Вы находитесь на странице: 1из 6

El Siglo de las luces bajo el sol del Caribe: La lectura novelada de Alejo Carpentier sobre

la historia de la libertad

“Hegel dice en alguna parte que todos los hechos y personajes de la historia universal
se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como
tragedia y otra vez como farsa.”

Karl Marx.

“(…) pero nada resultaba tan anacrónico, tan increíblemente resquebrajado, fisurado,
menguado por los acontecimientos, como el contrato social.”

Alejo Carpentier

El movimiento de mercancías, de esclavos y de ideas acorazadas en libros y hasta en


armas, en plena despedida del siglo XVIII en el Caribe, constituye el escenario del Siglo
de las luces de Alejo Carpentier. América a finales del XVIII, aunque con empresas
independentistas y revueltas que explotaban aquí y allá, era aún dependencias
Europeas. Al otro lado del océano, se mantenían las monarquías y los linajes de Reyes,
que en Francia pendían de la soga que deja caer la lámina plateada y afilada de la
guillotina de la revolución.

En este panorama, el agitado clima Europeo por el peligro que representaba la Francia
revolucionaria, alimenta descontentos que ya antes plagaban a América, en donde el
himno de la libertad ya se estaba escribiendo desde antes de 17891. De manera que es
inconexo e incluso anacrónico afirmar que las ideas de la revolución francesa se
“transmitieron” a América, donde se ejecutaron como programas políticos tan
extranjeros como su lema liberté, égalité, fraternité, que llevaron al descontento
general que permitió la salida de los Europeos de las colonias, más no la
independencia. Ni los indígenas, ni los negros cimarrones que ponían resistencia a su
condición leyeron a Robespierre, y si escucharon frases suyas en bocas de caudillos no
fue para “aprender” lo que es la libertad, sino para alimentar un espíritu colectivo que
construye una historia épica de luchas. Germán Arciniegas desarrolla esta tesis en sus
ensayos históricos sobre América Latina, por su parte Carpentier lo hace en la novela
histórica que no excluye de ningún modo algunas cuantas páginas de reflexión
puramente ensayística.

De esta forma, para entender qué efectos tuvo la revolución francesa en América hay
que entender los diversos contextos que conforman esta tierra, ya que las palabras no
caen en el vacío (citado en: Carpentier, 1980), y junto a esto, tener claro que no una
sola línea de movilidad de allá (Europa) a acá (América), sino también de acá a allá.

1
Por ejemplo la Revolución comunera de 1781, además de revueltas de indígenas y negros que eran
constantes. Incluso la independencia de Estados unidos en 1776.
Para Carpentier entender esos contextos que envuelven y son con los personajes,
contribuye a la definición del ser latinoamericano, que constituye la inquietud sin
resolver que ocupó (y ocupa aún) a los intelectuales del siglo XX en América latina. Los
contextos, son para este escritor, “móviles de la praxis circundante” (Carpentier, 1964)
y con esto se entiende eso colectivo y viviente en la sociedad que hace a cada uno de
los sujetos que viven en ella, es ese pensamiento, esa ideología, esa teoría que se hace
praxis en el ejercicio mismo de la vida cotidiana.

En el Siglo de las luces Carpentier atraviesa todos los contextos del Caribe para
construir la identidad del sujeto del Caribe del siglo XVIII, que en algo aclara el
contexto del sujeto cubano, haitiano o venezolana del mundo actual. Así como acerca
las islas y costas del Caribe bajo un mismo clima, los contextos le permiten a
Carpentier hacer una idea de las lejanías culturales, geográficas, e ideológicas que
edifican el sujeto y la ciudad de la Guyana, diferente pero cercano al de Haití, más que
al de Cuba o de Venezuela, que incluso en la forma de reflejarse la luz tienen
diferencias que repercuten en los sujetos.

“Dos tiempos históricos inconciliables, se afrontaban en esa lucha sin tregua posible,
que oponía el hombre de los tótems al hombre de la teología”. Así es como en América
conviven todos los pisos térmicos y ecosistemas en un mismo trozo de tierra, también
conviven todos los tiempos en uno. Carpentier lo llama un desajuste cronológico que
sólo es evidente en este territorio, donde se puede encontrar una ciudad tan moderna
y al cabo de unas pocas horas vivir en un pueblo donde la luz la dan solamente las
velas.

Esta distancia temporal es favorecida por una geografía montañosa y salvaje que
plantea dificultades en su acceso, poniendo trabas al contacto cultural entre los grupos
humanos, y favoreciendo la conservación de las diferencias culturales. Esta naturaleza
indomable se representa en la novela con la figura del Huracán como un fenómeno
que se sabe que va a llegar pero no se predice que causará. Además con este contexto
se propone también una tierra repleta de seres humanos, de sonidos, y sobre todo de
naturaleza con la que hay que con-vivir. A partir de esto la forma de narrar que
encuentra más apropiada Carpentier, es esa forma barroca que agota el paisaje para
poderlo percibir. Lo barroco es ese ruido que se siente en la lectura bajo un escenario
que se dibuja repleto de personas, de objetos y de naturaleza. Ya sea en la ciudad
durante una ejecución o en mar abierto, el lugar se lee colmado y ruidoso que
recuerdan las paredes de roca del Chiribiquete atestadas de figuras rojas que cuentan
historias indígenas.

Aparece también lo barroco cuando se piensa en la historia de confluencias que


elabora a ser latinoamericano. Un conjunto de todo reunido orgánicamente es la
columna en la habana2, la comida en México, o los adornos excesivamente poblados
de los carnavales latinoamericanos. Esto, a propósito de ser la región en donde
parecen confluir las tradiciones históricas del mundo, o al menos eso se intuye desde
la raza cósmica de José de Vasconcelos. Carpentier ubica lo barroco como forma y
como momento coyuntural de la historia de un grupo humano, y no como un simple
estilo europeo del Seciento. Con esto lo barroco se concretiza en la acción social no
predeterminada que resulta del encuentro épico entre diferentes culturas. Sobre esta
base, y reconociendo la relación entre Fernando Ortiz y Alejo Carpentier, se puede
intuir que la génesis del concepto de Transculturación también se plantea desde los
problemas que se le presentaban al ámbito de la creación literaria en América Latina, y
como se ha visto hasta ahora los contextos y la persistencia de lo barroco en todos los
contextos pone sobre la mesa un hecho, que en palabras conceptuales antropológicas
se le atribuirá el carácter de transculturación.

En cuanto al contexto ctónico, que hace referencia a las creencias religiosas y todo el
mundo suprasensible, se evidencia en la novela en primera parte el fuerte sincretismo
entre religiones negras y la católica, en estas regiones del Caribe donde la presencia
negra fue muy importante. No importa si es Cuba, Venezuela, Haití, Guadalupe o la
Guayana este mismo rito se repetía: “Allí cada iglesia cristiana tenía alguna iglesia
cimarrona, consagrada a Obatalá, Ochum o Yemayá, detrás de la misma sacristía, sin
que ningún párroco pudiese protestar por ello, puesto que los negros libertos
reverenciaban a sus viejos dioses del África en la figura de las mismas imágenes que se
erguían en los altares de los templos católicos.”

En segundo lugar, la imbricación entre la religión y la medicina es una constante en la


novela, lo cual no es una cuestión meramente de las religiones indígenas y negras,
pues es la religión católica durante esta época también se creía que la enfermedad era
producto del demonio que consumía el cuerpo del enfermo. De manera que la
enfermedad y el contexto de la salud fue atravesada también por el sincretismo
cultural. De ahí a que las monjas estuvieran siempre en los escenarios de curación o
enfermedad, así como los chamanes y curanderos eran llamados a curar.3 Los
hospitales no tenían enfermeras, tenían monjas encargadas de curar y no faltaban en
las ciudades recorridas signos sobre las casas de algún rito negro: “Había guijarros
envueltos en paños ensangrentados; gallinas negras colgadas de un dintel, cabeza

2
En “La ciudad de las columnas” Carpentier recorre la Habana haciendo un recuento etnográfico,
arquitectónico e histórico de la ciudad. Describe que allí todas las columnas de todos los estilos se
encuentran apiladas en unas cuantas cuadras, y así se repiten en toda la ciudad. Lo curioso es que ni las
columnas dóricas, ni las jónicas, ni las románicas y demás, cumplen alguna función arquitectónica para
sostener el edificio. De manera que son puros caprichos de estilo, de intento embellecer la ciudad.
3
Esto probablemente tiene una explicación teniendo en cuenta el estado de la religión católica al llegar
a América, la cual, según Carlos Mariátegui, se caracterizaba por su misticismo y su lejanía con lo
material, quedando suspendida al mundo casi imaginario que colmaba al realidad vivida por los cuerpos
de los místicos.
abajo; o bien lazos de cabellos humanos, fijos en la puerta por un clavo —un clavo
ignorado, donde todo clavo tenía su precio, hundido poco antes, sin que sonara un
martillazo. Una atmósfera de maleficios envolvía a los deportados, bajo las nubes
negras que parecían pesar sobre los techos”.

Quien cuidaba a Jorge en su lecho de muerte era una monja, y quien lo fue a aliviar con
pócimas fue un brujo. O bien el caso de Oge médico notable y conocido filántropo de
Port-au-Prince, que por cierto era de tez oscura, quien curó a Esteban arrancando la
planta que absorbía su energía. “Según él [Oge], ciertas enfermedades estaban
misteriosamente relacionadas con el crecimiento de una yerba, planta o árbol en un
lugar cercano. Cada ser humano tenía un «doble» en alguna criatura vegetal. Y había
casos en que ese «doble», para su propio desarrollo, robaba energías al hombre que a
él vivía ligado, condenándole a la enfermedad cuando florecía o daba semillas.”

En las creencias era imposible denigrar a negros y a indígenas por inferiores, sin
embargo esa diversidad de colores que aún sobrevive en los seres humanos del Caribe
y que conforma eso que Carpentier llamo el contexto racial, funcionó como una
jerarquía económica y política. Contexto que a pesar de las ordenes de igualdad
venidas desde Francia a las provincias francesas en América, no se colaron en la
mentalidad americana que aún hoy pesa por su racismo. La esclavitud revocada y
repuesta por la misma revolución bonapartista, demuestra esa ironía de la política
burguesa que aclamaba la libertad. “«Francia, en virtud de sus principios democráticos,
no puede ejercer la trata. Pero los capitanes de navíos corsarios, están autorizados, si
lo estiman conveniente o necesario, a vender en puertos holandeses los esclavos que
hayan sido tomados a los ingleses, españoles y otros enemigos de la República.» «¡Pero
esto es infame! —exclamó Esteban—. ¿Y hemos abolido la trata para servir de
negreros entre otras naciones?» «Yo cumplo con lo escrito —replicó Barthélemy
secamente.”

La abolición de la esclavitud no se hizo a favor de la libertad, aunque regó la semilla


reaccionaria en los negros e indígenas americanos, esta se hizo como herramienta
política para degollar al rey y establecer la monarquía parlamentarista de la burguesía
en Francia. Es a esto a lo que se dirige la cita de Marx que nos devuelve al inicio de la
lectura: Hegel dice en alguna parte que todos los hechos y personajes de la historia
universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez
como tragedia y otra vez como farsa. Así la revolución francesa quedo en América en
un papel como un manual de comportamiento político y se vacío de ideología: “«Es
muy triste empezar esa historia con el restablecimiento de la esclavitud», dijo Sofía.
«Lo siento. Pero yo soy un político. Y si restablecer la esclavitud es una necesidad
política, debo inclinarme ante esa necesidad...»”
Leyendo la novela en términos marxistas, los esclavos, los indígenas y los campesinos,
es decir el grupo humano oprimido, no lucharon a favor de ellos ni durante la
revolución extranjera que llegó a América desde Francia, ni en las luchas por la
independencia, ya que en últimas las dos fueron levantamientos estrictamente por el
poder burgués. El vasto problema al que nos enfrentamos, es que aún no hemos
erigido la guillotina latinoamericana, que no necesariamente haga rodar cabezas para
implantar la justicia social.

Sin embargo, en mi opinión Carpentier nos quiere plantear desde su posición como
novelista latinoamericano (y con todo lo que esto implica para él), a partir de la figura
de Sofía, la necesidad de una utopía latinoamericana que va de la mano con la
posibilidad de una revolución de las estructuras sociales. “Quiero volver al mundo de
los vivos; de los que creen en algo. Nada espero de quienes nada esperan”. Por otro
lado, está la figura de Esteban que aunque logró superar la visión del político y
revolucionario de papel, vaciado de ideología (Victor Hugues), optó por el camino
pesimista de la decepción y pasividad.

En este sentido, la historia de América latina tiene un tinte épico enmarcado en grupos
oprimidos y grupos opresores que no cesan su pugna. Carpentier lo entiende muy bien
y lo deja planteado al final de la novela que parece no acabar nunca

Detrás de las casas, en calles aledañas, parecía que se estuviera congregando una
densa multitud. De pronto, cundió el tumulto. Grupos de hombres del pueblo, seguidos
de mujeres, de niños, aparecieron en las esquinas, dando mueras a los franceses. (…)
Pero esa sangre, lejos de amedrentar a los que avanzaban, apresuró su paso hacia
donde el estruendo de la metralla y de la artillería revelaba lo recio de la trabazón...
Fue ése el momento en que Sofía se desprendió de la ventana: «¡Vamos allá!», gritó,
arrancando sables y puñales de la panoplia. Esteban trató de detenerla: «No seas
idiota: están ametrallando. No vas a hacer nada con esos hierros viejos.» «¡Quédate si
quieres! ¡Yo voy!» «¿Y vas a pelear por quién?» «¡Por los que se echaron a la calle! —
gritó Sofía—.”

Finalmente, mientras en el Caribe Francés de finales del siglo XVIII la guillotina se


enmohecía en su nostálgico exilio, en Francia sigue rodando cabezas hasta la
revolución proletaria de 1848 que logra evitar ejecuciones políticas. Mientras la
comuna, el primer gobierno del proletariado, dura en Francia unos pocos meses, en
América latina se ha mantenido durante 53 años. De esto sólo queda decir, que en la
figura de Sofía se hace evidente que la revolución latinoamericana es de un carácter
distinto y bajo otra mirada, que en ningún caso es la burguesa de la “liberté, égalité,
fraternité” (“¡infantería, caballería, artillería!”4, en palabras de Marx) .

Laura Alejandra

Bibliografía
Carpentier, A. (1971). El siglo de las luces. Buenos Aires: Seix Barral.

Carpentier, A. (1984). Ensayos. Habana: Letras Cubanas.

Carpentier, A. (1970). La ciudad de las Columnas. Barcelona: Lumen.

Marx, K. (1981). El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Moscu: Editorial Progreso.

Marx, K. (1980|). Las luchas de clases en Francia 1848 a 1850. Moscu: Progreso.

Ortiz, F. (1978). Contrapunteo cubano entre el tabaco y el azúcar. Caracas: Biblioteca


Ayacucho.

4
Marx, C. (1974) “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. Medellín: Oveja Negra editores.

Вам также может понравиться