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Bauman, Bauman

Tiempo y deseo

La impaciencia nos consume, nos carcome, no podemos esperar. ¿Qué será de


nosotros si no obtenemos lo que queremos, cuando lo queremos, al precio que
tengamos que pagar? No podemos aguantar, no podemos cejar, debemos hacerlo
ya. Cuando nos aburramos, podemos conseguir otra cosa, ojalá en oferta, porque
nuestra capacidad adquisitiva es tan líquida como nuestros deseos.

Y son esos deseos los que se nos escapan de las manos, entre nuestros dedos.
Ya no se quiere estar, contemplar, durar, perdurar, ahorrar, sentir, admirar,
preservar, prever, planear, sacrificar; todo se quiere ya, ahora, así no dure, no
importa, algo vendrá después y lo disfrutaremos sin acordarnos de lo anterior.
Todo fluye velozmente, ya no hay espera. “En nuestros días, toda demora, dilación
o espera se ha transformado en un estigma de inferioridad” (Bauman, 2007).

El aquí y ahora, el “pero ya”, dominan nuestros sentidos, aceleran nuestra vida.
Viajamos y si acaso observamos, comemos y si acaso saboreamos, tenemos
pareja y si acaso… ¿Amamos? Todo nos pasa por los costados con una velocidad
vertiginosa, como el agua del río que rodea a una piedra, nos moja, pero no
mucho, porque al secarnos no nos importa volvernos a mojar, igual el agua no es
la misma.

Tecnología y lectura

Los avances tecnológicos han evolucionado de forma tan veloz, que cuando un
producto no ha terminado de posicionarse ya ha salido su remplazo. Los
sentimientos humanos van al mismo ritmo que estos avances, tecnificando la
inmediatez de las publicaciones a través de pantallas en línea, atiborrando la red
de recuerdos, fotos, frases, videos y canciones que se olvidan a los pocos días (u
horas), hasta que sale el siguiente dispositivo, artista, vestuario o artículo de
moda. Y así sigue, y sigue, y sigue nuestra vida, a todo dar, sin poder/querer
parar.

Estos aparatos han ayudado a que la memoria se traslade. Ahora dependemos de


los adelantos de los dispositivos para desempeñarnos en nuestro día a día.
Nuestra capacidad de usar la mente como antaño, ha disminuido, es más, no
importa porque para eso tenemos el computador y el celular. Ya no cargamos un
almanaque en nuestra billetera, ahora están las “Apps” de calendarios que tienen
hasta los días festivos, en las cuales –además de simplemente ver la fecha-, se
combinan con las notas y recordatorios para nuestro diario vivir –las que antes se
escribían en una agenda, cuaderno u organizador de pared-. Se desplazó así la
capacidad memorística básica que nos mantenía alerta, que nos permitió
transmitir nuestros conocimientos de manera oral antes de la invención de la
escritura. Ahora, las “nuevas formas de lectura” (digital, imagen y video) hacen a
un lado al libro, ese maravilloso artefacto tecnológico que en occidente se
popularizó gracias a Gutemberg y ayudó a llevar a las personas en general –sin
distingo de posición social- el conocimiento, las ciencias, la política, la filosofía, la
religión, el arte y los todos los maravillosos mundos posibles de la literatura. El
conocimiento se democratizó en ese entonces, pero ahora la inmediatez del video
y la imagen –la pantalla globalizada de la que habló Baudrillard- mantienen
cautivas las cabezas de nuestros jóvenes, popularizando la banalidad… y la
estupidez. Las pantallas rodean a los chicos que quieren ser vistos y conocidos,
pero que no les importa el conocimiento en absoluto, dejándolo de lado para darle
rienda suelta al frenesí de la vida “online” en la red. En este sentido, “el homo
sapiens se ha vuelto homo pantalicus” (Lipovetsky y Serroy, 2010).

En esta era de los llamados “millennials” o “Generación Y” –los nacidos en la


época del 90- veneran la tecnología, la tecnificación y tecnocratización de la vida
pública y privada. Wikipedia nos brinda una clara descripción de esta “generación”:

Son personas que se adaptan fácil y rápidamente a los cambios, pues ellos pasaron de
usar el vídeo Betamax, al VHS, al DVD, al Blu-Ray y navegan con soltura en los sistemas
streaming. Usaron el teléfono fijo para comunicarse con sus amigos y toda clase de
teléfonos móviles, hasta llegar a los llamados teléfonos inteligentes. Pasaron de usar
disquetes para almacenar su información, a quemar CD, usar USB y hasta el
almacenamiento en la nube. Estos cambios ocurrieron en menos de 20 años y ellos
aprendieron a adaptarse. Es una generación caracterizada por la hiperconexión, la
necesidad de auto expresarse, la realidad financiera, el interés por la salud, la inmediatez y
la búsqueda de experiencias entre otras cosas1.

Es la generación que está “conectada” con el mundo, pero desconectada del libro
y sus maravillas. Ahora “leen” imágenes e “interpretan” la gramática del mundo,
desde sus consolas, sus laptops y sus celulares. Ya no se lee en el sentido
estricto de la palabra, y lo que se produce para tal fin son obras tan insípidas y
rápidas que parecen comida chatarra: para saciar el hambre por un rato, pero que
no alimentan en verdad. Aparecen libros salidos para que se vendan, así no se
lean; lo importante es vender. Sus autores son elevados al cielo a manera de
estrellas, y ganan tanto dinero como un futbolista en pleno auge. Al respecto
Lipovetsky y Serroy dicen que “un amplio sector de la cultura intelectual está ya
deshabitado” y “al mismo tiempo que funcionarizado y comercializado” (Lipovetsky
y Serroy, 2010). Es aquí donde el “star system” se mezcla con los círculos
intelectuales, sin diferencia alguna entre unos y otros.

Estupidez online y viral

La red es su “alter hogar” en donde pueden poner a relacionarse su alter ego


digital con los demás alter egos de un “alter mundo” digital creado por ellos y para
ellos. Lo que importa es ser conocidos, diciendo cosas y chistes sin sentido,
haciendo los famosos “retos”, desafiando a otros a hacer estupideces, como por
ejemplo inhalar un condón para luego expulsarlo por la boca. Así mismo sus
comentarios, sus videos, sus “posteos” de material que ellos mismos, de forma
precaria pero efectiva, fabrican y distribuyen por la red. La estupidez está regada
en Internet y viralizada en todas las pantallas en donde se puedan ver, también en
plataformas de libre y fácil acceso como YouTube. Y es precisamente YouTube el
hogar digital de lo que ahora se llaman “YouTubers”: jovencitos que hacen videos
de una manera artesanal diciendo –en la gran mayoría de los casos- cosas sin
sentido que hacen reír, pero que al poco tiempo se olvidan y se reemplazan por
más cosas sin sentido, sin llenar, sin dejar algo que sirva en los otros jovencitos
que los siguen.

Educación y conclusiones

Es aquí en donde estamos los docentes y en donde se encuentra la educación.


Los chicos no leen, pero manejan la tecnología con una maestría impresionante.
Se dedican a hacer todo tipo de acciones tan banales, que no marcan a nadie de
manera positiva, haciendo que tengan que crear más y más contenidos, memes,
videos y retos para poderse mantener en ese star system digital. Y, la educación,
tiene que hacer algo. La gran dificultad es que esos muchachos nos llevan mucha
ventaja. La gran pregunta es: ¿Qué podemos hacer como docentes en una
escuela desactualizada y dejada atrás? Eso es lo que debemos responder, esa es
nuestra labor como dodentes.

Notas

1. https://es.wikipedia.org/wiki/Generaci%C3%B3n_Y

Bibliografía

 BAUMAN, Zygmunt. Los retos de la Educación en la Modernidad Líquida.


Barcelona: Gedisa. 2007.
 LIPOVETSKY, Gilles, SERROY, Jean. La Cultura Mundo. Respuesta a una
Sociedad Desorientada. Barcelona: Anagrama. 2010.

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