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NOCIONES GENERALES
Para quienes defendemos la autonomía del Derecho Deportivo, forma parte de sus
características constitutivas la división de sus normas en: a) reglas de juego, b) reglas
de competición y, c) reglas de funcionamiento.
Las reglas de juego son normas jurídicas sui generis pues presentan rasgos
particulares que las normas jurídicas de otras ramas del derecho no poseen. De ellas
podemos decir primeramente que regulan de manera inmediata lo que se conoce
como “hecho deportivo” y, en consecuencia, constituyen la primera línea de la llamada
disciplina deportiva. También podemos establecer que no regulan solo el
comportamiento de los participantes del hecho deportivo, sino el desarrollo general de
aquel. Otro de los elementos definitorios que la doctrina le atribuye es que las
decisiones relativas al cumplimiento o no de éstas normas no son pasibles de
revisión, es decir, tienen la cualidad de perfeccionarse al momento mismo en que
fueron dictadas, imposibilitándose un escrutinio ulterior.
Otra parte de la doctrina (Aguiar, Camps) clasifica las normas del derecho deportivo
en: reglas aplicadas sobre el hecho deportivo, reglas de competencia y, reglas de
comportamiento. Éstas últimas buscarían adaptar el comportamiento de los
participantes del hecho deportivo a unos estándares considerados aptos o buenos,
entre ellas están incluidas por ejemplo las tarjetas y las faltas técnicas. Respecto a
éste último tipo de reglas podemos decir – dada la clasificación anterior – que se
encuentran inmersas dentro del segundo tipo de normas consideradas en la primera
parte de lo que hemos dado a llamar nociones generales.
DECISIONES DE LA FIFA
El primer caso acontece en el año 2005, fecha en la cual la FIFA resolvió la repetición
del partido Uzbekistán – Bahrein en razón a que el árbitro en vez de mandar repetir un
tiro penal por invasión del campo de juego, ordenó la realización de un tiro libre
indirecto. El partido había concluido con una victoria de Uzbekistán 1 a 0 por sobre
Bahréin. Posteriormente, la FIFA anuló el partido de oficio por el craso error técnico del
árbitro. Resultó por demás extraña esta decisión de la FIFA pues anuló una victoria y
un gol a Uzbekistán fundamentándose en un error arbitral cometido en contra de la
propia Uzbekistán.
El segundo suceso acontece el 4 de abril del año 2015, la UEFA - siguiendo el
precedente sentado por la FIFA - ordenó la repetición del partido Noruega - Inglaterra
del Europeo Femenino sub-19, debido a un error del árbitro, quien dispuso la
reanudación del encuentro con un tiro libre, debiendo haber ordenado la ejecución de
un tiro penal, luego de haberse producido la invasión del campo de juego.
El tercer evento acaeció en el año 2017, cuando la FIFA ordenó que el partido
Sudáfrica vs Senegal por las Eliminatorias al Mundial de Rusia 2018, sea repetido. Lo
que motivó tal decisión fueron los graves errores del árbitro del partido, quién fue
suspendido de por vida por la FIFA, decisión confirmada posteriormente por el TAS. Se
encontró culpable al árbitro del partido de manipulación del resultado, en connivencia
con centros de apuestas ilegales. Sostuvo en este caso la FIFA una política de cero
tolerancias hacia estas prácticas de manipulación que ponen en riesgo la integridad
del fútbol.
Los casos precedentemente expuestos en forma sucinta fueron escogidos por haber
sido derivaciones de decisiones de una Asociación de Fútbol Regional y de la
Federación misma que nuclea a este deporte, ignorándose deliberadamente aquellas
resoluciones similares derivadas de asociaciones de carácter nacional, que también
han abundado pero que revisten menor importancia pues no impactan a Derecho
Deportivo en toda su amplitud.
Antes de estos precedentes, todas las revisiones posibles de las contravenciones a los
reglamentos de competencia y de funcionamiento no afectaban al encuentro ya
acaecido, sino que proyectaban sus efectos sobre el resto de la competencia por
producirse. Por ejemplo, la anulación de una tarjeta amarilla ya impuesta no retrotraía
sus efectos al juego ya disputado, sino que servía para aquellos por disputarse. Sin
embargo, con éstos infelices precedentes, las revisiones tienen efecto retroactivo pues
anulan el hecho deportivo e imponen su reanudación.
Desde sus inicios la FIFA siempre tuvo que lidiar con problemas relativos a las
nacionalidades de los jugadores que participaban en sus competencias oficiales, esto
fue así debido a que los distintos reglamentos - en lo que referían al estatuto de los
jugadores y, más específicamente, a su elegibilidad - hacían una suerte remisión a la
legislación nacional en dicha materia.
El primer caso que llamó mucho la atención es quizás el de Lazlo Kubala, quien fue
internacional primero con Checoslovaquia, luego Hungría, y por último España,
generando muchos inconvenientes entre las distintas asociaciones nacionales.
Otro problema recurrente relativo a la nacionalidad, que sucedía con más frecuencia
en los albores de las distintas asociaciones, fue el de la inscripción sin traspaso de los
jugadores de una asociación a otra, lo que generó innumerables controversias entre
los varios entes existentes.
En la actualidad podemos ver como las distintas asociaciones nacionales han ido
incluyendo en sus normativas una reserva (número limitado) de jugadores extranjeros
en el campo de juego, con el fin de promover a los jugadores nacionales, circunstancia
que también atañe al tema ahora tratado. De esta manera, podemos notar que la
nacionalidad fue siempre un tema en discusión a nivel internacional.
Sin embargo, sin temor a muchos equívocos, puede afirmarse que la situación que
más dolores de cabeza trajo a la FIFA es la de los nacionalizados y el consecuente
roce entre las asociaciones involucradas en oportunidad de la internacionalización de
las competencias deportivas.
Pasando rápida revista podemos ver como en el pasado Alfredo Di Stefano defendió
tanto a la Selección Argentina como a la de España y Colombia, generando dicho
proceder importantes controversias. Actualmente, ese tipo de situaciones es mucho
menos frecuente en atención a que la FIFA ha determinado que un jugador que ya ha
jugado por una Selección Nacional absoluta no puede hacerlo por otra, incluso si ha
optado por otra nacionalidad, aunque circunstancias excepcionales ya han acaecido.
En el año 2004 la FIFA determinó que un jugador de fútbol puede jugar por un
seleccionado en inferiores y por otro en la categoría superior o de mayores, siempre
que manifieste esta decisión hasta los 21 años de edad. Se procedió de esta manera
pues se consideró que no podría comprometerse el resto de la carrera de un
profesional a una decisión que éste tomó cuando aún no alcanzó la mayoría de edad,
y las consecuentes limitaciones que esto implica. En el año 2009, en cambio, se
procedió a la eliminación del requisito etario establecido. Consecuentemente, la única
circunstancia requerida actualmente es que el jugador se encuentre ligado a una
selección por una decisión adoptada siendo aún menor de edad. Es así que Thiago
Motta participó en la Copa de Oro de América del Norte con la Selección Sub 23 del
Brasil y posteriormente, en el 2011, jugó por el seleccionado mayor de Italia.
También estableció la FIFA, para todos los casos referentes a nacionalidades, que los
partidos amistosos disputados no serían vinculantes para la nacionalidad definitiva
adoptada.
Como consecuencia de esta situación, dicho jugador sólo podrá ser utilizado por otro
equipo de ésta u otra asociación si antes media un contrato de transferencia del
mismo o el contrato suscrito ya no se encuentra vigente, con lo cual el jugador
adquiriría la cualidad de “libre”.
Otra manera de que éste hipotético profesional del deporte sea alineado por un equipo
distinto al titular de sus “derechos federativos” es si éste último lo cedió “a préstamo” a
otra entidad deportiva. Esta posibilidad se encuentra prevista en el Art. 10 de la norma
anteriormente citada, que establece en lo pertinente que: “Un jugador profesional
puede cederse a otro equipo en calidad de préstamo sobre la base de un acuerdo por
escrito entre el jugador y los clubes en cuestión…”.
Ahora bien, acontece corrientemente que el club cedente y el cesionario forman parte
de las mismas competencias, ya sean a nivel nacional como a nivel regional. En
consecuencia, en muchas ocasiones no desean que el jugador cedido actúe en su
contra, pues temen ser perjudicados por un jugador “de la casa”, o bien, ser objeto de
críticas por la eventual cesión de un profesional infravaluado erróneamente. Es en esta
circunstancia que en el contrato de préstamo se acostumbra a incluir una cláusula
popularizada con el nombre de “cláusula de miedo”, consistente en vedar al club
cesionario la posibilidad de alinear al jugador cedido en contra del club cedente.
Además, en la mencionada cláusula se acostumbra a establecer una suma
generalmente elevada de dinero, ya sea como multa o “precio”, para la permisión de la
utilización del profesional del deporte en contra del su club de origen.
Este tipo de circunstancias no sólo es común en los países de América Latina sino
también en Europa. Valga como ejemplo la política adoptada por el Real Madrid, que
ha utilizado en innumerables oportunidades esta cláusula, a contrario sensu de lo que
acontece con el Barcelona, que adoptó una política de permisibilidad respecto a la
utilización de sus jugadores cedidos a préstamo. Uno de los últimos casos sonados es
el de Marcos Llorente quien este año no pudo disputar un encuentro por el Alavés en
contra del Real Madrid, impedido por la cláusula que establecía la prohibición de
alinearlo en contra del club merengue. Lo mismo se ha especulado respecto a James
Rodríguez y un hipotético choque entre el Real Madrid y el Bayern Munich por la
Champions Legue.
Los defensores de éste tipo de prácticas aducen que forman parte de la autonomía de
la voluntad que rige el derecho privado y que es piedra angular del derecho
contractual. Por lo tanto – esbozan - tal cláusula es perfectamente permisible en un
contrato de préstamo en el cual se supo concertar las voluntades requeridas para su
perfeccionamiento. Los contratos son para las partes como la ley misma y, en
consecuencia, mal se obraría al permitirse la revisión de dichas estipulaciones.
Siguiendo ésta línea de ideas, encontramos que en la mayoría de los países – sino
todos – se encuentra vigentes normativas laborales más o menos homogéneas que
reconocen a los trabajadores ciertos derechos que son irrenunciables, que no son
objeto ni de transacción ni de limitación convencional, y que consideran nula toda
cláusula que contravenga los principios, derechos, garantías y beneficios que le son
concedidos a los trabajadores por estas normativas.
Los jugadores de fútbol gozan de estos mismos derechos consagrados en las
legislaciones laborales pues la actividad que ejercen reviste el carácter de trabajo.
Esto se considera así debido a que la ejercen profesionalmente como medio de vida y
mediando una relación de dependencia, que es característica diferenciadora de este
régimen especial y tuitivo.
Entre los derechos a los cuales hicimos referencia en el párrafo anterior se encuentra
el de la ocupación efectiva, consistente en el derecho que tiene el trabajador a
trabajar, y no sólo la obligación a hacerlo. Esto implica que el empleador debe
facilitarle todos los medios necesarios para el efecto. La contravención entonces
implica una afrenta a la dignidad del trabajador, a su libertad de acción, suponiéndole
además - en muchos caso - un agravio económico (premios por goles o por partidos
ganados).
Propiciamente, la FIFA ha intentado zanjar este asunto mediante el Art. 18 bis del
Reglamento sobre el Estatuto y la Transferencia de Jugadores, que dispone que:
"Ningún club concertará un contrato que permita al/los club(es) contrario(s) y viceversa
o a terceros, asumir una posición por la cual pueda influir en asuntos laborales y sobre
transferencias relacionadas con la independencia, la política o la actuación de los
equipos del club… La Comisión Disciplinaria de la FIFA podrá imponer sanciones
disciplinarias a los clubes que no cumplan las obligaciones estipuladas en este
artículo.” Lastimosamente, desconocemos la solicitud de sanción formulada por algún
club cesionario que haya padecido los efectos de esta perniciosa pero corriente
práctica. Esto es de esperarse – suponemos - debido a que es altamente improbable
que un club cesionario denuncie al cedente, esto en razón a que se arriesga a que
posteriormente ya no se celebren este tipo de contratos que podrían ser muy
beneficiosos para el cesionario. Consecuentemente, se torna de imperiosa necesidad
una modificación o ampliación de la normativa precedentemente citada que sirva de
remedio a la situación expuesta. Una posible vía de solución sería la imposición del
escrutinio de los contratos de préstamos a la asociación nacional y, en caso de
préstamos internacionales, a la entidad federativa o la asociación regional en su caso.
Caso contrario, la normativa sería letra muerta y perdería absoluta efectividad.
Resulta por demás llamativo que incluso con posterioridad al dictado de esta norma,
muchos clubes siguen hablando abiertamente del establecimiento de esta cláusula en
los contratos de préstamo. Los casos citados en el inicio de esta monografía,
referentes a jugadores del Real Madrid, son todos posteriores a la sanción de la
prohibición de ésta práctica. Es por ello que insistimos en la inaplazable ejecución de
la norma 18bis mediante un efectivo mecanismo de control. Esto es de suma
importancia pues hace a la misma efectividad del derecho deportivo en sus esferas
primeras.