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autónomas. Todo cristiano, cualquiera sea su posición profana o eclesiástica, está
llamado permanentemente al dinamismo de su conversión, en el cual no hay
privilegios o acepción de personas, y que depende radicalmente de una respuesta
a la llamada de Cristo. Esta respuesta condiciona todo proyecto humano y
eclesial, y es la única verificación auténtica de cualquier compromiso: "En el día
del juicio muchos me dirán: Señor, Señor, profetizamos en tu nombre, y en tu
nombre arrojamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros. Yo les
diré entonces: no los reconozco. Aléjense de mí todos los malhechores".
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de hacer algo más interesante, de "hacer nuestra vida". Un deseo de instalarse, de
trabajar sólo lo indispensable, sin búsqueda, sin cambio, sin creatividad.
12,25).
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abrirás los brazos y otro te amarrará la cintura y te llevará donde no quieras" (Jn
21, 18).
EL ROSTRO DE JESÚS
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Este conocimiento, sin embargo, no es el resultado de la pura ciencia
bíblica o teológica, sino de un encuentro en la fe y en el amor, propios de la
sabiduría del Espíritu y de la contemplación cristiana. Se trata de conocer al Señor
que seguimos "contemplativamente", con todo nuestro ser, particularmente con el
corazón. Como un discípulo y no como un estudioso. Como un seguidor y no
como un investigador. Aquí vemos otra vez lo original de la espiritualidad cristiana:
no conocemos a Jesús sino en la medida en que buscamos seguirlo. El rostro del
Señor se nos revela en la experiencia de su seguimiento. Por eso la cristología
católica es una cristología contemplativa que lleva a la praxis de la imitación de
Jesús.
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Esto no implica caer en un "historicismo" literal en torno al Jesús del
Evangelio, que olvide que nuestra imitación se refiere antes que nada al Cristo de
la fe; tal como la Iglesia lo comunica. Precisamente este Cristo de la fe que
transmite la Iglesia está en continuidad con el del Evangelio, y a su vez garantiza
la objetividad de nuestra contemplación que con todo derecho quiere apoyarse en
los Evangelios transmitidos por la Iglesia como estímulo de nuestra conversión.
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especial, el prójimo es el Pobre, en el cual Jesús se revela como necesitado: "Lo
que hicieron con algunos de estos mis hermanos más pequeños, lo hicieron
conmigo" (Mt 25, 40).
Los ricos y poderosos son mis prójimos cuando necesitan de mí, aunque
sea ocasionalmente. Dar ayuda a un capitalista o un gobernante perseguido por
cambios políticos, cualquiera que sea su ideología, es un deber cristiano; es
tratarlo como prójimo.
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Para acercarse al judío, el samaritano tuvo que hacer un esfuerzo por salir de sí.
Por aliviarse de su raza, su religión, sus prejuicios. "...Hay que saber que los
judíos no se comunican con los samaritanos..." (Jn 4, 9). Tuvo que dejar de lado
su mundo y sus intereses inmediatos. Abandonó sus planes de viaje, entregó su
tiempo y dinero. En cuanto al sacerdote y el levita, no sabemos si eran peores o
mejores que el samaritano, pero sí sabemos que no salieron de "su mundo". Sus
proyectos, que no quisieron trastornar interrumpiendo su camino, eran más
importantes para ellos que el llamado a hacerse hermano del herido; sus
funciones rituales y religiosas las consideraron por encima de la caridad fraterna.
En la parábola del juicio final (Mt 25), Jesús dice que el hermano, y
particularmente el pobre, son su representación. Él se identifica con ellos. Así, el
cristianismo pasa a ser la única religión donde encontramos a Dios en los
hombres, especialmente en los más débiles.
Más aún, para Jesús el compromiso con el hermano pobre es uno de los
criterios decisivos en orden a nuestra salvación. "Benditos de mi Padre, vengan a
tomar posesión del Reino... Porque tuve hambre, y ustedes me alimentaron"... etc.
(Mt 25, 34ss).
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importantes en la conversión cristiana). Esta afirmación atraviesa toda la tradición
y la enseñanza católica. Ya en los Profetas, particularmente los del Exilio, aparece
la idea de que el mismo culto a Dios es vano sin la justicia y la misericordia con el
necesitado; de que la verdadera conversión que Dios quiere se expresa en el
servicio al hermano, sobre todo al oprimido (cfr. Is 1,10-17; 58,6-7; etc....
Para Cristo, los que tienen más sobre una tierra que es de Dios y por eso
de todos, no son sino servidores fieles y prudentes... "constituidos para repartir el
alimento a su debido tiempo" (Mt 24, 45). Así como nadie es dueño absoluto de la
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tierra, nadie lo es del dinero. Este siempre se administra a nombre de Dios, como
el poder y la autoridad.
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de la fe.' El tipo de encuentro con Dios en la oración es de otro nivel y calidad que
los otros encuentros (prójimo, etc.) y no podemos renunciar a él sin cercenar
nuestra realización y destino. Por lo mismo, la oración se constituye en la garantía
de que realmente hallamos a Cristo en el prójimo y en la historia, y de que no nos
quedamos en buenos deseos.
Esto nos lleva a entender la cruz cristiana a partir del seguimiento de Jesús
y de su causa. Crucificado, Jesús enseñó a sus discípulos y a todas las
generaciones una nueva manera de sufrir y de morir, al interior de una fidelidad a
una Causa. Tenemos, en el Dios crucificado, la promesa cierta de que la energía
de la Resurrección no dejará definitivamente frustrada la tarea de los que sufren y
mueren a causa de la justicia. En la cruz, la fidelidad de Jesús ha llegado al
extremo, y su resurrección es la prueba de que no fue vana: desde entonces, los
que lo siguen hasta el sacrificio de la cruz pueden transformar esa experiencia en
fuente de liberación y santidad.
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EL RADICALISMO DEL SEGUIMIENTO DE CRISTO
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cristianos está condicionado a un humanismo, pasa por la mediación de la
sicología y está fundamentado en el amor. En torno a él vamos creciendo. En el
fondo, el cristianismo es reordenar nuestros valores humanos en torno al amor. El
amor es el eje de nuestra vida y el que hace madurar nuestra libertad.
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los mismos. Los valores están integrados y se es coherente con ellos. En el fondo
la inmadurez consiste en que se dice una cosa y se hace otra.
Sepamos que este crecimiento no se realiza sin crisis. Las crisis en nuestra
vida son la condición para hacernos libres y para hacernos maduros. En nuestra
vida hay una serie de etapas que tenemos que cruzar. En cada etapa creamos
una síntesis de nuestros valores. Y la crisis no es otra cosa que la transición de
una etapa a otra.
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cuestión ninguna cosa, vemos que no son libres, porque no han pasado por las
etapas que conducen a la libertad.
Las crisis nos llevan a la libertad. ¿Por qué estas rupturas y estas crisis
para llegar a la libertad? Porque todos, más o menos, vivimos esclavos: esclavos
de seudo-valores. Pensamos que vivimos valores, pero vivimos ambigüedades.
Nuestra vida está llena de valores ambiguos, y necesitamos purificarlos, para que
sean evangélicos. Por eso la crisis nos conduce a la libertad, al revelarnos la
ambigüedad de los valores que vivimos. A veces podemos tardar varios años para
darnos cuenta de ello.
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Lo mismo puede suceder en la misma actividad en la pastoral. Fácilmente,
en una etapa aún inmadura, no se advierten las ambigüedades de motivaciones
humanas, de prestigio o de competencia. La falta de aprecio de los elementos
sobrenaturales. La orientación no tanto a la construcción del Reino de Cristo,
como de "nuestro" reino...
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CONCLUSIÓN
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