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TEMA RELEVANTE
Según el autor, el proyecto de reforma del Código Civil presenta graves falencias en
materia de representación conjunta y poder irrevocable. En ese sentido, afirma que el
proyecto no parece ser producto de un trabajo arduo y esmerado. Y esto no sería por
falta de buena voluntad de los parlamentarios, sino porque parece que la asesoría que
reciben no resulta suficientemente adecuada.
MARCO NORMATIVO
Introducción
De este modo, si bien no puede sostenerse que el Código Civil tenga la misma
importancia que tenía en el siglo XIX, su rol no deja de ser fundamental. Dentro del
maremágnum de leyes especiales que existe en nuestro Derecho Privado, el Código
Civil se alza como eje central para coordinar tales leyes2. Estas, en muchas
ocasiones, no pueden entenderse apropiadamente sin la participación del Código Civil
y sus preceptos básicos3. Así las cosas, podría decirse que todo Derecho Privado
requiere de un Código Civil, razón por la cual la técnica de codificación está lejos de
ser abandonada4. Por lo tanto, toda reforma al Código Civil tiene que implicar un
esfuerzo grande y de alta calidad. La indiscutible relevancia de este Código así lo
impone.
En las líneas que siguen, trataré de aproximarme críticamente a algunas de las normas
del citado proyecto que se refieren a la representación en los negocios jurídicos (o
actos jurídicos, si se quiere ser fiel a la nomenclatura que emplea nuestro Código
Civil), con el objetivo de verificar si ese gran esfuerzo ha estado o no presente en el
mencionado dictamen.
Se propone modificar el artículo 148 del Código Civil, cuya redacción actual ha sido –
con justicia y desde hace varios años– calificada de confusa cuando se refiere a “un
objeto de interés común”. ¿Qué es este “objeto”? Se trata de una pregunta cuya
respuesta no se puede hallar de forma fácil5. Lo que se esperaría del proyecto, por
consiguiente, es una propuesta de redacción diáfana y precisa para el mentado
artículo 148. Más que un cambio, lo que se requiere es una aclaración.
¿Se consigue con esta propuesta la claridad que buena parte de nuestra doctrina
demanda desde hace mucho tiempo? Pues no.
Imaginemos que una gran casa de campo requiere tres construcciones, por lo cual se
celebra un contrato para que tres contratistas se hagan cargo de las construcciones,
de modo que a cada uno de ellos se le asigna una construcción. El comitente otorga
poderes de representación a los contratistas para que se encarguen de adquirir los
materiales. En el caso que la representación que se otorga es conjunta y uno de los
representantes, por negligencia, provoca que las adquisiciones de materiales se hagan
tardíamente, ¿hay razón para que los daños ocasionados sean asumidos en forma
solidaria por todos los representantes, pese a que se trata de una evidente obligación
con prestación divisible? La respuesta es negativa. El único responsable debe ser el
contratista negligente, puesto que todos los demás no incurrieron en negligencia y sus
prestaciones pueden considerarse independientes a las de los otros dos contratistas.
El carácter divisible de la obligación hace que la responsabilidad sea mancomunada.
Empero, si el proyecto en cuestión prospera en el Parlamento, la responsabilidad se
entendería –injustificadamente– como solidaria. Muy distinto sería el caso si se tratase
de una sola construcción. Aquí la obligación es indivisible y el régimen de
responsabilidad pertinente es el solidario.
Pero sigamos. Supóngase que otorgo poder de representación a dos amigos míos,
uno abogado (para que se encargue de los aspectos legales) y el otro ingeniero civil
(para que revise la estructura del inmueble), para que compren un inmueble en mi
nombre. No existe una relación subyacente, solo la amistad los impulsa a poner en
marcha el encargo. Sin embargo, uno de ellos, el abogado, comete un error técnico al
redactar la minuta y se termina celebrando un contrato que violenta las instrucciones
que establecí en el acto de apoderamiento. ¿Puede considerarse apropiado, sin más,
que mi amigo ingeniero sea responsable –solidario– por los daños que pueda sufrir mi
persona? Estamos en el ámbito de la regulación de la responsabilidad
extracontractual, recuérdese que la responsabilidad por incumplimiento de
obligaciones (o “contractual”), no tiene cabida porque el otorgamiento del poder no
genera –por sí mismo– ninguna obligación, de manera que se debe analizar la
aplicación de los artículos 1978 o 1983 del Código Civil. Si del análisis del caso
concreto, se concluye que solo uno de los representantes conjuntos es el causante del
perjuicio, únicamente este asumirá responsabilidad civil conforme a las normas que se
acaban de citar. Pero el proyecto propone que, pese a no ser causante de ningún
daño, el resto de representantes conjuntos asuman también responsabilidad. ¿Qué
razón de peso hay para que los representantes conjuntos se sometan a un régimen
distinto de responsabilidad extracontractual? No alcanzo a ver ninguna razón
contundente para semejante diferenciación.
La nueva redacción que se propone para el artículo 148 del Código Civil es, qué duda
cabe, más fácil de entender, pero contiene una regulación muy criticable, puesto que
no toma en cuenta que la responsabilidad que corresponde a los representantes se
determina en función de la respectiva relación subyacente o, cuando no existe tal
relación, mediante la aplicación de las reglas de la responsabilidad extracontractual. Si
la responsabilidad solidaria de los representantes solo depende, como quiere el
proyecto, del tipo de poder otorgado, “justos terminarán pagando por pecadores”.
Así es, el pacto en contrario no es otra cosa que una suerte de revocación antelada,
que es perfectamente posible con la normativa actual. Según el texto vigente del citado
artículo 150, lo importante es que todos los representados estén conformes con la
remoción del apoderado. En estos casos, señala una autorizada doctrina, lo
importantes es que todos los representados otorguen su “consentimiento” para
revocar10. En este mismo sentido se afirma que el vigente artículo 150 del Código Civil
requiere que todos los que manifestaron su voluntad de conferir poder al representante
común, de igual forman dejen constancia de su manifestación de voluntad de revocar
dicho poder11. Finalmente, es oportuno citar a quien sugiere que la revocación
prevista en el artículo 150 del Código Civil requiere una “voluntad unánime” de los
representados12.
En tal contexto, la reforma planteada para el citado artículo 150, no parece que pueda
ser más que una precisión verbal. Se está diciendo lo mismo, pero con otras palabras.
La irrevocabilidad del poder, como bien enseña una acreditada doctrina alemana13,
solo se justifica si existen dos elementos: i) una relación subyacente, y ii) la facultad,
derivada de esta relación, del representante para exigir que se mantenga la relación de
representación. Sin estos elementos, no tiene ningún sentido hablar de poder de
representación irrevocable. Así, los alcances de la irrevocabilidad del poder
dependerán, qué duda cabe, de la configuración de la relación subyacente. Por eso no
es necesario siquiera establecer plazos de duración para el poder irrevocable, puesto
que cuando la relación subyacente llegue a su fin, la irrevocabilidad habrá perdido su
principal soporte.
Es de lamentar, por lo tanto, que la propuesta de nueva redacción mantenga la
posibilidad de conferir poderes irrevocables de forma aislada, por el solo hecho de que
hayan sido conferidos por un tiempo limitado o para un acto en particular. Empero, hay
que decir que es un acierto que el proyecto haya establecido que la irrevocabilidad, en
estos casos, es solo posible, no necesaria. Y es que la actual redacción sugiere que
los poderes otorgados por tiempo limitado o para actos especiales son irrevocables de
pleno derecho, puesto que se emplea el adverbio “siempre”. En resumen, el defecto de
la regulación del poder irrevocable no desaparece, pero al menos se reduce.
Primer ejemplo: supóngase que una persona tiene una deuda con usted, amable lector
o lectora. Al tener problemas para honrar su obligación, suscriben un convenio
destinado a facilitar la realización del pago, de manera que esta persona le confiere un
poder de representación para que se haga cargo de la venta de ciertos bienes y, con el
dinero obtenido, hacerse el cobro respectivo. Es evidente que vuestros derechos
derivados del tal convenio se lesionarían si es que el deudor revoca el poder de
representación, precisamente por esto existen los poderes irrevocables. Al estipularse
la irrevocabilidad, usted podría concertar las ventas y cobrarse la deuda con mayor
tranquilidad, toda vez que el deudor no podría revocar el poder libremente. Acá, el
poder se ha otorgado en interés del representante, puesto que busca tutelar sus
intereses.
Segundo ejemplo: piénsese en el caso de una persona que toma los servicios de un
contratista, concertándose el otorgamiento de un poder de representación para un
dependiente de este, a efectos de que se haga cargo de la adquisición de los
materiales que se requieren para la obra, a nombre del comitente. Evidentemente, si el
poder es revocado por el comitente, el contrato de obra se frustraría dado que no se
podrían adquirir los materiales conforme a lo acordado. Aquí, el poder no ha sido
conferido para proteger los intereses del representante, sino de un tercero, en este
caso el contratista.
En este orden de ideas, es lícito afirmar que la irrevocabilidad del poder tiene por
objetivo evitar entregar al poderdante posibilidades de que, mediante la revocación,
frustre el contrato o la relación subyacente. “Aun siendo una excepción, la
irrevocabilidad choca abiertamente con la independencia del poder respecto al contrato
base, cualidad esta que lo hace revocable en cualquier momento. Pero la doctrina
española y extranjera, incluso la germana, tan amiga de la abstracción e
independencia del poder, admite en tales supuestos la irrevocabilidad para evitar
peores males (frustración de los contratos base, fraude de acreedores, anulación de
actos en cadena derivados de la nulidad de los hecho por el representante tras la
revocación)”18.
Ahora bien, la propuesta de nuevo texto para el artículo 153, en su última parte,
dispone que el vencimiento del plazo de irrevocabilidad no produzca la extinción del
poder, salvo que se pacte otra cosa. Pero sucede que esta precisión es hoy
prácticamente indiscutible a nivel de nuestra doctrina y jurisprudencia administrativa de
los Registros Públicos. Hace unos cinco (5) años atrás hubiera tenido genuina utilidad
tal precisión, hoy ya no. Veamos:
Pero sucede que la Directiva mencionada ya ha sido derogada por la Resolución del
Superintendente Nacional de los Registros Públicos N° 123-2008-SUNARP/SN, de
fecha 23/04/09. Así que ni siquiera a nivel registral se pone en duda la distinción entre
vigencia del poder y vigencia de la estipulación de irrevocabilidad. En otras palabras, el
proyecto de reforma pretende solucionar un problema que ya ha dejado de existir.
Aunque acertada la precisión del nuevo texto que se propone para el artículo 153 del
Código Civil, la misma no es urgente, ni necesaria.
Conclusión
Así que, mejor así no más, dejemos a nuestro querido Código Civil tal como está.
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3ª edición, Grijley, Lima, 2011, p. 630: “(…) el Código Civil, centro de las relaciones
jurídicas privadas, descodificado y recodificado, sigue aún vigente. En efecto, frente a
la fragmentación de las disciplinas especiales, el Código Civil surge como una suerte
de filtro hermenéutico, destinado a armonizar y dar coherencia al sistema jurídico –
especialmente el privado– de la sociedad”.
3 Busnelli, Francesco Donato. “¿Decadencia del Código Civil o revisión del método
de Codificación?”. En: AAVV. Responsabilidad Civil. Vol. II: Hacia una unificación de los
criterios de cuantificación de los daños en materia civil, penal y laboral. Rodhas, Lima,
2006, p. 437 y ss.
10 Torres Vásquez, Aníbal. Acto Jurídico. 4ª edición, Idemsa, Lima, 2012, p. 430.
12 Vidal Ramírez, Fernando. El acto jurídico. 8ª edición, Gaceta Jurídica, Lima, 2011,
p. 296.
15 Es a inicios de la segunda mitad del siglo XIX que la doctrina alemana se plantea,
por vez primera, la posibilidad de admitir poderes irrevocables. La discusión gira en
torno a si la revocabilidad es un carácter esencial del poder. Si la respuesta es
negativa, cobraría sentido la idea de la irrevocabilidad del poder. Los debates fueron
amplios e intensos, pero finalmente primaron los contundentes argumentos de la
corriente de opinión que defendía la necesidad de reconocer los poderes irrevocables.
De este modo, ya para 1890, las doctrinas de Ernest Zitelmann y Otto Bähr,
defensoras de la irrevocabilidad del poder, se consideraban dominantes en Alemania.
Su duelo académico contra el mismísimo Bernhard Windscheid, terminó con la derrota
de este último, y sus esfuerzos fueron coronados con la modificación del proyecto del
BGB de modo que este terminó admitiendo claramente los poderes irrevocables en su
parágrafo 168, 2° párrafo. Desde entonces ya no se discute sobre la admisibilidad de
las estipulaciones de irrevocabilidad para los poderes de representación (para mayor
detalle y análisis, permítaseme remitir a Ninamancco Córdova, Fort. La irrevocabilidad
del poder de representación en el Código Civil peruano: propuesta para la superación
de un nocivo límite a la autonomía privada. Tesis para optar el Título Profesional de
Abogado. Facultad de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos, Lima, 2008, p. 111 y ss.). Por estas y otras razones, debo confesar que
hasta ahora me resulta demasiado difícil compartir la opinión de la doctrina nacional
que afirma que el concepto de poder irrevocable no es admisible.
16 Carresi, Franco. Il contratto. T. I. Giuffrè, Milán, 1987, p. 166, donde –en otras
cosas– se señala que el poder de representación se fundamenta en una “libre
determinación” del interesado (poderdante); y Bianca, Massimo. Derecho Civil. 3. El
contrato. Traducción de Fernando Hinestrosa y Édgar Cortés. Universidad Externado
de Colombia, Bogotá, 2007, p. 122.