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En este trabajo abordaremos el papel que desempeñan las pasiones en la filosofía política de
Rousseau, enfocándonos en el amor de sí como cualidad primitiva y constitutiva del hombre y
la posibilidad de su maleabilidad mediante las instituciones sociales. Dado los intentos del
autor de conciliar la libertad con la obediencia, veremos de qué manera es posible lograr una
continuidad entre los intereses particulares y el interés común, y cuál es el papel del amor de
sí en dicha empresa. Por lo tanto, trabajaremos en primer lugar la antropología de Rousseau,
marcando las distinciones pertinentes con el hombre hobbesiano, para ver cómo es posible
formar una hombre social sin renunciar a la libertad. Luego, de acuerdo a los intereses políticos
del autor, analizaremos la relación de las instituciones con las pasiones, deteniéndonos
particularmente en la religión civil y su función como promotora de sentimientos de
sociabilidad. Finalmente, se planteará el problema de dicha educación y la tensión que implica
derribar los límites entre fuero externo e interno. Durante todo el trabajo se analizaran los
puntos en contacto y diferencias con El Leviatán de Hobbes.
Es por eso que en el Segundo discurso, Rousseau distingue entre el primer estado de
naturaleza, donde prima la dispersión y la independencia, y el segundo estado de naturaleza,
1
ROUSSEAU J.-J., Discurso sobre el origen y el fundamento de la desigualdad entre los
hombres, Buenos Aires, Prometeo, 2008, trad. V. Waksman. P. 70.
2
Hobbes atribuye al hombre natural cualidades e, incluso, pasiones que son producto de la
sociabilidad, no causas de ella.
en el que se da una primera sociabilidad rudimentaria. De esta manera, a diferencia de Hobbes,
que en el capítulo trece de El Leviatán describe el estado del hombre fuera de la sociedad civil
como un estado de guerra de todos contra todos, a causa de la igualdad respecto a las
capacidades naturales y de las esperanzas para alcanzar los mismos fines, donde todos viven
con miedo a la muerte; Rousseau plantea dicho estado originario como pacífico y cuasi-animal,
atribuyendo a los hombres dos principios anteriores a la razón3: el amor de sí y la piedad. El
primero refiere a la autoconservación y el segundo da cuenta de la aversión de ver sufrir a otro.
Pero el amor de sí como principio de preservación no conduce, a la manera de Hobbes, al
conflicto. Esta cualidad primitiva, de la que posteriormente el autor afirma que deriva la piedad,
no lleva a ningún desarrollo particular: velar por la propia conservación no implica
necesariamente entrar en relaciones de competencia y desconfianza con los demás.
Rousseau, al situar el estado de guerra en la segunda parte del Segundo discurso, luego
del establecimiento de la propiedad privada, marca una diferencia importante con Hobbes: la
propiedad es una contingencia, el hombre llegó a ser lo que es no por el desarrollo de su
naturaleza sino por las relaciones de dependencia generadas por la propiedad y la concentración
del amor propio.
3
Hobbes, por el contrario, enumera una serie de leyes naturales dictadas por la razón. Para el
ginebrino, la razón se desarrolla posteriormente.
La sociedad que podemos tener
Esta diferencia entre los autores es fundamental, puesto que mientras Hobbes concluye
que los hombres deben someterse a un soberano absoluto, entregando su libertad natural,
mediante un pacto motivado por el miedo a la muerte como pasión fundamental, Rousseau
lamenta la realización del pacto del rico en el que los hombres se entregan a la servidumbre,
destruyendo la libertad natural, fijando la ley de propiedad y la desigualdad. Puesto que este
pacto es contingente, es necesario la realización de un nuevo pacto social que no implique
como saldo el abandono de la libertad.
Como el interés propio debe coincidir con el interés común, nadie renuncia a su interés
particular: “No hay nadie que no se apropie de la palabra cada uno y que no piense en sí mismo
cuando vota por todos”5. Ya que para el autor el interés está ligado al amor de sí, como el
4
ROUSSEAU, J.-J., El Contrato social, Madrid, Alianza Editorial, 1982, trad. M.Armiño. II, P.
47.
5
Ibid. P. 55.
motivo que hace a los hombres actuar, se sigue que en la voluntad del conjunto sigue activo el
amor de sí.
Para poder conformar una voluntad general que haga posible la coincidencia entre el
interés particular y el interés común es necesario expandir el amor de sí primitivo. ¿De qué
manera puede lograrse ésto? Dado que el amor de sí es un único principio, susceptible de
concentrarse o expandirse de acuerdo a los modos de relación en las que se desarrolle, es
necesario generar disposiciones afectivas que lo orienten de forma positiva.
Establecida la necesidad de educar las pasiones, el autor afirma que los pueblos se
fundan y se sostienen de acuerdo a las instituciones que los moldean y que los hombres son el
resultado de las instituciones que los socializan. Es precisa una educación que lleve a expandir
el amor de sí para integrar la voluntad general y generar disposiciones afectivas que conduzcan
a amar la ley y no sólo a simplemente obedecerla, ya que de esta manera los hombres se
obedecen a sí mismos, lo que es la expresión de la expansión del amor de sí a la comunidad.
De todas las instituciones que el autor desarrolla a lo largo de su obra, nos centraremos
en la religión civil por el lugar preponderante que ocupa en El contrato social y porque es la
que, parece, ha generado mayor controversia. En el final de dicha obra, se desarrolla el
6
ROUSSEAU J.-J., Emilio o de la educación, Madrid, Alianza Editorial, 1995. P. 283.
7
ROUSSEAU, J.-J., Cartas escritas desde la montaña, Buenos Aires, Prometeo, 2008, Trad.
Antonio Hermosa Andújar. P. 45.
problema del lugar que debe ocupar la religión al entrar en composición con el estado: “De
todos los autores cristianos, el filósofo Hobbes es el único que ha visto bien el mal y el remedio;
y que se ha atrevido a proponer reunir las dos cabezas del águila, y reducir todo a unidad
política sin lo cual jamás habrá Estado ni gobierno bien constituido”.8 Así, Rousseau no
acuerda, como Warburton, que el cristianismo es el mejor sostén del Estado, ni con Bayle, que
ninguna religión es útil para el cuerpo político. Con la llegada del cristianismo concluyó el
tiempo de las religiones paganas y de un conjunto de creencias común a todos los miembros
del cuerpo político. En la sexta de las Cartas escritas desde la montaña Rousseau da cuenta de
la necesidad de la religión en relación a la política: no se trata de limitarla sino de otorgarle un
lugar como parte constitutiva del cuerpo político. El cristianismo, desde el punto de vista
político, resulta insatisfactorio: no ofrece ninguna relación con el Estado ni añade fuerza a las
leyes. Debido a la separación del cielo con el reino de los vivos, no sólo no une a los ciudadanos
con las metas del Estado, sino que los separa de ellas como con todo lo terrenal.
Junto con las otras instituciones destinadas a educar las pasiones de los hombres, tales
como la educación pública y la fiesta popular tratadas en el capítulo cuatro de Emilio, la religión
civil debe promover sentimientos de sociabilidad y evitar la concentración del amor de sí. Por
esta razón tiene que contar en su elaboración con dogmas simples y reducidos. Los dogmas
positivos, justamente, implican promover el amor a las leyes para garantizar la estabilidad del
cuerpo político. Respecto a los dogmas negativos, la religión civil no tendrá más que uno: la
exclusión de la intolerancia, en la medida en que ha de hacer frente a los peligros de aquellas
religiones que amenazan la paz del Estado.
El problema que parece surgir ahora es la posibilidad de la permanencia del fuero interno.
Rousseau parece diferir con Hobbes, quien explica que no es exigible a los súbditos coincidir
8
ROUSSEAU, J.-J., El contrato social, Madrid, Alianza Editorial, 1982, trad. M.Armiño. IV, P.
158.
en opiniones y pensamientos con las leyes políticas para mantener al Estado en su función de
guardián y defensor de la paz. El hombre hobbesiano queda escindido en dos mitades: una
privada y una pública, en tanto los hechos y las acciones quedan sometidos a las leyes del
Estado, mientras las convicciones íntimas son libres. Esta diferenciación es la que permite
separar el contenido de una acción de la acción misma, que es la condición previa necesaria de
un concepto formal de la ley: “Sólo así puede una ley -independientemente de su contenido
religioso y moral- ser declarada conforme a la normatividad jurídica, pero sólo así se puede, al
mismo tiempo, cumplir dicha ley”.9 Mientras cumpla, como súbdito, con sus deberes de
obediencia, el soberano no atenderá a su vida privada.
En un primer momento, Rousseau parece compartir ésto ya que plantea que sólo en el
ámbito de la acción y la moral es donde puede permitirse la intromisión del soberano, dejando
libertad para la opinión privada, pero respecto a los dogmas de la religión civil añade: “Si
alguien, después de haber aceptado públicamente estos mismos dogmas, se conduce como si
no los creyese, que sea condenado a muerte, pues ha cometido el peor de los crímenes: ha
mentido a las leyes”10. Ésta afirmación no resulta del todo clara porque, por un lado, si el
problema es referente a la acción, ¿por qué anunciar la previa aceptación pública de los dogmas
como un factor influyente en el castigo?; Por otro lado, si la libertad de opinión realmente está
permitida parece que el requisito es extremo: quien no acepte los dogmas queda excluído por
insociable.
9
KOSELLECK, R. Crítica y crisis, Madrid, Ed. Trotta, 2007, Trad. Rafael de la Vega, P. 46.
10
ROUSSEAU, J.-J., El contrato social, Madrid, Alianza Editorial, 1982, trad. M.Armiño. IV, P.
164.
11
ROUSSEAU, J.-J., “Carta a Christophe de Beaumont” en Escritos polémicos…, P.109.
evaluación del Estado y a la creencia privada.
Además, este desdibujamiento de los límites entre el fuero externo e interno no refiere
sólo al derecho invasivo del soberano, sino que implica una modificación de las formas de
sentir. Siguiendo con la distinción, no hallamos en Hobbes un intento explícito de encauzar las
pasiones de los hombres: de hecho, las mismas están definidas desde el estado de naturaleza y
a lo máximo que se aspira es a contenerlas. Para Rousseau en cambio, existe cierto proceso de
“formateo” de las pasiones, mediante la educación y las instituciones, así sea con intención de
expandir el amor de sí. Es necesario puntualizar que para el autor, no sólo basta con obedecer
la ley (Hobbes hasta permite cierto vacío legal en situaciones donde no alcanza la autoridad
del soberano), sino que es necesario amar la ley. Lo cual es una exigencia bastante más alta
que la mera obediencia a la que aspira Hobbes.
De hecho, este nivel de compromiso que Rousseau exige es uno de los motivos de su
rechazo al cristianismo: al ser una religión completamente espiritual, que se ocupa únicamente
de las cosas del cielo, el cristiano cumple con su deber, pero lo hace con indiferencia. Uno de
los ejemplos que proporciona el autor es que ante una guerra extranjera los cristianos marchan
sin problemas y sin pensar siquiera en huir, pero lo hacen sin pasíon a la victoria. Es interesante
en este punto comparar lo dicho por Hobbes respecto de que un hombre puede desertar y huir
sin ser castigado, en ciertos casos, del combate siempre y cuando su retirada no responda a la
traición sino al miedo y que es libre de desobedecer en algunas ocasiones mientras la falta de
obediencia no atente a la finalidad por la cual se instituyó la soberanía. Mientras que Rousseau
necesita la educación de las pasiones para amar la ley y no cumplir con el deber de manera
indiferente, Hobbes plantea casos puntuales donde se puede desobedecer a causa de la pasión
fundamental que lleva a los hombres a pactar.
Aunque no sería correcto atribuirle, sin más, al autor un totalitarismo que acaba por
eliminar completamente la libertad de conciencia, más sabiendo los esfuerzos de Rousseau por
conciliar la libertad con la obediencia, existe cierta tensión o ambigüedad no resuelta en sus
obras. Ante todo en lo que refiere a la compatibilidad entre dicha libertad, tan fundamental para
el autor, y la educación necesaria de las pasiones para ser un buen ciudadano y, también, en la
posibilidad de que el soberano pueda examinar las opiniones privadas de los individuos y actuar
en consecuencia.
Conclusión
BODEI, R., Geometría de las pasiones. Miedo, esperanza y felicidad: filosofía y uso
político, México, Fondo de Cultura Económica, 1995.
HOBBES, T., Leviatán, Madrid, Ed. Nacional, 1983, trad. C. Moya y A. Escohotado,
libros I y II.
KOSELLECK, R. Crítica y crisis, Madrid, Ed. Trotta, 2007, Trad. Rafael de la Vega.
ROUSSEAU, J.-J-, “Carta a Christophe de Beaumont” en Escritos polémicos.
ROUSSEAU, J.-J., Cartas escritas desde la montaña, Buenos Aires, Prometeo, 2008,
Trad. Antonio Hermosa Andújar.
ROUSSEAU, J.-J., El contrato social, Madrid, Alianza Editorial, 1982, trad. M.
Armiño.
ROUSSEAU J.-J., Discurso sobre el origen y el fundamento de la desigualdad entre
los hombres, Buenos Aires, Prometeo, 2008, trad. V. Waksman.
ROUSSEAU J.-J., Emilio o de la educación, Madrid, Alianza Editorial, 1995.