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Javier SALDAÑA
HUXLEY
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Hervada, J., Los eclesiasticistas ante un espectador, Pamplona, Eunsa, 1994, p. 25.
1
Ibidem, p. 42.
2
7 Algunos teóricos han pensado que será con la irrupción del Cristianismo y su
mensaje propuesto: “todos los hombres son igualmente hijos del mismo padre”, como
se irá conformando la visión moderna del reconocimiento de iguales derechos para todos.
Cfr. García López, J., Individuo, familia y sociedad. Los derechos humanos en Tomás
de Aquino, 2a. ed., Pamplona, Eunsa, 1990, passim. Cfr. Zumaquero, J. María y Bazán,
J., Textos internacionales de derechos humanos II, Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 11-55.
8 Peces Barba, G., Escritos sobre derechos fundamentales, Madrid, Eudema, 1988,
pp. 227-264. Cfr. Ballesteros, J., Posmodernidad. Decadencia..., op. cit., passim.
9 Cfr. el interesante trabajo de Jellinek, G., y Boutmy, E., La Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, UNAM, 2000, pp. 77 y ss.
11 Primero: “No está encomendado a él (se refiere al magistrado) por Dios, porque
no es verosímil que Dios haya dado nunca autoridad a ningún hombre sobre otro como
para obligarlo a profesar su religión. Ni puede tal poder ser conferido al magistrado por
acuerdo del pueblo, porque nadie puede abandonar a tal punto el cuidado de su propia
salvación como para dejar ciegamente en las manos de otro, sea príncipe o súbdito, que
le ordene la fe o el culto que le deba abrazar”.
Segundo: “El cuidado de las almas no puede pertenecer al magistrado civil, porque su
poder consiste en una fuerza exterior, en tanto que la religión verdadera y salvadora
consiste en la persuasión interna de la mente, sin la cual nada puede ser aceptable a
Dios. Y tal es la naturaleza del entendimiento que no puede ser obligado a creer algo
por una fuerza exterior”.
Tercero: “el cuidado de la salvación de las almas de los hombres no puede corresponder
al magistrado, porque, aunque el rigor de las leyes y la fuerza de los castigos fueran
capaces de convencer y cambiar la mente de los hombres, tales medios no ayudarían
en nada a la salvación de sus almas. Dado que existe solamente una verdad, un sólo
camino hacia el cielo”, Locke, J., Carta sobre la Tolerancia Religiosa, Madrid, Tecnos,
1988, p. 3.
12 Martín de Agar, J. T., “Tolerancia y libertad”, en Homenaje a Javier Hervada,
Pamplona, 2000, p. 933. Cfr. Ruffini, F., La libertà religiosa. Storia dell’idea, 2a. ed.,
Roma, Fertrinelli, 1992, pp. 67-70.
parte, la negativa a aceptar una verdad como única, dicho de otra manera,
nadie podría imponer su verdad a otros porque no puede estar seguro
de estar en posesión de la “verdad”,13 esto trajo como consecuencia la
necesaria asunción de un relativismo en lo religioso. La verdad religiosa,
que hasta antes del siglo XVI había mantenido la unidad religiosa de
la Europa central, se tornaba ahora cambiante, dependiente de un deter-
minado cúmulo de circunstancias igualmente cambiantes y de muy di-
verso signo. De modo que para ser “tolerante” se requería, en lo personal,
renunciar a la verdad y asumir una concepción escéptica respecto a ella,
es decir, relativizar dicha verdad por no estar seguros de ella. Contrario
a lo que debió esperarse, la actitud del poder político fue la de intervenir,
organizativamente, en el ejercicio de dichas convicciones religiosas, por
la falta de un referente unívoco de verdad. Desde aquí, la suerte de los
no relativistas estaba echada, ser no relativista equivalía a no ser tole-
rante, el concepto de verdad, por tanto, se había puesto en jaque.
Sin embargo, la negativa a admitir un criterio de verdad religiosa, y
el reconocimiento expreso de diversas confesiones y cultos religiosos,
limitó, sólo en el “acto de fe”, la intervención del poder político, no así
en su regulación jurídica, la que casi siempre fue interpretada como una
subordinación de las confesiones religiosas al poder político. Citemos
dos casos, el francés y el mexicano. En el ejemplo francés, después de
la Revolución francesa, el gobierno creó una Iglesia a su medida, trans-
formando a ésta en un servicio público que él prestaba. El punto cul-
minante de tal postura es la famosa Constitution Civile du Clergé del
13 de febrero de 1790, que imponía una nueva organización tanto per-
sonal como territorial de esta nueva Iglesia.14
13 Cfr. Velarde, C., Liberalismo y liberalismos, Pamplona, España, Servicio de Pu-
blicaciones de la Universidad de Navarra, 1997, p. 85.
14 “En el plano territorial la nueva organización hizo coincidir las circunscripciones
eclesiásticas con las civiles, habiendo una diócesis por departamento, reducción de las
184 diócesis a 83. Las diócesis reunidas en diez provincias eclesiásticas estaban prece-
didas por un arzobispo. En el terreno personal la nueva organización establece la elección
para los obispados y curatos, atribuida a cuerpos electorales políticos de los departa-
mentos y de los distritos. La institución canónica queda reservada al superior jerárquico.
El nuevo obispo, consagrado por el arzobispo o su delegado, se limitaba a comunicar
al papa su entronización y a garantizarle su comunión de fe con él. A todos los ecle-
siásticos se les exige un juramento de fidelidad a la nación, al rey y a la Constitución”,
Corral Salvador, C., La libertad religiosa en la Comunidad Europea, Madrid, Instituto de
Estudios Políticos, 1973, pp. 54 y 55. Cfr. Redondo, G., La Iglesia en el mundo contem-
20 Al menos podemos mencionar dos importantes proyectos del artículo 18, el del
Comité Jurídico Interamericano, presentado por Chile y en el cual se inspiró el secre-
tariado para dar inicio a las proposiciones u objeciones del artículo, y el del francés
René Cassín. Cfr. Verdoot, A., Naissance et signification del la Déclaration Universelle
des Droits de l’Homme, trad. de Arzálluz, J., Bilbao, Mensajero, 1969, p. 173.
21 Hervada, J. y Zumaquero, J. M., Textos internacionales de derechos humanos I,
2a. ed., Pamplona, Eunsa, 1998, p. 148.
Cfr. Colliard, C. A., Libertès publiques, 5a. ed., París, Dalloz, 1982, pp. 48-95.
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V. DE LA INMUNIDAD DE COACCIÓN
A LA PROMOCIÓN DE LOS DERECHOS
33 Cfr. Navarro, M., L., “Dos recientes documentos de las Naciones Unidas sobre la
tutela de la libertad religiosa. Hacia una convención internacional sobre libertad religio-
sa”, en Las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Estudios en memoria del profesor
Pedro Lombardía, Madrid, Universidad Complutense de Madrid-Universidad de Nava-
rra-Editoriales de derecho reunidas, 1989, pp. 197-209.
34 Legislación eclesiástica (edición a cargo de Antonio Molina, y Ma. Elena Olmos),
5a. ed., Madrid, Cívitas, 1993, p. 729.
35 Idem.
37 Antes el numeral uno del mismo artículo primero señalaría la libertad que las perso-
nas tienen de elegir la religión o convicción religiosa que más les convenzan. “Toda
persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Este
derecho incluye la libertad de tener una religión o cualesquiera convicciones de su elec-
ción, así como la libertad de manifestar su religión o sus convicciones individual o
colectivamente, tanto en público como en privado, mediante el culto, la observancia, la
práctica y la enseñanza”, Legislación eclesiástica..., op. cit., p. 730.
38 Idem.
39 Cfr. Saldaña, Javier, y Orrego, C., Poder estatal y libertad religiosa. Fundamentos
de su relación, México, UNAM, 2001, passim.
45 Cfr., en este sentido, Martín de Agar, J. T., “El derecho de los laicos a la libertad
en lo temporal”, Ius canonicum, V. XXVI, núm. 52, 1986, pp. 531-562.
46 Hervada, J., Vetera et Nova. Cuestiones... II, op. cit., p. 1267.
La observancia práctica de esta tesis puede verse en Calvo-Álvarez, J., “La pre-
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sencia de los principios informadores del derecho eclesiástico español en las sentencias
del Tribunal Constitucional”, Tratado de derecho eclesiástico, Pamplona, Eunsa, 1994,
pp. 243-320.
X. CONCLUSIONES
XI. BIBLIOGRAFÍA
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