninas” de Velázquez. Cuadro del que Javier Serrano ofrece una versión muy personal, en
la que recoge influencias picassianas y personajes literarios como el gato carrolliano de
Alicia, pero que al mismo tiempo nos recuerda inevitablemente a la pintura velazqueña
evocada.
Las portadas de las reediciones de los cuentos clásicos parecen haberse convertido en
su especialidad: Cuentos completos de Perrault (Anaya, 1997) Cuentos de Grimm (Anaya,
1998) Cuentos de las 1001 noches (Anaya, 2001) Cuentos de Hoffmann (Anaya, 2002). En
estas llamativas ilustraciones ofrece mucha creatividad y maestría técnica, resuelve con
aparente facilidad la presencia de los personajes de todos los relatos en las dos primeras obras
citadas o bien destaca una situación relevante en el caso de las dos últimas. También ha
ilustrado las ediciones españolas de importantes escritores extranjeros como el polaco Henryk
Sienkiewicz en su obra Quo vadis? (Varsovia, 1896-Madrid, Anaya, 1985) y, asimismo, el
clásico de la literatura infantil rusa Los tres gordinflones de Yuri Olesha,, (Moscú, 1974-
Madrid, Siruela, 1992).
Si tuviera que resaltar una característica de Javier Serrano diría que es su llamativa
originalidad, pero no podría olvidarme de comentar sus cambios de estilo y su técnica
depurada, su fusión de tradición y vanguardia, su adaptación a la historia que se está
contando y a la vez los muchos matices y sugerencias que añade a cada texto que ilustra, con
el que guarda la máxima coherencia y al que aporta significado y belleza en una buena
simbiosis entre la palabra y las imagenes.
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La doble influencia entre los “media” y la literatura. Algunas muestras de cine en


la literatura infantil española
Los nuevos medios y la literatura se han influido y se influyen mutuamente de modo
constante. Desde la invención del cinematógrafo, han sido muchos los escritores españoles
que han valorado su enorme capacidad para lograr un ritmo ágil a la hora de contar las
historias. La inspiración en los recursos propios del lenguaje cinematográfico y la recreación
de los mismos se encuentra en la literatura infantil española en autores clásicos como
Antoniorrobles, Elena Fortún y Manuel Abril y en autores actuales como Juan Farias y Pilar
Mateos. Obras representativas de los autores citados son las siguientes: La princesa de los
muñecos. Novela corta filmada (Antonio Robles, 1923), De cómo poquito a poco el coco ya
no fue coco (Elena Fortún, 1930), Totó, Tití, Loló, Lilí, Frufrú, Pompoff y la señora
Romboedro (Manuel Abril, 1930), Años difíciles (Juan Farias, 1982) y Capitanes de plástico
(Pilar Mateos, 1983). Son creaciones que nos hacen vivir pasajes de la lectura como si se
tratase de películas, que recrean efectos del cine cómico norteamericano, que utilizan un
modo de discurso renovador asociado a la concisión narrativa, la reducción de la
omnipresencia del narrador y el aumento del protagonismo del lector en la interpretación de
los hechos relatados. (García Padrino, 1995).
Otra manifestación es la referencia temática, especialmente las alusiones al cine, la
televisión y el cómic. En la narrativa infantil de la última década una reciente investigación
ha rastreado su presencia como motivo insistente (Ruiz Huici, 2002, 116). Así, artistas
cinematográficos como Bogart o Sharon Stone en Tras las huellas de Sharon de Juan José
Plans (Alfaguara, 1997), entre otros títulos. La televisión como centro en el hogar en ¡A la
mierda la bicicleta de Gonzalo Moure, (Alfaguara, 1993) o en Manolito Gafotas de Elvira
Lindo (Alfaguara, 1994). Figuras del cómic español como El guerrero del antifaz y Roberto
Alcázar figuran en ¡Canalla, traidor, morirás! de José Antonio del Cañizo (SM, 1993) y
Spiderman del cómic norteamericano en Lily, libertad de Gonzalo Moure (SM, 1996).
También en la literatura dramática para jóvenes encontramos ejemplos. Es el caso de la pieza
ganadora del Premio Lazarillo 1995 ¡Te pillé Caperucita! de Carles Cano (Bruño, 1995),
cuya estructura responde a la de un programa de televisión y en la que aparecen mezclados en
clave de parodia figuras célebres del cine, la música y la literatura: Alien, Rambo, Michael
Jackson. Frankenstein, Blancanieves o Caperucita Roja.
El cine, la radio y la televisión se han nutrido también a lo largo de su historia del
patrimonio de la literatura. Personajes y argumentos se adoptan sin cesar y la historia de las
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adaptaciones al cine de obras literarias es larga y polémica, dado el difícil maridaje entre dos
códigos tan distintos (Tejerina y López Tamés, 1990), y las subjetivas, cuando no falseadas,
interpretaciones a que a veces da lugar la múltiple recepción del texto literario.
En el ámbito de la literatura infantil española no existe una larga tradición de
adaptaciones cinematográficas, aunque no falten ejemplos relevantes. Entre ellos, Marcelino
Pan y Vino (1954) de José Mª Sánchez Silva, dirigida magistralmente por el director polaco
Ladislao Vajda. La serie de seis capítulos para televisión Celia, basados en los libros escritos
en los años treinta por Elena Fortún (Encarnación Aragoneses, Madrid, 1886-1952). Con una
buena dirección de José Luis Borau y un guión cuidadosamente adaptado por la escritora
Carmen Martín Gaite, la versión cinematográfica (estrenada en enero de 1993 en la principal
cadena española, TVE 1) alcanza notable calidad. La pelicula no traiciona el sentido del texto
literario y, debido a la ambientación de época, la viveza de los diálogos, el ritmo ágil, la
buena fotografía, una conseguida interpretación del personaje de la niña protagonista, etc.,
fue muy bien recibida por el público familiar de los noventa a pesar de los años transcurridos
desde su creación. La última adaptación importante de un libro infantil en nuestro país es
Manolito Gafotas, dirigida por Miguel Albadalejo (2000).
Centrada en un personaje que ya ha llenado seis libros desde la aparición del primero
de ellos en 1994, la propia autora Elvira Lindo participa en el guión de la película y, como
Orson Welles, se cuela también de “rondón” en el reparto de actores. Manolito nació como un
diálogo radiofónico en el año1987 y continúa los sábados de cada semana en la actualidad. Es
interpretado por la escritora gaditana en tono de falsete en el programa de la cadena SER, A
vivir que son dos días, dirigido por Fernando G. Delgado. El contenido es la historia
cotidiana de un niño normal de este tiempo, a través de la cual se hace una suave sátira social
y de costumbres. En su charla imparable, cuenta desde la perspectiva infantil su vida familiar
y escolar, los hechos y ocurrencias de un niño corriente de barrio madrileño, sus entusiasmos
y decepciones. La película es inferior a los libros porque no consigue reproducir con la gracia
necesaria el “idiolecto” creado para el habla del personaje, un lenguaje coloquial adornado
con palabras y frases inventadas y repetidas hasta hacerse características de la personalidad y
del ambiente: “mundo mundial”, la “sita” por señorita... Y, en general, tampoco el film acierta
con los recursos de la oralidad que son muy destacados en la radio y en las novelas cortas.
Las divertidas peripecias de Manolito Gafotas, su espontaneidad, el retrato jocoso de sus
familiares, amigos y educadores, el lenguaje coloquial con la presencia de palabras de moda
en el argot infantil y términos “políticamente incorrectos” (por ej. El Imbécil, el Orejones), el
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humor de las situaciones y a través del léxico con rimas divertidas, juegos de palabras,
paronomasias: Las Meninas pasan a ser Las Mininas... han conquistado a miles de lectores.
Un vigoroso fenómeno de animación lectora entre iguales, similar y coetáneo al de Harry
Potter, aunque nuestro héroe no haya alcanzado la fama universal del aprendiz de mago. Por
otro lado, la óptica narrativa de Elvira Lindo es bien distinta a la de K.J. Rowling, y se
vincula claramente a un realismo costumbrista muy español, con el toque personal de un
tratamiento paródico, algunas veces hilarante, tanto en el lenguaje como en las situaciones. Se
le han visto algunas semejanzas con el modelo literario que creó Goscinny en El pequeño
Nicolás (1960) en su uso del humor y del prisma infantil, contradictorio pero diáfano, para
realizar la observación y hacer el juicio ingenuo y severo de las relaciones y de los
comportamientos adultos más cercanos (González, 2001, 304). El mismo crítico señala, y nos
sirve a propósito para cerrar este trabajo, el acierto de Elvira Lindo a la hora de reflejar en sus
libros la influencia del cine y de la televisión en el conocimiento del mundo exterior y en el
modo de razonar y de deformar los hechos de los niños de hoy con la siguiente cita: “Al
Orejones, como sus padres se han separado, le ha llevado su madre a la psicóloga para que no
tenga un trauma terrible y de mayor no se haga un asesino múltiple.”
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