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También que aunque algunos de los más espectaculares yacimientos de este periodo se
encuentren en cuevas esto no significa que los prehistóricos fueran invariablemente seres
de las cavernas: lo más probable es que ya en el Paleolítico se viviera al aire libre como
en el yacimiento de Pincevent, de forma similar a como vivían los nativos americanos.
Pero hay otros mitos más complejos y elaborados, que tienen profundas implicaciones
en cómo imaginamos a los prehistóricos y, a su vez, en cómo nos vemos a nosotros
mismos. La noción de evolución unilineal de la humanidad, que por ejemplo se traduce
en una falsa Edad Media tenebrosa frente a una Edad Moderna luminosa, también
impregna el imaginario popular sobre la Prehistoria. Si la evolución se considera
positiva, nos enfrentamos al mito del progreso todo habría ido siempre a mejor) y si
es negativa estamos frente al mito del paraíso perdido (todo ha degenerado).
El mito del progreso tiene su origen en la antropología racista del siglo XIX, donde se
planteaba la historia del mundo como una carrera de razas o etnias según la cual cada
uno de los participantes transitaría por una inevitable sucesión de fases. El
antropólogo Lewis Henry Morgan manejó el esquema salvajismo, barbarie y
civilización, con cada fase caracterizada por unas costumbres específicas en aspectos
como la economía, el gobierno, el lenguaje, la religión y la propiedad.
Así, a la par que la economía evolucionaría desde la recolección de frutos y raíces hacia
la agricultura intensiva, harían lo propio la familia o la propiedad desde la reproducción
fundada en la promiscuidad entre hermanos hacia la familia monógama en el primer
caso, y desde la inexistencia de sistemas de propiedad hasta la instauración de
la propiedad privada en el segundo. Las distintas culturas ocuparían los distintos
escalones inferiores, estando reservada la civilización solo para las naciones occidentales.
La visión de la
Prehistoria como una suerte de paraíso perdido se generalizó a partir del siglo XX.
(Zdeněk Burian)
Esta visión, totalmente desechada hoy en el mundo académico, se entrevé en la
percepción popular sobre la Prehistoria: los grupos prehistóricos eran esclavos de los
elementos y hubo que esperar a la aparición de la civilización para que determinadas
culturas se impusieran a la naturaleza y a otros seres humanos y tomaran las riendas de
su destino.
El segundo mito, el del paraíso perdido, se generalizó a partir de la segunda mitad del
siglo XX. La satisfacción material de las nuevas grandes clases medias que Occidente vio
aparecer en los Treinta Gloriosos (1945-1973) no se correspondió en muchos casos con
una satisfacción emocional paralela y, paradójicamente, de esta opulencia surgieron
filosofías, ideologías y movimientos posmaterialistas como el new age o el hippismo.
Es quizás, junto con el efecto sobre el medio ambiente, la crítica más generalizada que se
le suele hacer a nuestro actual sistema socioeconómico: el capitalismo es el causante de
grandes desigualdades económicas y sociales.
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23:04 - 16 ene. 2018
El asentamiento
prehistórico de Sammallahdenmäki, en Finlandia. (kallerna/Wikipedia)
Sobre la desigualdad de género, en cambio, nos encontramos más frente a prejuicios y
creencias que ante hechos contrastados. Existe la visión de una Prehistoria sexista y
patriarcal que se representa a la perfección en esa imagen del hombre, de profesión
cazador de mamuts, que arrastra a la mujer tirándola del pelo hacia el interior de la
cueva. "Hay mucho mito construido conscientemente para volver a situar al hombre
desde la Prehistoria como el único capaz de proveer", opina Sánchez Romero, que
también es miembro del Instituto Universitario de Investigación de Estudios de las
Mujeres y de Género de la Universidad de Granada.
Por ejemplo, entre los Agta de Filipinas son las mujeres las que cazan. También nos dice
que la llegada del hombre blanco supuso un retroceso para las mujeres de las muchas
poblaciones africanas del siglo XIX "regidas por mujeres" pues los colonizadores, al
exigir hablar con los hombres y negarse a hablar de tú a tú con las pobladoras, "quitaron
poder a las mujeres".
"Para los hombres del siglo XIX cazar era mucho más importante que criar, y ese mito de
la caza masculina, razón de la evolución, se ha perpetuado"
Probablemente mujeres y hombres se dedicaran a distintas tareas sin incorporar los
prejuicios de la tradición occidental. La catedrática de Prehistoria de la Universidad
Complutense de Madrid María Ángeles Querol Fernández nos explica que "la división
sexual del trabajo existe en todos los grupos sociales que se han estudiado en el mundo
pero no es una división peyorativa. Darwin podía haber escrito que «el hombre cazaba y
la mujer criaba, y por lo tanto la labor de la mujer es mucho más importante que la del
hombre». Sin embargo, para los hombres del siglo XIX cazar era mucho más importante
que criar, y ese mito de la caza masculina, razón de la evolución, se ha perpetuado”.
Por su parte, Sánchez Romero destaca que "hay sociedades en que las mujeres cazan y
los hombres cuidan de los niños. La división sexual del trabajo es absolutamente cultural,
no hay nada biológicamente predeterminado". Y añade: "El patriarcado no es una
cuestión esencial a la naturaleza humana". A eso, la profesora explica que en la
investigación arqueológica existe un prejuicio tal que cuando en un yacimiento aparece
un personaje relevante se le asigna por defecto el género masculino, y que no es sino
hasta que aparecen pruebas contundentes cuando se las puede ya etiquetar de mujeres.
Los petroglifos de
Alta, en Noruega. (Jurek Durczak/Wikipedia)
Los casos de la Dama de Baza o de la guerrera vikinga de Birka serían ejemplos de que
"cuando hablamos de mujeres en la Prehistoria hay que demostrarlo hasta con el ADN"
mientras que "si hablamos de hombres no hay nada que demostrar porque es la norma".
Aun así, esto algo muy difícil de rastrear en la Prehistoria. Al igual que en el caso de las
mujeres, se ha tendido a pensar por defecto que no había prácticas de este tipo. Sin
embargo, los prejuicios de los arqueólogos poco a poco se van perdiendo, y ante nuevos
descubrimientos, como el caso de una tumba doble con dos individuos masculinos de la
cultura de la Edad del Bronce del Argar, ya se especula sobre si podría tratarse del
enterramiento de una pareja homosexual.
Se estima que en España se trabajan unas 37,6 horas semanales sin contar el trabajo que
dedicamos a otras tareas (compras, cuidados, cocina, limpieza doméstica, etc.) y está
reconocido que las cargas de trabajo excesivas son causa de estrés y enfermedades
físicas. ¿Se trabajaba tanto en otras épocas? Ésta es una cuestión compleja que involucra
cálculos a partir de datos parciales, pero existe un general consenso entre antropólogos
y prehistoriadores en que en las culturas de recolectores-cazadores y agricultores
primitivos se trabajaba sustancialmente menos que en el mundo industrializado.
Campesinos en
Bangladesh. Hasta la llegada de la mecanización, las condiciones de trabajo en el campo
no eran sustancialmente mejores que aquellas de la Prehistoria. (Balaram
Mahalder/Wikipedia)
A mediados del siglo XX vio la luz Economía de la Edad de Piedra, un ensayo hoy clásico
del antropólogo Marshall Sahlins. En él se describe cómo varias culturas recolectoras-
cazadoras acostumbraban a dedicar entre 3 y 5 horas diarias (21-35 horas semanales) al
trabajo, siendo el resto de su tiempo empleado en el ocio, el descanso y las relaciones
sociales.
A este respecto hay que señalar un punto de inflexión: la adopción de la agricultura allá
por el 8500 a.C. Como bien señalara Mark Nathan Cohenen su libro La crisis
alimentaria de la prehistoria, la adopción de la agricultura y la ganadería supuso mayor
productividad por hectárea de terreno a cambio de invertir más y más duro trabajo y de
recibir una dieta más monótona y pobre. "El mayor fraude de la historia humana",
sentencia el historiador Yuval Noah Harari en Sapiens, el último best seller sobre el
tema.
Es probable que
los agricultores prehistóricos trabajaran menos que aquellos que les sucedieron,
especialmente los que empleaban la roza y la azada.
Pero aun así, todavía puede decirse que los agricultores prehistóricos trabajaban menos
que en momentos posteriores. Los estudios etnográficos de Ester Boserup, autora
de Las condiciones del desarrollo en la agricultura, muestran cómo los agricultores de
roza y azada (como se cree que se cultivaba en el Neolítico) debían invertir bastante
menos trabajo que los de arado (la técnica que, generalizada en la Edad del Bronce, fue
la más habitual hasta la mecanización del campo en el siglo pasado). Estos agricultores
de roza y azada eran grupos comunitaristas libres de una clase de aristócratas rentistas
(latifundistas romanos, nobles, boyardos rusos), por lo que todo el fruto de su trabajo les
pertenecía a ellos.
La dicotomía entre la guerra de todos contra todos de Hobbes y el pacífico buen salvaje
de Rousseau ha llevado a que uno de los grandes caballos de batalla de las comparativas
entre la Prehistoria y el presente sea el tema de la violencia.
Recientes ensayos como Los ángeles que llevamos dentro del psicólogo Steven Pinker
o Guerra, ¿para qué sirve? del historiador Ian Morris utilizan datos arqueológicos y
etnográficos para tratar de demostrar la idea de que en la actualidad nos matamos
menos que entonces. Frente a esto también existen críticos como el filósofo John Gray,
quienes apelan a que reducir un complejo concepto (como el de violencia) a una simple
cuantificación de homicidios es demasiado reduccionista y que también se deben atender
a otros factores.
En todo caso, es un hecho contrastado el que en la Prehistoria hubo violencia, "otra cosa
es que la violencia fuese estructural o haya servido para que esas sociedades avancen",
plantea Margarita Sánchez. En El camino de la guerra, el arqueólogo Jean Guilaine y el
médico Jean Zammit describen fosas comunes, fortificaciones, armamento y
representaciones artísticas de masacres. Sin embargo, también anotan que esto no quiere
decir que la Prehistoria fuera una batalla continua y destacan que tras estos
enfrentamientos violentos no subyacía una voluntad unívoca de conquista y dominio,
sino que también intervenían otros factores como conflictos rituales, obligaciones
sociales, etc.
El sitio
prehistórico de Ggantija, en Malta. (BoneA/Wikipedia)
En esa idea coincide Sánchez Romero: "De vez en cuando te encuentras a personas que
han muerto de forma violenta pero eso no puede llevarte a decir que la violencia sea un
elemento fundamental en esas sociedades. Ha existido siempre". La profesora cree que
con la violencia en la Prehistoria ocurre algo similar con los accidentes de aviación: viajar
en avión es más seguro que en otros medios de transporte, pero cuando cae uno hay más
ruido mediático. "Textos que indiquen grandes batallas en la Prehistoria son los menos
pero cuando salen todos los periódicos hablan de ello", aclara.
Pese a que no dejen mucha evidencia material, la investigadora considera que mucho
más habitual habrían sido las tareas de cooperación y solidaridad. "La mayoría de
los grupos humanos durante mucho tiempo lo que han practicado son los cuidados de
unos con otros y la cohesión social. Si no, nos hubiésemos extinguido". La catedrática
Querol coincide: "La única razón por la que hemos sobrevivido dos millones de años es
la cooperación, la cooperación entre hombres y mujeres. O participaban las mujeres en
la caza y los hombres en la crianza o los humanos no hubiesen salido adelante"
Ante la ausencia de una medicina científica los hombres y (especialmente) las mujeres y
niños de la Prehistoria se encontraban mucho más amenazados por enfermedades y
problemas de salud. Existía una medicina rudimentaria y una farmacopea natural
fundadas en el conocimiento oral, pero la carencia de antibióticos, vacunas y otros
procedimientos modernos les condenaría, irremediablemente en muchos casos, a morir
por infecciones, enfermedades contagiosas o tumores.
Así, efectivamente, estos grupos sufrirían de una elevada mortalidad infantil pero,
una vez superada esta dramática etapa "había mucha gente que llegaba a los 70-75 años".
Como indica la profesora Margarita Sánchez, "no podemos decir que la gente se muriese
a los 35". Más allá de la mortalidad, debe decirse que el trabajo físico en sus actividades
diarias les causaba lógicas dolencias como artritis o artrosis y que con la adopción de la
agricultura aumentaron notablemente las caries y el desgaste dental.
"El ser humano mejora y progresa: primero caza, luego cultiva y tiene ordenadores",
reseña María Ángeles Querol, versión hegemónica a la que contrapone otra: "El ser
humano tiene un magnífico equilibrio que le hace sobrevivir más de dos millones de
años, después empieza a tener problemas de caries porque toma cereales y por último
comienza a tener serios problemas medioambientales porque está explotando el medio
en el que vive". Esto supone que si bien podían morir por una simple infección, no sufrían
en cambio otras dolencias exclusivas del mundo industrializado como las derivadas
del excesivo consumo de calorías y azúcares o las causadas por la contaminación.
Cuando los
humanos comenzaron a consumir cereales desarrollaron caries, un ejemplo de cómo las
dolencias y los problemas de salud de las culturas primitivas fueron evolucionando (no
siempre a mejor, no siempre a peor) conforme sus actividades también lo hicieron.
(Pxhere)
Al hilo de esa última reflexión debe decirse que debido a sus condiciones de trabajo, los
prehistóricos no conocerían enfermedades modernas como el estrés y, según el ensayo
de Harari, se especula que por este y otros motivos como las más estrechas relaciones
familiares, fueran más felices. Si bien es probable que, por crisis coyunturales, se
produjeran infanticidios e incluso gerontocidios, por lo general los enfermos recibirían
la atención incondicional de todo el grupo.
En estas líneas, en las que hemos destacado determinados aspectos que podrían
entenderse como positivos, no queremos transmitir que la sociedad prehistórica haya
sido mejor que nuestro mundo actual. Los prehistóricos no vivieron en un jardín del
Edén.
Por el contrario, estuvieron sometidos a distintos tipos de amenazas que hoy, al menos
en el mundo desarrollado, ya ni recordamos. Pero también hay que decir que la historia
no ha sido un progreso absoluto: hay muchísimas variables a considerar y por ello es
profundamente injusto transmitir una imagen de males generalizados sobre nuestros
más antiguos antepasados. "No son comparables las distintas sociedades de la
Prehistoria y nosotros porque tenemos otro tipo de organización por los avances
culturales y tecnológicos", recalca Sánchez.
Solo podemos decir que las comparaciones son odiosas e injustas. Los gentes de la
Prehistoria fueron personas como nosotros pero que vivieron con un bagaje de
conocimientos y tecnología muchísimo más reducido y, pese a ello, enfrentaron con
habilidad los retos que se les presentaron, desarrollando soluciones ingeniosas y
desplegando en ocasiones una altísima creatividad. Se pelearon, en ocasiones con
deplorables resultados, y sufrieron la carencia de una medicina científica y otras más
mundanas comodidades de nuestro mundo moderno, pero en la mayor parte de los casos
sobrevivieron.
Y lo hicieron como grupos cohesionados, solidarios e igualitarios, que ante todo supieron
cuidarse a sí mismos y lograron mantener a raya a déspotas y explotadores.