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31/1/2019 Conflicto social y violencia - Espacio público y violencias privadas - Institut français d’études andines

Institut
français
d’études
andines
Conflicto social y violencia | Miriam Jimeno Santoyo

Espacio público y
violencias
privadas
Fernán E. González
p. 33-47

Note de l’auteur

https://books.openedition.org/ifea/7009?lang=fr 1/23
31/1/2019 Conflicto social y violencia - Espacio público y violencias privadas - Institut français d’études andines

Note portant sur l’auteur1

Texte intégral

Introducción
1 Esta ponencia intenta hacer una síntesis inicial de los
resultados generales de la investigación realizada desde el
CINEP sobre los orígenes estructurales y coyunturales de las
violencias que vienen aquejando al país en las últimas
décadas. Esta investigación, de carácter interdisciplinario,
fue financiada con aportes de las agencias francesas CCFD
(Comité Católico contra el hambre y a favor del desarrollo) y
FPH (Fundación para el progreso del hombre), junto con
una ayuda de COLCIENCIAS. Nuestra investigación
pretendía combinar el enfoque histórico-estructural de larga
duración, con un acercamiento coyuntural de corto plazo y
énfasis regional: el primer enfoque se concretiza en un
estudio de los trasfondos de la violencia, en lo económico, lo
sociopolítico y lo cultural, mientras que en el segundo se
lleva a cabo mediante estudios de caso de varias regiones
particularmente violentas, como la zona esmeraldífera, el
Magdalena medio santandereano, Córdoba, el Sumapaz, y
las zonas de colonización de la Orinoquia y Amazonia. Estos
estudios de caso fueron complementados con estudios
realizados por otras instituciones e investigadores
particulares de las universidades Nacional de Bogotá, de
Antioquia y del Valle, y de la Corporación Región de
Medellín, sobre la violencia urbana de Medellín y Cali, sobre
los conflictos del Urabá y del Bajo Cauca Antioqueño. En
nuestra investigación queremos resaltar el apoyo y la
colaboración de todas estas entidades, con las que hemos
tenido un fructífero intercambio.
2 La combinación de las dimensiones estructural y coyuntural
resultaba inicialmente problemática porque las tensiones
estructurales eran de vieja data, dándose de manera casi
permanente a lo largo de nuestra historia, mientras que la
violencia parecía producirse en coyunturas muy específicas.
En ese sentido, nos oponemos a una consideración de la
violencia como proveniente de una especie de esencia
ahistórica, de una atemporal “cultura de la violencia”.
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Además, dichas tensiones estructurales parecían comunes a


varios países latinoamericanos sin que produjeran en ellos
los niveles tan altos de violencia que caracterizan los últimos
decenios de la vida colombiana. La pregunta que sale de esta
problemática es obvia: ¿Qué nuevos elementos se dan en la
coyuntura reciente que sirvan de detonantes de las
contradicciones estructurales de la sociedad colombiana?
3 Para intentar responder a esta inquietud, la idea central que
guiaba el conjunto de nuestras Investigaciones era que las
violencias recientes debían analizarse en el contexto de la
historia particular del país, particularmente a la luz de la
específica configuración del Estado y de la sociedad
colombiana en sus niveles nacional, regional y local,
teniendo siempre en cuenta la dimensión espacial, según las
modalidades concretas de la ocupación de los diversos
territorios y de las formas específicas de cohesión social que
en ellos se generan. Así, las contradicciones no resueltas a lo
largo de nuestra historia se van acumulando hasta producir
un caldo de cultivo muy proclive para las opciones violentas
de actores sociales, como la guerrilla y los narcotraficantes,
que es reforzada por coyunturas recientes como la apertura
económica, la caída de los precios del café, la creciente
ilegitimidad de los partidos políticos, etc. Pero esas
tensiones estructurales requieren el detonante de la acción
voluntaria de actores sociales, que están convencidos de que
no hay otra salida sino la opción violenta. Pero, a su vez, esa
opción armada produce consecuencias sobre la estructura de
la misma sociedad en los niveles local, regional y nacional.
Esta situación nos lleva a plantear unos aspectos del
problema que frecuentemente no se consideran: ¿Cuáles son
los efectos que produce la mentalidad guerrerista y el
recurso privado a la violencia en el tejido de la sociedad, en
sus niveles local, regional y nacional? ¿Cuáles son los efectos
de una justificación de la violencia sobre la cohesión social
de las comunidades? ¿Qué concepción de lo público y de lo
privado manejan los defensores de la violencia privada,
grupal o comunitaria?
4 Por todo ello, nuestra investigación busca interpretar las
actuales violencias dentro del proceso de larga duración de
la construcción de la sociedad y del Estado colombianos,
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como caldo de cultivo donde se insertan las opciones


violentas de antiguos y nuevos actores sociales, que se
entrecruzan y refuerzan mutuamente hasta hacerse
indistinguibles unas de otras, llegando a producir la imagen
de violencia omnipresente, indiferenciada y caótica.
5 Para ello, se mueve en tres dimensiones complementarlas
entre sí:

a. Seguimiento de los procesos de poblamiento e


integración interna, geográfica y económica, de las
diversas regiones y de su relación con el mercado
mundial.
b. Seguimiento de los procesos de cohesión social y de
socialización política (creación de redes políticas), en
relación con la construcción de las instituciones
nacionales.
c. Análisis de los imaginarios colectivos de identidad y
pertenencia en los diferentes niveles y de los sistemas
de valores desde los cuales se perciben, analizan y
juzgan los acontecimientos y conflictos de nuestra
sociedad1.

El trasfondo de las violencias


6 Para entrar en materia, quiero hacer una afirmación un
tanto tautológica, pero que puede ser útil para aclarar lo que
quiero decir: las múltiples violencias evidencian una
tendencia a la solución privada o grupal de los conflictos,
que es la contraparte de la inexistencia de un ámbito público
generalizado para el manejo pacífico de las tensiones de la
sociedad. Así, podríamos decir que el variado espectro de las
diversas violencias urbanas y rurales, de cualquier
dimensión que sean y cualquiera sea su contexto, tiene un
sentido político: toda violencia supone una concepción y un
ejercicio del poder en distintos niveles, lo mismo que una
concepción del Estado y de la subyacente relación entre los
ámbitos privado y público de la vida. Así, todos los
fenómenos diferenciados de violencia tienen un referente
político común, pues implican todos la no aceptación del
Estado como un espacio público para la resolución de los
conflictos. Más aún, Implican que el límite entre lo público y
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lo privado es sumamente difuso: el acudir a formas de


justicia privada, el organizar una guerrilla o un grupo
paramilitar de derecha, el arrogarse el derecho a decidir la
muerte de los llamados “desechables”, es asumir una función
pública desde una posición privada. Algunos llegan hasta a
justificar, en términos hobbesianos, el recurso a la violencia
privada por la supuesta incapacidad del Estado para
garantizar la seguridad de los ciudadanos, lo que devolvería
a éstos el recurso a la violencia a la que habían renunciado
en el pacto originario del Estado2.
7 Esta dimensión política de la Violencia aparece en el marco
de la relación con la sociedad mayor y con el Estado que esa
sociedad diseñó y conformó. La llamada precariedad del
Estado expresa, en buena parte, su no aceptación como
espacio de lo público en general: hay una visible renuencia
de la sociedad a verse y sentirse expresada en y por el
Estado, que tiene que ver con la organización de toda la
sociedad en los ámbitos económico, cultural y social. Para
autores como Daniel Pecaut, la violencia en Colombia no
tiene que ver tanto con los excesos de un Estado
omnipresente y todopoderoso sino, más bien, con los
espacios vacíos que deja el Estado en la sociedad3.
8 Esta renuencia de la sociedad a expresarse por medio del
Estado se debe a la negativa de algunos a reconocer alguna
regulación o límite de su actividad. También se produce
porque algunos sectores no se sienten parte de un Estado de
cuya construcción han estado marginados y de cuyos
servicios nunca han sido beneficiarios. Para otros, el Estado
no garantiza eficazmente sus seguridades vitales, sus
derechos y propiedades, ni es capaz de suministrar
adecuadamente los servicios públicos de salud, educación e
infraestructura básica a la mayoría de la población. Para la
mayoría, el Estado no representa lo público en general, sino
que está al servicio de los grandes intereses económicos y
está monopolizado por una minúscula clase política, cada
vez menos representativa de la sociedad.
9 Esta precariedad de la presencia del Estado en la sociedad se
expresa en la debilidad de instituciones impersonales de
corte moderno, como aparece en la inoperancia de la justicia
y la dificultad de instaurar plenamente una carrera
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administrativa. La contraparte de esta precariedad del


Estado es una sociedad casi abandonada a sus propias
fuerzas, que sólo exige la presencia del Estado como
dispensador de servicios y creador de infraestructura, pero le
niega el carácter regulador de la convivencia ciudadana y de
la vida económica de la nación.
10 Hablar de la precariedad del Estado nación nos obliga a no
quedarnos en la pregunta por el Estado en sí mismo, como
realidad aparte, autónoma e independiente, sino a
plantearnos también la pregunta sobre la sociedad donde
nace ese Estado, sobre esa sociedad que lo conforma de
determinada manera y, luego, se niega a verse reflejada y
expresada por él; una sociedad que se niega a aceptar su
regulación en los ámbitos económico, social y cultural.
11 Aunque conviene precisar que lo público no coincide
meramente con lo estatal, ya que la resistencia a los abusos
posibles o efectivos del Estado a lo largo de la historia fue
creando el concepto de sociedad civil, que representaría una
dimensión no estatal de lo público. Pero esta dimensión de
lo público societario aparece igualmente fragmentada e
inorgánica en nuestro país, y cruzada por innumerables
conflictos. En el siglo pasado, se presentaron muchos
enfrentamientos religioso-políticos porque la Iglesia católica
competía con el Estado liberal por la representación de lo
público general. Más modernamente, otras instituciones
como gremios, sindicatos, partidos políticos también se
reivindican como portadores de lo público para los sectores
que representan y gestores y símbolos de esos intereses
parciales frente a lo público en general, tanto en la
dimensión estatal como en la societaria. Por eso, se dan
tensiones y colisiones en tomo de lo público: también a veces
las asociaciones gremiales y comunitarias tienden a reclamar
para sí la representación de lo público y compiten con el
Estado, al menos en algunos niveles. El problema se
presenta cuando, en momentos de crisis de legitimidad del
Estado nacional, los grupos políticos, sociales o comunales
intentan suplir las supuestas o reales carencias del Estado
arrogándose el derecho a recurrir a la fuerza. Ello dificulta la
consolidación de un Estado moderno, caracterizado por el
monopolio de la fuerza legítima y por la existencia de un
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ámbito público general para la resolución de los conflictos de


la sociedad. En eso reside básicamente la llamada
precariedad del Estado.

El ámbito íntimo: construcción incompleta


del Estado y declinación de lo público
12 La actual precariedad del Estado es producto por dos
procesos complementarios entre sí: por un lado, el proceso
incompleto de formación de un Estado nacional y, por otro,
la creciente tendencia moderna a la privatización de la vida
social, a refugiarse en el ámbito íntimo, que implica una
declinación de los aspectos públicos de la existencia
humana4y que es reforzada en Colombia por la tendencia
creciente hacia la ¡legitimación de las instituciones de
carácter nacional. La formación incompleta y suigeneris del
Estado-nación en Colombia es resultado de la imposición de
instituciones liberales, formalmente modernas, sobre
solidaridades primordiales, basadas en lazos e identidades
locales, étnicas o regionales, que suponen necesariamente la
exclusión del otro, del diferente5. A su vez, el proceso de
privatización de la vida se expresa en el regreso al ámbito
íntimo y a las solidaridades grupales, en la falta de equilibrio
entre la vida pública y privada de los individuos, y en el
regreso al ideal de las comunidades homogéneas, basadas en
los lazos de proximidad e identidad familiar, étnica o local.
Esta retribalización de la vida supone igualmente la
exclusión de las diferencias.
13 Estas tendencias complementarias van en contravía de la
caracterización que hace Norbert Elías del proceso
civilizatorio de Occidente6. Según Elías, la autoconciencia
del individuo, propia de la filosofía moderna (Descartes,
Berkeley, Locke, Hume, etc.), es una característica de épocas
donde las funciones de protección y control sobre los
individuos, ejercidas antes por grupos endógenos (clanes
familiares, comunidades rurales, latifundios, gremios,
grupos étnicos), pasan a ser ejecutadas por agrupaciones
estatales, de carácter urbano y centralizado. En esta
transición, los individuos adultos salen de grupos
protectores más reducidos y locales, lo que afecta su
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seguridad básica y relaja la cohesión interna de estos grupos.


Por esto, los individuos dependen cada vez más de sí mismos
y se aumenta su movilidad tanto en el sentido local como en
el social. Esta individualización creciente implica una
separación progresiva de los ámbitos público y privado, lo
mismo que una diferenciación del individuo frente a sus
grupos de control: familia, clan, vecindario, grupo étnico,
etc. Por otra parte, la resistencia al poder absoluto del
Estado va configurando gradualmente un ámbito público no
estatal sino societario, que se expresa con el concepto de
sociedad civil, que implica a la vez una diferenciación y una
interacción entre los individuos. Esta sociedad tampoco es
anarquista, pues acepta las funciones normales del Estado:
protección contra el enemigo externo, el control interno
sobre la delincuencia y la subversión interior, ciertas formas
de coordinación y planeación, etc.
14 Para Elías, el proceso civilizatorio se da como aspecto
subjetivo del proceso global de diferenciación e integración,
en el que la sociedad va perfeccionando su control sobre las
condiciones necesarias para su supervivencia y organización
interna. En ese proceso subjetivo, van surgiendo modelos de
autorregulación y autocontrol cada vez más estrictos, que
cubren cada vez a un mayor número de personas y penetran
cada vez más en la estructura psíquica de los individuos.
Esta autorregulación se expresa, entre otras cosas, en el uso
generalizado del reloj, que permite sincronizar y coordinar
las actividades de individuos y grupos. El individuo debe
pagar el precio del condicionamiento permanente, de la
represión y moderación de sus pulsiones, que puede
conducir a la formación de ansiedades y posibles neurosis.
Pero este precio está compensado por la creciente capacidad
de objetividad y control tanto en el individuo como en la
sociedad.
15 Esta tendencia a la integración, al autocontrol y a la
aceptación de un control externo por parte de la sociedad y
del Estado queda bloqueada en nuestra patria porque no se
consolida plenamente un Estado-Nación, quedando a medio
camino entre formas endógenas de control e instituciones
modernas. Este proceso de formación incompleto es
reforzado por la tendencia reciente del mundo moderno a la
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privatización y retribalización de la vida social. El resultado


combinado de ambos procesos es una sociedad fragmentada,
abandonada a sus propias fuerzas, y un Estado débil, de
legitimidad precaria, que se manifiestan en la vida cotidiana,
donde asistimos cada vez más a una privatización del
espacio público, que se refleja incluso físicamente:
16 Los conjuntos cerrados no se reducen ya a un apartamento o
varios, sino que se comprenden barrios enteros, de estratos
sociales relativamente homogéneos, cuyas calles están
cerradas al paso del transeúnte común y corriente. Lo mismo
ocurre en barrios populares, con otros mecanismos, como
pandillas juveniles, grupos de autodefensa barrial, que
reaccionan agresivamente frente al extraño. La seguridad
pública es tan insegura, que todos tenemos guardia privada,
que se expresa en la proliferación de compañías privadas de
vigilancia y seguridad. Las milicias populares asumen
funciones parecidas en la comuna nororiental de Medellín:
en otras ciudades del país se producen manifestaciones
similares. Muchas agrupaciones barriales de “vigilantes”
parecen apoyadas por la policía local. Este ambiente
retribalizado es muy proclive a las llamadas “limpiezas
sociales”.
17 Esta privatización y tribalización del espacio se refuerza por
el hecho de que la mayoría de los barrios de nuestras
ciudades se originaron como “urbanizaciones piratas”, al
margen de toda regulación o presencia estatales. Estos
barrios, ya más o menos consolidados, recurren al Estado
para legalizar su situación y obtener los adecuados servicios
públicos e infraestructura física, pero la organización del
tejido social se deja totalmente a la iniciativa de grupos
privados o semipúblicos. En ese sentido, las asociaciones de
vecinos, las organizaciones parroquiales y las acciones
comunales en el nivel local se constituyen como un primer
paso hacia el ámbito de lo público, pero pueden a veces
tender a encerrarse en su nivel, sin relacionarse con la
sociedad mayor y el Estado. Este encerramiento o
retribalización de las comunidades “cara a cara” acentúa las
identidades comunales por medio de la exacerbación de las
diferencias como “los otros”, que son excluidos de una
comunidad mayor, como la clase o nación, que serían
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Comunidades Imaginadas, según el término de Benedict


Anderson7.
18 Ni siquiera aceptamos la regulación del tráfico por los
semáforos, lo que es un síntoma bien visible de la no-
aceptación del espacio de lo público: el semáforo y las
regulaciones de tráfico se perciben como un obstáculo para
la libertad de movimiento de los carros particulares y la calle
no es un lugar de encuentro sino una vía instrumental para
la movilización sin obstáculos8. Lo mismo sucede con la
impuntualidad generalizada, que muestra una dificultad
para integrar el “tiempo personal” con el tiempo “general”,
uniforme y homogéneo.
19 Otro síntoma de la misma actitud frente al ámbito público es
la permisividad frente al contrabando y la evasión fiscal, que
no nos impide criticar la escasez de recursos que el gobierno
dedica al gasto en infraestructura, servicios y gasto social. Es
obvio que la escasez de recursos fiscales es parte
fundamental de la precariedad del Estado, porque ahí reside
la incapacidad para financiar un aparato burocrático
moderno e independiente de los poderes privados y
semiprivados. de alguna manera agrupados en el
bipartidismo.
20 En muchos casos, la abstención electoral no es índice de
descontento o crítica sino desinterés por la dimensión de lo
público: significa que no se espera mayor cosa del Estado, no
sólo en materia de servicios eficientes e infraestructura, sino
tampoco en materia de regulación de conflictos privados y de
la convivencia ciudadana, o en materia de coordinación de la
actividad económica.
21 Lo mismo se manifiesta en la actitud frente a la justicia del
Estado: la mayoría de las violaciones a la ley ni siquiera se
denuncian y el anuncio de “investigaciones exhaustivas”
produce risa, pues no se confía para nada en el aparato de
justicia. Esto no hace sino aumentar la impunidad y reforzar
la crisis de legitimidad de las instituciones, que se expresa en
la búsqueda de soluciones de justicia privada o grupal.
22 La creciente corrupción administrativa implica la
apropiación privada de los recursos y ventajas del Estado, lo
que refleja un irrespeto al ámbito de lo público.

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Cohesión social y fragmentación del poder


23 Así, la precariedad del Estado tiene su contraparte en la
difusión y fragmentación del poder en la sociedad, cuyo
tejido social es un amasijo contradictorio de poderes
privados y fragmentados con poderes grupales y cerrados al
interior de sí mismos. Esto va a facilitar la inserción social de
poderes privados de nuevo cuño, como los carteles de la
droga, la guerrilla y los paramilitares de derecha, que se van
a mover en la misma dinámica de poderes fragmentarios y
privados, llevando la fragmentación y privatización del
poder hasta extremos inverosímiles.
24 Pero precisamente esa fragmentación del poder en la
sociedad impide que la precariedad del Estado produzca
siempre y necesariamente opciones violentas: eso dependerá
también de la manera como operen otras instancias
reguladoras de lo público (Iglesia, partidos políticos,
gremios, organizaciones sociales) y de la manera como
funcione la sociedad en los niveles regional y local. La
cohesión interna del tejido social en los niveles locales,
veredales y barriales ha tendido normalmente a compensar
la debilidad institucional del Estado y la precariedad de los
elementos de referencia e identidad en el nivel nacional. Por
ello, representan ya los pasos iniciales para la configuración
de un espacio público en sus respectivos niveles. Por eso,
esas instituciones y grupos tienden a veces a suplantar al
Estado cuando creen que no garantiza plenamente su
seguridad personal o económica.
25 Esto hace que el recurso efectivo a las soluciones violentas
de carácter privado o grupal se produzca cuando se conjuga
una crisis de carácter nacional, que afecta la legitimidad del
régimen político, con crisis de carácter local. El mejor
ejemplo de esto es la violencia de los años 50: por ejemplo, el
excelente estudio de Mary Roldán sobre Urrao muestra
cómo se articulan los niveles nacional, regional y local para
producir la crisis9. Por su parte, Paul Oquist ha señalado
también cómo las estructuras regionales (caso de la Costa
Atlántica) y locales (Aguadas) pudieron evitar la violencia de
los 50 en sus respectivos ámbitos, al mantenerse
cohesionadas10.

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El papel histórico del bipartidismo y de la


Iglesia Católica
26 De ahí la importancia social y política que juegan tanto el
bipartidismo como la Iglesia Católica en la sociedad
colombiana a través de su historia. En cierto sentido, tanto
los partidos políticos como la Iglesia suplieron al Estado en 3
dimensiones: en lo ritual-simbólico, al proporcionar una
referencia colectiva de autoidentificación en un país donde la
identidad nacional está a medio construir; en el ámbito de
las sociabilidades, al proporcionar elementos de relación con
la sociedad mayor y con el Estado; en el ámbito de la
integración física, al proporcionar algunas formas de
presencia de la sociedad mayor y del Estado en amplias
zonas del territorio nacional, donde las instituciones
propiamente estatales apenas existen.
27 Pero estas mediaciones produjeron inconvenientes en el
largo plazo, al impedir distinguir claramente los ámbitos
público y privado y no dejar consolidar plenamente
instituciones modernas, de carácter impersonal y objetivo,
para el manejo de los conflictos. En lo ético-valorativo
tampoco permitieron la consolidación de una ética de lo
público: la moral católica se concentró en la regulación
valorativa de la vida privada y familiar (moral sexual),
dejando de lado la regulación de la vida económica (donde
existía cierta permisividad) y haciendo presencia en la vida
política a través de una alianza, a veces confesa, con el
partido conservador, que delegaba en la Iglesia Católica el
manejo de algunas funciones públicas11.
28 Por su parte, los partidos políticos tradicionales se
constituyeron, a lo largo del siglo y por lo menos la
primera mitad del , en los intermediarios privilegiados
entre el Estado y la sociedad. Los partidos se Instalaban en
la frontera difusa entre lo público y lo privado, entre
instituciones políticas de carácter moderno, inspiradas
formalmente en los principios de la Revolución Francesa y
las sociedades tradicionales y jerarquizadas que se daban en
la realidad.
29 Esas sociedades, muy diferenciadas regionalmente y muy
aisladas entre sí, se van configurando desde la época colonial
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española en una muy particular relación con los


representantes coloniales del Estado Español, que implicaba
una difícil delimitación entre lo público y lo privado. Las
relaciones de mando de los virreyes abundan en numerosas
quejas acerca de la manera inadecuada y precaria como el
Estado estaba presente en el territorio y la sociedad
coloniales: muestran amplias porciones del territorio donde
el Estado español está prácticamente ausente, lo mismo que
zonas de refugio, principalmente en las regiones de las
vertientes cordilleranas y valles interandinos, donde la
creciente población mestiza, mulata y cimarrona buscaba
escapar al control de las autoridades civiles y eclesiásticas.
30 Además, en las zonas más controladas e integradas la
administración de las localidades y la justicia en la instancia
se delegaban a los poderes existentes de hecho en esos
ámbitos: cabildos de notables, hacendados, mineros y
comerciantes, elegían a los alcaldes y autoridades de orden
local. Esta delegación de poderes en el orden local era la
única manera como las autoridades virreinales podían
hacerse presentes de alguna manera en ese mundo de las
localidades. Pero esto significaba un particular equilibrio y
articulación entre los espacios público y privado, pues el
control del Estado pasaba por la jerarquía y la cohesión
social que se daba de hecho en las localidades.
31 El modelo republicano se inserta en este tipo de relaciones,
pero su discurso igualitario (basado en la ciudadanía
indiferenciada) y su organización territorial (basada en
municipios, teóricamente iguales entre sí) permiten asimilar
las poblaciones sueltas y escapadas al control e integrar las
poblaciones instaladas en las zonas de vertiente y valles
interandinos, al desaparecer la jerarquía colonial de
poblaciones (ciudades, villas, pueblos) y la teórica
separación entre república de indios y república de blancos.
También permite su discurso expresar los intereses e
ilusiones de los grupos en ascenso social, salidos de los
colegios republicanos de la época santanderista, lo mismo
que a los mestizos pobladores de las ciudades y a los
artesanos amenazados por las medidas librecambistas.
32 Pero ese discurso republicano, igualitario y democrático, se
encuentra en contradicción con las sociedades desiguales y
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jerarquizadas que se daban en la realidad: no existía un


pueblo homogéneo, compuesto por ciudadanos asociados
voluntariamente, sino pueblos, comunidades locales
cohesionadas por vínculos de la sociedad tradicional, tales
como parentesco nuclear o extenso, vecindad, etc.12. Sin
embargo, ese conflicto se resuelve gracias a la mediación de
los partidos tradicionales, concebidos como federaciones
laxas de grupos regionales y locales de poder.
33 O sea, que la fuerza nacional del bipartidismo seguía
manteniendo una base local de poder en las jerarquías y los
elementos de cohesión y control sociales que se daban en el
interior de las comunidades locales. De alguna manera,
tanto el sistema bipartidista como la Iglesia católica servían
de elementos articuladores entre comunidades locales,
sociedades regionales, sociedad nacional y Estado: sus
“imaginarios colectivos” permitían crear sentidos de
pertenencia e identificación con la sociedad mayor y el
Estado, a la vez que eran elementos de cohesión interna del
tejido social en los ámbitos local y regional. Esto
representaba una suerte de arreglo y de equilibrio entre las
dimensiones pública y privada de la sociedad colombiana.
34 Esta mediación lograba que los partidos expresaran y
canalizaran toda suerte de solidaridades y conflictos entre
grupos familiares, localidades, regiones, etnias, grupos
generacionales, sectores económicos, etc., que se ocultaban
bajo el “paraguas” del enfrentamiento bipartidista, en los
innumerables enfrenamientos armados del Siglo y
13
primera mitad del . Pero también expresaban
solidaridades de corte más moderno, basadas en las
asociaciones voluntarias de los individuos, tales como la
masonería y las asociaciones de artesanos.

La crisis actual
35 La anterior caracterización del desarrollo histórico
colombiano nos permite acercarnos a la realidad de la crisis
presente. En pocas palabras, se podría decir que los marcos
Institucionales del manejo de los conflictos se vieron
superados por los rápidos cambios de la sociedad
colombiana en las últimas tres décadas, que afectaron

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igualmente los elementos de cohesión interna que se daban


en las comunidades locales. La acelerada urbanización de la
sociedad, la mayor integración del territorio nacional por el
crecimiento de las vías de comunicación y por los medios
masivos de comunicación, el aumento de la cobertura
educativa, la rápida secularización de las capas altas y
medias, el crecimiento de las capas medias, el nuevo rol de la
mujer, hacen inadecuados los canales tradicionales de
expresión y de control de los conflictos sociales.
36 Los partidos tradicionales eran muy funcionales para una
vida política esencialmente restringida, realizada en torno a
las élites regionales y sus respectivas clientelas, agrupadas
bajo el rótulo bipartidista. Pero la creciente irrupción de las
masas populares y la actitud cada vez más crítica de las
nuevas clases medias, de profesionales e intelectuales frente
al estilo tradicional de actividad política, hacen entrar en
crisis los marcos de los partidos tradicionales.
37 Los cambios rápidos y profundos de la sociedad colombiana
hicieron entrar en crisis tanto el modelo de relación de la
Iglesia con la sociedad y el Estado como el modelo de
mediación política que el bipartidismo establecía entre la
sociedad y el Estado. Frente a esos cambios, los partidos
políticos se fueron haciendo obsoletos al irse aislando de las
nuevas fuerzas que emergían en la sociedad. La expulsión de
los sindicatos comunistas de la CTC, tradicionalmente ligada
al partido liberal, señaló una ruptura entre política
bipartidista y movimientos sociales. Esta ruptura se había
iniciado en los años veinte, cuando aparecen movimientos
de protesta social, tanto en lo urbano como en lo rural, más o
menos desvinculados del bipartidismo.
38 Pero las reformas de la república liberal en los años treinta
hicieron que el partido liberal recuperara su papel
tradicional de expresión y canal de la protesta social. Sin
embargo, la modernización a medias intentada por esas
reformas produjo una intensa polarización social y política,
por la reacción de grupos fundamentalistas del partido
conservador y de la Iglesia católica y de las masas urbanas y
rurales frustradas en sus expectativas. Este clima de
enfrentamientos va a desembocar en la violencia de los años
cincuenta, que ocultaba bajo el disfraz del enfrentamiento
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político numerosos conflictos de índole diversa: problemas


agrarios tradicionales, modernización del campo,
enfrentamientos locales y veredales, “venganzas de sangre”,
resistencia de la sociedad tradicional frente a los intentos
modernizantes del grupo liberal en el poder. El resultado fue
la ruptura de la articulación que el bipartidismo establecía
entre los niveles locales, regionales y nacionales de poder y
la desaparición de la cohesión interna en el orden local. Al
debilitarse los sistemas de referencia nacional o supralocal,
las gentes se refugian en los niveles más endógenos de
protección y control, en las relaciones “cara a cara”, como el
vecindario o la familia nuclear o extensa: de ahí el carácter
de “venganzas de sangre” que tienen las masacres del
período final de la violencia de los años cincuenta, señalado
por María Victoria Uribe14.
39 Pero, paradójicamente, a pesar de ese debilitamiento de los
sistemas nacionales de referencia, el bipartidismo terminó
fortaleciéndose en el nivel nacional porque la pertenencia e
identificación con los partidos liberal y conservador se
constituyó como la referencia obligada que daba unidad de
sentido a la experiencia de la violencia vivida entonces15.
40 Por eso, la experiencia de gobierno compartido entre los dos
partidos tradicionales fue la solución que proponía el Frente
Nacional para terminar la violencia. Esta solución
distanciaba claramente el enfrentamiento político de los
conflictos sociales, que quedaban así desprovistos de
legitimación política16. Pero se perdía igualmente la
posibilidad de cierto control y canalización de esos
enfrentamientos a través del bipartidismo, que de alguna
manera los vinculaba con la sociedad mayor y el Estado.
41 Por otra parte, el acuerdo bipartidista significó la sujeción
del Estado como espacio, símbolo y gestor de lo público, a la
lógica de los partidos como mezcla de solidaridades
tradicionales y modernas. Esto impidió la consolidación de
instituciones estatales de carácter moderno, expresadas en
normas objetivas e instituciones impersonales, basadas en
una clara delimitación entre lo público y lo privado. Este
carácter del bipartidismo, a medio camino entre la sociedad
tradicional y la moderna, bloqueó la realización de
adecuadas reformas sociales y económicas, necesarias para
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responder a los cambios recientes de la sociedad


colombiana. Los intentos tecnocratizantes de modernización
del Estado y de los partidos fueron pensados desde los
sectores más lúcidos del bipartidismo, buscando adecuar las
instituciones a la nueva situación social, pero siempre, desde
arriba, sin una movilización popular que conservara su plena
autonomía. Era una modernización un tanto al estilo
borbónico, sin una plena democratización, que seguía la
tradición decimonónica del “democracia sin pueblo”, cuyo
resultado era exacerbar aún más el descontento social y el
distanciamiento entre movimientos sociales y expresiones
políticas.
42 Además, este estilo de modernización, centrado en lo
económico y lo burocrático, produjo un efecto no buscado:
un debilitamiento y un relajamiento de las formas
tradicionales de cohesión social y política, que suplían la
carencia de un Estado moderno, pero sin lograr la creación
de formas modernas de cohesión social y política, que
respondieran a la nueva situación. Este efecto es
denominado por Jorge Orlando Melo y Daniel Pecaut como
la “modernización por vía negativa17 aparece el
individualismo como resultado de la desagregación social y
la transacción, como manera de convivir con la
descomposición de los modos habituales de la regulación
social, pero no se construyen nuevos mecanismos de
convivencia e interacción, ni nuevas formas de legitimidad
social y política.
43 Esta modernización política y social a medio camino deja
también insatisfechas a las nuevas clases medias en ascenso,
cuyo descontento frente a los vicios de la política tradicional
se expresa en el abstencionismo electoral o en una crítica
moralizante contra el llamado clientelismo, que hace
abstracción de las condiciones socioeconómicas y culturales
de las que se alimentan dichas prácticas. Todo eso influye en
la ilegitimidad de la vida política porque acrecientan el
divorcio entre política y sociedad.
44 Por otra parte, los problemas sociales, tanto en la ciudad
como en el campo, fueron produciendo un “caldo de cultivo”
para las opciones violentas. En ese sentido, las limitaciones
de la reforma agraria oficial y la criminalización de la
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protesta campesina mostraron el creciente divorcio entre


movimientos sociales y partidos políticos tradicionales. En
este divorcio influyó también la presencia notoria de
variados movimientos de izquierda, interesados en la
radicalización del movimiento campesino. En este sentido, la
instrumentalización de los movimientos sociales
(sindicalismo, movimiento estudiantil, movimientos
barriales, cívicos y populares) al servicio de la opción
armada de algunos grupos de izquierda, influyó tanto en la
criminalización de la protesta social como en el divorcio
entre la dimensión social y la política.
45 En parte debido a esa instrumentalización, pero también por
otras múltiples causas, tampoco la izquierda legal y
democrática logró consolidarse como una alternativa que
liderara el creciente descontento de las masas populares de
la ciudad y del campo y de las clases medias urbanas. Estas
clases medias urbanas fueron la base social del movimiento
estudiantil radicalizado y de una nueva intelligentsia, muy
influida por las varias líneas del marxismo y de las ciencias
sociales, que evidenciaban la pérdida del monopolio de los
partidos tradicionales y de la Iglesia Católica sobre la vida
intelectual y cultural.
46 La macartización y represión de estos grupos estudiantiles,
influenciados por la introducción masiva de varias corrientes
del marxismo internacional y otras corrientes de las ciencias
sociales y humanas lo mismo que por el ejemplo de la
revolución cubana, empujó a muchos dirigentes
estudiantiles a la lucha armada.
47 Esta se veía favorecida por la precaria presencia estatal en
vastas zonas del territorio nacional y por la existencia de una
tradición de lucha guerrillera, visible en numerosos grupos
sociales y antiguos jefes guerrilleros de los años cincuenta,
no plenamente insertos en el sistema de gobierno
bipartidista instaurado por el Frente Nacional. La situación
de estas personas y grupos se vio empeorada cuando se
integra en el sistema bipartidista el MRL, Movimiento
Revolucionario Liberal. Este grupo servía, de alguna manera,
como cobertura y canal de integración de numerosos
movimientos sociales, de muy diversa índole y ámbito, que

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agrupaban a grupos y poblaciones integradas a medias en el


sistema y en la sociedad mayor.
48 Lo mismo ocurrió con la desaparición de la ANAPO, Alianza
Nacional Popular, que de alguna manera articulaba las
poblaciones marginales urbanas con la sociedad y el Estado.
Las elecciones de 1970, interpretadas como fraudulentas por
las masas anapistas, sirvieron como argumento justificatorio
de la opción armada, pues se aducían como prueba
irrefutable del cierre de la vía electoral como medio de
acceso al poder.
49 Estos cambios de la sociedad colombiana se reflejaron en el
nivel microsocial a través de los cambios operados en el
llamado tejido social, que se refleja en la evolución de los
movimientos urbanos de las grandes ciudades. Inicialmente,
los grupos urbanos de los barrios subnormales se
organizaban para la consecución de los servicios públicos
combinando las prácticas de acción familiar y colectiva con
la negociación clientelista con los jefes políticos urbanos y la
administración local, reeditando los lazos de cohesión social
propios de la sociedad rural o semirrural de donde procedían
(o de pequeñas y medianas poblaciones). La segunda
generación ya es más urbana, con mayor contacto con la
educación y la vida de la ciudad y sus lazos de cohesión e
integración internos son más débiles. Por ello, se constituyen
en la base social de los movimientos cívicos de protesta
urbana y están más disponibles a la penetración de los
grupos de izquierda y de las nuevas sectas protestantes.
Posteriormente, la crisis reciente ha distorsionado sus lazos
de sociabilidad tradicional y moderna, sirviendo de base a
grupos de autodefensa barrial y a las llamadas milicias
populares.
50 En resumen, la debilidad de los lazos de cohesión interna, la
precaria infraestructura física, la mayor cobertura educativa,
el consiguiente aumento de expectativas insatisfechas, el
desempleo y subempleo, la crisis de la izquierda y el
debilitamiento de los movimientos sociales se combinan con
los problemas de legitimidad del Estado y de los partidos
tradicionales, para producir la crisis de los marcos
institucionales con que el país había afrontado
tradicionalmente los conflictos sociales.
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51 El resultado de esta crisis es la creciente


desinstitucionalización de las luchas sociales y de la
creciente informalización de las relaciones sociales, que
evidencian una distancia creciente entre la esfera de lo
político y la esfera de lo social. Esto se agrava con la
presencia del narcotráfico, que aumenta y hace evidente las
tensiones acumuladas en la sociedad colombiana. Y, con la
crisis de los movimientos sociales y populares, como el
sindicalismo, debida tanto a las políticas estatales de corte
neoliberal como a las fallas internas de esas organizaciones,
como a la excesiva burocratización y el uso de la
organización para conseguir ventajas privadas.
52 Tanto el poder del narcotráfico como el de las guerrillas y los
grupos paramilitares, del signo que sean, se insertan en la
tradición de la fragmentación del poder y de la precariedad
del Estado, propios de una sociedad que no ha logrado
construir un espacio público para la resolución de sus
conflictos. Lo mismo que en el debilitamiento de los lazos de
cohesión interna que estructuraban el tejido social de las
comunidades y en el debilitamiento de sus respectivos
mecanismos de control social, que coinciden con la crisis de
los marcos de referencia e identidad con la sociedad mayor,
proporcionados en buena parte por el sistema bipartidista y
la relación con la Iglesia católica. Y en la fragmentación y
debilitamiento de los movimientos sociales de corte más
moderno.

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Notes
1. González Fernán., 1988.
2. González, Fernán., 1992.
3. Pecaut, Daniel., 1988
4. Para el estudio de estas tendencias, se puede acudir a los libros de
Richard Sennet, 1978 y de Helena Béjar, 1983.
5. Zambrano. Fabio y González Fernán., “Aproximación a la
configuración política de Colombia”, 1989.
6. Elias, Norbert, 1990 y 1987
7. Anderson, Benedict. 1985.
8. Cfr. Sennet, Richard. 1978.
9. Roldán, Mary. 1989.
10. Oquist, Paul. 1978.
https://books.openedition.org/ifea/7009?lang=fr 22/23
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11. González, Fernán., 1991.


12. Zambrano, Fabio., 1988. y Guerra, François-Xavier., “Le peuple
souverain: fondements et logiques d'une fiction. (Pays hispaniques au
ième siècle) ”, mecanografiado, sin fecha, y “Acteurs sociaux et
acteurs politiques” (mimeograliado), sin fecha.
13. González, Fernán., 1990.
14. Uribe, María Victoria. 1991.
15. Pecaut, Daniel, 1987
16. Sánchez, Gonzalo y Meertens. Donny, 1983.
17. Pecaut, Daniel., 1990. Cfr. también a Melo Jorge Orlando., 1990.

Notes de fin
1 Historiador, investigador del CINEP.

Auteur

Fernán E. González
© Institut français d’études andines, 1993

Conditions d’utilisation : http://www.openedition.org/6540

Référence électronique du chapitre


GONZÁLEZ, Fernán E. Espacio público y violencias privadas In :
Conflicto social y violencia : Notas para una discusión [en ligne]. Lima :
Institut français d’études andines, 1993 (généré le 31 janvier 2019).
Disponible sur Internet : <http://books.openedition.org/ifea/7009>.
ISBN : 9782821844940. DOI : 10.4000/books.ifea.7009.

Référence électronique du livre


JIMENO SANTOYO, Miriam (dir.). Conflicto social y violencia : Notas
para una discusión. Nouvelle édition [en ligne]. Lima : Institut français
d’études andines, 1993 (généré le 31 janvier 2019). Disponible sur
Internet : <http://books.openedition.org/ifea/6996>. ISBN :
9782821844940. DOI : 10.4000/books.ifea.6996.
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