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Según Cavallera, la fecha probable de esta carta sería el otoño del año
374. Jerónimo estaba en Antioquía.
4 Así, pues, el consular, con los ojos encendidos por la saña, como
fiera que, una vez ha gustado la sangre, está siempre sedienta de ella,
manda que se dupliquen los tormentos, y bramando crueldades entre
dientes, amenaza al verdugo con el mismo castigo si no logra que el
sexo débil confiese lo que no pudo callar el fuerte.
«Pero, obligado por la injusta brevedad del espacio, paso por alto todo
esto y lo dejo, por que otros, después de mí, lo recuerden» <5>. Me
conformaré con decir cómo terminó el asunto presente. Evagrio acude
hábilmente al emperador, lo cansa con sus ruegos, lo ablanda con sus
merecimientos y, por su solicitud, merece que la que había vuelto a la
vida vuelva también a la libertad.
«La llamada del desierto». Eso es lo que expresa esta carta, que muy
bien podría ser considerada como el primer capítulo de la autobiografía
monástica de Jerónimo. Ha terminado sus estudios en Roma, ha viajado
hasta el Rin, y está a punto de comenzar la experiencia del desierto. Se
encuentra en este momento, finales del año 374, en Antioquía. Dentro
de sí mismo siente el hastío de la vida ciudadana y un fuerte impulso
hacia la bienaventuranza del yermo, que divisa de lejos, como una
«codiciada orilla». Sólo espera el soplo del espíritu.
Soy como la oveja enferma que anda descarriada lejos del resto del
rebaño. Si el buen pastor no me lleva sobre sus hombros de nuevo al
aprisco, resbalarán mis pasos y en el intento mismo de levantarme se
desplomarán mis pies desfallecidos. Yo soy aquel hijo pródigo que,
después de haber malgastado toda la parte de la hacienca que mi padre
me había dado, aún no me he postrado a los pies de mi progenitor,
todavía no he comenzado a apartar de mí los halagos de la sensualidad.
Y ahora que intento no digo dominar mis vicios sino querer dominarlos,
el diablo trata de envolverme con nuevas redes y coloca delante de mí
nuevos obstáculos poniendo a mi alrededor mares por todas partes y
por todas partes océanos, y yo, inmerso en medio de este elemento, ni
quiero retroceder, ni puedo avanzar. Sólo queda que por vuestra
oración el soplo del Espíritu Santo me empuje hacia adelante y me
acompañe hacia el puerto de la anhelada orilla.
5 ¿Te imaginas los enredos que el diablo estará urdiendo ahora, y las
trampas que estará tramando? Quizá, acordándose del antiguo
embuste, le tentará por medio del hambre. Pero ya se le respondió una
vez que no sólo de pan vive el hombre. Tal vez le proponga riquezas y
gloria; pero se le dirá: Los que quieren hacerse ricos, caen en el lazo de
las tentaciones <5>, y: Toda mi gloria está en Cristo <6>. Golpeará
con grave enfermedad su cuerpo extenuado por el ayuno; pero será
rechazado con la palabra del Apóstol: Cuando me hago débil, soy más
fuerte <7>, y: La virtud se perfecciona en la debilidad <8>. Le
amenazará con la muerte, pero oirá: Deseo morir para estar con Cristo
<9>. Disparará dardos encendidos, pero darán sobre el escudo de la
fe. Y, para no alargarme, atacará Satanás, pero defenderá Cristo.
Gracias te doy, Señor Jesús, de que tengo quien en tu día pueda rogarte
por mí. Tú mismo sabes - pues te están patentes los corazones de
todos, y sondeas lo íntimo del alma, y ves al profeta encerrado en lo
profundo del vientre de la bestia grande -, tú sabes que él y yo
crecimos juntos desde la tierna infancia hasta la juventud florida, que
los mismos regazos de las mismas nodrizas y los mismo brazos de los
mismos ayos nos calentaron a los dos, y que, cuando, después de los
estudios en Roma, ambos compartíamos comida y hospedaje junto a las
riberas medio bárbaras del Rin, fuí yo el primero que comenzó a
quererte servir. Acuérdate, te ruego, de que este luchador tuyo fue un
día soldado bisoño a mi lado. Tengo la promesa de tu majestad: quien
enseñare y no hiciere será llamado mínimo en el reino de los cielos;
mas el que hiciere y enseñare, será llamado grande en el reino de los
cielos <10>. Disfrute él de la corona de la virtud y revestido con su
estola siga al cordero en premio de su martirio de cada día. Muchas
son las mansiones de la casa de tu Padre <11> y una estrella difiere de
otra por su claridad <12>. Concédeme que pueda yo levantar la cabeza
hasta el calcañar de los santos: siendo yo quien prometió, fue él quien
cumplió. Perdóname a mí que no haya podido cumplir, y dale a él el
premio que merece.
<3> Ibid., V 9.
<8> Ibid., 9.
<10> Mt 5,19.
<11> Jn 14,2.
1 Hasta el rincón del desierto en que vivo, allí donde Siria limita con
la región de los sarracenos, me ha sido traída una carta de tu dilección,
y al leerla, de tal manera se ha vuelto a encender mi deseo de ir a
Jerusalén, que lo que hubiera aprovechado a la amistad a punto ha
estado de echar a perder mi santo propósito de vida monacal. Así, pues,
haré lo que puedo: te mando esta carta que me representará ante tí.
Ausente con el cuerpo, me hago presente por el amor y en espíritu,
para pedirte encarecidamente que ni el tiempo ni la lejanía de los
lugares rompan esta naciente amistad, que ha sido consolidada con el
vínculo de Cristo. Confirmémosla más bien con cartas recíprocas que
corran del uno al otro, se crucen por el camino y hablen con nosotros.
No perderá mucho nuestra amistad si conversa consigo misma con este
lenguaje.
6 Saludo con el respeto que sabéis a vuestra común madre, que está
unida con vosotros por su santidad, aunque os aventaja por haber dado
a luz tales hijos, madre cuyo seno bien puede llamarse de oro. Saludo
igualmente a vuestras hermanas, dignas de la admiración de todos,
pues a la vez han vencido al siglo y a su propio sexo, y con lámparas
bien provistas de aceite esperan el advenimiento del esposo.
¡Bienaventurada casa, en la que habitan la viuda Ana, vírgenes
profetisas y un doble Samuel criado en el tamplo! ¡Afortunados techos
bajo los que vemos a una madre mártir ceñida con las coronas de los
mártires macabeos! Pues es cierto que cada día confesáis a Cristo
porque guardáis sus mandamientos, ahora a esa gloria personal se ha
añadido el testimonio público y notorio de que la vieja ponzoña de la
herejía arriana ha sido desterrada de vuestra ciudad por obra vuestra.
Quizá os extrañe que, al final de la carta, he vuelto de nuevo a empezar.
¡Qué le vamos a hacer! No tengo fuerzas para dejar de decir lo que
siente mi corazón. Si la brevedad de la carta me fuerza a callar, mi
afecto hacia vosotros me obliga a hablar; lenguaje desordenado,
discurso confuso e inconexo: el amor no sebe de orden.
<1> Responde Jerónimo a una carta de Cromacio (cf. Carta 8), no de
los tres. De ahí este complicado juegode ironía.
<1> Lc 75,31.
<5> Mt 20,15.
<1> Mt 18,3.
<3> 1 Pe 5,5.
<1> 1 Jn 3,15.
<3> Ef 4,26.
<4> Mt 5,23ss.
<5> Mt 6,12.
Es ésta una de las cartas que se harán clásicas ya en vida del autor.
Personajes como Fabiola (Carta 77), que hará su aparición hacia la
mitad de este espistolario, y el joven presbítero Nepociano, un sobrino
del destinatario y a quien Jerónimo dedicará una carta personal (Carta
32), habían asimilado su contenido hasta conocerlo de memoria. En ella
intenta Jerónimo ganar al amigo para la vida ascética. En él pensaba
como en el compañero ideal para un camino de entrega a Dios.
Jerónimo esgrime aquí toda clase de razones evangélicas y psicológicas
para convencer a Heliodoro. No pudo lograrlo, y este fracaso dejaría en
Jerónimo cierto poso de decepción que, sin embargo, no enturbiaría su
relación hacia el amigo, quien cambió sus vacilantes propósitos
ascéticos por el episcopado de su propia ciudad natal de Altino.
<1> Mt 6,33.
<2> Lc 11,23.
<4> Mt 12,50.
<5> Lc 9,60.
<9> Ef 5,5.
<13> Lc 14,33.
<16> Mt 8,20.
<17> Mt 19,21.
<18> Cf. Mt 19,12.
<20> Mt 6,24.
<21> Mt 16,24.
<22> 1 Jn 2,6.
<23> Jn 4,44.
<29> Mt 22,12-13.
<30> Lc 19,22-23.
1 Sacudido por el viejo furor que enfrenta a los pueblos entre sí, el
Oriente desgarra en pedazos la túnica inconsútil del Señor, la túnica
que fue tejida de una sola pieza, y las zorras devastan la viña de Cristo,
hasta el punto de que, entre las cisternas rotas y sin agua, se hace
difícil adivinar dónde está la fuente sellada y el huerto cerrado. Por eso
juzgué que debía yo consultar a la cátedra de Pedro y a la fe alabada
por boca apostólica, y buscar alimento para mi alma allí donde en otro
tiempo recibí la vestidura de Cristo. Así, pues, ni la vastedad del mar, ni
la inmensidad de tierra firme que se nos interpone han sido capaces de
disuadirme de la búsqueda de la preciosa margarita: «Dondequiera
estuviere el cuerpo, allí se juntarán también las águilas» <1>.
Malgastado el patrimonio por una descendencia perversa, sólo entre
vosotros se encuentra incontaminada la herencia de los padres. Allá,
una tierra de humus fecundo envuelve al ciento por uno la pura semilla
del Señor; aquí, el trigo enterrado en los surcos, degenera en cizaña y
avena loca. El sol de justicia sale ahora por Occidente, mientras que
aquel Lucifer que cayera sobre los astros ha puesto su trono en
Oriente. «Vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la
tierra» <2>, vosotros sois los vasos de oro y plata; aquí vasos de tierra
y de madera esperan la vara de hierro y el incendio eterno.
<1> Lc 17,37.
<2> Mt 5,13.
<3> Ex 12,43.
<4> Ex 3,34.
La situación por la que está pasando Jerónimo se le hace cada día más
insoportable. Los monjes con quienes convive en el desierto, «desde el
escondrijo de sus celdas», se han constituido en jueces del mundo y se
atreven a «dictar sentencia aun contra los obispos». Un sacerdote
conciliador, Marco, seguro que con la mejor voluntad, le pide a
Jerónimo una confesión de fe por escrito, para calmar a los adversarios.
Pero Jerónimo ha desistido de la lucha y responde con esta carta que es
la despedida del desierto y de los mejores amigos que en él había
encontrado. Sería el año 377.
<6> Is 42,14.
«El año que murió el rey Ozías vi al Señor sentado en un trono alto y
sublime, y toda la casa estaba llena de su majestad. Unos serafines
estaban en torno a él; cada uno tenía seis alas. Con dos se cubrían la
cara, con otras dos se cubrían los pies y con otas dos volaban. Y se
gritaban el uno al otro: Santo, santo, santo, Señor Sabaot, llena está
toda la tierra de su majestad. A la voz de los que clamaban se
conmovieron los quicios y los dinteles, y la casa se llenó de humo. Y
dije: ¡Ay de mí, que estoy perdido pues soy hombre y de labios impuros
y habito ente un pueblo de labios impuros, y he visto con mis ojos al rey
Señor Sabaot!
Y fue enviado a mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que
con las tenazas había tomado del altar. Y tocó mi boca y dijo: He aquí
que esto ha tocado tus labios y borrará tus iniquidades y limpiará tus
pecados. Y oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré y quién irá a
este pueblo? Y dije: Heme aquí, envíame. Y dijo: Ve y di a este pueblo:
Oiréis, pero no entenderéis, y miraréis, pero no veréis» <1>.
1 «El año que murió el rey Ozías vi al Señor sentado en un trono alto y
sublime». Antes de hablar de la visión conviene que tratemos sobre
quién fue Ozías, cuántos años reinó y quiénes fueron sus
contemporáneos en las otras naciones. Respecto, pues, de la persona,
como leemos en los libros de los Reyes y de las Crónicas, fue varón
justo e hizo lo recto en la presencia del Señor <2>, edificó el templo,
construyó el acueducto, ofreció los vasos, lo cual le valió salir vencedor
de sus enemigos; y en fin, lo que es el máximo indicio de piedad, tuvo
muchos profetas en su reino.
Ozías reinó cincuenta años, al tiempo que reinaba entre los latinos
Amulio y entre los atenienses Agamestor undécimo. El profeta Isaías
tuvo esta visión, que ahora nos proponemos explicar, después de la
muerte de aquel, es decir, el año que nació Rómulo, fundador del
Imperio romano, como pueden ver claramente quienes quieran leer el
libro de la Crónica, que he traducido del griego al latín.
2 «El año que murió el rey Ozías vi al Señor sentado en un trono alto y
sublime». Una vez propuesta la historia, seguirá la inteligencia
espiritual, por cuya causa ha tenido lugar la historia misma. Mientra
vivió el rey leproso, andando con su culpa el sacerdocio, Isaías no pudo
tener ninguna visión. Mientras él tuvo autoridad en Judea, el profeta no
levantó los ojos al cielo, no se le descubrieron los secretos celestes, no
se manifestó el Señor Sabaot, ni fue oído en el misterio de la fe el
nombre de Dios tres veces santo. Pero una vez que murió, todo lo que
mostrará mi exposición salió a la plena luz.
6 Sigue: «Unos serafines estaban en torno a él; cada uno tenía seis
alas. Con dos se cubrían la cara, con otras dos se cubrían los pies y con
otras dos volaban. Y se gritaban el uno al otro: Santo, santo, santo,
Señor sabaot, llena está toda la tierra de su gloria».
Queremos saber qué son los serafines que están en torno a Dios, qué
son esas seis alas de cada uno, y la suma de doce; cómo con dos cubren
la cara, con otras dos los pies y con otras dos vuelan, siendo así que
antes se dice que están en torno de Dios, y cómo, no siendo más que
dos, pueden estar en torno a él; qué significa que uno grite al otro
repitiendo el nombre de tres veces santo; como es que antes se dice
que la casa está llena de su gloria, y ahora se habla de la tierra. Como
todo esto levanta no pequeña plvareda y, a primera vista, presenta una
gran dificultad de interpretación, roguemos en común al Señor que se
me envíe también a mí un carbón del altar para que, lavada toda la
impureza de mis pecados, pueda yo primeramente contemplar los
misterios de Dios y relatar luego lo que haya visto.
Serafín, según vimos en la traducción de los nombres hebreos <19>, se
traduce por «incendio» o por «principio del habla». Nos preguntamos
qué incendio es ése. Dice el Salvador: He venido a traer fuego a la
tierra, y ¡cómo deseo que arda! <20>. Los dos discípulos a quienes el
Señor había explicado las Escrituras por el camino, empezando por
Moisés y todos los profetas, una vez que se les abrieron los ojos y lo
reconociero, se decían uno a otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de
nosotros cuando nos iba declarando las Escrituras por el camino?
<21>. Y en el Deuteronomio <22> se escribe que Dios mismo es fuego
devorador, y en Ezequiel <23> parece de fuego desde la cintura a los
pies, y las palabras del Señor son palabras auténticas, plata purificada
de toda escoria al fuego, refinada siete veces <24>. Y muchos otros
pasajes, que si quisiera recogerlos de todas las Escrituras resultaría
prolijo. Y lo que buscamos es dónde se encuentra este incendio
saludable. A nadie le cabrá la menor duda que en los libros sagrados,
con cuya lectura quedan limpios todos los pecados de los hombres.
Respecto de cómo el otro significado, «principio del habla», se refiere a
las Escrituras, me temo que si empiezo a decir algo, puedo dar la
impresión de que más que interpretar la Escritura la estoy forzando. El
origen del habla, es decir, del lenguaje común y de cuanto hablamos,
toda la antigüedad nos confirma que es la lengua hebrea, en la que fue
escrito el Antiguo Testamento. Pero desde que durante la construcción
de la torre, debido a la ofensa contra Dios, apareció la diversidad de las
lenguas, desde entonces la variedad de idiomas se propagó por todas
las naciones. Así, pues, tanto el «incendio» como el «principio del
habla» se encuentran en los dos Testamentos, y no es extraño que
estén junto a Dios, ya que por ellos se conoce al mismo Dios.
«Cada uno tenía seis alas». Nuestro Victorino lo entendió de los doce
Apóstoles. Nosotros podemos tomarlo de las doce piedras del altar, a
las que no tocó el hierro <25>, y de las doce gemas con las que está
hecha la diadema propia del sacerdote, y de las que habla Ezequiel
<26> y el Apocalipsis no pasa por alto <27>. Qué haya de verdad en
esto, Dios lo sabe; qué de verosímil, lo expondermos a continuación.
7 «Con dos se cubrían la cara, con otras dos se cubrían los pies y con
otras dos volaban». Cubrían la cara, no la suya, sino la de Dios. ¿Quién
puede, en efecto, saber su principio, qué hubo en la eternidad antes de
que creara este mundo, cuándo creó a los tronos, dominaciones,
potestades, ángeles y toda la corte celestial? «Y con otras dos cubrían
los pies», no los suyos, sino los de Dios. Porque ¿quién puede saber lo
que El tiene reservado para el final? ¿Qué sucederá después de la
consumación del mundo, una vez que el género humano haya sido
juzgado? ¿Qué forma de vida seguirá, si habrá una tierra distinta, o si
después de la transición serán creados nuevos elementos, otro mundo y
otro sol? Indicadnos cómo fueron los orígenes, indicadnos lo porvenir y
yo diré que sois dioses <28>, dice Isaías dando a entender que nadie
puede contar lo que fue antes del mundo ni lo que será después del
mundo. «Y con otras dos volaban». Solo conocemos lo intermedio, lo
que se nos descubre por la lectura de las Escrituras: cuándo fue hecho
el mundo, cuándo plasmado el hombre, cuándo tuvo lugar el diluvio,
cuándo fue dada la ley, para que a partir de un solo hombre se llenaran
todas las regiones de la tierra, y al final de los tiempos el Hijo de Dios
tomará carne por nuestra salvación. Todo lo demás de que hemos
hablado, estos dos serafines lo cubrieron en su cara y en sus pies.
9 «Unos serafines estaban en torno a él; cada uno tenía seis alas».
Cierto exegeta griego, hombre muy venerado en las Escrituras, escribió
que los serafines son ciertas potencias celestes que existen ante el
tribunal de Dios, y lo alaban, y son enviadas con ciertas misiones,
particularmente a los que necesitan de purificación y en parte también
de castigo por sus pecados pasados. y dice que «el haber sido
levantado el dintel y haberse llenado la casa de humo es signo de la
futura destrucción del templo judío y del incendio de toda Jerusalén».
Algunos, admitiendo lo primero, disienten en lo último. Y lo que
afirman es que el dintel fue levantado cuando el velo del templo fue
rasgado y toda la casa de Israel quedó envuelta en la nube del error, es
decir, cuando, según refiere Josefo <34>, los sacerdotes oyeron voces
de potencias celestes, provenientes del interior del templo, que decían:
«Salgamos de estos lugares».
13 Sigue: «Y he visto con mis ojos al Rey y Señor Sabaot». Dicen los
judíos que Isaías fue asesinado por sus antepasados porque escribió
que había visto al Señor Sabaot con sus ojos de carne, siendo así que
Moisés sólo vio las espaldas de Dios, y el Señor mismo dice sobre ello:
Nadie podrá ver mi rostro y seguir viviendo <41>. Nosotros les
preguntamos cómo es que en la ley dice Dios que se manifiesta a los
otros profetas en visión y en sueño, pero que con Moisés habla cara a
cara, y cómo puede seguir en pie la sentencia: «Nadie podrá ver mi
rostro y seguir viviendo», si dice que ha hablado cara a cara con
Moisés. Responderán que Dios fue visto conforme a la posibilidad
humana: no como es, sino como El quiso ser visto. Y nosotros les
diremos que por Isaías fue visto del mismo modo, pues siempre valdrá
el dilema: o bien Moisés vio a Dios o no lo vio. si lo vio, entonces Isaías,
que dice que lo vio, fue impíamente asesinado por vosotros, puesto que
Dios puede ser visto. Si no lo vio, entonces matad también a Moisés
junto con Isaías, pues es culpable de la misma mentira al decir que ha
visto a Aquel que no puede ser visto. Entiendan como entiendan, en su
exposición el pasaje acerca de Moisés, nosotros podremos aplicarlo
también a la visión de Isaías.
«No ignoro, decía, que es peligroso discutir los méritos de los santos y
querer afirmar que hay algo de más o de menos en aquellos a quienes
el señor ha coronado. Pero, como El mismo dijo: Buscad y encontraréis,
llamad y se os abrirá <49>, también nosotros, no con ánimo de rebajar
a nadie, sino para que, conociendo el sentido de la Escritura, nos
orientemos por sus ejemplos, debemos investigar todo lo que supone
alguna dificultad. El partidario de Moisés encomiará la humildad y
mansedumbre de éste, porque, considerándose indigno de servir a
Dios, fue engrandecido; Isaías, en cambio, como se ofreció
espontáneamente, empezó a profetizar con maldiciones: oiréis, pero no
entenderéis; miraréis, pero no veréis. Habiendo, pues, sufrido mucho
por esta razón, y habiendo quedado como un loco ante todo el pueblo,
cuando de nuevo la voz divina dice: Grita, consciente de lo que se había
acarreado con su anterior prontitud en ofrecerse, no dijo: «Heme aquí,
envíame», sino que preguntó qué era lo que tenía que gritar: Yo dije:
¿Qué gritaré? <50>.
Pero como hasta el final del capítulo tendría que seguir una exposición
compleja, y ya hemos llenado las tablillas de cera, baste haber dictado
hasta aquí; porque la palabra que no se pule estilo en mano, siendo ya
de por sí descuidada, resulta aún más desagradable si a su pesadez
propia se añade la prolijidad. Además estoy aquejado con dolor de ojos
y sólo dispongo para el estudio de los oídos y de la lengua.
<1> Is 6,1-9.
<6> Ex 2,23.
<7> Ex 11,13.
<10> Jl 4,2.
<11> Jn 12,19-41.
<15> Jn 1,36.
<16> Is 2,2.
<20> Lc 12,49.
<21> Lc 24,32.
<25> Dt 27,5.
<28> Is 41,22-23.
<35> Is 6,8.
<36> Is 6,5.
<37> Jn 13,84.
<38> Is 52,7.
<41> Ex 33,20.
<48> Ex 4,10-11.13.
<49> Mt 7,7.
<50> Is 58,1ss.
<54> Ex 3,11.
Pues también está escrito que Dios se sienta sobre querubines, como
en aquel pasaje: Tú, que te sientas sobre querubines, manifiéstate
<1>; pero que Dios se siente sobre serafines no lo recoge ningún
pasaje de la Escritura; más aún, en el resto de las Escrituras, fuera de
este pasaje, no hallamos nada a propósito de serafines en torno a Dios.
3 (19) Los setenta: «Y dijo: He aquí que esto ha tocado tus labios y
quitará tus iniquidades y purificará tus pecados»; Aquila: «He aquí que
esto ha tocado tus labios y se retirará tu culpa, y tu pecado será
expiado». Los otros traductores coinciden en los términos de Aquila.
Primero, es necesario que nuestros labios sean tocados; luego, una vez
tocados, que el Señor nos perdone, porque en El está el perdón <12>,
y, según el Apóstol, El es propiciación por nuestros pecados <13>. Una
vea purificados nuestros pecados, oiremos la voz del Señor, que dice:
«¿A quién enviaré?». Y nosotros responderemos: «Heme aquí,
envíame».
4 (20) Los Setenta: «Y percibí la voz del Señor que decía: ¿A quién
enviaré y quién irá a este pueblo?». Aquila, Teodoción y Símaco: «Y
percibí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré y quién irá por
nosotros?». Del paralelismo entre Moisés e Isaías, cómo el uno se
negaba a aceptar el ministerio y el otro, por haberse ofrecido
espontánea,mente, hubo de sufrir mucho, hemos disertado en otro
lugar. Pero para que no parezca que omitimos nada de aquellas cosas
que los judíos llaman y en las que cifran toda la ciencia, vamos a
tocar ahora brevemente por qué en el hebreo se pone: «¿Y quién irá
por nosotros?». Igual que en el Génesis se dice: Hagamos al hombre a
imagen y semejanza nuestra <14>, así creo yo que está dicho
aquí:«¿Quién irá por nosotros?». Ahora bien, ese «nosotros» ¿a qué
otros deberá aplicarse sino al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, de
parte de los cuales va todo el que cumple su voluntad? Y si se pone a
una única persona hablando, es por la unidad de la divinidad; pero, al
decir «nosotros», se destaca la diferencia de personas.
<13> 1 Jn 2,2.
<17> Ex 3,14.
1 Son muchos los que sobre esta palabra han imaginado los más
diversos sentidos; entre ellos, nuestro Hilario, en sus comentarios de
Mateo, escribe: «`Hosanna', en hebreo, significa `redención de la casa
de David'». Pero, en primer lugar, «redención», en hebreo, se dice
pheduth, casa heth; en cuanto a David, es claro a todas luces que su
nombre no aparece aquí. Otros opinaron que hosanna significa
«gloria»; pero «gloria» se dice chabod; algunos lo entendieron como
«gracia», que el hebreo llama thoda o anna.
2 No queda, pues, más solución que dejar de lado los riachuelos de las
opiniones e ir a la fuente misma de donde fue tomada por los
evangelistas. Y como ni en los códices griegos ni en los latinos podemos
hallar el texto Para que se cumnpliese lo que fue dicho por los profetas:
será llamado nazareo <1>; ni el otro: De Egipto llamé a mi hijo <2>;
por eso, en el caso presente, hay que sacar la verdad de los códices
hebreos, que nos explicarán cómo y por qué la muchedumbre y sobre
todo la turba unánime, los niños, prorrumpieron en ese grito. Mateo
cuenta: La muchedumbre que iba delante y la que seguía gritaban
diciendo: Hosanna al hijo de David; bendito el que viene en el nombre
del Señor, hosanna en las alturas <3>. Marcos a su vez dice: Gritaban
diciendo: Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor, bendito
el reino de nuestro padre David, que viene en nombre del Señor,
hosanna en las alturas <4>. También Juan coincide en el mismo
término: Y gritaban: Hosanna, bendito el que viene en nombre del
Señor, el rey de Israel <5>. Sólo Lucas dejó de poner la palabra
hosanna, siendo así que concuerda con el resto de la interpretación:
Bendito el que viene rey en el nombre del Señor, paz en el cielo y gloria
en las alturas <6>. Así, pues, como hemos dicho, hay qe poner las
palabras mismas hebreas y determinar la opinión de todos los
traductores; para que del examen de todos, el lector pueda más
fácilmente hallar por sí mismo qué haya de pensar sobre el caso.
Ahora bien: en lo que era fácil de expresar, como: «Bendito el que viene
en nombre del Señor», concuerda con el texto de todos los
evangelistas; respecto, en cambio, de la palabra osianna, al no poderla
traducir al griego - cosa que vemos también en alleluia, amen y muchas
otras - la dejaron en su forma hebrea y pusieron osianna. En cuanto a
Lucas, que fue entre todos los evangelistas el que mejor conocía el
griego, médico al cabo, y que escribió entre griegos su evangelio,
viendo que no podía traducir exactamente la palabra, prefirió omitirla
antes que poner lo que iba a ser un problema para sus lectores.
<1> Mt 2,23.
<3> Mt 21,9.
<4> Mc 11,9-10.
<5> Jn 12,13.
<6> Lc 19,38.
<9> Mt 21,15-16.
<11> Is 34,5.
¿Qué mayor clemencia puede haber? El Hijo de Dios nace hijo del
hombre, soporta las molestias de diez meses de gestación, espera la
llegada del parto, es envuelto en pañales, se somete a sus padres, va
madurando a través de las diversas edades y, después de soportar
palabras insultantes, bofetadas y azotes, se hace maldición por
nosotros en la cruz, para librarnos de la maldición de la ley, haciéndose
obediente al Padre hasta la muerte y cumpliendo con obras lo que
antes, en su condición de mediador, había pedido diciendo: Padre,
quiero que, como yo y tú somos uno, también ellos sean uno con
nosotros <11>. Y puesto que había venido a superar con inefable
misericordia lo que era imposible a la ley <12>, ya que nadie se
justificaba por ella, convocaba a penitencia a publicanos y pecadores y
El mismo se hacía invitar a sus casas para enseñarles aun durante la
comida, como puede verlo quien atentamente lea los evangelios. En su
comida y en su bebida, en su andar y en todo cuanto hizo, siempre
buscó la salvación de los hombres. Viendo esto los escribas y fariseos
decían que obraba contra la ley: Es un comilón y un bebedor de vino,
amigo de los publicanos y pecadores <13>. Es lo que ya de antes
censuraban, por qué curaba el Señor en sábado.
4 «Un hombre tenía dos hijos». Que Dios sea llamado hombre, lo
prueban por muchos textos, como, por ejemplo: El testimonio de dos
hombres es verdadero. Yo soy testimonio de mí mismo y también el
Padre que me ha enviado <20>. En una parábola es llamado pastor
<21>, en otra convida a las bodas <22>, y con diversas alegorías
pretende siempre la misma cosa, a saber: reprobar la soberbia de los
judíos y aprobar en general la penitencia de todos los pecadores, lo
mismo gentiles que de Israel. Y dice «dos hijos», porque casi toda la
Escritura está llena del misterio de la vocación de los dos pueblos.
Aquello que dice: «Celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba
muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado», incide
en el mismo sentido de la parábola anterior, en la que se afirma: Del
mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por
un solo pecador que se convierta <69>.
Frente a lo que dice: «Jamás dejé de cumplir una orden tuya», las
palabras del padre no concuerdan, pues no confirman que sea verdad
lo que el hijo dice, sino que trata del calmarle en su cólera con otras
razones: «Hijo, tú siempre estás conmigo». ¿Acaso dice: «Tienes razón,
siempre has hecho lo que te he mandado»? Lo que dice es: «Tú estás
conmigo siempre». Estás conmigo por la ley que te obliga; estás
conmigo aun en la cautividad cuando te instruyo; estás connigo no
porque hayas cumplido con mis órdenes, sino porque no he soportado
que te fueras a un país lejano. Estás conmigo, en fin, según aquello que
dije a David: Si tus hijos abandonan mi ley y no caminan en mis juicios;
si profanan mis preceptos y no guardan mis mandatos, castigaré con la
vara sus pecados y a latigazos sus culpas; pero no les retiraré mi favor
<79>. También con este testimonio se demuestra que aquello de que
se gloría el hijo mayor es falso, pues no anduvo en los juicios de Dios ni
cumplió sus mandatos.
Y también se nos enseña cómo, a pesar de no hacer esto, permaneció
siempre con el padre: porque cuando peca se le castiga con la vara, y al
castigado no se le niega misericordia. Y no es de extrañar que se
atreviera a mentir al padre quien fue capaz de sentir envidia por el
hermano, sobre todo teniendo en cuenta que en el día del juicio
algunos mentirán con todo descaro: ¿No hemos comido y bebido
contigo? ¿No hemos hecho en tu nombre muchos prodigios y explusado
a los demonios? <80>. Qué significa la frase: «Y todo lo mío es tuyo»,
lo explicaremos más ordenadamente en su lugar.
35 «Pero nunca me has dado un cabrito para celebrar una fiesta con
mis amigos». Israel dice: «¡Tanta sangre como ha sido derramada,
tantos miles de hombres como han sido sacrificados, y ninguno de ellos
fue constituido redentor de nuestra salvación. El mismo Josías, que fue
agradable en tu presencia, y más recientemente los macabeos, que
luchaban por tu herencia, contra todo derecho divino fueron asesinados
por la espada de los enemigos, y ninguna sangre derramada nos ha
devuelto la libertad: todavía estamos sujetos al imperio de Roma.
Ningún profeta, ningún sacerdote, ningún justo ha sido inmolado por
nosotros; en cambio, por este hijo disoluto, es decir, por los gentiles,
por los pecadores de toda la creación, se ha derramado una sangre
gloriosa. A los que merecían no les has dado lo menos, y a los que no lo
merecían les has concedido lo más». «Nunca me has dado un cabrito
para tener una fiesta con mis amigos». Te equivocas. Israel; di mejor:
«Para tener una fiesta contigo». ¿O es que puedes tener placer alguno
si el padre no celebra contigo el banquete? Apréndelo por lo menos con
este ejemplo.
39 Todo esto estaría dicho de la persona del gentil y del judío. Veamos
ahora cómo esta misma parábola puede entenderse en general del
santo y del pecador. Que en su conjunto la parábola convenga al justo,
no cabe duda, sin embargo, hay algo que al lector le suscita un
escrúpulo: ¿por qué el justo tiene envidia de la salvación del pecador, y
le arrebata de tal forma la ira, que ni la compasión hacia su hermano,
ni los ruegos del padre, ni la alegría de toda la casa son suficientes
para calmarle? A lo que responderemos brevemente afirmando que
toda la justicia de este mundo, comparada con Dios, no es justicia. Y así
como por los pecados de Jerusalén es justificada Sodoma, no porque
ésta sea justa, sino porque sus delitos se hacen menores ante otros
mayores, así también toda la justicia de los hombres, comparada con
Dios, no es justicia.
Y Pablo, que había dicho: Así, pues, todos los perfectos tengamos estos
sentimientos <88>, confiesa y clama en otro lugar: ¡Oh abismo de
riquezas, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son
sus designios e inescrutables sus caminos! <89>. Y en otro: Parcial es
nuestra ciencia y parcial nuestra profecía; y también: Ahora vemos en
un espejo, en enigma <90>; y escribiendo a los romanos: Pobre de mí,
¿quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? <91>. Todo
lo cual nos enseña que únicamente la justicia de Dios es perfecta; El
hace salir su sol sobre justos e injuriosos, da por igual su lluvia tardía y
temprana tanto a los que la merecen como a los que no la merecen,
convida a sus bodas a la gente de la calle, de los rincones y de las
plazas; busca y encuentra a la oveja que, a ejemplo del hijo
arrepentido, o no podía o no quería volver, y una vez que la encuentra
la trae sobre sus hombros. Pues en su descarrío había sufrido mucho.
<3> Lc 15,29-31.
<4> Lc 15,1-2.
<5> Mt 9,10-15.
<11> Jn 17,21.
<13> Mt 11,19.
<14> Lc 15,9.
<17> Lc 7,29.
<18> Mt 15,26.
<19> Mt 10,15.
<20> Jn 8,17s.
<25> Jn 1,9.
<31> Mt 28,20.
<32> Mt 7,23.
<46> Ex 14,34.
<47> Ex 16,33-34.
<50> 1 Jn 4,18.
<51> Dt 5,31.
<53> 1 Jn 3,8.
<54> Is 30,15.
<56> Cf Jn 13,23.
<57> Cant 1,2.
<58> Is 21,12-13.
<61> Ef 1,13.
<62> Ex 28,12-13.
<63> Ag 1,1.
<64> Ex 16,11.
<65> Ex 9,4.
<67> Is 52,7.
<69> Lc 15,10.
<70> Lc 14,18.
<81> Jn 1,29.
<85> Jn 10,8.
<92> Mt 20,25-28.
<95> Mt 20,6-7.
<96> 1 Jn 2,18.
<97> Del pan de la casa del padre (Lc 15,17); no de las algarrobas de
que se alimentaban los puercos (Lc 15,16).
6 Si, pues, aquellas son vírgenes, pero no les salva la mera virginidad
de su cuerpo debido a otras culpas, ¿qué será de aquellas que
prostituyeron los miembros de Cristo y convirtieron en lupanar el
templo del Espíritu Santo? Oirán al punto: Desciende, siéntate en el
polvo, virgen hija de Babilonia; siéntate en el polvo. No hay trono para
la hija de los caldeos. En adelante no te llamarás blanda y delicada.
Toma la muela y vete a moler harina, quítate el velo, desnuda tus
piernas y cruza los ríos, tu ignominia se revelará y quedarán patentes
tus vergüenzas <28>. Y todo esto después de haber compartido el
tálamo del Hijo de Dios, después de los besos del amado y del esposo;
aquella de quien en otro tiempo cantaba la palabra profética: De pie a
tu derecha está la reina con vestido de brocado, rodeada de variedad
<29>. Será despojada de sus vestidos y sus partes íntimas estarán a la
vista. Se sentará junto a las aguas de la soledad y, recostada, se
prostituirá con todo el que pase, mancillándose hasta el extremo.
8 Ahora bien: si todo esto tienen que soportar aun aquellos cuyo
cuerpo está consumido, y ya sólo son combatidos por los malos
pensamientos, ¿qué no sufrirá la doncella que dispone de todas las
comodidades? Sencillamente, lo del Apóstol: Está muerta en vida
<34>. Así, pues, si hay en mí algún consejo que yo pueda ofrecer, si se
ha de creer en un hombre experimentado, lo primero que aviso, lo
primero que suplico es que la esposa de Cristo huya del vino como del
veneno. En él se esconden las primeras armas de los demonios contra
la mocedad. Es menos lo que la avaricia nos combate, o la soberbia nos
hincha, o la ambición nos halaga. Estar exentos de los otros vicios es
cosa fácil. Pero aquél es un enemigo infiltrado en nuestro interior.
Vayamos adonde vayamos, lo llevamos con nosotros. El vino y la
mocedad son un doble incentivo de placer. ¿Por qué echar aceite en el
fuego? ¿Por qué traer leña a un cuerpo joven que está ya de suyo
ardiendo? Dice Pablo a Timoteo: No bebas en adelante agua, sino toma
un poco de vino por razón de tu estómago y frecuentes achaques <35>.
Mira por qué causas se concede beber vino: a duras penas se tolera por
razón del dolor del estómago y los frecuentes achaques. Y para que no
condescendamos fácilmente a nuestras enfermedades, el Apóstol
manda que se tome moderadamente, aconsejando más bien como
médico que como apóstol, si bien el apóstol también es médico
espiritual, no fuera que Tomoteo, rendido por la flaqueza, no pudiera
resistir las caminatas que lleva consigo la predicación del Evangelio.
Por lo demás, se acordaba haber dicho también: en el vino se esconde
la lujuria <36>; y: Bueno es que el hombre no beba vino ni coma carne
<37>.
Noé bebió vino y se embriagó cuando el mundo estaba aún sin civilizar.
Era el primero que había plantado una viña y quizá no sabía que el vino
embriagaba. Y para que entiendas del todo el misterio de la Escritura -
la palabra de Dios es piedra preciosa y puede ser penetrada por
cualquie parte -, después de la embriaguez siguió la desnudez de los
muslos, la deshonestidad se junto a la lujuria. Primero el vientre y
después lo demás. Comió, en efecto, el pueblo y bebió, y se levantaron
a danzar <38>.
9 Cuando Elías, que iba huyendo de Jezabel, se echó cansado bajo una
encina, fue despertado por un ángel que llega hasta él y le dice:
Levántate y come. Y alzó los ojos y vio a su cabecera una hogaza de
trigo y un vaso de agua <39>. ¿No podía Dios mandarle vino oloroso y
comidas condimentadas con aceite y carnes picadas? El profeta Eliseo
invita a comer a los hijos de los profetas, y queriéndolos alimentar de
hierbas silvestres, oye que gritan a una voz los comensales: ¡La muerte
en la olla, varón de Dios! <40>.
13 Me cuesta tener que decir cuántas vírgenes caen cada día, cuántes
pierde de su seno la madre Iglesia, sobre cuántas estrellas pone su
trono el soberbio enemigo, cuántas peñas hiende la sepriente para
habitar en sus cavidades. Puedes ver a muchas, viudas ya antes de
casarse, encubrir su desdichada conciencia con hábito mentiroso, y si
no las hubiera traicionado la hinchazón del vientre y, luego, los vagidos
de los pequeñuelos, andarían con el cuello erguido y con pies
juguetones. Otras toman de antemano pócimas de esterilidad y
cometen homicidio con el ser humano que no pudo ser concebido.
Algunas, cuando advierten que han concebido criminalmente preparan
los venenos del aborto y frecuentemente acontece que, muriendo
también ellas, bajan a los infiernos reas de triple crimen: homicidas de
sí mismas, adúlteras de Cristo y parricidas del hijo aún no nacido.
Estas son las que suelen decir: Para los limpios todo es limpio <49>.
«Me basta mi conciencia. Dios busca un corazón. ¿Por qué me voy a
privar de los alimentos que Dios creó para que usemos de ellos?». Y si
alguna vez quieren hacerse las graciosas y alegres, se empapan en
abundante vino puro, y uniendo el sacrilegio a la embriaguez dicen:
«¡Lejos de mí privarme de la sangre de Cristo!». Y a la que ven triste y
pálida, la llaman desgraciada y monja maniquea. Y con toda lógica,
pues para semejante modo de vida el ayuno es herejía. Estas son las
que se hacen notar en público, y con guiños arrastran en pos de sí a
toda una grey de jovenzuelos. Estas son las que deberán oír
permanentemente de boca del profeta: Tienes rostro de mujer
descarada y no te avergüenzas <50>. En su vestido únicamente hay un
toque tenue de púrpura, la cabeza va sujeta flojamente para que
cuelgue el pelo, el calzado es rústico, el chal revolotea sobre los
hombros, las mangas son estrechas y pegadas a los brazos, y el
caminar es lánguido debido al movimiento desenvuelto de las rodillas:
ésa es toda la virginidad para ellas. Tengan ellas si quieren sus
panegiristas, y que bajo el nombre de vírgenes tengan un fin más
fastuoso. Yo no estoy dispuesto a complacerlas.
17 Tus compañeras sean aquellas que veas refinadas por los ayunos,
las de cara pálida y a quienes recomienda la edad y la vida, aquellas
que cantan diariamente en sus corazones. ¿Dónde apacientas el
rebaño? ¿Dónde sesteas al mediodía? <52>. Las que dicen
amorosamente: Deseo morir y estar con Cristo <53>. Sé obediente a
tus padres: imita a tu esposo. Sea rara tu salida al público; busca a los
mártires en tu propio aposento. Si tuvieras que salir siempre que es
menester, nunca te faltarán pretextos para salir. La comida sea
moderada y nunca se llene demasiado el estómago. La verdad es que
hay muchísimas que, siendo sobrias en el vino, son ebrias en la
prodigalidad de las comidas. Cuando te levantes por la noche para orar,
no te haga ruidos la digestión, sino el apetito.
Si eso le pasa por salir a la que dijo: Yo dormía, pero mi corazón velaba
<103>, y: Bolsita de mirra es mi amado para mí, reposa entre mis
pechos <104>, ¿qué será de nosotros que somos aún como unas
mozuelas que, cuando la esposa entra con el esposo, nos tenemos que
quedar fuera? Jesús es celoso, no quiere que otros vean tu cara.
Aunque te excuses y alegues como pretexto: «Me puse el velo y me
tapé la cara, te busqué y te dije: Indícame, amor de mi alma, dónde
apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no
ande yo como errante tras los rebaños de tus compañeros <105>; El se
indignará, se enfadará y dirá: Si no te conoces a tí misma, tú, la más
bella de las mujeres, sigue las huellas de las ovejas y lleva a pacer tus
cabritas junto al jacal de los pastores <106>. Con lo que viene a decir:
«Ya puedes ser hermosa hasta el punto de que tu hermosura sea amada
del esposo entre todas las mujeres; si no te conocieres a tí misma y
guardares con toda diligencia tu corazón, si no huyeres de los ojos de
los jóvenes, saldrás de mi tálamo y apacentarás cabritos, destinados a
estar a la izquierda».
27 Una cosa tienes también que evitar con toda cautela: no te dejes
llevar por el ardor de la vanagloria. Jesús dice: ¿Cómo podéis creer
vosotros que aceptáis gloria unos de otros? <115>. Ahí ves qué clase
de mal sea ése, pues quien lo tiene no puede creer. Nosotros, por el
contrario, digamos: Porque mi gloria eres tú <116>, y: El que se gloría,
que se gloríe en el Señor <117>, y: Si todavía tratara de agradar a los
hombres, no sería siervo de Cristo <118>, y: En cuanto a mí, Dios me
libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por
la cual el mundo es para mí crucificado y yo un crucificado para el
mundo <119>. Y lo otro: De ti nos gloriaremos todo el día <120>, y
finalmente: Mi alma se gloría en el Señor <121>.
Cuando des limosma, sólo la vea Dios. Cuando ayunes, que tu cara esté
alegre. El vestido ni limpio en exceso ni tampoco sucio, y no llame la
atención por nada, pera que la gente no se pare delante de ti y te
señale con el dedo. Si muere un hermano o hay que acompañar a la
sepultura el cadáver de una hermana, ten cuidado, no sea que haciendo
eso con demasiada frecuencia, mueras tú misma. Tampoco has de
parecer demasiado piadosa ni más humilde de lo necesario, no sea que
por huir de la gloria vayas en su busca. Hay en efecto muchos que
esquivan a los testigos de su pobreza, limosnas y ayunos; pero por el
modo mismo de evitar la complacencia, en realidad la buscan. Es una
manera curiosa de apetecer la alabanza por lo mismo que se la evita.
De otros tipos de perturbacines internas, por las que el alma humana
se alegra o se entristece, espera o teme, veo que son muchos los que
están exentos; pero son muy pocos los que están libres de este defecto;
y podría ser tenido por el mejor aquel que, como un cuerpo hermoso,
sólo tuviera la mancha de algún que otro lunar.
30 Hace ya de ello muchos años. Por amor del reino de los cielos me
había yo separado de mi casa, padres, hermana, parientes y, lo que más
me costó, de la costumbre de la buena comida, y para alistarme en la
milicia; había emprendido viaje a Jerusalén. Pero de lo que no podía
desprenderme era de la biblioteca que con tanta diligencia y trabajo
había reunido en Roma. Desdichado de mí, ayunaba para leer luego a
Tulio. Después de las largas vigilias de la noche, después de las
lágrimas que el recuerdo de mis pecados pasados me arrancaba de lo
hondo de mis entrañas, tomaba en las manos a Plauto, y si alguna vez
volviendo en mí mismo me ponía a leer un profeta, me repelía el estilo
tosco, y no viendo la luz por tener ciegos los ojos, pensaba que la culpa
no era de los ojos, sino del sol.
Mientras así jugaba conmigo la antigua serpiente, a mediados
aproximadamente de la cuaresma una fiebre invadió mi cuerpo
exhausto deslizándose por la médula, y sin darme tregua ninguna -lo
que parece increíble - de tal manera devoró mis pobres miembros, que
apenas si me tenía ya en los huesos. Ya se preparaban mis exequias, y
en mi cuerpo helado el calor vital del alma sólo palpitaba en un rincón
de mi pecho también tibio, cuando, arrebatado súbitamente en el
espíritu, soy arrastrado hasta el tribunal del juez, donde había tanta luz
y del resplandor de los asistentes salía tal fulgor que, derribado por
tierra, no me atrevía a levantar los ojos. Interrogado acerca de mi
condición, respondí que era cristiano. Pero el que estaba sentado me
dijo: «Mientes; tú eres ciceroniano, tú no eres cristiano; pues donde
está tu tesoro, allí está tu corazón» <133>.
Enmudecí al punto, y entre los azotes - pues había el juez dado orden
de que me azotaran - me atormentaba aún más el fuego de mi
conciencia, considerando dentro de mí aquel versículo: Mas en el
infierno ¿quién te alabará? <134>. Pero empecé a gritar y a decir entre
gemidos: Ten compasión de mí, Señor, ten compasión de mí <135>.
Este grito resonaba entre los azotes. Al fin, postrados a los pies del
presidente, los asistentes le suplicaban que concediera perdón a mi
mocedad y me permitiera hacer penitencia por mi error; que ya
terminaría yo de cumplir el castigo si alguna vez en lo sucesivo leía los
libros de las letras paganas. En cuanto a mí, puesto en un trance tan
terrible, estaba dispuesto a hacer promesas aun mayores. Por eso
empecá a jurar y, apelando a su mismo nombre, dije: «Señor, si alguna
vez tengo libros seculares y los leo, es que he renegado de ti». Liberado
en virtud de este juramento, vuelvo a la tierra, y en medio de la
sorpresa general, abro los ojos que estaban bañados con tal
abundancia de lágrimas que con el dolor expresado en ellos, convenció
aun a los incrédulos. Aquello no había sido un simple sopor ni uno de
esos sueños vacíos con los que somos frecuentemente burlados. Testigo
es aquel tribunal ante el que estuve tendido, testigo el juicio que temí -
nunca me ocurra que vuelva yo a caer en tal interrogatorio -, que salí
con la espalda amoratada y sentí los golpes aun después del sueño y
que, en adelante, leí con tanto ahínco los libros divinos cuanto no había
puesto antes en la lectura de los profanos.
La tarea del día está fijada, y una vez hecha se entrega al decano, y
ésta la lleva al mayordomo, el cual, a su vez, cada mes, rinde cuentras
con gran temor al padre de todos. El mayordomo es también el que
prueba las comidas una vez preparadas. Y como a nadie es lícito decir:
«No tengo túnica ni capa ni jergón de juncos», él lo dispone todo de
manera que nadie tenga que pedir nada ni a nadie le falte nada. Si
alguno se pone enfermo, se le traslada a una sala más amplia, donde es
atendido por los viejos, con tan solícito cuidado, que no echa de menos
las comodidades de la ciudad ni el cariño de la propia madre. Los
domingos se dedican exclusivamente a la oración y la lectura. Cosa, por
lo demás, que hacen el resto de los días una vez terminadas las tareas.
Cada día aprenden algo de las Escrituras. El ayuno es igual todo el año,
excepto la cuaresma, en que se permite mayor rigor. Por Pentecostés,
las cenas se convierten en comida de mediodía, a fin de satisfacer la
tradición eclesiástica y no cargar el vientre con doble comida. Así
describe a los esenios Filón, imitador del estilo platónico, y Josefo, el
Livio griego, en la segunda historia de la cautividad judaica.
37 Pasemos a otra cosa. El Apóstol nos manda orar siempre, y para los
santos el sueño mismo es oración; sin embargo, debemos tener
repartidas las horas de oración, para que si estamos absorbidos por
algún trabajo, el tiempo mismo nos amoneste a cumplir nuestro deber:
las horas de tercia, sexta, nona y también laudes y vísperas; cosa que
nadie desconoce. No se ha de tomar comida alguna sin que preceda la
oración ni hay que retirarse de la mesa sin dar gracias al Creador. Por
la noche conviene levantarse dos y aun tres veces y rumiar lo que
sabemos de memoria de las Escrituras. Al salir de casa hemos de
armarnos con la oración, y al volver de la plaza hemos de orar antes de
sentarnos, y nuestro pobre cuerpo no ha de descansar antes de que se
alimente el alma. En toda acción, en todo desplazamiento, la mano ha
de trazar la señal de la cruz. No murmures de nadie ni escandalices al
hijo de tu madre. ¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Que se
mantenga en pie o caiga sólo interesa a su señor. Pero quedará en pie,
pues poderoso es el Señor para sostenerlo <153>. Tampoco por ayunar
dos días seguidos te creas mejor que quien no ayuna. Tú ayunas y eres
colérica; el otro come y quizá es benigno. Tú compensas la fatiga de tu
alma y el apetito de tu vientre riñendo; el otro come con moderación y
da gracas a Dios. Por eso Isaías clama en todo tiempo: No es ése el
ayuno que yo quiero, dice el Señor. Y otra vez; Es que el día que
ayunáis buscáis vuestro negocio y explotáis a todos vuestros
trabajadores. Ayunáis para litigio y pleito y para dar de puñetazos al
humilde. ¿Es eso ayunar en mi honor? <154>. ¿Qué clase de ayuno
puede ser el de aquel sobre cuya ira no digo cae la noche, sino que
transcurre luna entera? Mírate a tí misma y no te gloríes de la caída
ajena, sino de tu propia obra.
También tú puedes ser madre del Señor. Tómate una placa grande y
nueva y escribe en ella con buril de hombre que arrabata velozmente
los despojos <159>, y cuando te hubieres llegado a la profetisa y
hubieres concebido y dado a luz un hijo, dirás: Por tu temor, Señor,
concebimos y pasamos por los dolores del parto y dimos a luz; hemos
hecho sobre la tierra el espíritu de tu salvación <160> Entonces tu hijo
también te responderá y dirá: Esta es mi madre y mis hermanos
<161>. Y de forma admirable aquel que poco antes inscribiste a lo
ancho de tu pecho, el que con rápido punzón dibujaste en la novedad
de tu corazón, después de arrebatar los despojos a los enemigos,
después de desnudar a los principados y potestades y clavarlos en la
cruz, concebido, va creciendo, y hecho varón, empezará a tenerte por
esposa en vez de por madre. Empresa grandiosa, pero también premio
grande ser lo mismo que los mártires, ser lo mismo que los apóstoles,
ser lo mismo que Cristo. Todo lo cual sólo aprovecha cuando se hace
dentro de la Iglesia, cuando celebramos la Pascua en esa sola casa,
cuando entramos en el arca con Noé, cuando, al caer Jericó, nos
alberga Rahab justificada. Por lo demás, las vírgenes que se dice se dan
también entre diversos herejes, señaladamente en la secta del
impurísimo Manes, han de ser tenidas por rameras, no por vírgenes.
Pues si el autor de su cuerpo es el diablo, ¿cómo pueden honrar la
figura de su enemigo? Pero como saben que el nombre de vírgenes es
glorioso, por eso cubren a sus lobos con pieles de ovejas. El anticristo
finge a Cristo y ellas esconden la torpeza de su vida con el falso honor
de su nombre. Alégrate, hermana; alégrate, hija; alégrate virgen mía: lo
que otras simulan, tu has empezado a serlo realmente.
39 Todo lo que he dicho hasta aquí parecerá duro a quien no ame a
Cristo. Pero quien tuviere por basura toda la pompa del siglo y juzgue
vanidad todo lo que hay bajo el sol a cambio de ganar a Cristo, quien
ha muerto con su Señor y ha resucitado con El, y quien ha crucificado
su carne con todos sus vicios y concupiscencias, éste proclamará
libremente: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la
angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la
espada? Y proseguirá: estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los
ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades,
ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos
del amor de Dios manifiesto en Cristo Jesús, Señor nuestro <162>.
Por nuestra salvación, el Hijo de Dios se hizo hijo del hombre; para
nacer, espera los diez meses en el seno materno; soporta todos los
inconvenientes, es dado a la luz ensangrentado, es envuelto en pañales,
sonríe a las caricias, y el que abarca al mundo con su mano es
contenido en la estrechez de un pesebre. Paso por alto que hasta los
treinta años, como un desconocido, se resigna a la pobreza de sus
padres, que es azotado y calla, crucificado, y ruega por los que lo
crucifican. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor <163>.
Preciosa es en el acatamiento del Señor la muerte de sus fieles <164>.
La sola paga digna es compensar sangre por sangre, y, pues hemos sido
redimidios por la sangre de Cristo, morir de buena gana por nuestro
Redentor. ¿Qué santo fue coronado sin combate? Abel, el justo, es
asesinado; Abrahán corre peligro de perder a su mujer, y, para no hacer
ahora un libro inmenso, busca y hallarás que cada uno hubo de sufrir
diversas calamidades. Sólo Salomón vivió entre delicias, y por eso
acaso dio tan grande caída. Pues a quien ama, el Señor le corrige y
azota a todos los hijos que acoge <165>. ¿Acaso no vale más combatir
por breve tiempo, traer a cuestas el baluarte, las armas y víveres;
cansarse bajo la loriga y gozar después como vencedor que no, por no
aguantar una hora, someterse luego a perpetua servidumbre?
40 Para los que aman no hay nada duro, y para quien desea algo no
hay trabajo dificultoso. Mira lo que aguanta Jacob por Raquel, que le
fue prometida por mujer. Y sirvió, dice la Escritura, Jacob por Raquel
durante siete años. Y se le hicieron como unos días, porque la amaba
mucho <166>. El mismo recuerda después: Por el día me devoraba el
calor y por la noche el frío <167>. Amemos también nosotros a Cristo,
busquemos sus caricias, y todo lo dificil se nos hará fácil. Nos parecerá
breve todo lo que es largo, y, heridos por su dardo, diremos a cada
momento: ¡Ay de mí, que se ha prolongado mi peregrinación <168>.
Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son
computables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Porque
la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la
virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla <169>. Cuando te
parezca pesado lo que sufres, lee la segunda carta de Pablo a los
corintios: En trabajos, yo más; más en cárceles; mucho más en azotes;
en peligro de muerte, muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos
cuarenta azot4es menos uno. Tres veces fui azotado con varas, una vez
apedreado, tres veces naufragué; un día y una noche estuve en lo
profundo del mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos, peligros de
salteadores, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles,
peligros en ciudad, peligros en despoblado, peligros por mar, peligros
entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas
veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez <170>.
¿Quién de vosotros puede reclamar para sí ni siquiera una parte
mínima de esta lista de merecimientos? Así podía él decir más tarde
confiadamente: He culminado mi carrera, he conservado la fe. Sólo me
aguarda la corona de la justicia que aquel día me entregará el Señor
<171>. Si la comida está insípida, nos entristecemos y pensamos en
hacer a Dios un beneficio. Si bebemos el vino un poco más aguado,
rompemos la copa, echamos a rodar la mesa, suenan los azotes; el agua
un tanto tibia se venga con sangre. El reino de los cielos sufre violencia
y los violentos lo arrebatan <172>. Si no te hicieres violencia no
puedes arrabatar el reino de los cielos. Si no llamas importunamente,
no recibirás el pan del sacramento. ¿No te parece propio de gente
esforzada que la carne quiera ser lo que Dios es y subir allí de donde
cayeron los ángeles para juzgar de ellos?
41 Sal por un instante del cuerpo, te ruego, y pon delante de tus ojos
el galardón del trabajo presente, que ni el ojo vió, ni el oido oyó, ni al
corazón del hombre llegó <173>. ¿Cómo será aquel día cuando María,
Madre del Señor, te saldrá al encuentro acompañada de los coros de
vírgenes, cuando, pasado el mar Rojo y hundido el faraón con su
ejército, entone al son del tamboril el himno que responderá el coro:
Cantamos al Señor, pues se cubrió de gloria: Al caballo y al caballero
arrojó a mar? <174>. Entonces Tecla volará gloriosa a abrazarte.
Entonces el esposo mismo te saldrá a recibir y te dirá: Levántate,
amada mía, hermosa mía, paloma mía, y vente. Porque, mira, ha pasado
ya el invierno y la lluvia se ha ido <175>. Entonces se admirarán los
ángeles y preguntarán: ¿Quién es ésta que surge cual la aurora, bella
como la luna, refulgente como el sol? <176>. Te verán las hijas y te
alabarán; las reinas y concubinas te exaltarán.
Entonces te saldrá también al encuentro el segundo coro de la
castidad: Sara vendrá con las casadas; Ana, la hija de Fannuel, con las
viudas. Como en bandos diferentes allí estarán una madre, la de la
carne y la del espíritu. Aquélla se alegrará de haberte engendrado; ésta
se regocijará de haberte instruido. Entonces sí que montará de verdad
el Señor sobre la asnilla y entrará en la Jerusalén celeste. Entonces los
pequeñuelos, de quienes habla el Salvador en Isaías: Aquí estoy yo y los
hijos que me ha dado el Señor <177>, levantando las palmas de la
victoria, cantarán al unísono: ¡Hosanna en las alturas! <178>.
Entonces aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que están delante del
trono y de los ancianos empuñarán sus cítaras y cantarán el cántico
nuevo, y nadie podrá saber aquel cántico fuera del número establecido.
Estos son los que no se mancillaron con mujeres, pues permanecieron
vírgenes <179>. Estos son los que siguen al cordero a dondequiera
que fuere.
Siempre que la vana ambición del siglo te halague, siempre que veas el
fasto del mundo, trasládate en espíritu al paraíso. Empieza a ser lo que
serás un día, y así podrás oír de tu esposo: Ponme cual sello en tu
corazón, como un sello en tu brazo <180>. Fortalecida en tus actos y
en tu espíritu gritarás: Grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los
ríos anegarlo <181>.
<4> Jn 8,44.
<5> 1 Jn 3,8.
<10> Is 34,5.
<11> Ef 6,12.
<13> 2 Re 15,17.
<18> Cf Am 4,2.
<19> Cf Lc 22,31.
<20> Hab 4.
<21> Is 14,13-14.
<25> Am 5,2.
<26> Am 8,13.
<27> Mt 5,28.
<28> Is 47,1-3.
<36> Ef 5,18.
<38> Cf Ex 32,6.
<39> 1 Re 19,5-6.
<40> 2 Re 4,40.
<41> 2 Re 6,22.
<46> Ex 16,4.
<48> 1 Re 5,13.
<50> Jr 3,3.
<55> Lc 24,32.
<69> Mt 19,11.
<72> Is 11,1.
<87> Is 9,6.
<88> Mt 16,24.
<89> Mt 8,20.
<93> Mt 23,38.
<94> Lc 10,41-42.
<100> Mt 7,14.
<107> Is 26,20.
<108> Ap 3,20.
<115> Jn 5,44.
<133> Mt 6,21.
<136> Lc 16,12.
<138> Mt 6,24.
<139> Mt 6,25-26.
<140> 2 Cor 12,10.
<158> Lc 1,28.
<159> Is 8,1.
<161> Mt 12,49.
<162> Rom 8,35-39.
<174> Ex 15,1.
<177> Is 8,18.
<178> Mt 21,9.
<179> Ap 14,4.
<4> Un palacio en la Vía Láctea del cielo era la morada eterna de los
filósofos.
Esta carta sobre los diez nombres de Dios responde a una consulta
hecha por Marcela a raíz probablemente de alguna de las sesiones
evangélicas que se celebraban en su casa bajo la dirección de
Jerónimo. Es, pues, una pregunta marginal, que refleja el enorme
interés del círculo del Aventino por todo tipo de cuestiones bíblicas.
<2> Ex 3,34.
Maran atha es más siríaco que hebreo, aunque por estar en el límite
entre ambas lenguas, tiene también cierta resonancia hebraica. Su
traducción es: «Nuestro Señor viene»; de modo que el sentido es: El
que no quiera al Señor Jesucristo, sea anatema <3>. Y como el hecho
ya se ha cumplido, se concluye: Nuestro Señor ha venido, es decir, es
superfluo obstinarse con odio pertinaz contra quien consta haber ya
venido.
5 También quería escribirte algo sobre el diapsalma, que en hebreo se
dice sela, y del ephod, así como del pro aieleth, que se encuentra en la
inscripción de algún salmo <4>, y de otros puntos por el estilo. Pero
sobrepasaría los límites del estilo epistolar; además las cuestiones
diferidas pueden aumentar tu avidez de saber. Pues es refrán conocido
que mercancía espontáneamente ofrecida se pudre. Por eso callo
adrede lo que tenía que decir para que desees oír con más ganas lo que
se ha callado.
Fecha 384.
<7> Is 32,20.
Año 384.
1 Lo que se recibe hay que devolverlo con crédito, y diferir el pago del
interés engendra la usura. Habías pedido mi parecer acerca del
dipsalma; yo me excusé con la brevedad de la carta y pretexté no poder
encerrar en ella lo que es materia de un libro. Pero ¿de qué valen las
excusas ante mi , ante la «directora» de mi trabajo? Con el
silencio se acrecienta el apetito. Así, pues, para no tenerte más tiempo
en suspenso, aquí tienes un poco de lo mucho que cabría decir.
4 Por otra parte, has de saber que, al final de sus libros, los hebreos
suelen escribir como añadidura una de estas expresiones: amen, sela o
salom, que significa «paz», de donde también procede el título de
«pacífico» dado a Salomón. Así, pues, igual que nosotros, al terminar
nuestros tratados solemos interponer un explicut o feliciter o
expresiones semejantes para distinguirlas de lo que sigue, así también
los hebreos corroboran lo escrito y ponen amen, o recuerdan que lo
escrito o por escribir es para siempre y ponen sela, o afirman haber
terminado felizmente y anotan bajo la última línea salom o «paz».
5 Todo esto lo hemos ido a beber de la fuente más profunda de los
hebreos, no siguiendo los riachuelos de opiniones, ni dejándonos
asustar por la variedad de los errores de que el mundo está lleno, sino
deseando averiguar y enseñar la verdad. Ahora bien, si tú no piensas
en lo mismo, te voy a traducir a la letra lo que Orígenes opinaba acerca
del diapsalma, y ya que desdeñas los mostos nuevos, te mueva al
menos la autoridad del vino viejo.
Fecha 384.
<9> Ex 28,4.
<10> Ex 28,5-6.
<11> Ex 36,8-9; 39,1-2.
<13> Ex 28,42.
<16> Os 3,4.
En esta carta, del año 384, Jerónimo dedica a Paula una exposición de
los sentidos etimológico y místico del alfabeto hebreo, utilizado para
ordenar el material de algunos salmos, como el 118.
4 Del mismo modo que en esta carta no puede uno pasar a leer y
coordinar las palabras si no empieza por las letras, así en las Escrituras
divinas no podemos conocer las cosas más altas si no comenzamos por
la ética según lo que dice el profeta: Partiendo de tus mandamientos ha
entendido <3>; es decir, que sólo después de practicar las obras
empezó a tener la ciencia de los misterios. Pero ya es hora de cumplir
lo que me pediste y poner aquí el sentido y la traducción de cada letra.
7 La segunda serie es: «Y esta vida». ¿Y qué vida puede haber sin el
conocimiento de las Escrituras, por las que se reconoce al mismo
Cristo, que es la vida de los creyentes?
Año 384.
<3> Os 7,11.
Año 384.
1 Si te escribo una carta tan breve, se debe a dos motivos: el primero
es que el mensajero tiene mucha prisa, y el otro, que estoy muy
ocupado en otro trabajo y no quiero distraerme con este menester
accesorio. Quizá preguntes qué trabajo es ése tan considertable y tan
ineludible como para impedir el obsequio de la conversación epistolar.
Desde hace tiempo estoy colacionando la edición de Aquila con los
rollos de los hebreos, para ver si la sinagoga ha cambiado algo por odio
contra Cristo y, lo confieso a una amiga, hallo mucha materia para
fortalecer nuestra fe. Ya tengo hecha con toda exactitud la recensión de
los profetas, de Salomón, el Salterio y los libros de los Reyes; llevo
entre manos el Exodo, que ellos llaman ele smoth, y voy a pasar al
Levítico.
Ya ves, pues, que ningún deber puede anteponerse a este trabajo. Sin
embargo, para que el buen Currencio no corra en vano, a esta breve
charla adjunto dos cartas que había escrito a tu querida paula y a su
hija Eustoquia; para que si al leerlas encuentras en ellas algo de
doctrina y de elegancia, consideres que también para tí ha sido escrito
lo que he escrito.
6 Por qué haya escrito todo esto, dictándolo a la luz de pobre candela
con palabra acelerada y poco discreta, podréis averiguarlo si pensáis
en nuestros Epicuros y Aristipos.
34 A MARCELA [Exégesis del Salmo 126]
Fecha: 381.
2 Por eso, recurriendo al hebreo, he encontrado allí que por «pan del
dolor» se escribe leem aasabim, que Aquila tradujo , es
decir, «pan de trabajo»; Símaco, , que quiere decir «pan
trabajoso»; la quinta edición y Teodoción, que en lo demás coincide con
los Setenta, «pan de los ídolos». La sexta, , es decir, «del error». No
es de extrañar que Aquila ponga por ídolos, puesto que son
obras de manos de los hombres, y que proféticamente se reprenda al
pueblo porque en vano se levanta de madrugada y corre después del
descanso al santuario para venerar a los ídolos con el honor debido a
Dios, según lo que escribió Ezequiel de los sacerdotes que sacrificaban
a los ídolos en el templo mismo <2>.
<6> Is 49,2.
Si todo lo que hizo Dios era muy bueno, ¿por qué le dio a Noé
instrucciones acerca de los animales puros e impuros <4>, si nada
impuro puede ser bueno? Además, en el Nuevo Testamento, Pedro tuvo
aquella visión en que dijo: Lejos de mí, Señor, pues jamás ha entrado en
mi boca cosa profana e impura. A lo que la voz del cielo le respondió:
Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú profano <5>.
<6> Ex 13,18.
9 Voy a referir todavía otra opinión, por que no parezca que paso nada
por alto. Algunos entienden de diversos modos el año séptimo de la
remisión <14>, el quincuagésimo del jubileo y el cuatrocientos
noventa, que es lo que entienden «por setenta veces siete», y afirman
que por este motivo se pone en el evangelio místicamente un deudor de
cincuenta y otro de quinientos denarios, y tenemos el Salmo 50, de la
penitencia, que se compone de siete septenarios y salta al principio de
la ogdóada. No quiero alargarme más; baste lo dicho hasta aquí, pues
con las ideas que he ido desgranando podrás tú mismo componerte una
disertación tan ingente como un bosque, sobre todo sabiendo que
Orígenes dictó sus libros duodécimo y decimotercero sobre el Génesis
en torno a esta sola cuestión.
«pastores» y «amantes» se escriben con las mismas letras: res, ain, iod,
mem; pero en el caso de «pastores» se lee roim, en el de «amantes»
reim. Por eso ocurre que, cuando en los profetas se reprende a
Jerusalén de fornicar con sus amantes, en nuestros códices en vez de
«amantes» se pone «pastores».
14 Sé que todo esto resulta pesado para el lector; pero el que trata de
las letras hebreas no tiene por qué ir a buscar argumentos en
Aristóteles, ni derivar del río tuliano un riachuelo de elocuencia, no
halagar los oídos con las florecillas de Quintiliano y con una
declamación escolar. Aquí se requiere un discurso pedestre y parecido
al lenguaje coloquial, que no «huela a lucubración», que explique las
cosas, aclare el sentido, ilumine lo oscuro, y no se pierda en
frondosidades de palabras. Sean otros elocuentes, sean alabados como
desean, hinchen los carrillos y declamen palabras vaporosas. En cuanto
a mí, me basta con hablar de manera que se me entienda, y pues trato
de las Escrituras, imitar la sencillez de las Escrituras.
15 ¿Por qúe Isaac, hombre justo y amado de Dios, llevado del error
bendijo no al hijo que quiso, sino al que no quiso?
17 Por nuestra parte decimos que el Señor sólo vino para las ovejas
perdidas de Israel y no quiso tomar el pan de los hijos y echárselo a los
perros, y que la primera bendición la trajo para el pueblo de los judíos,
a quienes fueron confiados los oráculos de Dios, fue hecha la promesa,
se dio la ley, y con quienes fue celebrada la alianza. Pero, como ellos no
quisieron creer, la bendición pasó a Jacob, es decir, al pueblo más
joven. Sin embargo, tampoco el hijo mayor fue totalmente desechado,
pues cuando todo el puelo de los gentiles hubiere entrado en el reino,
entonces se salvará también todo Israel.
<5> Ibid.
<6> Jn 1,29.
<7> Is 63,1-3.
<12> Mt 18,21-22.
<14> Dt 15,1.
<20> Mt 1,3-4.
<27> 2 Re 4,27.
<30> Mt 25,23.
<1> Ex 10,9.
<1> Jn 21,17.
<2> Jn 11,43.
<5> Mc 8,33.
Dentro del orden que imponen las normas de los rétores, y que
Jerónimo sigue en este género de piezas literarias. el escrito rebosa de
sincero sentimiento y llena de autenticidad toda una serie de frases
lapidarias, que de otra forma parecerían de cumplido: «Todo este libro
está escrito con lágrimas»; «No habrá página de mis escritos en la que
no suene el nombre de Blesila».
En esta carta, Jerónimo no pasa por alto los rumores del pueblo (véase
el párrafo 6 de la carta), que le afectaban directamente a él, sobre la
posibilidad de que la joven Blesila hubiera muerto debilitada por los
excesivos ayunos. Lo hace sin perder la serenidad, a sabiendas de que
es parte de la acometida antimonacal que está cundiendo en la ciudad
de Roma. Sólo Dios sabe que eso no es verdad, y a su tribunal se acoge
Jerónimo.
Porque ¿quién podra recordar con ojos secos a esta joven de viente
años que llevó la bandera de la cruz con fe tan ardiente, que más
parecía dolerse de la pérdida de la virginidad que de la muerte de su
marido? ¿Quién evocará sin sollozos su fervor en la oración, la
pulcritud de su hablar, la tenacidad de su memoria y la agudeza de su
ingenio? Al oírla hablar en griego, cualquiera hubiera jurado que no
sabía latín; pero si su lengua pasaba a las sonoridades romanas, no se
notaba ningún acento extraño. Y, en fin, emulando a aquel prodigio que
Grecia entera admiró en el célebre Orígenes, en pocos días, no digo
meses, hasta punto tal venció ella las dificultades de la lengua hebrea,
que pudo competir con su madre en aprender y cantar los salmos.
3 Ahora bien: ¿por qué ha de ser duro lo que un día u otro habrá que
sufrir? Nos dolemos de que alguien muera. Pero ¿es que hemos nacido
para permanecer eternamente? Mueren Abrahán, Moisés, Isaías,
Pedro, Santiago y Juan, Pablo, el vaso de elección, y, sobre todo, el Hijo
de Dios. ¿Y nosotros nos indignamos de que alguien salga del cuerpo,
cuando es posible que fuera arrebatado para que la maldad no
pervirtiera su entendimiento? Pues su alma era agradable a Dios y por
eso se dio prisa en sacarlo de en medio de la iniquidad <17>, para que
no se extraviase por sendas tortuosas tras el largo viaje de la vida.
Lloran hasta el día de hoy los judíos, y con los pies descalzos se
revuelcan en ceniza y se echan sobre saco, y para que no falte nada a la
superstición, siguiendo un río vacío de los fariseos, toman la primera
comida de lentejas, como para dar a entender por qué comida
perdieron su primogenitura <28>. Y con razón, porque al no creer en
la resurección del Señor, se preparan para la venida del anticristo. Mas
nosotros, que nos hemos revestido de Cristo y según el Apóstol <29>
nos hemos convertido en linaje real y sacerdotal, no debemos
entristecernos por los difuntos. Y la Escritura dice: Y dijo Moisés a
Aarón y a Eleazar e Itamar, hijos suyos que le habían quedado: No
desnudéis vuestra cabeza no rasguéis vuestras vestiduras, no sea que
muráis y venga la ira sobre toda la asamblea <30>. No rasguéis, dice,
vuestros vestidos ni hagáis un duelo de gentiles, no sea que muráis.
Nuestra muerte es el pecado.
Y, cosa que tal vea a alguno le parezca crueldad, pero es necesario para
la fe, en el mismo Levítico se escribe que al sumo sacerdote se le
prohíbe acercarse al padre, a la madre, hermanos o hijos difuntos
<31>, para que su alma, consagrada a los sacrificios de Dios y ocupada
íntegramente en su ministerio, no se vea turbada por ningún
sentimiento de ternura. ¿No es eso mismo lo que, con otras palabras,
se manda en el Evangelio, que no vaya el discípulo a despedirse de su
casa y no dé spultura al padre que acaba de morir? Y la Escritura
prosigue: no saldrá del santuario, y no profanará la santidad de su
Dios, pues el óleo de la unción de Dios está sobe él <32>. Una vez que
hemos creído en Cristo y, después de recibir el óleo de su unción, lo
llevamos con nosotros, no debemos salir del templo, es decir de la
profesión de cristianos; no hemos de andar por fuera, es decir,
mezclarnos con la incredulidad de los gentiles, sino permanecer
dentro, sirviendo a la voluntad del Señor.
¿A qué repetir cosas del pasado? Sigue los ejemplos de ahora. La santa
matrona Melania, verdadera nobleza entre los cristianos de nuestro
tiempo, con la que el Señor nos conceda a ti y a mí tener parte en su
día, cuando estaba aún caliente y sin enterrar el cuerpo de su marido,
perdió de golpe a dos de sus hijos. Y ahora voy a decir algo increíble,
pero Cristo es testigo de que no es falso. ¿Quién no se la hubiera
imaginado en tal situación como a una loca, desgrañados los cabellos,
rasgado el vestido, hiriéndose a golpes el pecho? Pues no se le escapó
ni la gota de una lágrima. Se mantuvo inmóvil y, postrada a los pies de
Cristo, como se se agarrara a El, dijo sonriendo: «Ahora, Señor, te voy a
servir más libremente, ya que me has librado de un peso tan grande.
Pero ¿fue tal vez vencida en lo demás? Todo lo contrario. En el único
hijo que le había quedado demuestra con qué espíritu los había
despreciado, pues habiéndole cedido todo lo que poseía, al comienzo
del invierno se embarcó rumbo a Jerusalén.
7 ¿Te imaginas las cruces que tendrá que soportar Blesila, y los
tormentos que sufrirá al ver que Cristo está enojado contigo? Estará
gritando a la que así llora: «Madre, si alguna vez me has querido, si me
crié a tus pechos, si fuí instruida por tus amonestaciones, no tengas
celos de mi gloria, no hagas nada que pueda separarnos eternamente.
¿Crees que estoy sola? En tu lugar tengo a María, la madre del Señor.
Aquí veo a muchas a quienes antes desconocía. ¡Cuánto mejor es esta
compañía! Tengo conmigo a Ana, la que en otro tiempo profetizó, según
el evangelio <36>. Y para que tu alegría sea mayor, yo he logrado en
tres meses lo que ella consiguió después de muchos años de trabajo.
Hemos recibido la misma palma de castidad. ¿Tienes lástima de mí
porque he dejado el mundo? A mí, en cambio, me da lástima vuestra
suerte, porque estáis aun encerradas en la cárcel del siglo y teniendo
que luchar diariamente, unas veces os acomete la ira, otras la avaricia,
otras la sensualidad, o en fin, los incentivos de todos los vicios os
empujan hacia la perdición. Si realmente quieres ser mi madre,
procura agradar a Cristo. Yo no reconozco por madre a la que
desagrada a mi Señor». Estas y muchas otras cosas que callo está ella
diciendo a la vez que ruega a Dios por tí. Y, tal como la conozco
también para mi impetra el perdón de mis pecados, en reconocimiento
de mis avisos y exhortaciones y por haber yo asumido la malquerencia
de sus parientes a cambio de que ella se salvara.
8 Así, pues, mientras mi alma dé vida a estos miembros, mientras
goce del viaje de la vida presente, yo juro, prometo y me obligo: a ella
cantará mi lengua, a ella serán dedicados mis trabajos; por ella sudará
mi ingenio. No habrá ni una página mía en la que no suene Blesila.
Adonde quiera que llegaren los ecos de mi palabra, hasta allá
peregrinará Blesila con mis escritos. Vírgenes, viudas, monjes,
sacerdotes que me lean, sabrán que la llevo grabada en mi alma. El
breve espacio de su vida quedará compensado por un recuerdo eterno.
La que ahora vive con Cristo en los cielos, vivirá también en la boca de
los hombres. La edad presente pasara también, seguirán siglos que
están aún por venir y juzgarán sin amor ni odio: su nombre será puesto
entre los de Paula y Eustoquia. Jamás ha de morir en mis libros. Ella
me ha de oír siempre hablar con su hermana y con su madre.
<2> Lc 23,43.
<9> Ex 18,20.
<19> Jn 1,5.
<26> Ibid.
<29> Cf 1 Pe 2,9.
<32> Ibid.
<33> Lc 8,52.
<34> Lc 24,5.
<35> Jn 20,17.
1 Los médicos que llaman cirujanos son tenidos por crueles y son
realmente desdichados. Porque ¿no es una desdicha dolerse de las
heridas ajenas y tener que cortar con hierro compasivo las carnes
muertas, y, a tener que curar, no sentir horror de lo que horroriza al
que es curado, y encima ser tenido por enemigo? Está en la naturaleza
de las cosas el que la verdad sea amarga y los vicios sean considerados
agradables. Isaías, para poner un ejemplo de lo que había de ser la
cautividad inminente, no tuvo empacho en andar desnudo <1>;
Jeremías, es sacado de en medio de Jerusalén y enviado al Eufrates, río
de Mesopotamia, para esconder allí, entre gentes enemigas, donde está
el asirio y los ejércitos de los caldeos, una faja que debía pudrirse <2>;
a Ezequiel se le manda comer un pan hecho de todo género de semillas
y rociado primero con excrementos humanos y luego bovinos <3>, y
termina presenciando con los ojos secos de lágrimas la muerte de su
mujer <4>; Amós es expulsado de Samaría, <5>. Y todo esto, te
pregunto, ¿por qué? Porque eran cirujanos espirituales que cortaban
los vicios de los pecadores y exhortaban a la penitencia. El apóstol
Pablo dice: Me he hecho enemigo vuestro por deciros la verdad <6>. Y,
porque las palabras del Salvador parecían duras, muchos de sus
discípulos le volvieron la espalda <7>.
2 Así, no es de extrañar si también nosotros, al censurar los vicios,
ofendemos a muchos. Me decido a cortar una nariz hedionda, y tiembla
uno que sufre paperas. Quiero criticar a una cornejilla parlera, y
entiende la corneja que también ella está ronca. ¿Acaso hay uno solo en
todo el imperio romano que «tenga las narices cortadas por deshonrosa
herida»? <8>. ¿Acaso es Onaso Segestano el único que con los carrillos
inflados declama palabras hueras e hinchadas como vejigas? Si yo
afirmo que algunos han llegado a no sé qué dignidad a fuerza de
crímenes, perjurios y falsedades, ¿qué tienes tú que ver con eso, tú que
te consideras inocente? Si me río del abogado que necesita de patrono,
si hago mofa de una elocuencia de perra chica, ¿qué tienes tú que ver
con eso, tú que eres elocuente? Si quiero lanzar una invectiva contra
los sacerdotes que andan tras la moneda, tú que eres rico, ¿por qué te
irritas? Si deseo que el cojo Vulcano arda en sus propios fuegos, ¿es
que tú eres huésped suyo, o vecino, para que te esfuerces en apartar al
incendio del templo del ídolo? Ya puedo yo reírme de las larvas, de la
lechuza, del búho, de los monstruos del Nilo; cualquier palabra que yo
diga la consideras dicha contra tí. Sea el que fuere el vicio sobre el que
se blande la punta de mi estilo, enseguida vociferas y dices que se te
designa a ti, y juntando un escuadrón me llevas a juicio y me acusas
neciamente de escritor satírico, siendo así que escribo en prosa. ¿Es
que te crees guapo porque llevas nombre de buen agüero? Como si el
bosque no se llamara lucus porque no luce, tampoco las Parcas
perdonan jamás, y Euménides, o «benignas» son precisamente las
Furias, y la gente llama a los etíopes los de color de plata. Y como te
enfadas siempre que describo a un feo, en adelante voy a cantarte
como a hermoso con Persio: «Que del rey y la reina yerno seas, que las
niñas te arrebaten, y en rosas cuanto pisen tus pies florezca al punto»
<9>.
<7> Jn 6,60.66.
Fecha: 385.
<3> Ex 18,23.
Año 385.
2 Pero vamos a preguntarles una cosa más sutil. Que nos digan qué es
hablar contra el Hijo del Hombre y qué blasfemar contra el Espíritu
Santo. Porque yo afirmo que, según opinión suya, los que en la
persecución negaron a Cristo hablaron contra el Hijo del Hombre; pero
no blasfemaron contra el Espíritu Santo. Pues quien es interrogado si
es cristiano y rsponde que no, niega ciertamente a Cristo, es decir, al
Hijo del Hombre; pero no injuria al Espíritu Santo. Ahora bien: si
negando a Cristo negó tambien al Espíritu, explíquenos el hereje cómo
no peca contra el Espíritu Santo todo el que negare al Hijo del Hombre,
y si piensa que en este lugar hay que entender por Espíritu al Padre, le
diré que del Padre no hizo mención ningún renegado cuando negó. El
apóstol Pedro, en el momento en que, puesto en apuros por la pregunta
de la criada, negó al señor, ¿contra quién se imagina que pecó: contra
el Hijo del Hombre o contra el Espíritu Santo? Si quiere interpretar
ridículamente lo de: No conozco a ese hombre <2>, en el sentido de
que no negó a Cristo, sino a un hombre, dejará como embustero al
Salvador, que predijo había de ser negado El mismo, es decir, el Hijo de
Dios. Y si negó al Hijo de Dios, y por eso lloró amargamente y con una
comfesión triple borró más tarde su triple negación, es evidente que
sólo es irremisible el pecado contra el Espíritu Santo que lleva consigo
blasfemia, es decir que, no obstante ver a Dios en los milagros, se
atribuyen los hechos a Belcebú. Demuestre, pues, que algún apóstata
llamó Belcebú a Cristo, y yo le concederé que el apóstata no puede
obtener perdón. Una cosa es rendirse a los tormentos, negar que es
cristiano y otra llamar diablo a Cristo, como te lo puede poner de
manifiesto la Escritura leída atentamente en todo su contexto.
<1> Mt 12,32.
<2> Mt 26,72.
Quédese Roma con sus tumultos, que la arena se encrespe, sigan las
locuras de su circo, sus teatros fomenten la lujuria y, como hay que
decir también algo de los nuestros, que el senado de las matronas siga
siendo diariamente visitado. Para nosotros lo bueno es estar junto a
Dios, poner en el Señor nuestra esperanza <5>, para que cuando la
miseria presente sea sustituida por el reino de los cielos, podamos
irrumpir en el grito: ¿No te tengo a tí en el cielo?, y contigo, ¿qué me
importa la tierra? <6>. Es decir que, al encontrar tanto como
encontraremos en el cielo, nos dolerá haber buscado en la tierra cosas
mezquinas y caducas.
<2> Lc 12,20.
Año 385.
5 A unos les gusta bañarse todos los días; otros tienen por sordidez
esas limpiezas. Tú eructas ave y alardeas de haber comido esturión; yo
lleno mi estómago de habas. A tí te encantan los corrillos de quienes
ríen a carcajadas; a Paula y a Melania, los de quienes lloran. Tú
codicias lo ajeno; ellas menosprecian aun lo suyo. A ti te agradan los
vinos endulzados con miel; ellas beben agua fresca, que es más suave.
Tú tienes por pérdida cuanto en esta vida no hayas bebido o comido o
devorado; ellas echan de menos lo venidero y creen ser verdad cuanto
está escrito. Según tú, la resurrección de los cuerpos es una inepcia y
un cuento de viejas. Y a ti ¿qué más te da? A nosotros, por el contrario,
nos desagrada tu vida. Que te aproveche tu gordura; a mí me gusta
estar flaco y pálido. Tú tienes por desdichados a esos tales; nosotros te
tenemos a ti por más desdichada. Nos volvemos sentencia por
sentencia: unos a otros nos tenemos por locos.
<4> Jn 8,48.
Tras siete años de vacío epistolar bien sea porque Jerónimo no escribió
cartas en este tiempo o, lo que es más probable, porque no se
conservan llega a Roma, desde Tierra Santa, esta misiva firmada por
Paula y Eustoquia. La mano de Jerónimo no parece que ande lejos. En
ella se invita a Marcela a que se les una en el retiro de Tierra Santa.
Dados los argumentos que utilizan las fervientes moradoras de Belén,
no es fácil que el corazón de Marcela quedara indiferente ante su
requerimiento. Pero la carta no tuvo el efecto deseado. La permanencia
de Marcela en Roma posiblemente fue un acto de responsabilidad para
con «el coro de vírgenes», que tanto dependían de ella. Además, de esa
forma se constituyó en la gran propagandista de los escritos de
Jerónimo, no sólo en Roma, sino en todo Occidente.
Esta es la ciudad de la que, una vez que el filisteo enemigo fue vencido
y la audacia de su frente diabólica herida, una vez que aquél cayó de
bruces, una muchedumbre de almas exultantes salió formando cortejo
y un coro jubiloso celebró la victoria de nuestro David sobre los diez
mil. En ella, el ángel que empuña la espada y devasta todo el orbe de la
impiedad señaló en Orna, territorio del rey de los jebuseos, el templo
del Señor, señalando ya entonces que la Iglesia de Cristo no se
levantaría en Israel, sino entre los gentiles. Acuda al Génesis <3> y
hallarás que el príncipe de esta ciudad es Melquisedec, rey de Salem,
quien ya entonces ofreció en prefiguración de Cristo el pan y el vino, y
consagró el misterio cristiano del cuerpo y la sangre del Salvador.
Los idiomas difieren, pero la piedad es una sola. Hay caso tantos coros
de salmodiantes como variedades de naciones, y en medio de todo esto,
la que sin duda es la primera virtud de los cristianos, ninguna
arrogancia, ningún engreimiento por razon de la continencia: la única
porfía entre todos es la humildad. El último de todos es tenido por el
primero. En el vestido, ninguna singularidad, ninguna ostentación.
Cada uno va donde le place, sin que por ello se le vitupere ni alabe.
Tampoco los ayunos enorgullecen a nadie: ni se encomia la abstinencia
ni se condena la hartura moderada. Cada uno se mantiene en pie o cae
para su señor <27>. Nadie juzga a otro para no ser juzgado por el
Señor. Y lo que en la mayoría de las provincias es cosa corriente,
herirse mutuamente a mordiscos, aquí se desconoce en absoluto. Ni
sombra de lujo, ni sombra de placer.
Cierto que allí está la santa Iglesia, allí están los trofeos de los
apóstoles y mártires, la verdadera confesión de Cristo y la fe predicada
por los apóstoles; allí, hundida en la gentilidad, el nombre cristiano se
levanta cada día más alto. Pero el fausto mismo, el poder, la grandeza
de la urbe, el ser vistos y ver, ser visitados y visitar, alabar y denigrar,
el oír hablar y tener que aguantar aunque sea de mala gana tanta
aglomeración de gentes, todo eso son cosas ajenas a la profesión y a la
paz de los monjes. Porque o bien vemos a los que vienen hacia
nosotros, y perdemos el silencio, o no los vemos, y entonces de nos
tacha de soberbios. a veces también, para corresponder con nuestros
visitantes, tenemos que ir ante ostentosas portadas, y entre las
habladurías mordaces de los criados, entramos nosotros por puertas
doradas. Por el contrario, en este pueblecillo de Cristo, como ya hemos
dicho, todo es rusticidad, y fuera de los salmos todo es silencio. Vayas
donde Vayas, el labrador, esteva en mano, canta el aleluya, el segador,
chorreando de sudor, se recrea con los salmos, y el viñador, mientras
poda las vides con su corva hoz, entona algún poema davídico. Tales
son las ccantinelas de esta tierra; éstas son, como se dice
vulgarmenrte, las canciones amatorias, esto silba el pastor, éstas son
las herramientas de cultivo.
<5> Ef 5,14.
<7> Mt 23,38ss.
<9> Mt 28,19.
<12> Is 11.10.
<13> Ap 11,7-8.
<14> Ap 11,1-2.
<15> Ap 21,16-18.
<16> Ex 16,55.
<17> Jud 5.
<18> Ibid 6.
<19> Ibid 7.
<20> Mt 27,51ss.
<21> Sal 131,7.
<22> Mt 5,35.
<26> Mt 24,28.
<28> Ap 18,4.
He escrito un libro Sobre los varones ilustres desde los apóstoles hasta
nuestros días, imitando a Suetonio Tranquilo y al griego Apolonio, y
después de catalogar a tantos y tantos, al final del volumen me he
puesto también a mí mismo como a un abortivo y el más insignificante
de todos los cristianos. Allí tuve necesidad de anotar brevemente todo
lo que he escrito hasta el año decimocuarto del emperador Teodocio.
Este libro puedes procurártelo de los que arriba te digo, y cuanto te
faltare del catálogo, mandaré que poco a poco te lo copien si lo deseas.
1 El pudor pide a veces que calle aun ante los amigos, y que la propia
humildad se consuele con el silencio, antes de incurrir en pecado de
ambición reanudando viejas amistades. Mientras has callado, también
yo he callado, y jamás he querido pedir explicaciones sobre este punto
para no dar la impresión de que buscaba yo más bien al poderoso que
no al amigo. Pero ahora que me has provocado con el obsequio de tu
carta, intentaré tomar la delantera, y no tanto voy a contestar cuanto a
escribir. Así se verá que si hasta el presente he callado discretamente,
no menos discretamente empiezo ahora a hablar.
¿O es que soy yo un novicio en las Escrituras, que lee por primera vez
ahora los sagrados volúmenes, y no he sabido seguir la línea y, como
quien dice, el tenue hilo que separa la virginidad del matrimonio? Por
lo visto ignoraba yo el dicho: No quieras ser damasiado justo <1>, y
mientras me cubría un flanco, fui herido en el otro; y para hablar más
claramente, mientras combato cuerpo a cuerpo con Joviniano, me
atraviesa Manes las espaldas. Escucha, por favor, lo que dije justo al
principio de mi obra: «Pero tampoco menospreciamos el matrimonio,
siguiendo la doctrina de Marción y de Manes. Ni engañados por el
error de Taciano, príncipe de los encratitas, tenemos toda unión por
impura; él no sólo condena y reprueba el matrimonio, sino también los
alimentos que Dios creó para nuestro uso. Sabemos que en toda casa
grande no sólo hay vasos de oro y plata, sino también de madera y
barro; así también sobre el fundamento de Cristo, que echó el
arquitecto Pablo <2>, uno edifica oro, plata, piedras preciosas; otro
por el contrario, hierbas, madera y paja.
De quien dice ser mandato de Dios no abandonar las esposas, y que sin
mutuo acuerdo no puede el hombre separar lo que Dios ha unido, ¿de
uno así puede decirse que condene el matrimonio? Pero cada uno tiene
de Dios su gracia particular, uno de manera y otro de otra <11>. Esto
es lo que dijimos al exponer esta sentencia: «Queda claro, dice, lo que
yo quiero. Pero como en la Iglesia hay diversos dones, concedo también
el matrimonio, para que no parezca que condeno la naturaleza». Fíjate
de paso cómo el don de la virginidad es distinto del don del
matrimonio. en efecto, si la recompensa de las vírgenes y las casadas
fuera la misma, nunca habría dicho el Apóstol después del precepto de
la continencia: Pero cada uno tiene de Dios su gracia particular, uno de
una manera y otro de otra. En las cosas que tienen propiedades
particulares, allí hay diversidad mutua. Yo concedo que el matrimonio
es un don de Dios, pero entre don y don hay mucha diferencia.
También en otro pasaje, al explicar el texto del Apóstol que dice: ¿Estás
unido a la mujer? No busques la separación. ¿Esás desligado de mujer?
No busques mujer <26>, expuse inmediatamente lo siguiente: «Cada
uno de nosotros tiene sus derechos bien delimitados; dame lo que es
mío y guarda tú lo tuyo. Si estás ligado a mujer, no la repudies; si yo
estoy libre de mujer, no quiero buscar mujer. Como yo no desato los
matrimonies una vez que se han contraído, tampoco tú pretendas atar
lo que está suelto» <27>.
Además, ¿cómo puede haber un censor tan injusto de mis obras que
diga que yo condeno el primer matrimonio, cuando ha podido leer que
incluso hablo de las segundad nupcias? «El Apóstol concede las
segundas nupcias, pero a las que las quieren, a las que no pueden
contenerse, no sea que después de haber gozado los placeres
contrarios a Cristo quieran casarse, incurriendo en la condenación de
haber roto su primer compromiso <31>. Y esto lo concede porque
muchas se fueron ya detrás de Satanás. Por lo demás, serán mucho
más felices si permanecen así. Y en seguida aduce su autoridad
apostólica: Segun ni consejo. Y para que su autoridad de apóstol no
fuera tenida en poco, añadió: Ahora bien, pienso que también yo tengo
el Espíritu de Dios <32>. Cuando invita a la continencia, no se trata de
consejo de hombre, sino del Espíritu de Dios; pero cuando concede
permiso de casarse, no mienta al Espíritu de Dios, sino que emite un
consejo de prudencia, cediendo ante cada uno, conforme a lo que
puede sobrellevar» <33>.
Y una vez recogidos los textos en que el Apóstol concede las segundas
nupcias, añadimos inmediatamente: «Del mismo modo que, para evitar
el peligro de la fornicación, se concede a las vírgenes el matrimonio y
se hace excusable lo que de suyo no sería de desear, así también el
peligro de fornicación hace que a las viudas se les conceda un nuevo
matrimonio. Pues vale más conocer a un solo marido, aunque sea el
segundo o el tercero, que varios, es decir, es más tolerable prostituirse
a un solo hombre que a muchos» <34>.
Así, pues, como había empezado a decir, Cristo virgen y María virgen
consagraron para uno y otro sexo los comienzos de la virginidad. Los
apóstoles, o fueron vírgenes o continentes después del matrimonio. Los
obispos, presbíteros y diáconos son elegidos o vírgenes o viudos, o por
lo menos, después del sacerdocio, permanecen castos para siempre. ¿A
qué viene engañarnos a nosotros mismos e irritarnos de que, ansiando
constantemente la unión conyugal, se nos nieguen los premios de la
castidad? Queremos comer opíparamente, aferrarnos a los abrazos de
nuestras esposas y reinar con Cristo en el número de las vírgenes y las
viudas. ¿Puede tener el mismo galardón el hambre y la glotonería, los
harapos y el lujo, el cilicio y la seda? Lázaro recibió sus males en vida,
mientras aquel rico vestido de púrpura, gordo y rozagante, gozó de los
bienes de su carne mientras vivió; pero, después de la muerte, ocupan
lugares muy distintos: la miseria se trueca en deleite y los deleites en
miseria. En nuestra mano está seguir a Lázaro o al rico.
<13> Ibid.
<14> 1 Pe 3,7.
<34> Ibid.
<45> Is 24,16.
<50> Ex 3,4.
<66> Ibid.
<75> Mt 6,24.
<76> Gál 5,17.
«Oiga por lo menos, a través de las tierras, mares y pueblos que se nos
interponen, el eco de mi clamor: no condeno las nupcias, no condeno el
matrimonio». Ya no sabe Jerónimo cómo defenderse de los
malentendidos que está provocando el libro Adversus Iovinianum.
Algunos, en Roma, «un monje charlatán y denigrador», parece tener
especial interés en airearlos y aun acrecentarlos. Es quien arranca de
Jerónimo este grito de indignación y de impotencia. No sabemos de
quien se trata. Jerónimo, como es su costrumbre en los casos
polémicos, no da el nombre del contendiente, que por lo demás se ve
que está en la mente de su corresponsal. Es probablemente alguno de
los que en la carta 53, a Paulino, describe con estas palabras: «algunos,
con grave sobrecejo y empleando palabras grandilocuentes, filosofan
sobre las Sagradas Escrituras entre mujerzujelas.
<9> Is 50,6.
<10> 1 Pe 2,23.
<11> Lc 23,34.
¿Qué es lo que has podido pensar para irritarte tan gravemente contra
mí y atacarme por una obra de Dios que ha sido llevada a cabo para
edificación de los hermanos y no para destrucción? Otra cosa me ha
sorprendido poderosamente y es que hayas hablado con mis clérigos,
aseverándoles que por medio del santo Gregorio, presbítero y padre de
monjes, me advertiste que no ordenara a nadie, cosa que yo te habría
prometido diciendo: «¿Es que soy un chiquillo que ignora los
cánones?». Oye, pues, la verdad en la palabra de Dios: yo no he oído ni
sé nada de eso, ni recuerdo en absoluto tal promesa. Pero admitiendo
que como hombre he podido olvidarme de ella lo mismo que de otras
cosas, he consultado a este propósito al santo abad Gregorio y al
presbítero Zenón, que está con él. El abad Gregorio me ha respondido
que lo ignoraba totalmente. Zenón dijo que el presbítero Rufino,
hablando de no sé que asuntos, le preguntó como de pasada: «¿Sabes si
el santo obispo va a ordenar a alguno?», y que aquí terminó la
conversación. Y yo, Epifanio, ni oí ni respondí cosa alguna. Por
consiguiente, querido mío, no te dejes llevar por el furor. No se apodere
de ti la indignación, no te alteres innecesariamente y lamentando de lo
de otros incurras tú mismo en ocasión de pecado. Esto es lo que
trataba de evitar el profeta cuando oraba a Dios: No inclines mi
corazón a palabras de maldad para buscar excusas en los pecados <4>.
Otro punto. ¿Quién podrá soportar que Orígenes diga que las almas
hayan sido ángeles en el cielo, que una vez que pecaron allá arriba
fueron arrojadas a este mundo y, relegadas a estos cuerpos como a
tumbas y sepulcros, pagan la pena de antiguos pecados, y que los
cuerpos de los creyentes no son templos de Cristo, sino cárceles de
condenados? Seguidamente, pervirtiendo la verdad de la historia con la
mentira de la alegoría, multiplica las palabras hasta el infinito y engaña
a las gentes simples con diversos argumentos: unas veces afirma que,
según la etimología griega, las almas se llaman así porque, al bajar de
las regiones celestes a estas inferiores, perdieron el calor original;
otras, que el cuerpo se llama en griego, es decir, «vínculo» o
«atadura» o, según otra propiedad, «cadáver», por haber caído en él
las almas del cielo; pero que la mayor parte, según el rico ajuar de la
lengua griega, traducen cuerpo ( ) por sema, es decir «memorial»,
porque el cuerpo tiene encerrada al alma como los sepulcros y tumbas
encierran los cadáveres de los muertos. Pero si esto es verdad, ¿dónde
queda nuestra fe, dónde el mensaje de la resurrección, dónde la
doctrina apostólica que perdura hasta este momento en las iglesias de
Cristo, dónde aquella bendición dirigida a Adán y a su linaje, y a Noé y
a sus hijos: creced y multiplicaos y llenad la tierra <6>. Ya no será
bendición, sino maldición, según Orígenes, o que convierte a los
ángeles en almas y los hace descender de la sublime cumbre de su
dignidad a las regiones inferiores, como si, de no haber pecado los
ángeles, Dios no pudiera dar al género humano las almas a manera de
bendición, y hubieran de producirse previamente en el cielo tantos
desastres cuantos nacimientos en la tierra.
<2> Mt 5,22.
<19> Is 32,6.
<29> 1 Jn 3,2.
<32> Mt 5,8.
Mucho más viejo que David era Abrahán, y, sin embargo, mientras vivió
Sara, no buscó otra mujer; Isaac tuvo el doble de años que David, y
jamás sintió frío con Rebeca, vieja ya. Nada digo de aquellos varones
anteriores al diluvio: sus miembros, a los novecientos años de edad,
tenían que estar, no digo viejos, sino casi deshechos, y nunca buscaron
el abrazo de mozas. Por lo que respecta a Moisés, jefe del pueblo
israelita, tenía ciento veinte años <4> y no cambió a Séfora por otra.
3 ¿Quién es, pues, esta Sunamita, casada y virgen tan ardiente que
podía calentar al frío, y tan santa que no inducía a la pasión a quien
había hecho entrar en calor? Que el sapientísimo Salomón nos explique
los deleites de su padre, y el que fué pacífico nos cuente los abrazos del
varón guerrero: Adquiere la sabiduría, adquiere la inteligencia. No
olvides las palabras de mi boca ni te desvíes de ellas. No la abandones
y ella te sostendrá; ámala y ella será tu defensa. Principio de la
sabiduría: Adquiere la sabiduría y, a todo trance, adquiere la
inteligencia. Haz acopio de ella y te exaltará; hónrala y te abrazará,
para que ponga en tu cabeza corona de gracia y una corona de deleites
te proteja <5>.
En los viejos, casi todas las virtudes del cuerpo se alteran, y mientras la
sabiduría es la única que empieza a crecer, todas las demás van
decreciendo: los ayunos, el dormir en el suelo, el andar de acá para
allá, el hospedaje de los peregrinos, la defensa de los pobres, la
resistencia para estar de pie en oración, las visitas a los enfermos, el
trabajo manual con el que poder hacer limosnas, y. por no alargar el
discurso, todas las actividades corporales van disminuyendo al
quebrantarse el cuerpo.
Con esto no pretendo decir que en los jóvens y en los hombres de edad
madura - al menos en aquellos que con esfuerzo y aplicado estudio, a la
vez que con la santidad de su vida y la frecuente oración a Dios han
adquirido la ciencia - se haya enfriado esa sabiduría que en la mayoría
de los viejos empieza a marchitarse por la edad. Lo que quiero decir es
que la adolescencia ha de sostener muchos combates del cuerpo, y
entre los incentivos de los vicios y los halagos de la carne queda
ahogada como fuego de leña demasiado verde y no logra desplegar
todo su esplendor. La vejez, por el contario, otra vez lo advierto, la
vejez de quienes adornaron su juventud con nobles artes y meditaron la
ley del Señor día y noche <6>, se hace más docta con la edad y más
práctica con la experiancia, más prudente con el andar del tiempo, y de
los esfuerzos pasados termina recogiendo dulcísimos frutos.
De ahí que aquel sabio de Greecia, viéndose morir a los ciento siete
años cumplidos, se dice que dijo que lamentaba tener que abandonar la
vida precisamente cuando empezaba a ser sabio. Platón murió a los
ochenta y un años escribiendo. Isócrates cumplió sus noventa y nueve
años en la tarea de enseñar y escribir. Nada digo de otros filósofos
como Pitágoras, Demócrito, Jenócrates, Zenón, Cleante, quienes en
edad ya avanzada florecieron en el estudio de la sabiduría. Paso a los
poetas, Homero, Hesíodo, Simónides, Estesícoro, ya viejos y cercanos a
la muerte, cantaron tadavía como un canto de cisne, muy superior a lo
que nos tenían acostumbrados. Sófocles fue acusado por sus hijos de
viejo caduco, que descuidaba la administración de su hacienda; pero él
recitó a los jueces la tragedia de Edipo, que acababa de componer y, a
su ya quebrantada edad, dio tal muestra de saber, que trocó la
severidad del tribunal en aplausos de teatro. Ni es tampoco de extrañar
que Catón, el más elocuente entre los romanos, hombre severo, no se
avergonzara de aprender, ya viejo, las letras griegas ni desesperara de
salir con el intento. Homero cuenta que de la boca del viejo y casi
decrépito Néstor «fluía la voz más dulce que la miel» <7>.
También estoy enterado del torpe servicio que algunos prestan a viejos
y viejas sin hijos. Ellos mismos les ponen el vaso de noche, sitian su
lecho y reciben en sus propias manos las purulencias del estómago y
las flemas de los pulmones. Se sobresalatan cuando entra en médico, le
preguntan con trémulos labios si el enfermo va mejor, y si el viejo
convalece un poquillo, ellos se ven en peligro; simulan alegría, pero
interiormente su alma avara sufre una verdadera tortura. Pues, en
realidad, lo que temen es perder la paga de su servicio, y así, al viejo
correoso lo comparan con el mismo Matusalén. ¡Qué magnífico
galardón ante el Señor si ese infeliz no esperara la paga acá abajo!
¡Con cuánto sudor se busca una herencia perecedera! Con menos
trabajo podría comprarse la perla preciosa de Cristo.
En la Iglesia, uno es ojo, otro lengua, otro mano, otro pie, otro oído,
vientre, etc. Lee la carta de Pablo a los corintios: los miembros, siendo
distintos, constituyen un solo cuerpo. Que ni el hermano ignorante y
simple se crea más santo por el hecho de no saber nada, ni tampoco el
ilustrado y elocuente ponga la santidad en su bien hablar. De tener que
escoger ambos defectos, es mejor tener una santa ignorancia que una
elocuencia pecadora.
Por otra parte, si sólo aprendemos la letra y nos gusta la simple historia
en lo referente al oro y las riquezas, entonces no sólo conservemos lo
del oro, sino también lo demás: que los obispos de Crisrto se casen con
mujeres vírgenes; que se niegue el sacerdocio a quien tenga una
cicatriz o sea deforme, aun cuando tenga buen juicio; preocupe más la
lepra del cuerpo que los vicios del alma; crezcamos y
multipliquémonos, y llenemos la tierra; no inmolemos el cordero ni
celebremos la Pascua mística, ya que la ley prohíbe que esto se haga
fuera del templo; plantemos nuestra tienda el séptimo mes y
proclamemos con la trompeta el ayuno solemne. Pero si comparando lo
espiritual con lo espiritual, y sabiendo con Pablo que la ley es
espiritual, y cantando las palabras de David: despierta, Señor, mis ojos,
y consideraré las maravillas de tu ley <32>, si todo esto lo entendemos
tal como nuestro Señor mismo lo entendió y tal como él explicó el
sábado, entonces o repudiamos el oro con todas las demás
supersticiones judaicas, o, si nos gusta el oro, también han de
gustarnos los judíos, puesto que hemos de aprobarlos o repudiarlos por
la misma razón que al oro.
Nunca huelas a vino, para no tener que oír lo del filósofo: «esto no es
dar un beso, sino exhalarlo». El Apóstol condena a los sacerdotes
violentos, y la ley antigua los prohíbe. Los que sirven al altar no beban
ni vino ni sidra <34>. Por sidra se entiende en hebreo toda bebida que
pueda embriagar, bien se confeccione por fermento o por jugo de
manzanas, ya se cuezan los panales, de los que sale una pócima más
dulce y bárbara, ya se exprima el jugo de los dátiles o se destile la
melaza de frutos cocidos. Huye de todo lo que embriaga y trastorna el
juicio lo mismo que del vino. No digo esto con intención de condenar lo
que Dios ha hecho, puesto que el mismo Señor fue llamado bebedor de
vino <35>, y a Timoteo, que sufría del estómago, se le permite beber
un poco de vino <36>; lo que pido es moderación en la bebida de
acuerdo con la edad y la salud, y teniendo en cuenta la complexión del
cuerpo. Si aun sin vino me abraso, si me abraso por el vigor de mi
juventud y por mi sangre caliente, teniendo como tengo un cuerpo
lozano y robusto, prefiero dejar voluntariamente la copa en la que
puede haber veneno. Bellamente se dice entre los griegos, y no sé si en
nuestra lengua sonará lo mismo: «vientre obeso no engendra ingenio»
<37>.
<11> Lc 12,49.
<12> Lc 24,32.
<15> Mt 24,12.
<25> 1 Pe 3,16.
<28> 1 Pe 5,2-4.
Paulino, el futuro obispo de Nola, está dando los primeros pasos por el
camino de la entrega al servicio de Dios. Había nacido hacia el año
353, de una familia senatorial, en Burdeos. Estaba emparentado con la
familia de los Anicios, a la que pertenecía Melania. Formado en
Burdeos, bajo la dirección del poeta Ausonio, a los veinte años se
traslada a Roma. El año 379 sería nombrado gobernador de Campania.
En la ciudad de Nola tendrá ocasión de visitar el sepulcro de San Félix,
del que se hará ferviente devoto. Contrajo matrimonio con Terasia, una
mujer hispana. Recibe el bautismo el 390. Al poco tiempo con el
consentimiento y acompañamiento de su mujer, resuelve abandonar el
mundo y dedicarse a la vida espiritual. En Barcelona sería ordenado
sacerdote, y el 395 se recluye en Nola, junto al sepulcro de San Félix.
Allí es elegido obispo de la ciudad el año 409, y allí morirá el 431.
2 Pero ¿qué falta hace hablar de los hombres del siglo cuando el
apóstol Pablo, vaso de eleción y maestro de las naciones, consciente del
huésped que lleva consigo dice: O es que queréis probar al que habla
en mí, Cristo? <1>. Dspués de recorrer Damsco y Arabia, subió a
Jerusalén para ver a Pedro y permaneció con él quince días, pues el
doctor de las naciones tiene que ser instruido con este magisterio de la
hebdómada y de la ogdóada. Luego, después de catorce años <2>,
tomando consigo a Bernabé y a Tito, expuso su evangelio a los
apóstoles, para evitar el riesgo de correr o haber corrido en balde. La
viva voz tiene no sé qué de oculta eficacia y, transmitida de boca del
autor en los oídos del discípuolo, resuena con más fuerza. Por eso,
cuando Esquines, estando desterrado en Rodas, oyó leer el famoso
discurso que Demóstenes había pronunciado contra él, en medio de la
admiración y la alabanza de todos, dando un suspiro dijo: «Imaginaos si
hubierais oído a la bestia rugiendo con sus mismas palabras» <3>.
¿Por qué se le llama a Pablo vaso de elección? <12>. Sin duda, porque
era vaso de la ley y armario de las Escrituras santas. Los fariseos se
quedan estupefactos de la doctrina del Señor, se admiran de que Pedro
y Juan conozccan la ley no habiendo aprendido las letras. Y es que lo
que a otros suelen conceder la ascesis y la meditación diaria de la ley, a
ellos se lo inspiraba el Espíritu Santo, y eran, como está escrito,
«teodidactas» <13>. Doce años había cumplido el Salvador y cuando,
en el templo, pregunta a los ancianos sobre cuestiones de la ley, más
bien les enseña con su modo sabio de preguntar.
4 Y no vamos a decir que Pedro era rústico y rústico Juan; pues los
dos podrían decirnos: Si en mi modo de hablar soy inculto, no así en la
ciencia <14>. ¿Juan rústico, pescador e ignorante? ¿Y de dónde vienen,
pregunto yo, aquellas sublimidades: En el principio era la Palabra, y la
Palabra estaba cabe Dios, y la Palabra era Dios? <15>. «Logos», en
griego, significa muchas cosas: palabra, razón, causa de todo ser,
aquello por que que subsiste cada cosa singular. Todo esto lo hemos
entendido nosotros correctamente. Platón lo ignoró; Demóstenes, el
gran orador, no lo supo. Destruiré - dice - la sabiduría de los sabios y
rechazaré la inteligencia de los inteligentes <16>. La verdadera
sabiduría destruye la falsa sabiduría, y aun cuando es necedad predicar
la cruz, Pablo proclama la sabiduría entre los perfectos, no la sabiduría
de este siglo ni de los príncipes de este siglo, pues serán destruídos,
sino la sabiduría de Dios oculta en el misterio, la que Dios predestinó
antes de los siglos <17>. La sabiduría de Dios es Cristo, pues Cristo es
fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Esta sabiduría está oculta en el
misterio, y a ella alude el título del Salmo 90, que se titula «para los
secretos del hijo», en quien están escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y de la ciencia <18>. Y por estar oculto en el misterio fue
predestinado antes de los siglos, pero predestinado prefigurado en la
ley y en los profetas. por eso los profetas se llamaban también videntes,
pues veían lo que los demás no veían. Abrahán vio el día de Cristo y se
alegró. A Ezequiel se le abrían los cielos, que estaban cerrados para el
pueblo pecador. Abreme los ojos - dice David - y contemplaré las
maravillas de tu ley <19>. Y es que la ley es espiritual y es necesario
levantar el velo para entenderla y contemplar la gloria de Dios a cara
descubierta.
El libro del Levítico es fácil; en él cada sacrificio, cada sílaba casi, las
vestiduras de Aarón y todo el orden sacerdotal, respiran misterios
celestes.
Paso a hablar de Jesús Navé, figura del Señor no sólo en las hazañas,
sino también en el nombre: atraviesa el Jordán, destruye los reinos de
los enemigos, reparte la tierra al pueblo, monte, río, torrente o
frontera, describe los reinos espirituales de la Iglesia y de la Jerusalén
celeste.
En el libro de los Jueces hay tantas figuras como caudillos del pueblo.
Rut, la moabita, realiza el oráculo de Isaías sobre el país de Moab:
Envía, Señor, al cordero dominador de la tierra, desde Petra del
desierto hasta la montaña de la hija de Sión <29>.
Joel, hijo de Batuel, describe la tierra de las doce tribus arrasada por la
oruga, el pulgón, la langosta y el saltón <30>; y predice que después
de la destrucción del pueblo primero, el Espíritu Santo derramaría
sobre los siervos y siervas de Dios, es decir, sobre las ciento veinte
personas de los creyentes, y se derramaría en el cenáculo de Sión. Esos
ciento veinte se forman sumando al uno, en progresión aritmética, el
uno al quince, y constituyen el número de los quince grados que
místicamente se contienen en el salterio.
Abdías significa «siervo del Señor», truena contra Edom, y con lanza
espiritual hiere a este pueblo sanguinario y terreno, simpre celoso de
su hermano Jacob.
Ageo, festivo y jovial, que sembró con lágrimas para recoger con
alegría, reedifica el templo destruido y hace hablar así a Dios Padre:
Dentro de poco haré temblar el cielo y la tierra, y el mar y el árido, y
haré temblar a todas las naciones <37>.
Los Hechos de los Apóstoles parece que suenan a simple historia y que
tejen la infancia de la Iglesia naciente; pero si consideramos que
Lucas, su redactor, es médico, y que su alabanza está en el evangelio
<41>, caeremos en la cuenta de que todas sus palabras son medicina
para el alma enferma.
<7> Ag 2,12.
<8> Dt 32,7.
<15> Jn 1,1.
<20> Ap 3,7.
<29> Is 16,1.
<30> Jl 1,4.
<37> Ag 2,6s.
3 Que cese la saña con que los detractores clavan el diente en el buen
nombre de los cristianos, para que éstos, por miedo del insulto, no
arrastren a la virtud. A no ser por carta, nos desconocemos el uno al
otro; sólo, pues, la piedad está en juego, puesto que no hay noticia
carnal. Honra a tu padre <5>, pero a condición de que no te aparte del
verdadero Padre. En tanto has de reconocer el vínculo de la sangre en
cuanto tu padre reconozca a su Creador. De lo contrario, David te
cantará al punto: Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y
la casa paterna, prendado está el rey de tu belleza, porque El es el
Señor Dios tuyo <6>. Magnífico premio por haber olvidado al padre:
prendado está el rey de tu belleza. Porque has escuchado, porque has
mirado e inclinado tu oído y has olvidado tu pueblo y la casa de tu
padre, el rey está prendado de tu belleza y te dirá: Toda hermosa eres,
amiga mía, y no hay mancha en ti <7>. ¿Qué cosa más hermosa que un
alma que es llamada hija de Dios y no busca adornos de fuera? Creerá
en Cristo, y enriquecida con esta ambición, correrá hacia el esposo,
teniendo al mismo por Señor y por marido.
5 Ten cuidado con las nodrizas y las niñeras y otros animales de ese
estilo, amigos del vino, que desean hartar su vientre con tu piel. Nunca
te aconsejarán lo que te conviene a ti, sino lo que les conviene a ellas, y
te susurrarán con frecuencia: «¿Te vas a consumir sola en juventud
eterna, sin conocer los dulces hijos, ni de Venus las delicias?» <10>.
Donde hay pudor y santidad, allí hay también frugalidad; donde hay
frugalidad, allí hay perjucio para los esclavos. Lo que éstos no se
llevan, piensan que se lo han quitado, y no ven la proporción en que
reciben, sino lo que reciben. Tan prono como ven a un cristiano, le
gritan en lenguaje rastrero: «¡Al griego, al impostor!». Son los que
esparcen los rumores más torpes y fingen haber oído de otros lo que en
realidad ha salido de ellos; ellos mismos son los autores y los
divulgadores. Ahí tiene su origen la difusión de la mentira. primero
llega a las matronas, éstas la airean con sus lenguas, y pronto alcanza
hasta las mismas provincias. Tenías que ver a muchas de ellas
enfurecerse con la boca rabiosa y con el rostro congestionado, ojos de
víbora y dientes pulidos, desgarrar a los cristianos. Sé de una que
«lleva toquilla de color jacinto sobre los hombros, y con voz nasal
profiere ruidosamente despropósitos infectos, a la vez que con débil
paladar estropea las palabras» <11>. Resuena el coro al unísono y
hasta los taburetes rugen. Se les juntan algunos de nuestro orden, que
se dejan morder a la vez que muerden; se muestran locuaces contra
nosotros, pero mudos cuando se trata de ellos mismos. Como si ellos
fueran de otra especie que los monjes, como si lo que se dice contra los
monjes no tocara por igual a los clérigos, que son padres de los monjes.
El deterioro del rebaño redunda en infamia del pastor; igual que, por el
contrario, es de alabar la vida de aquel monje que tiene en gran estima
a los sacerdotes de Cristo y no denigra el ministerio por el que fue
hecho cristiano.
9 Al decir esto no pretendo condenar los alimentos que Dios creó para
que los tomemos con acción de gracias <19>; lo que afirmo es que son
incentivo de pasiones tanto para mozos como para mmozas. Ni los
fuegos del Etna, ni la tierra de Vulcano, ni el Vesubio, ni el Olimpo
calientan con tanto ardor como las médulas juveniles llenas de vino e
inflamadas por la comida. la avaricia es dominada por muchos con sólo
dejar la bolsa; a la lengua maldiciente la frena el silencio forzoso; el
culto al cuerpo y la elegancia en el vestir se cambian en el espacio de
una hora; todos los demás pecados vienen de fuera, y lo que es de fuera
se repele fácilmente. Sólo el instinto carnal, infundido por Dios para la
procreación de los hijos, se convierte en vicio si traspasa sus propios
límites, y por una especie de ley de la naturaleza arde en deseos de
culminar en la unión. Hace falta, pues, mucha virtud y no menos
solicitud y diligencia, para dominar la condición de haber nacido en la
carne y no vivir carnalmente, y para luchar diariamente consigo mismo
y observar, como dice la fábula, con los cien ojos de Argos al enemigo
que llevamos dentro. Esto es lo que con otras palabras decía el Apóstol:
el que fornica, peca contra su propio cuerpo <20>.
Dicen los médicos y los que han escrito acerca de la naturaleza del
cuerpo humano, señaladamente Galeno en los libros titulados De la
higiene, que los cuerpos de los niños y los jóvenes, lo mismo que los de
los hombres y las mujeres de edad adulta, hierven de calor natural, y
para estas edades son nocivos los alimentos que aumentan el calor, y
que el consumo de comidas y bebidas frías ayuda a la salud; por el
contrario, a los viejos que sufren de reumas y de fríos les aprovechan
los alimentos calientes y los vinos añejos. De ahí que el Salvador mismo
nos avise: Vigilad sobre vosotros mismos, no se agraven vuestros
corazoanes en la crápula de la embriaguez y en las solicitudes de la
vida <21>. Y el Apóstol habla del vino en el que hay lujuria <22>. Y no
es de extrañar que el alfarero pensase también eso del vaso que él
mismo habia fabricado, cuando ya el poeta cómico, cuyo oficio es
conocer y pintar las costumbres humanas, había dicho: «Sin Ceres ni
Baco, Venus está fría» <23>.
De ahí proviene que algunos de los que aspiran a una vida casta
sucumben a la mitad del camino; porque se imaginan que la única
abstinencia es la de las carnes, y cargan el estómago de legumbres,
que si se toman con moderación y parquedad serían inocuas. Y si he de
decir lo que siento, nada inflama tanto los cuerpos y excita los
miembros de la generación como la comida indigesta y el eructo
convulso (delante de ti, hija, prefiero que peligre un poco mi urbanidad
que no mi argumento). Ten por veneno todo lo que es germen de placer.
Hay que preferir una comida parca y un estómago siempre apetente a
un ayuno de tres días, y es mucho mejor comer poco a diario que no de
cuando en cuando comer hasta la saciedad. La mejor lluvia es la que
cae suavemente sobre las tierras; un chaparrón repentino y excesivo
estropea los campos.
Paso a la viuda del Evangelio, viuda pobrecilla, más rica que todo el
pueblo israelítico, que tomando un grano de mostaza y echando la
levadura en tres medidas de harina, con la gracia del Espíritu Santo
preparó la confesión del Padre y del Hijo y echó en el cepillo del templo
sus dos ochavos. Era todo lo que pudo recoger de su fortuna, y en el
doble testamento de su fe ofreció todas sus riquezas. Estos son los dos
serafines, que glorifican tres veces a la Trinidad y están escondidos en
el tesoro de la Iglesia, de donde, con las tenazas de los dos
Testamentos, será tomado el carbón ardiente que purifica los labios del
pecador.
Hace dos años publiqué unos libros contra Joviniano en los que con la
autoridad de las Escrituras pulvericé la tesis de mis adversarios, que se
apoyaban en los pasajes donde Pablo concede las segundas nupcias. No
es necesario escribir las mismas cosas íntegramente, pudiendo tú
misma pedir prestados esos escritos. Para no salir de los límites de una
carta, quiero únicamente tenerte advertida de esto: «piensa que
puedes morir cualquier día, y no pensarás en segundas nupcias».
<1> HORACIO, Ars poet. 94.
<3> Lc 9,60.
<4> Jn 2,6.
<5> Ex 20,12.
<9> 2 Pe 2,22.
<13> Ex 33,12.
<14> Lc 7,47.
<17> Ez 18,4.
<21> Lc 21,34.
<22> Ef 5,18.
<23> TERENCIO, Eun. 732.
<30> Lc 6,30.
<33> Parece ser que se refiere a una dama de la familia del emperador
Teodosio, llamada Poemenia. Cf. P. DEVOS, Saint Jeròme contre
Poemenia?: «Analecta Boll» 91 (1973) 117-120.
<35> Ex 15,1.
<36> Lc 2,36.
<40> Is 16,1.
Dicho de otra forma: los otros pecados se quedan fuera, ya que lo que
hacemos lo hacemos en contra de los otros; pero la fornicación no sólo
mancha la conciencia de quien fornica, sino su mismo cuerpo, y según
la sentencia del Señor, en que dice: por esto dejará el hombre a su
padre y a su madre y se unirá con su mujer y se harán una sola carne
<9>, también él se hace un solo cuerpo con la ramera y peca contra su
propio cuerpo al hacer del templo de Cristo el cuerpo de una ramera.
Voy a decir una cosa nueva, o mejor no nueva, sino vieja, pues está
confirmada por al autoridad del Antiguo Testamento. Si abandonare al
segundo marido y quisiera reconciliarse con el primero, no puede. Pues
está escrito en el Deuteronomio: Si un hombre toma mujer y se casa
con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque
descubre en ella algo que le desagrada, le redactará un libelo de
repudio, se lo pondrá en su mano y la despedirá de su casa. Si despues
de salir y marcharse de casa de éste, se casa con otro hombre y luego
este hombre le cobra aversión, le redacta un libelo de repudio, lo pone
en su mano y la despide de su casa (o bien, si llega a morir este otro
hombre, que se ha casado con ella), el primer marido que la repudió no
podrá volver a tomarla por esposa después de haberse hecho ella
impura. Pues sería abominable a los ojos del Señor y tú no debes hacer
pecar a la tierra que el Señor Dios tuyo te da como herencia <23>.
<1> Mt 6,34.
<5> Mt 6,13.
<14> Jn 14,6.
<15> Jn 12,32.
<19> Mt 5,32.
<20> Mt 19,10.
<23> Dt 24,3-4.
Año 394-95.
3 He leído también sobre unos escritos sobre las cartas del apóstol
Pablo que parecen ser tuyos. Al exponer la carta a los gálatas, llegas a
tocar aquel pasaje en que el apóstol Pedro es disuadido de su
perniciosa simulación. Que en ese lugar se haga apología de la mentira,
ya sea por tí, hombre tan destacado, ya sea por otro, si es otro el que
escribió estas cosas, confieso que me causa profundo dolor, al menos
hasta que se refuten las cosas que me escandalizan, si es que pueden
refutarse. Porque a mí me parece peligrosísimo creer que en los libros
santos se contiene mentira alguna, es decir, que en sus libros hayan
podido mentir aquellos autores por cuyo medio nos fué transmitida y
redactada la Escritura. Una cosa es que un hombre bueno pueda en
alguna circunstancia caer en mentira, y cuestión muy diferente que
algún escritor de las Sagradas Escrituras haya podido verse en la
obligación de mentir. Mejor dicho, no es cuestión diferente, sino que no
cabe esta cuestión. Porque, con que se admita una sola vez la mentira
oficiosa en esta cima suprema de la autoridad, no quedará ni una sola
parcela de estos libros que, si resulta difícil por exigencia moral o
imposible de creer, no pueda cada uno referir a la intención o al deber
de mentir del autror, según esa perniciosísima regla. Porque si mentía
el apóstol Pablo cuando reprendió al apóstol Pedro, diciéndole: Si tú,
siendo judío, vives a lo pagano y no a lo judío, ¿por qué obligas a los
gentiles a judaizar?, y le parecía que Pedro había actuado
correctamente, a la vez que dice y escribe que no le parecía actuara
correctamente, y todo simplemente para aplacar el ánimo de los
murmuradores <1>, entonces, ¿qué contestaremos cuando surjan
hombres perversos de los que ya había profetizado el Apóstol <2>,
prohibiendo el matrimonio, y digan que todo aquello que afirmó el
Apóstol acerca del derecho que garantiza el matrimonio <3> fue una
mentira para calmar a aquellos que, por amor a sus esposas, podían
levantar protestas, es decir, que no lo dijo porque lo sintiera, sino para
calmar la animosidad de éstos? No es necesario traer más ejemplos.
4 Yo, por mi parte, mostraría, con todas las fuerzas que el Señor me
infundiese, que todos los textos que se citan para fundamentar la
utilidad de la mentira deben entenderse de modo diferente, de suerte
que siempre se mantenga incólume su verdad. Y en la misma medida
que tales textos no pueden ser mentiras, tampoco pueden favorecer a
la mentira. Pero esto lo dejo a tu buen entendimiento; tú has de verlo
quizá con mayor facilidad que yo si aplicas más diligente atención a la
lectura. Tal atención te la exige la piedad, que te hará ver que la
autoridad de las Divinas Escrituras se tambalea si en ellas cada uno
cree lo que quiere y no cree lo que no quiere, por haberse persuadido
una vez de que los autores por quienes nos fueron entregadas pudieran
mentir oficiosamente en sus escritos. A no ser que tú nos des algunas
reglas para saber cuándo fue necesario mentir y cuándo no. Si esto se
puede hacer, te ruego que no me lo expliques con argumentos falaces y
dudosos. Y por la humanidad veracísima de nuestro Señor, no me
consideres pesado ni descortés, ya que mi culpa no es grande, por no
decir que es nula, y mi error habrá favorecidoa la verdad, si tú puedes
demostrar que la verdad en este caso está en favor de la mentira.
Por eso, también yo, instruido por tales maestros hace unos veinte
años, y engañado ya entonces por un error parecido, si bien no
sospechaba que me sería echado en cara por vosotros, al traducir al
latín la Crónica de Eusebio, en el prefacio, dije entre otras cosas: «Para
quien sigue líneas ajenas es difícil no salirse de ellas en algún punto, y
es tarea dura lograr que lo que está bien dicho en otra lengua conserve
la misma belleza en la traducción. A veces toda una idea está
expresada en una palabra precisa, y yo no dispongo de algo semejante
para expresar lo mismo, y mientras intento dar el sentido de la frase,
después de largo rodeo apenas he descubierto la distancia de un breve
camino. A ello hay que añadir los recovecos del hipérbaton, la
diferencia de los casos, la variedad de las figuras y, en fin, lo peculiar y,
por así decirlo, el genio de toda lengua vernácula. Si traduzco al pie da
la letra, sonará absurdo; si por necesidad cambio algo en el orden del
discurso, parecerá que me salgo de mi tarea de intérprete». Y después
de otras muchas cosas, que huelga repetir aquí, también añadí: «Si
alguien piensa que con la traducción no sufre la gracia de la lenga, que
traduzca a Homero literalmente en latín, diré aún más, que lo pase a
prosa en su misma lengua, y verá que el estilo se hace ridículo y que el
más elocuente de los poetas apenas si sabe hablar».
El mismo evangelista escribe que José, por aviso del ángel, tomó al niño
y a su madre y entró en Egipto, y allí permaneció hasta la uerte de
Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el Señor por boca del
profeta: De Egipto llamé a mi hijo <16>. Eso no lo traen nuestros
códices, pero en el profeta Oseas, según la verdad hebraica, se escribe:
Por ser Israel un niño, lo he amado y de Egipto llamé a mi hijo <17>.
En lugar de eso, en el mismo paso los Setenta tradujeron: Por ser Israel
pequeñuelo, lo he amado, y de Egipto llamé a sus hijos. ¿Habrá que
desautorizar toalmente a los que tradujeron de modo distinto este
pasaje, que se refiere de forma especialísima al misterio de Cristo, o
habrá que perdonarlos como a hombres, según la sentencia de
Santiago: Todos pecamos mucho, y el que no peca en palabras, es
varón perfecto, que puede dominar todo su cuerpo? <18>.
¿Y dónde se halla lo que escribe el mismo evangelista: Y volvió y habitó
en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliera lo que fue
dicho por el profeta, que se llamaría nazareo? <19>. Que estos
cinceladores de palabras, que con sus críticas desdeñan las cuestiones
tratadas, nos respondan dónde lo han leído, y sepan que se encuentra
en Isaías. Pues en el pasaje que nosotros hemos leído y traducido: Y
saldrá una vara de la raíz de Jesé y una flor brotará de su raíz <20>, en
el hebreo, conforme a la propiedad de aquella lengua, está escrito:
Saldrá una vara de la raíz de Jesé y un nazareo brotará de su raíz
<21>. ¿Por qué omitieron eso los Setenta? Si por una parte no es lícito
trasladar palabra por palabra, por otra es un sacrilegio haber
silenciado o ignorado el misterio.
<9> Mc 5,41.
<13> Jn 19,36.
<14> Mt 26,31.
<16> Mt 2,15.
<19> Mt 2,23.
<22> Mt 1,22-23.
<24> Mt 2,5-6.
<25> Miq 5,2, según la Vulgata griega, o koiné, es decir, los LXX.
<27> Mc 1,1ss.
<29> Is 40,3/
<30> Mc 2,25-26.
<37> 1 Pe 2,7.
<41> Mt 27,46.
<43> Is 31,9.
<44> Am 6,5.
4 Me dirás: «¿A qué viene este discurso con tan largo exhordio?».
Pues a que no pienses que falta algo a tu fe si no has visto Jerusalén, ni
nos tengas por mejores a nosotros porque tengamos la dicha de habitar
en este lugar; sino que aquí o en cualquier parte recibirás ante Dios
conforme la recompensa que merecen tus obras. A decir verdad, si he
de confesar con llaneza mi sentir, considerando en primer lugar tu
propósito y luego el fervor con que has renunciado al mundo, pienso
que la diferencia que ha de haber respecto de los lugares consiste en
abandonar las ciudades y el tumulto de las ciudades y vivir en un
pequeño campo, y allí buscar a Cristo en la soledad, orar en el monte a
solas con Jesús, y disfrutar únicamente de los santos lugares vecinos;
en resumen, que renuncies a la ciudad y no abandones tu vocación de
monje. Lo que estoy diciendo no se aplica a los obispos, ni a los
presbíteros, ni a los clérigos en general, que tienen otros deberes; lo
digo del monje, y de un monje en otro tiempo noble según el mundo,
que ha puesto el precio de sus posesiones a los pies de los apóstoles,
enseñando con ello que hay que pisotear el dinero, dispuesto a llevar
una vida en la modestia y en la soledad y a despreciar lo que siempre
había despreciado.
<1> Lc 6,45.
<2> Mt 12,33.
<7> Mt 19,21.
<10> Jn 4,21ss.
<11> Jn 3,8.
<15> Jn 14,31.
<16> Mt 23,38.
<32> Lc 8,8.
<33> Ap 3,7.
<1> 1 Cor2,9.
<4> 1 Jn 3,2.
<5> Cf. 1 Tes 4,13ss.
<8> Jn 20,17.
<11> Is 66,1.
11 ¡Cuántas veces, en cartas venidas del otro lado del mar, me rogó
que le escribiera yo algo! ¡Cuántas veces me recordó al pedigüeño
inoportuno del evangelio y a la viuda que interpelaba al juez duro! Y
negándome yo con el silencio más que por carta, para ver si con el
pudor del que calla ahogaba el pudor del que pedía, me interpuso a su
tío como intercesor, que podía pedir mas libremente por pedir un favor
de otro, y conseguir más fácilmente por la reverencia que inspira el
sacerdocio. Hice, pues, lo que él desaba, y en breve carta consagré
para eterna memoria nuestra amistad. Cuando la recibió se jactaba de
haber superado las riquezas de Creso y la fortuna de Darío. La tenía
siempre ante sus ojos, sobre el pecho, en las manos, en la boca; y como
la ojeaba con frecuencia en el lecho, la página preferida caía sobre el
pecho del dormido. Si llegaba algún peregrino o algún amigo, se
felicitaba con ellos del testimonio que yo le había expresado, y si en mi
escrito había algo menos bueno, él lo compensaba moderando en
contraste o variando la pronunciación, de suerte que, según el modo de
recitar, lo que agradaba un día parecía desagradar el otro. ¿De dónde
este fervor, sino del amor de Dios? ¿De dónde la incansable meditación
en la ley de Cristo sino del afecto hacia aquel que dio la ley?
Amontonen otros monedas sobre monedas y estrujando los bolsos de
las matronas cacen fortunas a fuerza de obsequiosidad, sean más ricos
de monjes que de seculares, posean bajo Cristo pobre las riquezas que
no tuvieron bajo el diablo rico, llore la Iglesia viendo ricos a los que
antes el mundo tuvo como mendigos; nuestro Nepociano, pisando el
oro, sigue las instrucciones de nuestros papelillos; y despreciándose a
sí mismo en su propia carne, caminando tanto más adornado con la
pobreza, revela por entero el verdadero ornato de la Iglesia.
17 Feliz Nepociano, que no ve nada de esto; feliz él, que nada de esto
oye. Desdichados de nosotros, que o los padecemos o vemos a nuestros
hermanos padecer tan grandes males. Y aun así, queremos vivir, y
pensamos que los que carecen de esto son más dignos de llanto que de
felicitación. Sentimos que desde hace tiempo tenemos ofendido a Dios,
y no le aplacamos. A nuestros pecados se debe que los bárbaros sean
fuertes, por nuestros vicios es vencido el ejército romano. Y como si no
bastaran estos desastres, las guerras civiles casi han matado más que
la espada enemiga. «Míseros israelitas, en cuya comparación
Nabucodonosor es llamado sievo de Dios! ¡Infelices de nosotros, que
disgustamos tanto a Dios, que, por el furor de los bárbaros, su ira se
ensaña sobre nosotros! Ezequías hizo penitencia, y en una sola noche y
a mano de un solo ángel fueron aniquilados ciento ochenta y cinco mil
asirios. Josafat cantaba las alabanzas del Señor y el Señor vencía en
favor de quien le alababa. Moisés luchó contra Amalec, no con la
espada, sino con la oración. Si queremos ser levantados,
posternemonos. ¡Qué venganza!, ¡qué locura de mente rayana con la
incredulidad! El ejército romano, vencedor y dominador del orbe, es
vencido y siente pánico a la vista de aquellos que son incapaces de
andar, que apenas tocan el suelo se consideran muertos, y nosotros no
entendemos la voz de los profetas. Huirán mil de uno solo que persiga
<38>. Y no cortamos las causas de la enfermedad, para que la
enfermedad desaparezca: al punto veríamos que las saetas ceden a las
lanzas, las tiaras a los cascos y los mulos a los caballos.
<1> 1 Te 4,13.
<2> Mt 9,24.
<4> Os 13,14.
<7> Ef 5,14.
<8> Mt 3,2.
<9> Lc 17,21.
<20> Ez 18,4.
<22> Mt 19,21.
<23> Mt 6,24.
<27> Mt 12,36.
<38> Dt 32,30.
¿Qué más puedo hacer por tí? Me fié de las cartas del santo presbítero
Paulino y no pensé que su juicio pudiera equivocarse respecto a tu
persona, y aunque ya cuando recibí la carta me percaté de lo
incoherente de tu lenguaje, sin embargo lo atribuí más bien a
rusticidad o simpleza que a insensatez. Y no censuro a aquel santo
varón, que prefirió disimular ante mí que lo sabía, antes de acusar en
su carta al servicial portador; a mí mismo es a quien acuso por
haberme fiado más del juicio ajeno que del mío, y a pesar de que mis
ojos veían una cosa, creí el papel que me decía otra distinta de la que
yo sabía.
4 Así, pues, deja de herirme y abrumarme con tus libros. Ahorra por lo
menos el dinero con el que contratando a estenógrafos y copistas te
aseguras escribientes y partidarios que probablemente te alaben con el
único fin de ganar ellos dinero escribiendo. Si quieres ejercitar tu
ingenio, ponte en manos de los gramáticos y retóricos, aprende la
dialéctica, instrúyete en las escuelas de los filósofos, para que cuando
lo sepas todo, empieces al menos a callar. Aunque veo estoy haciendo
la tontería de querer buscar maestros a quien es maestro de todos e
imponer moderación a quien ni sabe hablar ni puede callar. ¡Qué
acertado es aquel proverbio de los griegos: «al asno, la lira»!.
<3> Is 14,4.
Fecha: 397.
1 Si alguna vez has dudado de que los vínculos del espíritu son más
fuertes que los de la carne, lo estamos demostrando ahora, cuando tu
santidad se une a mí en espíritu y yo me uno a tí en el amor de Cristo.
hablo con toda sinceridad y sencillez a tu corazón: el papel mismo y los
mudos rasgos de las letras respiran el afecto de tu alma para conmigo.
2 Sobre lo que me dices que son muchos los engañados por los
errores de Orígenes, y que mi santo hijo Océano está refutando su
locura, lo siento y a la vez me alegro, según considere que los simples
andan descarriados, o que los que yerran son ayudados por un hombre
sabio. Me pides el parecer de mi pequeñez sobre si Orígenes debe ser
absolutamente rechazado, según impugna el hermano Faustino, o si
puede ser leído, como otros opinan, entre los que me cuento yo. Opino
que, dada su erudición, conviene leerlo con moderación, del mismo
modo que el leído Tertuliano y Novato, Arnobio y Apolinar y algunos
otros escritores tanto griegos como latinos, es decir, de forma que
seleccionemos lo bueno de ellos y evitemos lo contrario, conforme al
Apóstol, que dice: Examinadlo todo, retened lo que es bueno <1>.
Por lo demás, los que se dejan llevar por un amor excesivo hacia él o, al
revés, por un odio irracional, me parece que caen bajo la maldición del
profeta: ¡Ay de aquellos que llaman bien al mal y mal al bien, que hacen
de lo amargo dulce y de lo dulce amargo! <2>. Así, pues, ni por razón
de su erudición han de aceptarse sus tesis falsas, ni por la falsedad de
sus tesis han de rechazarse completamente los comentarios útiles que
ha publicado sobre las Santas Escrituras. Y si sus simpatizantes y sus
detractores estiran entre sí la cuerda del litigio, de forma que no
busquen un término medio ni observen moderación alguna, sino que o
rechazan todo o lo admiten todo, yo elegiré una piadosa ignorancia
antes que una docta blasfemia. El santo hermano Ticiano corresponde
a tus saludos con todo afecto.
<2> Is 5,20.
7 Pero para que nadie piene que violento las Escrituras y que amo a
Cristo hasta el punto de suprimir la verdad de la historia, voy a aplicar
a los miembros lo que pueda referirse al cuerpo. Lo entenderé de los
siervos de modo que se cumpla en el señor, si bien la gloria del señor
redunda en los siervos; y allí donde se presente la oportunidad del
pasaje, hablaré de tal forma de la verdadera luz, que se vea reflejada
en aquellos a quienes Cristo ha concedido ser luz.
Ese sumo sacerdote que describe el texto mosaico no tomará por mujer
ni una viuda, ni una repudiada, ni una meretriz. Viuda es aquella cuyo
marido ha muerto; repudiada, la que es rechazada en vida del marido;
meretriz, la que se ofrece a la pasión de muchos. Tomará, dice, por
mujer a una virgen de su raza, no a una extranjera, no sea que, en una
tierra mala, los frutos de la buena semilla degeneren. No ha de tomar
una meretriz, que se ofrece a muchos amantes; ni repudiada, que fue
ya indigna del primer matrimonio; ni viuda, que puede recordar los
placeres pasados; sino aquella alma que no tiene ni mancha ni arruga,
que renacida con Cristo se renueva de día en día, y de la que el Apóstol
dice: Os he desposado con un solo varón, a fin de presentaros a Cristo
como virgen casta <32>. No quiero que la discípula y cónyuge de un
sumo sacerdote tenga nada del hombre viejo. Si hemos resucitado con
Cristo, gustemos las cosas de arriba <33>, olvidando lo pasado y
ávidos de lo por venir. El desdichado Simón, porque después del
bautismo seguía pensando en su matrimonio antiguo y no había llegado
a la pureza virginal, fue indigno de la compañia de Pedro.
En los cuatro ángulos del racional hay cuatro anillos de oro, a los que
corresponden otros cuatro en el sobrehumeral; de modo que, cuando se
coloca el en el lugar que dijimos quedaba reservado en el ephod,
un anillo cae sobre otro anillo y se unen entre sí por medio de cintas de
jacinto. Además, para que el tamaño y peso de las piedras no rompa los
hilos del tejido, están sujetas por engarces de oro. Y como eso no basta
para asegurar la firmeza, se han confeccionado cadenas de oro,, que
para más elegancia están cubiertas por tubos de oro, a las que
corresponden en la parte superior del racional dos anillos mayores, que
se sujetan con ganchos de oro del sobrehumeral, abajo hay también
otros dos. En el interior del sobrehumeral, a la altura del pecho y el
estómago, había anillos de oro a uno y otro lado, que se unían por
cadenillas de oro con los anillos inferiores del racionasl, y así resultaba
que el racional se ajustaba al sobrehumeral, y el sobrehueral al
racional, de modo que, mirado de frente, daba la impresión de un tejido
único.
Que a nadie parezca pagana esta exégesis. Pues no porque los paganos
hayan deshonrado los seres celestes y el orden divino con sus nombres
de ídolos se va por eso a negar la providencia de Dios, que interviene
con ley invariable y mueve y rige todas las cosas. También en Job
leemos los nombres de Arturo, de Orión y de Mazuroth, eso es, del
círculo del zodíaco, y los nombres de los demás astros; y no es que en
hebreo los vocablos sean los mismos, sino que nosotros no podemos
entender lo que dice si no es con los nombres habituales. Por lo demás,
lo que esté en el centro se llama acertadamente racional; pues todo
está impregnado por la razón, y por ella lo terreno se integra en lo
celeste. Es más, la razón de las cosas terrenas y de las estaciones del
calor y del frío, y las dos estaciones intermedias derivan del curso del
cielo y de la razón misma. Por eso el racional se ajusta tan fuertemente
al ephod. Además, el que se diga que en el mismo racional hay
manifestación y doctrina o verdad significa igualmente que en la razón
de Dios no hay jamás mentira, sino que la verdad misma se muestra a
los hombres a través de muchos signos y pruebas, y llega hasta los
mortales. De ahí nuestra posibilidad de conocer las leyes del sol y de la
luna, del año, meses, estaciones y horas, y hasta de las tormentas, de la
bonanza y de los vientos, y de todas las cosas si aceptamos la sabiduría
inserta en nosotros por Dios, quien, habitante y a la vez maestro, nos
ofrece el conocimiento de su propia casa y de su obra.
<5> Mt 5,8.
<6> Mt 15,19.
<7> Mt 9,4.
<11> Dt 18,3.
<21> Ez 18.4.
<23> 1 Pe 2,9.
<50> Lc 16,29.
<53> Is 40,9.
<58> Ez 9,4.
Isabel profetiza por su seno y por su voz <10>. Ana, hija de Fanuel, en
el templo, se hace templo de Dios, y por el ayuno diario encuentra el
pan del cielo. Mujeres son las que siguen al Salvador y le proveen de su
hacienda. El que con cinco panes alimentó a cinco mil hombres sin
contar niños y mujeres, no desdeña aceptar la comida de estas santas
mujeres. Habla junto al pozo con la samaritana, y satisfecho con la
conversación de un alma creyente, se olvida de los alimentos que
habían sido comprados. A Apolo, varón apostólico y doctísimo en la ley,
lo catequizan Aquila y Priscila, y lo instruyen en el camino del Señor
<11>. Si para un apóstol no fue cosa humillante ser enseñado por una
mujer, ¿por qué va a ser humillante para mí enseñar, después de los
hombres, a mujeres?
4 Con razón son relacionados con «el fin» aquellos que han de ser
transformados al fin de los siglos, y de quienes dice el Apóstol: Todos
dormiremos, pero no todos seremos cambiados <15>. Y este mismo
misterio prepara al lector para la inteligencia espiritual. Pues donde el
sentido es sencillo y patente, ¿qué necesidad hay de advertir
previamente al oyente acerca de la inteligencia y decirle: el que tenga
oídos para oír que oiga? <16>. Además, el cántico en honor del muy
querido y muy amado, pues por El ha de venir a los santos la prometida
mutación. La cual por cierto puede también entenderse de esta vida,
cuando nos desnudamos del hombre viejo y nos vestimos del nuevo,
que se renueva para el conocimiento según la imagen del Creador, y
contemplando la gloria del Señor nos transformamos en la misma
imagen como de gloria en gloria <17>. No hay tiempo alguno en que el
santo no se transforme, olvidando lo pretérito y ocupándose de lo
venidero, ya que nuestro hombre interior se renueva de día en día y el
mismo Dios inmutable que dice: Yo soy Dios y no me inmuto <18>,
cambió por amor nuestro su rostro, y tomó forma de esclavo <19>, y
emigrando de Judea a los filisteos, nombre que se interpreta «los que
caen por el vino», pues se habían embriagado con la copa de oro de
Babilonia, fue al principio objeto de irrisión por la locura de la cruz;
pero más tarde fue acogido por la gloria de sus triunfos. Ahora bien, el
muy amado es aquel a quien también Isaías canta: Voy a cantar un
cántico al amado del amado de mi vida <20>, y el Evangelio: Este es
mi hijo muy amado, en quien me complazco: escuchadle <21>. A éste,
no sólo el profeta, sino todo el coro de los hijos de Coré cantan sus
alabanzas. Quiénes sean los hijos de Coré, es decir, del Calvario, se
explica más oportunamente en el salmo cuarenta y uno. Y para que
veamos que el texto del cántico concuerda con su título esa
transformación de una cosa en otra la aprende también la hija a la que
se manda que, olvidando a su antiguo padre, se prepare para los
abrazos del rey. Y que sea vencedor aquel que dijo: tened confianza, yo
he vencido al mundo <22>; aquel a quien se dirije esta oración de un
adolescente: de ti viene la victoria, la sabiduría y la gloria y yo soy
siervo tuyo <23>, lo sabe muy bien quien ha vencido con el Señor
vencedor, y participa en sus triunfos y también quien con la blancura
de las buenas obras y la variedad de las virtudes, ha tejido para el
Salvador una corona inmarcesible de gloria.
17 Preguntemos a los judíos quién sea esa hija a la que Dios habla. No
dudo que responderán que la sinagoga. Pero entonces, ¿cómo es que se
dice a la sinagoga y al pueblo de Israel: deja tu pueblo y la casa de tu
padre? <96>. ¿Es que deberán abandonar la nación hebrea de
Abrahán, su primer padre? Y si replicaran que se refiere a la vocación
de Abrahán, porque abandonó a los caldeos, ¿quién es entonces el rey
que ha de amar la hermosura de Abrahán? Ciertamente uno es el que
dice: escucha, hija, y otro de quien se dice: prendado está el rey de tu
belleza. Y ese otro no sólo es el rey, sino Señor y Dios, que ha de ser
adorado.
18 Hija de Tiro, con presentes vendrán los ricos del pueblo a suplicar
tu favor <97>. En hebreo: Y, oh hija del muy fuerte, con presentes
vendrán los ricos del pueblo a suplicar tu favor. La palabra hebrea sor
que, según los Setenta leemos en Ezequiel puede traducirse por «Tiro»,
«tribulación», «fortísimo» o «fortísima» y por «sílex», esto es piedra
durísima. De aquí proviene el error en el presente pasaje. Así, Aquila,
los Setenta, Teodoción y la quinta edición tradujeron «Tiro»; la sexta
dejó la misma palabra hebrea sor, y Símaco la tradujo por «fortísima».
Nosotros la hemos referido a Dios, de suerte que aquella a quien se
dijera arriba: escucha, hija, mira, se llame hija del muy fuerte, o ella
misma sea fortísima por haber imitado a su padre fuerte. Su favor
suplicarán con diversos presentes los ricos del pueblo, los ricos en toda
suerte de obras buenas y en ciencia, o los que son tenidos por ricos en
el siglo, los sabios de este mundo y los instruidos en las disciplinas de
los filósofos; o todavía mejor, lo que en otro tiempo fueron ricos porque
poseyeron las palabras de Dios, los testamentos y los profetas, es decir,
los del pueblo de Israel. Porque así como antes de la venida del
Salvador los que eran de Tiro, es decir, del pueblo de los gentiles, y
deseaban hacerse prosélitos, suplicaban al rico pueblo de Israel y por
su mediación eran introducidos en el templo, así, después de la venida
del Señor, todos los de Israel que quieran creer, los que fueron ricos en
familiaridad y protección de Dios, acudirán a la hija de Tiro, y
ofreciéndole los dones diversos de las virtudes y de la profesión de fe
en Cristo, la suplicarán para hallar entre los gentiles la salvación que
perdieron en la Judea.
20 Serán llevadas al rey vírgenes tras ella, sus amigas serán llevadas
con alegría y regocijo, serán conducidas al templo del rey <104>.
Según los Setenta, el primer versículo se canta todavía a propósito del
ornato de la hija; el siguiente se dirige a quien es su esposo y su rey.
Pero según el hebreo, todo está dirigido a la esposa hasta el lugar en
que se escribe: «los nombrarás príncipes por toda la tierra», y se lee:
Con vestiduras de brocado será conducida al rey; las vírgenes la
seguirán, sus amigas serán allí llevadas. Serán llevadas con júbilo y
alegría, entrarán en la cámara del rey. Que haya gran diferencia entre
las almas que creen en Cristo lo prueba el Cantar de los Cantares, en el
que está escrito: Setenta son las reinas, y ochenta las concubinas; las
doncellas son sin número; pero una sola es mi paloma, mi perfecta, mi
amiga <105>, de la que se dice: la vieron las doncellas y la aclamaron;
las reinas y las concubinas, y la alabaron. Ahora bien, la que es
perfecta y santa de cuerpo y espíritu, y merece ser llamada paloma y
amiga, ésa es la hija de que se dice arriba: «sentada a tu derecha está
la reina, con vestiduras de oro». Las que han ido más allá los seis días
del mundo, y suspiran por los reinos venideros, ésas son llamadas
reinas. Si alguna tiene la circuncisión del día octavo, pero no ha
celebrado aún las bodas, ésa se llama concubina. En cuanto a la
variada muchedumbre de los creyentes que no puede aún gozar de los
abrazos del esposo y procrear de él hijos, ésta es denominada doncella.
Por mi parte, respecto de esas vírgenes que siguen a la Iglesia y están
en la primera fila, pienso que sois tú y todas las que perseveran en la
virginidad del cuerpo y el alma; las compañeras y amigas serían las
viudas y las continentes dentro del matrimonio, todas las cuales serían
llevadas con júbilo al templo y a la cámara del rey: al templo como
sacerdotisas de Dios; a la cámara como esposas del rey y esposo. juan
vio este templo en el Apocalipsis, y por él suspira el profeta: Una cosa
he pedido al Señor, una cosa busco: morar en a casa del Señor todos
los días de mi vida <106>. Y también: Señor, he amado la belleza de tu
casa y el lugar en que habita tu gloria <107>. Y en otro pasaje: Porque
pasaré hasta el lugar del tabernáculo admirable, hasta la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza, entre el bullicio de quienes celebran
fiesta <108>. En cuanto a los brocados con los que la reina se
engalana para su esposo, es lo que leemos en los Setenta: «vestida de
perlas y brocados» <109>.
Cuando tú también, hija mía Principia, unida al coro de los santos, seas
conducida entre las vírgenes al rey, y desde los palacios de marfil
deleites a tu esposo en tu gloria, acuérdate también entonces de mí,
que te he comunicado por revelación del Señor la inteligencia de este
Salmo, y di: «Me acordaré de tu nombre». Y ya que has entendido una
parte del poema, ojalá entiendas, si la vida te acompaña, todo el Cantar
de los Cantares.
<3> 2 Re 22,14.
<20> Is 5,1.
<21> Mt 17,5.
<22> Jn 16,33.
<25> Mt 12,34.
<32> Is 43,26.
<36> Is 8,2.
<40> Is 53,3.
<42> Lc 2,52.
<43> Lc 4,22.
<44> Lc 4,32.
<49> Jl 3,1.
<61> Jn 14,6.
<62> Mt 11,29.
<68> Is 49,2.
<69> Lc 24,32.
<74> Lc 1,32-33.
<76> Is 11,1.
<79> Jn 20,17.
<82> Lc 1,35.
<83> Is 61,1.
<93> Jn 8,44.
<113> Mt 3,9.
<114> Jn 8,39.
5 Las gemas brillantes, con las que antes se adornaban cuello y cara,
sacian ahora los vientres de los indigentes; los vestidos de seda y los
flexibles filamentos de oro se han convertido en blandas ropas de lana,
con que se repele el frío, sin dar pie a la ostentación. Lo que antes fue
un guardarropa de lujo, está ahora consagrado a la beneficencia. Aquel
ciego que tendía sumano y que a menudo estaba gritando donde nadie
pasaba, es ahora heredero de Paulina y coheredero de Panmaquio. Al
mutilado de piernas que se mueve arrastrando todo el cuerpo lo
sostiene ahora la blanda mano de una niña. Aquellas puertas que
vomitaban antes catervas de visitantes distinguidos son ahora
asediadas por miserables. Uno, con el vientre hinchado, parece va a
parir la muerte; otro, sin lengua y nudo, y que no tiene siquiera con qué
pedir, por el hecho de no pedir, pide tanto más; éste, imposibilitado
desde niño, ni siquiera es capaz de pedir limosna; el de más allá,
putrefacto por la ictericia, sobrevive a su propio cadáver. «Aunque
lenguas tuviera y bocas ciento, no pudiera una a una contar desgracias
tantas» <10>. Este es el ejército que le sirve de escolta; en la persona
de éstos conforta a Cristo; con las manchas de ellos se vuelve él mismo
blanco. Tesorero de los pobres, candidato de los indigentes, de esta
manera se apresura camino del cielo.
8 Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que tienes y dalo a los
pobres, y ven y sígueme <15>. Si quieres ser perfecto: las grandes
cosas se dejan siempre al albedríos de los oyentes. Por eso el Apóstol
no impone la virginidad, porque el Señor, cuando habó de los eunujcos
que se castran a sí mismos por el reino de los cielos, terminó diciendo:
el que pueda enrender, que entienda <16>. No se trata de querer o de
correr, sino de que Dios tenga misericordia <17>. Si quieres ser
perfecto: no se te impone por necesidad, para que la voluntad alcance
su premio. Si quieres,pues, ser perfecto, si deseas ser lo que fueron los
profetas, lo que fueron los apóstoles, lo que fue Cristo mismo, vende no
parte de tu hacienda, no sea que el temor de la penuria se te convierta
en ocasión de infidelidad y perezcas como Ananías y Safira, sino todo lo
que posees. Y una vez que lo hayas vendido, dalo a los pobres, no a los
ricos, no a los soberbios. Da para que se remedie la necesidad, no para
que se acrecienten las riquezas. Y si lees aquello del Apóstol: no
pondrás bozal al buey que trilla <18>, y digno es el trabajador de su
salario <19>, y los que sirven al altar participan del altar <20>,
acuérdate también de su sentencia: mientras tengamos comida y
vestido, estemos contentos con eso <21>.
Allí donde vieres humear los grandes platos y cocerse a fuego lento los
faisanes, donde hay abundancia de plata, briosos trotones, pajes con
melena, vestidos preciosos, tapicerías pintadas, allí donde el
destinatario es más rico que el que obsequia, allí se produce una
especie de sacrilegio al dar a los ricos los bienes de los pobres. Y, sin
embargo, para un hombre perfecto y consumado no basta
menospreciar las riquezas, disipar y tirar el dinero, que en un momento
puede perderse y volverse a recuperar. Eso lo hizo ya Crates el tebano,
lo hizo Antístenes, lo hicieron muchísimos de quienes leemos que
fueron viciosísimos. El discípulo de Cristo está obligado a más que el
discípulo del mundo. El filósofo es un animal qu vive de la vanagloria y
un esclavo que se vende por el aura popular de la fama. A ti no te basta
hollar las riquezas, si no sigues a Cristo. Y a Cristo le sigue el que
renuncia al pecado y se hace compañero de las virtudes. Sabemos que
Cristo es la sabiduria. Este es el tesoro que nace en el campo de las
Escrituras, ésta es la piedra preciosa que se compra con otras muchas
perlas. Pero si te enamorares de la mujer cautiva <22>, es decir, de la
sabiduría mundana, y te dejares cautivar de su hermosura, rápale la
cabeza y corta, además de sus uñas muertas, los atractivos de sus
cabellos y los ornamentos de sus palabras. Lávala con el salitre
profético, y entonces, descansando con ella, dirás: su izquierda está
bajo mi cabeza, y su diestra me abraza <23>. La cautiva te dará
entonces prole abundante y de moabita se convertirá en israelita.
Cristo es satisfacción, sin la cual nadie verá el rostro de Dios; Cristo es
la redención, el redentor y a la vez el precio; Cristo es todo, de suerte
que quien lo haya dejado todo por Cristo, en uno solo lo encuentra todo
y puede proclamar libremente: el Señor es mi herencia <24>.
9 Veo que ardes de celo por las doctrinas divinas, y que no imitas la
temeridad de algunos enseñando lo que no sabes, sino que antes de
enseñar aprendes tú mismo. Tus sencillas cartas tienen el aroma de los
profetas y el sabor de los apóstoles. No afectas una elocuencia teatral,
ni amontonas agudas sentencias en las cláusulas al estilo de los
muchachos. La espuna hinchada se desinfla muy pronto, y un tumor,
por grande que sea, es contrario a la salud. Es conocido el dicho de
Catón: «Se hace con facilidad lo que se hace bien» <25>, del que nos
reímos mas de una vez antiguamente, cuando éramos jóvenes, al
recitárnoslo en sus introducciones el profesor de retórica. Supongo
recuerdas nuestro común desatino cuando todo el ateneo resonaba con
los gritos de los estudiantes: «se hace con facilidad lo que bien se
hace». «Dichosas, dice Fabio, serían las artes si sólo los artistas
juzgaran de ellas». Al poeta no lo puede comprender sino quien es
capaz de hacer versos; a los filósofos no los entiende sino quien conoce
la diversidad de los sistemas; las obras artesanales, aunque estén
patentes a los ojos de todos, son mejor apreciadas por los artesanos
mismos. Por ahí podrás ver lo dura que es nuestra profesión, pues
hemos de estar a lo que juzgue el vulgo, y al que despreciaríamos de
hallarlo solo, hay que temerlo desde el momento que se mezcla con la
turba. He tocado de pasada estas cosas para que, contento con los
oídos eruditos, no te cuides mucho de lo que acerca de tu talento
divulguen las habladurías de los ignorantes, sino que bebas
diariamente la esencia de los profetas, pues eres un iniciado de Cristo y
compañero de iniciación de los patriarcas.
<14> 1 Re 2,30.
<15> Mt 19,21.
<16> Mt 19,12.
<34> Mt 20,28.
Esta carta, escrita el año 398, tardaría cinco años en llegar a jerónimo.
En ese tiempo anduvo circulando por Roma, donde se formó el rumor
de que Agustín había escrito un libro contra Jerónimo. El rumor llega a
Belén, y más tarde a Hipona. Se comprende que las relaciones entre
Jerónimo y Agustín fueran todo lo contrario de fáciles en sus
comienzos.
Además, los libros que has compuesto utilizando la despensa del Señor
te muestran a mí casi por completo. Si, por no haber visto tu semblante
corporal, no te conociera, por el mismo motivo tampoco tú te
conocerías, pues tampoco tú lo ves. Pero si te conoces a tí mismo no
por otra razón sino porque ves tu propia alma, también yo la veo más
que medianamente en tus escritos, en los cuales bendigo a Dios, que te
hizo como eres para ti, para mí y para todos los hermanos que leen tus
obras.
2 No hace mucho cayó en mis manos, entre otras cosas, un libro tuyo.
Desconozco todavia cuás sea su título, porque el ejemplar no lo traía en
la portada como suele hacerse. El hermano que lo tenía dijo, sin
embargo, que se llamaba Epitafio. Yo habría pensado que fue de tu
elección poner ese título si en el libro hubiese leído únicamenrte las
vidas o los escritos de personas que ya están muertas. Pero como en él
se recuerdan las obras de muchos que vivían al tiempo en que fue
escrito y que aún viven, no deja de extrañarme por qué le pusiste este
título, o por qué se cree que tú se lo has puesto.
Todo esto lo dijo, no para fingir falazmente que era lo que no era, sino
porque en su misericordia sentía que debía socorrer a los judíos, como
si él mismo se encontrase en el error de ellos, lo cual no era astucia de
mentiroso, sino afecto de hombre compasivo. En el mismo pasaje
añadió de modo general: Me hice enfermo con los enfermos para ganar
a los enfermos; para que la siguiente conclusión: Me hice todo a todos
con el fin de ganarlos a todos <6>, se entendiera en el sentido de que
se apiadaba de la debilidad de cada uno como si él la padeciera en sí
mismo. Y cando decía; ¿Quién enferma que yo no enferme? <7>, no
quería que se le entendiera como quien finge la enfermedad del otro,
sino como quien se conduele de él.
Aunque este año no hayas venido hasta nosotros, no por eso dejamos
de esperar tu venida. Y si el santo diácono portador de esta carta fuera
de nuevo conquistado por tus abrazos y vienes acompañado por él, con
gusto soportaré la demora impuesta por las circunstancias, por la doble
ganancia que habrá producido.
<1> Jn 9,2-3.
<4> Ez 16,42.
Por fin saltó: «¿No has leído en el Apóstol que ha de tomarse para el
episcopado al que haya sido marido de una sola mujer, en lo cual se
define la realidad y no el tiempo?». Como me había atacado con
silogismos, y yo veía que el hombre iba a emboscarse por preguntillas
tortuosas, quise disparar contra él sus propios dardos. Y le digo: «¿A
quiénes elige el Apóstol para el episcopado, a bautizados o a
catecúmenos?». El se niega a responder. Pero yo insistí sobre ello y se
lo pregunté segunda y tercera vez. Se le hubiera tomada por una nueva
Niobe. Me vuelvo entonces al auditorio: «no tiene importancia, oh
jueces benévolos, que maniate a mi adversario despierto o dormido, si
no es porque resulta más fácil echar las cadenas al que duerme que al
que ese resisiste. Si el Apóstol no elige para el clero a los catecúmenos,
sino a los fieles, y fiel es el que es ordenado de obispo, los vicios de los
catecúmenos no pueden imputarse al fiel». Yo le lanzaba dardos de este
tipo, y dirigía mis lanzas vibrantes al que estaba aletargado. Lo único
que él hacía era bostezar, y como en una borrachera de mente,
eructando y entre náuseas, espetaba: «Lo dijo el Apóstol, lo ha
enseñado Pablo».
3 Se nos traen, pues, las cartas del Apóstol, una a Timoteo y otra a
Tito. En la primera está escrito: Si alguno aspira al cargo de obispo,
desea una noble función. Es, pues, necesario que el obispo sea
irreprendible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado,
hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado,
enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su
propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si
alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de
la Iglesia de Dios? Que no sea neófito, no sea que llevado por la
soberbia, caiga en la misma condenación del diablo. Es necesario
también que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en
descrédito y en las redes del diablo <7>. A Tito, ya desde el comienzo
de la carta se le ponen estos preceptos: Te he dejado en Creta para que
acabes de organizar lo que falta y constituyas por las ciudades
presbíteros en la forma que te ordené. Que sean irreprochables,
maridos de una sola mujer, cuyos hijos sean fieles, que no estén
tachados de liviandad o desobediencia. Porque es preciso que el obispo
sea inculpable, somo administradpr de Dios, no soberbio ni iracundo,
no dado al vino, ni pendenciero, no codicioso de torpes ganancias, sino
hospitalario, amador de lo bueno, modesto, justo, santo, continente,
guardador de la palabra fiel; que se ajuste a la doctrina, de suerte que
pueda exhortar con doctrina sana y argüir a los contradictores <8>.
Te voy a preguntar otra cosa. Si uno antes del bautismo tuvo una
concubina, y, muerta ésta, tomó esposa legítima una vez bautizado,
¿podrá hecerce clérigo o no? Responderás que puede, pues no tuvo
mujer, sino concubima; luego lo condenado por el Apóstol no es el acto
conyugal, sino las tablillas matrimoniales y los derechos de dote.
Sabemos de muchos que, por su excesiva pobreza, sacuden la carga de
las esposas y, en el lugar de éstas, tiene a sus criadas jóvenes, y cuidan
como propios a los hijos que éstas les dan. Pero si, enriquecidos por el
emperador, les compraran los vestidos de matronas, tendrán que
doblar inmediatamente el cuello ante el Apóstol y recibirlas a la furza
por esposas; si, por el contrario, la pobreza misma no puede obtener el
rescripto imperial, los decretos de la Iglesia deberán cambiar al
compás de las leyes romanas. Piensa si lo de marido de una sola esposa
quizá pueda entenderse «de una sola mujer», en cuyo caso se referiría
mas bien al acto conyugal que a las tablillas de la dote. Todo esto lo
presento no porque quiera resistir a la verdadera y sencilla
inteligencia, sino para enseñarte a entender las Escrituras tal como
están escritas, y a no vaciar de sentido el bautismo del Salvador
haciendo inútil todo el misterio de la cruz.
Es necesario también que tengan buena fama entre los de fuera. Cual
es el comienzo, tal al término. El que es irreprochable, es alabado al
unísono por propios y extraños. Son extraños y están fuera de la Iglesia
los judíos, los herejes y los gentiles. Así pues, que el sacerdote de
Cristo sea tal, que quienes denigran la religión, no se atrevan a
denigrar su vida. Pero la verdad es que ahora vemos que muchos
compran el favor del pueblo a peso de oro, como si fueran cocheros; o
viven tan odiados por todo el mundo que no logran arrancar con dinero
lo que los farsantes logran con sus gestos.
10 Esto es, hijo mío Océano, lo que las iglesias deberán investigar con
solícito temor, y lo que deberán guardar por encima de todo; éstos son
los cánones que deberán observar en la elección de los obispos, en vez
de confundir la ley de Cristo con sus propios odios y sus rivalidades
personales o con la envidia que siempre termina mordiendo a su propio
autor. De todo lo cual podrás ver la reputación que merece esa persona
a la que tachan de bígamo, y a la que, fuera de su vínculo conyugal
anterior al bautismo, sus émulos no pueden echarle nada en cara. El
que dijo no adulteres, dijo también: no mates <53>. Si no adulteramos,
pero matamos, somos trasgresores de la ley. Quien observa toda la ley,
pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos <54>. Así, pues,
cuando nos objeten con lo de la mujer antes del bautismo, exijámosle
nosotros todo lo que está mandado para después del bautismo. Hacen
la vista gorda sobre lo que no es lícito, y nos objetan por lo que está
permitido.
<1> Mt 20,15.
<3> Jn 1.29.
<4> Jn 5,19.
<5> 1 Pe 1,2.
<9> Mt 7,5.
<10> Mt 23,23.
<14> Is 27,11.
<15> Is 32,9.
<16> Prov 21,10-11.
<20> Ez 10,1.
<24> Cf. 1 Re 1.
<42> Ez 36,24-26.
5 Paso a los latinos. ¿Qué hay de más sabio y más agudo que
Tertuliano? Su Apologético y los libros contra los gentiles contienen
toda una ciencia profana. Minucio Félix, abogado del foro romano, en el
libro eque lleva por título Octavio y en otro contra los astrólogos (si el
título no confunde el autor), no dejó nada sin tocar de la literatura
pagana. Arnobio publicó siete libros contra los paganos,y otros tantos
su discípulo Lactancio, que compuso además dos volúmenes sobre la
ira de Dios y la creación del mundo. Si los lees, en ellos encontrarás un
resumen de los diálogos de Cicerón. Victorino Mártir, aunque en sus
libros falta la erudición, no carece de intención erudita. Respecto a
Cipriano, ¡con qué concisión, con qué conocimiento de la historia, con
qué brillantez de vocabulario y de pensamiento argumentó que los
ídolos no son dioses! Hilario, confesor y obispo de mi tiempo, ha
imitado los doce libros de Quintiliano, en el estilo y en el número, y en
un breve opúsculo escrito contra el médico Dióscoro ha mostrado su
talento literario. Juvenco, presbítero bajo el reinado de Constantino,
narró en verso la historia de nuestro Señor y Salvador y no tuvo
escrúpulo alguno de poner bajo las leyes de la métrica la majestad del
Evangelio. Paso por alto a otros, muertos o en vida, a través de cuyos
escritos se pone de manifiesto su talento o su intención.
<5> Dt 21,10-13.
Así, pues, te ruego y te aconsejo con afecto de padre: ya que has dejado
Sodoma para caminar presuroso hacia los montes, no mires a tu
espalda, no sueltes la mancera del arado, ni el borde del vestido del
Salvador, ni sus cabellos húmedos con el rocío de la noche; nada, en
fin, de lo que has logrado asir permitas que se te escape, ni bajes
tampoco del tejado de las virtudes a buscar los vestidos antiguos, no te
vuelvas del campo a la ciudad, no ames como Lot los parajes llanos y
amenos <7>, que no son regados por el cielo, como la tierra santa, sino
por el turbulento río Jordán después de haber perdido la dulzura de sus
aguas mezclándose con el mar Muerto.
<2> Mt 8,11.
<3> Rom 15,24.
<12> Lc 8,21.
<18> Mt 6,24.
<20> Mt 19,28.
Fecha: 398.
1 El patrón del navío Zenón, por quien me dicen que han sido
enviadas las cartas de tu santidad, sólo me ha entregado una breve
epístola del bienaventurado papa Amábilis con los regalillos de
costumbre. Y no comprendo qué habrá podido pasar para que habiendo
sido fiel en traerme tus eulogias y las suyas, se haya mostrado
negligente en remitirme la carta. Porque no voy a pensar que tú,
discípulo de la verdad, estés equivocado; sino que a este griego se le ha
podido extraviar entre sus papeles una carta en latín. Así, pues,
contesto a una segunda carta que me ha entregasdo mi santo hijo el
diácono Heraclio, en la que entre otras cosas me pides que te explique
por qué razón se dice que Salomón y Acaz engendraron hijos a la edad
de once años. Porque, si Salomón recibió a sus doce años el mando
sobre Israel y reinó cuarenta años en Jerusalén, y su hijo Roboán le
sucedió en el reino cuando tenía cuarenta y un años de edad <1>, es
claro que Salomón tenía once años. o diez, pues la madre necesita diez
meses desde la concepción hasta el parto. A su vez, Acaz, hijo de
Joatán, cuando tenía veinte años de edad fue constituído rey de las dos
tribus, la de Judá y la de Benjamín, y reinó dieciséis años; cuando
murió le sucedió en el reino Ezequías <2>, que tenía veinticinco años
de edad. De ello se sigue que Acaz engendró a su hijo Ezequías a la
edad de once o diez años.
<4> Lc 8,17.
<7> Is 14,29.
Fecha: 398.
1 Me has enviado una obra anónima, y no sé si has sido tú quien ha
quitado el nombre de la portada, o si quien lo escribió no ha querido
confesarse autor suyo para evitar el engorro de la discusión. Lo he
leído y veo que la famosísima cuestión acerca del sumo sacerdote
Melquisedec es llevada a tal extremo, que el autor, con toda clase de
argumentos, pretende probar que quien bendijo a tan grande patriarca
tenía que ser de una naturaleza superior, y no podía ser tenido por
hombre. Al final se atreve a decir que quien salió al encuentro de
Abrahán fue el Espíritu Santo, y El mismo fue quien se dejó en figura
de hombre. Ahora bien, cómo el Espíritu Santo haya podido ofrecer el
pan y vino y aceptar los diezmos del botín que traía Abrahán a raíz de
la derrota de los cuatro reyes, son puntos que el autor no quiso tocar.
Me pides te conteste qué me parece el escritor y de la cuestíon misma.
Confieso que hubiera querido reservar mi parecer y no meterme en un
tema peligroso y polémico, en el que diga lo que diga, voy a tener
contradictores. Pero, al releer tu carta y ver que en la última página me
instas con ruegos apremiantes a quien suplica, me decidí a revolver los
libros de los antiguos y ver qué dice cada uno de ellos, y así
responderte como quien toma consejo de muchos.
4 Aemás, en la carta a los Hebreos <3>, que todos los griegos reciben
como canónica, y también algunos latinos, ha sido tratado por extenso
que este Melquisedec, esto es «rey justo», fue rey de Salem, es decir,
«rey de paz», sin padre ni madre, y cómo deba entender esto último, se
explica a continuación con una sola palabra: , «sin genealogía»;
no porque no tuviera padre ni madre, dado que Cristo mismo según su
doble naturaleza tuvo padre y madre, sino porque en el Génesis <4> se
presenta súbitamente saliendo al encuentro de Abrahán, cuando éste
vuelve de la matanza de sus enemigos, y ni antes ni después se halla
escrito su nombre. Afirma el Apóstol que el sacerdocio de Aarón, es
decir, del pueblo judío, tuvo principio y fin; pero el de Melquisedec, es
decir, el de la Iglesia de Cristo, es eterno en cuanto al pasado y al
futuro, y no tuvo autor, y que, una vez transferido el sacerdocio, cambia
también la ley, de suerte que en adelante la palabra del Señor no saldrá
de la esclava Agar, ni del monte Sinaí, sino de Sara, la libre, y de la
ciudadela de Sión, y la ley de Dios saldrá de Jerusalén. Y ya en el
preámbulo pondera la dificultad del tema, diciendo: Sobre lo cual
tenemos muchas cosas que decir aunque difíciles de explicar <5>. Si el
vaso de elección se queda atónito ante el misterio y reconoce que el
tema de su discurso es inefable, ¡cuánto más nosotros, gusanillos y
pulgas, tendremos que confesar el conocimiento de nuestro
desconocimiento y mostrar como a través de un pequeño agujero un
magnífico palacio! Bástenos decir que los dos sacerdocios
contrapuestos por el Apóstol son el del pueblo antiguo y el del nuevo.
De una cosa se trata en toda la disertación: antes de Leví y de Aarón
hubo un sacerdote, Melquisedec, proveniente de la gentilidad, que
destacó por sus méritos, que bendijo, en los lomos de Abrahán, a los
futuros sacerdotes de los judíos. Y todo lo que sigue en alabanza de
Melquisedec se refiere a la figura de Cristo, cuyo desarrollo son los
misterios de la Iglesia.
5 Sería largo querer recorrer los detalles uno por uno, cómo, por obra
del apóstol Pablo y de los varones eclesiásticos, la Iglesia comprendió
que el que estaba sujeto a la ley no era hijo suyo, y cómo a la luz
reconoció al que no veía en las tinieblas. De ahí surgió la disputa en
presencia del rey, pues una decía: Es tu hijo el que ha muerto; el mío
vive, y la otra replicaba: Mientes, proque mi hijo vive, y el tuyo ha
muerto. Y de esta manera contendían delante del rey. Entonces el rey
Salomón, que es tomado evidentemente por el Salvador (de acuerdo
con el salmo setenta y uno, que va inscrito con el título «de Salomón»,
y en el que todo lo que se dice no cabe duda que se refiere no a
Salomón, ya muerto, sino a la majestad de Cristo), simula ignorancia y,
como corresponde a la economía de la encarnación, finge sentimientos
humanos, al igual que en otra ocasión: ¿Dónde pusistes a Lázaro?
<19>; y ante la mujer hemorroísa: ¿Quién me ha tocado? <20>. Como
también pide una espada, él que había dicho de ella: no penséis que he
venido a traer paz sobre la tierra; no he venido a traer paz, sino
espada. Porque he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija
con su madre, y a la nuera con su suegra; los enemigos del hombre
serán los de su propia casa <21>. Y el Señor de la naturaleza pone a
prueba la naturaleza y quiere, conforme a la voluntad de una y otra,
dividir al hijo vivo entre la ley y la gracia. No es que lo apruebe, pero
dice quererlo para desenmascarar la calumnia de la Sinagoga. La que
no quería que el hijo de la Iglesia viviera en la gracia ni fuera liberado
por el bautismo, acepta de buena gana que el niño sea dividido; no para
poseerlo, sino para matarlo. La Iglesia, que sabe que es suyo, se lo
concede de buen grado a la rival, con tal de que viva, aunque sea con
su enemiga, para evitar que, dividido entre la ley y la gracia, fuera
herido por la espada del salvador. Por lo que también el Apóstol dice:
Soy yo, quien os lo dice: si observáis la ley, Cristo no os reprocharaá
nada <22>.
<8> 1 Re 3,17.
<11> Mt 27,24.
<12> Mt 27,54.
<14> Lc 23,34.
<19> Jn 11,34.
<20> Lc 8,48.
<21> Mt 10,34-36.
5 Así, pues, hija queridísima, recibe esta carta como elogio fúnebre de
mi amor hacia él; y cuanto sepas que está en mi mano en materia de
espíritu, mándamelo sin miramiento alguno, para que los siglos futuros
sepan que aquel que por boca de Isaías dice: Me hizo saeta suya
escogida, en su aljaba me guardó <17>, hirió con su dardo a dos
hombres separados entre sí por tan enormes trechos de mar y tierra,
de suerte que, aun desconociéndose según la carne, estuvieron unidos
por el amor del espíritu.
POSDATA
<1> Ex 3,3.
<2> Os 13,14-15.
<3> Is 11,1.
<7> Lc 2,14.
<12> Mt 22,30.
<16> Mt 10,40.
76 AL ESPAÑOL ABIGAO [Consolación a un sacerdote ciego]
3 Respeco de lo que me pides, que te ayude con mis consejos para que
Nabucodonosor y Rapsaces, Nabuzardán y Holofernes estén
mortificados en tu interior, nunca pedirías mi ayuda si vivieran en ti.
Pero precisamente porque están muertos, y porque con Zorobabel y
Jesús, hijo de Josedec, sumo sacerdote, junto con Esdras y Nehemías,
has comenzado a reparar las ruinas de Jerusalén, no echando los
jornales en saco roto, sino preparándote tesoros para el cielo, por eso
deseas nuestra amistad, pues nos tienes por sevidores de Cristo. A mi
santa hija Teodora, hermana de Lucinio, de buenaventurada memoria,
aunque ella se recomienda por sí misma, te la recomiendo
expresamente, para que no desfallezca en el camino comenzado, para
que con su esfuerzo llegue a la tierra santa a trravés del desierto, para
que no piense que ya es virtud consumada el haber salido de Egipto,
sino que hay que llegar al monte Nebo y al río Jordán, después de
haber vencido incontables acechanzas. Que en Gálgala reciba la
segunda circuncisión, y Jericó caiga para ella al estrépito de las
trompetas sacerdotales, sea degollado Adonibezec, y que Gai y Asor,
ciudades florecientes en otro tiempo, queden asoladas.
<1> Sl 24,7.
<4> Mt 11,29.
<9> Ex 3,3.
<11> Mt 5,28.
11 Lo que esta escrito, todo ayuda al bien de los que temen a Dios
<21>, lo hemos visto confirmado en la muerte de tan gran mujer. Por
una especie de presentimiento del futuro, había escrito a muchos
monjes pidiéndoles que vinieran a liberarla del pesado lastre que
llevaba encima, y de esa forma poder ella, con la riqueza de la
iniquidad, hacerse amigos que la recibieran en las tiendas eternas.
Vinieron, y se hicieron sus amigos; ella murió, que era lo que desaba, y
abandonando su carga, voló mas ligera a los cielos. La admiración que
Roma sentía por Fabiola en vida, la puso de manifiesto después de la
muerte. Aún no había exhalado su espíritu, aún no había devuelto a
Cristo el alma que le debía, «y ya la fama volandera, mensajera veloz
de tanto duelo» <22>, congregó para las exequias a todos los
habitantes de la urbe. Resonaban los salmos y el aleluya retumbaba en
las alturas hiriendo los techos dorados de los templos. «De un lado,
coro juvenil, del otro, viejos que con sus cantos exaltaban los hechos y
virtudes femeniles» <23>. No fue tan glorioso el triunfo de Furio sobre
los galos, ni el de Papirio sobre los samnitas, ni el de Escipión sobre
Numancia, ni el de Pompeyo sobre los pueblos del Ponto. Aquéllos
vencieron cuerpos, ésta subvyugo a los espíritus del mal. Como si lo
estuviera oyendo: tropeles de gentes que van delante, la muchedumbre
se agolpa en oleadas para sus exequias; ni las plazas, ni los pórticos, ni
los balcones que dan sobre las calles podían contener a los
espectadores. Roma pudo ver en esa ocación a todos sus habitantes
juntos. Todos se congratulaban de la gloria de la penitente. Y no es de
extrañar que los hombres se felicitaran de la salvación de aquella de
cuya conversión se habían alegrado los ángeles en el cielo.
<9> 1 Re 21,20-25.
<10> 1 Re 21,27-29.
<13> Ez 18,23.
<14> Is 60,1.
<28> Lc 7,47.
ETAPA PRIMERA
3 Partieron de Ramsés el mes primero, el día quince del mes primero,
al día siguiente de la Pascua, salieron los hijos de Israel con la mano en
alto, a la vista de todos los egipcios. Los egipcios estaban sepultando a
sus primogénitos, que había herido el Señor entre ellos, haciendo así
justicia contra sus dioses (Núm 33,3-4).
ETAPA SEGUNDA
Etapa segunda. En ésta cuecen panes ácimos y ponen por vez primera
las tiendas; de ahí tomó su nombre aquel lugar: Sukkot, efectivamente
significa en nuestra lengua «tabernáculos» o «tiendas». Y por eso el
séptimo mes, el día quince del mes, tiene lugar la fiesta de los
Tabernáculos. Así pues, una vez hemos salido de Egipto, al principio
levantamos tiendas, porque sabemos que tenemos que seguir adelante.
Y no comemos de la levadura de Egipto, de la levadura de la maldad y
de la iniquidad, sino que tomamos los ácimos de la sinceridad y la
verdad <17>, poniendo por obra los preceptos del Señor: Tened
cuidado con la levadura de los fariseos <18>. En esta etapa se nos
manda que recordemos siempre la salida de Egipto, que celebremos el
tránsito, es decir, la pascua del Señor, que en vez de los primogénitos
de Egipto que fueron heridos, consagremos al Señor las primicias de
nuestro seno y de nuestras virtudes.
ETAPA TERCERA
ETAPA QUINTA
ETAPA SEXTA
ETAPA SEPTIMA
ETAPA OCTAVA
ETAPA NOVENA
ETAPA DECIMA
ETAPA UNDECIMA
ETAPA DUODECIMA
14 Partieron de Rafidim y acamparon en el desierto del Sinaí (Núm
33,15).
ETAPA DECIMOTERCERA
ETAPA DECIMOCUARTA
16 Partieron de los sepulcros de la concupiscencia y acamparon en
Aserot (Núm 33,17).
ETAPA DECIMOQUINTA
ETAPA DECIMOSEXTA
ETAPA DECIMOSEPTIMA
ETAPA DECIMOCTAVA
ETAPA DECIMONOVENA
ETAPA VIGESIMA
La etapa vigésimo quinta se traduce por «dulzura». Una vez que has
subidoa lo alto, admirado por los coros de las virtudes, temido la caída
y espantado a los insidiosos, el dulce fruto de tu esfuerzo te seguirá
enseguida, y como ocurre con el estudio de las letras, la amargura de la
raíz quedará compensada con la suavidad de los frutos y dirás: ¡Qué
dulces a mi paladar tus palabras, más que la miel para mi boca! <68>.
Y oirás al esposo que canta para ti: Tus labios destilan miel, hermana
mía, esposa mía <69>. Y en realidad ¿qué cosa puede haber mas suave
que el Señor? Gustad y ved qué dulce es el Señor <70>. Por eso,
también Sansón, que había espantado de sus frutos a las aves y atado a
las zorras que devastaban las viñas, y matado al león rugiente, halló el
panal en la boca del león muerto.
ETAPA TRIGESIMA
ETAPA CUADRAGESIMA
<9> Jn 5,46.
<10> Lc 24,27.
<14> Is 6,3.
<18> Mt 16,11.
<23> Ex 14,14.
<24> Wx 15,20-21.
<25> Ex 15,25.
<32> Is 54,1.
<33> Mt 7,7.
<34> Ex 17,1.
<35> Mt 13,33.
<39> Ex 19,1-3.
<40> Ex 19,10-11.
<43> Mt 23,27.
<44> Lc 2,34.
<47> Sl 119,3-4.
<70>Sal 33,9.
<72> Is 45,34.
<73> Ef 3,1.
<79> Is 49,21.
<81> Mt 8,12.
<84> Ef 4,13.
<86> Jn 10,11.
<87> Ex 3,3.
<109> Ef 5,18.
<114> Dt 32,15.
<115> Dt 32,21.
<116> Dt 34,1-4.
4 Así, pues, mi querido Nebridio, meditando cada día aquello de: Los
que quieren hacerse ricos caen en la tentación y en el lazo del diablo y
en codicias desmesuradas <12>, destinaba para los pobres todo lo que
le venía de la munificencia del emperador y de los honorarios de sus
cargos. Pues conocía el mandato del Señor: Si quieres ser perfecto,
vete, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y ven y sígueme <13>.
Y como no podía cumplir este consejo porque tenía mujer e hijos
pequeños y mucha servidumbre, se procuraba amigos con la riqueza de
iniquidad que lo recibieran en las moradas eternas <14>. No arrojó de
golpe toda la carga, como hicieron los apóstoles, que abandonaron
padre, redes y barca, sino que, con instinto de equidad, ponía su
abundancia al servicio de la necesidad de otros, de modo que más tarde
las riquezas de éstos sostuvieran su propia indigencia. Aquella a quien
se destina la carta sabe muy bien que estoy contando algo que
personalmente no conozco, aunque lo he oído, y que no estoy pagando
con mi discurso, al estilo de los griegos, ningún beneficio recibido.
¡Lejos de un cristiano semejante sombra de sospecha! Teniendo para
comer y vestir no pedimos nada más <15>. Habiendo alguna verdura
sencilla, pan ordinario y comida y bebida moderadas, sobran las
riquezas y no tiene sentido la adulación, que busca el provecho propio.
De aquí se puede colegir que mi testimonio es fidedigno, pues no hay
motivo alguno para mentir.
7 Así, pues, Salvina, tienes unos seres a quienes criar; en ellos puedes
estar segura de seguir teniendo a tu marido. La herencia del Señor son
los hijos; su premio, el fruto de las entrañas <23>. A cambio de un
marido has recibido dos hijos. El amor se ha multiplicado. Los deberes
para con tu esposo cúmplelos con tus hijos. Con el amor de los
presentes podrás suavizar la tristeza por el ausente. No es poco ante
Dios educar bien a los hijos. Escucha lo que advierte el Apóstol: Que la
viuda que sea inscrita en el catálogo de las viudas no tenga menos de
sesenta años, haya estado casada una sola vez y tenga el testimonio de
sus buenas obras; haber educado bien a sus hijos, practicado la
hospitalidad, lavado los pies de los santos, socorrido generosamenrte a
los aflijidos y haberse ejercitado en toda clase de buenas obras <24>.
Ahora ya conoces la lista de las virtudes que corresponden a tu estado
y con qué méritos puedes alcanzar el segundo grado de castidad. No
pongas el acento en lo de que sólo hayan de inscribirse las viudas
sexagenarias, ni pienses que las jóvenes son rechazadas por el Apóstol,
o que quien dijo a su discípulo: Que nadie desprecie tu juventud <25>,
elige únicamente la edad y no la continencia. De lo contrario, todas las
que enviudaron antes de los sesenta años tendrían que tomar marido
según esa ley. Al tener que instruir a una Iglesia de Cristo todavía
imperfecta, y preocuparse de toda clase de personas, sobre todo de los
pobres, cuyo cuidado le había sido encomendado a él y a Bernabé
<26>, quiere que de los bienes de la Iglesia sólo se sustenten aquellas
que no pueden trabajar con sus manos, lass que son de verdad viudas y
a las que recomienda su edad y su vida. El sacerdote Helí ofendió a
Dios por los vicios de sus hijos <27>. Así también, por el contrario, a
Dios se le aplaca por las virtudes de éstos, si perseveran con modestia
en la fe, en la caridad, y en la santidad <28>. Oh Timoteo, consérvate
puro <29>. Lejos de mi sospechar nada malo de ti, pero es propio del
amor paterno aconsejar aun en exceso a una edad frágil. Lo que voy a
decir entiéndelo no como dicho a ti personalmente, sino a tus años
juveniles. La viuda que vive entregada a los placeres, aunque viva, está
muerta <30>. Esto es lo que dice el vaso de salvación, y lo saca de
aquel tesoro en virtud del cual afirmaba confiadamente: ¿Acaso buscáis
una prueba de que el que habla en mí es Cristo? <31>. Esto es lo que
declara quien en su propia persona confesaba abiertamente la
fragilidad del cuerpo humano. Porque no hago el bien que quiero, sino
el mal que no quiero <32>. Y por eso golpeo mi cuerpo y lo esclavizo;
no sea que mientras predico a otros, resulte yo mismo reprobado
<33>. Si él teme, ¿quién de nosotros podrá estar seguro> Si David, el
amigo del Señor <34>, y Salomón, «su amado» <35>, fueron vencidos
como hombres, para que nos sirvieran de escarmiento por su caída y de
ejemplo con su penitencia saludable, ¿quién no temerá la caída estando
en un campo resbaladizo? Queden excluídos de tus comidas los
faisanes, las tórtolas rollizas, el pavo de Jonia y todo tipo de aves, con
las que se esfuman los más ricos patrimonios. Y no pienses que por
haber renunciado a la suculencia del cerdo, de la liebre, del ciervo y
demás cuadrúpedos, ya no comes carne. Estos animales no se valoran
por el número de patas, sino por su exquisito sabor. Sabemos que el
Apósol dijo: Todo lo que Dios ha crado es bueno y no se ha de rechazar
nada de lo que se coma con acción de gracias <36>. Pero también
dice: Bueno es no beber vino ni comer carne <37>. Y en otro pasaje: El
vino es fuente de libertinaje <38>. «Todo lo que ha creado Dios es
bueno». Que oigan esto las mujeres que buscan cómo agradar a su
marido. Coman carne las que sirven a la carne; aquellas cuyo ardor
hierve hasta la unión, las que ligadas a sus maridos se dedican a
concebir y criar hijos. Las que llevan fruto en sus entrañas, llenen
también su viente de carnes. Pero tú, que en la tumba de tu marido
enterraste de una vez todas tus apetencias; tú, que sobre su féretro
lavaste con lágrimas los afeites de carmín y maquillaje que tenía tu
cara; tú que dejando la vestidura blanca y los zapatos de oro, has
vestido túnica parda y calzado negro, tú no tienes necesidad de otra
cosa sino perseverar. Durante el ayuno sean tus únicas joyas la palidez
y los harapos. La blandura de las plumas no debe acariciar tu cuerpo
juvenil. El calor de los baños no debe encender la sangre nueva de la
joven. Escucha lo que canta el poeta pagano haciando hablar a una
viuda continente: «el que primero a sí me unió, consigo mis amores
llevóse; que él consigo los posea y los guarde en el sepulcro» <39>. Si
tanto vale un vulgar cristal, ¿qué no valdrá una piedra preciosísima? Si
una viuda pagana, en virtud de la ley común de la naturaleza, condena
todos los placeres, ¿qué no habrá de esperarse de una viuda cristiana,
que debe su pudor no sólo a aquel que ha muerto, sino a aquel con
quien ha de reinar?
8 No quiero que estos avisos generales, y este discurso apropiado
para cualquier persona joven en general, te induzcan a la sospecha de
que te estoy haciendo una injuria, ni que pienses que te escribo con
ánimo de represión, sino como quien está inspirado por el temor; si
bien mi deseo es justamente que ignores lo que temo. El aura del pudor
es cosa frágil en la mujer: es como una flor hermosísma que se
marchita a la más leve brisa y con un soplo se corrompe, sobre todo
cuando la edad se alía con el vicio, y falta la autoridad del marido, cuya
sola sombra es defensa de la esposa. ¿Qué hace una viuda entre la
muchedumbre de domésticos y entre la turba de sirvientes? Y no es que
yo quiera que los desprecie como a criados, sino que se ruborice ante
ellos como ante hombres que son. Es verdad que una casa grande
puede exigir servicios; pero en ese caso, ponga al frente de todo a un
anciano de buenas costumbres, cuya honradez sea garantía de la
dignidad de la señora. Sé de muchas que, aun con las puertas cerradas
al público, no se libraron de la infamia de los criados, a los que hacía
sospechosos una elegancia exagerada, o el lustre de su cuerpo bien
alimentado, o bien la edad proclive a la pasión, y hasta el orgullo y la
autosuficiencia que nacen de la complicidad de un amor secreto, que
por mucho que se disimule termina las más de las veces saliendo a la
luz pública, delatado por el desprecio con que el implicado trata a sus
compañeros de servidumbre, como si fueran criados suyos. en todo
esto he dicho más de lo necesario, para que con toda diligencia
guardes tu corazón y evites cuanto de ti pueda imaginarse.
10 ¿A qué viene todo esto? A que reconozcas que eres un ser humano,
y que, si no tienes cuidado, puedes sucumbir a las pasiones humanas.
Todos estamos hechos del mismo barro y tejidos de la misma urdimbre.
Bajo la seda y bajo los harapos domina la misma pasión. No teme la
púrpura de los reyes ni desprecia la suciedad de los mendigos. Y en
todo caso es mejor que te duela el estómago que no el alma; mandar
sobre el cuerpo que no ser su esclava; caminar con pies vacilantes que
no tambalearse en la castidad. Y no te invoquen enseguida los auxilios
de la penitencia, que no son sino remedios débiles. Hay que evitar la
herida que sólo con mucho dolor se cura. Una cosa es entrar en el
puerto de la salvación con la nave intacta y el cargamento entero, y
otra muy distinta agarrarse desnudo a una tabla y, en el vaivén de las
olas, ser lanzado contra las escarpadas rocas. Ignore la viuda la
concesión del segundo matrimonio, y también podrá ignorar lo que dice
el Apóstol: Mejor es casarse que abrasarse <48>. Quita lo que es peor,
lo de abrasarse, y el casarse ya no será bueno por sí mismo. ¡Lejos de
mí las calumnias heréticas! Conozco el matrimonio honroso, y el lecho
sin mancha <49>. Aun expulsado del paraíso, Adán no tuvo más que
una nujer. Lamec, el maldito y el sanguinario, el descendiente de la
estirpe de Caín, fue el primero en dividir en dos la costilla, e
inmediatamente el castigo del diluvio arrasó este semillero de la
digamia. De ahí que, por temor a la fornicación, el Apóstol, escribiendo
a Timoteo, se ve forzado a condeder: Quiero que las jóvenes se casen,
que tengan hijos, sean madres de familia y no den al adversario ningún
motivo de hablar mal. A continuación añade por qué lo concede. Pues
ya algunas se han extraviado yendo en pos de Satanás <50>. Por
donde entendemos que no es que dé un premio a los que se mantienen
en pie, sino que tiende la mano a los que se tambalean. Ya ves lo que
son las segundas nupcias cuanco se las prefiere al lupanar, pues
algunas se han extraviado yendo en pos de Satanás. Por eso, la viuda
joven que no pueda o no desee guardar continencia, vale más que se
una a un marido que al diablo.
<1> 1 Mt 11,29.
<7> Mt 8,10.
<9> Mt 19,23-24.
<13> Mt 19,21.
<14> Lc 16,9.
<19> Is 40,6.
<35> 2 Re 12,24.
<38> Ef 5,18.
<40> Mt 15,19.
<52> Ex 32,4.
<3> Mt 8,12.
<4> Mc 9,48.
<1> Jn 14,27.
<2> Mt 5,9.
<8> Mt 5,23-24.
<10> 1 Jn 4,18.
<14> Cf Ex 32,32.
<15> Jn 10,11.
El tono de amistad sincera, aunque difícil con que está escrita la carta
de Rufino, debería haber sido, en la intención de Jerónimo, la
verdadera clave para entender esta respuesta a Panmaquio y Océano,
que Jerónimo quiere se lea «dejando de lado a las personas y
atendiendo únicamente a las cosas». Le parecía suficiente este consejo
como para infundir moderación a sus amigos de Roma, que tener que
pedirles abiertamente que respetaran su costosa reconciliación con
Rufino. Pero los romanos no estaban por la moderación y difundirían a
los cuatro vientos esa carta, al mismo tiempo que secuestraban la
dirigida a Rufino (JERONIMO, Apol. 1,12). Este, que ni siquiera conocía
la existencia de esa carta dirigida a él mismo por Jerónimo, se
disgustaría con la difusión de la respuesta a Panmaquio y Océano y
escribiría una Apología, que iba a ser el primer eslabón de una serie de
incomprendidos entre él y Jerónimo, que ya no terminarían nunca para
el de Belén, y que Rufino, escuchando los consejos del santo Cromacio,
obispo de Aquileya, y amigo de ambos contendientes, «optaría por
sepultar en el silencio al cabo de dos años de infructuoso intercambio
de apologías y antiapologías.
La carta es del año 399. Con ella enviada a Jerónimo su traducción del
Peri arjón, que escandalizó tanto a Panmaquio que éste se vio obligado
a «guardarla bajo llave para que no perjudicara a las almas».
<1> Is 5,20.
<11> Mt 5,44.
Esta es del año 399, como se puede concluir por la alusión de Jerónimo
al Peri arjón, «que acabo de traducir».
86 A TEOFILO
88 A TEOFILO
<1> 2 Jn 10 .
1 El Señor, que dijo al profeta: Mira que hoy te pongo sobre naciones
y reinos para que arranques y mines y arruines y luego edifiques y
plantes <1>, concede en todo tiempo a su Iglesia la gracia de que su
cuerpo se mantenga íntegro por la paciencia y que no prevalezca el
veneno de las doctrinas de los herejes. Cosa que vemos ahora
cumplida. Pues la Iglesia de Cristo, que no tiene mancha ni arruga ni
nada semejante <2>, con la espada evangélica ha decapitado a las
serpientes de Orígenes, que habían salido de sus madrigueras, y ha
librado de mortífero contagio al santo ejército de los monjes de Nitria.
Así pues, en una carta general que dirijo a todos en común, he
resumido algunos de los hechos, conforme lo permitía la brevedad del
tiempo. A tu dignación, que tantas veces ha librado este tipo de
combates antes que nosotros, corresponde no sólo alentar a los que
están en la batalla, sino también reunir a los obispos de toda la isla y
enviar cartas sinodales, no sólo a mí, sino también al santo obispo de la
ciudad de Constantinopla y a cuantos tuvieres a bien para que, con el
consentimiento de todos, Orígenes sea condenado en su persona y en
su abominable herejía. Porque he tenido noticia de que los
calumniadores de la verdadera fe, Antonio, Eusebio y Eutimio,
enardecidos con extraño furor por la herejía, se han embarcado para
Constantinopla para engañar a otros e incorporarlos a los antiguos
compañeros de su impiedad. De tu cuenta corre informar de la
situación a los obispos de Isauria, Panfilia y demás provincias vecinas y,
si lo crees oportuno, sometas mi carta a su consideración para que,
congregados todos en espíritu y con el poder de nuestro Señor
Jesucristo, los entreguemos a Satanás para ruina de la impiedad que
los domina. Y para que tus escritos lleguen más rápidamente a
Constantinopla, manda a un sujeto hábil y algún clérigo, igual que
nosotros hemos enviado a algunos padres de los mismos monasterios
de Nitria, junto con otros sujetos santos y castísimos, que de palabra
puedan informar a todos de lo ocurrido. Sobre todo, te rogamos que
dirijas al Señor fervientes oraciones para que también en esta lucha
logremos la victoria. Pues no es pequeña la alegría que tanto en
Alejandría como en todo Egipto se apoderó de los corazones del pueblo
desde que fueron expulsados unos cuantos hombres a fin de que el
cuerpo de la Iglesia permaneciera incólume. Saludo a los hermanos que
están contigo. El pueblo que está conmigo te saluda.
<2> Ef 5,27 .
<1> Ex 17-14.
La carta está escrita el mes de septiembre del año 400, con ocasión de
las fiestas de la Dedicación de las Iglesias de la Anástasis y del
Martyrium, durante las cuales concurrían numerosos obispos en
Jerusalén.
A los palestinenses:
A los chipriotas:
6 Paso por alto lo demás: cómo intentaron darnos muerte y con qué
acechanzas lo planearon cuando, una vez condenados, ocuparon
incluso la iglesia que hay en el monasterio de Nitria para impedirnos la
entrada en ella tanto a nosotros como a muchos obispos que nos
acompañaban, así como a los superiores de los monjes, venerables por
su vida y por su edad, comprando para ello a libertos y esclavos que
siempre están dispuestos a cualquier tropelía por satisfacer su vientre.
Y ocupando los puntos estratégicos de la iglesia como si se tratara de
una ciudad sitiada, con ramos de palmeras escondían estacas y
bastones, de modo que bajo insignias de paz disimulaban sus
propósitos de muerte Y para que la banda fuera más compacta y el
batallón de choque mejor preparado para la aventura, distribuyeron
dinero entre muchos hombres honrados, que lo tomaron no para
colaborar en el crimen, sino para desvelarnos a nosotros las
intenciones de aquellos y avisarnos de las trampas que nos habían
tendido, para que tuviéramos cuidado. al ver esto, la innumerable
multitud de monjes presentes, empezaron a gritar todos a la vez y a
atemorizar con su clamor unánime al pequeño grupo de enrabietados,
para que al menos por miedo dejaran que se celebrara la sinaxis y se
mantuvieran los derechos de la Iglesia. Si la gracia de Dios no hubiera
frenado los ímpetus de la muchedumbre, habría ocurrido lo que suele
ocurrir en toda sedición. Porque aquellos hombres abominables habían
llegado a tal extremo de temeridad y locura, que algunos monjes de
santa vida y normalmente mansísimos ya no podían aguantar más el
furor de aquéllos. Todo lo cual, por la gracia de Dios, lo sufrimos
nosotros paciente y humildemente, mirando al bien de quienes nos
hacían la guerra y procurando no sacrificar a la amistad de nadie los
cánones de la Iglesia y la recta fe. porque poderoso es el Señor para
concedernos a nosotros, y en general a todos sus siervos anteponer la
verdad de la fe a cualquier amistad de hombres. Aprovecho la ocasión
para rogaros que cada uno de vosotros, junto con el pueblo que os está
encomendado, oréis fervientemente y supliquéis a la misericordia de
Dios que, resistiendo a las falacias de los herejes, podamos tener paz
con los que siempre han luchado por la verdad y todos juntos
esperemos la corona de la justicia. El pueblo que está a mi cuidado
saluda en el Señor a los hermanos que están a vuestro cuidado.
<3> Is 28,19.
<9> Is 47,12-13.
<11> Jn 1.14.
1 Bien sabes, señor y padre digno de toda alabanza, que aun antes de
esta carta nuestra casi toda Palestina, por la gracia de Cristo, ha sido y
sigue siendo ajena a todo escándalo de herejes, si se exceptúa una
minoría que siguen los errores de Apolinar y frecuentan los peligros
escritos de su maestro. Ojalá que, por las oraciones de los santos, no
nos inquietaran las serpientes judaicas, ni la increíble necedad de los
samaritanos, ni las provocadoras impiedades de los gentiles. La gran
masa de todos éstos, cerrando los oídos a la verdad de la predicación y
acechando como lobos al rebaño de Cristo, ésa sí que nos obliga a estar
alerta y a trabajar no poco si queremos guardar las ovejas del Señor
para que no sean despedazadas por ellos. Pero como tu santidad nos
escribe que en Egipto han sido detectados algunos sujetos que tratan
de introducir en las Iglesias algunas de las doctrinas pestilentes de
Orígenes y pervertir con ellas los corazones de los sencillos, hemos
juzgado necesario significar a tu santidad que este tipo de predicación
es ajeno a nuestros oídos. Nunca hemos oído que nadie enseñara que el
reino de Cristo vaya a tener fin. Lejos de los oídos de los fieles
semejante cosa, pues el ángel Gabriel, hablando con María del que iba
a nacer, o sea, de Cristo, le dice: Reinará sobre la casa de Jacob para
siempre y su reino no tendrá fin <1>. Tampoco que el diablo, libre de
todos sus pecados y vicios, haya de alcanzar aquella dignidad que tuvo
antes de caer, de suerte que él mismo y Cristo hayan de vivir juntos
bajo el imperio único del Padre. Quienes así piensan terminarán yendo
a las tinieblas que están preparadas para el diablo y sus ángeles. Y si
alguien ha enseñado en sus escritos que el Hijo, comparado con
nosotros, es la verdad, pero que comparado con el Padre es la mentira,
así como los que dijeren que «lo que Pedro y Pablo, comparados con el
Salvador, eso es el Hijo unigénito y Verbo de Dios comparado con el
Padre»; en fin, por declarar brevemente nuestro sentir (pues no hay
por qué repetir una vez más lo mismo), si alguien predica eso que tu
beatitud juzga condenable y discordante con la fe que piadosamente
definieron nuestros Padres en Nicea, que todos ésos y sus doctrinas
sean anatema de la Iglesia, junto con Apolinar, quien en contra de las
Sagradas Escrituras dice que nuestro Señor Jesucristo asumió un
hombre incompleto y que no se dio una asunción plena a la redención
de alma y de cuerpo. En cuanto a nosotros, caminando sobre las
huellas de los padres e instruidos por las palabras de las Escrituras, en
nuestras iglesias enseñamos, predicamos y confesamos la Trinidad
increada, eterna, de un solo ser en tres subsistencias; y en una sola
divinidad adoramos a la trinidad. Ahora bien, si como te has dignado
comunicarnos, tu reverencia tiene que excluir a algunas personas de la
comunión por razón de extravío doctrinal o por otras causas, ten por
cierto que los tales no serán admitidos en nuestras iglesias hasta que
tú no concedas perdón a su penitencia, y eso suponiendo que ellos
quieran condenar sus perversos errores. Saluda a todos los que
comparten contigo el grado sacerdotal.
<1> Lc 1,32s.
Que se callen de una vez cuantos, soñando con el fin del reino de
Cristo, desean ser los parásitos de la palabrería de Orígenes, y que no
simulen la fe que no tienen mezclándose con los fieles. Sepan más bien
que todo esto es engaño y fraude; que parece una cosa y es otra, en el
empeño de ocultar los vicios so capa de virtud. Porque mientras
padecía por nosotros la ignominia de la Cruz, Cristo no perdió su
calidad de señor de la gloria, conforme al bienaventurado Apóstol
<25>, por más que los judíos gritaran contra él: Tú que destruyes el
Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres hijo de
Dios, y baja de la cruz! <26>. Y padeciendo en su carne, colgado del
patíbulo, manifestó la fuerza de su propia majestad, deteniendo al sol
en su carrera y arrancando al ladrón, por la grandeza de sus prodigios,
un grito lleno de fe: Señor Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
reino <27>. Nunca perderá el reino después de su resurrección, por
más que Orígenes lance contra él las incontables piedras de sus
blasfemias. De lo contrario, ¿qué lógica habría en prometer a sus
discípulos la eternidad de un reino, diciéndoles: Venid, benditos de mi
Padre, recibid el reino preparado para vosotros desde la creación del
mundo <28>, si El mismo careciera de lo que da a los demás? Y
escribiendo Pablo a los corintios: os habéis hecho reyes sin nosotros, y
ojalá reinaseis, para que también nosotros reináramos con vosotros
<29>, ¿cómo podría entenderse esto si al cabo del tiempo había de
terminar el reino de Cristo? Tanto más que Juan proclama: El que viene
de arriba está por encima de todos <30>, y también el Apóstol escribe:
De quienes son los patriarcas; de los cuales procede Cristo según la
carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los
siglos <31>.
8 Que se aparten de nosotros esos que son los más necios de los
mortales, o mejor, que desciendan vivos al infierno <33>, como
vaticina el salmista, y que al contemplar allí al maestro de su impiedad
griten: Tú también has sido capturado como nosotros; como uno de
nosotros has sido reputado, al infierno ha bajado tu gloria <34>, etc.
Este pastor de un rebaño pestilente ultraja por todas partes a Cristo
con sus injurias, mientras al diablo lo honra, afirmando que éste, limpio
de vicios y de pecados, ha de recuperar algún día su gloria original; en
cambio Cristo dejará de reinar y se someterá, juntamente con el diablo,
al imperio del Padre. Por eso el profeta, admirándose más de las
blasfemias de Orígenes que de los gritos de los judíos, exclama: El cielo
quedó pasmado y cobró gran espanto por el doble mal que hicieron
<35>. Orígenes, al afirmar que Cristo dejará de reinar y que el diablo
subirá a las alturas de donde cayó, ha cavado con su crimen una
profunda cisterna que no puede retener el agua <36>. En cuanto de él
depende, hace al diablo igual al Hijo de Dios, quitándole a éste la gloria
sempiterna del reino y sometiéndolo al imperio del Padre junto con los
demonios. Que esa voz impía sea pisoteada, y sepamos que el reino de
Cristo es eterno, como El mismo se lo dice a sus discípulos: Vosotros
sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi
parte, hago con vosotros una alianza eterna para que comáis y bebáis
siempre a mi mesa en mi reino <37>. ¿Cómo puede cumplirse eso de
«siempre» si no se da un reino perpetuo, al que no se ponga límite? Así
lo entendieron los magos, quienes recogidos en penitencia preguntaban
con todo empeño: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues
vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle <38>. Los
magos confiesan que Cristo es rey; Orígenes lo niega afirmando que no
ha de reinar por siempre, y no se da cuenta de que con su blasfemia se
hace igual que los judíos.
<11> Mt 14,36.
<13> Mt 23,10.
<16> Lc 3,22.
<18> Is 6,5.
<20> Jn 14,10.
<21> Jn 10,30.
<22> Dt 28,16.
<26> Mt 27,40.
<27> Lc 23,42.
<28> Mt 25,34.
<30> Jn 3,31.
<32> Lc 1,33.
<38> Mt 2,2.
<39> Jn 19,19-22.
<41> Is 26,1.
<44> Jn 7,20.
<45> Lc 11,15.
<47> Is 53,4ss.
<48> Rom 8,32.
<51> Mt 26,26.
<52> Mt 7,6.
<58> Cf Ez 16,25.
<59> Cf Dt 32,32.
<60> Cf Is 51,17.
<61> Os 12,10.
<63> Ez 22,5.
<65> Ez 16,37.
<69> Ex 5,2.
<70> Is 45,14.
<81> Is 47,12.
<84> Is 48,20.
<88> Dt 1,10-11.
<89> Ex 32,32.
<92> Is 48,18-19.
<97> Jn 28,20.
97 A PANMAQUIO Y MARCELA
<3> Is 19,19.
No tuvo una carne sin alma, en la que el mismo Dios Verbo habría
hecho de alma racional, como opinan en sus sueños los discípulos de
Apolinar. Cuando El afirma en el evangelio: Ahora mi alma está turbada
<16>, no quiere decir que su divinidad estuviera sujeta a turbación,
cosa que lógicamente habrán de decir quienes propugnan que la
divinidad hizo en su cuerpo las veces de alma. Tampoco habría sido
íntegro el hombre asumido por El si únicamente hubiera asociado al
alma, sin su racionalidad; porque, por la semejanza de la carne y la
desemejanza del alma, habría que pensar que realizaba una economía
de «semi- encarnación», siendo en su carne semejante a nosotros, y en
su alma, a los animales irracionales; eso, suponiendo, claro está, que el
alma del Salvador fuera, como ellos dicen, irracional y sin inteligencia
ni espíritu; pero creer tal cosa es impío y ajeno a la fe de la Iglesia, y
sobre el Salvador recaería al punto aquel denuesto con que el profeta
reprende al pecador: Efraín es como paloma insensata y sin cordura
<17>. Y, como irracional, tendría que oír: Es comparable a las bestias
mudas, se asemeja a ellas <18>. Porque nadie puede dudar de que el
alma irracional, privada de inteligencia y de espíritu, es comparable a
los brutos animales. De ahí que Moisés también escriba: No pondrás
bozal al buey que trilla <19>. Y Pablo, comentando lo escrito, dice: ¿Es
que se preocupa Dios de los bueyes? ¿No lo dice expresamente por
nosotros? <20>.
<12> Jn 1,14.
<13> Lc 3,22.
<16> Jn 12,27.
<17> Os 7,11.
<19> Dt 15,4.
<22> Mt 10,28.
<23> Jn 1,3.
<24> Dt 1,17.
<28> Jn 10,11.
<29> Mt 26,41.
<30> Mt 15,13.
<31> Dt 17,15.
<32> Lc 1,2.
<39> Jn 1,3.
<43> Jn 14,9.
<45> Jn 10,18.
<46> Cf Is 18,1.
<47> Is 40,15-18.
<48> Is 40,17.
<50> Is 40,23.
<55> Mt 2,2.
<64> Is 1,2.
<67> Jn 3,11.
<70> Dt 15,12-13.
99 A TEOFILO
2 Así pues, quienes pudiendo reprimir a los que pecan disimulan con
su silencio cobarde y huyen del esfuerzo, permitiendo que el mal
aumente, serán con toda razón juzgados como cómplices de quienes
son los autores de los crímenes y pagarán la pena de su negligencia por
haber antepuesto su irracional comodidad al esfuerzo propio de quien
debe castigar, y haber preferido un descanso culpable a la severidad
que corta de raíz todos los vicios. Porque si nos apartamos de los vicios,
éstos perecerán completamente y se secará su engañosa dulcedumbre;
así como cuando nuestra alma sea morada de la virtud, todo el ímpetu
del placer se amortiguará como por una especie de parálisis. El
recuerdo de la ley impide que germinen los pecados y no los deja
crecer. Y quien piensa en el tribunal que nos espera y en el espantoso
día del juicio, ése evitará tanto el principio como el medio y el final del
pecado y desecará sus amargas olas e hinchados torbellinos, e incluso
la fuente misma y sus veneros. La virtud acompañada de la ley, sofoca
las semillas de los vicios y levanta el alma de lo humilde a lo excelso.
Los vicios, por lo contrario, si no se reprimen, se envalentonan y
precipitan en el infierno a quienes se someten a ellos; y una vez que se
apoderan de las almas, las ahogan con los lazos de los placeres y no las
dejan mirar a lo alto y sublime como exige la disposición del cuerpo
humano, sino que se inclinan, a modo de bestias, hacia lo terreno. De
ellos habla el salmista cuando dice: Y a sus tierras habían puesto sus
nombres <2>.
3 Quizás alguien diga: «Si tanta fuerza tienen los vicios y derriban
tantísimos con su suave atractivo, ¿qué deberán hacer quienes,
conscientes de que son pecadores, quieren cambiar sus pecados por las
virtudes y, por amor de lo mejor, desprecian lo peor?» Oye lo que dice
Moisés: ¿Has pecado? No lo vuelvas a hacer <3>: cambiando la vieja
vida por la renuncia al pecado; corrigiendo los vicios con su más eficaz
medicina, que es romper de una vez con ellos. Evita las seducciones del
mal y huye de los falaces deleites del cuerpo como de un veneno
pernicioso. No entres por la senda resbaladiza y fácil de los placeres,
pues a la solemnidad pascual se llega por los ayunos y la continencia, y
apenas si esforzándose y sudando logramos cambiar males por bienes y
reprimir los deleites que nos hacen la guerra. Y pocos son los que,
doblegando sus vicios, andan firmes por la senda de la verdad, pues la
maldad se vale de innumerables engaños para dañarnos y no puede ser
vencida si no somos fortalecidos con el auxilio de la sabiduría de lo
alto, que nos dice a gritos: No temas, porque yo estoy contigo <4>. La
muerte del mal es no hacer el mal; la raíz de los vicios es despreciar los
mandatos de la ley. Así como la negligencia hace germinar los pecados,
así la diligencia produce virtudes. La ley, observada, ahuyenta la
ignominia; despreciada, engendra castigos. Y en tanto es despreciada,
imita la dureza de un juez riguroso; igual que si es observada actúa con
la mansedumbre de un padre clementísimo.
10 Así pues, los que observan los ayunos, es decir, los que imitan en la
tierra la vida de los ángeles y se acuerdan de aquel dicho: El reino de
Dios no es comida ni bebida, sino justicia y gozo y paz y alegría <28>,
alcanzan por la continencia, con breve y ligero trabajo, grandes y
eternos galardones, y reciben mucho más de lo que dan, además de
que mitigan las tribulaciones presentes con la gloria del tiempo futuro,
porque quienes en la arena de este mundo luchan por la virtud, un día
verán el fin de su combate. Quienes han declarado la guerra a los vicios
y consagran sus almas a la disciplina de la sabiduría y, en cuanto lo
permite la condición humana, buscan las cosas del futuro,
contemplando el reino de los cielos como en un espejo y en imagen,
ésos, en inteligencia y fe, alcanzarán premios eternos que no tendrán
límite ninguno de tiempo.
13 Así pues, los que quieran celebrar las fiestas del Señor que
desprecien los ídolos de Orígenes y venzan con la razón la torpeza de
sus doctrinas. Del mismo modo que los impíos paganos prefieren su
error y costumbre a la verdad, fabricando ídolos de forma humana y
blasfemando del Dios invisible, pues le atribuyen en ellos figura y
miembros y órganos genitales, teniéndolos ora por varón, ora por
hembra, cambiando la gloria del Dios incorruptible por una
representación en forma de hombre corruptible <37>, así Orígenes,
por la ligereza e impiedad de los creyentes, ha dejado, como templos de
ídolos, los monumentos de sus obras, que nosotros, siguiendo esa
imagen, tenemos que derribar con la autoridad de las Escrituras y con
el celo de la fe. Porque así como los albañiles, cuando quieren construir
una casa cuadrada, calculan paredes iguales por los cuatro lados y,
levantándolas a escuadra y plomada, llevan a cabo lo que en la mente
concibieron: ensamblan en ángulo recto, por arriba y por abajo, los
cuatro lados iguales y van manteniendo la igualdad comenzada a
medida que va creciendo el conjunto, de manera que la belleza de la
obra armonice la variedad de los materiales y la savia estructura
conserve las líneas angulares; de igual manera, los maestros de la
Iglesia, valiéndose de textos de la Escritura, colocan los fundamentos
firmes de la doctrina y permanecen intrépidos, ofreciendo sus obras a
Cristo y diciendo: Afiánzame con tus palabras <38>. El es, en efecto,
de quien está escrito: La piedra que los constructores desecharon, en
piedra angular se ha convertido <39>; él nos une con los de arriba en
una misma solemnidad, hacia la que hemos de navegar con ritmo
acelerado, sin temer la furia de las olas que los herejes levantan contra
nosotros, pues muy pronto se van a difuminar.
14 Como los pilotos de los grandes navíos, cuando ven que desde alta
mar se precipita sobre ellos una ola gigantesca, igual que si fuera un
grupo de cazadores que se precipita sobre una fiera salvaje, reciben
sobre sí las ondas espumeantes y la aguantan volviéndole la proa,
haciendo girar en sentido contrario el timón y apretando o aflojando las
maromas según lo pida la dirección del viento y la necesidad; y una vez
que la ola se ha calmado, aflojan de uno y otro lado de la nave las
ataduras de los remos para prepararse, tomando un corto descanso,
para la oleada siguiente, y cuando ésta viene, aprietan las fijaciones de
los remos y aflojan las pálmulas, para que, rompiéndose a uno y otro
lado las olas, el embate sea igual por ambos lados, lo que no se hubiera
podido soportar de una vez, dividido, se hace más tolerable; así, los que
están sobre sí mismos, imitan la comparación puesta, y utilizando como
timón la riqueza de las palabras divinas, resisten a la tormenta y a las
olas de los herejes, teniendo como único arte de navegación la ley de
Dios; de manera que los que han caído se levanten, los que están
firmes se mantengan en pie, y todos se salven por la común ayuda de la
doctrina. Porque lo que es para el piloto el timón, eso es para el alma la
ley de Dios. Celebrando en ella la Pascua del Señor, no antepongamos
nada en este mundo al amor de Dios y del prójimo, ni cambiemos
nuestro sentir al azar de las situaciones humanas que varían de un
momento a otro, de modo que si hasta hace poco hemos servido a
alguien con ciega adulación, debido a su poder, apenas soplan vientos
contrarios y las riquezas se convierten en pobreza, la eminencia en
vulgaridad y la gloria en descrédito, repentinamente los tenemos por
enemigos; y en consecuencia, a los que antes considerábamos dignos
de estima, ahora les resistimos abiertamente, calibrando la amistad por
las circunstancias, no por la lealtad. Pero aún, en tiempo de necesidad
demostramos nuestras enemistades ocultas, y, como serpientes, salimos
de nuestros agujeros; de modo que no sólo somos ingratos con aquellos
de cuyos beneficios vivíamos antes, orgullosos de llamarnos clientes
suyos, sino que, como enemigos, los perseguimos hasta verter su
sangre. A los que hace un momento respetábamos por sus riquezas,
una vez han caído en desgracia, los pisoteamos y los tenemos por los
peores de entre los hombres, porque su riqueza ha terminado en
pobreza, con lo que estamos alabando el poder e infamando la
desgracia. Honramos o despreciamos a los demás no mirando al fondo
de las cosas, sino a la invariable coyuntura de cada caso. De suerte que
a los que antes llamábamos señores y patronos, ahora los calificamos
de bribones y viles esclavos. Por todas partes asoma nuestra maldad,
tanto cuando alabamos a los indignos como cuando perseguimos con
calumnias a los honrados, en lo que imitamos a los que insultaban al
santo Job diciéndole: Para lo que has pecado, pocos son los azotes que
has recibido <40>.
Pero cuando, a modo de auriga, la virtud rige al alma y, por así decirlo,
plantada de pie sobre el carro reprime con las riendas de la doctrina
sus diversos impulsos y apetitos, termina por levantarla de lo bajo a lo
sublime y, mostrándole lo invisible y eterno en lugar de lo visible,
prepara para ella una morada en los cielos y le consigue como amigos a
aquellos que, entregados al servicio de Dios, gozan de las delicias
espirituales. Entonces, lo que aquí veía en imagen, allí lo contempla en
verdad, y ve una claridad mayor que los rayos mismos de sol; una
claridad de la que ya una parte nos llega hasta aquí. Así pues, vayamos
avanzando de lo menor a lo mayor, y como por letras y sílabas vayamos
aprendiendo a leer. Lo uno es imprescindible para lo otro. Cuando
estemos allí en compañía de los bienaventurados, oiremos que se nos
dice: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo
mucho te pondré. Entra en el gozo de tu Señor <41>.
<3> Si 21,1.
<6> Is 62,3.
<7> Mt 26,17.
<9> Is 65,20.
<11> Is 66,18-19.
<18> Lc 21,34-35.
<19> Jn 14,31.
<20> Lc 1,15.
<21> Am 2,12.
<22> Ex 8,6.
<29> Si 1,6.
<31> Is 53,5.
<32> Cf I Pe 3,18.
<36> Is 6022.
<39> Mt 21,42.
<41> Mt 25,3.
[RESPUESTA A LA ANTERIOR]
<2> Si 22,6.
<2> Jn 16,33.
[RESPUESTA A LA ANTERIOR]
A los hermanos muy queridos Sunnia y Fretela y a los otros que con
vosotros sirven al Señor, Jerónimo.
7 Del salmo octavo: Porque contemplaré tus cielos <18>. Y decís que
«tus» no se encuentra en el griego. Es verdad, pero en el hebreo se lee
«samacha», que se traduce «tus cielos»; y de la edición de Teodoción se
ha incorporado a los Setenta con asterisco. Voy a explicaros
brevemente el sentido de la expresión. Cuando en el griego falta algo
del texto hebreo, Orígenes lo añade tomándolo de la versión de
Teodoción, y pone el signo del asterisco, es decir, una estrella que
ilumine y aclare lo que antes resultaba oscuro. En cambio, cuando en
los códices griegos hay algo que no se encuentra en el hebreo,
Orígenes lo marca con un óbelo, es decir, antepone la raya horizontal,
que en latín podríamos llamar «flecha»; con lo que se indica que debe
ser degollado y atravesado lo que no se halla en los libros auténticos.
Estos signos se encuentran también en los poemas de los griegos y de
los latinos.
27 Salmo 44: Tus saetas son agudas <56>. En vez de eso, decís haber
leído en el griego: «agudas, ¡oh poderosísimo!» Pero eso está mal, y ha
sido tomado del versículo anterior, en que se lee: Cíñete al flanco la
espada ¡oh poderosísimo!
28 Salmo 47: Porque he aquí que los reyes se han aliado <57>. En vez
de eso decís haber leído en el griego: «Porque he aquí que sus reyes se
han aliado». Que esto sea superfluo lo demuestra el mismo texto de la
lectura. También en los antiguos códices latinos estaba escrito: «los
reyes de la tierra», que nosotros suprimimos porque no se encuentra ni
el hebreo ni en los Setenta. En el mismo: Como lo oímos, así lo hemos
visto <58>. En vez de lo cual, decís haber visto en el griego: «Así
también lo hemos visto». Lo cual está de más, porque en el hebreo se
lee «chen rainu», que se traduce , «así hemos visto». En el
mismo: Hemos recibido, oh Dios, tu misericordia en medio de tu templo
<59> en lugar de «tu templo», que nosotros hemos traducido a partir
del hebreo y de los Setenta, vosotros decís haber leído en el griego «de
tu pueblo», lo que es superfluo. En hebreo está escrito «echalach», esto
es, , o sea, «de tu templo», y no «ammach», que significa «tu
pueblo».
35 Salmo 60: Porque tú, Dios mío, has escuchado mi oración <76>.
En su lugar se lee en el griego: «Porque tú, ¡oh Dios!, me has oído».
Esto no está en el hebreo ni en los Setenta. En el texto latino se ha
añadido. En el mismo: Cantaré a tu nombre por el siglo del siglo <77>.
En vez de eso, en griego dice: «Por el siglo»; y en el hebreo figura sólo
una vez «laed», es decir, «para siempre», y no «lolam», que sería «por
el siglo».
36 Salmo 61: Porque Dios es nuestro ayudador para siempre <78>.
En su lugar, en el griego dice: «Dios ayudador nuestro». Lo de «para
siempre» está marcado con óbelo.
38 Salmo 63: Sus golpes se han hecho como saetas de niños <80>. En
vez de eso, en el griego: «Saeta de niños», pero, si lo decimos así, no
suena bien en latín: «Saeta de niños se han hecho sus golpes». El
hebreo lo dice mejor: «Dios los herirá con dardo repentino, y les
cubrirá de golpes».
46 Salmo 73: ¿Por qué ¡oh Dios! has rechazado hasta el fin? <104>.
En su lugar, en el griego se lee equivocadamente, cambiando el orden:
«¿Por qué rechazaste, oh Dios?». En el mismo: ¡Cuánto mal ha hecho
el enemigo en el santuario! <105>. Me sorprende que alguien, al
querer enmendar vuestro ejemplar, lo haya estropeado poniendo
«santos» en vez de «santuarios», cuando en nuestro mismo códice se
halla «santuario». En el mismo: Incendiemos del país todos los días
festivos de Dios <106>. En el griego está escrito: ,y
así lo tradujimos nosotros. «Terminemos con todos los días festivos de
Dios en la tierra». y no me explico quién sería el temerario que creyó
deber insertar en el texto la nota marginal que yo escribí para
instrucción del lector y que decía así: «No figura , como algunos
piensan, sino , esto es, "incendiemos"». Y puesto que el santo
presbítero Firmo, que es quien ha llevado a cabo esta obra, me ha
referido que esta cuestión ha sido estudiada por muchos, creo que debo
tratarla más a fondo. En el hebreo se escribe: «sarphu chol moedabu
del baares«, que Aquila y Símaco tradujeron:
, esto es: «pegaron fuego a todas las solemnidades de Dios en la
tierra». La Quinta: , «quemaron». La Sexta: ,
«quememos». Lo cual, evidentemente, lo tradujeron también los
Setenta según el texto de los Hexaplas. Teodoción tradujo también
, es decir, «incendiamos». De todo lo cual se deduce que ha de cantarse
tal como nosotros lo tradujimos; sin embargo, hay que saber lo que trae
el texto hebreo. Lo que tradujeron los Setenta ha de cantarse con las
iglesias por respeto a su antigüedad; pero lo otro debe ser conocido de
los estudiosos, en honor a la ciencia de las Escrituras. Por consiguiente,
cuando por razones de erudición se anota algo al margen, no debe
incorporarse al texto, para que no altere la traducción anterior por el
simple capricho de los copistas. En el mismo salmo: Atormentaste las
cabezas de los dragones en las aguas; tú quebrantaste las cabezas del
dragón <107>. La lectura sigue este orden: En el primer versículo no
consta el «tú», pero sí en el segundo, y «aguas» está en plural, no en
singular como lo tradujo Aquila a partir de la palabra «ammaim»,
, «de las aguas». En el mismo: No olvides las voces de tus enemigos
<108>. En su lugar decís que en el griego se escribe , «de tus
suplicantes». En el hebreo se lee «sorarach», que Aquila tradujo: «de
tus contrarios»; Símaco: «de los que guerrean contra ti»; los Setenta y
Sexta Edición: «de tus enemigos». El sentido, en contexto con lo
anterior, es: «Acuérdate de tus ultrajes, de los que todo el día te vienen
del insensato; no olvides las voces de tus enemigos», es decir, las voces
de los que blasfeman contra ti y te calumnian en medio de tu pueblo.
Por eso prosigue: la soberbia de los que de odian sube siempre, es
decir: «Mientras tú difieres el castigo, ellos progresan en sus
blasfemias».
48 Salmo 75: Todos los hombres enriquecidos por sus manos <110>.
Y como leéis vosotros, corrompido por no sé quien: «en sus manos». En
este mismo salmo: Al Terrible y al que quita el aliento a los príncipes.
Decís que «al que» no se halla en el griego; pero si no se añade, la
frase latina no suena bien.
49 Salmo 76: Y he meditado durante la noche en mi corazón, y me
ejercitaba y examinaba mi espíritu <111>. En vez de eso leemos en
hebreo: «Me acordaba de mis salmos durante la noche, hablaba con mi
corazón y examinaba mi espíritu». Por «ejercicio», los Setenta
tradujeron , es decir, «canto» y «meditación» a la vez; donde
nosotros decimos: «examinaba», ellos ponen , que Símaco tradujo:
, es decir, «inquiría» o «buscaba»; y lo mismo la Quinta Edición. Pero
en agricultura significa propiamente escardar; y del mismo modo allí se
buscaban hierbas que cortar con el escardillo, así aquí el salmista ha
expresado metafóricamente la mortificación de sus pensamientos por el
escardillo. Y hay que saber que expresa la acción una sola vez, pero
es acción frecuente. En el mismo: De generación en generación. Lo que
vosotros decís haber visto que sigue en el griego: «Terminó su
palabra», se omite con razón en latín, porque tampoco está en ningún
intérprete.
59 Salmo 90: Dirá al Señor: protector mío eres tú <139>. Y decís que
en el griego no figura «eres». Yo os diré más, que en el hebreo no
figura ni «eres» ni «tú»; pero en los Setenta y en latín se ha puesto por
razón de eufonía e ilación de las palabras.
62 Salmo 100: Mis ojos sobre los fieles de la tierra para que se sienten
conmigo. en el griego decís haber hallado: . ¿Quién no evitaría
una traducción que dijera, expresando palabra por palabra: «para que
se sienten ellos mismos conmigo»?
69 Salmo 107: Levántate, gloria mía <168>. Decís que esto no está en
el latín, y con razón no figura en este salmo; pues tampoco se
encuentra en el hebreo ni en ninguno de los intérpretes. Pertenece al
salmo 56, de donde fue transferido por alguien a este lugar <169>. En
este mismo salmo: Los extraños se me han hecho amigos <170>. En
vez de esto, decís haber hallado en el griego , «se me han
sometido». Pero eso está escrito en el Salmo 59; en el presente, en
todos los traductores, está así: . «se me han hecho
amigos». Lo cual se dice en hebreo «ethrohe».
78 Salmo 129: Por razón de tu ley, esperé en ti, Señor <187>. Decís
que en griego habéis visto: «Por razón de tu nombre». También yo
reconozco que se encuentran muchos ejemplares en que está así. Pero
como lo que buscamos es lo original, tenemos que decir simplemente lo
que figura en el texto hebreo. En vez de «nombre» y de «ley», en el
hebreo se halla «thira», que Aquila tradujo , es decir, «temor»;
Símaco y Teodoción, , es decir, «ley», pensando en la «thora», debido
a la semejanza de las letras «yod» y «vau», que sólo se distinguen por
el tamaño. La Quinta Edición tradujo «terror»; la Sexta, «palabra».
79 Salmo 131: Como juró al Señor, hizo voto al Dios de Jacob <188>.
Donde nuestra traducción dice: «hizo voto», vosotros decís haber leído
en el griego , y pensáis que debe traducirse: «oró»; pero esto es
incorrecto, porque significa, según el contexto, «oración» o «voto»
como en aquel texto: Cumple al Señor tus votos <189>, esto es,
.
80: Salmo 135: Que hizo las lumbreras grandes <190>. Decís haber
hallado en el griego: «grandes, El solo». Pero esto viene de un versículo
anterior, donde leemos: Que hizo maravillas grandes El solo <191>.
Por consiguiente, allí es donde hay que leerlo; aquí, por ser superfluo,
no debe escribirse.
<3> Is 2,4.
<4> Is 11,6-7.
<8> Mt 6,9.
<31> Ex 15,1.
<32> Sal 22,5.
<67> Jn 17,5.
<146> Mt 10,27.
<147> Is 22,1.
3 Por poco me deslizo a otro tema y, «con el correr del torno» <4>,
aunque trata de hacer un jarro, la mano ha modelado un ánfora. Mi
propósito era, accediendo a los ruegos de la santa Marcela y a los
tuyos, dirigir mis palabras a una madre, es decir, a ti, y enseñarte cómo
debes de educar a nuestra pequeña Paula, que ya antes de ser
engendrada había sido consagrada a Cristo, y tú misma la recibiste
antes en la promesa que en el seno. En nuestros tiempos, hemos visto
algo que recuerda los libros proféticos: Ana cambió la esterilidad de su
seno por la fecundidad. Tú has trocado una fecundidad de duelo por
hijos destinados a la vida. Tengo fe al decir que, por haber entregado tu
primer fruto a Dios, has de recibir nuevos hijos. Estos son los
primogénitos que, según la ley <5>, han de ofrecerse. Así nació
Samuel, así vino al mundo Sansón; así Juan Bautista, al entrar María en
casa, saltó y jugó. Pues por boca de la Virgen oyó las palabras del
Señor que tronaba, y quiso lanzarse a su encuentro desde el vientre de
su madre. Así pues, la que ha nacido de una promesa, deberá recibir
una educación conforme con su nacimiento. Samuel crece en el templo.
Juan se prepara en el desierto. Aquél, venerable por su cabellera
consagrada, no bebe vino ni bebida embriagante; todavía niño, habla ya
con el Señor. Este huye de las ciudades, se ciñe cinturón de cuero, se
alimenta de langostas y miel silvestre y, como símbolo de penitencia,
predica vestido con la piel del más deforme de los animales.
<2> Lc 18,27.
<14> Ez 18,4.
<15> Jn 9,21.
5 Cuando murió su marido, lo lloró de tal forma que casi muere ella
también; pero después se entregó de tal modo al servicio de Dios, que
no parecía sino que había deseado su muerte. ¿Para qué voy a contar
que casi todas las riquezas de una casa grande y noble y en otro tiempo
opulentísima fueron distribuidas a los pobres? ¿Qué falta hace hablar
de aquella compasiva con todos, que repartía bondad aun entre quienes
jamás había visto? ¿Qué pobre moría que no fue envuelto con vestidos
de ella? ¿Qué enfermo no se benefició de sus ayudas? Ella los buscaba
con extrema diligencia por toda la ciudad, y consideraba como afrenta
propia que un enfermo o hambriento fuera sustentado con comida de
otros. Se lo quitaba a sus hijos y, si los deudos se lo reprochaban,
respondía que les dejaba una herencia mayor, la misericordia de Cristo.
17 Pero todo esto puede ser común a muchos, y el diablo sabe que no
es eso lo más sublime de las virtudes. Por eso, después de que Job ha
perdido su hacienda, después que ha visto su casa arruinada y a sus
hijos asesinados, Satán dirá al Señor: ¡Piel por piel! ¡Todo lo que el
hombre posee lo da por su vida! Pero extiende tu mano y toca sus
huesos y su carne; ¡verás si no te maldice a la cara! <69>. Sabemos de
muchos que han dado limosna, pero no han dado nada de su propio
cuerpo; que han tendido su mano a los indigentes, pero, vencidos por el
placer de la carne, han blanqueado lo de fuera, pero por dentro han
quedado llenos de huesos muertos. Paula no es de ésos; porque fue de
tal sobriedad, que casi pasó del justo límite, llegando a incurrir en una
gran debilidad corporal con sus excesivos ayunos y su trabajo. Salvo los
días de fiesta, apenas tomaba aceite en la comida; con esto se puede
juzgar lo que pensaría sobre el vino y las salsas, los peces, la leche, la
miel, los huevos y demás manjares agradables al gusto. Hay quienes se
consideran muy abstinentes tomando todo eso, y si sacian su estómago
con esas cosas se imaginan tener segura su castidad.
Y en la puerta de la gruta:
<2> 1 Jn 5,19.
<14> Cf Lc 18,4.
<28> Is 29,1.
<30> Is 1,3.
<32> Jn 1,1-14.
<35> Mt 15,24.
<41> Lc 2,14.
<43> Is 63,3.
<45> Jn 8,56.
<48> Ef 5,18.
<49> Cf 1 Re 16,34.
<52> Is 28,16.
<53> Mt 11,11.
<62> Lc 3,11.
<63> Mt 5,7.
<64> Si 3,30.
<65> Lc 16,9.
<66> Lc 11,41.
<72> Cf 1 Re 11,14.
<78> Mt 5,10.
<81> Dt 13,4.
<82> Is 28,9-10.
<85> Is 49,8.
<86> Lc 21,19.
<95> Mt 16,24.
<96> Lc 9,24.
<97> Mt 16,26.
<99> 1 Jn 2,15-17.
<101> Mt 10,37.
<107> Mt 12,24.
<109> Jn 15,18-19.
<117> Si 13,2.
<127> Is 65,13.
<134> Mt 22,29-30.
<135> Mt 14,31.
<136> Jn 20,27.
<137> Lc 24,39-40.
<140> Ef 4,13.
<142> Dt 27,9.
<143> Lc 8,24.
<1> Ef 1,21.
<3> Mt 10,40.
<16> Dt 13,6-9.
<17> Mt 26,40.
<19> Lc 6,12.
<26> Mt 8,25.
<27> Mt 3,10.
[INTENTO DE RECONCILIACION]
5 Por eso, entre suspiros de ardiente deseo, no hago más que leer o
pensar en lo que pones al final de tu carta: «¡Ojalá, dices, mereciera yo
tus abrazos y, en recíproca conversación, pudiera enseñarte algo o
aprender algo de ti!» Y yo digo: Ojalá por lo menos habitásemos en
lugares más cercanos de la tierra, y ya que no podemos intercambiar
nuestros discursos, pudieran al menos nuestras cartas ser más
frecuentes. Pero estamos separados el uno del otro por distancias tan
grandes, que recuerdo que, cuando escribí <5> a tu santidad a
propósito de aquel pasaje del Apóstol a los Gálatas, era yo un joven
todavía. Ahora soy ya viejo, y todavía no he merecido una contestación.
Pero no sé qué inesperada casualidad, las copias de mi carta te
llegaron antes que la carta misma que yo te enviaba. El individuo que
se hizo cargo de ella ni te la llevó a ti ni me la devolvió a mí. Ahora
bien, en la carta que de ti ha podido llegar a mis manos se refleja tanta
ciencia, que nada desearía yo tanto como poder estar junto a tu lado, si
me fuera posible. Pero como no puedo realizarlo por mí mismo, pienso
enviarte alguno de nuestros hijos en el Señor para que se informe en
mi lugar, si es que merezco tu respuesta sobre este asunto. Porque yo
no tengo ni podré ya adquirir una ciencia tan extraordinaria de las
divinas Escrituras como la que veo hay en ti. Y si algún conocimiento
tengo en este campo, todo lo empleo en favor del pueblo de Dios. En
cuanto a dedicarme a los estudios con mayor diligencia de la que
reclama la predicación del pueblo, me es absolutamente imposible
debido a las ocupaciones eclesiásticas.
<6> Mt 18,7.
<7> Mt 24,12.
<8> Jn 14,27.
<14> 1 Jn 4,16.
3 Me dices <8> que has recibido de cierto hermano un libro mío que
no llevaba título, en que enumero los escritores eclesiásticos, tanto
griegos como latinos. Y que al preguntarle por qué, para emplear tus
palabras, la página preliminar no llevaba inscripción, o bajo qué título
se le conocía, él respondió que se llamaba Epitafio. Tú argumentas que
llevaría correctamente ese título si en él se leyeran únicamente las
vidas y obras de los que ya murieron. Pera que, como en él se
mencionan obras de muchos que vivían cuando el libro fue compuesto y
aun viven actualmente, te extrañas de que yo haya puesto ese título.
Pienso que tu prudencia entenderá que por la misma obra podías haber
adivinado el título. Has leído, sin duda, autores griegos y latinos que
han escrito las vidas de los varones ilustres, y nunca titularon su obra
Epitafio, sino De los varones ilustres; por ejemplo, generales, filósofos,
oradores, historiadores, poetas, autores épicos, autores trágicos y
cómicos. Un epitafio se escribe propiamente de los muertos, como el
que recuerdo haber escrito con ocasión de la muerte del presbítero
Nepociano, de santa memoria. Por tanto, este libro debe titularse De
los varones ilustres, o propiamente De los escritores eclesiásticos,
aunque muchos correctores ignorantes digan que se titula De los
autores.
9 Pues bien, lo mismo que he demostrado que Pedro tenía una idea
correcta a propósito de la abolición de la Ley mosaica, pero que por
temor se vio obligado a simular que la observaba, veamos ahora si
Pablo mismo, que le acusaba, no hizo algo semejante. Leemos en el
mismo libro: Recorría Pablo la Siria y la Cilicia consolidando las
iglesias. Llegó también a Derbe y Listra. Había allí un discípulo llamado
Timoteo, hijo de una mujer viuda creyente y de padre griego. Los
hermanos de Listra e Iconio, daban de él un buen testimonio. Pablo
quiso que se viniera con él. Lo tomó y lo circuncidó a causa de los
judíos que había por aquellos lugares, pues todos sabían que su padre
era gentil <23>. Bienaventurado apóstol Pablo, tú que censuraste a
Pedro de simulación porque se apartó de los gentiles por miedo de los
judíos que vinieron del grupo de Santiago, ¿por qué, contra tu
convicción, te ves tú obligado a circuncidar a Timoteo, hijo de hombre
gentil y él mismo gentil; pues ni era judío, ni había sido circuncidado?
Me responderás: «A causa de los judíos que había por aquellos
lugares». Entonces, ya que te permites a ti mismo circuncidar a un
discípulo que viene de los gentiles, permite también a Pedro, tu
predecesor, hacer algunas cosas por causa de los creyentes del
judaísmo. En otro pasaje se escribe: Pablo se quedó allí todavía
bastantes días; después se despidió de los hermanos y se embarcó
rumbo a Siria; con él iban Priscila y Aquila. En Cencreas se había
cortado el pelo porque tenía hecho un voto <24>. Pase que allí, por
temor a los judíos, se viera obligado a hacer lo que no quería. Pero,
¿por qué se dejó crecer la cabellera por voto, y después se la cortó en
Cencreas, todo ello siguiendo la Ley, como solían hacer los nazareos
que se consagraban a Dios según el precepto de Moisés?
11 Hemos aprendido que tanto Pedro como Pablo, por causa de los
judíos, fingieron por igual que guardaban los preceptos de la ley. ¿Con
qué cara y con qué atrevimiento podía reprender Pablo en otro lo que
él mismo había practicado? Yo, o, mejor dicho, otros antes que yo
expusieron la explicación que les pareció mejor; pero con ello no
defienden la mentira oficiosa, como tú escribes, sino que alegan la
conveniencia en ese modo de proceder, para dejar a salvo la prudencia
de los apóstoles, y a la vez refutar la maldad del blasfemo Porfirio, que
afirma que Pedro y Pablo se enzarzaron en una contienda pueril; peor
aún, que Pablo se consumía de envidia ante las virtudes de Pedro, y que
había escrito por puro orgullo cosas que no hizo, o si las hizo, entonces
actuó vilmente al reprender a otro de aquello en lo que él mismo había
incurrido. En fin, lo explicaron lo mejor que pudieron. Pero tú, ¿cómo
explicas tú ese pasaje? Seguro que dirás cosas mejores, una vez que
has reprobado la opinión de los antiguos.
16 Sabemos ya por ti cuáles son los males de los judíos que Pablo
abandonó. Aprendamos ahora, igualmente adoctrinados por ti, cuáles
fueron los bienes que retuvo. Dirás: «Las observancias de la Ley,
mientras se celebrasen como tradición paterna, como el mismo Pablo
las celebró, sin afirmar por eso su necesidad para la salvación». No
entiendo bien qué quieres decir con eso de «sin afirmar su necesidad
para la salvación». Porque si no dan la salvación, ¿por qué se observan?
Y si se deben observar, será que dan la salvación, sobre todo aquellas
cuya observancia hace mártires. No serían observadas si no dieran la
salvación. Y no serían indiferentes entre el bien y el mal, según lo que
enseñan los filósofos. Un bien es la continencia; un mal, la lujuria.
Indiferente entre ambas cosas es pasear, hacer la digestión, expulsar
por la nariz las secreciones de la cabeza, escupir las toxinas de un
constipado. Esto no es ni bueno ni malo; tanto si lo haces como si no lo
haces, por ello no ganas ni justicia ni injusticia. Pero observar las
ceremonias de la Ley no puede ser indiferente, sino que es bueno o es
malo. Tú dices que es bueno; yo afirmo que es malo: y malo no sólo
para los creyentes que vienen de la gentilidad, sino también para los
fieles procedentes del pueblo judío. En ese punto, si no me equivoco,
quieres evitar un extremo y caes en otro: si por un lado temes la
blasfemia de Porfirio, por otro caes en las trampas de Ebión,
dictaminando que la Ley debe ser observada por los judíos que han
llegado a la fe. Y como sabes lo peligroso que es lo que dices, intentas
suavizarlo con palabras superfluas: «sin afirmar por eso su necesidad
para la salvación, como los judíos pensaban que había que celebrarlas;
ni por la simulación falaz, que es lo que reprendió en Pedro».
18 Te suplico, pues, y te pido una vez más que seas indulgente con mi
modesta disertación; y que si he perdido mi moderación, te eches la
culpa a ti mismo, que me forzaste a contestar y, como se hizo con
Estesícoro <46>, también tú me sacaste a mí los ojos. No pienses que
soy maestro de la mentira, pues soy seguidor de Cristo, que dice: Yo
soy el camino, la verdad y la vida <47>, y no es posible que, siendo
adorador de la verdad, someta mi cuello a la mentira. Ni soliviantes
contra mí a la plebe de los ignorantes. A ti te veneran como a obispo, y
te acogen con el honor debido al sacerdocio cuando predicas en la
Iglesia. A mí en cambio me desdeñan como a un viejo que está en las
últimas, casi decrépito, y que sólo busca los escondrijos del monasterio
y del campo. Búscate otros a quienes poder enseñar y reprender. Pues
a mí, separado de ti por tan largas distancias de mar y de tierra,
apenas podrá llegarme el sonido de tu voz. Y si por casualidad me
escribes una carta, Italia y Roma la reciben antes de que me llegue a
mí, a quien tenía que haber sido enviada.
22 Dices, pues, que hay algo que he traducido mal en el profeta Jonás,
y que, debido a una sedición del pueblo, alborotado por el cambio de
una sola palabra, a punto estuvo un obispo de perder su cargo
sacerdotal. Pero te callas qué es lo que yo he traducido mal,
quitándome así la posibilidad de defenderme y aclarar con mi
respuesta lo que tú habrías alegado. A no ser que después de tantos
años salga de nuevo a relucir lo de la calabaza: el «Cornelio» y el
«Asinio Polión» <53> de entonces afirmaban que yo había traducido
hiedra por calabaza. Sobre este punto ya he contestado ampliamente
en el comentario al profeta Jonás <54>. Baste de momento decir que
donde los Setenta Intérpretes traducen calabaza, y Aquila y los demás,
hiedra, es decir , en el volumen hebreo figura ciceion, que los sirios
llaman vulgarmente ciceia. Se trata de una especie de mata de hojas
anchas, como de parra. A poco de plantado, brota como un arbusto,
sostenido por su mismo tronco, sin necesidad de las cañas y varas que
necesitan las calabazas y la yedra. Si hubiera querido traducir
literalmente es decir «ciceion», esta palabra no la habría entendido
nadie. Si hubiera traducido calabaza, habría dicho algo que no figura
en el hebreo. Puse yedra, para ajustarme a los demás traductores. Pero
si, como tú afirmas, vuestros judíos, por malicia o por ignorancia,
dijeron que en los volúmenes de los hebreos figura lo mismo que en los
códices griegos y latinos, es evidente que o bien ignoran la lengua
hebrea, o bien quisieron mentir para reírse de los «calabaceros». Al
terminar esta carta, te pido que no obligues a militar de nuevo, y poner
en peligro su vida, a un anciano que ya merece el descanso y que ya
hace tiempo que fue veterano. Tú, que eres joven, y has sido elevado a
la cumbre pontifical, enseña a los pueblos, y enriquece los almacenes
de Roma con las nuevas cosechas de Africa. A mí me basta con poder
cuchichear con cualquier humilde oyente o lector en un rincón de mi
monasterio.
<1> Ef 6,13.
<2> Ef 6,14-17.
<31> Jn 5,18.
<32> Jn 1,16-17.
<37> Ex 20,25.
<46> Cf. Carta 67,7. Agustín había pedido a Jerónimo que cantara la
«palinodia» en estos puntos. La alusión de Jerónimo a Estesícoro es un
toque agrio de ironía. Estesícoro (640-555), poeta griego nacido en
Himera (Sicilia), fue castigado por los dioses con la pérdida de la vista
por haber atribuido en sus poemas la guerra de Troya a la pasión de
Paris por Helena. Volvería a recuperarla cantando la «palinodia».
<47> Jn 14,6.
<1> Is 51,4.
<2> Is 21,9.
<3>Jn 7,24.
El libro que Jerónimo tenía que traducir para Teófilo, y cuya traducción
ha sido interrumpida por la enfermedad y por diversas irrupciones de
los visigodos en Palestina, no es otro que el informe anterior. Jerónimo
no felicita esta vez a Teófilo, como lo había hecho en otras ocasiones.
Sus sentimientos se reflejan en forma de disculpa: «es posible que la
debilidad de mi cuerpo y la tristeza de mi alma hayan embotado la
agudeza de mi ingenio y frenado con desconocidos obstáculos mis
palabras, que hubieran debido fluir con espontaneidad». No está
convencido de poder identificarse con Teófilo en este asunto.
[HACIA LA RECONCILIACION]
11 Y si, como yo me inclino a creer, Pedro hizo esto antes del concilio
de Jerusalén, tampoco es de extrañar que Pablo exigiera de él que no
ocultase cobardemente, sino que afirmase con valentía lo que era
convicción común de ambos, cosa que Pablo sabía, ya sea porque había
comparado su Evangelio con él, ya porque, con ocasión de la llamada
de Cornelio Centurión, Pedro había recibido una revelación de lo alto,
ya porque, antes de que vinieran de Antioquía aquellos que le
intimidaron, le había visto compartir la mesa con los gentiles. No
negamos, por consiguiente que Pedro fuera del mismo parecer que
Pablo. Este, pues, no enseñaba a aquél cuál fuera la verdad sobre el
particular, sino que le reprendía por aquella simulación suya, con la
que los gentiles eran inducidos a judaizar. Y el motivo no era otro que
éste: al practicar simuladamente todas aquellas observancias, no
parecía sino que era verdad lo que afirmaban quienes aseguraban que
sin la circuncisión del prepucio y demás observancias, que eran figuras
del futuro, no podía salvarse ningún creyente.
12 Así pues, a Timoteo le circuncidó para que los judíos, sobre todo
los de la familia materna de éste, no pensasen que los creyentes de la
gentilidad detestaban la circuncisión como se detesta la idolatría;
siendo así que aquélla la ordenó Dios, mientras que ésta la introdujo
Satanás. En cambio, a Tito no lo circuncidó, para no dar pie a los que
creían que sin la circuncisión nadie podía salvarse, y propalaban, para
engaño de los gentiles, que Pablo opinaba lo mismo. Eso es lo que él
indica sobradamente cuando dice: Ni siquiera Tito que estaba conmigo,
con ser griego, fue obligado a circuncidarse. Pero a causa de los
intrusos, los falsos hermanos que solapadamente se infiltraron para
espiar nuestra libertad, con el fin de reducirnos a la esclavitud, a
quienes ni por un instante cedimos, sometiéndonos, a fin de
salvaguardar para vosotros la verdad del Evangelio <17>. En esto se
ve que comprendía perfectamente sus pensamientos, en que no hizo lo
que había hecho con Timoteo, de modo que con aquella libertad podía
demostrar que tales ritos no debían ser apetecidos como necesarios ni
condenados como sacrílegos.
13 Pero, dirás, habrá que tener cuidado con esta disputa, no sea que,
como los filósofos, establezcamos ciertos actos humanos intermedios,
entre lo bien hecho y el pecado, a los que no se pudiera catalogar ni de
bien hechos ni de pecaminosos, y de esa forma se nos arguya que la
observancia de las ceremonias de la ley no puede ser indiferente, sino
que será buena o será mala. De modo que si decimos que es buena,
también nosotros estaríamos obligados a observarlas; si por el
contrario decimos que mala, tendríamos que admitir que fueron
observadas por los apóstoles no sinceramente, sino en apariencia. Por
mi parte, lo que yo temo en el caso de los apóstoles no es tanto el modo
de proceder de los filósofos, puesto que también éstos en sus
discusiones dicen cosas acertadas, cuando el de los abogados forenses,
que mienten al defender causas ajenas. Si en la exposición de la Carta
a los Gálatas se puede aducir la comparación con éstos para defender
la simulación de Pedro y Pablo, ¿por qué he de temer yo que me
aduzcas el nombre de los filósofos, si éstos no son falaces porque todas
sus afirmaciones sean falsas, sino porque con frecuencia se apoyan en
cosas falsas, y, cuando se ve que dicen la verdad, son ajenos a la gracia
de Cristo, que es la misma Verdad?
26 Cuando dije que Pablo se hizo judío para los judíos y gentil para los
gentiles, no con la astucia del mentiroso sino con la caridad del
compasivo, me parece que no te fijaste en qué sentido lo dije. Aunque
quizá no supe yo desarrollarlo suficientemente. Pero no dije eso como
si Pablo simulara tales cosas por misericordia, sino precisamente
porque no simuló nada de lo que hacía siguiendo a los judíos, del
mismo modo que tampoco simuló nada de lo que hacía siguiendo a los
gentiles, cosa que tú mismo recuerdas, y en la que, no sin
agradecimiento, confieso que me has ayudado. Te había yo preguntado
en carta mía cómo podía pensarse que se hiciera judío con los judíos
por el hecho de haber aceptado falazmente los ritos judíos, cuando
también se había hecho gentil con los gentiles sin aceptar
simuladamente los misterios de los gentiles. Tú me respondiste que se
había hecho gentil con los gentiles en cuanto que aceptaba el prepucio
y permitía alimentarse de alimentos que los judíos condenan. Ahora yo
te pregunto: ¿es que también eso lo hacía simuladamente? Si esto es
absolutamente absurdo y falso, también lo será aquello en lo que
seguía la costumbre de los judíos con sabia libertad y no por un
servilismo inevitable o, lo que es más indigno, por una responsabilidad
mal entendida y engañosa.
31 También tú te has hecho como yo, no por ardid mentiroso sino por
afecto misericordioso, cuando pensabas que no se me debía abandonar
en la culpa en que me creías caído; del mismo modo que no quisieras tú
verte abandonado si a tu vez hubieses caído. Por eso, al darte las
gracias por tu buena intención para conmigo, te ruego no te enfades
conmigo por haberte manifestado la extrañeza que me produjeron
algunas cosas leídas en tus libros. Ya quisiera yo que se tuviera
conmigo la consideración que yo mismo he tenido contigo, de modo que
cuanto juzguen digno de reprobación en mis escritos, no se lo
disimulen con mala intención, ni lo reprendan ante los demás,
callándose delante de mí. En esto más que en ninguna otra cosa es
donde pienso que se vulnera la amistad y se violan los derechos de la
confianza. No sé si pueden considerarse cristianas las amistades en las
que el proverbio vulgar: «El favor genera amigos; la verdad, odio»,
importa más que el eclesiástico; «Son más de fiar las heridas del amigo
que los fingidos besos del enemigo» <41>.
<14> Jn 5,46.
<15> Hch 21,20-25.
<18> Ex 20,25.
<20> Jn 1,16-17.
<22> Mc 1,44.
<39> Mt 22,40.
2 Deseo ante todo que sepáis, hermana mía y también tú hija mía, que
no os escribo porque sospeche algo nefasto de vosotras, sino para
invitaros a la concordia, para que nadie lo sospeche. Por lo demás (lo
que no es el caso), si pensara yo que estabais cautivas en las cadenas
del pecado, nunca os hubiera escrito, pues sería como contar una
historia de sordos <3>. En segundo lugar, os ruego que si al escribir
empleo alguna mordacidad no lo atribuyáis a severidad cuanto a lo
grave del caso. Las carnes infectadas se curan con el bisturí y con el
cauterio. Los venenos se expelen con antídoto de serpientes. Lo que
produce algún dolor se elimina con un dolor mayor. Por último diré que
aunque la conciencia no haya quedado vulnerada, sin embargo la
reputación puede estar en descrédito. Los nombres de madre y de hija
son nombres que designan piedad, son vocablos que comportan
obligaciones mutuas, implican vínculos naturales y una especie de
segunda alianza después de la de Dios. Que os améis no tiene mérito,
que os odiéis sería un crimen. El Señor Jesús estuvo sometido a sus
padres, veneraba a su madre, de la que era verdadero padre. Honraba
a su padre nutricio, a quien él realmente nutría. Recordaba que había
sido llevado en el seno de aquélla y en los brazos de éste. Y por eso,
cuando colgaba de la cruz, encomienda al discípulo el cuidado de la
madre, a la que nunca había abandonado antes de la cruz.
4 Que te alaben otros y exalten con sus panegíricos tus victorias sobre
el diablo. Sé que sobrellevaste con alegre rostro la muerte de tus hijas,
sé que abandonaste a los cuarenta días de su dormición el vestido de
luto, sé que la dedicación de las reliquias de un mártir te devolvió tus
ropas blancas, hasta el punto de que dabas la impresión de no sentir el
dolor de tu orfandad cuando toda la ciudad la sentía, sino que te
alegrabas con el triunfo del mártir. Que te alaben, en fin, porque a tu
esposa santísima la llevaste a enterrar no como se hace con una
muerta, sino como quien despide a alguien que se va de viaje. Yo no te
voy a engañar con mi adulación ni te voy a desorientar con falsas
alabanzas; te diré más bien lo que te conviene oír: hijo, si te llegas a
servir al Señor, prepara tu alma para la prueba <12>. Y: Cuando hayas
hecho todo lo que te fue mandado, di: Soy un siervo inútil; he hecho lo
que debía hacer <13>. Me has quitado los hijos que tú mismo me diste;
has llamado a ti a la sierva que para breve consuelo me habías
concedido. No me entristezco de que te la hayas llevado, antes te doy
gracias porque me la diste. A un joven rico que presumía de haber
cumplido todo lo que está mandado en la ley, el Señor le dice en el
Evangelio: Una cosa te falta todavía: Vete, vende todo lo que tienes y
dalo a los pobres, y luego ven y sígueme <14>. Decía que lo había
hecho todo, pero a la primera prueba es incapaz de vencer las riquezas.
Por eso, es difícil que los ricos entren en el reino de los cielos, que
exige moradores desprendidos y que se apoyen en la liviandad de sus
alas: «Vete - dice - y vende, no parte de tu hacienda, sino todo lo que
posees, y dalo a los pobres»; no a los amigos, no a los de tu familia, no
a los allegados, ni a la esposa ni a los hijos. Añadiré aún: no reserves
nada para ti por miedo a la indigencia, no vayas a ser condenado como
Ananías y Safira <15>; dalo todo a los pobres y, con el dinero de la
iniquidad, hazte amigos que te reciban en las moradas eternas para
que de esa forma puedas seguirme y tengas como posesión al que es el
Señor del mundo y así puedas cantar con el profeta: Mi herencia es el
Señor <16> y, como verdadero levita <17>, no tengas nada de la
herencia de la tierra. Esto es lo que te recomiendo si quieres ser
perfecto, si aspiras a la dignidad apostólica, si tomando la cruz quieres
seguir a Cristo, si poniendo la mano en el arado no quieres mirar atrás;
si desde lo alto del tejado desprecias los antiguos vestidos y para
escapar a la señora egipcia <18> abandonas la capa del siglo. Por eso
Elías, al ser arrebatado a los reinos celestes, no pudo ir con su capa,
sino que abandona en el mundo los vestidos del mundo.
6 Esto lo digo no por desprecio hacia tus obras o porque quiera quitar
méritos a tu liberalidad y a tus limosnas sino porque no quisiera que
entre los mundanos fueras tenido por monje y entre los monjes por
mundano; y porque de ti yo lo esperaría todo, puesto que he oído que
tu alma está entregada al culto de Dios. Si a este consejo mío se opone
un amigo, un compañero o un pariente y te invita volver de nuevo al
regalo de la mesa suntuosa, sábete que esa persona no piensa en tu
alma, sino en tu vientre, y que todas las riquezas y opíparos banquetes
terminan con la inesperada muerte. De ocho y de seis años eran las
hijas que en el espacio de veinte días has perdido, ¿y aún piensas que
un viejo puede vivir mucho tiempo? Y si pretende prolongar la edad,
escuchará a David: La suma de nuestros días son setenta años, o a lo
más ochenta, y lo que pasa de ahí es todo trabajo y dolor <23>.
Dichoso y digno de toda bienaventuranza aquel a quien la ancianidad
sobreviene en el servicio de Cristo, a quien el día final sorprende
militando a las órdenes del Salvador. Ese no será confundido cuando
hable a sus enemigos en la puerta <24>. A ése se le dirá al entrar en el
paraíso: «Recibiste males en tu vida; alégrate ahora aquí» <25>.
Porque el Señor no castigará dos veces con la misma cosa. Al rico
vestido de púrpura lo recibió la llama de la gehenna; Lázaro, el pobre,
lleno de úlceras, cuyas carnes podridas lamían los perros y que a duras
penas sustentaba su mísera vida con las migajas de la mesa del rico, es
recibido en el seno de Abrahán y se alegra de tener como padre a un
patriarca tan grande. Es difícil, es imposible que alguien goce de los
bienes presentes y a la vez de los futuros, que pueda llenar aquí el
vientre y allí la mente, que de las delicias pase a las delicias, que sea el
primero en esta vida y en la otra, que aparezca lleno de gloria en el
cielo y en la tierra.
<2> Mt 9,24.
<3> Jn 11,17ss.
<10> 1 Re 21,13.
<12> Si 2,1.
<13> Lc 17,10.
<14> Mc 10,21.
Pero hay que preguntarse por qué Pablo escribió que los muertos
resucitarían al toque de la trompeta final. Porque si habla de la final es
que han precedido otras. En el Apocalipsis de Juan se describen siete
ángeles provistos de trompetas, y cuando toca cada uno de ellos, es
decir, cuando toca el primero, el segundo, el tercero, el cuarto, el
quinto y el sexto, se dice lo que ocurre cada vez. Pero cuando toca el
último, es decir, cuando el séptimo deja oír el estruendo de su
trompeta, los muertos resucitan y reciben, incorruptibles, los cuerpos
corruptibles que antes habían tenido <13>. Por eso, después de la
última trompeta, el Apóstol expone lo que va a ocurrir: Pues sonará la
trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos
transformados. Al decir nosotros da a entender que él y los que están
con él no cuentan entre los muertos. Para explicar esto algunos dicen
que los muertos que va n a resucitar incorruptibles son propiamente
los cuerpos de los muertos; y que aquellos que quienes se dice han de
ser transformados, ha de entenderse que son las almas cuando éstas
sean transformadas en una gloria superior y lleguen al estado del
hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo <14>. Otros
afirman que por muertos hay que entender los pecadores, que
resucitarán incorruptibles, para que puedan sentir los suplicios
eternos; los que serán transformados serían los santos, que van de
virtud en virtud y pasan de gloria a gloria. Por eso, refiriéndose a la
incorrupción de los muertos, añadió: En efecto, es necesario que este
ser corruptible se revista de incorruptibilidad <15>. En cambio, a lo
que había dicho: Nosotros seremos transformados, añadió lo de Y este
ser mortal se revista de inmortalidad. Porque una cosa es la
inmortalidad y otra la corrupción, como una cosa es lo mortal y otra lo
corruptible. Todo lo que es mortal es corruptible; pero lo corruptible no
es, sin más, mortal. Corruptibles son los cuerpos que carecen de alma
y, sin embargo, no son mortales porque nunca tuvieron vida, que es lo
propio de los seres animados. Por eso precisamente el Apóstol
relaciona la incorrupción con la corrupción y la mortalidad con la
inmortalidad, que se producirá en el momento de la resurrección».
<1> Cf. SALUSTIO, Hist. II, 37; LACTANCIO, Div. Inst. VI, 18.
<2> TERENCIO, Phormio 594.
<7> Es éste uno de los pocos pasajes que se conservan de los breves
comentarios a Pablo de Teodoro de Heracles.
<11> Is 58,1.
<12> Mt 6,2.
<14> Ef 4,13.
<30> Jn 11,26.
<31> Mt 24,42.
<35> Jn 11,11.
<36> Jn 11,25-26.
<37> Ex 18,4.
<38> Cita libre que recuerda más bien a Ex 32,53: Al que peca contra
mí lo borraré de mi libro.
<41> Lc 1,26-30.
<42> Mt 25,6.
<43> Lc 17,34-35.
<51> Jn 11,25-26.
<53> Os 14,10.
<59> Ef 5,14.
<61> Jn 1,23.
<64> Lc 7,32.
I Cómo se puede ser perfecto y cómo debería vivir una viuda que ha
quedado sin hijos.
III ¿Por qué razón los evangelistas han narrado cosas divergentes
acerca de la resurrección y de las apariciones del Señor? ¿Por qué
mientras Mateo dice que el Señor resucitó la tarde del sábado, al
alborear el primer día de la semana <2>, Marcos afirma que resucitó
por la mañana del día siguiente> <3>.
V ¿Cómo es que, según Mateo, era la tarde del sábado cuando María
Magdalena, junto con la otra María, se abraza a los pies del Salvador
<5>, mientras que, según Juan, fue la mañana del domingo cuando
escucha del Señor: No me toques, que todavía no he subido al Padre?
<6>.
VII ¿Como es que Mateo <8> y Marcos <9> escriben que a los
apóstoles se les mandó, por medio de las mujeres, que se adelantaran
al Salvador, yendo a Galilea, y que allí lo verían, mientras Lucas <10>
y Juan <11> recuerdan que fue visto por los apóstoles en Jerusalén?
Prefacio
Dirás que eso es cosa de apóstoles y de varones; pero que una mujer
noble no puede venderlo todo, necesitando como necesita de tantos
apoyos en esta vida. Escucha el aviso del apóstol: No que paséis apuros
para que otros tengan abundancia, sino con igualdad. Al presente
vuestra abundancia remedia su necesidad para que la abundancia de
ellos pueda remediar también vuestra necesidad <45>. Por eso dice el
señor: El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene
<46>. Cuánto más si se trata de los fríos de Escitia o de las nieves de
los Alpes, de los que no es fácil defenderse ni con tres túnicas, ni
apenas con pieles de oveja. Todo lo que puede proteger nuestros
cuerpos y ayudar a la humana fragilidad con que la naturaleza nos
puso, desnudos, en este mundo, todo eso es lo que ha de llamarse «una
sola túnica»; y cuanto se necesita a las inmediatas para comer, eso se
llama el alimento de un solo día. Por eso se nos manda: No penséis en
el día de mañana <47>, es decir, en el futuro. Y el Apóstol dice:
Mientras tengamos comida y vestido, estemos contentos con eso <48>.
Si tienes más de lo que es necesario en comida y en vestido,
distribúyelo; sábete que en eso estás en deuda. Ananías y Safira
merecieron la condena del Apóstol porque reservaron por miedo parte
de sus cosas. Dirás entonces, ¿merece, pues, castigo quien no
entregare sus bienes? No. Ellos fueron castigados porque intentaron
engañar al Espíritu Santo y porque, reservando lo necesario para su
propio sustento, lo que buscaban era la vanagloria, como si hubieran
renunciado plenamente al mundo. Por lo demás, se puede libremente
dar o no dar. Aunque para quien desea ser perfecto, la pobreza
presente encuentra su recompensa en las riquezas futuras.
V ¿Cómo es que, según Mateo, era la tarde del sábado <59> cuando
María Magdalena, junto con la otra María, se abraza a los pies del
Salvador, mientras que, según Juan <60>, fue la mañana del domingo
cuando escuchó del Señor: «No me toques, que todavía no he subido a
mi Padre»? La primera que con la otra María había visto al Señor
resucitado, y se había abrazado a los pies posteriormente, durante la
noche, al no poder quedarse en casa debido al deseo de ver al Señor,
vino de nuevo al sepulcro, y al ver que la piedra con que había cerrado
la tumba estaba retirada, se fue corriendo a Simón Pedro y al otro
discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: Se han llevado del sepulcro al
Señor, y no sabemos dónde lo han puesto <61>. El error de la mujer se
había asociado con la piedad. La piedad estaba por echar de menos a
Aquel cuya majestad había conocido. El error, es decir: «Se han llevado
del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto». En suma,
Pedro y Juan, entrando en el sepulcro, vieron las sábanas separadas y, a
un lado, el sudario en que había estado envuelta la cabeza del Señor; y
entonces creyeron que había resucitado Aquel cuyo cuerpo no hallaron
en el sepulcro. A todo esto, María se había quedado llorando fuera
junto al sepulcro, e inclinándose vio a dos ángeles de blanco, sentados
a la cabeza y a los pies del lugar de la tumba donde había sido puesto
el cuerpo de Jesús <62>. A la vista de una guardia tan digna, no podía
pensar que hubiera sido robado por los hombres quien era custodiado
por ministerio de ángeles. Y le dicen los ángeles que estaba viendo:
Mujer, ¿por qué lloras?, como cuando el Señor dijo a su madre: ¿Qué
nos va a ti y a mí, mujer? Todavía no ha llegado mi hora <63>. Al
llamarla «mujer» le daban a entender que estaba llorando en vano, y
por eso le dicen: «por qué lloras». Pero María Magdalena estaba tan
paralizada por el aturdimiento y, aterrada por aquellas maravillas, tenía
la fe tan envuelta en brumas, que ni siquiera advirtió la visión de los
ángeles allí presentes, sino que respondió como mujer y dijo: Lloro
porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. María, si
le crees Señor, y tu Señor, ¿cómo puedes pensar que se lo han llevado
los hombres? No sé - dice - dónde lo han puesto. ¿Cómo no conoces a
quien hace poco has adorado? Estaba viendo ángeles, e ignoraba lo que
estaba viendo; de forma que atenazada por el estupor, volvía la mirada
a una y otra parte, no deseando otra cosa que ver al Señor. Y
volviéndose, vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. No es que,
como quieren Manes y otros herejes, el Señor hubiera cambiado de
aspecto y de cara, y se mostrara caprichosamente con formas diversas,
sino que María, anonadada por el milagro, pensaba que era el
hortelano justo Aquel a quien con tanta ansia buscaba. Así pues,
también el Señor se dirige a ella con las mismas palabras que el ángel:
Mujer, ¿por qué lloras?, añadiendo por su cuenta: ¿A quién buscas? Ella
le respondió: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto,
que yo me lo llevaré. No es que llame Señor al Salvador según la
confesión de la verdadera fe; lo que hace es rendir acatamiento al
hortelano con temerosa humildad. Fíjate qué ignorancia. Aquel a quien
custodiaba una cohorte de soldados y ante cuya tumba velaban los
ángeles, imagina ella que ha sido llevado por un simple hortelano, e
ignorando su debilidad de mujer, se cree con tantas fuerzas que se
imagina que aquel cuerpo de un hombre de edad madura, que, por no
hablar de otras circunstancias, había sido embalsamado con cien libras
de mirra, podía ser llevado por una mujer sola y amedrentada. Y aun
después de haberla llamado Jesús por su nombre, diciéndole: «María»,
a ver si por la voz reconocía al que no conocía por la cara, ella,
persistiendo en su error, no le llama «Señor», sino «Rabboni», es decir,
«maestro». Fíjate que ofuscación. La que llama «Señor» a quien creía
que era el hortelano, al Hijo de Dios resucitado le llama maestro. Así
que el Señor se dirige personalmente a la que lo estaba buscando vivo
entre los muertos, a la que en su error femenino y en su debilidad de
mujer, andaba de acá para allá buscando el cuerpo de un ejecutado que
en realidad vivía y a cuyos pies ella había estado abrazada, y le dice:
No me toques; que - para ti - todavía no he subido al Padre <64>. El
sentido es: Al que buscas muerto, no mereces tocarlo vivo. Si piensas
que aún no he subido al Padre, sino que he sido robado por engaño de
hombres, no eres digna de tocarme. Es claro que esto lo decía no para
debilitar en ella el celo de la búsqueda, sino para que comprendiera
que la economía de la carne asumida se había transmutado en la gloria
de la divinidad; y para que no se empeñara en estar físicamente con el
Señor, pues debía creer espiritualmente que El ya reinaba con el Padre.
Por eso los apóstoles demuestran una fe mayor, porque sin haber visto
a los ángeles, sin haber contemplado al Salvador, al no encontrar su
cuerpo en el sepulcro creyeron que había resucitado de los infiernos.
Otros opinan que lo primero que ocurrió fue lo narrado por Juan: que
María Magdalena habría visto la piedra removida; posteriormente
habría vuelto con los apóstoles Pedro y Juan, y se habría quedado sola
junto a la tumba, y por eso, por su persistencia en la incredulidad,
había sido reprendida por el Señor. Volvería todavía a casa, para
regresar una vez más al sepulcro con la otra María; avisada entonces
por el ángel, adoró al Señor que salía del sepulcro, y se abrazó a sus
pies al tiempo que las dos oyeron decir: ¡Dios os guarde! Y ellas
acercándose, se asieron de sus pies y la adoraron <65>. Habían
aprovechado tanto, que son enviadas a los apóstoles, y escucharían en
primer lugar: No temáis; y en segundo lugar: Id y avisar a mis
hermanos que vayan a Galilea; allí me verán <66>.
VII ¿Cómo es que Mateo <69> y Marcos <70> escriben que a los
apóstoles se les mandó por medio de las mujeres, que se le adelantaran
al Señor, yendo a Galilea, que allí lo verían; mientras que Lucas <71> y
Juan <72> recuerdan que fue visto por los apóstoles en Jerusalén? Una
cosa es su aparición a los once discípulos que estaban escondidos por
miedo a los judíos, cuando entró con las puertas cerradas donde ellos,
estaban y, como ellos pensaban que se aparecía en su espíritu, les
mostró las manos y el costado, heridos por los clavos y la lanza; y otra
cuando, según Lucas <73>, se les presentó dándoles muchas pruebas
de que vivía apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles
acerca de lo referente al reino de Dios. Mientras estaba comiendo con
ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén. En el primer caso
se manifestó para consuelo de sus corazones, y fue visto por poco
tiempo, para retirarse en seguida de su vista; en el segundo, era tanta
la familiaridad y la duración de sus manifestaciones, que hasta comía
en compañía de ellos. De modo que también el apóstol Pablo cuenta
que el Señor se había aparecido a quinientos discípulos a la vez <74>.
Y en Juan <75> leemos que, estando los apóstoles de pesca, Jesús les
esperaba a la orilla, y que comió con ellos un pedazo de pez asado y un
panal, lo que era prueba de su verdadera resurrección. En cambio, no
se cuenta que hiciera nada de eso en Jerusalén.
Dios sin embargo ha creado a todos con un destino igual, y les ha dado
el libre albedrío para que cada uno haga lo que quiera, o el bien o el
mal. Hasta tal punto ha dado a todos esta facultad, que la voz del impío
discute con su Creador y examina los motivos de su decisión. Mas si
Dios, queriendo manifestar su cólera y dar a conocer su poder, soportó
con gran paciencia objetos de cólera preparados para la perdición, a fin
de dar a conocer la riqueza de su gloria con los objetos de misericordia
que de antemano había preparado para gloria; a quienes llamó no sólo
de entre los judíos, sino también de entre los gentiles... Como dice
también en Oseas: Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo, y amada
mía a la que no es mi amada; y en el lugar mismo en que se les dijo: No
sois pueblo mío, serán llamados hijos de Dios vivo, y lo demás que
sigue <126>. Si lo que dice es que la paciencia de Dios endureció al
Faraón y durante mucho tiempo aplazó los castigos de Israel, a fin de
condenar con más justicia a quienes había soportado tanto, no hay por
qué censurar la paciencia de Dios y su infinita clemencia, sino la
maldad de quienes abusaron de la bondad de Dios para su propia
perdición. En otro orden de cosas, único es el calor del sol, y sin
embargo, según la materia expuesta a él, unas cosas las derrite y otras
las endurece, unas las esponja y otras las comprime. La cera se derrite,
y el barro se endurece, y, sin embargo, la naturaleza del calor no es
distinta. Del mismo modo la bondad y la clemencia de Dios: a los vasos
de ira, que están destinados a la perdición, es decir, al pueblo de Israel,
lo endurece; en cambio, a los vasos de misericordia, que El mismo
preparó para gloria, y a los que llamó, es decir, a nosotros, que
procedemos no sólo del judaísmo, sino también de la gentilidad, no nos
salva irracionalmente y sin juicio equitativo, sino por motivos
precedentes: porque los unos no recibieron a su Hijo y los otros lo
aceptaron de buen grado.
<1> Mt 26,29.
<6> Jn 20,17.
<12> Mt 27,52-53.
<13> Cf. Jn 20,22.
<18> Jn 1,9.
<23> Mt 5,13.
<27> Mt 19,17-19.
<28> Mt 19,21.
<29> Mc 10,28.
<33> Dt 23,19.
<34> Lc 8,21.
<38> Mt 5,45.
<40> Mc 10,23.
<41> Mt 19,24.
<43> Mt 19,29.
<44> Mt 19,12.
<46> Lc 3,11.
<47> Mt 6,34.
<51> Mt 26,29.
<52> Mt 26,26-28.
<57> Jn 4,34.
<58> Mc 16,9-11.
<61> Jn 20,2.
<62> Jn 20,11ss.
<63> Jn 2,4.
<64> Jn 20,17.
<65> Jn 28,9.
<66> Mt 28,10.
<68> Mt 28,1-4.
<77> Lc 23,46.
<78> Mt 27,54.
<82> Ag 2,6-7.
<83> Mt 23,27.
<84> Lc 23,34.
<87> Is 49,20.
<88> Is 11,20.
<90> Lc 24,29.
<92> Jn 20,21ss.
<98> Mt 10,19-20.
<99> Jn 7,37-39.
<100> Mt 12,28.
<102> Jn 17,5.
<105> Jn 1,14.
<106> Jn 12,16.
<107> Lc 24,49.
<108> Jn 20,23.
<127> Os 2,1.
<143> Lc 2,34.
<144> Ex 18,4.
<146> Mt 22,33.
<148> Jn 11,25.
<151> Lc 20,47.
La carta es del mismo tiempo que la anterior, año 407, aunque escrita
primero según Cavallera (Saint Jérôme, I,311, n.1).
1 ¿Por qué Juan envía a sus discípulos al Señor para preguntarle: eres
tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? <1>, cuando él mismo
había dicho antes: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo? <2>.
7 ¿En qué sentido hay que tomar lo que leemos en la carta a los
Romanos: Apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de
bien tal vez se atrevería a uno morir? <8>.
Prefacio
1 Por qué Juan envía sus discípulos al Señor para que le pregunten:
¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? <21>, siendo así
que él mismo había dicho de El: He aquí el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo <22>. Sobre esta cuestión he hablado con más
detención en mis comentarios sobre Mateo. Así que al preguntar esto
demuestras que no tienes esos volúmenes. Con todo, lo trataré con
brevedad porque no parezca que callo del todo. Juan, estando en la
cárcel, envía a sus discípulos para que, preguntando él, aprendieran
ellos. Estando a punto de ser degollado, quería enseñar que había que
seguir a Aquel a quien él, con sus preguntas, reconocía como maestro
de todos. Pues no podía desconocer a aquel mismo a quien él había
señalado a los que lo desconocían, y del que había dicho: El que tiene a
la novia es el novio <23>. Y: Yo no soy digno de llevarle las sandalias
<24>. Y: Es preciso que El crezca y yo disminuya <25>; y había oído al
Padre que con voz de trueno decía: Este es mi hijo amado, en quien me
complazco <26>. En cuanto a lo que dice: ¿Eres tú el que ha de venir, o
debemos esperar a otro? <27>, puede tener también este sentido: Sé
que eres el que ha venido a quitar los pecados del mundo; pero, como
estoy para bajar a los infiernos, pregunto también si bajarás tú allá, o si
es impío pensar esto del Hijo de Dios, y vas a mandar a otro. Deseo
saberlo para que, ya que te he anunciado a los hombres en la tierra, te
anuncie también en los infiernos, si es que vas a ir allá. Pues tú eres el
que ha venido a romper la cautividad y a liberar a quienes estaban
encadenados. El Señor, haciéndose cargo de la pregunta, prefirió
responderle con obras que con palabras, y manda que le digan a Juan
que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los
sordos oyen, los muertos resucitan y, lo que es más, los pobres son
evangelizados. Pobres por la humildad o por las riquezas; porque entre
el pobre y el rico no hay diferencia en lo referente a la salvación, sino
que todos son llamados por igual.
Y no basta esto como alabanza de Juan, sino que todavía se dice que,
cuando predicaba el bautismo de penitencia, fue él el primero que dijo:
Haced penitencia porque ha llegado el reino de los cielos <34>. Por
eso, desde los días de su predicación, el reino de los cielos sufre
violencia <35>, de forma que quien ha nacido hombre desea ser ángel,
y el que es un ser terreno busca una morada en el cielo. Porque la ley y
los profetas han profetizado hasta los tiempos de Juan <36>, no porque
el final de los profetas y de la ley sea Juan, sino Aquel que fue
anunciado por el testimonio de Juan. Juan, según el misterio que se
escribe en Malaquías, es Elías mismo, el que iba a venir <37>; no
porque una misma alma habitara en Elías y en Juan, como imaginan los
herejes, sino porque tuvo la misma gracia del Espíritu Santo que Elías,
se ceñía con una correa como Elías, vivía en el desierto como Elías,
sufrió persecución por parte de Herodías igual que Elías la sufrió de
Jesabel; y así como Elías será el precursor de la segunda venida, así
Juan anunció la venida en la carne de nuestro Señor y Salvador, no sólo
en el desierto, sino en el seno de su madre, cuando su cuerpo saltó de
gozo <38>.
Pienso, pues, que éstas son, en sentido místico, aquellas mujeres de las
que el mismo Apóstol escribe: la mujer que, seducida, incurrió en la
transgresión. Con todo, se salvarán por su maternidad mientras
perseveren con modestia en la fe, en la caridad y en la santidad <81>.
Si llegan a concebir en virtud de la palabra divina, es necesario que lo
engendrado crezca y reciba al principio la leche de la infancia, hasta
que llegue a la comida sólida y a la edad madura de la plenitud de
Cristo. Pues todo el que se nutre de la leche desconoce la doctrina de la
justicia porque es niño <82>. Así pues, estas almas que todavía no ha
dado a luz, o que todavía no han podido alimentar lo engendrado,
cuando ven que el discurso herético es implantado en la Iglesia, en
seguida se escandalizan y perecen. No pueden perseverar en medio de
la tempestad y las persecuciones, sobre todo si están vacías de buenas
obras y no andan por el camino que es Cristo. De esta abominación de
la doctrina herética y perversa decía el Apóstol que el hombre impío y
rebelde se alza contra todo lo que es Dios y presentarse a sí mismo
como Dios. Su venida está señalada por el influjo de Satanás <83>; lo
que ha sido concebido lo hace perecer por aborto, y lo nacido hace que
no llegue a la niñez ni a la edad perfecta. Por eso hay que rogar al
Señor que en los comienzos de la fe y de la edad del crecimiento no
llegue aquel invierno del que está escrito: Ha pasado ya el invierno y se
ha ido <84>, no sea que nos aletarguemos por el ocio. Y si el naufragio
es inminente, despertemos al Señor, que duerme, y digamos: Maestro,
sálvanos, que perecemos <85>.
7 ¿En qué sentido hay que tomar lo que leemos en la carta a los
Romanos: Apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de
bien tal vez se atrevería uno a morir? <118>. Dos son las herejías que
con error distinto, pero con impiedad igual, blasfeman a propósito de
este texto, porque no lo entienden. Marción, al ver en el Creador de la
ley y los profetas un Dios justo, y en el de los evangelios y los apóstoles
un Dios bueno, del que Cristo sería Hijo, lo que hace es introducir dos
dioses: uno justo y otro bueno. Y afirma que por el justo nadie o muy
pocos afrontaron la muerte. Mientras que por el bueno, es decir, por
Cristo son innumerables los mártires que hay. Arrio por su parte aplica
el atributo de «justo» a Cristo, de quien se dijo: Dios mío, confía tu
juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes <119>. Y él dirá de sí mismo en
el Evangelio: Porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo
ha entregado al Hijo <120>. Y: Yo juzgo según lo que oigo <121>. El
atributo de «bueno» se lo aplica al Padre, de quien el mismo Hijo
confiesa: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios
Padre <122>. Pero si hasta aquí pudo encontrar caminos tortuosos
para su blasfemia, en lo que sigue se estrella y se hunde. Porque ¿cómo
es que por el Padre cualquiera está dispuesto a morir, mientras que por
el Hijo difícilmente moriría nadie, cuando por el nombre de Cristo han
derramado su sangre los mártires?
Cualquiera, pues, que exponga con sencillez este pasaje, debería decir
que en la ley antigua, en la que predomina la justicia, se encontrarán
pocos que hayan derramado su sangre; mientras que en el Nuevo
Testamento, donde reina la bondad y la clemencia, ha habido
innumerables mártires. Pero el que el Apóstol diga: tal vez alguien se
atrevería a morir, y suavice la frase con la ambigüedad de que «puede
haber algunos que se atrevan a morir por el Evangelio», demuestra que
no ha de entenderse así, sino que el sentido de este pasaje ha de
buscarse por lo que antecede y por lo que sigue. Pablo está diciendo
que se gloría en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra
la paciencia; la paciencia, la virtud probada; la virtud probada,
esperanza, y la esperanza no falla, teniendo como tiene la certidumbre
de la promesa, pues el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado <123>, conforme
a lo que el Señor había dicho por el profeta: Derramaré mi espíritu
sobre toda carne <124>. Y con ello admira la bondad de Cristo, que
quiso morir por los débiles, por los impíos y los pecadores, y morir en
el tiempo oportuno, del cual dice El mismo: En el tiempo oportuno te
escuché y en el día de la salvación te ayudé, y de nuevo: He aquí el
tiempo favorable, he aquí el día de la salvación <125>. Cuando todos
pecaron, todos en masa se hicieron inútiles, no había nadie que hiciera
el bien, no había ni uno siquiera <126>. Era increíble la bondad e
inaudita clemencia de morir por los impíos cuando a duras penas
alguien derramaría si sangre por un justo o por un bueno, pues el
miedo a la muerte produce un pavor insuperable. Con todo, a veces
puede encontrarse a alguien dispuesto a morir por una causa justa y
buena. Pero el amor que Dios tuvo por nosotros se prueba de manera
especial en que, cuando aún no éramos pecadores, Cristo murió por
nosotros <127>, y su vida fue borrada de la tierra, y por las
iniquidades del pueblo fue conducido a la muerte y cargó con nuestros
pecados, y su alma fue entregada a la muerte, y fue contado entre los
malvados <128>; para convertirnos de impíos, débiles y pecadores, en
piadosos, fuertes y justos. Algunos lo interpretan así: Si El murió por
nosotros, que éramos impíos y pecadores, ¡cuánto más nosotros
debemos dar la vida, sin vacilación alguna, por Cristo, que es justo y
bueno! Pero no creamos que justo y bueno son cosas distintas ni que se
refieran respectivamente a una persona concreta, sino que se refieren
simplemente a una causa justa y buena por la que alguien, con
dificultad y ocasionalmente, podría derramar su sangre.
¿Hacia dónde apunta esta tristeza? ¿De qué sirve ese incesante dolor?
Desea ser anatema de Cristo y perecer para que otros se salven. Pero si
consideramos las palabras de Moisés cuando ruega a Dios por el
pueblo judío: Si te dignas perdonar su pecado, perdónaselo; pero si no
quieres, bórrame del libro que has escrito <165>, vemos que Moisés y
Pablo tienen el mismo amor hacia el rebaño que les había sido
encomendado. Y es que el buen pastor da su vida por sus ovejas; pero
el asalariado, cuando ve venir al lobo, huye, porque no son suyas las
ovejas <166>. Y da lo mismo decir: Desearía yo ser anatema de Cristo
que Bórrame del libro que has escrito. Porque los que son borrados del
libro de los vivos y no están inscritos con los justos se convierten en
anatema del Señor. Fíjate de paso en el gran amor del Apóstol de
Cristo, pues desea morir por El y perecer él solo, con tal de que todo el
género humano crea en El; perecer, claro está, no para siempre, sino
en la presente vida. Porque quien pierde su vida por Cristo, la salvará
<167>. Por eso toma el modelo del Salmo 43: por tu causa nos
degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza <168>.
Quiere pues, el Apóstol perecer según la carne para que otros se salven
según el espíritu; derramar su sangre para que sean preservadas las
almas de muchos, Y que anatema significa a veces muerte, se puede
probar con muchos textos del Antiguo Testamento.
Nos preguntamos ahora qué querría decir con lo de: humildad y culto
de los ángeles <183>. ¿Qué sentido tiene esto? Desde el momento en
que el Señor dijo a sus discípulos: Levantaos, vámonos de aquí <184>;
y: Se os va a dejar desierta vuestra casa <185>; y: El lugar en que fue
crucificado el Señor se llama espiritualmente Egipto y Sodoma <186>,
todo el culto de las observancias judaicas quedó destruido y las
víctimas que ofrecen ya no las ofrecen a Dios, sino a los ángeles
desertores y a los espíritus inmundos. Y no es de extrañar que hagan
esto después de la pasión del Señor, cuando ya por el profeta Amós se
les dice: ¿Es que me ofrecisteis sacrificios y víctimas durante cuarenta
años en el desierto, casa de Israel? Os llevasteis la tienda de Moloc y la
estrella del dios Refán, las imágenes que hicisteis para adorarlas
<187>. Exponiendo esto en su discurso a los judíos, el mártir Esteban
va recorriendo la historia de Israel, y dice: E hicieron aquellos días un
becerro y ofrecieron un sacrificio al ídolo y se alegraban de la obra de
sus manos. Entonces Dios se apartó de ellos y los entregó al culto del
ejército del cielo como está escrito en el libro de los profetas <188>.
Ahora bien, ejército del cielo se llama no sólo al sol y a la luna y a los
astros rutilantes, sino también a la muchedumbre angélica y su milicia,
que en hebreo se dice sabaot, es decir, «de las fuerzas» o «ejércitos».
Respecto de lo que sigue: Una vez que habéis muerto con Cristo a los
elementos del mundo, ¿por qué decretáis todavía, como si estuvieran
en el mundo: «No toques, no gustes, no te contamines», cosas todas
destinadas a perecer por el uso y debidas a preceptos y doctrinas
humanas? Tales cosas tienen una apariencia de sabiduría por su piedad
afectada y su humildad, y porque al parecer no tienen consideración
con el cuerpo, ni se glorían de la hartura de la carne <193>, pienso
que tiene el sentido que vamos a ver. Recorramos cada punto, y
aclaremos, si Cristo nos ilumina, la oscuridad del sentido y de las
palabras. Si habéis sido bautizados en Cristo y con Cristo habéis
muerto en el bautismo, pero muerto a los elementos del mundo, que a
eso se llama «elementos», ¿por qué no decís conmigo: En cuanto a mí,
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo, por quien el mundo es un crucificado para el mundo?
<194>. ¿Es que no habéis oído al Señor, que dice al Padre: Ellos no son
del mundo, como tampoco yo soy del mundo <195>, y: El mundo los
aborrece porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo?
<196>. Por el contrario, como quienes viven en el mundo, decretáis:
No toques el cuerpo de un hombre muerto, ni el vestido ni el asiento en
que se haya sentado una mujer menstruada; ni pruebes carne de cerdo,
ni de liebres, ni de sepias o calamares, ni de murena o de anguila, o de
cualquier tipo de peces que no tengan escamas y aletas. Todo eso se
corrompe y parece con la simple manipulación, y debe ser arrojado
junto con la deyección. porque la comida es para el vientre, y el vientre
para la comida <197>. Y: No es lo que entra en la boca lo que
contamina al hombre, sino lo que sale de nosotros <198>. Según
preceptos y doctrinas humanas, conforme lo que dice Isaías: Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En
vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de
hombres <199>. Por eso también el Señor reprende a los fariseos
diciendo: Para establecer vuestras tradiciones habéis anulado el
mandamiento de Dios. Porque Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre.
Y: El que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte.
Pero vosotros decís: El que diga a su padre o a su madre: «Toda
ofrenda que yo ofrezca te aprovechará a ti» pero no honra a su padre y
a su madre, etc. <200>. Y añade: Y habéis anulado el mandamiento de
Dios por razón de vuestra tradición <201>. Cuántas sean las
tradiciones de los fariseos que hoy llama , y cuántos sus cuentos
de viejas, no lo puedo explicar aquí. No lo permiten las dimensiones de
este tratado y, además, la mayoría son tan vergonzosas que me
sonrojaría de nombrarlas. Nombraré una sola para vergüenza de esa
raza enemiga. Tienen al frente de sus sinagogas a unos hombres
sapientísimos, encargados de una función asquerosa: si no pueden
distinguir a simple vista si la sangre de una virgen o de una
menstruada es limpia o inmunda, la prueban con el gusto. Aparte de
esto, como está mandado que el sábado cada uno permanezca sentado
en su casa y no salga ni se aleje del lugar en que habita, si por
casualidad les argumentamos con la letra, para que no se tumben ni
anden ni estén de pie, sino solamente sentados, si realmente quieren
cumplir lo mandado, ellos suelen responder diciendo: Baraquibas,
Simeón y Hellel, nuestros maestros, nos han dejado como tradición que
podemos andar mil pasos en sábado; y otras cosas por el estilo,
prefiriendo las enseñanzas de los hombres a la de Dios. No es que
nosotros digamos que hay que estar sentado el sábado y que por
ningún motivo hay que moverse del sitio en que se está; sino que lo
imposible de la ley, aquello en que falla por la flaqueza de la carne, hay
que llenarlo de sentido con la observancia espiritual.
Por «elementos del mundo», de los que nos hemos apartado o, más
bien, a los que estamos muertos, hay que entender la ley de Moisés y
toda la Antigua Alianza, que no eran sino los rudimentos y los
comienzos de la religión, y por medio de los cuales hemos podido
conocer a Dios. Del mismo modo, se llama «elementos» a las letras, con
las que formamos las sílabas y las palabras, para, tras larga
meditación, hilvanar la frase. También la música tiene sus elementos, y
la geometría parte de los elementos de las líneas; la dialéctica y la
medicina tienen igualmente sus introducciones. Así también, la infancia
del varón justo se instruye en los elementos del Antiguo Testamento
hasta llegar a la plenitud evangélica. Por eso el Salmo 118 y todos los
que van señalados por letras nos llevan de la mano de la ética a la
teología, y de los elementos de la letra, que mata y que es destruida,
nos hacen pasar al espíritu vivificador. En suma, los que estamos
muertos al mundo y a sus elementos no debemos regirnos por lo que es
el mundo, porque en una cosa está el comienzo, y en otra, la
perfección.
Ahora bien, que sean dos las venidas de nuestro Señor y Salvador, lo
enseñan todos los libros de los profetas y la fe de los evangelios:
primero vino en humildad, y más tarde vendrá en gloria. Y el Señor
mismo anuncia las cosas que van a suceder antes de la consumación
del mundo, y cómo tiene que venir el anticristo, cuando dice a los
apóstoles: Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación,
anunciada por el profeta Daniel, erigida en el lugar santo - ¡el que lea,
que entienda! -, entonces los que están en Judea, huyan a los montes; el
que esté en el terrado, no baje a recoger las cosas de su casa <208>. Y
luego: Entonces, si alguno os dice: «Mirad, el Cristo está aquí o allí»,
no lo creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán
grandes señales y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los
mismos elegidos. Mirad que os lo he predicho. Así que si os dicen:
«Está en el desierto», no salgáis; «Está en los aposentos», no lo creáis.
Porque como el relámpago sale por oriente y brilla hacia occidente, así
será la venida del Hijo del hombre <209>. Y en otra ocasión: Entonces
aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre, y verán al Hijo del
hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. El
enviará a sus ángeles con trompeta y voz sonora que reunirán de los
cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos hasta el
otro <210>. Y de nuevo habla del anticristo a los judíos: Yo he venido
en nombre de mi Padre y no me habéis creído. Si otro viniere en
nombre propio, a ése recibiréis <211>.
<1> Mt 11,4.
<2> Jn 1,29.
<3> mt 12,20.
<4> Mt 16,24.
<5> Mt 24,19.
<6> Lc 9,53.
<7> Lc 16,1ss.
<15> Ap 3,7.
<17> Is 8,6.
<21> Mt 11,4.
<22> Jn 1,29.
<23> Jn 3,29.
<24> Mt 3,11.
<25> Jn 3,30.
<26> Mt 3,17.
<27> Mt 11,4.
<28> Mt 11,6.
<29> Mt 9,14.
<30> Jn 3,26.
<31> Mt 11,7-8.
<32> Jn 1,29.
<33> Mt 3,14.
<34> Mt 3,2.
<39> Mt 12,20.
<40> Mt 12,15-21.
<41> Is 42,1-4.
<42> Mt 2,15; Os 11,1.
<43> Os 11,2.
<44> Is 42,4.
<45> Is 49,6.
<46> Is 5,1ss.
<48> Jn 1,33.
<49> Mt 12,18.
<51> Jn 5,22.
<52> Ef 3,31.
<58> Mt 6,10.
<61> Mt 16,24.
<64> Mt 16,21-23.
<65> Mc 8,34.
<66> Lc 9,23.
<72> Mt 24,19.
<77> Mt 5,14.
<78> Ex 3,3.
<79> Is 26,18.
<86> Lc 9,53.
<87> Lc 22,15.
<88> Jn 15,11.
<89> Jn 12,32.
<90> Lc 9,51.
<91> Lc 9,51.
<93> Lc 9,52.
<94> Lc 9,52.
<96> Jn 8,48.
<98> Jn 4,9.
<99> Mt 15,24.
<100> Mt 10,5.
<101> Ex 21,24.
<102> Lc 9,54.
<103> 2 Re 1,10.12.
<104> Mt 5,39.
<105> Mt 5,44.
<106> Lc 15,1-2.
<107> Lc 15,7.
<108> Lc 15,10.
<109> Lc 16,1.
<110> Lc 6,37.
<111> Mt 6,12.
<112> Lc 16,1.
<113> Lc 16,3-14.
<120> Jn 5,22.
<121> Jn 5,30.
<122> Mc 10,18.
<124> Jn 2,28.
<142> Ex 9,27.
<144> Ex 20,17.
<150> Lc 1,6.
<151> Mt 5,48.
<152> Is 53,9.
<154> Jn 14,30.
<165> Ex 32,32.
<166> Jn 10,11s.
<169> Ex 4,22.
<170> Is 1,2.
<171> Sal 17,46.
<179> Jn 17,21.
<181> Ef 4,15-16.
<184> Jn 14,31.
<185> Mt 23,38.
<186> Ap 11,8.
<189> Lc 2,13-14.
<190> Ez 20,25.
<195> Jn 17,16.
<196> Jn 15,19.
<198> Mt 15,11.
<200> Mt 15,3-6.
<201> Mt 15,3-6.
<208> Mt 24,15-17.
<209> Mt 24,23-27.
<210> Mt 24,30-31.
<211> Jn 5,43.
<221> Jn 14,6.
Escucha al profeta que dice: Los que sembraban con lágrimas cosechan
entre cantares. Al ir, iban llorando, llevando la semilla; al volver,
vuelven cantando, trayendo sus gavillas <17>. Y di tú como él: Estoy
agotado de gemir, de noche lloro sobre el lecho, riego mi cama con
lágrimas <18>. Y también: Como busca la cierva las corrientes de
agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed del Dios fuerte y
vivo. Las lágrimas son mi pan día y noche <19>. Y lo del otro pasaje:
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. Así
me he presentado a ti en el santuario <20>. Aunque mi alma tenía sed
de ti, sin embargo he buscado más con el esfuerzo de mi carne y no he
podido presentarme a ti en tu santuario sin haber recorrido antes una
tierra desierta de vicios, libre de todo influjo y rastro de pasión e
inaccesible a los poderes adversos. También el Señor lloró sobre la
ciudad de Jerusalén, porque no hizo penitencia, y Pedro lavó su triple
negación con la amargura de las lágrimas <21>. Jeremías igualmente
se lamenta sobre un pueblo que no hace penitencia: ¿Quién dará agua
a mi cabeza y una fuente de lágrimas a mis ojos para llorar a este
pueblo día y noche? <22>. Y por qué se lamenta y llora, lo explica con
el razonamiento siguiente: No lloréis por el muerto ni plañáis por él.
Llorad, llorad por el que se va, pues ya no volverá más <23>. No se ha
de llorar, por consiguiente, por el gentil ni por el judío que no han
pertenecido a la Iglesia y están muertos para siempre. De ellos dice el
Salvador: Deja a los muertos que entierren a sus muertos <24>. Llora
por el contrario a quienes salen de la Iglesia por sus crímenes y
pecados y no quieren volver a ella arrepintiéndose de sus pecados. Por
eso, dirigiéndose a los hombres de Iglesia, a los que son llamados
muros y torres de la Iglesia, la palabra profética dice: Muros de Sión,
derramad lágrimas <25>, cumpliendo con el precepto del Apóstol de
alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran <26>. Así,
con vuestras lágrimas incitaréis a llanto a los duros corazones de los
que pecan, para que no tengan que oír, obstinados en la malicia: Yo te
planté como viña fructífera, de simiente legítima. ¿Cómo has
degenerado en amarga vid silvestre? O también: Los que dicen al
madero: «Mi padre eres tú», y a la piedra: «Tú me diste a luz». Y: Me
volvieron las espaldas y no la cara <27>. El sentido es: No han querido
volverse a mí para hacer penitencia, sino que por la dureza de su
corazón me han vuelto la espalda para injuriarme. Por eso, también el
Señor dice a Jeremías: ¿Has visto lo que han hecho contigo, casa de
Israel? Andaban sobre cualquier monte alto y bajo cualquier árbol
frondoso, y allí han fornicado. Y después que cometió todas esas
fornicaciones dije: Vuélvete a mí, y no volvió <28>.
3 Ya ves de qué magnitud han de ser los llantos para que se les
compare con un diluvio de muchas aguas. El que así llore, y pueda
decir como Jeremías: No calle la pupila de tu ojo <39>, al punto verá
cumplido en sí mismo lo de: La misericordia y la fidelidad se
encuentran, la justicia y la paz se besan <40>; de modo que si la
justicia y la fidelidad te asustan, la misericordia y la paz te animen a la
salvación. Todo el proceso de la penitencia del pecador lo expone el
Salmo 50, cuando después de haberse unido David con Betsabé, la
mujer de Urías ceteo, y haber sido reprendido por el profeta Natán,
respondió diciendo: He pecado. al punto mereció oír: También el Señor
ha quitado de ti tu pecado <41>. Al adulterio había añadido el
homicidio, y sin embargo, entregado a las lágrimas, dirá: Misericordia,
Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa.
porque un gran pecado necesitaba una gran misericordia. Por eso
prosigue diciendo: Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo
reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti solo
pequé (pues, como rey, no tenía otro a quien temer) y cometí la maldad
que aborreces. En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás
inocente <42>. Pues Dios lo encerró todo bajo el pecado para usar con
todos la misericordia <43>. Y tantos progresos hizo David, que el que
poco antes era pecador y penitente se convierte en maestro y dice:
Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti
<44>. Porque la confesión y la hermosura están en su presencia <45>;
de modo que quien confiesa sus pecados y dice: Mis llagas están
podridas y supuran por causa de mi insensatez <46>, cambia la
fealdad de sus heridas por la fragancia de la salud. porque quien
esconde su iniquidad, no prosperará <47>.
<1> Jn 1,42.
<2> Jn 1,47.
<6> Is 22,12-13.
<7> Ez 33,10-11.
<8> Jer 2,25.
<11> Ez 18,30-32.
<12> Ez 33,11.
<16> Jn 14,6.
<24> Mt 8,22.
<30> Ibid.
<31> Is 31,6.
<32> Is 44,23.
<33> Is 45,21-22.
<34> Is 46,8-9.
<35> Jl 2,12s.
<36> Os 11,8-9.
<48> 1 Re 21,19.23.27-29.
<49> Mt 12,41.
<50> Mt 9,13.
<51> Mt 3,2.
<53> Lc 15,21.
<55> Ez 33,12.
<57> Lc 7,47.
<58> Lc 7,48.
<60> Lc 2,34.
<69> Ez 33,12.
<74> Dt 5,31.
<78> Mc 2,3ss.
<79> Mt 15,22.
3 Pero cuando apenas hemos salido del puerto, ya se nos coloca una
especie de escollo que nos impide llegar a la zona segura de ultramar,
pues se nos recuerda la autoridad del apóstol Pablo, que cuando
escribe a Timoteo sobre las viudas le dice: Quiero, pues, que las
jóvenes se casen, que tengan hijos, sean madres de familia y no den al
adversario motivo de hablar mal, pues ya algunas se han extraviado
yendo en pos de Satanás <2>; conviene tratar en primer lugar del
sentido de este precepto y discutir el contenido de todo el pasaje, y de
esa forma, insistiendo en las huellas del Apóstol, no apartarnos ni una
uña hacia una parte u otra. Antes había descrito cómo debía ser la
viuda: que haya estado casada una sola vez, que haya educado bien a
sus hijos, tenga el testimonio de sus buenas obras, que haya socorrido
con sus bienes a los atribulados <3>, que tenga su esperanza en Dios y
persevere en sus plegarias y oraciones noche y día <4>. Tras lo cual
añade lo contrario: La que está entregada a los placeres, aunque viva
está muerta <5>. Y continúa enseguida armando a su discípulo con
toda suerte de doctrina: Evita, en cambio, a las viudas jóvenes, porque
cuando les asaltan los placeres contrarios a Cristo quieren casarse e
incurren en condenación por haber faltado a su compromiso anterior
<6>. Así pues, por causa de éstas que fornicaron con ofensa de su
esposo Cristo, que eso es lo que significa la palabra grieta ,
quiere el Apóstol un segundo matrimonio, y prefiere un segundo
marido a la fornicación; como concesión, claro está, no como precepto.
4 Pero al mismo tiempo hay que examinar cada palabra del texto.
Quiero, dice, que las jóvenes se casen: ¿Por qué razón, dime? Porque
no quiero que las muy jóvenes forniquen, Que tengan hijos: ¿Con qué
finalidad? Para que no se vean forzadas a matar a los hijos por temor a
un parto de adulterio. Que sean madres de familia. Te ruego me digas
por qué. Porque es mucho más tolerable estar casada por segunda vez
que ser una ramera, tener un segundo marido que no muchos
adúlteros. En lo primero hay consuelo en medio de la miseria; en lo
segundo, castigo en medio del pecado. Continúa: no den al adversario
motivo de hablar mal. En este breve y conciso precepto se encierran
muchos avisos a la vez: que el acicalamiento excesivo no dé que pensar
de la profesión de la viuda; que con sus miradas y su rostro risueño no
arrastre tras sí las pandillas de los jóvenes; que no prometa una cosa
con sus palabras y otra con su comportamiento y se haga merecedora
del dicho vulgar: «Se ha reído, y algo con su pícaro ojillo ha prometido»
<7>. Y para resumir en breves palabras todos los motivos que hay para
casarse, indica por qué mandó eso: Porque ya algunas se han
extraviado yendo en pos de Satanás. Por eso es por lo que a los
incontinentes les abre la posibilidad de segundas y, si es necesario, de
terceras nupcias: para apartarlos de Satanás; de forma que prefiere ver
a la mujer unida con cualquier marido antes que con el diablo. También
a los Corintios les dice algo parecido: No obstante, digo a los célibes y
a las viudas: Bien les está quedarse como yo. Pero si no pueden
contenerse, que se casen. Dinos, Apóstol, por qué. Y a continuación
añades: Porque peor es abrasarse <8>.
Y aun esto mismo que digo es peligroso, no sólo para quien habla, sino
para quien escucha. De forma que ni siquiera el lamento es libre para
quienes no queremos o, mejor, no nos atrevemos a llorar por lo que
estamos sufriendo.
<1> Lc 2,36ss.
<35> 2 Jn 1.
<42> Mt 3,10.
<45> Ez 24,18.
<52> Mt 26,52.
<66> Mt 6,34.
<72> Mt 24,19.
<76> ESTILICON.
124 A AVITO
(9) Y cuando empezaba a tratar del fin, añadió esto: «Y, como con
frecuencia hemos recordado, el principio nace a su vez del fin, hemos
de preguntarnos si también entonces habrá cuerpos o si por algún
tiempo viviremos sin cuerpos cuando éstos hayan sido reducidos a
nada; y habrá que creer que los seres incorpóreos tendrán vida sin
cuerpo, como sabemos que es la de Dios. Y no hay duda de que si todos
los cuerpos que el Apóstol llama visibles <51> pertenecen a este
mundo sensible, la vida de los seres incorpóreos habrá de ser
incorpórea» <52>. E inmediatamente: «Y lo que dice el mismo Apóstol:
Toda la creación espera ser liberada de la servidumbre de la corrupción
para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios <53>, lo
entendemos en el sentido de que la primera creación de seres
racionales e incorporales es la que ahora sirva a la corrupción por estar
vestida de cuerpos; dondequiera hubiese cuerpos, allí entra en seguida
la corrupción. Pero después será liberada de la corrupción cuando
reciba la gloria del Hijo de Dios y Dios sea todo en todo» <54>. Y en el
mismo pasaje: «Y que el fin de todas las cosas haya de ser incorpóreo,
eso es lo que nos impulsa a creer aquella oración del Salvador en la
que dice: Para que como tú y yo somos uno, así también éstos sean uno
en nosotros <55>. Realmente hemos de considerar qué cosa es Dios y
qué cosa será al final el Salvador, y cómo a los santos se les ha
prometido la semejanza con el Padre y con el Hijo; de modo que, igual
que ellos son una sola cosa, así los santos sean ellos una sola cosa.
Porque o tenemos que admitir que el Dios del universo está dotado de
cuerpo y que lo mismo que nosotros estamos inmersos en la carne así.
El está envuelto de algún tipo de materia para que al final de la
semejanza de la vida de Dios pueda ajustarse a los santos, o si esto es
indigno para quienes mínimamente pretenden tener idea de la
majestad de Dios y sospechar la gloria de su naturaleza ingénita, que lo
trasciende todo, debemos escoger una de estas dos alternativas: o
desesperar de llegar a ser semejantes a Dios, si siempre hemos de
tener siempre los mismos cuerpos, o si realmente se nos promete la
bienaventuranza de la misma vida de Dios tendremos que vivir en la
misma condición e que vive Dios» <56>.
10 De todo lo cual se vislumbra lo que piensa acerca de la
resurrección y su tesis de que todos los cuerpos han de perecer; de
modo que estaremos sin cuerpos, como lo estuvimos al principio, antes
de quedar revestidos de nuestros cuerpos crasos. Y en otra ocasión,
hablando de la variedad de los mundos y porfiando sobre que de los
ángeles pueden surgir demonios, y de los demonios ángeles u hombres,
y, viceversa, de los hombres demonios, y todo de todo, al final confirma
así su sentencia: «Pero no cabe duda que después de cierto intervalo de
tiempo existirá de nuevo la materia, serán creados los cuerpos y será
dispuesta la variedad de mundos a causa de la diversa voluntad de las
criaturas racionales, las cuales, después de haber conseguido la
perfecta bienaventuranza, al fin del mundo, de nuevo poco a poco
descenderán hacia lo inferior y habrán incurrido en tanta maldad que
se conviertan en lo contrario por no haber querido mantener su
condición inicial hasta el segundo, tercero y cuarto mundo y no sufrirán
en sí mutación alguna; otras perderán tan poco de su primitiva
condición, que parecerá que apenas han perdido nada; otras, en fin,
con su gran caída se precipitarán en el abismo más profundo. Dios,
dispensador de todo, cuando crea los mundos sabe ordenarlos según
los méritos, las oportunidades y las causas por las que han surgido y se
sostienen; de suerte que quien superó a todos por su maldad y se hizo
completamente igual a la tierra, en el otro mundo que será fabricado
después se convertirá en diablo, la primera plasmación material del
Señor, para que sea objeto de burla por parte de los ángeles que
perdieron la condición inicial» <57>. Con estas palabras lo que intenta
demostrar no es otra cosa sino que los hombres pecadores en este
mundo, en otro pueden convertirse en diablos y demonios; y a su vez,
los que ahora son demonios pueden en otro mundo nacer como ángeles
y como hombres. Y después de una larguísima disertación en que dice
que toda la creación corpórea se va a convertir en cuerpos espirituales
y tenues y toda sustancia en un solo cuerpo limpísimo y más puro que
todo esplendor, cual no es capaz de pensarlo ahora la mente humana,
finalmente añade: «Y Dios será todo en todo <58>, para que toda la
naturaleza corpórea alcance la perfección de aquella sustancia que es
mejor que todas, es decir, la divina, mejor que la cual no hay ninguna»
<59>.
13 Y blasfemando una vez más del Hijo, habló así: «Dado que el Hijo
conoce al Padre <66>, parece que en el acto de conocer al Padre lo
podrá comprender, como si dijéramos que la mente de un artista
conoce la medida de su obra de arte. Y no hay duda de que si el Padre
está en el Hijo <67>, será comprendido por Aquel en quien está. Pero
si por comprensión entendemos no sólo comprender por la inteligencia
y la sabiduría, sino poseer con capacidad y potencia lo que se conoce,
entonces no podemos decir que el Hijo comprenda al Padre. Si el Padre
comprende todas las cosas, entre las cuales está el Hijo, luego también
comprende al Hijo» <68>. Y para que sepamos las razones por las que
el Padre comprende al Hijo y el Hijo no puede comprender al Padre,
añade estas palabras: «Examine el curioso lector si el Padre se conoce
a sí mismo como es conocido por el Hijo; y sabiendo que está escrito: El
Padre, que me ha enviado, es más grande que yo <69>, tendrá que
decir que esto es verdad en todo y que también en el conocimiento del
Padre el mayor que el Hijo, puesto que se conoce a sí mismo con más
perfección y pureza que el Hijo lo conoce» <70>.
<5> No parece cita literal. Resumiría ORIGENES, Peri Arjón, lib. I,2,7.
<8> Cf. ORIGENES, Peri Arjón, lib. I,3,5. En este párrafo 2, Jerónimo
va espigando citas sueltas de todo el libro primero del Peri Arjón, a
veces sacadas de contexto. Para un examen más detallado se puede
consultar la obra de SIMONETTI, M. I Principi di Origene, Turín, 1968.
<25> Cf. ORIGENES, Peri Arjón, lib. II,4,3. Jerónimo pone en boca de
Orígenes una tesis que el mismo Orígenes esta refutando.
<43> Is 66,22.
<55> Jn 17,21.
<63> Ap 14,6.
<69> Jn 14,28.
1 Nadie hay más feliz que el cristiano, pues le está prometido el reino
de los cielos; nadie tan sufrido, pues su vida peligra diariamente; nadie
más fuerte, pues vence al diablo; nadie tan débil, pues es vencido por
su propia carne. De todo ello hay abundantes ejemplos. El ladrón creyó
en la cruz y mereció oír al punto: Yo te aseguro que hoy estarás
conmigo en el paraíso <1>. Judas, de la cima del apostolado se
precipitó en el abismo de la traición, y ni la familiaridad del banquete,
ni el trozo de pan mojado, ni la distinción de un beso fueron suficientes
para hacerle desistir de entregar como a un simple hombre a quien
sabía que era Dios. ¿Quién podía ser más despreciable que la mujer
samaritana? Pues bien, no sólo creyó ella misma y, después de haber
tenido seis maridos, encontró al único Señor y reconoció junto al pozo
al Mesías que el pueblo judío desconoció en el templo, sino que se
convierte en instrumento de salvación para muchos, y mientras los
apóstoles compran alimentos, ella calma el hambre del Señor y lo alivia
de su cansancio. ¿Quién más sabio que Salomón? Y sin embargo, quedó
infatuado por el amor de las mujeres. Buena es la sal, y ningún
sacrificio es acepto si no está sazonado con ella. Por eso el Apóstol
manda: que vuestra conversación esté siempre sazonada con sal <2>.
Si se desvirtúa, se la tira fuera <3> y pierde la esencia de su nombre,
de modo que ya no sirve ni para el estercolero con que suelen abonarse
los campos de los creyentes y fertilizarse el suelo estéril de las almas.
Digo esto, mi querido hijo Rústico, para advertirte desde el primer
momento que has comenzado algo muy grande y que aspiras a cosas
excelsas; que pisoteando los incentivos de la adolescencia, más aún, de
la juventud, quieres subir al grado de la edad perfecta. Pero el camino
por el que andas es resbaladizo, y no es tan fácil que la gloria siga a la
victoria cuanto que la afrenta siga a la caída.
4 ¿A qué viene esto? Está claro. Si los mercaderes del mundo soportan
tantas cosas para llegar a unas riquezas inciertas y perecederas,
guardan con riesgo de la vida lo que buscaron con muchos peligros,
¿qué no deberá hacer el mercader de Cristo, que lo ha vendido todo
para buscar la margarita más preciosa y que con todas sus riquezas ha
comprado el campo donde encontrará aquel tesoro que ni el ladrón
podrá desenterrar ni el salteador arrebatar?
8 Vean otros lo que piensan. Cada cual es guiado por su opinión. Para
mí, la ciudad es una cárcel y la soledad, n paraíso. ¿Por qué echar de
menos el tráfago de las ciudades quienes llevamos el nombre de
solitarios? Moisés, antes de ponerse al frente del pueblo judío, es
instruido durante cuarenta años en el desierto. De pastor de ovejas
pasó a ser pastor de hombres. Los apóstoles, de la pesca en el lago de
Genesaret pasan a la pesca de hombres. Entonces tenían padre, redes y
barca. Cuando se determinaron a seguir al Señor, inmediatamente lo
dejaron todo, llevando cada día su cruz y sin quedarse siquiera con un
bastón en la mano. Digo esto para que, si te mueve el deseo de la
clerecía, aprendas antes lo que debes enseñar y ofrezcas a Cristo una
ofrenda razonable, y no quieras ser veterano antes de ser recluta, ni
maestro antes de ser discípulo. No toca a mi humildad ni a mi cortedad
juzgar de los demás ni decir nada inconveniente de los ministros de las
iglesias. Ellos tienen su orden y grado. Si tú lo tuvieses algún día, el
libro escrito por mí para Nepociano te podrá enseñar cómo debes vivir
en él. Pero ahora estamos tratando de los comienzos y costumbres del
monje, y de un monje que formado durante su juventud en los estudios
liberales ha echado sobre su cuello el yugo de Cristo.
9 Lo primero que hay que examinar es si debes vivir solo o con otros
en un monasterio. Mi parecer es que vivas en compañía de santos y no
quieras enseñarte a ti mismo entrando sin maestro por un camino en el
que nunca habías entrado. Te desvarías en seguida al lado contrario y
te expondrías al error de andar más, o quizá menos, de lo necesario, a
cansarte si corres o a dormirte si te paras. En la soledad, pronto se
desliza la soberbia; y si se ayuna un poco y no se ve persona alguna, ya
se imagina uno ser alguien; y olvidándose de sí mismo, de dónde vino y
a dónde va, recogido corporalmente, sin embargo, con su lengua divaga
libremente. Juzga, contra el deseo del Apóstol <17>, de los siervos
ajenos; todo lo que pide la gula lo alcanza la mano, duerme todo el
tiempo que quiere, hace lo que le viene en gana, no respeta a nadie, a
todos los tiene por inferiores a sí mismo, está con más frecuencia en las
ciudades que en su celda; entre sus hermanos simula modestia el
mismo que es apretujado por la gente de las plazas. ¿Entonces qué?
¿Repruebo la vida solitaria? De ninguna manera; pues yo mismo la he
alabado. Pero quisiera que de la palestra de los monasterios salieran
soldados a quienes no hayan asustado los rudimentos; que hayan dado
prueba de su propósito durante mucho tiempo; que se hayan hecho los
más insignificantes de todos para merecer ser los primeros; a quienes
ni el hambre ni la hartura hayan vencido nunca; que se alegren con la
pobreza; que su actitud, su manera de hablar, de mirar y de andar sean
enseñanza viva de las virtudes; que no finjan cosas extrañas de
demonios en lucha contra ellos, como lo hacen ciertos farsantes que se
proponen a sí mismos ante los ignorantes y la gente del vulgo como
verdaderos milagros, para conseguir ganancias con ello.
11 Desearía, pues, que no vivieras con tu madre, por las razones que
acabo de exponer, y, sobre todo, para no tener que contrariarla si
rechazas las delicadas comidas que te servirá, o para que no eches
aceite al fuego si las tomas; y en fin, para no tener que andar entre
tantas muchachas durante el día, lo cual te dará que pensar por la
noche. Que de tu mano, y de tus ojos nunca esté lejos algún libro;
apréndete el salterio de memoria, que tu oración no conozca pausa;
que tu mente esté alerta y no expuesta a vanos pensamientos. Que tu
cuerpo y tu alma estén orientados hacia el Señor. Vence la ira con la
paciencia. Ama la sabiduría de las Escrituras y no amarás los vicios de
la carne. que tu alma no se entretenga con las diversas perturbaciones
que, si se afincan en el corazón, te dominarán y te arrastrarán a los
más graves pecados. Realiza algún trabajo, de modo que el diablo te
encuentre siempre ocupado. Si los apóstoles, que tenían derecho a vivir
del evangelio, trabajaban con sus manos para no ser gravosos a nadie
<21>, y aun proporcionaban ayudas a aquellos mismos de quienes
debían cosechar lo carnal a cambio de lo espiritual, ¿por qué tú no
habrías de ocuparte en lo que puede serte de provecho? Teje una
cestilla de junco o haz un canasto de mimbres flexibles. Cava la tierra,
divide las eras de siembra con lindes bien trazadas, para que cuando
echen las semillas de las hortalizas o se dispongan en hileras las
plantas puedan conducirse fácilmente las aguas de riego; así podrás
meditar como espectador los bellísimos versos:
Injerta los árboles infructuosos, bien sea con yemas, bien con púas, y al
poco tiempo recogerás los dulces frutos de tu trabajo. Construye
colmenares para las abejas, cosa a la que te invitan los Proverbios
<23>, y de aquellos cuerpos menudos depende el orden y la regia
disciplina de los monasterios. Teje también redes para pescar, copia
libros, para que, mientras la mano se gana la comida, el alma se
alimente con la lectura. Todo perezoso se consume en deseos <24>.
Los monasterios de Egipto tienen por costumbre no recibir a nadie que
no se ocupe o trabaje en algo, no tanto por razón del sustento
necesario cuanto por la salud del alma, para que no se pierda en malos
pensamientos y, como Jerusalén la fornicaria, corra detrás de cualquier
transeúnte <25>.
14 Los filósofos del siglo suelen quitar un amor viejo con un amor
nuevo, igual que un clavo se quita con otro clavo. Eso es lo que hicieron
con el rey Asuero los siete príncipes persas: calmar su amor a la reina
Vasti con el amor de las otras doncellas <27>. Remedian un vicio con
otro vicio y un pecado con otro pecado. Nosotros, en cambio,
remediamos los vicios con el amor de las virtudes. Dice el salmo:
Apártate del mal, obra el bien; busca la paz y corre tras ella <28>. Si
no odiamos el mal, no podemos amar el bien. Es más, hay que hacer el
bien para apartarse del mal; hay que buscar la paz para huir de las
guerras. Y no basta con buscarla, sino que, una vez lograda, si huye,
tenemos que perseguirla con todo empeño como a la paz que supera
toda inteligencia <9> y en la que Dios tiene su morada, como dice el
profeta: Y su morada está en la paz <30>. Bonitamente se dice
«perseguir la paz», según la expresión del Apóstol: «persiguiendo la
hospitalidad» <31>, de modo que no invitemos a los huéspedes con
palabra ligera y apresurada y, por así decirlo, con la boca pequeña;
antes al contrario, hemos de retenerlos con todo el ardor del alma y
dejándoles que se lleven algo de nuestra ganancia y ahorro.
20 Digo estas cosas con toda claridad con el fin de librar a mi querido
joven de la comezón de la lengua y de los oídos; para presentarlo como
renacido en Cristo, sin mancha ni arruga, igual que una virgen casta y
santa, tanto de espíritu como de cuerpo; no sea que gloriándose del
solo nombre, pero con su lámpara apagada por falta del aceite de las
buenas obras, sea excluido por el esposo. Tienes ahí al santo y
sapientísimo obispo Próculo, que de viva voz y con su presencia puede
superar estas páginas mías y, con sus conversaciones diarias, dirigir tu
camino; y no permitirá que te desvíes hacia ninguna parte y abandones
la vía regia, por la que Israel promete pasar en su marcha apresurada
hacia la tierra de promisión. Ojalá sea oída la voz de la Iglesia, que
llora: Señor, danos la paz, pues tú nos das todos los bienes <52>. Ojalá
que si renunciamos al mundo sea por libre voluntad y no por necesidad,
y que la pobreza libremente escogida nos acaree gloria, y no la
impuesta, tormento. Por lo demás, en medio de las calamidades de este
tiempo y de las espadas amenazando por todas partes, se puede
considerar bastante rico quien no carece de pan, y demasiado poderoso
quien no se ve forzado a ser esclavo. El santo Exuperio, obispo de
Tolosa, imitador de la viuda de Sarepta <53>, a costa de su propia
hambre da de comer a los demás y, teniendo pálido su rostro por los
ayunos, sufre con el hambre ajena y ha gastado toda su hacienda en las
entrañas de Cristo. Nadie hay más rico que él, que lleva el Cuerpo del
Señor en una canastilla de mimbres y la Sangre en vaso de vidrio. Ha
expulsado del templo la avaricia y, sin azote ni amenazas, ha volcado
las mesas de los que vendían las palomas, es decir, los dones del
Espíritu Santo; y ha tirado por tierra las monedas de los banqueros
para que la casa de Dios pueda ser llamada casa de oración y no cueva
de bandidos <54>. Sigue de cerca las pisadas de éste y de quienes se
le asemejan en la virtud, aquellos a quienes el sacerdocio hace más
humildes y más pobres. Y si deseas lo perfecto, sal como Abrahán de tu
patria y de tu familia y ponte en camino hacia lo desconocido. Si tienes
bienes, véndelos y dáselos a los pobres. Si no los tienes, estás libre de
un gran peso: sigue desnudo a Cristo desnudo. Cosa dura, grande y
difícil; pero la recompensa es espléndida.
<1> Lc 23,43.
<5> Mt 5,8.
<9> Mt 5,28.
<12> Is 34,5.
<14> Lc 8,21.
<33> Ef 5,19.
<35> Dt 27,9.
<46> Si 27,28.
<2> Jn 5,17.
Marcela muere pocos meses después del saco de Roma. La carta fue
escrita dos años más tarde, con toda probabilidad el 413.
<1> Lc 2,36-37.
<3> Mt 5,25.
<12> Lc 14,27.
<14> Si 7,40.
<23> Lc 18,8.
<27> Lc 12,20.
<28> Is 15,1.
128 A PACATULA
<6> Ef 5,13.
<13> Ex 32,32.
129 A DARDANO
2 Esta es, como hemos dicho, la tierra de los vivos, en la que, para los
hombres santos y mansos, están preparados aquellos bienes del Señor
que, antes de la venida de nuestro Señor y Salvador en la carne, no
pudieron conseguir ni Abrahán, ni Isaac, ni Jacob, no los profetas y
demás varones justos. Y así, en diversos pasajes se puede ver a
Abrahán con Lázaro en los infiernos, y a Jacob, varón justo, que dice:
Llorando y gimiendo voy a bajar a los infiernos <17>. La llave del
paraíso es la sangre de Cristo, que dice al ladrón: Hoy estarás conmigo
en el paraíso <18>. Esta es, como dijimos, la tierra de los vivos, la
tierra de las riquezas y bienes de Dios, la que perdió el primer Adán y
encontró el segundo, o, mejor dicho, la que, perdida por aquél, éste
restituyó, como dice el Apóstol: La muerte reinó desde Adán hasta
Moisés - en cuya persona se entiende la ley - a semejanza de la
transgresión de Adán, que es imagen del venidero <19>. Si queremos
saber más claramente qué tierra es ésa, leamos a Malaquías: Todos os
felicitarán, porque seréis una tierra de delicias, dice el Señor <20>. En
griego se dice con la palabra , que tiene el significado más amplio
de «la que desean los santos», o «la que agrada a Dios». Isaías coincide
en las palabras cuando dice: Y será como un varón que guarda sus
palabras, y se manifiesta en la tierra de Sión como río glorioso en
sequedad <21>. ¿Cuál es la tierra de Sión en la que se manifiesta el río
glorioso? Aquella, sin duda, de la que el mismo David canta en otro
salmo: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! Y en el mismo:
El Señor prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob
<22>. ¿Ama Dios esas puertas que vemos convertidas en cenizas y
pavesas? No digo a los prudentes, pero ni siquiera a los necios se
podría hacer creer esto. Yo pienso que aquí hay que ver el mismo
sentido que en el Salmo 64: Tú visitas la tierra y la haces rebosar, de
riquezas la colmas. El río de Dios va lleno de agua, tú preparas los
trigales. Así es como la preparas: riegas sus surcos, bendices sus
renuevos, de tus rodadas cunde la grosura <23>. Porque esta tierra es
visitada diariamente por Dios, que la hace rebosar y la colma de
riquezas. De ésta mana el río de Dios, del que está escrito: El correr del
río alegra la ciudad de Dios <24>, el río del que se habla en lenguaje
místico en la descripción del templo de Ezequiel, en cuyas orillas, a una
y otra parte, hay árboles que producen nuevos y abundantes frutos
cada mes. De esa tierra escribió también el varón sapientísimo de los
Proverbios: Quien cultiva su tierra, se hartará de pan <25>. Si alguien
piensa que esto se ha de entender de esta tierra que vemos y que
pertenece sobre todo a los pecadores, de la que está escrito: Maldita la
tierra en los trabajos <26>, que responde cómo se puede mantener
esta sentencia: quien cultiva su tierra, se hartará de pan. Porque
cuántos trabajan la tierra y la remueven con el arado y, sin embargo,
por muchas circunstancias adversas, se consumen de hambre y
necesidad. Pero conviene examinar lo que dice la Escritura: El que
cultiva su tierra, la que le pertenece por derecho, de la que nunca
puede ser echado, según el mismo sentido en que también está escrito:
El precio de la vida de un hombre es su riqueza <27>. Y aun esto,
tomado a la letra, se diría que es falso. Porque cuántos son rescatados
con dinero prestado o de los amigos. Los labradores que cultivan esta
tierra son los apóstoles, a quienes se dice; Vosotros sois la sal de la
tierra <28>. Y en otro pasaje: Con vuestra perseverancia salvaréis
vuestras almas <29>. Uno de ellos, el vaso de elección, decía
confiadamente: Ya que somos colaboradores de Dios y vosotros campo
de Dios, edificación de Dios <30>. Y así muchos otros textos que no
repito para que no parezca que quiero abrumar la mente del lector y
que desconfío de su memoria.
7 Muchos crímenes has cometido, ¡oh judío! Has sido esclavo de todas
las naciones de alrededor. ¿Por qué causa? Por la idolatría. Y habiendo
estado sometido muchas veces, Dios se compadeció de ti y te envió
jueces y libertadores que te sacaran de la servidumbre de los moabitas
y los amonitas, de los filisteos y de otras naciones. Al final, bajo los
reyes, ofendiste a Dios, y toda tu provincia desapareció devastada por
Babilonia. Setenta años duró el abandono. La cautividad fue levantada
por Ciro, rey de los persas. Esdras y Nehemías lo cuentan con todo
pormenor. Bajo Darío, rey de persas y medos, fue reconstruido el
templo por Zorobabel, hijo de Salatiel, y por Jesús, hijo del sumo
sacerdote Josedec. No haré recuento de los que sufristeis por parte de
medos, egipcios y macedonios. No te traeré a la memoria a Antíoco
Epifanes, el más cruel de todos los tiranos, ni nombraré a Gneo
Pompeyo, Gabilio, Escauro, Vario, Casio y Sosio, que escarnecieron tus
ciudades, y, sobre todo, a Jerusalén. Por último, bajo Vespasiano y Tito,
fue tomada la ciudad y derribado el templo. A continuación, hasta el
emperador Adriano, durante cincuenta años, de la ciudad únicamente
quedaron los restos. Desde la destrucción del templo, a un poco menos
de cuatrocientos años, todavía las ruinas de la ciudad y del templo.
¿Por qué enorme crimen? Es verdad que no adoras a los ídolos, y aun
estando dominado por persas y romanos, y oprimido bajo el yugo del
cautiverio, no reconoces a los dioses ajenos. ¿Por qué Dios,
clementísimo en otros tiempos, y que nunca se olvidó de ti, no se deja
ablandar ahora, después de tanto tiempo, por tus calamidades y pone
fina a tu cautividad o, para hablar con más propiedad, te envía el
esperado anticristo? ¿Por qué crimen, repito, por qué execrable ofensa
aparta sus ojos de ti? ¿Lo ignoras? Acuérdate del grito de tus padres:
Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos <47>. Y:
Vamos, matémoslo y será nuestra herencia <48>. Y: Nosotros no
tenemos más rey que el César <49>. Tienes lo que has escogido: hasta
el fin del mundo servirás al César, hasta que entre la totalidad de los
gentiles, y así, todo Israel será salvo <50>. Y el que antes estaba a la
cabeza, ahora pasará a la cola.
<2> Mt 5,4.
<5> Mt 22,32.
<6> Ez 18,4.
<11> Mt 5,4.
<12> Sal 44,4-5.
<15> Mt 11,29.
<18> Lc 23,43.
<21> Is 32,2.
<28> Mt 5,13.
<29> Lc 21,19.
<43> Ex 32,10.
<45> Is 49,6.
<47> Mt 27,15.
<48> Mc 12,7.
<49> Jn 19,15.
130 A DEMETRIA
«Sólo una cosa, ¡oh nacida de Dios!, una cosa antes que otra ninguna
quiero decirte y te la repetiré, y una y otra vez quiero avisártela <27>:
que llenes tu alma de estima por la lectura santa y no recibas en la
tierra buena de tu pecho la siembra de la cizaña y de la avena loca; no
sea que, mientras duerme el padre de familias, que es el «nous», es
decir, el espíritu cuando está unido con Dios, el hombre enemigo
siembre la cizaña; que puedas decir siempre: En las noches busqué al
que ama mi alma. ¿Dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a
sestear a mediodía? <28>. Y: Mi alma está unida a ti y tu diestra me
sostiene <29>. Y aquello de Jeremías: No he sufrido siguiéndote, no
hay dolor en Jacob ni fatiga en Israel <30>. Cuando estabas en el
mundo amabas las cosas del mundo: retocar tu rostro con colores,
pintar tus labios con carmín, cuidarte el pelo y, con postizos ajenos,
hacerte un moño en forma de torre. Eso, por no hablar de los caros
pendientes, de la blancura de las perlas que reflejan las profundidades
del mar Rojo, del verde de las esmeraldas, del fuego de los rubíes, del
azul marino de los jacintos, cosas por las que arden en deseos y se
vuelven locas las matronas. Pero ahora que has dejado el mundo y, en
un segundo paso después del bautismo, has hecho un pacto con tu
adversario, diciéndole: «Renuncio a ti, diablo, y a tu mundo, y a tu
pompa, y a tus obras», observa el compromiso que has contraído, sé
constante y cumplidora con tu adversario mientras estás en el camino
de este mundo, no sea que te entregue al juez y te convenza de haber
usurpado algo suyo, y seas entregada a su ayudante, que es enemigo y
vengador a la vez, seas arrojada a la cárcel y a las tinieblas exteriores
que, cuanto más nos apartamos de Cristo, la luz verdadera, nos
envuelven tanto más horrorosamente, y de allí no salgas hasta pagar el
último cuadrante, es decir, la más leve falta, ya que el día del juicio
hemos de dar cuenta aun de una palabra ociosa <31>.
8 Quede dicho, no con mal augurio contra ti, sino por mi deber de
consejero temeroso y cauto que teme en ti aun aquellos de que está
seguro <32>. Si el enojo, dice, del poderoso se abate sobre ti, no
abandones tu puesto <33>. Siempre estamos preparados y en orden de
batalla para entrar en combate. El enemigo quiere desplazarnos de
nuestro puesto y hacernos perder pie, pero nosotros hemos de afirmar
nuestros pasos y decir: Afianzó mis pies sobre la peña <34>, y: La peña
es refugio de liebres <35>, en vez de lo cual muchos leen «erizos»,
animal pequeño, huidizo y abrumado por las púas de los pecados. Pero
Jesús fue precisamente coronado de espinas, y cargó con nuestros
pecados, y sufrió por nosotros, para que de las espinas y tribulaciones
de las mujeres, a las que se dijo: Con angustia y dolor parirás, mujer.
Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará <36>, nacieran las
rosas de la virginidad y los lirios de la castidad. Por eso el esposo
mismo se apacienta entre lirios <37> y entre aquellos que no
mancharon sus vestiduras <38>, pues permanecieron vírgenes y
escucharon su mandato: Estén blanco en todo tiempo tus vestidos
<39>. Como autor y príncipe de la virginidad, dice confiadamente: Yo
soy la flor del campo y el lirio de los valles <40>. Así pues, la peña es
el escondrijo de las liebres, que en las persecuciones huyen de ciudad
en ciudad y no temen lo del profeta: No tengo a dónde huir <41>. En
cambio los altos montes son para los ciervos <42>, que comen aquellas
culebras que un niño pequeño saca de su agujero, mientras el leopardo
y el cabrito se acuestan juntos, y el buey y el león comen paja, no para
que el buey aprende la ferocidad, sino para que el león aprenda la
mansedumbre. Volvamos al texto propuesto: Si el enojo del poderoso se
abate sobre ti, no abandones tu puesto. Tras lo cual prosigue: Porque
tu vigilancia atajará pecados gravísimos <43>. Este versículo tiene el
siguiente sentido: Si la serpiente se introduce en tus pensamientos,
guarda con toda vigilancia tu corazón <44> y canta como David: De las
faltas ocultas límpiame, Señor, líbrame de los pecados ajenos <45>; así
nunca llegarás al pecado mayor, el que se consuma por la obra; sino
que ahogarás en seguida en tu espíritu los incentivos de los vicios y
estrellarás a los pequeños <46> babilonios contra la peña, en la cual
no se hallan huellas de serpiente, y con humildad prometerás al Señor:
Si no tienen dominio sobre mí, entonces seré irreprochable y exento de
grave delito <47>. Es lo mismo que atestigua la Escritura en otro
lugar: Castigaré los pecados de los padres en la tercera y cuarta
generación <48>; es decir, que no castiga súbitamente nuestros
pensamientos y el propósito de la mente, sino que lo deja para nuestra
posteridad, o sea, para las malas obras y para la obstinación en el
pecado, como dice por boca de Amós: Por tres impiedades de esta
ciudad y por cuatro de la otra, ¿yo me voy a apartar de ella? <49>.
16 Casi paso por algo lo que sin duda es más importante. Cuando tú
eras una niña y el obispo Anastasio, de santa y bienaventurada
memoria, regía la iglesia de Roma, una virulenta tempestad de herejía,
procedente de Oriente, se propuso manchar y minar la sencillez de
aquella fe que había sido alabada por boca del Apóstol <81>. Pero un
hombre riquísimo en pobreza y en celo apostólico hirió a tiempo a la
cabeza venenosa y tapó las fauces silbadoras de la hidra. Y porque
sospecho, es más, tengo noticias de que en algunos viven aún y siguen
propagándose esas plantas venenosas, creo que debo exhortarte con
paternal sentimiento de caridad a que guardes la fe del santo
Inocencio, sucesor en la cátedra apostólica e hijo del citado varón, no
admitas la doctrina aberrante, por muy sabia y astuta que te parezca.
Pues esa gente suele andar musitando por los rincones, simulando que
buscan la justicia de Dios: «¿Por qué tal alma ha nacido en tal
provincia? ¿Qué razón ha habido para que unos nazcan de padres
cristianos y otros en medio de pueblos salvajes y crueles, donde no hay
la menor noticia de Dios?» Y una vez que han herido a los simples con
esta especie de picadura de escorpión y se han abierto paso a través de
una herida penetrante, entonces terminan vertiendo su veneno:
«¿Piensas acaso no hay ninguna razón para que un niño pequeño que
apenas si reconoce a su madre en la sonrisa <82> y en lo alegre de su
cara, que no ha hecho nada bueno ni malo, esté poseído del demonio,
invadido por la ictericia y tenga que sufrir lo que vemos que no sufren
hombres impíos y sí los que sirven a Dios?» Y ellos argumentan que, «si
los juicios del Señor son justos todos ellos <83> y en Dios no hay
injusticia alguna, la razón misma nos induce a creer que las almas han
preexistido en las regiones celestes y que, por algún pecado del
pasado, han sido condenadas a vivir en los cuerpos humanos y, por
decirlo así, sepultadas en ellos; y nosotros mismos estamos pagando las
penas de nuestros pecados en este valle de lágrimas <84>. Por eso
dice el profeta: Antes de ser humillado, pecaba <85>. Y: Saca mi alma
de la cárcel <86>. Y: ¿Quién pecó, éste o sus padres, para que naciera
ciego? <87>. Y cosas por el estilo». Esta impía y criminal doctrina
estaba localizada al principio en Egipto y en las regiones de Oriente;
pero ahora se encuentra clandestinamente en muchos, como en
madrigueras de víboras, y mancha la pureza de aquellas regiones como
una enfermedad hereditaria que se infiltra en unos pocos a fin de llegar
a muchos. Pero estoy seguro de que si llega a tus oídos no la admitirás.
Pues tú tienes tus maestras ante Dios, y su fe es norma de doctrina. Tú
entiendes lo que digo, pues Dios te dará la inteligencia de todo <88>. Y
no me pidas enseguida una refutación contra esta peligrosísima herejía
ni contra errores mucho peores aún que los que he nombrado, no vaya
a parecer que estoy prohibiendo más que previniendo, cuando el fin de
la presente obra es instruir a una virgen, no responder a los herejes.
Por lo demás, con ayuda de Dios, ya en otra obra hemos refutado todos
los engaños y falacias con los que se esfuerzan por derrocar la verdad.
Si deseas tener esa obra, te la mandaremos pronto y de buena gana.
Aunque la mercancía que se ofrece gratis se dice que huele mal; y que
los precios bajan con la abundancia y suben por la carestía.
<9> Mt 11,8.
<10> Cf. Lc 7,28.
<12> 1 Jn 4,18.
<22> Is 28,9-10.
<25> Honorio.
<48> Ex 20,5.
<59> Mt 4,4.
<61> Mt 4,3.
<64> Os 7,4.
<75> Ef 4,26.
<77> Mt 19,16-21.
<87> Jn 9,2.
11 Las demás razones que se alegan contra esta opinión pienso que
las puedo refutar fácilmente, como, por ejemplo, aquel argumento con
el que algunos creen poder atacarla preguntando cómo es que consumó
Dios todas sus obras en el día sexto y descansó en el séptimo, si sigue
creando nuevas almas. Si les respondo con la cita del Evangelio que tú
adujiste en tu carta: Mi Padre trabaja hasta ahora, ellos contestan:
trabajar aquí significa administrar las cosas creadas, pero no crear
naturalezas nuevas, para no desautorizar el texto del Génesis, en el que
clarísimamente se lee que Dios terminó todas sus obras. Porque si está
escrito que descansó, ha de entenderse que descansó de crear nuevas
naturalezas, no de gobernarlas. Porque había consumado todas las
cosas que había pensado crear antes de que existieran; de forma que
en adelante no haría cosas que no existían, sino que todo lo que iba a
hacer, lo haría y crearía a partir de las cosas que ya existían. Así se ve
que las dos proposiciones son verdaderas, la que dice que Dios
descansó en sus obras, y también la que dice hasta ahora trabaja;
porque el Evangelio no puede contradecir al Génesis.
12 Pero a los que dicen esto para que no se piense que Dios crea
ahora nuevas almas como creó la primera, sino que las produce de
aquella que ya existía, o bien las extrae de una fuente o reserva creada
entonces, se les responde fácilmente: también en aquellos seis días
Dios produjo muchas cosas derivándolas de naturalezas que ya había
creado, como, por ejemplo, del agua produjo las aves y los peces, de la
tierra, los árboles, la hierba y los animales, y es evidente que en ese
momento creaba algo que no existía. En efecto, no existían aves, ni
peces, ni árboles, ni animales. Y se entiende que descansó de crear las
cosas que no existían y entonces fueron creadas, es decir, que cesó de
crear cosas que no existían. Pero cuando se dice que ahora crea nuevas
almas para cada uno de los que nacen, y que no las saca de no sé qué
fuente en la que ya existían, ni las hace emanar de sí mismo como
partículas suyas, ni las propaga de la primera y original, ni las
encadena con lazos carnales por delitos cometidos antes de encarnar,
no se afirma que Dios haga algo que antes no hubiera hecho. Pues al
día sexto ya había hecho al hombre a su imagen, lo que ha de referirse,
sin duda, al alma racional. Eso es justamente lo que hace ahora, no
creando lo que no existía, sino multiplicando lo que existía. Y así, es
verdad que Dios descansó de crear cosas que no existían, como es
igualmente verdad que nada ahora trabaja no sólo gobernando las
cosas que hizo, sino creando en número mayor cosas que ya había
creado entonces, pero que ahora todavía no había creado. De este
modo o de cualquier otro salimos airosos de la objeción esa del
descanso de Dios después de haber terminado su obra, y no dejamos de
creer que Dios hace ahora nuevas almas no a partir de la primera, sino
iguales a la primera.
13 Pero se nos dirá: ¿por qué crea un alma para aquellos que sabe
que van a morir pronto? Podemos contestar que con ello denuncia o
castiga los pecados de los padres. También podemos abandonar ese
problema a la providencia de aquel que sabemos que señala un curso
admirable y ordenadísimo a todas las cosas temporales y transeúntes,
entre las que se cuentan el nacimiento y la muerte de los seres vivos.
Nosotros no podemos entender esto, pero si lo entendiéramos
quedaríamos invadidos de una inefable dulzura. No en vano el profeta
después de comprender esto por inspiración divina dijo de Dios: El cual
despliega ordenadamente el cosmos <14>. Por eso la música, es decir,
la ciencia o sentido de la armonía, ha sido concedida por la
generosidad de Dios a los mortales, dotados de alma racional, como
premonición de esta realidad sublime. Si pues el artista que compone
un poema sabe qué tiempos da a cada palabra para que su canción
fluya y corra bellamente en sonidos que dan paso a los que siguen,
¿cuánto más Dios, cuya sabiduría, creadora de todo, es muy superior a
todas las artes, estará atento a que, en los seres que nacen y mueren,
los tiempos y los espacios, que son como las sílabas y las palabras que
forman parte del universo, no se sucedan ni más brevemente ni más
lentamente de lo que en este admirable himno de las cosas
contingentes pide la modulación predefinida y conocida de antemano?
Esto, que se podría decir de la hoja del árbol y del número de nuestros
cabellos, ¿con cuánta más razón habrá que decirlo del nacimiento y
muerte de los hombres, cuya vida temporal no es ni más breve ni más
larga de lo que Dios, dispensador de los tiempos, sabe que conviene al
orden del universo?
25 Así pues, hay que buscar y dar la razón por la que las almas,
creadas nuevas, una para cada individuo que nace, se condenan en el
caso de los niños que mueren sin el sacramento de Cristo. Y que se
condenan, si salen así del cuerpo, lo testifican tanto la Sagrada
Escritura como la Santa Iglesia. Por consiguiente, si la sentencia que
defiende la creación nueva de cada una de las almas no se opone a esta
fe tan bien fundamentada, ésa será también la mía; pero si se opone,
que tampoco sea tuya.
<4> Mt 8,22.
<12> Jn 3,10.
<13> Mt 23,8.
<14> Is 40,26.
<25> Jn 5,28-29.
La máxima es: Quien observa toda la ley, pero falta en un solo precepto,
se hace reo de todos (Sant 2,10). Tampoco esta cuestión, propuesta y
analizada con agudeza finísima por Agustín, tendría respuesta de
Jerónimo. De él se va a ocupar en la carta a Ctesifón y en los «Diálogos
contra los pelagianos». Por otra parte, la pregunta de Agustín llevaba
en sí misma una respuesta; por eso dirá al final: «te pido por el Señor
que si tu caridad conoce un modo mejor de exponerla, te dignes
comunicarlo con nosotros». No sería mejor si el de Agustín no fuera ya
bueno.
4 Entonces, también el que tiene una virtud las tendrá todas, y quien
carece de una carecerá de todas. Si esto es verdad, se confirma la tesis.
Pero lo que yo quiero es una exposición, no una confirmación de algo
que por sí mismo es para nosotros más seguro que todas las pruebas de
los filósofos. Pero aunque sea verdad lo dicho sobre las virtudes y los
vicios, de ahí no se sigue que todos los pecados sean iguales. Respecto
de la inseparabilidad de las virtudes es posible que me engañe; pero si
es verdadero lo que recuerdo vagamente, es cosa del agrado de todos
los filósofos, que dijeron que esas mismas virtudes eran necesarias
para ordenar la vida. En cambio, solamente los estoicos se atrevieron a
defender la paridad de los pecados contra el sentido común del género
humano. Pero la vanidad de éstos tú mismo la refutaste brillantemente
con la Sagrada Escritura en la persona de aquel Joviniano, que en ese
punto era estoico, aunque en disfrutar y defender los placeres era
epicúreo <6>. En esa agradabilísima y espléndida disertación se vio
bien claro que la igualdad de todos los pecados no era del agrado de
nuestros autores, o, mejor dicho, de la Verdad que habló por ellos.
Cómo pueda explicarse que, aunque esto sea verdad respecto de las
virtudes, sin embargo no estamos obligados a profesar la igualdad de
todos los pecados, es algo que voy a intentar aclarar en lo posible con
la ayuda de Dios. Si lo logro, tú me lo aprobarás; si desfallezco en la
defensa, tú suplirás.
5 Para probar que quien tiene una virtud las tiene todas y quien
carece de una carece de todas, parten del siguiente razonamiento: la
prudencia no puede ser cobarde ni injusta, ni intemperante, ya que si
fuese algo de esto no sería prudencia. Ahora bien, si sólo puede ser
prudencia siendo fuerte, justa y templada, allí donde se dé llevará
consigo las demás virtudes. Del mismo modo, la fortaleza tampoco
puede ser imprudente, intemperante o injusta. Asimismo, la templanza
es por necesidad prudente, fuerte y justa. Y la justicia no puede ser
sino prudente, fuerte y templada. De esta manera, allí donde haya de
verdad una de esas virtudes, también las demás estarán con ella. Y
cuando faltan las demás, ésta no es auténtica, aunque en algún modo
parezca auténtica.
7 Para no tener que repetir lo mismo una vez más, vamos a poner un
ejemplo por el que podremos entender los demás casos. Catilina, según
escriben de él los que le conocían, era capaz de soportar el frío, la sed
y el hambre, y su «aguante frente a la privación, la intemperie, las
vigilias, iba más allá de lo imaginable» <10>; y por eso se creía, y
también los suyos le creían, dotado de una extraordinaria fortaleza.
Pero esa fortaleza no era prudente, pues elegía el mal en lugar del
bien. No era moderada, pues se manchaba con las más feas torpezas.
No era justa, pues se había conjurado contra la patria. Por consiguiente
no era fortaleza, sino que la obstinación para seducir a los incautos se
daba a sí misma el nombre de fortaleza. Si hubiera sido fortaleza no
habría sido vicio, sino virtud; y si hubiera sido virtud, no habría estado
abandonada por las otras virtudes, que son compañeras inseparables.
9 Por eso, a veces un vicio se quita con otro; por ejemplo, el amor al
dinero, con el amor al honor. Otras veces se va uno y le suceden varios,
como cuando un borracho deja de beber por obstinación y ambición.
Así pues, algunos vicios pueden dejar su puesto a otros, no
precisamente a las virtudes, y por eso terminan siendo más. En cambio,
donde entra una virtud, al llevar consigo las demás, allí desaparecen
cuantos vicios había. No es que estuvieran todos, sino que a veces
serán tantos como virtudes, otras veces pueden ser más y otras, en fin,
menos.
10 Que las cosas sean así, eso es lo que hay que examinar con la
mayor atención. Porque no hay una proposición divina en la que se diga
que «quien tiene una virtud las tiene todas, y aquel a quien le falta una
sola carece de todas». Son hombres los que así han opinado,
sumamente inteligentes, estudiosos y equilibrados, pero hombres al fin.
No seré yo quien diga que un varón, nombre de que la virtud saca su
denominación (vir - virtus), o con más razón una mujer que guarda
fidelidad conyugal a su marido, si esto lo hace por el mandato y por la
promesa del Señor, a quien por encima de todo es fiel, no tenga la
virtud de la castidad, o que ésta no sea virtud o lo sea un mínimo grado
en dicha persona. Lo mismo se diga del marido que observa lo mismo
respecto de su esposa. Hay muchos en estas condiciones, de los que yo
diría que ninguno de ellos está sin algún tipo de pecado, y que ese
pecado, sea el que sea, tiene que provenir de algún vicio. Luego la
castidad conyugal en los maridos y en las esposas piadosos, siendo sin
duda una virtud, pues no podemos decir que no sea nada o que sea un
vicio, sin embargo, no lleva consigo todas las otras. Porque si todas
coincidieran allí, no habría vicio; y si no hay ningún vicio, tampoco hay
pecado. Pero ¿quién está sin pecado? ¿Quién está libre de todo vicio, es
decir, de todo germen, o raíz de pecado, cuando aquel que descansó
sobre el pecho de Cristo dijo: Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos y la verdad no está en nosotros? <11>. Por lo que hace a ti,
no es necesario insistir más, pero hablo por otros que quizá lean esto.
Porque tú, en ese espléndido libro tuyo contra Joviniano ya demostraste
esto mismo con todo cuidado a partir de la Sagrada escritura. De
aquella misma carta, a la que pertenecen las palabras cuyo significado
estamos buscando, citaste el texto siguiente: Todos pecamos en muchas
cosas <12>. No dice pecáis, sino pecamos; y es un Apóstol de Cristo el
que habla, y el que también dice en el mismo lugar: Quien observa toda
la ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos. Allí no dice
en uno, sino en muchos, y tampoco dice que algunos, sino que todos
pecamos.
16 Esto supuesto, ¿Por qué quien observa toda la ley, pero falta en un
solo precepto, se hace reo de todos? ¿Acaso es porque la plenitud de la
ley es la caridad, con la que se ama a Dios y al prójimo, y porque de
esos dos preceptos de la caridad penden la Ley y los Profetas <27>,
por lo que el que peca contra aquella virtud de la que depende todo se
hace reo de todo? En realidad nadie peca sin ir contra ella, ya que no
adulterarás, no cometerás homicidio, no robarás, no codiciarás, y todos
los demás preceptos se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo
como a ti mismo. La caridad no busca el mal del prójimo. Y la plenitud
de la ley consiste en la caridad <28>. Nadie ama al prójimo si no ama a
Dios, procurando que ese prójimo, a quien ama como a sí mismo, ame
también a Dios; pero si no ama a Dios, no se ama a sí mismo ni al
prójimo. Por eso, quien observa toda la ley, pero peca en un solo
precepto, se hace reo de todos, ya que obra contra la caridad, de la que
pende toda la ley. Se hace, pues, reo de la totalidad pecando contra
aquella de la que pende todo.
17 ¿Por qué entonces no se puede decir que todos los pecados son
iguales? ¿Acaso porque va más contra la caridad quien peca más
gravemente, y menos quien peca más levemente? ¿Se da más y menos
en esto, es decir, que se hace reo de todos, pero más reo si peca más
gravemente, o peca contra muchos preceptos, y menos reo si peca más
levemente o contra menos preceptos? O sea, que ¿el reato es tanto
mayor cuánto más peca y tanto menor cuanto menos, pero siempre
será reo de todos el que peque en un precepto porque peca contra
aquella caridad de la que pende todo? Si esto es verdad, de este modo
se soluciona también lo que dice ese varón adornado con la gracia
apostólica: En muchas cosas tropezamos todos <29>. Porque
tropezamos, unos más gravemente, otros más levemente. Y según uno
peque más o menos, será tanto más pecador cuanto menos ame a Dios
y al prójimo; y viceversa, tanto menos pecador cuanto más lleno está de
iniquidad, tanto más vacío está de caridad. Y será perfectísimo en la
caridad cuando no le quede rastro de debilidad.
<7> Mt 10,16.
<11> 1 Jn 1,8.
<17> Jn 15,13.
<34> Lc 6,37-38.
<36> Mt 5,7.
6 El que esto dice supera toda blasfemia y todos los venenos de los
herejes. Afirman que, por el libre albedrío, ya no necesitan a Dios para
nada; pero desconocen lo que está escrito: ¿Qué tienes que no lo hayas
recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte como si no lo hubieras
recibido? <31>. ¿Dará muchas gracias a Dios el que, por el libre
albedrío, es rebelde contra Dios? Nosotros admitimos el libre albedrío,
pero sólo a condición de dar siempre gracias al dador y reconocer que
no seríamos nada si el que nos lo dio no lo conserva en nosotros, como
dice el Apóstol: No es cuestión de querer ni de correr, sino de que Dios
tenga misericordia <32>. El querer y el correr es mío; pero eso mismo
que es mío, sin la ayuda de Dios no sería mío. Dice el mismo Apóstol:
Dios es el que opera en nosotros el querer y el obrar <33>. Y el
Salvador en el Evangelio: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también
trabajo <34>. El siempre es generoso. el da siempre. No me basta que
haya dado una vez si no da siempre. Pido para recibir, y cuando he
recibido, pido de nuevo. Soy avaro para recibir los beneficios de Dios.
El no se cansa de dar ni yo me harto de recibir. cuanto más bebo, mas
sed tengo. He leído lo que canta la boca del salmista: Gustad y ver qué
bueno es el Señor <35>. Todo lo que tenemos de bueno es un modo de
gustar al Señor. Cuando crea que he llagado a la meta de las virtudes,
entonces estaré en el comienzo. Porque el comienzo de la sabiduría es
el temor del Señor <36>, y el temor es echado fuera y destruido por la
caridad <37>. La única perfección que cabe en los hombres es
reconocer que son imperfectos. Y vosotros, dice, cuando hayáis hecho
todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles, hemos
hecho lo que debíamos hacer <38>. Si el que lo ha hecho todo es inútil,
¿qué habrá que decir del que no fue capaz de cumplirlo? Por eso el
Apóstol dice que en parte ha recibido y en parte ha alcanzado lo que
quiere, pero que todavía no es perfecto, sino que quiere olvidarse de lo
pasado y mirar hacia el futuro <39>. El que siempre se olvida de lo
pasado y busca las cosas futuras, demuestra que no está contento con
lo presente.
<1> Is 14,13-14.
<6> TERTULIANO, Adv. Herm., c.8 fin; cf. Id, De praesc. huer., c.7.
<7> Si 10,9.
<14> 1 Re 8,46.
<19> 1 Re 16,7.
<20> Mt 13,10-11.
<27> Cf Ez 13,10.
<34> Jn 5,17.
<36> Sl 110,10.
<37> Cf. 1 Jn 1,18.
<38> Lc 17,10.
<40> Is 65,5.
<48> Mt 7,13.
<49> Mt 5,44.
<50> Is 53,9.
<58> Jos 7.
<59> 1 Sam 2-4.
<61> Rom 9.
<62> Ef 2,8.
<64> Mt 26,41.
<67> Os 9,11.14.
<70> Lc 10,18.
138 A RIPARIO
139 A APRONIO
<1> Sl 57,5.
Según Cavallera, esta carta sería del año 414 (CAVALLERA, Saint
Jorôme, II, 54). No le falta razón si se tiene en cuenta la ausencia de
alusiones a la desazón constante de la lucha pelagiana, que empieza en
415. Es una carta exegética, de las que gustan a Jerónimo. Cipriano le
ha pedido una exégesis que «no necesite exégesis». Del esfuerzo
resultará una exposición piadosa a la vez que precisa y sabia, en la que
se combina el texto hebreo con el de las demás versiones.
8 Porque mil años en tus ojos son como el día de ayer, que pasó, como
una vigilancia nocturna, o bien, como la noche <23>. «Tú que por los
profetas nos llamas siempre a penitencia cuando dices: Convertíos,
hijos de Adán, te pedimos - como antes dije -que no permitas que el
hombre sea retenido en una humillación eterna. No podemos pensar
que tus promesas estén hechas para largo plazo y que nos vas a dar la
salvación después de muchos tiempos. Pues, comparada con la
eternidad, la duración de los tiempos es breve. En tu presencia mil
años son como un día». Inmediatamente el salmista se corrige a sí
mismo: He dicho mal al hablar de «un día», y que la duración de mil
años en tu presencia es comparable al espacio de un día; cuando más
bien hubiera debido decir que el espacio de una vigilia tiene en ti la
complejidad de mil años. La noche se divide en cuatro vigilias, cada
una de las cuales se divide en tres horas. El Señor llegó a donde
estaban los apóstoles navegando la cuarta vigilia. Y lo mismo que una
vigilia nocturna se pasa en seguida, sobre todo para quienes están
cansados de trabajar a lo largo de vigilias, así también la duración de
mil años, para ti que existes siempre y existirás y siempre has existido,
equivale a un brevísimo instante. Y lo que añade: Como el día de ayer,
que pasó, hemos de entenderlo conforme a lo que el Apóstol escribe a
los Hebreos: Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre
<24>. Yo pienso que, según este pasaje y según la carta que lleva el
nombre del apóstol Pedro, mil años se suelen tomar por un solo día; o
sea, que si el mundo fue fabricado en seis días, es de creer que durará
sólo seis mil años. A continuación vendría el número siete y el ocho, en
los que se cumplirá el verdadero sábado y se devolverá la pureza de la
circuncisión. Por lo mismo, se prometen también en ocho
bienaventuranzas los premios de las buenas obras. En cuanto a Pedro,
escribe así: Mas una cosa no podéis ignorar, queridos; que ante el
Señor un día es como mil años, y mil años como un día. No se retrasa el
Señor en el cumplimiento de su promesa como algunos suponen <25>.
Y en otra ocasión:
13 Los días de nuestra vida son, unos con otros, setenta años; o como
mucho, ochenta años, y lo que pasa de aquí, es trabajo y dolor <42>.
Según los Setenta: Los días de nuestra vida son, unos con otros,
setenta años, acaso, en los poderosos, ochenta; y lo que pasa de ellos,
trabajo y dolor. Donde nosotros decimos unos con otros, el hebreo dice
babem, Símaco, más expresivamente, tradujo , que podemos
traducir, más según el sentido que según la letra, por «todos». Así
pues, el tiempo que vivimos, mientras la vida de los mortales es
agradable, se cifra en un espacio de setenta años. O como mucho, y,
contra lo que cabe pensar, como traduce Símaco, ochenta años. Lo que
va más allá de ese límite se pasa entre enfermedades y debilidad, que
es la compañera de la vejez; los ojos se oscurecen, los dientes, antes
durísimos, duelen o se caen. Todo lo cual nos lo describe más
detalladamente la palabra divina en el Eclesiastés: Llegarán los días
malos, en que diremos: «No me agradan»; cuando se nublen el sol y la
luz, la luna y las estrellas, y retornen las nubes tras la lluvia; cuando
tiemblen los guardas de la casa, y se doblen los fuertes, se paren las
moledoras, por quedar pocas, se queden a oscuras las que miran por
las ventanas, y cierren las puertas de la calle, ahogándose el son del
molino, cuando amanezca la voz del ave y enmudezcan todas las
canciones. La altura produce temor, y susto el camino, y florecerá el
almendro, y se pone pesada la langosta, y produce su fruto la
alcaparra. Y es que el hombre va a su eterna morada, y circulan por la
calle los del duelo, mientras no se quiebre la hebra de plata, se rompa
la bolita de oro, se haga añicos el cántaro contra la fuente, se caiga la
polea dentro del pozo, vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el
espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio <43>. Vanidad de Vanidades,
dijo el Eclesiastés, y todo es vanidad <44>. Todo lo cual se refiere a la
vida humana, y sobre todo a las miserias de la vejez. El sentido de todo
ello lo hemos comentado en otro lugar. Hay quienes, interpretando
alegóricamente este pasaje, lo aplican al misterio del sábado y la
circuncisión, en cuanto que primero confiamos en la ley, y después
serían los misterios de la verdadera circuncisión contenidos en el
Evangelio los que nos iban a obligar. Y aducen aquello de: Reparte con
siete y también con ocho <45>, y el número de los setenta mil y de los
ochenta mil hombres por los que, en tiempo de Salomón, fue construido
el templo <46>. Pero ¿qué tiene que ver esto con el pasaje presente,
para el que basta una exposición sencilla y clara, que no busque la
ostentación de los conocimientos a fuerza de acumular palabras, sino la
comprensión del lector?
19 Alégranos por los días en que nos afligiste, por los años en que no
vimos sino males <62>. Según los Setenta: Nos hemos alegrado por los
días en que nos humillaste, por los años en que no vimos sino males.
También Lázaro, que había recibido males en su vida, descansa en el
seno de Abrahán con gozo eterno. Entiende por males no lo que es
contrario al bien, sino lo que equivale a tristeza y angustia. Con este
tipo de males afligió Sara a su criada Agar <63>, y de ellos se dice en
el Evangelio: Cada día tiene bastante con su propio mal <64>. Cuantas
más contrariedades suframos en este mundo por razón de las
precauciones, por la pobreza, por el poder de los enemigos y los
sufrimientos de las enfermedades, tanto mayores premios
conseguiremos en el otro después de la resurrección. Bellamente dijo
«vimos», y no «soportamos». Porque ¿quién vivirá sin ver la muerte?
<65>. La cual no hay que referirla tanto a la disolución del cuerpo
cuanto a la muchedumbre de los pecados, según aquello de: El alma
que peca, ésa morirá <66>.
20 Que se vea tu obra con tus siervos, y tu esplendor sobre sus hijos
<67>. Luego es el Señor mismo quien hace su obra en sus siervos; y el
orante no se conforma con su propia salvación, sino que pide que ésta
sea también la gloria de sus propios hijos, es decir, de los siervos de
Dios. Ahora bien, por hijos hemos de entender no tanto los nacidos de
su estirpe cuanto los discípulos, de quienes también dice Pablo: Hijos
míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto <68>. Por eso
también el apóstol Juan, atendiendo a los méritos de sus hijos y al
progreso en obras de cada uno, escribe a los pequeños, escribe a los
jóvenes y escribe a los padres <69>.
<4> 2 Re 1,9.
<8> Ef 5,13.
<13> 1 Re 13,2.
<14> Sal 89,1.
<15> Ef 2,8.
<17> Jn 14,23.
<22> Ez 33,11.
<23> Ez 89,4.
<25> 2 Pe 3,8-9.
<27> Lc 12,20.
<28> Is 40,6-7.
<41> Is 59,5.
<46> Cf 1 Re 5,15.
<51> Os 4,34.
<52> Ez 16,42.
<56> Si 7,36.
<57> Sal 101,25.
<64> Mt 6,34.
<66> Ez 18,4.
<69> 1 Jn 2,12-14.
142 A AGUSTIN
10 Parece que te guías por una única razón para refutar a tus
contradictores, a saber, que niegan que nuestras almas son obra de
Dios. Si eso es lo que piensan, con razón su opinión es condenable.
Porque aun diciendo esto mismo de los cuerpos, serían reprensibles y
detestables. Porque ¿qué cristiano negaría que sean obra de Dios los
cuerpos de todos los que nacen? Y, sin embargo, no negamos que sean
engendrados por los padres por el hecho de que confesemos que son
formados por Dios. Ahora bien, cuando se dice que también de los
padres provienen ciertos gérmenes, entonces, para refutar tal cosa hay
que apoyarse no en las conjeturas humanas, sino en la Sagrada
Escritura. Y hubierais podido disponer de abundancia de textos sacados
de los libros santos, autorizados canónicamente, con los que se prueba
que las almas las crea Dios. Pero con esos textos sólo quedan refutados
aquellos que niegan que cada una de las almas de los hombres que
nacen sean obra de Dios; no los que, afirmando esto, sin embargo
propugnan que aquéllas, igual que los cuerpos, son formadas por obra
de Dios, pero a través de la generación de los padres. Para refutar a
éstos deberás buscar textos divinos seguros; y si ya los has encontrado,
deberías con recíproca caridad, enviárnoslos a quienes, a pesar de
haberlos buscado con todo el empeño que hemos podido, todavía no los
hemos encontrado.
<8> Mt 23,8.10.
<9> Ag 2,8.
Es verdad que Cristo lo acepta todo según la voluntad del alma. Nadie
fue más pobre que los apóstoles y, sin embargo, nadie dejó tanto por el
Señor. Aquella viuda pobre del Evangelio que echó dos monedas en el
cepillo del templo fue preferida a todos los ricos porque dio todo lo que
tenía <6>. No andes tú buscando lo que vas a tener que dar; da lo que
ya has conseguido; así Cristo reconocerá a su valiente recluta, así el
Padre saldrá gozoso a tu encuentro, pues vienes de una región muy
alejada, te pondrá el vestido bueno, te dará el anillo y matará en tu
honor del ternero cebado <7>. Que así liberado, te haga navegar
pronto hasta nosotros, junto con el santo hermano Quintiliano. He
llamado a las puertas de la amistad. Si me abres, me tendrás con
frecuencia de huésped.
<1> Is 32,6.
<6> 1 Pe 5,1-2.
<8> 2 Jn 1,1.
<9> 3 Jn 1,1.
[EXHORTACION A PENITENCIA]
Esta es una de esas cartas que invitan a pensar en un ejercicio literario
e imaginativo por parte de Jerónimo. Afronta el caso de un diácono que,
tras una larga vida en Italia de peripecias amatorias, termina de monje
en Belén, donde lejos de llorar sus pecados pasados comenzará un
nuevo romance con una de las vírgenes consagradas del monasterio de
Paula. Extraña que Jerónimo, teniéndolo al parecer en su propia casa,
no le llame al orden en persona y que escoja el recurso de la carta.
También es posible que prefiera la dureza del estilo, en lo que Jerónimo
era maestro, a la indulgencia de la palabra hablada.
La fecha es desconocida.
2 ¿No te parece que todo este salmo está compuesto para ti? Tu
cuerpo rebosa de salud y, como nuevo apóstol del anticristo, cuando ya
eres conocido en una ciudad, te pasas a otra. No necesitas hacer
dispendios, no te alcanza la dura tribulación, ni tienes la desgracia de
ser castigado con gentes que ni siquiera son bestias irracionales como
tú. Por eso, andas hinchado de orgullo; la lujuria es tu vestido; de tus
rollizas carnes y de tu gordura destilas palabras mortíferas, y no ves
que tienes que morir, ni siquiera sientes remordimiento después de
saciar tu pasión deshonesta. Tu corazón desborda de malas ideas, y
para no tener que pensar que eres el único que andas descarriado,
inventas cosas horribles de los siervos de Dios, sin darte cuenta de que
hablas altivamente de violencia y tu boca se atreve con el cielo. Y no es
de extrañar que tú blasfemes de los siervos de Dios cuando tus
antepasados llamaron padre a Belcebú. No está el discípulo por encima
del maestro, ni el siervo por encima de su amo <9>. Si aquéllos
hicieron tales cosas con el leño verde, ¿qué no harás tú contra mí, que
soy leño seco? <10>. El pueblo de los creyentes, escandalizado, dice de
los de tu ralea por boca de Malaquías: Cosa vana es servir a Dios. ¿Qué
ganamos con guardar su mandamiento o con acudir suplicantes ante el
acatamiento del Señor omnipotente? Más bien llamamos felices a los
arrogantes: haciendo el mal prosperan; son enemigos de Dios, pero
escapan libres <11>. A éstos es a quienes a continuación amenaza el
Señor con el día del juicio y les anuncia la diferencia que habrá entre el
justo y el injusto diciéndoles: Convertíos y volveréis a distinguir entre
el justo y el impío, entre quien sirve a Dios y quien no lo sirve <12>.
3 Estas cosas quizá te parezcan ridículas. Y tú, que te recreas en las
comedias, en los escritores líricos y en las pantomimas de Léntulo,
aunque no concedería yo fácilmente que entiendas estas cosas dado el
embrutecimiento de tu corazón, es posible que desprecies las palabras
de los profetas. Pero Amós te respondería: Por tres crímenes y por
cuatro seré inflexible con él, dice el Señor <13>. Porque Damasco,
Gaza, Tiro, Idumea, los amonitas, los moabitas y aun el mismo Judá e
Israel se habían negado muchas veces a escuchar el oráculo que Dios
les había dirigido para que hicieran penitencia; y por eso ahora el
señor expone las causas justísimas de la ira que va a descargar sobre
ellos diciendo: Por tres crímenes y por cuatro seré inflexible con él. Lo
que es criminal, dice él, es pensar mal. Lo concedo. Pero más criminal
es quererlo hacer realidad, cosa que, por misericordia, he perdonado.
Pero ¿es que había que consumar de hecho el pecado y pisotear
orgullosamente mi bondad? Y, sin embargo, aun después de
consumado, puesto que prefiero la penitencia del pecador a su muerte,
pues no son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los
enfermos <14>, tiendo la mano al caído y exhorto al que está bañado
en su sangre a que se lave con sus propias lágrimas. Y si ni aun así
quiere hacer penitencia ni desea asirse a la tabla en que pudiera
salvarse teniendo la nave rota, me veo forzado a decir: Por tres
crímenes y por cuatro seré inflexible con él, dice el Señor, que
considera su inflexibilidad como castigo para dejar al pecador a su
capricho. Por eso se dice que castiga los pecados de los padres en la
tercera y cuarta generación, en cuanto que no quiere castigar en
seguida a los que pecan, sino que, disimulando al principio termina
condenando al final. De lo contrario, si fuera puntual vengador de todo
crimen, las iglesias no habrían tenido a muchos de sus santos, como,
por ejemplo, el apóstol Pablo. El profeta Ezequiel, a quien hace poco
hemos mencionado al referir la palabra de Dios que le fue dirigida,
dice: Abre la boca y come lo que te voy a dar. Yo miré; vi una mano que
estaba tendida hacia mí, y tenía dentro un libro enrollado. Lo
desenvolvió ante mi vista: estaba escrito por el anverso y por el
reverso; había escrito: lamentaciones, gemidos y ayes <15>. Lo escrito
en primer lugar te toca a ti, si es que quieres hacer penitencia después
del pecado; lo segundo, a los santos que son invitados a cantar a Dios.
Pues no suena bien la alabanza en la boca del pecador <16>. Y lo
tercero, a tus semejantes, que, desesperados, se han entregado a la
inmundicia y a la fornicación, al vientre y a lo que está bajo el vientre, y
piensan que todo termina en la muerte, que no hay nada después de la
muerte, y se atreven a decir: Si se desencadena la tormenta, no
descargará sobre nosotros <17>. El libro aquel que se come el profeta
es toda la serie de las Escrituras, en las que se llora sobre el penitente,
es alabado el justo y se maldice al que se desespera. Nada repugna
tanto a Dios como un corazón impenitente. Es el único pecado que no
puede alcanzar perdón. Porque si se perdona a quien después del
pecado deja de pecar, y si el que suplica conmueve al juez, el
impenitente por el contrario provoca la cólera de quien lo juzga, y sólo
el pecado de desesperación es el único que no tiene remedio. Ahora
bien, para que veas que el Señor invita diariamente a los pecadores a
penitencia, pero, si se obstinan tercamente, hacen severo y duro al que
de suyo es clemente, escucha las palabras de Isaías, que dice: El Señor
Sabaot llamó aquel día a lloro y a lamento y a raparse y ceñirse el
sayal; mas lo que hubo fue jolgorio y alegría, matanza de novillos y
degüello de ovejas, comer carne y beber vino, pues decían: Comamos y
bebamos, que mañana moriremos <18>. Después de aquellos gritos y
de aquella osadía propia de una mente perdida, la Escritura termina
diciendo: Entonces me fue revelado al oído por el Señor Sabaot. No
será expiada esta culpa hasta que muráis <19>. Sólo si mueren al
pecado se les perdonará el pecado. Porque mientras vivan en el pecado
no se les perdonará.
7 ¡Oh desdichados ojos míos! ¡Oh día digno de todas las maldiciones
aquel en que con alma consternada leí tus cartas, que todavía guardo!
¡Cuánta torpeza, cuánta blandenguería, qué transportes de gozo ante
el estupro pactado! ¡Cómo pudo un diácono, no diré escribir, pero ni
siquiera saber esas cosas! ¿Dónde, infeliz, aprendiste tales cosas, tú
que te jactabas de haberte criado en la iglesia? ¡Aunque en esas
mismas cartas juras que no has sido nunca ni casto ni diácono! Si lo
quisieras negar, tu misma mano te descubriría, tu misma letra lo
revelaría. Entre tanto, tienes como ventaja de tu crimen el que yo no
pueda hacer público lo mismo que has escrito.
8 Yaces, pues, postrado a mis pies. Por emplear tus mismas palabras,
pides que se te reserve una «hemina» de sangre y, miserable de ti,
despreciando el juicio de Dios, sólo temes mi venganza. Te he
perdonado, lo confieso. ¿Qué otra cosa podía yo hacer contigo, siendo
cristiano como soy? Te exhorté a que hicieras penitencia y te vistieras
de cilicio y ceniza <23>, a que fueras al desierto, a que vivieras en un
monasterio y con lágrimas continuas invocaras la misericordia de Dios.
Pero tú, columna de la buena esperanza, inflamado por los aguijones de
la serpiente te has convertido para mí en arco falaz y disparas contra
mí las saetas de tus insultos. Me he hecho enemigo tuyo por decirte la
verdad. No me duelen tus maldiciones. ¿Quién no sabe que tu boca
únicamente alaba al malvado? Lo que deploro es que tú no llores por ti
mismo, que no sepas que estás muerto; que, como un gladiador
preparado para Libitina <24>, te adornas para tu propio entierro. Te
vistes de lino, cargas de anillos tus dedos, pules tus dientes con polvo,
administras los escasos cabellos de tu rubicundo cráneo; tu cuello de
toro, turgente de grasa, aun quebrantado, no se inclina. Por si fuera
poco, hueles a perfumes, cambias de baños y luchas contra el vello tan
pronto como asoma; te paseas por el foro y por las plazas como un
amante distinguido y pulcro. Pero tú tenías rostro de mujer descarada,
y rehusaste avergonzarte <25>. Desdichado, conviértete al Señor, para
que el Señor se convierta a ti. Arrepiéntete, para que también El se
arrepienta de todos los males con que te ha amenazado.
<4> Ez 5,2.
<5> Ez 12,27.
<6> Ez 12,28.
<7> Sal 72,11-12.
<9> Mt 10,24.
<13> Am 1,3.
<15> Ez 2,8-9.
<16> Si 15,9.
<17> Is 28,15.
<18> Is 22,12-13.
<19> Is 22,14.
<26> Mt 20,30.
<35> 1 Re 21,29.
<36> Ez 18,20.
148 A CELANCIA
1
Carta atribuida hoy día por todos los autores a Pelagio o a algún
escritor pelagiano. En todo caso, Jerónimo no hubiera admitido
fácilmente la doctrina que se expone en ella. Al no tener ninguna
relación inmediata con él, se omite de la colección.
151 A RIPARIO
[CORRESPONSAL ANUAL DE JERONIMO]
1 Que has luchado con firmeza contra los herejes, y que has vencido
los combates del Señor, lo sé por referencias de los muchos que pasan
por aquí. Porque no sólo han manchado las Galias e Italia con sus
mentiras y perjurios, sino también la ciudad más célebre de Palestina, y
tienen por patrono y cómplice de su maestro a aquel a quien el Señor
Jesús mató con el aliento de su boca <1>, dejando a todos un ejemplo
de lo peligroso que es resistir a la fe católica y querer minar los
fundamentos de la Iglesia.
152 A RIPARIO
«Mucha alegría me ha dado la venida del santo y venerable presbítero
Inocencio». Le traía la carta deseada y noticias directas sobre Ripario y
su celo en el combate contra la herejía. «Al exhortarme a que escriba,
estás imponiendo una pesada carga sobre un asnillo ya viejo». El que
dice esto, el mismo año 419, es un Jerónimo dulcificado por la vejez y
por el dolor.
153 A BONIFACIO
Posdata
154 A DONATO
[EL TESTAMENTO]
1 Está escrito: Los malvados sufren muchas penas <1>, cosa que
también nosotros confesamos haber sufrido y estar aún sufriendo, con
la esperanza de que nos aprovecha para la salvación futura. Pero que el
corazón de los herejes no admite purificación posible, lo puedo
asegurar, porque he decidido no creer nunca en su arrepentimiento.
Porque fingen caridad, para matar así por falsa amistad a quienes no
pudieron asesinar por enemistad. Sus corazones están llenos de veneno
y, como muy bien has dicho tú mismo, ni el etíope puede cambiar su
piel ni el leopardo sus manchas <2>. Sin embargo, confiamos en la
misericordia de Cristo que mi santo y venerable señor, el obispo
Bonifacio, los arranque de raíz con la ayuda del espíritu de Cristo.
Hemos de excusarle sí, en sus comienzos, les brinda la caridad y con su
clemencia y mansedumbre intenta salvar a quienes a pesar de todo no
han de sanar jamás. Diré con franqueza lo que pienso: Con estos
herejes hay que poner en práctica aquello de David: Cada mañana haré
perecer a todos los pecadores de la tierra <3>. Hay que exterminarlos,
hay que matarlos espiritualmente, más aún, hay que decapitarlos con la
espada de Cristo, ya que no pueden recobrar la salud ni con emplastos
ni con delicadas curas.
2 1 He oído, por cierto, que los libros <1> que has publicado contra
esta misma peste ya han llegado hasta los mismos seguidores, y que
con su divulgación ha empezado a disminuir notablemente la multitud
de los perversos que con insolencia apoyaban tales cosas, porque ni el
mismo Pelagio se atreve a defenderlas en público y afirma que no está
de acuerdo con ellas. Este ha hecho lo posible para que me llegue su
breve defensa reciente, en la que escribe contra las imputaciones que
le hacen unos galos <2> y niega que muchas de las más graves sean
suyas. De algunas cambia el sentido con oscura astucia. No es, pues,
poco que, con la ayuda de la misericordia divina, ni él mismo se atreva
a defender a cara descubierta lo que temimos pudiera ser creído por
los débiles. Por lo que, oh hermano santo y señor venerable en las
entrañas de Cristo, no pierdo la esperanza de que él mismo, hombre
como es, confiese algún día con arrepentimiento haber caminado en
impío error.
<3> De natura.