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Gnoseología: Comisión de Trabajos Prácticos


Juves de 13-15 hs.

“El modelo del texto: la acción significativa considerada como un texto”

“Hermenéutica” refiere a las reglas requeridas para la interpretación de los documentos escritos de nuestra cultura. Al
adoptar este punto de partida, permanezco fiel al concepto de Auslegung, tal como fue enunciado por Wilhelm Dilthey.
La Auslegung (interpretación, exégesis) sólo abarca una limitada categoría de signos, aquellos que quedan fijados por la
escritura, incluyendo todos los tipos de documentos y monumentos que suponen una fijación similar a la escritura.
El tema es saber hasta qué punto se puede considerar la noción de texto como un paradigma para el objeto de las cien-
cias sociales y en qué medida la interpretación de textos es un paradigma metodológico en el campo de las ciencias
humanas.

I. El paradigma del texto


Para justificar la distinción entre lenguaje hablado y escrito es necesario introducir un concepto preliminar, el de discurso.
El discurso es la contrapartida de aquello que los lingüistas llaman sistema o código lingüístico. En su carácter de discur-
so es el lenguaje hablado, o bien escrito.
Recordaré cuatro rasgos de esta lingüística de la oración que me ayudarán a elaborar la hermenéutica del acontecimien-
to y del discurso.
(a) que el discurso se realiza en el tiempo y en el presente, mientras que el sistema de la lengua (código) es virtual
y ajeno al tiempo.
(b) mientras la lengua (código) no tiene sujeto, i.e. no es pertinente preguntar quién habla, el discurso remite al
hablante por medio de indicadores tales como los pronombres personales. De aquí que la instancia del discur-
so sea autorreferencial, i.e. su carácter de acontecimiento se vincula con la persona que habla;
(c) mientras que la lengua (código) no tiene mundo, ni tiempo ni subjetividad, el discurso se refiera a un mundo
que pretende describir, expresar o representar
(d) mientras que la lengua no es más que una condición previa de la comunicación a la cual provee de códigos, el
discurso tiene mundo y otra persona, un interlocutor al cual se dirige.
Estos cuatro rasgos constituyen el discurso como acontecimiento. Veamos de qué modo se actualizan en el lenguaje
hablado y en el escrito.

A) Tiempo: En el habla viva la instancia del discurso posee el carácter de acontecimiento fugaz. El acontecimiento
aparece y desaparece. Por este motivo hay un problema de fijación, de inscripción. Lo que queremos fijar es lo
que desaparece. El sistema intemporal no aparece ni desaparece; no ocurre. ¿Qué es lo que fija la escritura?
No el acontecimiento del decir, sino lo dicho del habla, que entendemos como esa exteriorización intencional
que constituye el objetivo mismo del discurso en virtud de la cual el Sagen –el decir- quiere convertirse en Aus-
age –lo enunciado. En síntesis, lo que escribimos, lo que inscribimos, es el noema del decir. Es el significado
del acontecimiento como habla, no del acontecimiento como tal. Pero si lo que fijamos es la propia habla en la
medida en que es dicha, ¿qué se dice? Mientras el acto locucionario se exterioriza en la oración con cierto
significado, la capacidad para la exteriorización intencional de la fuerza ilocucionaria y la acción perlocucionaria
es menor para su posible inscripción en la escritura.

B) Locutor: en el discurso hablado, la referencia del discurso al sujeto que habla presenta un carácter de inmedia-
tez que se puede explicar de la siguiente manera. La intención subjetiva del sujeto que habla y la significación
de su discurso se superponen, de tal modo que resulta lo mismo entender lo que quiere decir el locutor y lo que
significa su discurso. La ambigüedad de la expresión inglesa to mean, atestigua esta superposición. Con el
discurso escrito, la intención del autor y la del texto dejan de coincidir. Esta disociación del significado verbal
del texto y la intención mental es lo que pone verdaderamente en juego la inscripción del discurso. La carrera
del texto se sustrae al horizonte finito vivido por el autor. Lo que dice el texto importa más que lo que el autor
quería decir, y toda exégesis despliega sus procedimientos en la circunferencia de una significación que ha ro-
to sus vínculos con la psicología del autor. No se puede rescatar el discurso escrito para ser entendido median-
te los procesos que emplea el discurso hablado: entonación, mímica, gesto. En ese sentido, la inscripción en
signos exteriores, que al principio parecía enajenar el discurso, señala también la espiritualidad real del discur-
so. De ahora en adelante, sólo la significación rescata a la significación, sin la contribución de la presencia físi-
ca y psicológica del autor. Pero decir que la significación rescata a la significación equivale a decir que la inter-
pretación es el único remedio para la debilidad del discurso que su autor ya no puede salvar.
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C) Mundo: el discurso es lo que se refiere al mundo, a un mundo. En el discurso oral, esta circunstancia significa
que aquello a lo cual el diálogo se refiere en última instancia es la situación común a los interlocutores. En cier-
to modo esta situación rodea al diálogo y sus señales pueden ser mostradas por un gesto con el dedo, por
ejemplo, o designadas de manera ostensiva por el propio discurso, mediante la referencia indirecta de otros in-
dicadores: los demostrativos, los adverbios de tiempo y lugar, los tiempos del verbo, etcétera. Diremos enton-
ces que en el discurso hablado la referencia es ostensiva. ¿Qué sucede en el discurso escrito? ¿Diremos que
el texto ya no tiene una referencia? Sería confundir la referencia y la mostración, el mundo y la situación. Pero
entonces, ¿cuál es el tema de los textos cuando nada se puede mostrar? Lejos de afirmar que en tal caso el
texto carece de un mundo, sostendré sin paradoja que sólo el hombre tiene un mundo y no simplemente una
situación. De la misma manera que el texto libera su significado de la tutela de la intención mental, libera su re-
ferencia de los límites de la referencia ostensiva. Para nosotros, el mundo es el conjunto de referencias abier-
tas por los textos. Para mí este es el referente de toda literatura: no ya el Umwelt de las referencias ostensivas
del diálogo, sino el Welt proyectado por las referencias no ostensivas de todos los textos que hemos leído,
comprendido y amado. Esta ampliación del Umwelt en las dimensiones del Welt es lo que nos permite hablar
de referencias abiertas por el texto; sería aun mejor decir que estas referencias abren el mundo. Aquí la espiri-
tualidad del discurso se manifiesta de nuevo a través de la escritura, que nos libera de la visibilidad y la limita-
ción de las situaciones, al abrirnos un mundo, es decir, dándonos nuevas dimensiones de nuestro ser-en-el-
mundo. Únicamente la escritura, al liberarse no sólo de su autor, sino también de la estrechez de la situación
dialogal, revela su destino de discurso, que es el de proyectar un mundo. Seguimos no sólo a Heidegger sino a
von Humboldt, para quien la gran significación del lenguaje consiste en establecer la relación del hombre con el
mundo. Si se suprime esta función referencial, sólo queda un absurdo juego de significantes errabundos.

D) Otro: Sólo el discurso, y no la lengua, está dirigido a alguien. Pero una cosa es que el discurso se dirija a un in-
terlocutor igualmente presente en la situación de discurso y otra es dirigirse, como ocurre habitualmente en to-
do fenómeno de la escritura, a cualquiera que sepa leer. En lugar de estar dirigido únicamente a un ti, segunda
persona, lo que está escrito se dirige al público que él mismo crea. Esto también señala la espiritualidad de la
escritura, la contrapartida de su materialidad y de la enajenación que impone el discurso. Lo presentado por lo
escrito equivale a aquello que cualquiera es capaz de leer. La copresencia de sujetos que dialogan deja de ser
el modelo de toda comprensión. La relación escribir-leer deja de ser un caso particular de la relación hablar-
escuchar. Pero, al mismo tiempo, el discurso se revela como discurso en la universalidad de su orientación. Al
evadirse del carácter momentáneo del acontecimiento, de los límites vividos por el autor y de la estrechez de la
referencia ostensiva, el discurso escapa a los límites del cara a cara. Ya no tiene un oyente visible. Un lector
desconocido e invisible se ha vuelto el destinatario no privilegiado del discurso.

Vamos a aplicar ahora los criterios de textualidad al concepto de acción significativa.

1. La fijación de la acción
Mi tesis es que la acción misma, la acción significativa, se puede convertir en objeto de la ciencia sin perder su carácter
de significatividad gracias a un tipo de objetivación semejante a la fijación que se produce en la escritura. Mediante esta
objetivación, la acción ya no es una transacción a la cual aún pertenecerá el discurso de la acción. Constituye una confi-
guración que debe ser interpretada de acuerdo con sus conexiones internas.
Esta objetivación se hace posible por algunos rasgos internos de la acción, que son similares a la estructura del acto de
habla y que transforman el hacer en una suerte de enunciación. De la misma manera que la fijación por la escritura se
hace posible por una dialéctica de exteriorización intencional, inmanente al propio acto de discurso, una dialéctica seme-
jante dentro del marco del proceso de transacción permite que el significado de la acción se desprenda del acontecimien-
to de la acción.
En primer lugar, una acción posee la estructura de un acto locucionario. Tiene:
a) un contenido proposicional o estructura noemática que permite una dialéctica de acontecimiento y significado
semejante a los actos de habla que se puede fijar y desprender del proceso de interacción y convertirse en un
objeto interpretado;
b) este noema tiene, además de contenido proposicional, rasgos ilocucionarios muy semejantes a los del acto de
habla completo. Los propios actos de habla performativos pueden considerarse como paradigmas, no sólo pa-
ra los actos de habla, sino para las acciones que cumplen los actos de habla correspondientes. Se puede ha-
cer una tipología de la acción conforme al modelo de los actos ilocucionarios. Contenido proposicional y fuerza
ilocucionaria constituyen el contenido de sentido de la acción. Como el acto de habla, el acontecimiento en
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forma de acción desarrolla una dialéctica similar entre su estatuto temporal, como acontecimiento que aparece
y desaparece, y su estatuto lógico, por tener tales y cuales significados identificables o contenido de sentido.
Pero si el contenido de sentido es lo que hace posible la inscripción del acontecimiento como acción, ¿qué lo hace real?
En otras palabras, ¿qué corresponde a la escritura en el campo de la acción?
Volvamos al paradigma del acto de habla. Según dijimos, lo fijado por la escritura es el noema del hablar, el decir como
dicho. ¿En qué medida podemos afirmar que lo que se hace está inscripto? En este punto pueden resultar útiles ciertas
metáforas. Hablamos de acontecimientos notables que marcan. Los otros tres criterios de textualidad nos ayudarán a
precisar la naturaleza de esta fijación.

2. La autonomización de la acción
En la misma medida en que un texto se desprende de su autor, una acción se desprende de su agente y desarrolla sus
propias consecuencias. Esta autonomización de la acción humana constituye la dimensión social de la acción. Esto se
muestra en la co-ejecución por varios agentes y en los efectos imprevistos. Aquí aparece uno de los significados de
inscripción. El tipo de distancia que encontramos entre la intención del hablante y el significado verbal de un texto tam-
bién se produce entre agente y acción.
En el caso de acciones simples, como aquellas que no requieren ninguna acción previa, el significado (noema) y la in-
tención (noesis) coinciden o se superponen. El caso de acciones complejas constituye un problema tan difícil de resolver
como el de la autoría en ciertos casos de crítica literaria. La asignación de un autor constituye una inferencia mediata,
bien conocida para el historiador que intenta aislar el papel de un personaje histórico en el curso de los acontecimientos.
A causa de esta sedimentación en el tiempo social, los hechos humanos se vuelven instituciones, en el sentido de que
su significación ya no coincide con las intenciones de los actores. Se puede despsicologizar esta significación hasta el
punto en que la significación resida en la obra misma. Este es el tipo de objetividad que proviene de la fijación social de
la acción con sentido.

3. Pertinencia e importancia
De acuerdo con nuestro tercer criterio de lo que es un texto, podríamos decir que una acción significativa es una acción
cuya importancia va más allá de su pertinencia a su situación inicial. Este nuevo rasgo es muy similar a la forma en que
un texto rompe los vínculos con toda referencia ostensiva. Gracias a esta emancipación del contexto situacional, el dis-
curso puede desarrollar referencias no ostensivas que llamamos un mundo, no en el sentido cosmológico del término,
sino como una dimensión ontológica. ¿Qué corresponde en el campo de la acción a las referencias no ostensivas de un
texto? El significado de un acontecimiento importante excede, sobrepasa, trasciende las condiciones sociales de su
producción y puede ser re-presentado de nuevo en nuevos contextos sociales.

4. La acción humana como obra abierta


Finalmente, de acuerdo con nuestro cuarto criterio de textualidad, el significado de la acción humana es también algo
que se dirige a una serie indefinida de posibles lectores. Al igual que un texto, la acción humana es una obra abierta,
cuyo significado está en suspenso. Por ello, los actos humanos están a la espera de nuevas interpretaciones que deci-
dan su significación. De esto modo, todos los acontecimientos y hechos significativos están abiertos a este tipo de inter-
pretación práctica a través de la praxis social. Además, la acción humana está abierta a cualquiera que sepa leer. La
interpretación de los contemporáneos no tiene un privilegio especial en este proceso.

II. El paradigma de la interpretación de textos


Nuestra tarea consistirá en mostrar hasta qué punto el paradigma de la lectura, que es la contrapartida del paradigma de
la escritura, proporciona una solución para la paradoja metodológica de las ciencias humanas.
Este paradigma deriva sus rasgos principales del estatuto mismo del texto, caracterizado por: 1) la fijación del significa-
do; 2) su disociación de la intención mental del autor; 3) la exhibición de referencias no ostensivas, y 4) el abanico uni-
versal de sus destinatarios. Estos cuatro rasgos, tomados en conjunto, constituyen la objetividad del texto. De esta obje-
tividad deriva la posibilidad de explicar que proviene de la esfera de los signos y sería propio de este tipo de objetividad.

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