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Agua sin tregua, agua sin pausa, nunca habrá descanso suficiente
Hasta que la última luna caiga y la última marea torne a surcar,
Y el fuego del final empiece a arder en el occidente;
Y el corazón se habrá fatigado, yacerá asombrado y llorará como el mar,
Toda la vida llorando sin cesar,
Como el agua toda la noche llora por mí en su manar.
ARTHUR SYMONS
Entre el otro mundo y yo siempre hay una pregunta por preguntar: algunos no se
atreven a formularla por pudor; para otros la dificultad yace en cómo plantearla
adecuadamente. No obstante, todos revolotean en sus inmediaciones. Me
abordan con un tono un tanto vacilante, me miran con curiosidad o con pesar y
luego, en vez de enunciarlo abiertamente - ¿Qué se siente ser un problema? –
dicen, “Conozco a un excelente moreno en mi ciudad” o “Yo peleé en
Mechanicsville1” o “¿No le dan rabia esas aberraciones del Sur?” Cuando me
hablan así, sonrío, o me muestro interesado o contengo mi punto de ebullición
según lo requiera la situación. A la verdadera pregunta - ¿Qué se siente ser un
problema? – rara vez respondo con una palabra.
Luego del Egipcio y el Indio, del Griego y el Romano, del Teutón y el Mongol, el
Negro es una especie de séptimo vasallo, nacido con un velo, y dotado de una
segunda vista en este mundo americano – un mundo que no le brinda ninguna
genuina autoconsciencia, sino sólo le deja entreverse a sí mismo a partir de los
atisbos de un mundo ajeno. Es una sensación extraña, esta doble conciencia,
este sentido de estar siempre percibiéndose a uno mismo a través de los ojos de
los demás, de medir el alma propia a partir de los parámetros de un mundo que
lo contempla a uno con entretenido desprecio y pesar. Uno siempre siente su
dualidad – ser americano, ser negro; dos almas, dos pensamientos, dos luchas
irreconciliables; dos ideales en pugna en un solo cuerpo moreno, cuya fuerza
incansable es lo único que lo mantiene a salvo de ser partido en dos.
Antaño, en los días de esclavitud, creyeron ver en un suceso divino el fin de toda
duda y toda decepción; pocos seres han idolatrado la Libertad con fe tan
incondicional como el negro americano durante dos largos siglos. De día y de
noche, despierto y dormido, para él la esclavitud era la suma efectiva de todas
las villanías del mundo, la causa de toda tristeza, la raíz de todo prejuicio; así
pues, la Emancipación era la llave de una tierra prometida, la tierra más
dulcemente bella que alguna vez se ha explayado frente a los cansados ojos de
los Israelitas. En canto y plegaria había solo una palabra – Libertad; entre
lágrimas y maldiciones, el Dios que invocaba tenía a su derecha la Libertad
sentada. Finalmente llegó – de repente, intimidante, como un sueño. Tras un
carnaval salvaje de sangre y pasión, llegó el mensaje en su cadencia
quejumbrosa:
¡Clamad, oh niños!
¡Clamad, que sois libres!
¡Dios ha comprado vuestra libertad!4
Años han transcurrido desde entonces – diez, veinte, cuarenta; cuarenta años
de vida en esta patria, cuarenta años de renovación y desarrollo, y sin embargo,
el oscuro espectro mantiene su puesto en el banquete de nuestra Nación. En
vano clamamos frente a este, nuestro más grande problema social:
Pero enfrentar tan vasto prejuicio no puede sino traer consigo un inevitable
cuestionarse, un inevitable subestimarse, un inevitable encogimiento de los
ideales que siempre nacen de la represión y que surgen en los ambientes de
odio y desprecio. Susurros de portentos se escuchaban en nuestras casas
arrojados a los cuatro vientos: ¡Mirad! Estamos enfermos y muriendo, gritaban
nuestros oscuros espectros; no sabemos escribir, nuestro voto es en vano; ¿de
qué nos sirve la educación, si lo que se requiere de nosotros es que cocinemos
y sirvamos? Y la Nación le hizo eco y reforzó este auto rebajamiento diciendo:
conténtese con ser sirvientes y nada más; ¿qué necesidad tienen de alta cultura
los que no son sino medio humanos?9 Perdió el voto el negro, por fuerza o fraude
y ¡he ahí entonces el suicidio de una raza! Sin embargo, de todo ese mal surgió
algo bueno: un ajuste de la educación para adecuarla mejor a la vida práctica,
una percepción más nítida de las responsabilidades sociales de los negros y una
noción más sobria de lo que es el progreso.
Así fue que nació la era del Sturm und Drang10; la tormenta y la angustia sacuden
nuestra pequeña embarcación en las locas aguas de este mar-mundo; afuera y
adentro se escucha el advenimiento de un conflicto, la incineración del cuerpo y
el desgarramiento del alma; la inspiración se estrella contra la duda, la fe contra
vanos cuestionamientos. Los relucientes ideales del pasado – libertad física,
poder político, la educación de las cabezas y la formación de las manos con
vistas a los oficios – todos se han gastado y marchitado, hasta que incluso éste
último se ha vuelto difuso y nublado. ¿Es que acaso todos estaban equivocados
– eran todos falsos? No, no es eso, sino que cada uno por separado era
demasiado simple e incompleto – los sueños de una crédula raza que se
encuentra todavía en su infancia, o las confusas nociones de un mundo ajeno
que no conoce y no quiere conocer nuestro poder. Para tornarse absolutamente
reales, todos estos ideales deben ser fundidos y cohesionados en uno solo. La
educación académica la necesitamos hoy más que nunca – la formación de
manos hábiles, ojos y oídos capaces y, sobretodo, la creación de una cultura
más amplia, más profunda, más elevada, una cultura de mentes dotadas y
corazones puros. El poder del voto lo requerimos por pura defensa propia – de
lo contrario, ¿cómo hemos de protegernos de una segunda esclavitud? La
libertad también la exigimos, la anhelada libertad, hace tanto tiempo buscada –
la libertad de vida y de movimiento, la libertad de trabajar y de pensar, la libertad
de amar y aspirar. Trabajo, cultura, libertad – todo lo necesitamos, no por
separado sino junto, cada elemento naciendo y complementándose del otro y
todo configurando nuestra lucha por un ideal más vasto que flota frente al pueblo
negro: el idea de la hermandad, alcanzada por el ideal unificador de Raza; el
ideal de incentivar y desarrollar los rasgos y los talentos de los negros, no en
oposición o menospreciando otras razas, sino más bien en conformidad con los
ideales amplios de una República Americana, para que así un día la tierra
americana sea testigo de cómo dos mundos-razas se brindan características que
ambas desafortunadamente carecen. Nosotros, los más oscuros, llegamos no
del todo con las manos vacías, incluso ahora: pues actualmente no hay
exponentes más acordes al puro espíritu humano de la Declaración de
Independencia que los negros americanos; no hay música más genuinamente
americana que las dulces y salvajes melodías de los esclavos negros; los
cuentos de hadas y los mitos de esta tierra son indígenas y africanos; y, en suma,
nosotros los negros parecemos constituir el único oasis de fe y reverencia en
este polvoriento desierto de dólares y viveza. ¿Será América mejor o peor si
sustituye su indigesta torpeza con la humildad alegre pero decidida de los
negros? ¿o su ingenio cruel y áspero por nuestro amoroso buen humor y nuestra
jovialidad? ¿o su música vulgar por el alma de los Cantos de Tristeza? 11
La problemática negra no es más que una prueba concreta de los principios que
subyacen a nuestra gran república. Y la lucha espiritual de los hijos del liberto es
la labor de almas cuya carga es casi superior a sus fuerzas, pero que la
sobrellevan a nombre de una raza histórica, a nombre de esta tierra, la tierra de
los padres de sus padres, y a nombre de las posibilidades humanas.