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Coleccion: Gaceta Civil - Tomo 19 - Numero 06 - Mes-Ano: 1_2015

Defectos y virtudes del proyecto de reforma del Código


Civil. El caso de la representación en los negocios jurídicos
Fort NINAMANCCO CÓRDOVA*

[-]

TEMA RELEVANTE

Según el autor, el proyecto de reforma del Código Civil presenta graves falencias en
materia de representación conjunta y poder irrevocable. En ese sentido, afirma que el
proyecto no parece ser producto de un trabajo arduo y esmerado. Y esto no sería por
falta de buena voluntad de los parlamentarios, sino porque parece que la asesoría que
reciben no resulta suficientemente adecuada.

MARCO NORMATIVO

• Código Civil: arts. 148, 150, 153, 1978 y 1983.

Introducción

El 04/12/2014, la Comisión de Justicia y Derechos Humanos del Congreso de la


República emitió el dictamen sobre el más reciente proyecto de ley para reformar el
Código Civil. Como todo proyecto de esta naturaleza, no se puede dudar de las
buenas intenciones que le han dado origen. No obstante, todo intento de modificar el
Código Civil debe fundarse en una indubitable necesidad y hacerse con extremo
cuidado al momento de emplear las categorías jurídicas que se puedan ver
involucradas. Y es que se trata del segundo cuerpo normativo más importante de
nuestro sistema jurídico, pese a las múltiples denuncias de su “ocaso”. En efecto, si
bien es innegable que la legislación especial ha inundado muchos ámbitos que antes
correspondían exclusivamente al Código Civil, de modo que se habla de una “edad de
la descodificación”1, también es verdad que tal legislación no puede entenderse al
margen de los conceptos fundamentales que residen en dicho Código.

De este modo, si bien no puede sostenerse que el Código Civil tenga la misma
importancia que tenía en el siglo XIX, su rol no deja de ser fundamental. Dentro del
maremágnum de leyes especiales que existe en nuestro Derecho Privado, el Código
Civil se alza como eje central para coordinar tales leyes2. Estas, en muchas
ocasiones, no pueden entenderse apropiadamente sin la participación del Código Civil
y sus preceptos básicos3. Así las cosas, podría decirse que todo Derecho Privado
requiere de un Código Civil, razón por la cual la técnica de codificación está lejos de
ser abandonada4. Por lo tanto, toda reforma al Código Civil tiene que implicar un
esfuerzo grande y de alta calidad. La indiscutible relevancia de este Código así lo
impone.

En las líneas que siguen, trataré de aproximarme críticamente a algunas de las normas
del citado proyecto que se refieren a la representación en los negocios jurídicos (o
actos jurídicos, si se quiere ser fiel a la nomenclatura que emplea nuestro Código
Civil), con el objetivo de verificar si ese gran esfuerzo ha estado o no presente en el
mencionado dictamen.

I. ¿“Justos pagando por pecadores”?: El caso de la representación conjunta

Se propone modificar el artículo 148 del Código Civil, cuya redacción actual ha sido –
con justicia y desde hace varios años– calificada de confusa cuando se refiere a “un
objeto de interés común”. ¿Qué es este “objeto”? Se trata de una pregunta cuya
respuesta no se puede hallar de forma fácil5. Lo que se esperaría del proyecto, por
consiguiente, es una propuesta de redacción diáfana y precisa para el mentado
artículo 148. Más que un cambio, lo que se requiere es una aclaración.

El proyecto propone esta redacción:

“En la representación conjunta, los representantes son solidariamente responsables


frente al representado”.

¿Se consigue con esta propuesta la claridad que buena parte de nuestra doctrina
demanda desde hace mucho tiempo? Pues no.

Para empezar, uno o varios representantes, en su calidad de tales, no están obligados


a nada frente al representado. Y es que el solo otorgamiento del poder a nada obliga,
por lo que cabe hablar de responsabilidad de parte de los representantes,
principalmente, cuando hay una relación subyacente a la que sirve el poder otorgado6.
Es decir, cuando los representantes no están unidos al representado solo por la
relación de representación, sino también por una relación contractual que se vale del
poder para un mejor funcionamiento, la que suele denominarse como “relación
subyacente” o “relación de gestión”. La más común relación subyacente está
constituida por el contrato de mandato7. Sin embargo, tal relación no solo puede
configurarse en un contrato de mandato, ya que existen otros contratos para cuyo o
mejor cumplimiento se otorga poder de representación, tales como el contrato de obra,
la locación de servicios y la comisión mercantil. En efecto, el comitente puede encargar
al contratista o locador que adquiera ciertos materiales en su nombre y directamente.
Ello faculta al contratista o locador para conseguirlos mediante una actividad de
representación. En este caso el poder sirve a un contrato de obra o de locación de
servicios. Lo mismo sucede en la comisión mercantil: el comisionista obra con los
terceros en nombre del comitente8.

De acuerdo al artículo 148 planteado en el proyecto, se tendría una relación


subyacente en la que una parte contractual sería el representado y la otra los
representantes, quienes deberían ejercer el poder conferido de forma conjunta, o sea
que el poder no puede utilizarse a menos que participen todos los representantes o
apoderados ¿Por qué sucedería esto? Pues, así lo exigiría la configuración de la
relación subyacente. Y aquí surge un primer defecto en el proyecto: en estos casos, la
responsabilidad solidaria que puedan tener los representantes debe explicarse en
virtud de la relación subyacente, no en el poder mismo. La responsabilidad es solidaria
no porque el poder sea conjunto (como indica el proyecto), sino porque así lo impone
la relación subyacente. Cuando existe tal relación, es esta la que determina las
características del poder. Los términos en los cuales los representantes deben
desarrollar su actividad, no son explicados por el poder de representación otorgado,
sino por la relación subyacente9.
Así las cosas, no parece acertado que el legislador disponga la responsabilidad
solidaria de los representantes, por el solo hecho de que la representación conferida
sea conjunta. Veamos un ejemplo:

Imaginemos que una gran casa de campo requiere tres construcciones, por lo cual se
celebra un contrato para que tres contratistas se hagan cargo de las construcciones,
de modo que a cada uno de ellos se le asigna una construcción. El comitente otorga
poderes de representación a los contratistas para que se encarguen de adquirir los
materiales. En el caso que la representación que se otorga es conjunta y uno de los
representantes, por negligencia, provoca que las adquisiciones de materiales se hagan
tardíamente, ¿hay razón para que los daños ocasionados sean asumidos en forma
solidaria por todos los representantes, pese a que se trata de una evidente obligación
con prestación divisible? La respuesta es negativa. El único responsable debe ser el
contratista negligente, puesto que todos los demás no incurrieron en negligencia y sus
prestaciones pueden considerarse independientes a las de los otros dos contratistas.
El carácter divisible de la obligación hace que la responsabilidad sea mancomunada.
Empero, si el proyecto en cuestión prospera en el Parlamento, la responsabilidad se
entendería –injustificadamente– como solidaria. Muy distinto sería el caso si se tratase
de una sola construcción. Aquí la obligación es indivisible y el régimen de
responsabilidad pertinente es el solidario.

Pero sigamos. Supóngase que otorgo poder de representación a dos amigos míos,
uno abogado (para que se encargue de los aspectos legales) y el otro ingeniero civil
(para que revise la estructura del inmueble), para que compren un inmueble en mi
nombre. No existe una relación subyacente, solo la amistad los impulsa a poner en
marcha el encargo. Sin embargo, uno de ellos, el abogado, comete un error técnico al
redactar la minuta y se termina celebrando un contrato que violenta las instrucciones
que establecí en el acto de apoderamiento. ¿Puede considerarse apropiado, sin más,
que mi amigo ingeniero sea responsable –solidario– por los daños que pueda sufrir mi
persona? Estamos en el ámbito de la regulación de la responsabilidad
extracontractual, recuérdese que la responsabilidad por incumplimiento de
obligaciones (o “contractual”), no tiene cabida porque el otorgamiento del poder no
genera –por sí mismo– ninguna obligación, de manera que se debe analizar la
aplicación de los artículos 1978 o 1983 del Código Civil. Si del análisis del caso
concreto, se concluye que solo uno de los representantes conjuntos es el causante del
perjuicio, únicamente este asumirá responsabilidad civil conforme a las normas que se
acaban de citar. Pero el proyecto propone que, pese a no ser causante de ningún
daño, el resto de representantes conjuntos asuman también responsabilidad. ¿Qué
razón de peso hay para que los representantes conjuntos se sometan a un régimen
distinto de responsabilidad extracontractual? No alcanzo a ver ninguna razón
contundente para semejante diferenciación.

La nueva redacción que se propone para el artículo 148 del Código Civil es, qué duda
cabe, más fácil de entender, pero contiene una regulación muy criticable, puesto que
no toma en cuenta que la responsabilidad que corresponde a los representantes se
determina en función de la respectiva relación subyacente o, cuando no existe tal
relación, mediante la aplicación de las reglas de la responsabilidad extracontractual. Si
la responsabilidad solidaria de los representantes solo depende, como quiere el
proyecto, del tipo de poder otorgado, “justos terminarán pagando por pecadores”.

II. ¿Decir lo mismo pero con otras palabras?: El caso de la llamada


representación común
El artículo 150 del Código Civil establece, que si varios representados otorgan poder
para un objeto de interés común, el poder queda revocado siempre y cuando todos los
representantes declaren la revocación. La nueva redacción que se plantea para este
artículo dice lo mismo, pero contempla la posibilidad de un pacto contrario. Y esto,
aunque no lo parezca, no se traduce en ningún cambio sustancial.

Así es, el pacto en contrario no es otra cosa que una suerte de revocación antelada,
que es perfectamente posible con la normativa actual. Según el texto vigente del citado
artículo 150, lo importante es que todos los representados estén conformes con la
remoción del apoderado. En estos casos, señala una autorizada doctrina, lo
importantes es que todos los representados otorguen su “consentimiento” para
revocar10. En este mismo sentido se afirma que el vigente artículo 150 del Código Civil
requiere que todos los que manifestaron su voluntad de conferir poder al representante
común, de igual forman dejen constancia de su manifestación de voluntad de revocar
dicho poder11. Finalmente, es oportuno citar a quien sugiere que la revocación
prevista en el artículo 150 del Código Civil requiere una “voluntad unánime” de los
representados12.

Estas consideraciones, en definitiva, no cambian con la redacción propuesta por el


proyecto de reforma para el artículo 150 del Código Civil. Cuando se habla de un pacto
en contrario, ciertamente se refiere al consentimiento que ciertos representados
confieren a algunos para que se 7hagan cargo del acto de revocación. O sea, como no
podía ser de otro modo, se sigue exigiendo la voluntad de revocar de todos los
poderdantes. Es simple y llanamente inconcebible suponer que, en estos casos de
representación colectiva activa, se puede revocar el poder prescindiendo de la
voluntad de alguno de los representados.

En tal contexto, la reforma planteada para el citado artículo 150, no parece que pueda
ser más que una precisión verbal. Se está diciendo lo mismo, pero con otras palabras.

III. Fallas persistentes: el caso del poder irrevocable

Con respecto al poder de representación irrevocable, el proyecto ataca los aspectos


menos defectuosos de la regulación, dejando a salvo aquellos que sí han sido materia
de crítica por parte de nuestros estudiosos desde hace buen tiempo.

La irrevocabilidad del poder, como bien enseña una acreditada doctrina alemana13,
solo se justifica si existen dos elementos: i) una relación subyacente, y ii) la facultad,
derivada de esta relación, del representante para exigir que se mantenga la relación de
representación. Sin estos elementos, no tiene ningún sentido hablar de poder de
representación irrevocable. Así, los alcances de la irrevocabilidad del poder
dependerán, qué duda cabe, de la configuración de la relación subyacente. Por eso no
es necesario siquiera establecer plazos de duración para el poder irrevocable, puesto
que cuando la relación subyacente llegue a su fin, la irrevocabilidad habrá perdido su
principal soporte.
Es de lamentar, por lo tanto, que la propuesta de nueva redacción mantenga la
posibilidad de conferir poderes irrevocables de forma aislada, por el solo hecho de que
hayan sido conferidos por un tiempo limitado o para un acto en particular. Empero, hay
que decir que es un acierto que el proyecto haya establecido que la irrevocabilidad, en
estos casos, es solo posible, no necesaria. Y es que la actual redacción sugiere que
los poderes otorgados por tiempo limitado o para actos especiales son irrevocables de
pleno derecho, puesto que se emplea el adverbio “siempre”. En resumen, el defecto de
la regulación del poder irrevocable no desaparece, pero al menos se reduce.

Defendiendo una opinión diferente a la sostenida por un sector de nuestra doctrina14,


hay que decir que el poder de representación sí puede ser irrevocable. Desde el siglo
XIX, ningún autor niega esto en Europa15. No obstante, el poder por sí solo jamás
puede ser irrevocable. Como ya se indicó, la irrevocabilidad del poder solo cobra
sentido si es que de por medio existe una relación subyacente que otorgue al
representante la facultad de exigir el mantenimiento del poder. Me explico con unos
ejemplos:

Primer ejemplo: supóngase que una persona tiene una deuda con usted, amable lector
o lectora. Al tener problemas para honrar su obligación, suscriben un convenio
destinado a facilitar la realización del pago, de manera que esta persona le confiere un
poder de representación para que se haga cargo de la venta de ciertos bienes y, con el
dinero obtenido, hacerse el cobro respectivo. Es evidente que vuestros derechos
derivados del tal convenio se lesionarían si es que el deudor revoca el poder de
representación, precisamente por esto existen los poderes irrevocables. Al estipularse
la irrevocabilidad, usted podría concertar las ventas y cobrarse la deuda con mayor
tranquilidad, toda vez que el deudor no podría revocar el poder libremente. Acá, el
poder se ha otorgado en interés del representante, puesto que busca tutelar sus
intereses.

Segundo ejemplo: piénsese en el caso de una persona que toma los servicios de un
contratista, concertándose el otorgamiento de un poder de representación para un
dependiente de este, a efectos de que se haga cargo de la adquisición de los
materiales que se requieren para la obra, a nombre del comitente. Evidentemente, si el
poder es revocado por el comitente, el contrato de obra se frustraría dado que no se
podrían adquirir los materiales conforme a lo acordado. Aquí, el poder no ha sido
conferido para proteger los intereses del representante, sino de un tercero, en este
caso el contratista.

El poder de representación solo es irrevocable si se otorga en interés del


representante o de un tercero. Y ese interés solo se puede hallar en una relación
subyacente. Un poder aislado, no acompañado por ninguna relación subyacente,
siempre se entenderá en interés del representado y, por eso mismo, será libremente
revocable16. El poder de representación, por regla general, es un mecanismo
destinado a servir a los intereses del representado, de modo que este puede revocar el
poder cuando lo estime conveniente, sin dar mayores explicaciones. Pero puede
suceder que esta finalidad “natural” del poder se “enderece” en virtud de exigencias
derivadas de la relación subyacente, erosionando el fundamento de la libre
revocabilidad, dando paso al poder irrevocable17.

En este orden de ideas, es lícito afirmar que la irrevocabilidad del poder tiene por
objetivo evitar entregar al poderdante posibilidades de que, mediante la revocación,
frustre el contrato o la relación subyacente. “Aun siendo una excepción, la
irrevocabilidad choca abiertamente con la independencia del poder respecto al contrato
base, cualidad esta que lo hace revocable en cualquier momento. Pero la doctrina
española y extranjera, incluso la germana, tan amiga de la abstracción e
independencia del poder, admite en tales supuestos la irrevocabilidad para evitar
peores males (frustración de los contratos base, fraude de acreedores, anulación de
actos en cadena derivados de la nulidad de los hecho por el representante tras la
revocación)”18.

Estas consideraciones deberían verse reflejadas en cualquier propuesta para modificar


el artículo 153 del Código Civil. Lamentablemente se echan de menos en este proyecto
de reforma.

Ahora bien, la propuesta de nuevo texto para el artículo 153, en su última parte,
dispone que el vencimiento del plazo de irrevocabilidad no produzca la extinción del
poder, salvo que se pacte otra cosa. Pero sucede que esta precisión es hoy
prácticamente indiscutible a nivel de nuestra doctrina y jurisprudencia administrativa de
los Registros Públicos. Hace unos cinco (5) años atrás hubiera tenido genuina utilidad
tal precisión, hoy ya no. Veamos:

El punto 5.1 de la Directiva N° 012-2002-SUNARP/SN, de fecha 14/10/2002, señalaba


que el vencimiento del plazo de la irrevocabilidad del poder conllevaba a la extinción
del poder mismo. Tal Directiva ha sido materia de duras críticas, puesto que se incurre
en un grueso error al confundirse la estipulación de irrevocabilidad del poder con el
poder mismo. El plazo, que no pasa de ser una modalidad, se refiere a la vigencia de
una estipulación particular del negocio o acto jurídico de apoderamiento: la
irrevocabilidad. Si se postula que el vencimiento de tal plazo deriva en la extinción del
poder en sí, pues se está elevando y calificando como elemento esencial del acto
jurídico de apoderamiento a uno que no es más que accidental o modal. En todo caso,
a las partes les corresponde decidir si el plazo se refiere a la irrevocabilidad o a todo el
poder, ya que de ninguna manera el registrador puede sustituirse en la voluntad que
los interesados puedan declarar sobre este punto19.

Pero sucede que la Directiva mencionada ya ha sido derogada por la Resolución del
Superintendente Nacional de los Registros Públicos N° 123-2008-SUNARP/SN, de
fecha 23/04/09. Así que ni siquiera a nivel registral se pone en duda la distinción entre
vigencia del poder y vigencia de la estipulación de irrevocabilidad. En otras palabras, el
proyecto de reforma pretende solucionar un problema que ya ha dejado de existir.
Aunque acertada la precisión del nuevo texto que se propone para el artículo 153 del
Código Civil, la misma no es urgente, ni necesaria.

Conclusión

Hace casi 8 años, siendo todavía estudiante de pregrado, manifesté públicamente mi


queja por la manera como en el Congreso se trató cierto proyecto de modificación al
Código Civil, puesto que el mismo mostraban una notable falta de estudio de las
instituciones involucradas. Valgan verdades, parecía que la consigna era “reformar
como sea”, de forma apresurada y accidentada20. Para mi pesar, el proyecto materia
de estas notas no está lejos de merecer un juicio semejante.

Tomando en consideración los defectos advertidos, no es difícil notar que estos


superan a las virtudes. Son graves las falencias en materia de representación conjunta
y poder irrevocable. Por lo menos en materia de representación, este proyecto no
parece ser producto de un trabajo arduo y esmerado, así que no debería prosperar. Y
esto no por falta de buena voluntad de los parlamentarios, que me parece indiscutible,
sino porque parece que la asesoría que reciben no resulta suficientemente adecuada.
Considerando lo apuntado al inicio de este trabajo, si el Código Civil tiene un rol
primordial en nuestro Sistema Jurídico, es indiscutible que todo intento de mejorarlo
debe ser fruto de esfuerzos denodados. Debe entenderse, entonces, que la buena
voluntad política no basta. Nuestros parlamentarios deben tratar con sumo cuidado
cualquier proyecto de ley que intente alterar el Código Civil, incluso deberían (tal como
ha sucedido en Argentina con ocasión de su nuevo Código Civil y Comercial)
someterlo al debate público con la ayuda de los medios de comunicación. También
tienen que premunirse de la mejor asesoría técnica posible.

El objetivo de estos breves apuntes era verificar si se ha puesto empeño en la


realización del último proyecto de reforma del Código Civil. Ya es obvia mi respuesta.

Así que, mejor así no más, dejemos a nuestro querido Código Civil tal como está.

___________________________

* Abogado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Profesor de


Derecho Civil en las universidades Ricardo Palma y San Juan Bautista. Miembro del
Consejo Consultivo del Instituto de Derecho Privado. Comisionado de Estudio de
Derecho Civil del Colegio de Abogados de Lima.

1 Irti, Natalino. La edad de la descodificación. Traducción de Luis Rojo Ajuria. Bosch,


Barcelona, 1992, p. 33: “(…) el Código Civil se nos presenta ahora como agredido por
las leyes especiales, que extirpan instituciones y categorías de relaciones o establecen
la regulación de fenómeno recientemente surgidos de la realidad económica. El
periodo histórico, que se abre con la segunda posguerra, será quizás recordado como
el de la edad de la descodificación: de una cotidiana y penetrante conquista de
territorios por parte de las leyes especiales. ¿Corresponde a nuestra generación
despedirse del Código Civil”, consumando la separación profunda y amarga, del
pensamiento jurídico en el cual estamos formados y educados?”.

2 Espinoza Espinoza, Juan. Los principios contenidos en el Título Preliminar del


Código Civil peruano de 1984.

3ª edición, Grijley, Lima, 2011, p. 630: “(…) el Código Civil, centro de las relaciones
jurídicas privadas, descodificado y recodificado, sigue aún vigente. En efecto, frente a
la fragmentación de las disciplinas especiales, el Código Civil surge como una suerte
de filtro hermenéutico, destinado a armonizar y dar coherencia al sistema jurídico –
especialmente el privado– de la sociedad”.

3 Busnelli, Francesco Donato. “¿Decadencia del Código Civil o revisión del método
de Codificación?”. En: AAVV. Responsabilidad Civil. Vol. II: Hacia una unificación de los
criterios de cuantificación de los daños en materia civil, penal y laboral. Rodhas, Lima,
2006, p. 437 y ss.

4 Busnelli, Francesco Donato. Ob. cit., p. 441.


5 Lohmann Luca de Tena, Juan. El negocio jurídico. Studium, Lima, 1986, pp. 143 y
144; y Priori Posada, Giovanni. “Responsabilidad solidaria de los representantes”. En:
Aavv. Código Civil Comentado. T. I. 2ª edición, Gaceta Jurídica, Lima, 2007, p. 491.

6 Al respecto, permítaseme remitimos a Ninamancco Córdova, Fort. Poderes de


representación. Aspectos doctrinarios y casuística jurisprudencial. Gaceta Jurídica,
Lima, 2013, pp. 114 y 115.

7 Cárdenas Quirós, Carlos. Estudios de Derecho Privado (reflexiones de un tiempo).


Ediciones Jurídica, Lima, 1994, pp. 530 y 531.

8 Cano Martínez de Velasco, José Ignacio. El poder irrevocable. Bosch, Barcelona,


1998, p. 56.

9 Carnevali, Ugo. “Rappresentanza”. En: Aavv. Lineamienti di Diritto Privato.


Giappicheli, Turín, 2002, p. 435.

10 Torres Vásquez, Aníbal. Acto Jurídico. 4ª edición, Idemsa, Lima, 2012, p. 430.

11 Priori Posada, Giovanni. “Pluralidad de representados”. En: Aavv. Código Civil


Comentado. T. I. Ob. cit., p. 498.

12 Vidal Ramírez, Fernando. El acto jurídico. 8ª edición, Gaceta Jurídica, Lima, 2011,
p. 296.

13 Flume, Werner. El negocio jurídico. Traducción de José Miquel Gonzales y Esther


Gómez Calle. Fundación Cultural del Notariado, Madrid, 1998, p. 1017: “Solo puede
concederse un poder irrevocable en la medida en que el apoderado, o el tercero en
cuyo favor deba actuar el apoderado, tengan una pretensión para exigir al poderdante
la celebración del negocio para el cual el poder legitima. El poder irrevocable otorga
entonces al apoderado la autónoma facultad de satisfacer, mediante el ejercicio del
poder, la pretensión de celebración del negocio. Si el apoderado tiene una pretensión
para exigir del poderdante la celebración del negocio, entonces no existe, desde el
punto de vista de la autonomía privada, ninguna objeción para que el apoderado
incluso contra la voluntad del poderdante concluya la satisfacción de la pretensión que
el poderdante ya empezó a cumplir al conceder el poder irrevocable”.

14 Morales Hervias, Rómulo. “La irrevocabilidad del poder. A propósito de un inútil


debate jurídico”. En: Revista Peruana de Jurisprudencia. Nº 54. Año 7. Normas
Legales, Lima, 2005, p. 69; e Id. La irrevocabilidad del poder y del mandato vs.
inextinguibilidad del mandato por desistimiento. En: Actualidad Jurídica. T. 184. Gaceta
Jurídica, Lima, marzo de 2009, pp. 82 y 83.

15 Es a inicios de la segunda mitad del siglo XIX que la doctrina alemana se plantea,
por vez primera, la posibilidad de admitir poderes irrevocables. La discusión gira en
torno a si la revocabilidad es un carácter esencial del poder. Si la respuesta es
negativa, cobraría sentido la idea de la irrevocabilidad del poder. Los debates fueron
amplios e intensos, pero finalmente primaron los contundentes argumentos de la
corriente de opinión que defendía la necesidad de reconocer los poderes irrevocables.
De este modo, ya para 1890, las doctrinas de Ernest Zitelmann y Otto Bähr,
defensoras de la irrevocabilidad del poder, se consideraban dominantes en Alemania.
Su duelo académico contra el mismísimo Bernhard Windscheid, terminó con la derrota
de este último, y sus esfuerzos fueron coronados con la modificación del proyecto del
BGB de modo que este terminó admitiendo claramente los poderes irrevocables en su
parágrafo 168, 2° párrafo. Desde entonces ya no se discute sobre la admisibilidad de
las estipulaciones de irrevocabilidad para los poderes de representación (para mayor
detalle y análisis, permítaseme remitir a Ninamancco Córdova, Fort. La irrevocabilidad
del poder de representación en el Código Civil peruano: propuesta para la superación
de un nocivo límite a la autonomía privada. Tesis para optar el Título Profesional de
Abogado. Facultad de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos, Lima, 2008, p. 111 y ss.). Por estas y otras razones, debo confesar que
hasta ahora me resulta demasiado difícil compartir la opinión de la doctrina nacional
que afirma que el concepto de poder irrevocable no es admisible.

16 Carresi, Franco. Il contratto. T. I. Giuffrè, Milán, 1987, p. 166, donde –en otras
cosas– se señala que el poder de representación se fundamenta en una “libre
determinación” del interesado (poderdante); y Bianca, Massimo. Derecho Civil. 3. El
contrato. Traducción de Fernando Hinestrosa y Édgar Cortés. Universidad Externado
de Colombia, Bogotá, 2007, p. 122.

17 Flume, Werner. Ob. cit., p. 1015.

18 Cano Martínez de Velasco, José Ignacio. Ob. cit., p. 31.

19 Lohmann Luca de Tena, Juan. “¿Vigencia de poder, o vigencia de disposición


de irrevocabilidad del poder? Análisis de una Directiva de la Superintendencia de
Registros Público”. En: Actualidad Jurídica. T. 2002, Gaceta Jurídica, Lima, diciembre
de 2002, p. 23; y Espinoza Espinoza, Juan. El acto jurídico negocial. 3ª edición,
Rodhas, Lima, 2012, p. 174.

20 Ninamancco Córdova, Fort. “No todo está dicho: nuevas aproximaciones al


debate en torno al artículo 949 del Código Civil y su enfoque jurisprudencial”. En:
Revista Jurídica del Perú. T. 74. Normales Legales, Lima, abril de 2007, p. 203.

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