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Pa b lo A m ster

APUNTES MATEMÁTICOS
PARA LEER A LACAN

2. Lógica y teoría de conjuntos


Amster, Pablo

Apuntes m atem áticos para leer a Lacan : 2. Lógica y teoría de


conjuntos

- Ia ed. - Buenos A ire s: Letra Viva, 2010.


218 p . ; 22 x 14 cm.

ISBN 978-950-649-271-7

1. Psicoanálisis. I. Título
C D D 150.195

E d ic ió n a l c u id a d o d e L ea n d ro Sa lg a d o

© 2010, Letra Viva, Librería y Editorial


Av. Coronel Díaz 1837, (1425) C. A. de Buenos Aires, Argentina
e - m a i l : letraviva@elsigma.com / w e b p a g e : www.imagoagenda.com

© 2010, Pablo Amster


pamster@dm.uba.ar

Primera edición: marzo de 2010

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier


método, incluidos la reprografía, la fotocopia y el tratamiento digital,
sin la previa y expresa autorización por escrito de los titulares del
copyright.
't*

Estoy convencido de que todo auténtico teórico es una


especie de metafísico en estado de domesticidad, por
muy “positivista” puro que se pueda tener a sí mismo. El
metafísico tiene la creencia de que lo lógicamente sencillo
es también lo real; el metafísico domesticado no cree
que todo cuanto sea lógicamente sencillo haya de tomar
cuerpo en la realidad sensible, pero sí que la totalidad
de la experiencia sensorial puede “entenderse” a partir
de un sistema conceptual construido sobre premisas de
suma simplicidad. El escéptico dirá que esto es un “credo
milagroso" Reconozcamos que así es, pero también se
trata de un credo milagroso confirmado en asombrosa
medida por el desarrollo de la ciencia.
A lbert E in s t e in

Hay suficiente metafísica en no pensar en nada.

A l b e r t o Ca e ir o
In d i c e

Prefacio ..........................................................................................9

Capítu lo 1. N o cio n es básicas de l ó g ic a ............ ................... 13


1.Definición de la definición ............................... ................ 14
2.¿Qué significa “significar”? ......... ............................. .15
3.Las leyes del pensamiento ................. ...18
4.Deducción, inducción, abducción.................................. 21
5-Lógica aristotélica............ ................................ .................25
ó.Enunciados categóricos....................................................31
7-Cuadrante de P eirce........ .......................... .......................33
8.Silogism os.................................................................... . 3 4
9.Sintaxis y semántica de los lenguajes formales ...........38
ío.Tablas de v e rd a d ............ ...................... ......................4 0
u.Leyes lógicas..................................................................... 43
12.Variables libres y cuantificación.............................· · · 49
13.Álgebra de c la se s .............. ........................................ . 5 4

Ca pítu lo 2. L a in d u cció n m a t e m á t ic a
y e l sist e m a de Pean o .............................................................59

Ca pítu lo 3. La s r e g l a s de a l -ja b a r y F ibo nacci robado . 71


Fibonacci robado ................................................................ 78
De los conejos áureos a lo imaginario ................................... ..... ............. 81

Ca p ít u lo 4. La d em o str ació n d ia g o n a l :
una cr u zad a c a n t o r ia n a .............. ....................................... 87
í.Un antecedente socrático ....................... .. 88
2.Las paradojas de la identificación............ ......................90
3.... y sin embargo, se coordina .........................................92
4.EI bicho de lo no-numerable.......... .. 94
Epílogo ............................................................................... . 9 7
Ca p ít u lo 5. La v id a sin la b o l sa :
AUTORREFERENCIA Y TEOREMAS DE GÓDEL........ ...................... ÍOI
Uno. Breve referencia sobre Epiménides........ ..................101
Dos. Breve referencia sobre la referencia:
Quine y Gódel........ ....................................... ..................... 103
Tres. Proposiciones indecidibles
y teorema de G ó d e l........................ ................................ . 107
Cuatro. ¿Cuál es el título de esta sección?. . ..................110
Cinco. Los lenguajes formales ............................................112
Seis. Un pase mágico................................ .......................114
Siete. La liebre de M a rz o .................... ............................. 118
Ocho. Autorretrato de mí m ism o .............. .....................122
Epílogo, y nueva gódelización....................................... .128

C a p ítu lo 6. Breve presentación de c a s o s ........................ 135


Segundo caso. Un caso de inconsistencia..........................137
Tercer caso. Un caso de metonimia.................................... 141
Cuarto caso. Un caso de metáfora..................................... 147
Quinto caso. Un caso al margen................................ .. 151
Sexto caso. Ramanujan, y otros casos. ....................... .160

C a p ítu lo 7. La re lig ió n , o r d in e

MATHEMATICA D EM O N STR A TA .......................... ................... i 69


La creación ..................................................................................... 170
Ciencia, Matemática, Religión............................ ............173
Un Dios tautológico...................... ...................................177
Imagen y Semejanza .......................................................... 179
Consistencia, Inconsistencia. ........................................... 186

Capítu lo 8. Pa s c a l , ah aró n y la po ten c ia d el d o s . . . . .189


Epílogo ......................................................................... .. 2x2

B ib l io g r a f ía 217
P r e f a c io

En este libro se presentan diversos temas de la Matemática;


más precisamente, de Lógica, Teoría de Conjuntos y algunos as­
pectos de su filosofía.
Los primeros cuatro capítulos se ocupan de las cuestiones más
generales de la lógica, desde las primeras formulaciones aristo­
télicas hasta los desarrollos actuales de Boole, Peano, Frege, et­
cétera. Se habla también de la teoría de números naturales, el ál­
gebra, y ciertos aspectos relacionados con los sistemas sintácti­
cos introducidos por el psicoanalista francés Jacques Lacan en el
Seminario sobre ‘La carta robada’.
El siguiente capítulo comprende una exposición informal de
los célebres teoremas de incompletitud de Gódel, y su incidencia
en los más variados campos, en especial el del lenguaje y el Psi­
coanálisis. Esto lleva a reflexionar sobre ciertos temas que parti­
cipan de modo esencial en dichos teoremas: en especial, el de la
paradoja, de gran importancia en el desarrollo del pensamiento
filosófico. A modo de conclusión se verá que, en cierto modo, la
disyuntiva gódeliana entre incompletitud e inconsistencia pue­
de ser contemplada desde la perspectiva de la lógica clásica como
aquello que Lacan denominó una elección forzada.
El capítulo posterior abarca, al modo de las presentaciones
clínicas, una serie de "casos" matemáticos. Se plantean allí di­

9
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

ferentes asuntos, como el del infinito y los Alefs, el problema de


la metáfora y la representación, para concluir con una pregunta:
¿cómo piensa un matemático?
El título del capítulo 7 evoca a la Etica de Spinoza, y refiere
una serie de puntos en común entre las teorías matemáticas y
el texto bíblico. Dijo Yojanán Ben Zacai: “no hay verdad sin una
fe sobre la que pueda apoyarse”; como veremos, en cierto senti­
do esta afirmación concierne también a las verdades matemáti­
cas. Dios -según Lacan, inconsciente- se define en concordan­
cia con la noción lógica de tautología. Por otra parte, la tradi­
ción sostiene que su Nombre es indecible; la teoría de conjun­
tos creada por el ruso Georg Cantor brinda argumentos capaces
de sustentar este hecho.
Finalmente, el último capítulo es quizá el que más resonan­
cias despertará en el lector lacaniano; su lectura puede plantear­
se al modo de un ejercicio interpretativo. Por otra parte, se hace
mención explícita de diferentes materias desarrolladas por La-
can, especialmente en los Seminarios XIX y XX: el triángulo de
Pascal, la simetría y lo especular, y la lógica modal, muy conec­
tada a la lógica temporal. Esto es algo que Lacan hace notar en
sus conocidas fórmulas:

no cesa de escribirse no cesa de no escribirse


cesa de escribirse cesa de no escribirse

Hay una frase del seminario ...ou pire que se ha hecho céle­
bre: “no hay enseñanza más que matemática, el resto es broma”.
Al margen de las muy dispares valoraciones que existen sobre
la enseñanza lacaniana, este trabajo busca -un poco en broma-
apoyar esta postura, ofreciendo algunos elementos que ayuden
a abordarla.
El lector advertirá que determinados temas se repiten en dis­
tintos capítulos; tal repetición obedece a la finalidad de que cada
sección se encuentre autocontenida y pueda ser así leída en for­
ma independiente.
Para concluir estas líneas, vale la pena señalar que el ánimo
que guía a esta obra es el de la Matemática entendida como una
de las más grandes expresiones de la humanidad, fruto de las pa­
siones más encendidas y de la búsqueda incesante. Una búsque-
P r e f a c io

<l.), en el fondo, de belleza: en todo caso se trata, tal como la des­


cribe el filósofo y matemático inglés Bertrand Russell, de

...una belleza fría y austera, como la de la escultura, que si


no presenta atractivos para las partes m ás débiles de nuestra
naturaleza y carece de las brillantes galas de la pintura o de la
música, es sublim em ente pura y susceptible de la perfección
severa que sólo el arte m ás grande puede exhibir. El verdadero
espíritu de deleite, la exaltación, el sentido de ser m ás que
hombre, piedra de toque de la m ás alta excelencia, con toda
seguridad puede hallarse en las m atem áticas a la par que
en la poesía. Lo mejor que hay en las m atem áticas no sólo
merece aprenderse como tarea, sino asim ilarse como parte
del pensam iento cotidiano y ser traído una y m ás veces ante
el espíritu con ardor reiterado.

Pablo Amster
Junio 2009

11
Ca p ít u l o i

N o c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

En este capítulo describiremos algunos de los aspectos gene­


rales de la lógica, desde las primeras formulaciones aristotélicas
hasta los desarrollos iniciados en el siglo XIX por autores como
Boole, Peano y Frege, entre otros.
Para empezar, es oportuno destacar que cualquier reflexión
más o menos seria acerca del pensamiento obliga a justamente
a pensar: muy especialmente, a pensar sobre el lenguaje. Según
ciertos autores, de la escuela denominada formalista, toda la Ló­
gica no es más que un lenguaje bien hecho; por ejemplo, ese es el
singular parecer de aquel grupo de matemáticos formalistas au­
todenominado Nicolás Bourbaki:

... la Lógica, en lo que com o m atem áticos nos concierne, no es m ás


que la gram ática del lenguaje que em pleam os, un lenguaje que tuvo
que existir antes de que la gram ática pudiera ser construida...

Más allá de la Matemática, que Russell intentó presentar como


un mero capítulo de la Lógica, el debate filosófico del siglo XX
encontró a un Wittgenstein profundamente implicado en estas
cuestiones:

La filosofía es una lucha contra el em brujam iento


de nuestra inteligencia por el lenguaje.

13
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Paiiu) Amstkk

Es claro que el lenguaje excede a la Lógica, hasta tal punto que


el más completo de los sistemas, si es consistente, resulta infali­
blemente burlado por el mecanismo gódeliano que permite cons­
truir una proposición indecidible y revelar así su incompletitud1.
Como sea, vale la pena hacer un breve recorrido por las principa­
les consideraciones lógicas en torno al lenguaj e, en particular so­
bre la definición y algunos aspectos de la semántica.
Comenzaremos por ocuparnos del razonamiento y el cálcu­
lo lógico. También efectuaremos algunos comentarios acerca de
ciertos razonamientos muy conocidos, inválidos pero sumamen­
te valiosos, como la inducción y especialmente aquella sugestiva
forma introducida por Peirce: la abducción. Finalmente, veremos
algunas nociones sobre el cálculo proposicional, las tablas de ver­
dad, las leyes lógicas, la cuantificación y el álgebra de clases.

i. D e f in ic ió n d e l a d e f in ic ió n

En el lenguaje común, “definir” consiste en explicar el sig­


nificado de un término. Pero la matemática y la lógica, o me­
jor dicho sus tropiezos, muestran que hace falta tener bastante
más cuidado. Esto justifica quizás la anterior frase de Bourba-
ki, que postula la pre-existencia del lenguaje a la construcción
de la gramática.
No profundizaremos aquí sobre este problema, aunque vale
la pena señalar que la definición esconde alguna imposibilidad.
Es lo que han probado los lógicos del siglo XX, aunque de alguna
manera ya lo sabían los antiguos: de-finir implica delimitar, po­
ner en el dominio de lo finito una infinitud de propiedades. Ta­
les dificultades habían llevado a los filósofos platónicos a ensa­
yar aquella definición que se haría célebre:

El hom bre es un bípedo im plum e.

Una versión sin duda falaz cuenta la no menos célebre respuesta


que a tan académica audiencia ofreció Diógenes el cínico, cuando
arrojó al estrado un pollo desplumado al tiempo que profería:

i. Ver capítulo 5 .

M
N(>< I O N I S D Á N IC A S D E M t o l C A

I le aquí al hombre de Platón.

Tal como ocurre ante su respuesta a las aporías de Zenón (“el


movimiento se demuestra andando”, frase que supuestamente
pronunció unos ochenta años antes de desplumar al pobre po­
llo), se suele reprochar a Diógenes el no haber entendido la ver­
dadera esencia del problema. De todas formas debemos conve­
nir que la definición de Platón resulta un tanto amplia: las propie­
dades empleadas para definir el concepto, aunque verdaderas, no
son suficientes para distinguirlos por completo de otras entidades
(los pollos desplumados). De acuerdo con el identitas indiscerni-
bilium -indiscernibilidad de los idénticos- formulado por Leib-
niz, si dos cosas son distintas debe existir alguna propiedad que
no sea común a ambas, lo que permite “estrechar” un poco la de­
finición, por ejemplo:

El hombre es un bípedo implume que no cacarea.

Vale la pena aclarar que en el afán de distinguir se corre el


riesgo de caer en definiciones demasiado estrechas, que no lle­
gan a abarcar la totalidad de objetos que se quieren definir, por
ejemplo:

El hombre es un bípedo implume de 36 años que se llama En­


rique.

2. ¿Q u é s ig n if ic a “s i g n i f i c a r ” ?

En los párrafos anteriores hemos dicho, vagamente, que defi­


nir consiste en explicar el significado de un término. Ahora bien:
¿qué significa “significar”? Este tema constituye el campo de la
semántica, cuyas consideraciones fundamentales pueden encon­
trarse en autores como Frege, Tarski, Quine, Davidson, etcétera.
Mencionemos brevemente aquella distinción elemental que es­
tablece dos sentidos diferentes para la noción de significado:
En un sentido extensional o denotativo, el significado es el
conjunto de objetos (extensión) a los cuales la definición pue­
de aplicarse.

15
I.ÓGICA y t e o r ía d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

En un sentido intensional o connotativo, el significado con­


siste en las propiedades que son comunes a los objetos que cons-
t i Luyen la extensión.
Conviene tener también en cuenta la distinción entre signifi­
cación y referencia', según cita Quine (1984),

...los problem as de lo que genéricam ente se llam a sem ántica q u e­


dan divididos en dos provincias tan fundam entalm ente diversas
que no m erecen una apelación com ún. Se las puede llam ar te o ­
ría de la significación y teoría de la referencia. ‘Sem ántica’ sería un
nom bre excelente para la teoría de la significación, si no fuera por
el hecho de que algun as de las m ejores obras de la llam ada sem án ­
tica, especialm ente la de Tarski, pertenecen a la teoría de la referen­
cia. Los principales conceptos de la teoría de la significación, apar­
te del de significación m ism o, son los de sinonim ia (o igualdad de
significación), significancia o significatividad (posesión de signifi­
cación) y analiticidad (verdad por virtud de la significación). Otro
es el de im plicación, o analiticidad del condicional. Los principa­
les conceptos de la teoría de la referencia son los de nombrar, ver­
dad, denotación (o ser-verdadero-de) y extensión. Otro es la n o­
ción de valores de variables.

Es fácil ver que un término puede tener connotación y no de­


notación: por ejemplo, podemos definir al mangrejo como la poco
afortunada cruza entre una manguera y un cangrejo. La palabra,
aunque desusada, tiene connotación: su significado es claro y no
induce a errores. Sin embargo, nada hay en el universo que me­
rezca ser llamado “mangrejo”, y entonces su denotación es vacía:
esto muestra, entre otras cosas, que la definición de una entidad
no implica su existencia.
Ejemplos similares abundan en la obra de L.Carroll, bajo el fa­
moso apelativo de palabras-maletín. Muchas de ellas aparecen en
el poema Jabberwocky, minuciosamente explicado por Humpty
Dumpty en el capítulo VI de A través del espejo. Aunque debe­
mos decir que para este personaje la idea de significado difiere
un poco de la que hemos expuesto:

Cuando yo uso una palabra -d ijo H um pty D um pty en tono algo d e s­


pectivo-, esa palabra significa exactam ente lo que yo quiero que sig ­
nifique... ni m ás ni m enos.

16
N o c i o n e s DÁNICAS d e l ó g ic a

También Quine hace un planteo al respecto, e intenta ver las


consecuencias de definir a “Pegaso” de distintas maneras; entre
ellas una muy sugestiva: la cosa que pegasea. Pero si asumimos
como alguna vez hicimos con los Reyes Magos o el Ratón Pé~
rez- que Pegaso no existe, dicha inexistencia tiene un carácter
muy diferente a la que muestra este otro ejemplo:

La redonda cúpula cuadrada del Berkeley College.

En efecto, aquí el objeto definido no puede existir pues su


propia definición presenta una contradicción (ver Quine, op.
cit., Acerca de lo que hay). Vale la pena mencionar también que
la cuestión antes sugerida de que “la esencia no implica la exis­
tencia” permitió a Spinoza demostrar la unicidad de Dios. El fi­
lósofo entiende a Dios como una sustancia, cuya esencia es exis­
tir; y un ser cuya esencia es existir necesariamente existe. Lue­
go, aduce que una definición no establece el número de indivi­
duos que la satisfacen: de este modo, si hubiera por ejemplo ca­
torce dioses se tendría que la existencia de trece de ellos sería in­
necesaria. Eso contradice la definición de sustancia; existe, pues,
un único Dios2.
En Matemática, los sentidos denotativo y connotativo se ven
reflejados en las dos formas de definir a un conjunto, por com­
prensión y por extensión:

A = { x / x e s u n número natural impar menor que 10 }


(por comprensión)
o bien,
A = { i, 3, 5, 7, 9 } (por extensión).

Es claro que las dos definiciones describen un mismo con­


junto, la primera de ellas dando una “explicación” o descripción
de su contenido, y la segunda haciendo una lista de sus elemen­

2. Para Spinoza es fundamental el concepto de un Dios cuya esencia envuelve a la


existencia, poniendo en juego la distinción aristotélica entre particulares y uni­
versales. Bajo esta distinción, la existencia queda del lado de lo particular, mien­
tras que la esencia corresponde a lo universal.

17
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

tos3. Esta última se caracteriza por su unicidad: si bien existen


infinitas maneras diferentes de definir por comprensión, la ex­
tensión es siempre única.
La mezcla de denotación y connotación da lugar a confusio­
nes y aparentes paradojas, como las que describe Quine en su ar­
tículo Referencia y Modalidad4. La discusión se centra en uno de
los principios más básicos de la Lógica, que sin embargo a menu­
do se manifiesta ineficaz; por eso Quine llegó a postular la exis­
tencia de ciertas “semientidades crepusculares a las cuales no se
aplica el principio de identidad”.

3. La s l e y e s d e l p e n s a m ie n t o

Esta sección lleva el mismo título que la famoso libro del lógi­
co inglés G. Boole, considerada por los historiadores como el pri­
mer desarrollo de la lógica formal. Pero debemos decir que The
laws ofThought era un título demasiado ambicioso, y la propia
Lógica no tardaría en revelar que “las” ansiadas leyes no existen.
Claro que eso no significa que pensemos sin ley alguna (al menos
no siempre); sin embargo, los métodos lógicos se toparon muy
pronto con sus propias limitaciones y sufrieron su golpe defini­
tivo con los sucesivos teoremas de Godel, Tarski, Church, según
veremos más adelante. De cualquier modo, es justo reconocer en
la obra de Boole el nacimiento de la Lógica. Es interesante men­
cionar que pocos años antes de la aparición de su obra, el filósofo
alemán Immanuel Kant había asegurado que la Lógica

...según toda verosim ilitud, parece estar conclusa y perfecta.

3. La palabra “lista” es aquí empleada informalmente; debe ser entendida simple­


mente como una anotación minuciosa de objetos, pero sin que ello implique
una sucesión. Existen conjuntos cuyos elementos no pueden escribirse en for­
ma sucesiva: son los que Cantor denominó conjuntos no numerables, como el
de los números reales. Esta denominación surge por oposición a los conjuntos
numerables (por ejemplo, los números naturales), cuyo cardinal o cantidad de
elementos es el conocido K 0 (alef cero). Veremos más sobre esto en el capítu­
lo 4 . Cabe aclarar también que la anterior definición “por comprensión” no es
del todo correcta, pues emplea aquel axioma que Cantor denominó “de abstrac­
ción”, y es causante de la paradoja de Russell. En las próximas páginas veremos
esto con mayor detalle.
4 . Quine, op.cit.

l8
N O I'IO N I'.N hA S IC A S l ili L Ó G IC A

De algún modo, debe haber hecho falta este anuncio de Kant


para que los matemáticos se dispusieran por fin a sentar las ba­
ses de esta disciplina.
¿Qué es razonar? Para responder a esta pregunta nos remon­
taremos a los primeros esbozos que fueran trazados en tal direc­
ción, aquellos que fomentaron el entusiasmo kantiano: nos refe­
rimos a la obra de Aristóteles, cuyo sistema de reglas para el razo­
namiento mantuvo su vigencia por unos cuantos siglos.
En primer lugar, cabe señalar otro aspecto ligado al lengua­
je, más precisamente a sus usos: si bien en la escuela todos he­
mos aprendido que el lenguaje puede ser informativo, expresivo
o directivo, no parece muy probable establecer un razonamien­
to con premisas tales como “¿Qué mirás?”, o “Sonate la nariz”. En
otras palabras, es razonable suponer que los enunciados que in­
teresan a la Lógica son siempre oraciones declarativas. Los razo­
namientos se basan en las relaciones entre las llamadas proposi­
ciones o enunciados predicables, es decir, enunciados a los que
se puede asignar un valor de verdad.
Un mérito muy destacable de Aristóteles consiste en haber trans­
formado al razonamiento -o al menos buena parte de él- en un cál­
culo, convirtiendo a los problemas lógicos en ejercicios de aplica­
ción de un conjunto de reglas. Esta idea es fiel a la etimología de la
palabra “razón” en tanto encierra una ratio o división: para detec­
tar la validez de un argumento nada mejor que dividirlo en premi­
sas y conclusiones, que a su vez pueden resultar premisas de nue­
vas conclusiones. Al cabo de tanta división se obtiene aquella uni­
dad mínima denominada silogismo, que consiste en dos proposi­
ciones (premisas), de las cuales se deriva, a partir de ciertas reglas
de inferencia, una tercera proposición llamada conclusión. El cum­
plimiento de dichas reglas es fundamental, al margen de la verdad
de las proposiciones intervinientes: podemos decir que las premi­
sas deben ofrecer, de alguna forma, una prueba de la conclusión a
la que se llega. El siguiente es un razonamiento válido

Todos los gatos son mamíferos.


Todos los mamíferos son animales.
Luego, todos los gatos son animales

19
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

aunque también lo es este otro:

Todo buen ciclista lee a Kierkegaard.


Los que leen a Kierkegaard no escuchan operetas.
Luego, ningún buen ciclista escucha operetas.

Como se ve, lo que importa en la relación entre las premisas y


la conclusión es el aspecto sintáctico y no el semántico. Pero al­
guna relación entre los enunciados tiene que existir: compare­
mos por ejemplo las frases:

Desde el día en que vi Tiburón me da miedo meterme al agua.


Desde el día en que vi Tiburón salí con mi novia tres o cua­
tro veces.

En la primera hay implícito un razonamiento, puesto que la


conclusión parece seguirse de la premisa “vi Tiburón”; en cam­
bio, la segunda frase indica entre los dos enunciados una rela­
ción temporal, pero no lógica.
En virtud de los ejemplos que hemos visto, cualquier persona
seria podría poner en duda el valor de los métodos lógicos: ciclis­
tas que leen a Kierkegaard y no escuchan operetas, ¿qué es eso?
Bien podría decirse que la Lógica permite decir cualquier clase
de disparate, siempre que se trate de un disparate “lógico”. Qui­
zás por eso Russell dijo:

Las m atem áticas son una ciencia en la que nunca se sabe de qué se
habla, ni si lo que se dice es verdadero.

Por otro lado, después de haber comprobado la validez de al­


gunos silogismos no es difícil comprender el sentido de la más
famosa de sus frases:

La m atem ática es una vasta tautología.

Famosao no, la aseveración no quita valórala Matemática. Hay


algo que queda absolutamente garantizado por la corrección de un
razonamiento: si se parte de premisas verdaderas, entonces la con­
clusión es verdadera. Se suele acusar a los métodos lógicos de no

20
N i H 'IO N IÍN Ii A S IC A S lili I.Ó tilC A

.irrogar nada a nuestros conocimientos: si al comienzo sabemos


que todos los mamíferos son animales, y tras un cálculo obtene­
mos por resultado que todos los gatos son animales, terminamos el
ivv/.onamiento sabiendo menos de lo que ya sabíamos. Desde esta
perspectiva la lógica no agrega, sino que en algún sentido resta:
eso justifica el hecho de que la operación lleve un nombre tan sig­
nificativo como “deducir”. Sin embargo, la acusación deja de lado
un aspecto fundamental de los métodos lógicos: brindar una ma­
nera efectiva de refutar un enunciado. Nada hay en la Lógica que
permita validar las leyes de las ciencias empíricas, pues para veri­
ficar una afirmación universal deberíamos ser capaces de compro­
bar su verdad caso por caso, y eso es imposible. Pero es muy fácil
falsear un enunciado: si un razonamiento lleva a una conclusión
falsa, entonces es falsa alguna de las premisas. En esta elemental
observación se basa el falsacionismo de Karl Popper.

4. D e d u c c ió n , in d u c c ió n , a b d u c c ió n

En la sección precedente hemos dado una breve descripción


de lo que para la Lógica significa “razonar”, haciendo hincapié en
la propiedad principal que tienen los razonamientos válidos: si las
premisas son verdaderas, las conclusiones también lo son. Sin em­
bargo, hay otras formas de llegar a conclusiones, que son inválidas
desde el punto de vista lógico, pero no por eso menos importantes.
Se las suele denominar también “razonamientos” aunque en rigor
no lo sean; conviene llamar entonces al anterior razonamiento de­
ductivo, para distinguirlo de otras dos formas no válidas, conocidas
como razonamiento inductivo y razonamiento abductivo.
A diferencia de la deducción, la inducción no brinda certeza
alguna respecto de la verdad de las conclusiones, aunque en oca­
siones establece una cierta probabilidad. El razonamiento induc­
tivo consiste, a grandes rasgos, en extraer alguna ley general a par­
tir de determinado número de casos particulares. Como hemos
anticipado, gran parte de las leyes de la ciencia se formulan en
base a algún método inductivo; un enunciado bastante elemen­
tal de la zoología, por ejemplo

Los osos tienen cuatro patas,

21
LÓGICA y TEORÍA d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

se apoya en el hecho de que tal propiedad se ha verificado inva­


riablemente en todos los casos observados, aunque no hay im­
pedimentos de orden lógico a la aparición futura de osos quin-
túpedos5.
Dijimos antes que la deducción “resta”; en la inducción, en
cambio, la conclusión dice siempre más de lo que dicen las pre­
misas. Se suele decir que la inducción “va de lo particular a lo ge­
neral" contrariamente a la deducción, que “va de lo general a lo
particular”. Comparemos el contundente silogismo

Todos ¡os gatos son simpáticos


Félix es un gato
luego, Félix es simpático

con un razonamiento inductivo, a todas luces más sospechoso:

Félix es un gato
Félix es simpático
luego, todos los gatos son simpáticos.

Desde el punto de vista práctico, quizás sea aventurado dar una


ley general a partir de una única observación; al menos, la con­
clusión parece reforzarse si presentamos más argumentos:

Félix es un gato y es simpático


Tom es un gato y es simpático
El gato Barbieri es un gato y es simpático

luego, todos los gatos son simpáticos.

De cualquier forma, siempre queda abierta la posibilidad de


que alguien venga y nos arruine todo al anunciar:

5 . De todas maneras, negarse a admitir la ley como verdadera podría ser visto por
algunos como una necedad, algo así como buscar la quinta pata al oso. Un ca­
rácter diferente presentan enunciados tales como
Los cuadrúpedos tienen cuatro patas,
cuya verdad es tautológica. En efecto, la propiedad de tener cuatro patas no es
otra cosa que la definición del concepto “cuadrúpedo”.

22
N o c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

El gato de mi cuñada es un gato;


no obstante, resulta un animal de lo más huraño.

Como caso particular de inducción, debemos recordar tam­


bién el razonamiento por analogía, que consiste en extraer con­
clusiones sobre determinado problema o situación en base a re­
sultados obtenidos en condiciones similares. Por ejemplo, si X e
y tienen alguna propiedad en común, entonces podemos aven­
turar que otras propiedades de X son también aplicables a Y.
Pero como ocurre en cualquier aventura, el resultado final pue­
de ser un desastre: el método no ofrece las seguridades que ofre­
ce la buena lógica.
Conviene señalar la diferencia entre esta clase de razonamien­
to inductivo y la inducción matemática que, como veremos en el
capítulo 2, constituye una propiedad básica de los números na­
turales. También se extiende -aunque esto es más complicado-
a conjuntos más generales: se trata del llamado principio de in­
ducción transfinita.
Es posible dar todavía otra vuelta al esquema anterior:

Todos los gatos son simpáticos


Félix es simpático
luego, Félix es un gato

Este nuevo razonamiento, denominado abductivo, presenta


un defecto muy fácil de descubrir: es claro que el tal Félix bien
podría haber sido un canario, un elefante o un individuo simpá­
tico de cualquier clase. La propiedad de ser gato se convierte así
en una causa posible de la simpatía de Félix, pero no necesaria­
mente la única. Se suele describir a la inferencia abductiva como
“la lógica de la mejor explicación": por ejemplo, si nuestros invi­
tados se presentan en casa completamente mojados, podemos
extraer la conclusión de que afuera está lloviendo. Esto signifi­
ca que hemos optado por una posibilidad que nos pareció razo­
nable, descartando otras menos verosímiles: un vecino que rie­
ga sus plantas con descuido, o alguna travesura infantil con la
manguera del garaje. Aunque en este caso no se trate de una con­
clusión especialmente lúcida, la abducción resulta de vital im­
portancia, tanto en la ciencia como en cualquier clase de inves­


\ ¡ICA Y TEORÍA DE CONJUNTOS Pa b l o A m s t e r

tigación: tal es la forma de proceder de Sherlock Holmes, cuan­


do reconstruye una situación a partir de ciertos indicios. Esto
guarda relación con el origen etimológico de la palabra inves­
tigar, proveniente del latin investigare, y en definitiva de vesti­
gium: si leemos esto al pie de la letra, descubriremos que signi­
fica, justamente, “planta del pie”.
Cualquier persona versada en anatomía pensará en los mús­
culos abductores, y podrá justamente abducir que dicho término
proviene de separar o abrir, origen que se vislumbra en la idea de
buscar las eventuales causas de un efecto dado desplegando un
abanico de posibilidades:

Pn

Hay que aclarar que la implicación sigue el sentido de las fle­


chas; el procedimiento de elegir una de las de las premisas como
“antecedente más probable” de q es descripto por Mr. Holmes
como “razonar hacia atrás”:

El gran factor, cuando se trata de resolver un problem a de esta clase,


es la capacidad de razonar hacia atrás. Esta es una cualidad muy útil
y m uy fácil, pero la gente no se ejercita mucho en ella. En las tareas
corrientes de la vida cotidiana resulta de mayor utilidad el razonar
hacia adelante, y por eso se la desatiende. Por cada persona q ue sabe
analizar, hay cincuenta que saben razonar por síntesis.

Las dos formas de razonamiento comentadas en esta sección


resultan en algún sentido falaces; vale decir, una especie de in­
fracción a las leyes lógicas. En general, una falacia no es otra cosa
que un razonamiento inválido, aunque a primera vista pueda pa­
recer correcto o resultar psicológicamente persuasivo. Tal es el
caso de los famosos sofismas.

24
N o c i o n u s ii A s i c a s d i ·; l.ó c í i c a

Ló g i c a a r is t o t é l ic a

Veremos ahora algunos elementos de la lógica aristotélica, que


se apoya en la noción intuitiva de clase: una colección de cosas
que tienen algún atributo en común. Por ejemplo, la clase de los
jugadores de ping-pong, o la clase de los perros salchicha. A di­
ferencia de la moderna teoría de conjuntos, Aristóteles no pre-
vió la necesidad de contar con clases vacías.

Si bien el concepto de “clase” que estamos empleando no es


muy riguroso, vale la pena mencionar algunos aspectos de aque­
llo que actualmente se conoce como Teoría Ingenua de Conjun­
tos. Se trata, esencialmente de la nada ingenua teoría desarro­
llada por Cantor a fines del siglo XIX; el apelativo se debe a que
han surgido allí algunos inconvenientes, que derivaron en una
profunda crisis en los fundamentos de la Matemática. El proble­
ma no es menor, y fue motivo de controversias entre las escue­
las logicista (encabezada por Russell y Frege), formalista (Hil-
bert, y posteriormente Bourbaki) e intuicionista (Brouwer, Poin-
caré). De alguna manera, la discusión se calmó en buena medi­
da cuando Zermelo y Fraenkel propusieron en 1908 los axiomas
para una teoría “no ingenua”, que es la más comúnmente acep­
tada en la actualidad.
La noción de conjunto existíaya en la Matemática desde tiem­
po atrás, así como algunas de las paradojas que dicha noción trae
consigo. La representación por medio de los diagramas de Venn
tiene su origen en una idea anterior, la de los círculos de Euler,
inventados por tan ilustre autor hacia 1770 como un modo de re­
solver silogismos y en especial poder explicárselos a su célebre
princesa alemana.
Pero fue Cantor quien, en una serie de memorias escritas en­
tre 1874 y 1884, se ocupó de dar forma a tales cuestiones y fundar
la teoría que, además de sus múltiples aplicaciones, permitió es­
tablecer sorprendentes conclusiones en torno al problema del in­
finito. En efecto, el descubrimiento de diversas clases de infini­
to, y la consecuente definición de los números transfinitos mos­
traron algunos aspectos de la Matemática completamente insos­
pechados. A una frase de Gauss, para quien el infinito actual era
una “manera de hablar”, responde Cantor:

25
LÓGICA Y TEORÍA DE CONJUNTOS Pa b l o A m s t e r

No obstante la diferencia esencial entre los conceptos de infinito


potencial y de infinito actual (siendo el prim ero una m agnitud fini­
ta variable que crece m ás allá de todo límite finito, y el segundo una
m agnitud fija, constante, que se m antiene m ás allá de tod as las m ag­
nitudes finitas) ocurre con frecuencia tom ar el uno por el otro... En
vista de la justificada aversión a tales infinitos actuales ilegítim os y
a la influencia de la tendencia m oderna epicúreo-m aterialista, se ha
extendido en am plios círculos científicos cierto horror infiniti, que
encuentra su expresión clásica y su apoyo en la carta de G auss; sin
em bargo m e parece que el consiguiente rechazo, sin crítica alguna,
del legítim o infinito actual no deja de ser una violación de la natu­
raleza de las cosas, que han de tom arse com o son.

La definición cantoriana de conjunto no es, por cierto, una de­


finición formal. Se trata más bien de una idea intuitiva, en donde
un conjunto se piensa como una colección de cosas (Cantor em­
pleó la palabra Menge, “multitud”). Un conjunto es, para Cantor,
un agrupamiento en un todo de objetos bien definidos, de nues­
tra intuición o nuestro pensamiento.
Pero esto no significa gran cosa: el término “conjunto” es, en de­
finitiva, un término primitivo de la teoría. También lo es aquel otro
que se refiere a esos objetos de los que un conjunto se compone, los
elementos. Para indicar que determinado x es elemento de un con­
junto A, se emplea el símbolo de pertenencia, y se escribe: x e A.
El paralelo entre teoría de conjuntos y la lógica es inmedia­
to: por ejemplo, las operaciones de intersección y unión se tra­
ducen respectivamente a las operaciones lógicas de conjunción y
disyunción, así como la noción de complemento, definida a par­
tir de la diferencia entre conjuntos, se asocia con la negación6.
Podemos comparar las diferentes versiones de las clásicas leyes
de De Morgan, que se enuncian
- '( p v q ) = -,pA-,<7
-,(pAq) = -, pv-,g
en la Lógica, y

6. La definición de las operaciones elementales entre conjuntos pueden encontrar­


se en el Diccionario de términos matemáticos, de próxima publicación. Convie­
ne recordar en particular a la diferencia y la diferencia simétrica, en virl ud de la
importancia que le da Lacan (por ejemplo, en La Identificación, y también en
el célebre ejemplo de "La bolsa o la vida”).

26
N o c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

(A u B)c = A Cn B °
( A n B ) c = A cv B c
en la teoría de conjuntos7. Mencionemos finalmente a la relación
de inclusión, muy cercana a la implicación: tanto, que en la teoría
de conjuntos el principio de identidad toma la forma
V A :A c A
Resulta claro: dicho principio, en la Lógica, dice que cualquier
proposición p verifica:
p=>p
(p implica p)
Por eso, dado un conjunto A y cualquier objeto x del univer­
so, tomando como p el enunciado “x e A" se obtiene
x e A => x e A,
que en otras palabras se lee: A está incluido en A.
La teoría de Cantor permite el libre empleo de un enunciado
conocido como axioma de abstracción. En él se basan las defi­
niciones por comprensión antes mencionadas, que en principio
permiten construir a partir de cualquier función proposicional <j>
el conjunto de todos los objetos del universo que la satisfacen:
{ x / <j)(x) }
La noción de “función proposicional” tan común en la Lógi­
ca, es -com o veremos- una especie de predicado sin sujeto. Por
ejemplo, la oración
(j)(x) = x es mortal
carece de sujeto: cualquier valor que se le asigna a la variable x
pasa a cumplir ese papel y le da a la oración el carácter de pro­
posición.
El axioma de abstracción parece más que aceptable, razón por
la cual Frege no tuvo reparos en emplearlo para definir al conjun­
to vacío. Claro, esta definición no es e-vidente, pues el concepto
es muy lejano a nuestra intuición: según entendimos, un conjun­
to es una colección de cosas, luego... ¿cómo pensaren una colec­
ción que no tenga nada? Cualquiera puede decirse coleccionista

7 . Acquiere decir complemento de A. Lacan emplea también la notación Á, quo la


Topología reserva para la clausura de A.

27
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

de estampillas, obras pictóricas o premios literarios, si se puede


llamar “colección” a algo tan poco profuso como el vacio.
Como sea, este difícil conjunto puede definirse por abstracción,
mediante el sencillo recurso de buscar alguna propiedad que na­
die8en El Universo sea capaz de cumplir: de este modo, resulta tan
vacío el conjunto de los elefantes que tienen seis patas como el de
las peras de un olmo. Sin embargo, debemos convenir que es ne­
cesario dar una propiedad que sea formulable en lenguaje lógico:
i por eso, pensó Frege que sería una buena idea definir
0 ={x /x * x }
Con este truco, la Matemática quedaría completamente es­
tablecida como un capítulo de la Lógica, como pretendía la es­
cuela logicista, aunque el descubrimiento de la paradoja de Rus-
sell en 1901 mostró que la construcción llevada a cabo por Frege
no era válida, lo que significó un derrumbe de sus afanes. Una de
las versiones más difundidas de esta paradoja se refiere a un bar­
bero que afeita a todos aquellos que no se afeitan a sí mismos. Es
fácil ver que este barbero no puede afeitarse ni dejar de hacerlo;
sin embargo, según señala Quine esto no determina una parado­
ja sino la imposibilidad de que exista un barbero así.
Llevada a nuestro contexto, se puede reproducir la paradoja
considerando dos tipos diferentes de conjuntos:

1- Los conjuntos ordinarios, que no se contienen a sí mismos


como elemento, es decir: A es ordinario si A no pertene­
ce a A. Por ejemplo, el conjunto de los números naturales,
que no es un número natural.

2- Los conjuntos extraordinarios, que se contienen a sí mis­


mos como elemento, es decir: A es extraordinario si A per-

8. Es claro que “nadie” no indica persona, sino que se refiere a una propiedad que
ningún objeto del universo satisface. Borges hace un empleo interesante de di­
cho vocablo en Las ruinas circulares:

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú


sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba...
Bor g e s , 1 976

28
N o * IO N I N I I Á S I l 'A S d i : l ó g i c a

teneceaA. Por ejemplo, el conjunto de todos los conjuntos,


que en tanto conjunto es elemento de sí mismo.

Esta clasificación es completamente lícita en la teoría de Can-


tor, pues sólo precisa del axioma de abstracción. Pero el mismo
axioma permite que definamos el conjunto
X = { A / A es un conjunto ordinario }
que no tardará en traernos problemas. En efecto, si X es ordina­
rio, debe cumplirse que X pertenece a X, es decir, X es extraor­
dinario (absurdo). Si suponemos, por el contrario, que X es ex­
traordinario, por definición resulta que X no pertenece a X y en­
tonces X es ordinario... un nuevo absurdo, que señala que esta­
mos ante una paradoja.
La aparición de esta paradoja indica que, así planteada, la
teoría de conjuntos es inconsistente; eso no nos conviene, pues
la presencia de una contradicción (p a -,p) trivializa una teoría.
Puede verse fácilmente que a partir de una contradicción se pue­
de concluir cualquier cosa, como mostró por ejemplo Russell al
dar una prueba rigurosa del siguiente enunciado:
Si i es igual a 2, yo soy el Papa.
Ante tal panorama, no queda otro remedio que cambiar la axio­
mática: introducir condiciones que limiten la definición de con­
junto para impedir que pueda definirse de un conjunto tan per­
nicioso como el conjunto de los conjuntos ordinarios.
La manera más simple, aunque tajante, consiste en decretar
explícitamente que un conjunto no puede ser elemento de sí mis­
mo: es decir, sólo considerar como conjuntos hechos y derechos
a los conjuntos ordinarios, con lo que la paradoja se elimina de
raíz. En realidad, esta restricción es excesiva y puede ser evitada,
aunque ello no ocurre en los Principia Matemática, esa obra mo­
numental de Russell y Whitehead destinada a restablecer los va­
cilantes fundamentos de la Matemática. Se describe allí la teoría
de tipos, una construcción más bien complicada según la cual los
conjuntos de cierto tipo tienen como elementos a conjuntos de ti­
pos anteriores; de este modo, se evita la mezcla de niveles de len­
guaje, un verdadero caldo de cultivo para el surgimiento de para­
dojas. El resultado, de todas formas, no logró satisfacer las aspi­
raciones logicistas, como más adelante veremos.

29
Ló g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

Una consecuencia inmediata de la paradoja de Russell es que


el Universo no es un conjunto. Esto significa que no tiene senti­
do proponer que El Universo es el conjunto de todas las cosas que
existen,
U = { x / x existe }
o el de las cosas idénticas a sí mismas,
U={x/x=x]
La explicación es sencilla, al menos si se supone que estamos
hablando de un universo ordinario:

Si U es un conjunto, no puede ser elemento de sí mismo;


por ende U no existe (o bien: U es distinto de U).

De aquí se desprende un problema con respecto a la noción de


complemento, pues por definición la unión de un conjunto con su
complemento debería ser todo el universo. Pero “todo” no es un
conjunto, de modo que sólo puede pensarse en un complemento
relativo: el complemento de un conjunto se define siempre respec­
to de otro conjunto que lo contenga. A este conjunto “más grande”
se lo llama universal, pero de ninguna forma puede pretenderse
que se constituya en El Universo. Sería inadecuado, por ejemplo,
considerar el complemento del conjunto G de los gatos como todo
aquello en el universo que no es gato; en cambio, dado a priori el
conjunto universal M de los mamíferos, entonces es correcto de­
finir el complemento de G en la siguiente forma:

Gc = M - G = { x e M / x í G)

Es imposible dar un carácter absoluto al complemento, pues de­


pende siempre de modo esencial de nuestra decisión previa acer­
ca de cuál va a ser el universo para nuestro discurso9.

9 . Vemos así que es más sencillo ponerse de acuerdo acerca de lo que li.iy que acer­
ca de lo que no hay. Macedonio Fernández se manifestaba en conl i'.i de produc­
tos tales como las galletas sin sal, pues existe una infinidad de cosas que las ga­
lletas no tienen. Como sea, a veces pensar en el complemenlo resulta ventajoso;
por ejemplo para recibir regalos de no-cumpleaños, tal como demuestra I lump-
ty Dumpty a una desconcertada Alicia (L.Carroll, op.cit.). Sobre el problema on­
tológico de lo que hay, algo veremos en el último capítulo.

30
N o c io n e s b á s ic a s ije l ó g ic a

I ,á aparición de paradojas en la teoría de conjuntos no fue una


novedad: en 1898 se había formulado otra, la paradoja de Burali-
I <n ti, que descubrió el propio Cantor pero la atribuyó a un de­
lecto en su definición de los ordinales. Como sea, no se esperaba
que estos hallazgos fueran realmente a hacer tambalear a toda la
Matemática. Las nociones de interpretación y modelo, y los len-
guajes de prim er orden tuvieron su origen a partir de estas difi­
cultades: el susto que se llevaron los matemáticos, a principios
del siglo XX, llevó a la búsqueda de un rigor lógico mucho ma­
yor. Un elocuente resultado de tal rigor es la axiomática de Zer-
melo-Fraenkel10.

6. En u n c ia d o s c a t e g ó r ic o s

Las llamadas proposiciones categóricas establecen relaciones


entre dos clases, afirmando o negando inclusiones parciales o to­
tales entre ellas. Existen entonces cuatro formas distintas:

Todo S es P (universal afirmativa)


Ningún S es P (universal negativa)
Algún S es P (particular afirmativa)
Algún S n o es P (particular negativa)

10 . Como dijimos, la paradoja lo arruina todo, una situación comparable con la


maldad que comprueba Dios en el hombre, pocas generaciones después de ha­
berlo creado:
...toda imaginación de los pensamientos de su corazón era solamente mala to­
dos los días (Genesis VI, 5)
La solución que encuentra Dios es casi tan drástica como la de Russell:
Borraré al hombre que he creado de sobre lafaz de la tierra, desde el hombre has­
ta la bestia, hasta el reptil y hasta el ave del cielo, porque Me arrepiento de haber­
los hecho. (Genesis VI, y)
Como sea, Noé “halló gracia en los ojos del Señor”: en la teoría de conjuntos di­
cho rol de “justo en su generación” bien podría ser cumplido por el conjunto va­
cío, que va a ser la base de la rigurosa teoría de Zermelo-Fraenkel. Como el vacío,
también Noé está “despojado” cuando se queda dormido en medio de su tienda,
aunque sus hijos mayores no tardan en cubrir esta desnudez con un manto.

31
LÓGICA Y TEORÍA DE CONJUNTOS 1’AISLOAmster

Aunque la correspondencia gramatical no es exacta, las le­


tras S y P evocan las ideas de “sujeto” y “predicado”. En términos
de clases, es inmediato observar que la oración todo S e s P equi­
vale a decir:
Todo elemento de S es también elemento de P.
Ello revela una inclusión total: por ejemplo, la frase
Todos los gatos son pardos
señala el dudoso hecho de que todo elemento de la clase S = “ga­
tos” pertenece a la clase P = “individuos pardos”. En otras pala­
bras, la clase S está totalmente incluida en la clase P; del mismo
modo, la proposición particular afirmativa algún S es P nos in­
forma que la clase S está parcialmente incluida en la clase P. De­
bemos aclarar que eso no niega la posibilidad de que la inclusión
sea total: cuando decimos
Algunos miembros de mi fam ilia tocan la trompeta,
la oración es verdadera si al menos uno de mis familiares es trom­
petista, y seguirá siéndola aun si todos lo son.
También resulta claro que las proposiciones negativas, tanto
la universal como la particular, niegan la inclusión parcial o to­
tal de la clase S en la clase P. Así, al decir
Ningún pingüino desayuna antes de las ocho,
estamos negando la proposición
Algunos pingüinos desayunan antes de las ocho.
En otras palabras, negamos la inclusión parcial de la clase “pin­
güinos” en la clase “individuos que desayunan antes de las ocho”.
Veamos por último un ejemplo de particular negativa:
Algunos bailarines no saben de contabilidad.
En este caso, estamos negando la inclusión total de la clase de
bailarines en la clase de personas que saben de contabilidad. La
frase podría leerse, en efecto, como:
No todos los bailarines saben de contabilidad.
Durante la Edad Media, los escolásticos denotaron a las cua tro
proposiciones categóricas empleando respectivamente las letras
A, E, I, O, a partir de una sencilla regla mnemotécnica que tiene
en cuenta el hecho evidente de que los dos enunciados afirmati-

32
N o c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

vos (Afflrm o) contradicen a los negativos (nEgO ). Más precisa­


mente, las relaciones se resumen en el siguiente esquema:

A contrarias E

subalternas subalternas

7. C u a d r a n t e d e P e ir c e

Lacan presenta la lógica aristotélica en el Seminario IX me­


diante el famoso cuadrante de Peirce, a partir de los enunciados
A: todo trazo es vertical
E: ningún trazo es vertical
I: algún trazo es vertical
O: algún trazo no es vertical
y un sencillo diagrama:

El lector puede intentar, a modo de ejercicio, analizar la ver­


dad de cada una de las proposiciones en los distintos cuadrantes.
Más adelante volveremos sobre este punto.
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s I’aiii.o A m stur

8 . S il o g is m o s

Según mencionamos, los silogismos son razonamientos que


se componen de dos premisas y una conclusión:
Premisa i: Ningún oso hormiguero tiene ideas polí­
ticas moderadas.
Premisa 2: Algunos osos hormigueros prefieren el té
al café.

Conclusión: Algunos seres que prefieren el té al café no tienen


ideas políticas moderadas.

A pesar de su simplicidad, Aristóteles y su discípulo Teofrasto


han dedicado seguramente unas cuantas tardes a formular reglas
precisas para determinar si un silogismo es o no válido; sin em­
bargo, si se emplea un sistema de cálculo apropiado, o el lengua­
je de la teoría de conjuntos, dichas reglas se vuelven innecesarias.
Pero los antiguos estudiaron exhaustivamente los 64 posibles si­
logismos, y determinaron la validez de 19 de ellos.
Veremos una forma muy sencilla de resolver silogism os a partir
de diagramas: para ello, bastará con representar a las clases me­
diante los llamados círculos de Euler, indicando con un o aque­
llas regiones en donde no hay elementos, y con un i aquellas en
donde hay al menos uno. Así, las cuatro proposiciones categóri­
cas se representan del siguiente modo:

S P S P S P S P

TodoS es P Ningún S es P Algún S es P Algún S no es P

Con un poco de cuidado, resulta fácil aplicar esta representación


a cualquier silogismo: en el ejemplo anterior, si consideramos
S = “osos hormigueros”
P = “seres con ideas políticas moderadas”
R = “seres que prefieren el té al café”

34
N o c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

I»»demos “traducir” una a una las premisas, y representarlas a to-


* las en un único diagrama:

Premisa i: Ningún S es P

S P

Conviene observar aquí que nos vemos forzados a escribir dos


ceros distintos, pues la presencia de R divide la región común a
S y P en dos partes. Un problema distinto aparece con la premi­
sa siguiente,

Premisa 2: Algún S es R

S P

En efecto, sabemos que hay por lo menos un elemento común


.1 S y R, pero la premisa por sí sola no nos permite decir a cuál de
las dos regiones de esta intersección pertenece (acaso haya ele­
mentos en ambas). Por eso escribimos provisoriamente un 1 so­
bre la línea divisoria, hasta tanto recopilemos toda la informa­
ción disponible:

35
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

Premisas i y 2: Ningún S es P
Algún S es R

S P

Gracias a la segunda premisa se resuelven las dudas acerca de


ese x, que se encontraba “en suspenso” hasta que el o de la región
común a S y P lo desplazó, para confinarlo en esa pequeña por­
ción que se ve en el diagrama. En consecuencia, podemos extraer
la conclusión; existe al menos un elemento que pertenece a i? y
no pertenece a P:

Conclusión: Algún R no es P

A veces se presentan razonamientos más complicados, pero


que en realidad no son otra cosa que la combinación de dos o más
silogismos. Consideremos por ejemplo las siguientes premisas:
1. Algunas estufas son objetos de arte.
2. Todo objeto de arte causa a mi abuela dolor de cabeza.
3. Todo lo que causa a mí abuela dolor de cabeza es muy apre­
ciado por mi abuelo.
De acuerdo con el método que hemos visto, se definen las
clases:
S = “estufas”
P = “objetos de arte”
R = “objetos que causan a mi abuela dolor de cabeza”
T = “objetos muy apreciados por mi abuelo”

Se tiene, entonces,

36
Nck'ionkn bAsicas di·: lógica

S P

Premisas i y 2: Algún S es P
Todo P esR
Conclusión 1: Algún S e s R
R
Premisa 3 y Conclusión 1:
R T

Todo R e s T
Algún S es R

Conclusión -.Algún S es T.

En otras palabras:
Algunas estufas son muy apreciadas por mi abuelo.

Estos razonamientos se denominan sorites; en ocasiones la


conclusión parece muy alejada del punto de partida, porque pue­
den ser muchos los silogismos que se concatenan. Esto termina
de explicar la idea de “vasta tautología” mencionada en la pági­
na 20: todo teorema, por complicado que parezca, no resulta en
el fondo otra cosa que el encadenamiento de cierto número de
pasos triviales.
También pueden presentarse silogismos en forma incomple­
ta, omitiendo alguna de las premisas, por ejemplo:

Ninguna persona respetable roba el sombrero a sus semejan­


tes; en consecuencia, nosotros no robamos el sombrero a nues­
tros semejantes.

Para que el razonamiento sea correcto, se debe intercalar la si­


guiente premisa, cuya verdad puede merecer alguna objeción:

Nosotros somos personas respetables.

A estos razonamientos incompletos se los conoce como entime-


mas. La premisa que se omite se da por sobreentendida, pero no re­

37
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa u l o A m s t e r

sulta consecuencia de las otras dos proposiciones; como ya vimos,


el siguiente razonamiento abductivo es lógicamente inválido:
Premisa i: Ninguna persona respetable roba el sombre­
ro a sus semejantes.
Premisa 2: Nosotros no robamos el sombrero a nues­
tros semejantes.
„—Conclusión: Nosotros somos personas respetables

R = personas respetables
S = personas que roban el sombrero a sus semejantes,
N = nosotros

El diagrama muestra que -m al que nos pese- nuestra respe­


tabilidad no se sigue de las premisas. Felizmente tampoco se si­
gue la presunción contraria; en rigor, el propio diagrama deja ver
que las premisas no permiten extraer conclusión alguna.

9. S in t a x is y s e m á n t ic a d e lo s l e n g u a je s f o r m a l e s

En las páginas anteriores hemos visto que los razonamientos se


construyen a partir de proposiciones: enunciados a los que se puede
asignar un valor de verdad. Los silogismos consideran únicamente
“proposiciones categóricas”; sin embargo, la Lógica formal emplea
un lenguaje que permite operar con las proposiciones como simples
letras. Las reglas que nos dicen cómo combinare! ¡chas letras forman
parte de aquello que se conoce como cálculo proposicional.

38
N o c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

C onsideremos para comenzar ciertas proposiciones denomi-


n,u las atómicas, que se indican por medio de las letras p, q, r, etc.
Se definen además diversos operadores, llamados genéricamen­
te conectivas: entre ellos los más comunes son
la negación, denotada por medio del símbolo
la conjunción o et ( a )
la disyunción o ve/ (v)
la implicación (=>)
la disyunción exclusiva (y)
la equivalencia lógica, también conocida como si y sólo
si ( o )
Esto permite formar distintos tipos de proposiciones com­
puestas, por ejemplo

p ^ q

-.p a q
( p = > q ) v - ,r
Como se ve en el último caso, si se pretende combinar me­
diante conectivas más de dos proposiciones, se hace preciso in­
troducir paréntesis, a fines de evitar la ambigüedad en la escri­
tura. El proceso que permite definir las proposiciones es induc-
tivo; toda proposición compuesta se define a partir de las propo­
siciones atómicas mediante las siguientes reglas:
1) Si p es una proposición, entonces -.p es una proposición.
2) Si p y q son proposiciones, entonces
pAq pvq P=>q P Y .q P^Q
son proposiciones".

11 . En rigor, las proposiciones definidas por la regla 2 deben escribirse:

(PA 9) ( pvq) (p=><?) (p v q ) (p<=>q)


Sin embargo, existe un sistema (denominado notación polaca) que permite evitar el
empleo de los paréntesis; de todas formas, se suele preferir la escritura clásica, pues
resulta más clara. Lacan le da una especial importancia a los paréntesis en el Semi­
nario sobre ‘La carta robada’, en especial en la sección Paréntesis de los paréntesis
(ver J.Bekerman, P.Amster, 1999).

39
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

10. T a b l a s de verd ad

Una vez dadas las reglas que permiten formar las propo­
siciones, se define el valor de verdad como una función que a
cada proposición le hace corresponder el valor V (verdadero) 0
F (falso) a partir de los valores de sus átomos. La manera habi­
tual de presentar a tal función es por medio de las tablas de ver­
dad; por ejemplo, el valor de verdad para la negación se estable­
ce de modo tal que si p es verdadera, entonces su negación es
falsa, y viceversa:

NEGACIÓN
P P
V F
F V

De la misma forma, la conjunción de dos proposiciones p y q


toma el valor V si (y solamente si) el valor de ambas es V, como
se refleja en la tabla:

CONJUNCIÓN

p q pAq
V V V
V F F
F V F
F F F

Para la conectivas restantes tenemos:

DISYUNCIÓN

P <7 pyq
V V V
V F V
F V V
F F F

40
N o c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

IMPLICACIÓN

P q p q
V V V
V F F
F V V
F F V

DISYUNCIÓN EXCLUSIVA

P q pvq
V V F
V F V
F V V
F F F

EQUIVALENCIA LÓGICA

P q p<^>q
V V V
V F F
F V F
F F V

Otra manera de presentar a esta función de valuación consis­


te en los circuitos lógicos, a los que Lacan se refiere en el Semi­
nario II: por ejemplo, la conjunción y la disyunción se represen­
tan respectivamente por

conjunción

disyunción

41
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

Estos circuitos se interpretan en términos de “pasaje de co­


rriente”: ¿bajo qué condiciones pasa la corriente desde el punto
A hasta el punto B? En el primer caso, resulta claro que ambas
“puertas”, p y q deben estar cerradas, mientras que en el segundo
caso basta con que al menos una de ellas lo esté.
Entonces conviene pensar a los valores F y V respectivamente
como “puerta abierta” y “puerta cerrada”. Existe otra forma de
escribirlos,xjüe nos brindará una nueva perspectiva: se trata
simplemente de denotar con un o al valor F, y con un i al valor V.
Observamos entonces por ejemplo que la conjunción p a q toma
el valor i sólo cuando el valor de cada uno de sus términos es i;
basta con que alguno de ellos tenga valor o para que el valor de
p a q también sea o. En otras palabras, el valor de p a q equivale
al mínimo valor entre los valores de p y q. Esto se puede escribir
de la siguiente manera:
v(p a q) = inf{v{p), v(q)}
en donde v denota la función devaluación y la partícula “inf” ex­
presa el ínfimo (el más pequeño) entre los correspondientes va­
lores. Análogamente, el valor de p v q corresponde al mayor de
dichos valores, que expresamos como un supremo:
v(p v q) = sup{v(p), v(q)}
Esta manera de pensar al conjunto de valores de verdad remite
al ejemplo más elemental de álgebra de Boole'1', según esta idea,
los valores o y i se definen como complementarios,
o ’ —1 /’ - o
y resulta fácil verificar las siguientes propiedades, que junto a las
anteriores pueden tomarse como una definición de la función v,
alternativa a las tablas de verdad:
v(-,p) = v(p)'
v(p => q) = sup{v(p)\ v((/))
La equivalenciay la disyunción exc Ius iva req u ie re n f’o rmas algo
más complicadas, cuya verificación queda como ejercicio:

12. Es decir, el álgebra booleana {o, i}. A pesar di' mi i iivi.ilnl.nl, l.i observación deja
ver la posibilidad de una generalización qurri ml rmpli· Lis llamadas lógicas mul­
tivalentes, con más de desvalores deverd.ul l'.ir.i iiii.i dcliiución de "álgebra de
Boole"verel Diccionario de términos malrinAlirun, de próxima publicación.

4 2
N o c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

v (p <=> q) = inf{sup{v(p)’, v(q)}, sup{v(p), vO?)1}}

v ( p v q ) = inf{sup{v(p), v(q)}, sup{v(p)’, v(q}’}

11. L e y e s l ó g ic a s

Las anteriores tablas de verdad permiten demostrar las deno­


minadas leyes lógicas o tautologías. Más allá del uso informal que
liemos dado a esta palabra al recordar la frase de Russell, una tau-
Iología consiste simplemente en una proposición cuyo valor de ver­
dad es i, independientemente del valor de sus componentes13. Hay
algunos ejemplos muy sencillos, como el principio de identidad:
P^P

que se demuestra por la tabla

P P p^ > p
V V V
F F V

Del mismo modo se prueban otras leyes tales como

Principio de no contradicción: *(p A p)

P -p p a -- P -'(p A -'p )
V F F V
F V F V

Principio de tercero excluido: PV-p

P -'P pv-p
V F V
F V V

13 . Análogamente se define a la falsedad lógica o “contradicción" como una propo­


sición compuesta cuyo valor de verdad es o. A las proposiciones que no son tau­
tologías ni contradicciones se las denomina contingencias, vale decir, proposi­
ciones cuyo valor de verdad depende de los valores de verdad de sus átomos.

43
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

Algunas de estas tautologías expresan la equivalencia de dos


fórmulas, lo que permite aplicar el importante principio de sus-
tituibilidad'4, y se demuestra por la igualdad de las respectivas ta­
blas de verdad. Una de las más evidentes es la doble negación
P= P
cuya verificación es inmediata15:

_________ P____________________ ZP _______________________________


V F V
F V F

A modo de ejemplo algo menos trivial podemos comprobar la


validez de la primera de las leyes de De Morgan comentadas por
Lacan en diversos seminarios:
->(P a q) = (~,p v -,q)
Para el primer término de la igualdad se obtiene:

P q pAq ^(pAq)
V V V F
V F F V
F V F V
F F F V

mientras que para el segundo vale

14 . A grandes rasgos/dicho principio establece que en cualquier fórmula, una expre­


sión puede reemplazarse por otra equivalente. Por ejemplo, a partir de la igual­
dad 4 = 2 + 2 , podemos reemplazar al valor 4 en la fórmula
4 <25
para obtener:
2 + 2 < 25
15 . Para demostrar la equivalencia entre dos proposiciones, basta con verificar en
la tabla que las respectivas columnas son idénticas. En muchos textos la equi­
valencia se denota mediante el símbolo =, para distinguirla de la igualdad entre
proposiciones: por ejemplo, las fórmulas equivalentes (p a q) y (q a p) no son
sin embargo iguales. Es fácil demostrar que dos proposiciones p y q son equiva­
lentes si y sólo si la fórmula (p o q) es una tautología.

44
No c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

p q ~'P ~,q -'p v -q-


V V F F F
V F F V V
F V V F V
F F V V V

y la equivalencia queda demostrada. La otra ley,

"■a
11
"a
<

>
-c
j

j
se demuestra en forma análoga.

El último ejemplo establece una propiedad importante, pues


bl inda una forma de negar una conjunción o una disyunción.
¿(om o negar las otras conectivas? Es fácil verificar a partir de
Lis tablas que
i(p <=> q ) = p v q
y obviamente entonces
i( p Y q ) = p o q
Por otro lado, tenemos:

p q p=>q ^(p => q)


V V V F
V F F V
F V V F
F F V F

y entonces es inmediato verificar que


(p = > q ) = p A -,g
Esto hace pensar en la siguiente definición alternativa para la
implicación:
P => 9 = ~>P v 9
El resultado es bastante intuitivo: o bien no se cumple p, o se
cumple q. Cabe decir que esta última igualdad se verifica sin ne­
cesidad de recurrir ya a las tablas: en efecto, por la ley de doblo
negación sabemos que
p => q = ,(p => q)

-r*
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pablo Amster

De este modo, la propiedad anterior nos permite deducir lo


siguiente:
P =><? = -, (p a -,q)
Aplicando ahora una de las leyes de De Morgan y nuevamen­
te la ley de doble negación obtenemos:
p => q = p v -,-.g = -. p v q
como queríamos demostrar.
El último desarrollo trae aparejada una nueva cuestión: si he­
mos podido deducir a la implicación a partir de la negación y la
disyunción, entonces no era necesario definirla desde el comien­
zo. En rigor, podemos observar que todas las conectivas se dedu­
cen de esas dos:
p a q = -i (-,p v -,q)
p=>q = ^pvq
Otro tanto ocurre con la equivalencia lógica, que no es otra
cosa que la conjunción de dos implicaciones,
p <=> q = (p => q) a (q =>p) = (~,p v q) a (-,<7 v p)=
-.[-.(-.p v q ) v —
, (-1 q v p )|
y también con la disyunción exclusiva, que se puede pensar en
base a las anteriores de distintas maneras:
p y q = -1 (p « q) = (p v q) a (p a q)= v q) v (-, p v q)
Tal propiedad se resume diciendo que {-., v ) es un conjunto
adecuado de conectivas. El lector puede verificar que el conjun­
to , a } también lo es. En realidad, autores como Russell mos­
traron que todas las conectivas pueden deducirse de una sola, de­
nominada incompatibilidad:

£ ........................................... ..? .......... P \±


V V I·'
V F V
F V V
F F V

En otras palabras, la incompatibilid.ul de ¡> y </ es verdade­


ra, a menos q u e p y q sean ambas verd.wlrius .iI mismo tiempo.

46
N o c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

I ,a negación de p se define como la incompatibilidad de p con­


sigo misma, es decir:
- 'P = P \ P
Una simple inspección a la tabla de verdad basta para reco­
nocer a la incompatibilidad en su carácter de negación de la con­
junción; luego es claro que conviene “definir” a la conjunción de
la siguiente manera:
p A q = ~ ,(p \q ) = (p\q) | (p\q)

P q p 1q (p\q) 1(p\q)
V V F V
V F V F
F V V F
F F V F

A partir de aquí, el resto de las conectivas se obtiene de un


modo similar al desarrollado unos párrafos atrás. A modo de
ejercicio, se puede comprobar que todas las conectivas se defi­
nen también a partir de otra conectiva, que intuitivamente ex­
presa la fórmula “ni p ni q\ vale decir:

p __ ________________ q____________________ni (p,q)


V V F
V F F
F V F
F F V

De este modo observamos un hecho que puede parecer cu­


rioso: todo el sistema se sostiene sobre una versión más o menos
formal de una expresión un tanto insulsa:
Ni fu, nifa.
El lector interesado en ejercitar un poco puede entretenerse
demostrando algunas de las siguientes leyes lógicas:
Idempotencia del et p /\p = p
Idempotenciadel vel p v p =p
Simplificación {p a q) => p

'1 7
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

Adición p => (p v q)
Enunciado contrarrecíproco (p => q) = (-.q => p)
Transitividad de la implicación
(p => q) a (q :=> r) => (p => r)
Ley asociativa para el et [(p a q) a r] = [p a (q a r)]
Ley asociativa para el ve/ [(p v q) v r] = [p v (g v r)]
Ley asociativa para la equivalencia
[(p o q) <=> r] = [p <=> (q o r)]
Leyes conmutativas para et, ve/ y equivalencia:
p Aq = q a P
pvq=qvp
p ^ q =q o p
Leyes distributivas, del et respecto del ve/, y viceversa:
(p a q) v r = (p v r) a (g v r)

(p v g) a r = (p a r) v (g a r)
Una regla de especial importancia es la reducción al absurdo,
dada por la absurda tautología
(-P => p) => P,
cuya aplicación práctica se resume en la siguiente “receta” para
demostrar un enunciado p:
Suponemos que p es falsa; si de allí obtenemos una contra­
dicción, esto quiere decir que p es falsa, y en consecuencia p es
verdadera16.
Mencionemos finalmente aquellas conocidas reglas que con­
forman la base de todo cálculo:
Modus ponendo ponens [(p => q) a p] => q
Modus tollendo tollens [(p => q) a -,q] => -.p
Modus ponendo tollens [(p y q) a P ] =>
Modus tollendo ponens [(p v q) A-ip] =í> q

Cabe advertir que ante tal profusión de leyes lógicas es fácil


cometer algún descuido y tomar por verdadero lo que es falso y
por falso lo que es verdadero... Quién sabe, acaso porque un es­
píritu, no menos astuto y burlador que poderoso, ha puesto su
industria toda en engañarme17.

16. A modo de ejemplo, veremos una aplicación de este método en el capítulo 4 .


17 . Las citas pertenecen a Descartes, Meditaciones. En realidad, no se requiere un

48
N o c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

12. Va r i a b l e s l ib r e s y c u a n t if ic a c ió n

Hasta el momento hemos descripto los fundamentos de un


cálculo basado únicamente en proposiciones, en las que aún no
aparece la idea de “variable”.
Pero en los desarrollos del siglo XIX aparecería aquella no­
ción que en ese entonces se denominó/unc/ón proposicional, de­
finida por B. Russell de la siguiente manera:

Una función proposicional es una expresión que contiene uno o m ás


constituyentes indeterminados, tales que, cuando asignam os valores
a estos constituyentes, la expresión resulta una proposición.

Por ejemplo, si consideramos la frase


(¡»(je): x es mayor de 25 años,
no podemos decir que <j>sea verdadera o falsa a menos que asig-
nemos un valor a la variable:
(j> (mi tío Carlos): mi tío Carlos es mayor de 25 años.
I ,a definición russelliana, más bien intuitiva, lleva a pensar a
l.i función proposicional según anticipamos, como un “predica­
do sin sujeto”; el sujeto faltante es una suerte de agujero, que pue­
de resumirse en esa sensación de suspenso dejada por los pun­
tos suspensivos:
..........es un hombre.
Por otro lado, introduce el concepto de variable, que Lacan
describe siguiendo a Fregecomo un “agujero” en el que se puede
ubicar cualquier valor del universo:

genio tan poderoso para hacer errar a cualquiera, se trate o no -al decir de La-
can- de un no-incauto. Por ejemplo, bien podría uno creer que la siguiente re­
gla es verdadera,
(p => q) =>r = p => (q => r),
c incluso reforzar tal creencia asignándole un nombre pomposo:

asociatividad de la implicación.

Si 11 embargo, es fácil probar que la presunta “ley” es falsa. El error en asunto de le­
yes, que en Gargantúa y Pantagruel se compara con la confusión de Isaac (a la que
colaboró su esposa Rivka) de tomar a Jacob por Esaú, en determinados casos toma
un cariz más trágico: por ejemplo, el lamentable error judicial que llevó al presidio
.1 Mitia Karamazov (ver F.Dostoyevski, Los Hermanos Karamazov).

49
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

----------------------

Se dice también que es una fórmula abierta, que se cierra al po ­


ner un sujeto -o, si se quiere, “sujetar”- a la variable libre. En rea­
lidad existe otra manera de cerrarla, dada por la cuantificación.
La Lógica Matemática introduce a las variables como términos
del lenguaje formal, que a su vez pueden combinarse para formar
nuevos términos; luego, se definen las fórmulas de un modo in­
ductivo similar al mencionado en la sección 918.
Se hace necesaria, sin embargo, una nueva y misteriosa regla
denominada de cuantificación:
Si <¡) es una fórmula, entonces Vx: (j) y 3x/<j) son fórmulas.
Es decir, las fórmulas se pueden cuantificar: por ejemplo la
fórmula “abierta”
<j)(x) = x colecciona mariposas
da lugar a las fórmulas
Vx: ())(x) y 3x / 4>(x)
que se leen respectivamente como
para todo x se cum ple (])(x)

existe x tal que se cumple (j)(x),


es decir:
Todo x colecciona mariposas
y
Existe x tal que x colecciona mariposas.

De esta forma, hemos vuelto a las antiguas proposiciones aris­


totélicas, aunque escritas de un modo más formal. Para que las
cosas funcionen, la “clase” que habíamos denominado S debe ser
establecida de antemano com o el conjunto de valores que puede
tomar la variable x; en sum a, el universo de discurso. A grandes
rasgos, en eso consiste la operación semántica de interpretación;
18 . Para ser más precisos, diremos que el lenguaje formal considera también cier­
tos símbolos denominados de relación y defunción, así como las constantes. Por
ejemplo, si x e y son términos y R es una relación binaria, entonces xRy es un
término.


No c io n e s b á s ic a s ije l ó g ic a

dependiendo del universo en que sean interpretadas, las frases


.interiores resultarán verdaderas o falsas. Por ejemplo, en el con­
junto de seres humanos la primera de ellas es falsa y la segunda
es verdadera, pues existe al menos un ser humano que coleccio­
na mariposas19. Si consideramos como universo, en cambio, al
conjunto de coleccionistas de mariposas, se ve que ambas frases
son allí verdaderas. La cuestión que podemos plantear ahora es:
¿existe alguna interpretación según la cual la primera frase sea
verdadera y la segunda falsa? Se trata de un asunto clave: se suele
decir que la universal afirmativa expresa la esencia, mientras que
la particular expresa la existencia; nuestra pregunta nos ubica en-
lonces en torno a la cuestión comentada en la primera sección:
¿es lícito afirmar que la esencia implica la existencia?
I ,a respuesta es sencilla, aunque de ningún modo trivial. La-
can recurre al cuadrante de Peirce antes mencionado, en donde
se ve perfectamente que las proposiciones
Todo trazo es vertical

Ningún trazo es vertical


son simultáneamente verdaderas allí donde no hay trazos.

En efecto, vemos que A es verdadera en el cuadrante superior


izquierdo pero también en el derecho, y algo similar ocurre con las
i)t ras proposiciones: cada una de ellas domina exactamente dos cua­

ic). En el “al menos uno” se basa Lacan para hablar del homoinzune, homofonía de
au moins une.

51
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t e r

drantes. Eso determina una inevitable superposición; en particular,


en el cuadrante superior derecho las dos proposiciones universales
son simultáneamente verdaderas. Esto muestra que la contrariedad
no implica contradicción, como pensaba Aristóteles. Como dijimos,
el filósofo no tuvo en cuenta a las clases vacías; por eso en su lógica
“todos” implica “algunos”. Sin embargo, si el universo fuera vacío
el hecho de que todos coleccionasen mariposas no garantizaría la
existencia de al menos un coleccionista, justamente porque el va­
cío anula toda existencia. La definición lógica de la interpretación
como semántica de los lenguaj es formales pone precisamente como
condición que el “universo de discurso” sea no vacío.
De las observaciones anteriores se desprende una forma inme­
diata de reescribir las cuatro proposiciones categóricas:

A Vx.· <|)(x) Vx: -.(|>(x) E

I 3x/(j)(x) 3x/-i(j)(x) O

en donde las contradicciones antes señaladas reflejan el “eviden­


te” hecho de que A es la negación de O, y E es la negación de I,
es decir:
A = -i O
£ = -. J
Tales identidades determinan dos equivalencias que bien pue­
den considerarse una generalización de las leyes de De Morgan:
3x/ -i(j)(x) = -i ( V x : 4>(x))
Vx: -.<j)(x) = (3x / (|)(x))
En efecto, el “paratodo” yel “existe” pueden pensarse como un
gran et y un gran ve/ respectivamente, lo que llevó a ciertos auto­
res a emplear los símbolos A y V . Esto refleja la idea intuitiva de
conjunción y disyunción “universales”: por ejemplo, si el universo
está constituido por finitos elementos x..... x,„ es claro que

Vx: <j>(x) = A x : cj)(x) = (|>(x,) a ... a <|>(x „)

3x /(j)(x) = Vx/<|)(x) = <|>(x,) v ... v <|>(x„)

52
N o c io n e s b As ic a s d e l ó g ic a

lo que termina de explicar la relación con las leyes de De Morgan,


lín definitiva, la universal afirmativa puede construirse como se­
ríala Lacan a partir de la excepción; más precisamente, negan­
do que la haya:
Vx: <j)(x) = -,(3x / -i(j)(x))
es decir,
A = -.O
Conviene mencionar que todos estos argumentos admiten
una formulación rigurosa dentro de los lenguajes formales: bas­
ta con definir apropiadamente el valor de verdad para las propo­
siciones cuantificadas. Según hemos observado, para que la uni­
versal Vx: <|)(x) sea verdadera, la propiedad <j>debe valer para to­
dos los elementos del universo; alcanza con una excepción (es
decir, que <j> sea falsa para al menos un valor de x) para que su va­
lor de verdad sea o. Esto justifica que intuitivamente el valor de
verdad de Vx: <j)(x) pueda pensarse como el ínfimo de los valo­
res de <j)(a) en donde a recorre todos los elementos del univer­
so. Del mismo modo, el homoinzune lacaniano estaría indican­
do que el valor de verdad de 3x /<|>(x) se define como el supremo
de dichos valores20:
v(Vx: <j»(x)) = in f{ v(<|>(a)) }
v( 3x /(j)(x)) = sup { v( 4>(a))}
A partir de lo visto, podemos observar que la resolución de si­
logismos se lleva a cabo fácilmente si se ensayan las siguientes
“traducciones”:
Todo S es P = Vx: S(x) => P(x)
Ningún S es P = Vx: S(x) => ->P(x)
Algún S es P = 3x / S(x) a P(x)
Algún S no es P = 3x / S(x) a -.P(x)
Se ve así que el más clásico de los ejemplos, el que prueba la mor­
talidad de Sócrates, puede desarrollarse a partir de las funciones

20 . Esta definición es coherente con la idea mencionada de pensar a los universales


como A y V . Sin embargo, cabe aclarar que no es del todo precisa; pueden en­
contrarse definiciones más rigurosas de los lenguajes formales en cualquier li­
bro de lógica matemática.

53
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n ju n t o s Pa b l o A m ster

h(x): x es hombre m{x): x es mortal s(x): x es Sócrates


con las que se obtiene:
Premisa i \/x: h(x) => m(x)
Premisa 2 Vx: s(x) h(x)
luego,
Conclusión Vx: s(x) => m(x)
El cálculo se verifica entonces una vez que probamos que las
dos premisas implican la siguiente fórmula:
Vx: [s(x) => h(x)] a [h(x) => m(x)]
De este modo, la conclusión no es otra cosa que una conse­
cuencia de la transitividad de la implicación.
Para concluir esta sección, podemos retomar los conceptos
antes sugeridos de fórmula cerrada y fórmula abierta, para defi­
nirlos con mayor precisión21.
Una fórmula se dice abierta cuando contiene variables libres,
es decir: no cuantificadas.
Una fórmula se dice cerrada cuando no es abierta.
Se desprende délo visto que existen básicamente dos maneras
de “cerrar” una fórmula y transformarla así en proposición: asig­
nar valores a cada una de sus variables, o bien cuantificarla.

13. Á lgebra de c la ses

Para concluir este primer capítulo, dedicaremos algunos pá­


rrafos a la denominada álgebra de clases, cuya opera toria es muy
familiar para quien conozca la teoría de conjuntos. Sin embargo,
el tratamiento que se da aquí a las clases es abstracto; no se las
piensa como colecciones de cosas sino directamente -tal como
se propone en Encoré- como letras. En rigor, las “clases” son ele­
mentos de un conjunto que se llama álgebra de Boole22, dotado
de dos operaciones: la unión (u) y la intersección (n). Por de­
finición existen, además, dos clases especiales que se denomi­
nan clase vacía y clase universal, a las que denotamos respectí-

21. No hay que confundir estos conceptos con ias nociones de conjunto cerrado y
conjunto abierto que aparecen en la topología (ver volumen 1 ).
22 . Ver el Diccionario de términos matemáticos; de próxima publicación.

54
N o c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

vamente 0 y U. Finalmente, para cada clase a la existe su d a ­


se complementaria a c de modo tal que valgan las siguientes re­
glas o axiom as:

1) Identidad a =a
2) Tercero excluido a vj a c = U
3) No contradicción a n a c= 0
4) Intersección con clase universal a n U=a
5) Unión con clase nula a u 0 =a
6) u y n son asociativas; es decir, para a, p, y
cualesquiera vale
(a u (3) u y = a u ((3 u y); (a n |3) n y = a n (|3 n y)
7) u y n son conmutativas; es decir, para a, P
cualesquiera vale
a u p = pua; a n p = (3 n a
8) Leyes distributivas:
(a u P) n y = (a n y) u (P n y);
(a n P) u y = (a u y) n (P u y)
A partir de estas reglas se deduce fácilmente:
9) Idempotencia de n a n a =a
En efecto, empleando la regla 4) y luego la 2) resulta que
a = a n U = a n (a u a c)
Por la ley distributiva, usando luego 3) y 5) se deduce:
a = (a n a) u (a n a c) = (a n a) u 0 = a n a
con lo que 9) queda probado. Una propiedad análoga se verifi­
ca para u :
10) Idempotencia d e u a \J a = a
También valen las siguientes propiedades:
11) Unión con clase universal auU=U
12) Intersección con clase nula a n 0 =0
Por ejemplo, 11) puede comprobarse a partir de 2), emplean­
do la asociatividad de u y su idempotencia:
a u U = a u (a u a c) = (a u a) u a c = a u a c = U
De modo similar se obtiene 12).
Otra propiedad importante es la unicidad del complemento,
que permitirá a su vez demostrar otras cosas. Pero conviene pre­
guntarse: ¿qué significa que el complemento es único? La respues­
ta no parece complicada: significa que para cualquier clase a exis­
te sólo una clase que verifica las propiedades expresadas por los

55
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

axiomas 2) y 3). En rigor, dicha unicidad es la que permite hablar


seriamente de el complemento; si hubiera más de uno la defini­
ción resultaría ambigua. Aunque esto nos lleva a un proceder un
tanto cuestionable (ver, por ejemplo, el Tractatus de Wittgens-
tein), pero que es moneda corriente a la hora de probar unicida­
des: suponer que hay otro elemento p que satisface dichas pro­
piedades, vale decir
c t u p = U, anp =0
para concluir finalmente que p es forzosamente igual a a c. En otras
palabras, que P no es “otro” sino que es “el mismo”. Por ejemplo, es
fácil verificar que a c = a cu P = a cn p, y a partir de allí resulta:
a cn Pc = (acn p) n p° = a cn (p n pc) = a cn 0 = 0

En consecuencia,
P = P u 0 = p u (acn pc) = (P u a c) n (p u Pc) = a cn U = a c
como queríamos (¿realmente queríamos?) demostrar.
Valiéndose de esta propiedad, queda para el lector la tarea de
comprobar estas otras leyes:
13) Doble negación (ac)c = a
14) Ley de De Morgan para u (a u P)c = a c n Pc
15) Ley de De Morgan para n (a n P)c = a c u pc
Entre conjuntos se define la relación de inclusión, cuya im­
portancia se puso de manifiesto en el desarrollo de la lógica aris­
totélica. Como es de esperar, la idea puede reproducirse en este
nuevo contexto algebraico de las clases, aunque eso plantea un
problema: ¿cómo definirla? Resulta sencillo decir que un conjun­
to A está incluido en otro conjunto B cuando todo elemento de A
es elemento de B; sin embargo, la definición algebraica de “clase”
prescinde de los elementos y nos obliga a pensar en otra cosa.

5 6
N o c io n e s b á s ic a s d e l ó g ic a

l'elizmente, el diagrama parece darnos una buena clave: la re-


j>ión sombreada, que no es otra que el complemento de P, resul-
l.i disjunta del círculo que representa a a. La causa de ello, jus­
tamente, es que la clase a está “metida” en P; eso nos permite
idear la siguiente
D efinición: diremos que a está incluida en p (a c P) si y sólo
si se cumple que
a n Pc = 0
Esto permite establecer las propiedades clásicas que debe cum­
plir toda inclusión que merezca ese nombre (las demostraciones
quedan como ejercicio):
16) Definición de inclusión por u : ( a c p ) o ( a 0u p = U)
17) 0 está incluido en toda clase: 0 c a
18) Toda clase está incluida en la universal: acU
19) Transitividad de la inclusión: ( a c: p a p cz y) => a c y
20) Antisimetría: (ac p A P c a)^ a= P
Vale la pena mencionar que la última propiedad, pensada en
el contexto de la teoría de conjuntos, no expresa otra cosa que el
afamado principio de extensionalidad, el mismo que brinda la ma­
nera más convincente de probar la igualdad entre conjuntos23.

23. En efecto, el principio establece que "dos” conjuntos que tienen la misma exten­
sión son iguales. En otras palabras:
Dos conjuntos son iguales si y sólo si tienen los mismos elementos.
Esto nos lleva a pensar en la famosa frase de Gide: de alguna forma, se trata de
un Dos que se regocija de ser Uno. En el Seminario XIX, Lacan relaciona a la ex­
tensionalidad con la mismidad.

57
Ca p ít u l o 2

La in d u c c ió n m a t e m á t ic a y e l
SISTEMA DE PEANO

Según hemos visto en el capítulo previo, entre las distintas


formas de razonamiento existe una muy frecuente, que permi­
te construir leyes universales a partir de premisas particulares:
la inducción. El procedimiento parece poco menos que mágico,
pues multiplica nuestro saber acerca del mundo en forma sor­
prendente; sin embargo, es claro que una forma tan singular de
obtener enunciados generales sólo es aceptable en caso de que
el universo sea finito, de tal suerte que las premisas contemplen
un análisis exhaustivo caso por caso. En cualquier otra situación
la inducción es necesariamente inválida, lo que provoca que mu­
chas de las verdades de la ciencia deban ser tomadas como pro­
visorias: no hay manera de ponerlas a salvo de una eventual ex­
cepción capaz de hacerlas sucumbir.
Distinta situación se presenta en una de las más clásicas ra­
mas de la Matemática, aquella que se ocupa de los números na­
turales y es conocida como Aritmética. En efecto, veremos que
es allí posible formular leyes generales que se apoyan en la veri­
ficación de unos pocos casos particulares; más aun, en ocasiones
basta con verificar apenas un caso, sin que se pierda por ello el ri­
gor lógico. En realidad, todo el secreto de este proceder se basa

5 9
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

en un principio fundamental de los números naturales, aunque


hace algún tiempo se comprendió que no se trataba de un “prin­
cipio” de tales números sino más bien de su definición.
Comencemos justamente por el principio. Eso nos llevará a
considerar un método insinuado ya en su tiempo por los árabes,
que más tarde habría de revelar gran eficacia en las diestras manos
del famoso Pierre de Fermat: el descenso infinito. Todo el mun­
do reconoce allí una gran evidencia intuitiva; a grandes rasgos,
el método para probar que cierta propiedad P es verdadera para
todos los números naturales consiste en demostrar

(j) Si P es falsa para cierto número n, entonces es falsa


para algún número menor que n.

La validez del procedimiento no es difícil de vislumbrar si


se piensa que, en caso de que P fuera falsa para algún número
n, existiría una secuencia decreciente de números para los cua­
les la propiedad es falsa, y tal cosa es imposible en un conjunto
como IN (números naturales), en el que no hay manera de “des­
cender” ad infinitum.
Para entender mejor la idea, conviene recordar el aspecto que
tiene dicho conjunto, que suele escribirse en forma de sucesión:
o, i, 2, 3, 4,
Cabe señalar que cada uno de los números, a excepción del
primero de ellos, puede definirse de un modo que parece algo
zonzo: el siguiente del número inmediatamente anterior. Así
se tiene que
1 es el siguiente de o
2 es el siguiente de i
3 es el siguiente de 2
4 es el siguiente de 3

1. En este trabajo respetaremos la convención más difundida de considerar al o como


un número natural, a pesar de su muchas veces denunciada “falta de naturalidad”

6 p
I ,A IN D U C C IÓ N M A T E M Á T IC A Y E L S IS T E M A D E P E A N O

El o es el primero, no sigue a ningún otro, lo que nos permite


ciarnos el lujo de afirmar la siguiente tautología: dada una pro­
piedad P, se cumple que

P es verdadera para todo número natural menor que o.

Esto es así, en efecto, pues el conjunto de números naturales


menores que cero no es otro que el conjunto vacío2. Podría decirse
que a tan trivial afirmación cabe aplicar la famosa atribución que
O. Wilde concede al arte, la de ser completamente inútil; sin em­
bargo, a nosotros nos servirá para entender que si para P se com­
prueba el descensus Averni3 expresado en (i), entonces P tiene
que ser verdadera para el o4. Por otra parte, observemos que si P
cumple (i) entonces también cumple la regla siguiente:

(2) Si P es verdadera para todo número menor que n, entonces


es verdadera para n.

En otras palabras, el método de descenso infinito es conse­


cuencia del denominado principio de inducción de los números
naturales, cuya “evidencia” no es menor:

2. La conclusión se obtiene a partir de la ley de la implicación que vimos en el capí­


tulo previo: a grandes rasgos, a partir de una falsedad se deduce cualquier cosa.
En el presente caso, la proposición
n < o => P(n) es verdadera
es verdadera para todo número natural n, pues ningún número natural es me­
nor que o. Aplicando la regla que vimos en la página 45, dicha implicación es
equivalente a la disyunción
n > o v P(n) es verdadera.
Esta última proposición puede resultar algo más “evidente”, pues su primer tér­
mino (n > o) es verdadero para todo n.
3. La expresión latina cobra especial importancia en el cuento La carta robada, de
Edgar Alian Poe.
4. Como antes, si P fuera falsa para el o, debería existir un número menor que o para
el cual P es falsa, lo que es absurdo. Notemos que sin embargo es lícito afirmar:
P es falsa para todo número natural menor que o,
lo que nos pone ante aquel curioso hecho que mencionamos en la primera par­
te: una proposición universal no permite deducir una particular.

6 l
LÓ G IC A Y T E O R ÍA D E CONJU NTOS Pa b l o A m ster

P rin cip io d e in d u cció n : si P es una propiedad que cumple (2),


entonces P es verdadera para todos los números naturales.

Puede probarse que en realidad este principio es equivalen­


te al método de Fermat; más aun, ambos resultan equivalentes
a otro, llamado a menudo de inducción completa. Se trata de la
versión más difundida de todas, cuyo empleo se remonta al ma­
temático medieval Mauryloco:
P rin cip io d e in ducción (versión habitual): si P es una pro­
piedad tal que
P es verdadera para el o,
y además cumple
(3) Si P es verdadera que n, entonces es verdadera
para el siguiente de n,
entonces P es verdadera para todos los números naturales.

Para explicar este principio se suele apelar a una imagen más


bien literaria: supongamos un estante que sostiene cierto nú­
mero de libros ordenados en fila, de modo que se cumple la si­
guiente regla:

(4) Si un libro se cae, el que está inmediatamente


a su derecha cae también.
¿Es correcto inferir de allí que todos los libros van a caerse? Ob­
viamente no, pues podemos perfectamente suponer una fila cons­
truida al amparo de la ley (4), en la que no todos los libros caen:

’desm oronam iento" a partir de n = 5

Sin embargo, si nos dicen que el primero de los libros cae, en­
tonces la regla nos permite decir:
Dado que el primero cae, el segundo cae también.

62
I,A IN D U C C IÓ N M A T E M Á T IC A Y EL SIS T E M A D E P E A N O

Y así sucesivamente,
dado que el segundo cae, el tercero cae también;
dado que el tercero cae, el cuarto cae también,
hasta agotar el estante. Observemos que para llegar a esta con­
clusión, sólo nos hizo falta información precisa sobre el primero
tic los libros, y conocer la regla inductiva (4).
I,a pregunta que cabe hacerse ahora es: ¿qué ocurre cuando el
estante es inagotable? Tal es el caso, precisamente, de los números
naturales, en donde la regla (3) indica que la veracidad de P para
1111 número n induce la veracidad de P para el siguiente de n.
P ( o ) P ( i ) -> P( 2 )
1,0 que sigue parece más bien una cuestión de confianza. Dado
que “cae” el primero de los números, y que cada número “empu­
ja" al que viene después, entonces cualquier número -m ás tarde
1) más temprano- “caerá” en algún momento. Sin embargo, como
liemos comentado, no se trata de una confianza ciega en la caída
de cada uno de los números, sino que precisamente se define a los
números de modo que ello ocurra. Como expresa Russell,

En el pasado, el uso de la inducción m atem ática en las d em o s­


traciones era algo misterioso. Entonces, no parecía razonable du­
dar de que fuera un m étodo conveniente de prueba, pero nunca se
supo bien por qué tenía validez. A lgunos lo creyeron realm ente un
caso de inducción, en el sentido en que esta palabra se em plea en
lógica. Poincaré lo consideraba com o un principio muy im portan­
te, por m edio del cual infinitos silogism os podían ser condensados
en un único argum ento. Ahora sabem os que todas estas considera­
ciones son erróneas, y que la inducción m atem ática es una defini­
ción, no un principio3.

Cabe señalar el rol fundamental que tiene aquí la finitud:


cuando Russell brinda su versión -con cierto sabor barrial- del
principio,

lo que puede inferirse de vecino a vecino puede ser inferido del pri ­
mero al último,

5. B. Russell, 11946).

63
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

no demora en hacer la siguiente aclaración:

Esto es verdadero cuando el núm ero de p asos interm edios


entre el prim ero y el últim o perm anece finito.

Esta afirmación aparece sostenida en un sugestivo ejemplo:

Cualquiera que haya observado la partida de un tren de carga, habrá


notado cómo el impulso es comunicado, con una sacudida, por cada
vagón al siguiente, hasta que el último se pone en movimiento. Cuan­
do el tren es muy largo, también es muy largo el tiempo transcurrido
antes de que el último vagón se ponga en movimiento. Si el tren fue­
ra infinitamente largo, habría una sucesión de sacudidas y no llegaría
nunca el m om ento en que todo el tren entrase en movimiento.6

Puede demostrarse que el principio de inducción también es


equivalente a otro enunciado muy popular y tanto o más con­
vincente:

Principio de buena ordenación: todo conjunto no vacío de


números naturales tiene un prim er elemento.

A modo de ejercicio, podemos mostrar la equivalencia entre


este último enunciado y alguna de las formas anteriores: en pri­
mer lugar, veamos que

Principio de buena ordenación => Principio de inducción

Para ello, supongamos que cierta proposición P cumple (2),


y consideremos el conjunto S formado por todos los números
naturales para los cuales P(n) es falsa. Nuestra intención, de lo
más honesta, es probar que S es vacío; podemos entonces supo­
ner que no lo es y en consecuencia S tiene un primer elemento
n. Precisamente a causa de tal “primeridad”, P tiene que ser ver­
dadera para todo número menor que n, y por (2) se deduce que
P es verdadera para n, lo que es absurdo. Queda probado, pues,
que si vale el principio de buena ordenación entonces también
vale el de inducción.

6. ibid.

64
I.A IN D U C C IÓ N M A T E M Á T I C A Y E L S I S T E M A D E P E A N O

Corresponde demostrar también la afirmación recíproca, es


decir

Principio de inducción => Principio de buena ordenación

Consideremos ahora un conjunto S que tiene la desafortu­


nada propiedad de no tener primer elemento, y la propiedad P
dada por
P(n) = n no pertenece a S
Emplearemos la inducción para verificar que P es verdadera
para todos los números, lo que nos permitirá concluir que S es
vacío. Para ello debemos verificar el paso inductivo:
(2) Si P es verdadera para todo número menor que n,
entonces es verdadera para n.
Como antes, procederemos por el absurdo. Supongamos que
I ’ es verdadera para todo número menor que n (hipótesis induc­
tiva), pero no es verdadera para n: en tal caso n pertenece a S, y
por la hipótesis inductiva sabemos que

si k es menor que n, entonces k no pertenece a S.

Esto implica que n es el primer elemento de S, estableciendo


una contradicción con nuestro supuesto7.
La descripción de EN como un conjunto inductivo da lugar a
una magnífica idea, la de las definiciones por recurrencia. ¿Qué
cosa podría ser más recurrente que el conjunto de números na­
turales, en donde cada número, a excepción del primero, recu­
rre a su antecesor para formarse? Generalizando el mecanismo,
podemos formar una infinidad de sucesiones recurrentes o re-
cursivas, por ejemplo:

7. Como mencionamos anteriormente, es fácil comprobar también que la versión


habitual del principio de inducción es equivalente a la otra, con lo cual se tiene
que:
P.de inducción o P.de buena ordenación <=> P.de inducción (versión habitual)
Cabe aclarar que la equivalencia con la versión habitual se debe justamente a la
definición de los números naturales. En realidad, el principio de inducción en
la forma dada por la regla (2) vale para cualquier conjunto bien ordenado. La
versión más general del principio se denomina inducción transfinita.

6 5
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

0o = 2, an+, = 3an- 2
En otras palabras, se establece un primer elemento aa y una
regla recursiva que nos dice cómo obtener el término an+, una
vez que conocemos el término an. Esto permite construir paso a
paso la sucesión:
ac = 2
a, = 3a0 - 2 = 4
a2 = 3a, - 2 = io
a} = 3az- 2 = 28

Existen diversos ejemplos interesantes de sucesiones defi­


nidas por recurrencia; entre ellas, cabe destacar a la más famo­
sa entre las famosas, en la que sucesivos matemáticos han en­
contrado notables muestras de armonía: la sucesión de Fibona­
cci. En ella cada término recurre no a uno sino a los dos térmi­
nos precedentes:
cío —o? a, i» o n+2 ci n+l + a n
De esta manera se obtiene:
a2= a, + a 0 = 1 + o = 1
a 3= a 2+ a, = 1 + 1 = 2
a4 = a} + a2= 2 + 1 = 3
a 5 = a 4 + a 3= 3 + 2 = 5

a 6 = a, + a4 = 5 + 3 = 8
Es un interesante ejercicio comprobar algunas de las “mági­
cas” propiedades de estos números, por ejemplo:
1) Los términos a„ y anfl son primos entre sí o coprimos.
Por ejemplo, para n = 5 vemos que a5 = 5 y a6 = 8 no tienen di­
visores comunes mayores que 1.
2) Fórmula para la suma de los primeros n términos:
a„ + a, + ... + an.,= a n+, - 1
Por ejemplo, tomando n = 11 se verifica:
a0 + a, + ... + aIO= o + j + 1 + 2 + 3 + 5 + S + /3 + 21 + 34 + 55 =
143 = a« - J

66
La in d u c c ió n m a t e m á t ic a y e l s is t e m a d e Peano

5) Producto de dos términos pares o impares consecutivos.


Si n es impar, se cumple:
+1 —Cln ~1
mientras que si n es par, vale:
r @n · 1 — ^
Por ejemplo, para n = 7:
a6.as = 8.21 = 168 = 132 - / = a72 - 1
En cambio, tomando n = 8:
a7.ag = 23.34 = 442 = 2 f + i = a8z + 1

El lector interesado podrá comprobar que los números de Fi-


honacci se encuentran íntimamente relacionados con el deno­
minado número de oro. Más precisamente, puede demostrarse
que la sucesión de cocientes
^n+i/^n>
es decir, la sucesión
1/1, 2/1, 3/2, 5/3, 8 /5,13/8, 21/13, -
converge a dicho valor.
13/8 = 1,625
21/13 = 1,615...
34/21 = 1,619...

φ = 1,618033988

EL SISTEMA DE PEANO

Uno de los más famosos ejemplos de axiomatización es el sis­


tema ideado por el alemán Dedekind -m ás conocido por su teo­
ría de las cortaduras- en 1888 y presentado por Peano en 1889. Se
basa en tres ideas primitivas (cero, número y sucesor o siguien­
te), y cinco postulados:
1. El o es un número.

67
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n ju n tos Pa b l o A m ster

2. Si n es un número, el siguiente de n también es un nú­


mero.
3. Si el siguiente de n es igual al siguiente de m, entonces n
=m
4. o no es el siguiente de ningún número.
5. Si una propiedad se cumple para el o, y cada vez que se
cumple para cierto n se cumple para el siguiente de n, en­
tonces se cumple para todo n.

Como se ve, el último postulado no es otro que el principio


de inducción, cuya independencia respecto de los otros cuatro
enunciados es fácil de verificar8: por ejemplo, el postulado es in­
dispensable para comprobar que nuestra representación más
pura de los números naturales como una suerte de continuación
o herencia del cero,

0 = prim er número
1 = siguiente del o - so
2 = siguiente del 1 = sso
3 = siguiente del 2 = ssso
4 = siguiente del 3 = sssso

es realmente “fiel a los hechos”. Para sustentar esta afirmación,


veamos algunas propiedades básicas:

Propiedad i)

Todo número distinto de o es el siguiente de algún número.

Demostración: a fines de emplear el principio de inducción,


debemos comprobar que la propiedad
P (n ): si n es distinto de o entonces n es el siguiente de algún
número

8. Este hecho refuerza los argumentos expuestos en la sección anterior en tomo a


la inconveniencia de considerarlo un principio.
I ,A IN I HJCCIÓN M A T E M Á T IC A Y EL S IS T E M A D E P EA N O

se cumple para el o. Pero esta afirmación es -una vez m ás- tau­


tológica, ya que o no es un número distinto de o. Resta compro­
bar el paso inductivo
si P es verdadera para n entonces P es verdadera para el si­
guiente de n,
i|ue también resulta inmediato, pues el siguiente de n es el si-
</uiente de algún número.
Recordemos también que nuestra intuición habitual de IN nos
lopresenta como una sucesión de números, cada uno distinto del
.interior. Esto es lo que veremos en la próxima proposición:

Propiedad 2)

Todo número es distinto de su siguiente.


Demostración: por el cuarto postulado, sabemos que o es dis-
1 mto de so, lo que prueba que la propiedad se cumple para el o.
Veamos ahora el paso inductivo:

si n es distinto de sn, entonces sn es distinto de ssn

El postulado 3 indica que si sn = ssn, entonces n = sn, lo que


contradice la hipótesis inductiva, y la propiedad queda demos-
l rada. A fines de completar el panorama, el lector puede com­
probar que las operaciones de suma y producto se definen fácil­
mente por recurrencia:
Sum a:
n + o =defn
n + sm =defs(n + m)
Producto:
n o =defO
n.sm =dej-n.m + n
Ca be aclarar que el símbolo --rfe/expresa una igualdad dada por
definición: las operaciones se definen justamente de modo tal que
las dichas igualdades sean válidas.
A partir de lo expuesto, no es aventurado concluir que el siste-

69
L Ó G IC A y T E O R Í A D E C O N JU N T O S PABLO A M ST E R

ma de Peano responde a lo que esperamos de los números natu­


rales, aunque cabe preguntarse: ¿es ello garantía suficiente para
suponer en tales números una verdadera “naturalidad”?

70
Ca p ít u l o 3

La s r e g l a s d e a l -j a b a r y
Fib o n a c c i ro bado

En este capítulo se discuten brevemente ciertas nociones re­


leyentes a las denominadas teorías algebraicas del lenguaje. A ta­
les fines, se hará uso de diversos conceptos de la teoría de con­
juntos, como los de conjunto, conjunto finito, subconjunto, ele­
mento, función, relación de equivalencia.
Por otra parte, la idea básica de estudiar a las producciones
‘ leí lenguaje como una yuxtaposición de unidades menores (le-
1 ras, sílabas, palabras, etcétera) muestra la conveniencia de con­
siderar una operación binaria, que para cada par a, b de elemen­
tos de cierto conjunto define su “producto” a * b. Esta operación
se dice asociativa cuando vale que (a * b) * c ■= a * (b * c), para a,
b y c cualesquiera: en tal caso, el conjunto en cuestión se deno­
mina semigrupo (para más detalles, ver el Diccionario de térmi­
nos matemáticos, de próxima publicación).
Más precisamente, se considera un conjunto finito V, llamado
vocabulario, y se define el conjunto T de oraciones como el semi-
tjrupo libre generado por V, Esto significa que el procedimiento de
concatenar dos elementos de T es pensado como una operación:

7'
Ló g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

a *b = ab
A su vez, cuando decimos que T es generado por V nos refe­
rimos a que toda oración s es una sucesión finita de palabras o
elementos de V:
s = w,...wn
endondew,,..., wnpertenecen a V. Finalmente, la “libertad” de T con­
siste, intuitivamente, en el hecho de que no se define relación algu­
na entre los elementos de V, y en consecuencia no se puede cancelar
o sustituir cadenas. En resumen, T es el conjunto de todas las suce­
siones finitas de elementos de V: por ejemplo, para el vocabulario
V={A,B,C]
resulta
T = { A, B, C, AA, AB, AC, BA, BB, BC, AAA, A A B ,... }'
Un lenguaje es un subconjunto de T al que, siguiendo la de­
nominación sugerida por Riguet en el Seminario 2, denotaremos
WF: oraciones well form ed o bien formadas.
Una gramática generativa de WF es un conjunto finito de re­
glas, denominadas reglas gramaticales, que permiten determinar
los elementos de WF en base a una descripción estructural2. Este
es el caso de la teoría de los sistemas formales y otros aspectos de
la lógica matemática como las máquinas de Turing y las funciones
recursivas. A modo de ejemplo, vale la pena mencionar las reglas
que permiten describir las sintaxis de los diversos sistemas que
aparecen en el Seminario sobre ‘La carta robada’: para
V = { +, - } (caras y cecas)
se tiene que
T = { +, —, ++, +—, —h,----, +++, ... }
En este caso, el azar de la moneda establece que puede darse
cualquier secuencia de caras y cecas, lo que implica que
WF = T

1. En forma análoga, pero no al nivel de la palabra sino al de la letra, se puede con ­


siderar un conjunto finito A llamado alfabeto, y el conjunto W de palabras de­
finido como el semigrupo libre generado por A, que comprende todas las suce­
siones finitas de letras,
2. Verporejemplo Bar-Hillel, Languageand Information: Selected EssaysonTheir
Theory and Application. Addison-Wesley, Reading, Mass, 1964.

72
La s r e g l a s d e a l -j a b a r y Fib o n a c c i robado

En cambio, cuando se opera la transcripción al vocabulario


V | i - 3 }, para el cual naturalmente resulta
T = [ i , 2 , 3 , 1 1 ,1 2 ,13 ,111,112 ,113 ,... },
l.i sintaxis ya no es tan permisiva. En efecto, recordemos la mane­
ra de pasar de un sistema al otro por medio de la asignación

+++] 1 ++-
—r + —

+-+] 3 - ++
-> +
-+-J —

escribiendo, bajo cualquier oración la correspondiente secuen­


cia que se forma en el nuevo vocabulario, v.g.

2 1
1 — - — + - + + - + + — + + +
2 1 2 3 3 2 2 3 2 2 3 2 1

Es fácil verificar que


W F - { 1, 2, 3, 11, 12, 111, 112, 122, 12 3 ,... } * T,
y la gramática de W F se puede resumir en una regla sencilla:

El número de 2 que aparece entre dos términos impares con­


secutivos debe ser PAR si dichos términos son iguales, e IMPAR
si son distintos.

Con esta regla es fácil hacer pasar por un “test sintáctico” a


cualquier elemento de T: por ejemplo la secuencia
12223211233223
es un elemento de WF. En efecto, si observamos todos los térmi­
nos impares (10 3 ),
12223211233223
se verifica, en todos los casos que:
Entre 1 y 3 aparece un número impar de 2, al igual que en­
tre 3 y 1.
Entre 1 y 1 aparece un número par de 2, al igual que entre 3 y 3.

7 3
In t r o d u c c i ó n a l a t o p o l o c í Ia Pa b l o A m ster

12223211233223
im p a r im par im par par

Este caso contempla la posibilidad de que aparezcan secuen­


cias como 11 o 33, pues en tal caso el número de 2 entre ambos
términos es cero (que es un número par).
Finalmente, la segunda transcripción, se efectúa a partir de las
secuencias bien formadas en base a las siguientes reglas:

1*3
3*1 2 »2}->y
1*2 2.n R
3*2 P 2 · 3|

Cabe aclarar que el símbolo · indica el lugar destinado a una


cifra; por ejemplo, tanto 112 como 122 se transcriben como p. A
partir de este nuevo alfabeto V = {a, P, y, 8}, las reglas permiten
comprobar que aquí también que WF es distinto de T. Por ejem­
plo, es inmediato ver que ppp no es bien formada, pues debería
provenir de una expresión en el sistema { 1 - 3 } compuesta por cin­
co términos, de los cuales el tercero es forzosamente un 2. Esto
impide que la tercera letra sea p.
En general, este análisis se puede hacer en forma automática
por medio de una sencilla regla que resume toda la sintaxis del
sistema, el famoso repartitorio:

a. S a, p, y, 8 a. p
P,Y y, 8
IT 2T 3T

Esto debe leerse así: en un prim er tiempo se puede comenzar


con cualquier letra; digamos a. El segundo tiempo es completa­
mente libre, pero el tercer tiempo se encuentra determinado por
el primero, vale decir: si en íT elegimos a , en 3T sólo puede apa­
recer alguna de las letras correspondientes al renglón respectivo
(ot, p). De esta forma, sabemos que ppp no es bien formada con
sólo echar un vistazo a la tablita.
En contraposición a la gramática generativa, la noción de gra-

74
La s r e g l a s d e a l -j a b a r y F ib o n a c c i robado

i ilática analítica considera que el conjunto WF está dado a priori, y


I)rocura establecer diversas relaciones entre sus elementos que per-
11 liten brindar una descripción intrínseca de las oraciones bien for­
madas: por ejemplo, a partir de la vinculación entre las oraciones y
la s palabras que contiene, la posición que éstas ocupan, etcétera.
Empleando algunas nociones de la teoría de conjuntos, se de-
(inen estructuras que resultan útiles para describir diversos as­
pectos del lenguaje. A modo de ilustración, podemos mencio­
nar a un autor llamado Kalmár, quien define al lenguaje natu­
ral como un vector
(P, R, F, W, C, A, S, Mw> Ms, Aw> A s)
Cada una de las coordenadas de este vector tiene un significa­
do preciso: por ejemplo, P se llama protosemata, y se compone
de signos; R define los fonem as o grafemas; F define las form as,
los elementos de W son las palabras; etcétera.
Volviendo a la idea más simple de un vocabulario V, el semi-
grupo T y un subconjunto WF distinto de T, se puede definir en
Vuna relación de equivalencia que determina los “contextos” de
una palabra dada. Por ejemplo, podemos decir que un contexto
es un par <x , y) tal que x e y pertenecen a T; la palabra w pertene­
ciente a V está permitida en el contexto (x, y) si vale:
xwy g WF
De esta manera, se dice que dos palabras son equivalentes
cuando están permitidas en los mismos contextos.
Otra noción interesante es la de tipo sintáctico, que brinda una
versión puramen te algebraica de la sintaxis. Se define un conjun­
to de tipos primitivos (r, s, t , ...) y ciertas operaciones que deter­
minan nuevos tipos: a partir de r y s se obtienen los tipos
rs,
r/s, r\s
De este modo la fórmula
x—>-s
se lee:
la cadena x tiene el tipo s.
En particular, se define un tipo distinguido denotado S {sen­
tence), que corresponde a las oraciones bien formadas. Los tipos
obedecen a distintas reglas dadas por un conjunto de axiomas,

75
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n tos Pa b l o A m ster

que permiten multiplicarlos y cancelarlos, estableciéndose como


bien formadas aquellas cadenas que cancelan hacia el tipo S. Tal
es la idea, por ejemplo, de las gramaticas categoriales, en donde
se define un vocabulario y ciertas categorías bajo las operaciones
denotadas / y \. Las reglas de simplificación están dadas por

(r/s).s —> r
r.(r\s) —> s,
permitiendo calcular las cadenas que cancelan hacia la catego­
ría S. A modo de ejemplo elemental, supongamos el vocabulario
V = { el, perro, gato, Félix, muerde, maúlla }
y los tipos
n, np, np/n, np\S
con las siguientes asignaciones:
el -» np/n
gato —» n
perro —» n
Félix —> np
muerde —> np\ S
maúlla —» np\ S
En consecuencia, las cadenas
el perro muerde
el gato muerde
el gato maúlla
el perro maúlla
Félix muerde
Félix maúlla
derivan todas hacia S y resultan bien formadas; por ejemplo para
la primera se tiene:

(np/n)(n)(np\S) -» (np)(np\S) -> S

76
La s r e g l a s d e a l -j a b a r y F ib o n a c c i robado

(el)(perro)(muerde) —>■ (elperró)(muerde) -» (elperro muerde)


En cambio, las reglas no son suficientemente buenas como
para demostrar que la oración
el gato Félix maúlla
es bien formada, pues se obtiene
(.np/n)(n)(np)(np\S) -> (np)(np)(np\S) -> (np)S,
pero nada permite derivar de allí una S.

D i g r e s i ó n : a l g e b r a y a n á l is is

En este capítulo hemos hablado sobre teorías algebraicas. Pero


dado que se habla aquí para analistas, conviene recordar que la
matemática también tiene su propia versión de lo que es el análi­
sis. Se trata de una versión que Dupin por cierto no comparte; en
efecto, el detective se opone con cierta tenacidad a quienes con­
sideran a la matemática como la razón par excellence:

Los m atem áticos, concedo, han hecho cuanto les ha sido posible para
difundir el error p op u lar a que usted alude, y que no es m enos un
error porque haya sido prom ulgado com o verdad. Con un arte dig­
no de m ejor causa, por ejem plo, han introducido el térm ino «aná­
lisis» con aplicación al álgebra. Los franceses son los culpables de
esta superchería popular; pero si un térm ino tiene algu n a im por­
tancia, si las palabras derivan algún valor de su aplicabilidad, «aná­
lisis» expresa «álgebra», poco m ás o m enos, com o en latín am bitus
im plica «am bición», religio, «religión», hom ines honesti, «un con­
junto de hom bres h onorables»3

Vale la pena mencionar el origen de la palabra Álgebra, que


surge del tratado Al-jabar, escrito por el matemático árabe Al
Kwaritzmi. Al-jabar significa reordenar, lo que indica que resol­
ver una ecuación algebraica era visto por los árabes como una
forma de volver a poner las cosas en su sitio. En español antiguo
(por ejemplo, en el Quijote) se denominaba algebrista al que vol­
vía a su lugar los huesos dislocados, por más que Dupin presente
a los algebristas como individuos dispuestos a “dar una paliza” a
quien se atreva a contradecirlos4. A su vez, del nombre del au­

3. E. A. Poe, La carta robada.


4. Ver op. cit. Lacan afirma en el Seminario 2 haber puesto a prueba esta afirma-

7 7
Ló g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

tor de dicho tratado proviene la denominación de otro concep­


to muy apreciado por Lacan, que resume cierta noción de rece­
ta lógica: el algoritmo.

F ib o n a c c i robado

En las páginas previas nos hemos dedicado a estudiar las trans­


cripciones del Seminario sobre “La carta robada”. Vale la pena
mencionar que el propio Lacan se cuida muy bien de no deno­
minarlas “traducciones”, pues cualquier cadena que se obtenga
guarda siempre una dosis de ambigüedad respecto del texto ori­
ginal. Por ejemplo, vemos aquí una manera de obtener, tras apli­
car las sucesivas transcripciones, la palabra yccSP:

+ - - - + - + +
2 1 2 3 3 2
y a 8 p

Sin embargo, la siguiente derivación es también válida:

2 3 2 1 1 2
Y a 8 p

Entonces, si esto que nos disponíamos a llamar “traducción”


da por resultado yaSP; ¿cómo saber si el texto original era
+ ------- + _ + + 0 ------+ ------------ + ? Est0 se parece a las
“construcciones” de Freud, en donde la verdad histórica queda
olvidada y se reemplaza por una verdad construida. Pero en los
sistemas que estamos considerando las “construcciones” son
bastante previsibles: para cada palabra W bien formada en el
alfabeto {a, p, y, 8} hay exactamente cuatro secuencias de + y -
cuya trasliteración da por resultado W. Una vez que se conoce a
una de ellas, es fácil construir las otras tres:
a) intercambiando todos los + y -

ción dupiniana, sin que haya tenido luego la necesidad de recurrir a un algebris­
ta para que lo “reordene”.

7 8
La s r e g l a s d e a l -j a b a r y F ib o n a c c i robado

b) intercambiando todos los + y - que aparecen en lugar impar


c) intercambiando todos los + y - que aparecen en lugar par

Por ejemplo, dada la secuencia + — + - + + +, cuya traslite­


ración (pasando por 223321) es 8SPa, se obtiene:

a) _ + + _ + ------ _» 223321 —» 8SPa


b) — + + + + - + -» 221123 ~► SSPa
c) + + ---------+ - -» 221123 88pa

El éxito de los procesos a), b) y c) no debe sorprender dema­


siado, si volvemos a observar el repartitorio. Es claro que las le­
tras con ubicación par son completamente independientes de
las letras ubicadas en lugar impar, de modo que tiene sentido
suponer que una palabra bien formada se obtiene por intercala­
ción de dos “secuencias alternadas”, que se generan por una re­
gla más concisa:

£L_5 -> CX, P


P>y y, 5
IT 3T

Por ejemplo, si intercalamos a a p S a y ySpyy, obtenemos a la


bien formada ayccSppSyay. Por otra parte, si en una palabra del
sistema {+, - } intercambiamos todos los + y los -, el resultado es
una suerte de “antípoda” de la palabra original, cuya transcripción
al sistema {1 - 3} es la misma. Esto da validez a la regla a). Por otra
parte, la independencia de las palabras alternadas en el sistema
{a, p, y, 8} determina que valen b) y c), en donde sólo “antipodi-
zamos” respectivamente los términos pares y los impares.
Vamos a detenernos un poco más en la formación de estas al­
ternantes secuencias: por empezar, hagamos una lista (infinita)
de todas ellas, ordenándolas por longitud:

Longitud 1:
a, p, y, 8
Longitud 2:
a a , ap, py, P8, yy, y8, 8a, Sp

79
Ló g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m s t e r

Longitud 3:
acta, aa [ 3, aPy, ap§, Pyy, PyS, p5a, psp, yyy, yy8, y8a,
y8p, 8aa, 8aP, 8Py, 8p8
Longitud 4:
a a a a , a a a p , aaPy, aap8, aPyy, ap y 8 ,... etc.

Cabe aclarar una vez más que no se trata de palabras bien for­
madas en el sistema original: para obtener una es preciso interca­
lar dos de las secuencias que aparecen en esta lista. Obviamente
las longitudes de ambas deben ser compatibles; por ejemplo, es
posible intercalar una palabra de cuatro con una de tres:
aPyy intercalada con y8a da ayP8yay.
Ahora, ya que hemos hablado de lettres voleés, podemos con­
siderar aquellas secuencias de nuestra última lista que omiten al­
guna letra, por ejemplo la a. No es una idea nueva: al fin y al cabo,
existen novelas enteras (como las del grupo Oulipo) construidas
según la regla de no emplear alguna de las vocales. Si llamamos
c(n) a la cantidad de secuencias de longitud n que no contienen
ninguna a, es inmediato comprobar que
c(i) = 3 (pues a no aparece en P, y, 8)
0(2) = 5 (pues a no aparece en Sp, Py, p8, yy, y8)
c(?) = 8 (pues a no aparece en SPy, 8p8, Pyy, Py8, p5p,
yyy, yyS, y8p)
Continuemos un poco más con el escrutinio de los valores
que siguen:
c(4 ) = 13
0(5) = 21
c (6 )= 34

Esto ya parece suficiente como para efectuar una observación:


3, 5, 8,13, 21, 34... ¿no conocemos ya a estos números? Los vimos
hace muy poco; se trata de los números de Fibonacci. Si bien las
dos sucesiones no comienzan “a la par”, se puede demostrar que
c(n) es exactamente igual a F„+3, el n+3-ésimo término de la pro­
digiosa secuencia. Otro tanto ocurre con y, pero no con P y 5.

80
La s r e g l a s d e a l -j a b a r y F ib o n a c c i robado

De l o s c o n e jo s á u r e o s a l o im a g in a r io

Vale la pena mencionar que Fibonacci definió su secuencia


.1 partir de un instrumento de aparición bastante más frecuen-
ic en la magia que en la matemática: el conejo. El problema ori­
ginal consistía en calcular el número de parejas de conejos que
se tiene al cabo de un año, suponiendo que al comienzo se tiene
una pareja y que cada pareja, a partir del segundo mes, produce
mensualmente una nueva pareja.
El asunto es bien conocido: existe una gran variedad de tex­
tos que hablan de esto, y muestran la relación que hay entre es­
tos orejudos animalitos y uno de los más famosos números irra­
cionales: el número de oro. Lacan se interesó en estas relacio­
nes y en algunas de las propiedades más curiosas de este singu­
lar número, que en la geometría griega se define a partir del si­
guiente problema:

Dividir un segmento en dos partes, de modo tal que el todo sea


a la parte mayor como esta a la parte menor

x+y x |__________________________ |__________________ |


x y x y

Llamando <pa dicho cociente, es fácil ver que su magnitud no


depende del segmento original, pues valga lo que valga el total
x + y, resulta

x x
De esta forma, se deduce que
cp2 = <p + i,
lo que permite calcular el valor

„ . i ± A
2
Ahora, de la expresión

8 i
Ló g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

- 1
(p = 1 H-----
9
se desprende también que

1 + 1 + _L_
<f>
Si continuamos este proceso ad infinitum, no es difícil con­
cluir que
1
cp = 1 + --------------
1 +t^

En otras palabras, hemos encontrado una fracción continua


para el número de oro. Pero: ¿qué significa esto? Debemos enten­
der que no existe La fracción, si la pensamos como “fracción infi­
nita”; lo que se define es una sucesión, en donde cada uno de los
términos está bien definido por una operatoria finita, que consis­
te en efectuar sucesivos “recortes” en la fórmula anterior:
a, = 1 + 1 = 2

1 3
a
2 1+ 1 2
1 5
a3 = 1 +
1 3
1+
1+ 1

Pero ahora vamos a dar un pequeño salto hacia atrás en el


tiempo, más precisamente hacia el Seminario IX, La Identifica­
ción. En una página que muchas veces se pasa rápido aparece un
ejemplo misterioso, en principio apenas una vuelta más al Pien­
so-Soy cartesiano:

Si “yo pien so que pienso que so y ” -n o estoy ironizando: si “yo pien ­


so que no pu ed o hacer m ás que ser un pienso en ser o un ser p en ­
sante”, el “yo pien so” que está aqu í en el den om inad or ve m uy fácil­
m ente reproducirse la m ism a duplicidad, a saber que no puedo ha­

82
Las r e g l a s d e a l -j a b a r y F ib o n a c c i robado

cer sino percibirm e m ás, que pensando que pienso, ese “yo pienso”
que está en el extrem o de mi pensam iento, sobre mi pensam iento,
es él m ism o un “yo pienso” que reproduce el “pienso, luego soy” ¿Es
así ad infinitum ?

Esta idea, presentada como un “juego de espejos”, en un pri­


mer momento aparece escrita así:

yo soy yo pienso
yo soy yo pienso
yo soy vo pienso
yo soy vo pienso

Sin embargo, la firme intención de Lacan es

...volver operante ulteriormente lo que en un prim er m om ento no


pareció sino una especie de juego, com o se dice, de recreación m a­
tem ática.

Para ello, escribe como i al yo pienso e introduce para el yo


.soy la partícula imaginaria i, que se define como una raíz cua­
drada de - i:

...tomen i, haciéndom e confianza, con el valor que tiene exactamente


en la teoría de los núm eros, donde se lo denom ina imaginario. Esto
no es una hom onim ia que por sí sola m e parezca aquí justificar esta
extrapolación m etódica, este pequeño m om ento de salto y confian­
za que les pido hacer, este valor im aginario es éste: - f - i■

Ya que mencionamos el “yo soy” resulta interesante ver cómo


Leibniz se refiere al número i:

El espíritu divino ha hallado una m agnífica m anifestación en esa


maravilla del análisis, en esa expresión del m undo ideal, en esa es­
pecie de anfibio que no es ni el ser ni el no-ser al que llam am os la
raíz im aginaria de la unidad negativa.

Claro que esto ya no es así: hoy los números imaginarios apa­


recen en cualquier curso básico de álgebra, sin que se suela ha­

» 3
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

cer mayor referencia a los anfibios. En todo caso, es pertinente


decir que la homonimia a la que se refiere Lacan no es sino un
caso de anfibología.
Como sea, Lacan lleva su curiosa asociación un poco más allá,
y se anima a escribir una fórmula que francamente causaría sor­
presa a más de un cartesiano:

1
i+
/+ '

Esta fórmula no es otra que la fracción continua del número


áureo, pero reemplazando todos los unos por este número i, lo
que determina una nueva sucesión:

o, = i + 1

a2 ~ l
i+ 1

a =i
i + /+1

Este pequeño cambio produce un efecto notable, completa­


mente diferente al caso anterior. De la definición de i se despren­
de que (i + i)(i - i ) = i - i2 = 2, y en consecuencia

1 1-i
i+1 2
Esto permite obtener el segundo valor de la sucesión:
i+1

Luego

a = i + — = 1,
3 a,

84
La s r e g l a s d e a l -j a b a r y Fib o n a c c i robado

y todo recomienza a partir de aquí, puesto que:

a4 = i + — = i + 1
• 1 ■ ,

a3

a. = i + JL = / + 1
«4 2

a5

En otras palabras, la sucesión de los an es oscilante; todo el


Liempo se la pasa circulando por entre esos tres valores: / + 1,
/+ 1 |c
— y '·

5. Es preciso tener cuidado con la forma en que se efectúan los “recortes” sucesivos
de la fracción, pues no siempre el resultado es aceptable. Por ejemplo, si en vez
de "cortar por lo sano" se nos ocurre “cortar por lo imaginario”, obtenemos:
a, = i

Entonces, cuando intentamos calcular el término siguiente nos topamos con


una dificultad, que impide la definición correcta de la sucesión:
Ca p ít u l o 4

LA D E M O S T R A C IO N D IA G O N A L :
U N A C R U Z A D A C A N T O R IA N A

Alguien me ha contado que estás floreciente,


y un juego de calles se da en diagonal.

E. C ad ícam o, Anclao en París

En estas páginas se exponen algunos aspectos del infinito ma­


temático establecido por Cantor a fines del siglo XIX; en particu­
lar, merece especial atención aquel hecho singular que el funda­
dor de la teoría de conjuntos ha demostrado, al decir de Lacan

... de una m anera que m e parece absolutam ente m aravillosa.1

Cabe decir que tal “hecho singular” se ha convertido en una


propiedad ampliamente conocida: la no-numerabilidad de los
números reales. Su “demostración maravillosa” no es otra que la
famosa demostración diagonal, destinada a intervenir de diver­
sas formas en una considerable cantidad de desarrollos posterio­
res, entre los que se cuenta la paradoja de Russell y los teoremas
de incompletitud de Gódel, Tarski y Turing.
La cuestión del infinito no es nueva: el propio Aristóteles lle­
gó incluso a plantear la distinción entre infinito potencial e infi­
nito actual, el primero entendido como una magnitud variable
que crece más allá de todo límite finito, y el otro como una can­
tidad fija, mayor que cualquier cantidad finita.
Hay que decir que ambos conceptos han traído sus dificulta-

1. J. Lacan, El saber del psicoanalista, clase del 1/6/1972.

87
Ló g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s 1’a i i i .o A m ster

des, aunque las dudas sobre el primero de ellos terminaron de


disiparse ya a mediados del siglo XIX, con la formalización del
análisis matemático llevada a cabo por Bolzano, Weierstrass, y
otros autores. En cambio, el infinito actual fue postergado y has ­
ta reprimido, siendo considerado en el mejor de los casos como
“una manera de hablar”. Con su nueva y poderosa teoría Cantor
instituye el infinito actual, no sin antes amonestar severamente
a quienes lo habían desacreditado:

...el consiguiente rechazo, sin crítica alguna, del legítimo infinito ac­
tual no deja de ser una violación de la naturaleza de las cosas, que
han de tom arse com o son.

La teoría de conjuntos encontró una fuerte oposición entre


los científicos alemanes, pero finalmente se impuso; más aun,
en poco tiempo llegó a convertirse en la base de casi toda la ma­
temática: en tal sentido, la empresa cantoriana merece ser con­
siderada como una auténtica cruzada.

i. U n a n t e c e d e n t e s o c r á t i c o

En el Seminario II, Lacan se refiere a ese célebre episodio del


Menón en donde el esclavo encuentra la solución al problema de
duplicar un cuadrado. Con ello justifica Sócrates su postura en
relación al saber, haciendo ver que el esclavo

...lo sabe todo. Basta con despertarlo.1

Por cierto, despertar no es siempre tarea fácil. En su primer in­


tento, el esclavo no hace otra cosa que errar, duplicando el lado
del cuadrado y en consecuencia cuadruplicando su área.

T
2.2 = 4

Las citas de esta sección corresponden a J. Lacan, Seminario 2, clase II: Saber,
Verdad, Opinión.

8 8
I.A D E M O S T R A C IÓ N D IA G O N A L : U N A C R U Z A D A C A N T O R IA N A

A pesar del yerro, la solución se encuentra desde un comien­


zo a su completo alcance, aunque fuerza la intervención de un
convidado inesperado: como anuncia Lacan,

...un elemento irracional, J 2 , que no está dado en el plano intuitivo.

¿A qué se debe tan irracional aparición, capaz de hacer palpar


el clivaje entre el plano de lo imaginario, o de lo intuitivo [...] y la
/'unción simbólica? La respuesta no se hace esperar, como puede
justamente intuir cualquiera que preste atención a la forma en
que Sócrates conduce a su protegido a dar con la respuesta acer­
tada, haciendo uso de la diagonal3:

V2.V2 = 2

<—1—>

Como es sabido, la medida de la diagonal de un cuadrado de


lado 1 es la raíz cuadrada de 2; este resultado constituye la prime­
ra aplicación que hicieron los pitagóricos de su más famoso teo­
rema, y también su primera desazón, por haber hallado a cien­
cia cierta una magnitud que su ciencia desconocía. Los núme­
ros irracionales son aquellos que no provienen de una razón o co­
ciente de enteros, lo que en la moderna escritura decimal equi­
vale a decir que su desarrollo es no periódico:

V 2 = 1,41421356237...
En otras palabras, los irracionales son números que no ce­
san de no escribirse. Al igual que el infinito, exonerado desde los
tiempos de Zenón, tan “horrorosas” entidades no tuvieron cabi­
da en el excesivamente racional mundo griego.
Vale la pena brindar una original demostración de la irraciona­
lidad de la raíz de 2 que solamente requiere un trozo de papel.
Si /2 pudiera escribirse en la formap/q, con p y q enteros, en­
3. Cabe señalar que diagonal proviene del griego diágein, que significa conducir a
través. Según Lacan
el esclavo, con toda su reminiscencia y su intuición inteligente, ve la buena for­
ma, si cabe expresarse así, a partir del momento en que ésta le es señalada.

89
Ló g ic a y t e o r ía d e c o n ju n t o s 1’a iu .o A m s t e k

tonces se podría construir un triángulo rectángulo isósceles cu­


yos catetos miden q y la hipotenusa p.

P2 - 2(72

Si ahora plegamos el triángulo hasta superponer uno de los


catetos con la hipotenusa, se forma un nuevo triángulo rectán­
gulo más pequeño, cuyos catetos miden p - q y la hipotenusa
q - (p - q), es decir, 2q - p. Pero estos lados son, nuevamente,
números enteros, y como el procedimiento puede repetirse, esto
nos llevaría a un “descenso infinito” como el que vimos en el ca­
pítulo 2, lo que es absurdo.

2. La s p a r a d o ja s d e l a id e n t if ic a c ió n

En sus Discorsi de 1638 Galileo, anciano y casi ciego4, obser­


vó que la sucesión de los números naturales se puede identificar
con la de sus cuadrados:

1 2 3 4 5 6 ...
1 4 9 16 25 36

Seguramente sus fuerzas se hallaban consumidas tras el duro


proceso del Santo Oficio; la cuestión es que el gran sabio de Pisa
no logró explicar el misterioso hecho de que un conjunto pudiera
equivaler a una de sus partes, y lo incluyó entre otros asuntos pro-

4. Este detalle puede resultar significativo a la luz de lo comentado en la sección


previa, si se tiene en cuenta el origen etimológico de la palabra intuición y su re­
lación con el ver.

90
I.A D E M O S T R A C IÓ N D IA G O N A L : U N A C R U Z A D A C A N T O R IA N A

Iflemáticos en torno al infinito. Tiempo más tarde, un importante


matemático llamado Bolzano mostró, en su tratado Paradojas del
infinito, que dichas paradojas en rigor no son tales. Entonces dic-
taminó que la solución de la intrincada cuestión pasaba por bus­
car un tratamiento matemático adecuado del infinito; la respuesta
definitiva iba a provenir de los escritos de Cantor sobre la teoría de
conjuntos. El objeto de esta teoría, según Lacan, no es otro que

.. .mostrar cómo puede engendrar la noción de número cardinal. Me­


diante la correspondencia biunívoca [...] surge la noción del Uno:
hay uno que falta .5

Claro que hay otro uno, esta vez sin mayúsculas, que permite
generar la sucesión de números naturales y ha sido definido como
el conjunto cuyo único elemento es el conjunto vacío:
i = { 0 }6.
De esta forma el número se constituye con ayuda de la función
de sucesor: el 2 como sucesor de 1, el 3 como sucesor de 2 y así ad
infinitum. La operación es simple: basta con agregar al conjunto
que define al número n el propio n, esta vez como elemento.

1 = o u{o) = {0 }
2 = 1 U {i} = {O, l}

3 = 2 u {2} = {o, 1, 2}

Es el terreno de la inducción, que posibilita la construcción


del número natural y nos alienta a imaginarlo como la cantidad
de elementos de un conjunto finito. Ahora bien, ¿cuál es el “nú­
mero” que corresponde a los conjuntos infinitos?
La respuesta a esta pregunta comienza allí donde Galileo en­
contró su dificultad, y pone en juego la fundamental noción de
coordinar dos conjuntos. Esto significa, tal como anuncia Lacan,

5. Ibid, dase del 4/5/72.


6. Vale la pena mencionar que esta definición es bastante posterior a Cantor. Se la
emplea actualmente en la denominada teoría axiomática de conjuntos, creada
con el fin de eliminar las contradicciones de la teoría cantoriana original, hoy
denominada “ingenua” (cf. P. Amster, 2001).

9 1
L ó g ic a y t e o r í a d i; c o n ju n t o s I 'A II 1 , 1 1 A m s t e r

establecer entre ellos una correspondencia biyectiva o biunívoca:


a cada elemento del primer conjunto le corresponde exactamen­
te un elemento del segundo, y viceversa. La operación refleja la
idea intuitiva de “contar”, lo cual es más que visible si uno de los
conjuntos está compuesto por los primeros n naturales.

Lo que resulta evidente, en todo caso, es que sólo pueden co­


ordinarse conjuntos que tengan la misma cantidad de elementos:
el conjunto de notas musicales es coordinable con el de los días
de la semana, aunque no con el de los planetas del sistema solar.
Pero entonces, ¿cómo puede ser que el conjunto de los naturales
sea coordinable con el de los cuadrados perfectos, que es mucho
menor? Hay aquí una “mismidad” que merece ser revisada.

3. ... Y SIN EMBARGO, SE COORDINA

No crean que es porque continúa siempre que es


infinito.

J. La c a n , El saber del psicoanalista

El objeto de esta sección, vagamente insinuado en su título,


consiste en mostrar que el problema planteado por Galileo no es
un problema, sino una propiedad esencial (y distintiva) de los
conjuntos infinitos: poder coordinarse con algunas de sus par­
tes “menores”. De esta forma, los números naturales se coordi­
nan con el conjunto de los cuadrados perfectos, con el de los nú­
meros pares, con e) de los números primos y, en definitiva, con
cualquiera de sus subconjuntos infinitos. Y es este hecho el que
motivó a Cantor su definición del infinito actual: de acuerdo con
lo expuesto en la primera sección, podemos decir que tal audacia
determinó una suerte de retorno de lo reprimido.

92
I.A D E M O S T R A C IÓ N D IA G O N A L : U N A C R U Z A D A C A N T O R IA N A

La idea es muy sencilla: dado que la operación de coordinar


establece una equivalencia entre conjuntos, se puede pensar en
formar clases que agrupen a los conjuntos equivalentes entre sí.
A tales clases se las denomina cardinales: por ejemplo, el 5 no es
ni ra cosa que la clase de todos los conjuntos coordinables con
{a, b, c, d, e]
De esta forma, no es difícil introducir la idea del infinito como
"número”, pues el cardinal de un conjunto que no es finito no
l>uede ser un número natural. El conjunto de números natura­
les, el de los pares, el de los cuadrados perfectos, todos ellos de­
finen una misma clase de infinito (un mismo cardinal), que se
llama alefeero:
K 0 = cardinal de los números naturales.
Debemos convenir que se trata de una denominación más bien
extraña. El empleo de una letra hebrea, algo desusado en matemáti­
ca, vayay pase, pero... ¿porqué el subíndice o? En todo caso, aun sin
saberse de qué se está hablando, es posible dar una respuesta más
o menos inmediata: debe obedecer al inicio de una gran variedad
ele alefs, lo que parece constituir una verdadera saga. Ahora bien,
como ocurre con otras sagas, conviene observar aquí que la deno­
minación de X 0para el primero de los infinitos no fue tal hasta que
se supo que había otros7. Ello da lugar a la idea, más bien tenebro­
sa, de una larga lista de infinitos cada vez más grandes:
K „ < K , < K 2 < ...

En realidad, Cantor demostró que tal procesión no tiene fin:


ésta es una de las aparentes paradojas de la teoría ingenua de con­
juntos, denominada paradoja de Cantor. Pero no llegaremos tan
lejos; nos contentaremos con probar que existen conjuntos cuyo
cardinal es estrictamente mayor que K 0. En otras palabras, ve­
remos que hay conjuntos infinitos que no son coordinables con
los números naturales; vale decir, cuyos elementos no se pueden
contar uno por uno:
O, lj 2, 3, ■■*

7. En efecto, podemos pensar por ejemplo que la película original Rambo no fue
Rambo I basta que no surgió una segunda parte que la continuara. Hay que de­
cir que, para nuestra fortuna, esta secuencia se detiene antes que la de los alefs.

93
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n ju n to s I'AIII i i A m ster

El infinito de los números naturales, el más pequeño de todos, se


conoce como infinito numerable; el cardinal de un conjunto que no
puede escribirse en forma de sucesión corresponde siempre a algún
infinito mayor, denominado con toda justicia no numerable. En la
próxima sección veremos un ejemplo, que se torna elemental con
la ayuda de un argumento notable: la demostración diagonal.

4. E l b i c h o d e l o n o - n u m e r a b l e

Nadie podrá expulsarnos del paraíso


que Cantor creo para nosotros.

D. H i l b e r t

Quienquiera que alguna vez se haya puesto a contar, podrá


certificar el cumplimiento de una regla más bien básica: dado un
número natural cualquiera, existe siempre otro mayor. Hay una
infinidad de números (finitos) y, al decir de Cantor, es la inmen­
sa bondad de Dios la que nos permite agrupar a todos ellos en un
conjunto. Hasta allí, no parece haber nada de extraño en pensar
al infinito como “número”, e incluso aventurar una muy razona­
ble (aunque algo aburrida) lista de operaciones:

00+1 = 00
00 00 = 00
00.00 = 00
oox = 00

Por otra parte, resulta claro que un infinito así pensado debe ser
naturalmente mayor que cualquier número natural; este infinito,
podría decirse, es “lo más grande que hay”. Sin embargo, tal idea se
reveló falsa en las imperturbables manos de Cantor, que borraron
de un plumazo la aureola mística que rodeaba al infinito y lo trans­
formaron en una entidad con la que se puede operar en forma pre­
cisa, algebraica. Para decirlo correctamente, no se trata de una sino
de infinitas entidades, como mencionamos en la sección anterior:
una secuencia ordenada de alefs. De esta manera N'0, el infinito nu­
merable, se convirtió de alguna forma en lo más chico que hay; en
el fondo, el Yo c/e l’Un lacaniano no consiste sino en tomar

94
L A D E M O S T R A C IÓ N D IA G O N A L : U N A C R U Z A D A C A N T O R IA N A

...de los infinitos, el m en or.8


La demostración cantoriana no es directa sino -al igual que la
de* la irracionalidad de y¡2 - por el absurdo; como se verá, resulta
absurdamente simple9. Se trata de suponer que se tiene una su­
cesión que contiene por ejemplo a todos los números reales en-
l re o y i, cuya escritura decimal consiste en un o y una coma se­
guidos de una “tira” infinita de dígitos, v.g.
0,234324454980456...
Una lista que los contiene a todos presenta entonces el si­
guiente aspecto:

0, a2 0) «4
0, b\ ¿>2 ¿4
0, C\ C2 c3 c4
0, d, d2 di d/\

El absurdo se produce al mostrar que, cualquiera sea la lista


inicial, se puede formar siempre un nuevo número entre o y i ,
que no esté contenido en ella. Esto puede lograrse eligiendo una
sucesión de dígitos a „ a 2, a 3, ..., con

a, distinto de a,
a 2 distinto de b2
oc3 distinto de c¡
a 4 distinto de d4

De esta forma el número


a = o, a ,a 2a 3a 4...

8. Como también mencionamos, el propio Cantor mostró que no existe un infini­


to que sea mayor a todos los demás. Entre otras cosas, ello muestra que el con­
cepto de "lo más grande que hay” no es matematizable: sólo parece aplicarse a
entidades como Dios, o a veces a algunos de esos seres casi mitológicos como
Gardel.
9. Es importante destacar el hecho de que no es posible dar una demostración
constructiva de la no-numerabilidad de los reales. Esa es la razón por la cual los
matemáticos constructivistas no aceptan la teoría de Cantor.

95
L Ó G IC A y T E O R Í A D E C O N JU N T O S l'AItl.O A m ster

verifica:

a es distinto del primer número de la lista (pues difieren en


la primera cifra decimal)
a es distinto del segundo número de la lista (pues difieren en
la segunda cifra decimal)
a es distinto del tercer número de la lista (pues difieren en la
tercera cifra decimal)

a * 0, a 1 C¡1 di a4
a * 0, b\ b2 b-i
a * 0, C\ C2 Ci c4
a * 0, 4 d2 di tl4

En consecuencia, a difiere de cada uno de los números de la lista,


de donde se deduce que no forma parte de ella10. Y esto es absurdo,
pues habíamos supuesto que la lista contenía a todos los números
entre o y i: de este modo, se ve que dichos números no “caben” en
una sucesión, y en consecuencia su cantidad es mayor que K 0.
El resultado es concluyente, inevitable, y se lo puede repro­
ducir en contextos más generales. Cantor ha forjado un círculo
vicioso, dice Lacan, aunque se apresura a aclarar:

Cuanto más vicioso es un círculo, más divertido resulta, sobre todo


si de ahí se puede sacar algo, algo como este bicho que se llama lo
no-numerable, que es efectivamente una de las cosas más eminen­

10. En rigor, suele pedirse que las sucesivas cifras de a sean también diferentes de
o y 9, con la finalidad de evitar los inconvenientes provocados por la ambigüe­
dad que presenta la escritura decimal en casos como
0,2349999... = 0,235000...
De todas formas, esta restricción deja todavía una amplia libertad para las sucesi­
vas elecciones, lo que parece introducir en la construcción propuesta por Cantor
algún aspecto de lo subjetivo. Sin embargo, hay maneras de llevar a cabo la opera­
ción de “burlar” a cualquier lista prefijada por medio de un algoritmo, del estilo:

a = i a\ + * si a, < 8
\ 1 si a ] - 8 o 9,
etcétera.

96
L A D E M O S T R A C IÓ N D IA G O N A L : U N A C R U Z A D A C A N T O R IA N A

tes, más astutas, más apegadas a lo real del. número que haya sido
inventada nunca."

Más allá de su rechazo inicial, la prueba “maravillosa” no tar­


dó en cautivar a los matemáticos y filósofos de su tiempo; en es-
i(>s días, cuando llevamos ya más de un siglo disfrutando del pa-
r.i Iso cantoriano, cualquier estudiante asume estas maravillas con
l.i mayor de las tranquilidades. Sin embargo, sigue resultando in­
creíble que la demostración de un resultado que en su momento
lucra tan revolucionario se encuentre, como la solución del pro­
blema del esclavo, tan al alcance de cualquiera. Claro que una cosa
es comprender una demostración y otra muy distinta es inventarla:
para que nuestro intelecto sea capaz de algo así, de ningún modo
podríamos decir que “basta con despertarlo”. Porque Cantor, po­
cos se atreverían a discutirlo, es lo más grande que hay.

Ep íl o g o

La demostración de las páginas anteriores esconde, como an-


licipamos, una cuestión más profunda: no sólo para sino para
cualquier cardinal infinito existe siempre otro mayor. Sólo que
para alcanzarlo no basta, como ocurre con los cardinales finitos,
con la simple operación de agregar un elemento. Los infinitos
se muestran impermeables a la adición de cantidades menores
o iguales, como también al producto; por ejemplo, son válidas
las siguientes igualdades:

No + 1 K 0

K o + K o = Ko

Xo.No = No

ii. Ibid, clase del 1/6/72. La cita recuerda aquella definición de lonesco según la cual
si uno acaricia a un círculo obtiene un circulo vicioso. También merece desta­
carse que Lacan se refiera a una invención y no a un descubrimiento: quizás ello
no concuerde con el espíritu de Cantor, decididamente platónico (cf. con la alu­
sión a la naturaleza de las cosas que aparece en la cita de la página 88) .

97
L Ó G IC A y T E O R Í A D E C O N JU N T O S Pa b l o A m s t e r

Cabe entonces preguntarse: ¿cómo llegar a N, a partir de N0?


Más en general, si a es un cardinal, ¿cómo se puede obtener un
cardinal mayor que a?
La respuesta a esta pregunta va a echar alguna luz sobre otro de
los temas mencionados por Lacan en El saber...: la cuestión de los
subconjuntos o partes de un conjunto dado. Por ejemplo, para
X = {a, b, c, d, e},
el conjunto de partes de X se obtiene tomando todos sus subcon­
juntos, es decir:
P(X) = { 0 , {a}, {bj, ..., {a, b}, ... {a, b, c}, {a, b, c, d}, ..., X}
Para conjuntos finitos, es fácil ver que la cantidad de subcon­
juntos es siempre mayor que la cantidad de elementos del con­
junto original; la generalización de esta propiedad para conjun­
tos infinitos es la que permite ver que la lista de infinitos no se
detiene. Cantor probó, en efecto, que dado cualquier conjunto,
el conjunto de sus partes tiene un cardinal estrictamente mayor.
Esto puede verse de la siguiente manera: supongamos que X es
un conjunto de personas, y entonces los subconjuntos de X son
agrupaciones de personas de X, a los que podemos llamar “clu­
bes”. De esta forma, P(X) es el conjunto de todos los clubes po­
sibles. Vamos a ver que no existe una correspondencia biunívo-
ca entre X y P(X): procederemos por el absurdo, suponiendo que
existe una función uno a uno, que a cada elemento de X le hace
corresponder un elemento de P(X), y viceversa.
Para fijar ideas, podemos suponer que a cada persona x perte­
neciente a X le hacemos corresponder un club A(x), al que deno­
minamos “club de admiradores de x ”. Este club de admiradores
podría ser vacío, como ocurre con las personas no muy admira­
bles; lo que veremos es que forzosamente hay algún subconjun­
to de X que no puede ser club de admiradores de nadie. Para ello,
dividiremos a los buenos ciudadanos de X en dos clases:
Los fanfarrones, que pertenecen a su club de admiradores.
Los modestos, que no pertenecen a su club de admiradores.
A modo de “barbero” de Russell, vamos a construir el subcon­
junto de X formado por todas aquellas personas de X que no per­
tenecen a su club de admiradores, es decir:
B= {xeX :xeA (x)}

98
L A D E M O S T R A C IÓ N D IA G O N A L : U N A C R U Z A D A C A N T O R IA N A

Si suponemos que la aplicación A es uno a uno, existe un ele­


mento b en el conjunto X tal queA(Z>) = B. Pero entonces fe tiene
<|ue ser fanfarrón o modesto, lo cual no puede ocurrir, yaque:
Si b es fanfarrón, entonces b pertenece a B, que es el club
de los modestos (absurdo).
Si b es modesto, entonces b no pertenece a B, que es el
club de los modestos (absurdo).
lista contradicción muestra que ninguna función de X a P(X)
puede ser biunívoca.
El conjunto potencia se puede expresar también con ayuda de
l.i noción defunción característica, que consiste en rotulara cada
i·Iemento d e X c o n u n o o u n ise g ú n pertenezca o no a cierto sub-
conjunto A del mismo. Por ejemplo, tomando X como antes, la
función característica del subconjunto A={a, d, e} está dada por

a —> 1
b 0
C —> 0
d 1
e —» 1

Esta identificación entre subconjuntos de X y secuencias de ce­


ros y unos se pone de manifiesto en la siguiente frase de Lacan

...la Verdad puede construirse solamente a partir de o y de i...12

Ya que hemos hablado de círculos viciosos, no estaría mal in-


l roducirnos ahora un poco en otro vicio, el del juego. En tal con­
texto, el ejemplo anterior se puede pensar de la siguiente mane­
ra: para cada elemento de un conjunto X se arroja una moneda;
si sale cara anotamos i, y o si sale ceca. La secuencia de tiradas así
definida determina un subconjunto de X constituido por aque­
llos elementos cuyo resultado es i; siendo dos los resultados po­
sibles, es fácil ver que si X tiene n elementos, entonces el conjun­
to de sus partes tiene 2" elementos. Ello justifica el otro nombre
por el que también se lo conoce: conjunto potencia'3.

12, Ibid, clase del 1/6/72.


13. En la clase mencionada Lacan hace una distinción entre partes y particiones,

99
L ó g ic a y t e o r ía D E CO NJU NTO S I' a i i i .o A m s t iír

No resulta aventurado imaginar ahora que tiramos la moneda en


forma sucesiva un número infinito de veces; lo que obtenemos no
es otra cosa que una sucesión (infinita) de ceros y tinos, que define
un subconjunto de los naturales. Ahora bien, si apelamos a la es­
critura binaria, el resultado de tal secuencia puede pensarse como
la mantisa de un número real, lo cual permite ver (con cierto cui­
dado) que la cantidad de subconjuntos de los naturales es igual a
la cantidad de números reales, habitualmente denotada con una c
(continuum). De acuerdo con lo dicho se tiene, entonces:
2s'o = C
Al comienzo hablamos de cierta “desazón” pitagórica; corres­
ponde efectuar ahora una breve referencia a otra, acaso más des­
garradora: la desazón cantoriana. Se trata de una cuestión muy
fácil de plantear, que ha quedado flotando en el aire a partir de
la última fórmula: ¿existe algún infinito que sea mayor que N0
pero menor que c? En caso contrario, es claro que podríamos ha­
ber escrito directamente
2Xo = K,
Esto es lo que Cantor hubiera deseado, e intentó con todas sus
fuerzas demostrarlo. Sin embargo no pudo; y la cuestión se man­
tuvo en suspense por muchos años. Tal igualdad es conocida aún
hoy como la hipótesis del continuo; las dudas sobre su validez se
resolvieron hace pocas décadas y no precisamente en la forma en
que Cantor soñó. En 1963 el lógico Cohén demostró que la hipó­
tesis del continuo es indecidible; vale decir, que los axiomas de la
teoría de conjuntos no permiten demostrarla ni refutarla. Y eso,
para un buen platónico, no puede sino constituir una verdadera
desazón, o cuanto menos una perplejidad’4.

a las que entiende como las distintas formas de separar en dos el contenido de
un conjunto (en tal sentido, una denominación más precisa sería biparticio­
nes). Por ejemplo, para X como antes, se puede definir la partición dada por
(a, d, e) y jb, c}. En general, cualquier subconjunto A determina una partición
de X, que resulta ser la misrna que determina su complemento X-A; en conse­
cuencia, el total de particiones de un conjunto de n elementos es exactamen­
te la mitad del número total de subconjuntos, vale decir: 2"'1
14. En realidad, Godel había probado en la década del treinta la imposibilidad de
refutar la hipótesis del continuo; Cohén probó luego que los axiomas de la teo­
ría de conjuntos tampoco bastan para demostrarla. La conjunción de ambos re­
sultados otorga a dicha hipótesis su carácter indecidible.

IO O
Ca p ít u l o 5

La v id a s in la b o l s a :
AUTORREFERENCIA Y
TEOREMAS DE GÓDEL

En este capítulo se presentan algunos de los resultados de G6-


1leí, de fundamental importancia en el marco de la Lógica Ma-
Iemética. Y no sólo allí: a pesar de referirse a cuestiones suma­
mente formales, estos admirables teoremas han encontrado re­
sonancias en los más diversos campos, tales como la Filosofía o
l.i Lingüística. Claro que no siempre tales “resonancias” han lo­
grado mantener el rigor de los trabajos que las motivaron, aun­
que muchas de ellas son interesantes, y les dedicaremos un lu­
gar en las próximas páginas.

U n o . Brev e r e f e r e n c ia s o b r e Ep im é n id e s .

El título de esta primera sección hace que el lector espere una


referencia, quizás del estilo:

Epiménides: poeta cretense del siglo VI antes de Cristo, autor


de la conocida paradoja que lleva su nombre.

Es decir, la biografía (verdaderamente breve) de un antiguo


poeta. Se nos hace saber, además, que ha sido Epiménides el au­
tor de la paradoja de Epiménides, información que francamente

101
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s I ’a i u .o A m s t e r

parece un tanto trivial. Pero veamos en qué consiste la tal “cono­


cida paradoja que lleva su nombre”:
Todos los cretenses son mentirosos.
Hay que admitir que la frase no suena del todo mal: si nos di­
jeran que la pronunció Borges, o Cervantes, pensaríamos que es
apenas una opinión -algo crítica- acerca de ciertas costumbres
de los cretenses. Pero distinto es cuando el que la pronuncia es
cretense; de allí la importancia de la referencia a su autor. Con
todo, la paradoja de Epiménides no es una paradoja: en efecto,
para que no todos los cretenses sean mentirosos, basta con que
al menos uno no lo sea. Es concebible, entonces, una isla de Cre­
ta poblada por algunos mentirosos (entre ellos Epiménides) y
otros que no lo son: semejantes hipótesis nos mantienen a flote
de cualquier contradicción, y lo único que podemos concluir es
que el cretense nos ha mentido.
En el razonamiento anterior podemos observar un factor de­
terminante a la hora de deshacer la presunta contradicción: el
“no -todos”, que equivale a “algunos-no”. Digamos que lo que ob­
tura la aparición de la paradoja es la posibilidad de que existan
cretenses de ambos tipos, tanto mentirosos como veraces, per­
mitiendo que Epiménides sea mentiroso y a la vez su afirmación
universa] sea falsa. En consecuencia, la contradicción se “recu­
pera” si ponemos como condición que todos los habitantes de la
isla deben ser de un mismo tipo. Más fácil todavía, podemos su­
poner que tiene un único habitante, Epiménides... sólo que en
tal caso “ser cretense” equivale a “ser Epiménides”, de modo que
su afirmación se reduce a una fórmula más que sencilla:
Epiménides es mentiroso.
A esta altura, tampoco hace falta seguir insistiendo con Epi­
ménides; la paradoja se produce cuando cualquier persona X
afirma que
X miente.
O, más directamente, si yo mismo digo:
Miento.
Si digo la verdad, miento; si miento, es mentira que miento
y entonces digo la verdad: como se ve, esta paradoja es bien im­
personal, de modo que se le podría atribuir el nombre de Borges,
I,A V I D A S I N l,A B O L S A : A U T O R R I i l 'E R E N C I A Y T E O R E M A S D E G Ó D E L

«•I de Cervantes, o uno cualquiera. Conserva -a modo de home­


naje- el original de Epiménides, si bien se la conoce también en
i icrlos ambientes como “paradoja del mentiroso”: una forma ca­
balleresca de no quedar mal con nadie.*

D o s. B rev e r e fe r e n c ia so b re la r e fe re n c ia :
Q uine y Gó del

I ,a paradoja de Epiménides no parece demasiado crucial como


asunto del lenguaje: los hechos nos demuestran que el lenguaje
funciona aceptablemente bien. Se puede hacer uso de él, convi­
viendo con esa y tantas otras paradojas que existen.
En la Matemática, dijimos, la situación es distinta. No por­
tille -estrictamente hablando- no se pueda convivir con una pa­
radoja, pero los resultados de esta convivencia son más bien des­
agradables: si un sistema cobija a una paradoja (vale decir, es in­
consistente) entonces es posible deducir cualquier cosa. Y eso lo
destruye, o mejor dicho lo trivializa: de nada sirve un sistema en

i Cabe aclarar que en todas estas argumentaciones se emplea el supuesto de que


si una persona es mentirosa entonces miente siempre, y si no lo es entonces no
miente nunca. Para evitar estas molestas convenciones se puede recurrir a una
forma de la paradoja que fue propuesta por los megáricos: “estoy mintiendo”.
Como sea, el argumento es siempre el mismo, más allá de que hayamos llamado
a la paradoja de muchas formas diferentes. El matemático francés H. Poincaré
definió a la Matemática como el arte de denominar de la misma forma a cosas
distintas; nuestra nominación parece reflejar una actitud opuesta, que resulta
quizá más acorde con el siguiente diálogo, protagonizado por una atormentada
Alicia en A través del espejo:
- El nombre de la canción se llama “Haddocks' Eyes”
- Así que ese es el nombre de la canción, ¿no? -preguntó Alicia, que co­
menzaba a sentirse interesada.
- No. Veo que no me entiende. Asi es como se llama el nombre. El nom­
bre en realidad es “The Aged Aged Man”.
- Entonces lo que tendría que haber dicho -dijo Alicia corrigiéndose- es
que así es como se llama la canción ¿no?
-¡No! ¡ Es algo totalmente distinto! La canción se llama “Ways and Means”;
pero eso es sólo lo que se le llama.
- Bien. Entonces, ¿cuál es la canción? -preguntó Alicia, que a estas altu­
ras se hallaba ya sumida en completa perplejidad.
- A eso iba -dijo el Caballero En realidad la canción es “A-sitting On a
Gate”.

103
I

L Ó G IC A y T E O R Í A D E C O N JU N T O S l ’A U L O A M S T 'E R

donde cualquier desatino sea demostrable. Como sea, la parado­


ja del mentiroso no debería inquietar en tanto simple juego de
palabras, si pensamos que en la Matemática nunca vamos a en­
contrar una proposición que diga “miento”.
Parece poco sensato contentarse con un argumento tan débil
del tipo “No hay peligro, igual las proposiciones no hablan”; sin
embargo, hasta el siglo XIX no había mayores motivos de alarma.
La vida debía ser muy reposada por esos tiempos, en los que Ma­
temática y Lógica conservaban una respetable distancia. Pero es
de sobra conocido el desarrollo que esta última “ciencia” ha te­
nido a partir de que Kant la diera por concluida2: hoy en día, sus
métodos son tan similares a los de la Matemática que para mu­
chos se trata de una única disciplina. Tal es la postura de la escue­
la logicista, a la que pertenecieron el matemático alemán Gottlob
Frege y el inglés Bertrand Russell; sin embargo, existe un teore­
ma famoso que acabó en cierta forma con las aspiraciones de di­
cha escuela, dando por tierra con su obra cumbre, los Principia
Mathematica. Un teorema casi inocente, demostrado en 1931 por
el austríaco Kurt Gódel, basado en una idea antigua, una lejana
paradoja: la paradoja de Epiménides.
¿Cómo es esto? ¿No habíamos quedado en que las proposi­
ciones no hablan? En realidad, no es difícil imaginar proposi­
ciones parlantes, en especial si tenemos en cuenta el frecuente
uso que hacemos de la prosopopeya cada vez que anunciamos,
por ejemplo:
El teorema de Pitágoras dice que...
En consecuencia, no es este aspecto del teorema de Gódel el
que pueda hacer presumir algo artificioso en su construcción; lo
difícil es lograr en un lenguaje formal que una proposición hable
de sí misma y, más aun, que hable de su propia veracidad3. Para
entender el teorema de Gódel, será conveniente explorar la pa­
radoja más a fondo, lo que nos llevará a tratar el tema de la refe­
rencia. En especial, vale la pena comentar algunas ideas de otro
importante lógico: William Van Orman Quine.

2. Ver el capítulo 1.
3. Merece una consideración especial la fórmula Hablo, miento, propuesta por al­
gunos autores (por ejemplo, Foucault) con la evidente intención de parafrasear
al Pienso, soy cartesiano. También cabe recordar la frase famosa de Lacan, que
hace hablar nada menos que a la verdad: Vo, la verdad, hablo.

104
I.A V I I I A S I N I.A B O L S A . A U T O R R E F E R E N C I A Y T E O R E M A S D E G Ó D E L

Para traducir nuestras mejores mentiras al lenguaje formal,


podemos comenzar por la oración
Esta proposición es falsa,
que l iene algunas ventajas sobre el enunciado original, pues nos
.iliorra aquellos supuestos adicionales de que los mentirosos
mienten siempre y los veraces no lo hacen nunca. Hay que no-
i.ii (|ue la nueva formulación introduce un elemento significa­
tivo: la partícula “esta”, que merece unas cuantas consideracio­
nes. Sin emprender un estudio exhaustivo de esta palabra, po­
demos decir que en general refiere a algo fácil de identificar por
t|iiien lee o escucha: algo accesible, ya sea por su proximidad en
el discurso, o simplemente porque se manifiesta de algún modo
1 1irecto. Por ejemplo, a los sentidos, observación que carece des-
de luego de importancia dentro de los lenguajes formales. Como
sea, podemos admitir en ella cierto carácter de abreviatura: si de-
( irnos “esta mesa”, en realidad estamos resumiendo la expresión
"la mesa que estoy señalando”, o “la mesa de la que vengo hablan­
do”. Así, la frase
Esta mesa tiene cuatro patas
puede pensarse como una condensación de
La mesa que te estoy señalando tiene cuatro patas.
Cuando se efectúa una operación similar, pero en vez de ha­
blar de una mesa hablamos de una oración del lenguaje, por lo
general intercalamos unas comillas:
La frase “Esta mesa tiene cuatro patas” tiene cinco palabras.
El espacio que está dentro de las comillas es en cierto sentido
ilegible, corno sugieren algunos de los autores que se han toma­
do el trabajo de destacar la diferencia entre “uso” y “mención”4.
Volviendo al tema, cuando decimos
Esta proposición es falsa,
aparece un problema, ya que la frase se refiere a sí misma, y en­
tonces la operación de “descondensar” se vuelve imposible. Aquí
el pronombre demostrativo remite justamente a la proposición
que lo enmarca; al intentar reemplazarlo, obtenemos:
La proposición “Esta proposición es fa lsa ” es falsa.
4. Ver, por ejemplo Quine, 1984 y Davidson, 1990.

105
L Ó G IC A y T E O R ÍA D E C O N JU N T O S Pa u l o A m s t e r

Pero nuestra tarea no termina, pues quedan aún envoltorios


por abrir:
La proposición “La proposición “Esta proposición es fa lsa ” es
fa lsa ” es falsa,
y así sucesivamente:
La proposición “La proposición “La proposición “La proposi­
ción”... es fa lsa ” es fa lsa ” es falsa” es falsa.
Una proposición nunca puede contenerse a sí misma por com­
pleto. No sólo para satisfacer a los lógicos; hay que pensar inclu­
so en un problema de longitud, pues una frase no puede exceder
a su contexto. También podemos hacer uso de un nombre:
p: “La proposición p es falsa”5.
El problema de la cita ha sido tratado por Quine6, quien ade­
más ideó una variante de la paradoja que es mucho más fácil de
pensar como operación formal. Para comenzar, tomemos una
oración, y hagámosla preceder por su propia cita; con las comi­
llas correspondientes, claro está:
“Gato” gato.
“Esta mesa” esta mesa.
Hasta el momento el juego no parece tener mucha gracia, aun­
que hay ejemplos más interesantes:
“Tiene tres palabras” tiene tres palabras.
“Es una oración sin sujeto” es una oración sin sujeto.
Esta última oración nos lleva a observar que los mejores resul­
tados se obtienen si aplicamos la operación a una de aquellas fór­
mulas “abiertas” mencionadas en el primer capítulo: las funcio­
nes proposicionales. Recordemos que en una oración del tipo
f[x) = “x es un hombre”,
se tiene aquella partícula x denominada variable libre, que es la res-

5. La efectividad de esta acción muestra que un nombre resume una infinitud: esto
es una obviedad, aunque como veremos en el capítulo 7, la existencia de un Nom­
bre impronunciable deja claro que el asunto es menos trivial de lo que parece. Cabe
aclarar que estas especulaciones no son excluyentes del lenguaje natural o los len­
guajes formales, que son los que nos conciernen en el presente texto.
6. Vale la pena citar, por ejemplo, sus Notas acerca de la teoría de la referencia, en
Quine, 1984.

lO Ó
I .A V I D A S I N L A B O L S A : A U T O R R E F E R E N C I A Y T E O R E M A S D E G O D E L

Iinusable exclusiva de que/no sea digna de llamarse “proposición”


Itucs no resulta verdadera ni falsa. Sin embargo, pasa a tenervalor de
verdad si reemplazamos a x por cualquier elemento del universo:
/{Sócrates) = “Sócrates es un hombre”
J\EI ratón Mickey) = “El ratón Mickey es un hombre".
Usté burdo ejemplo nos muestra que el hecho de que una propo­
sición sea bien formada nada tiene que ver con su valor de verdad.
Volviendo a la operación propuesta por Quine, parece bastan-
i o claro que el éxito que tuvimos al aplicarla a ciertos casos como
el de “tiene tres palabras” resulta un tanto precario: a decir ver­
tí. id, la obtención de una oración coherente puede considerarse
poco menos que una casualidad, o quizá un milagro. La mayoría
de las veces el resultado es disparatado, hecho que con el tiempo
nos ayudará a comprender que una variable no se puede sustituir
l>or cualquier cosa.
La paradoja de Epiménides en la modernizada versión de Qui­
ne se logra mediante un forzamiento, cuando se insta (...o me­
jor: se in-cita) a preceder por su cita a la frase “produce falsedad
t uando es precedida por su cita”:

“Produce falsedad cuando es precedida por su cita” produce


falsedad cuando es precedida por su cita.

Queda para diversión del lector ensayar los posibles (...o me­
jor: imposibles) valores de verdad de esta oración.

T r e s . P r o p o s ic io n e s in d e c id ib l e s y t e o r e m a de
Gó d el

Por más ingeniosa que resulte la formulación de Quine, tal


como la hemos presentado, no pasa todavía de ser un simple di-
vertimento del lenguaje; sin embargo, valiéndonos de ella vamos
a añadir un poco de espíritu cretense a los serios sistemas forma­
les. Esto es lo que hizo Gódel, quien encontró una refinada ma­
nera, dentro de los denominados lenguajes de prim er orden, de
lograr que ciertas proposiciones hablen de sí mismas. Ante todo,
veamos el enunciado del famoso teorema (Gódel, 1931):

107
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s l’AULO A m STER

Si un sistem a axiom ático para la teoría de núm eros es


consistente,entonces contiene proposiciones indecidibles.

Por teoría de números entendemos aquí la Aritmética común


y corriente, la de los números naturales. En cuanto a las proposi­
ciones indecidibles, son aquellas cuya verdad o falsedad no pue­
de demostrarse. Claro que ello no significa que no sean verdade­
ras o falsas; a modo de ejemplo, consideremos la frase:
p: “p no puede ser demostrada”.
Las características de está oración son similares a la paradoja
de Epiménides, aunque hay una sutil diferencia: demostrable no
es lo mismo que verdadera. Si un enunciado puede demostrarse
tiene que ser verdadero (esta propiedad lógica se denomina “co­
rrección”), pero es concebible la existencia de verdades no de­
mostrables. Más que concebible, dicha existencia fue justamen­
te demostrada por Gódel para una gran clase de sistemas forma­
les. El mecanismo es, en líneas generales, el mismo que se pro­
duce a partir de la paradoja de Epiménides:
Si p es falsa, puede ser demostrada. Pero en tal caso p es verda­
dera, lo que es absurdo. Por consiguiente, p no puede ser falsa, y
de este modo concluimos q ue p es verdadera.
Vale la pena recordar aquella fórmula latina que suele aparecer
en los textos antiguos a modo de nota triunfal, al final de las demos­
traciones: Q.E.D., iniciales de Quod Erat Demonstrandum (lo que se
quería demostrar). Sin embargo, en nuestro caso la conclusión no
es tan bienvenida; a tal punto que en realidad deberíamos decir:
p es verdadera, Quod Non Erat Demonstrandum
¿Cuál es el motivo de tan amargo desaliento? Muy sencillo: al
demostrar que p es verdadera no hicimos otra cosa que verificar
que p es demostrable, lo que nos lleva en forma irremediable a
un nuevo absurdo.
Algo acostumbrados ya a los fracasos, podríamos pensar que
este nuevo sinsabor nada agrega a nuestra experiencia: al fin y al
cabo, hemos tenido bastante con Epiménides. Sin embargo, hay
algo nuevo para decir en torno a la noción de “demostrable”, que
en nuestro argumento no resulta del todo clara. Nuestra vida dia­
ria está plagada de enunciados que sabemos verdaderos, aunque
no podemos probarlos: por ejemplo, en el transcurso de un juicio,

108
La v id a s in l a b o l s a : a u t o r r e f e r e n c ia y t e o r e m a s d e Gô del

aunque estemos seguros de quién es el culpable, debemos probarlo


(lentro de un marco determinado, siguiendo ciertas reglas. A na­
die convenceremos si nos ponemos a vociferar ante los jueces “el
asesino fue ese, señores; créanme”, aunque para nosotros se trate
ile una verdad indiscutible. Por eso, la paradoja anterior se desha­
ce al restringir el concepto de demostrabilidad a un sistema:
p: “p no puede ser demostrada en el sistema X ”.
El comienzo parece casi rutinario: suponemos que p es falsa,
llegamos a una contradicción, y entonces concluimos que p es
verdadera. Pero ahora la “demostración” de que p es verdadera no
l iene por qué ajustarse a las reglas del sistema X, y eso nos pone a
salvo de la paradoja. En otras palabras: puede ocurrir que el sis-
lema X no sea lo suficientemente poderoso como para producir
dicha demostración, y que/) sea una verdad indemostrable en X.
I ,a “visión” de que p es verdadera proviene desde fuera de X.
Ahora, ¿qué ocurriría si el sistema X resultara “suficientemen-
I e poderoso”? En tal caso, veríamos otra vez surgir a la paradoja,
y el poderoso X se volvería inconsistente7.
De lo anterior se desprende que hay sistemas que tienen más
'poder” que otros, en el sentido de que permiten demostrar más
leoremas. En este contexto, se entiende que un sistema es bastan­
te poderoso cuando contiene como mínimo a la Aritmética; el me­
canismo de Gódel permite mostrar que en cualquier sistema así es
posible construir una fórmula que afirme su propia indemostrabi-
lidad dentro del sistema. Esto da lugar a dos opciones: o bien la fór­
mula es indecidible, y el sistema es incompleto, o bien el sistema es
inconsistente. Pero esto último es, como anticipamos, francamen­
te indeseable, pues entonces toda la aritmética se viene abajo: por
más que sea imposible llegar a una verdad definitiva a este respec­
to, todo el mundo prefiere tener fe en que la aritmética -y con ella,
la matemática- funciona. Lo que probó Gódel es que, de ser así,
entonces es incompleta. A esto hay que resignarse, pues es preferi­
ble la incompletitud a la inconsistencia; al menos en la Matemáti­
ca clásica, en donde perder consistencia es perderlo todo. En otras
palabras, la el ección entre las dos alternativas que ofrece Gódel pue­

7. Queda claro que decir “se volvería” es sólo una manera de hablar. La inconsisten­
cia existe desde antes; en todo caso, su hallazgo a partir de una paradoja puede
compararse a aquello que en la enseñanza lacaniana se denomina après coup.

109
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s I’a b l o A m ster

de verse como “forzada”, casi tanto como la célebre disyuntiva cuya


formulación cautivó a Lacan: la bolsa o la vida.
Los párrafos anteriores nos han llevado a comprender un he­
cho que es irreparable: la demostrabilidad es más débil que la
verdad. Para asegurar la verdad de ciertas afirmaciones, sólo ca­
ben demostraciones fuera del sistema: algunas resultarán convin­
centes, como la anterior demostración de p\ otras tendrán, quién
sabe, un carácter algo más místico.

C u a t r o . ¿C u á l e s e l t ít u l o d e est a s e c c ió n ?

Antes de seguir con los sistemas formales veremos una versión


no formal del “efecto Gódel”, adaptada de un libro de lógica re­
creativa de Smullyan que se llama: ¿Cómo se llama este libro?*.
El ejemplo es muy sencillo, pero puede formularse de un modo
nada tonto en la teoría de conjuntos.
Consideremos una isla -bien podría ser Creta- poblada por
mentirosos y veraces, a los que Smullyan denomina respectiva­
mente picaros y caballeros. Existe además una categoría especial
de caballeros, la de aquellos que “dan muestras de su caballero­
sidad”, con lo cual podemos trazar la analogía:
picaros = proposiciones falsas
caballeros = proposiciones verdaderas
caballeros probados = proposiciones demostrables
Los habitantes de la isla tienen una intensa actividad social,
que se desarrolla en distintos clubes, para cuya constitución se
dan las siguientes reglas:

1. Los caballeros probados forman un club.


2. Si C es un club, el conjunto de aquellos que no están
en C form a un club.
3. Si C es un club, existe algún habitante de la isla que
afirma pertenecer a C.

8. A tono con el “caballero” de la nota 1, debemos decir que el nombre en realidad


es “What Is the Ñame of This Book?”.

lio
I,A V ID A S I N l.A B O L S A : A U T O R R E F E R E N C I A Y T E O R E M A S D E G Ó D E L

Se empieza a percibir cierta atmósfera gódeliana, en especial


con la tercera regla, que autoriza, o más bien obliga a ciertas pro-
In»siciones hablar de sí mismas9. Dicho y hecho: la regla i nos ase­
gura que existe el selecto club de los caballeros probados; enton-
i es, según la regla 2, existe el club “complementario”, que agrupa
.1 lodos aquellos habitantes de la isla que no son caballeros pro-
hados. Debido a la regla 3 existe al menos una persona (a la que
llamaremos E) que afirma pertenecer a dicho club:

Pertenezco al club de
los que no son
caballeros probados

Ahora bien, si lo que dice E es falso, es un caballero probado:


absurdo, pues los caballeros no mienten. En consecuencia, E es
un caballero que afirma no ser probado caballero. Y eso es toda
una prueba; por cierto, tan caballero resulta E, que ha dejado que
nosotros demostremos este hecho, desde fuera de la isla... Hay
c|ue pensar que quienes la habitan no aprobarían nuestro razona­
miento, pues si lo hicieran E estaría dando una declarada “mues­
tra de caballerosidad” y su isla se iría a pique envuelta en la total
inconsistencia” . Desde el punto de vista de los isleños, la caba­
9. Señalemos de paso que la regla también les permite decir mentiras, pues el he­
cho de que una persona afirme pertenecer a cierto club no implica que realmen­
te pertenezca a él: podría tratarse de un picaro.
10. En relación a aquello de “irse a pique”, el filósofo de la ciencia A. Koyré afirma
justamente que la paradoja tiene un esquema de la causa sui, o mejor aun, del
suicidio. Eso nos lleva a preguntarnos si uno de los clubes de la isla no será el fa­
moso Club de los Suicidas de Stevenson, en el cual el “afortunado” que recibe el
As de Espadas (de Pique, en la baraja francesa) es "suicidado” por aquel a quien
el azar depara el As de Bastos. Como es conocido, Stevenson también escribió
sobre otras islas, en especial sobre la del Tesoro; vale entonces aplicar el juego
de palabras introducido por Rabelais sobre la vida “tesorífica” (trés-horrifique,
o muy horrorífica). Otro ejemplo famoso de clubesy paradojas es el de Groucho
Marx, quien afirmaba que “jamás sería miembro de un club que me aceptase a
mi como socio”. Tal afirmación motivó que el escritor Alain De Botton dedicara
un capítulo de su libro Essays in Love al análisis de aquello que denominó "po­
sición marxista", resumida en una insoluble contradicción:
¿Cómo pude haber deseado que Chloe me amara e indignarme con ella cuando
lo hizo?

111
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

llerosidad de E es indecidible, por más que se ponga a vociferar


tal como hicimos antes: “Soy caballero, señores; créanme”.
Como se ve, hay maneras muy simples de producir afirma­
ciones gódelianas: basta con la ayuda de unos pocos caballeros,
y una pequeña cuota de picardía.

C in c o . L o s l e n g u a je s f o r m a l e s

Páginas atrás dijimos que el truco de Gódel se basa en cons­


truir, dentro de la teoría de números, una oración que confiese (o
vocifere) no ser demostrable. Tal construcción es posible dentro
de cualquier sistema formal que contenga a la Aritmética; se tra­
ta de una cuestión estructural. Conviene entonces revisar las no­
ciones de sistema axiomático y de interpretación. La lógica mate­
mática trata a la demostración como un aspecto de la sintaxis, a
partir del concepto de derivabilidad; la interpretación está ligada
a la semán tica, e involucra particularmente a la verdad. Por ejem­
plo, un silogismo como los que vimos en la primera parte
Todo A es B.
x es A;
luego, x e s B
es correcto desde el punto de vista sintáctico, y conduce a resulta­
dos más que provechosos (aunque algo irritantes ya) en relación
a Sócrates y su mortalidad. Sin embargo, si se nos da por imagi­
nar que A denota a los triángulos rectángulos, B a los cetáceos y
x a Bertrand Russell, obtendremos:
Todo triángulo rectángulo es un cetáceo.
B. Russell es un triángulo rectángulo;
luego, B. Russell es un cetáceo.
Nadie podrá denunciar un error sintáctico: es claro que el re­
sultado, un tanto chocante, obedece tan sólo a una interpreta­
ción disparatada.
Profundizando un poco lo visto en la primera parte, vale la
pena mencionar que la sintaxis de los llamados lenguajes de
prim er orden se construye en base a un alfabeto compuesto por
elementos tales como las constantes, las variables, las conecti­
vas (conjunción, disyunción, implicación, negación, equivalen-

112
I .A V ID A S I N I,A II O L S A : A U T O R R E I · E K E N C I A Y T E O R E M A S D E G Ó D E L

i in), los cuantificadores 3 (existe) y V (para todo), y otros sím­


bolos (funciones, relaciones, paréntesis, etcétera). Existen tam-
Im'-n ciertas reglas de formación, que permiten manipular ade­
cuadamente a los símbolos del alfabeto para formar palabras y
i »raciones (términos y fórm ulas). Tales reglas sirven para decidir
■a una oración es bien form ada, una consideración a todas luces
previa al hecho de que al interpretarla pueda resultar verdadera
o falsa. Finalmente, se tienen las reglas de cálculo o de inferen­
cia, que permiten derivar ciertas fórmulas a partir de otras.
En tal contexto, se puede decir que una teoría no es otra cosa
que un conjunto arbitrario de fórmulas, denominadas axiomas.
Para que dicha teoría sea consistente, cada vez que una fórmula p
sea derivable de los axiomas, no podrá serlo su negación, pues si
lo fuera también resultaría derivable la temible contradicción p y
no p. La noción de consistencia es puramente sintáctica; nada tie­
ne que ver en eso la interpretación que, como dijimos, está del lado
de la semántica. A grandes rasgos, interpretar es fijar un universo,
en donde se “significan” las constantes, las relaciones y las funcio­
nes del lenguaje.
En el caso de la teoría de números, todo se puede definir a par­
tir de una constante (o) y una función (s), denominada sucesor
o siguiente. Así, de acuerdo con la interpretación “natural” que
todo el mundo imagina, o es justamente nuestro conocido nú­
mero cero, y el siguiente de un número x se piensa como x + i.
Esta actitud puede parecer algo tendenciosa, aunque el resulta­
do es más que razonable:
o se interpreta como “o ”
so se interpreta como “i ”
sso se interpreta como “2 ”
ssso se interpreta como “3”

Reducir todos los números a un lenguaje con una única cons­


tante y una única función ofrece una clara ventaja: se evita el te­
ner que trabajar con muchos (o infinitos) símbolos distintos, con
lo que las demostraciones se simplifican considerablemente. Pen­
semos por ejemplo en las reglas mediante las cuales aprendemos
-no sin cierto esfuerzo- a multiplicar en el sistema decimal: pri­

113
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m stek

mero debemos memorizarnos las tablas del o al 9, para luego apli­


car el conocido algoritmo:
1 2 4 3
x_______ 1 5
6 2 1 5
1 2 4 3
1 8 6 4 5

En nuestro sistema formal, en cambio, la multiplicación se


define de un modo muy sencillo (cf. capítulo 2), aunque no de­
masiado operativo:

R egla 1: x.o = o
R egla 2: x.sy = x + x.y

Esta definición, claro está, se apoya en el principio de inducción.


En efecto, la operación de multiplicar a un número x por cualquier
factor y está definida para todo valor de y, puesto que:
está definida para el o (por la regla 1).
si está definida para y, está definida para el siguiente de
y (regla 2).
De esta forma, está definida para el o, y entonces para el 1, el
2, el 3, y así sucesivamente.
El principio de inducción es uno de los axiomas que es preci­
so agregar a las reglas habituales del lenguaje formal para que la
Ari tmética pueda establecerse como corresponde. La lista más fa­
mosa de tales axiomas es la que vimos en el capítulo 2, dada a co­
nocer por el italiano G. Peano en 1889. Año que, escrito en nues­
tro nuevo (aunque algo tosco) lenguaje, se lee:

sss^.ssssO
1 88 9 eses

S e is . U n p a se m á g ic o

Dejando de lado los detalles técnicos, podemos asumir que ya


“contamos”: cuanto menos, contamos con una formalización para

114
I.A V I D A S I N L A B O L S A : A U T O R R E F E R E N C I A Y T E O R E M A S D E G Ó D E L

la teoria de números. Por otra parte, si nos dejamos guiar por la


I irme convicción de que los números naturales y la función de si-
guiente como “más uno” ofrecen una interpretación satisfacto­
ria, diremos entonces que los números naturales son un mode­
lo de la teoría. Ello no quita que uno pueda interpretar a la cons­
tante o como “Juan”, y a la función s como “el padre de...”: de allí
resultaría, por ejemplo,
sso = el abuelo (paterno) de Juan.
Cabe sospechar que Peano se sentía más atraído por los núme­
ros naturales que por la genealogía, ya sea de Juan o de cualquier
otro; como sea, para ver si esta peculiar interpretación satisface
los axiomas, deberíamos comprobar entre otras cosas que o no es
siguiente de ningún número: en otras palabras, que Juan no tie­
ne hijos". De los otros axiomas se deduce también que Juan tie­
ne infinitos antepasados, y unas cuantas propiedades semejan­
tes, que nos hacen pensar seriamente que el universo de perso­
nas que se obtiene dista mucho de ser un modelo. En todo caso,
sin duda no constituye una fam ilia modelo.
Pero si aceptamos como válida nuestra “firme convicción” ex­
presada en el párrafo anterior, la consistencia del sistema de Pea-
no estaría garantizada, y entonces el teorema de Gódel nos diría
que la Aritmética es incompleta. Aunque eso no es tan inmedia­
to; para probarlo hace falta encontrar, dentro de cualquier siste­
ma para la teoría de números, una manera de producir una frase
que diga no ser demostrable. Según mencionamos, las proposi­
ciones demostrables se llaman teoremas, así que en el fondo lo
que buscamos es una frase que hable de sí misma y anuncie:
G: “G no es un teorema de la teoría de números”.
En primer lugar, hay que encontrar una forma de que las propo­
siciones puedan hablar de su propia “teoremidad”. El problema es
muy diferente al de expresarse acerca de la verdad, sobre el cual la

u. Al menos, que no los tiene dentro del sistema. Por cierto, cabe la posibilidad de
que existan “hijos no declarados”: sin ir muy lejos, podemos pensar que o es en
realidad siguiente de -i, que sin embargo pertenece a un universo mayor (el de
los números enteros). Respecto de un objeto como sso resulta oportuna una vez
más la distinción que hace el caballero -aunque bastante picaro- de la nota i,
ya que "2” es el nombre del número. El número en realidad es "el siguiente del
siguiente de o”, pero de acuerdo con nuestra paternal interpretación no estaría
mal llamarlo The Aged Aged Man.

115
L Ó G IC A y T E O R ÍA D E C O N JU N T O S Pa b l o A m ster

intuición nos revela una dificultad: si las proposiciones pudieran


hablar de su propia veracidad, seguramente nos toparíamos con la
paradoja de Epiménides. En efecto, existe un teorema certero del
lógico Tarski (quien definió la semántica de los lenguaj es formal es)
que confirma estas sospechas: la verdad no es expresable. En cam­
bio, sí existe una forma, inventada por Godel, de expresar la teore-
midad. El ingenioso truco se basa en establecer una corresponden­
cia entre los símbolos de su lenguaje y los propios números natura­
les: a cada símbolo se le asigna un número (llamado número de Go-
del) que como tal resulta a su vez expresable en el lenguaje formal.
Para entenderlo, supongamos la siguiente correspondencia:

V (para todo) -» i
x -» 2
-l (negación) —> 3
s -» 4
o —> 5
--> 6
( ->7
) -> 8

De esta manera, un enunciado cualquiera de la teoría de núme­


ros, como (para todo x, no se cumple que el siguiente de x es o12)

V x _ 1 ( í ' x = 0 )
1 2 3 7 4 2 6 5 8

se traduce, símbolo por símbolo, a un número. A su vez, dicho nú­


mero puede escribirse dentro del sistema, en este caso median­
te 123742658 eses, y finalmente un lejano o.
Para hacer bien las cosas, hay que tener el cuidado de observar
que la correspondencia definida no ocasione equívocos: a partir
de fórmulas distintas deben obtenerse números distintos. Esta
aclaración, al margen de su obviedad, resulta importante: por
ejemplo, la clásica correspondencia
a - » 1, b -» 2, z -» 27

12. En otras palabras: o no es el siguiente de ningún número.


La v id a s in l a b o l s a :a u t o r r e f e r e n c ia y t e o r e m a s d e Gódel

podría provocar que un decodificador distraído se tope con la


palabra “restaba” (19-5-20-21-1-2-1) y por error lea “resbala” (19-
5-20-2-1-12-1), Existen casos célebres de este tipo de confusiones
(o mejor: resbalones), como el suscitado por la corrección grego­
riana del calendario, que en Inglaterra se llevó a cabo algún tiem­
po después que en otros países. Este hecho (que provocó, entre
otras cosas, que Cervantes y Shakespeare murieran en la misma
fecha, aunque con once días de diferencia) es una de las claves de
la novela El Péndulo de Foucault de Umberto Eco.
Pero una vez eliminadas estas ambigüedades, no habrá pro­
blemas si nos referimos indistintamente a una fórmula y a su nú­
mero de Gódel; tal identificación nos permitirá llevar a cabo la
operación ideada por Quine. A tales fines, basta con tomar a uno
de aquellos “predicados sin sujeto” como
<j>(x): x = sssso,
que en un lenguaje un poco más corriente se lee: “x es igual a 4”.
Procederemos ahora a “cerrar” a (j), sustituyendo a la variable x
por un elemento del universo: un número. Habiendo tantos para
elegir, podría creerse que es un capricho de nuestra parte emplear
precisamente el número de Gódel de la propia (j>,

x - s s s s 0
2 6 4 4 4 4 5

Caprichosa o no, la operación da por resultado una nueva fór­


mula:

sss...sssO = ssssO
264445 eses

En otras palabras, 2644445 es igual a 4. Esto es un completo


disparate, pero en algún sentido resulta inobjetable: mientras se
respete la sintaxis, cualquiera está en su pleno derecho de decir la
mentira que le venga en gana. En resumen, dada una fórmula con
una variable libre, por medio de esta “operación Quine” se obtie­
ne una nueva fórmula, cerrada y por lo general disparatada. Pero
la clave de todo el asunto reside en que Gódel ideó un modo de
transcribirá este lenguaje la fórmula antes mencionada,
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

produce falsedad cuando es precedida por su cita,


que en este contexto resulta algo así como:
(¡) (x) = “x produce un no-teorema cuando se le aplica la opera­
ción Q ”.
Hay que tener en cuenta que al identificar a las fórmulas con sus
números de Gódel, se puede pensar a Q como una operación que
se aplica directamente a los números'3; en particular, al aplicarla al
número de Gódel de la propia <j>, obtenemos una nueva fórmula:
G= “produce no-teorema cuando se le aplica la operación Q ”.
Para expresarlo de un modo más sencillo,
G = “Q((|>) no es teorema de la teoría de números”.
Ahora bien, G no es otra que Q((f>), de modo que su decir se
resume así:
G: “G no es un teorema de la teoría de números”.
Hemos fabricado a la anhelada oración indecidible. Se podrá
aducir que el procedimiento no está convenientemente justifica­
do, pues dijimos que Gódel “ideó un modo de transcribir”, sin dar
el menor detalle de cómo lo hizo. Sin embargo, aquí el recurso
extremo (“...señores, créanme”) se encuentra sostenido por diver­
sas demostraciones del teorema que el lector puede encontrar en
los libros de Lógica. La súplica no tiene otro fin que el de evitar al
lector una exposición que de otra forma se volvería fatigosa.

S ie t e . La l ie b r e d e M arzo

Podemos sentirnos satisfechos: aunque nos vimos forzados a


apelar a la confianza del lector, hemos logrado desarrollar el aspec­
to central del teorema de Gódel. Según mencionamos, existen di­
ferentes demostraciones, pero todas esconden de alguna forma la
seductora idea original de su primera versión. De cualquier modo,
al comienzo del capítulo hemos hablado de “teoremas” de Gódel;
no uno, sino varios. El que hemos expuesto es sin duda el que se ha
hecho más popular fuera de la Matemática, pues dejaal descubierto

13. En principio, la operación sólo sería aplicable a aquellos que resultan ser el nú­
mero de Gódel de una-fórmula con una variable libre, aunque es fácil extender
a Q de modo que esté definida para cualquier número.

118
La v id a s in l a b o l s a :a u t o r r e f e r e n c ia y t e o r e m a s d e Gó d el

las limitaciones en un terreno que todo el mundo transita, con ma­


yor o menor destreza: la aritmética. Pero hay otros resultados muy
importantes, que comentaremos en las próximas páginas.
Pocos años antes de su “idea seductora”, Gódel mismo había
demostrado un hecho fundamental en la Lógica, el teorema de
Completitud, que a grandes rasgos puede resumirse en un enun­
ciado tranquilizador:
Todo sistema consistente admite un modelo.
Encontrar un modelo constituye la manera más efectiva de pro­
bar que una teoría es consistente; gracias a este teorema sabemos
que, en caso de que lo sea, siempre existe uno. Esto se puede veri­
ficar, por ejemplo, con la isla cuyas simples reglas vimos antes'4.
Gódel efectuó otros aportes muy relevantes a la Lógicay la Teoría
de Conjuntos: entre ellos, sus resultados en relación al tema que, se­
gún mencionamos, constituyó los desvelos del genial Cantor: la hi­
pótesis del continuo'5. Pero ahora nos detendremos en otro teorema
que dem ostró pocos años después de su desconcertante teorema de
incompletitud (o indecidibilidad) de la Aritmética: se trata del no
menos desconcertante Segundo Teorema de Incompletitud.
Hasta el momento nos hemos dedicado a la paradoja de Epi­
menides; tan absortos estuvimos en la tarea que ni siquiera se
nos ocurrió preguntarnos acerca de la proposición contraria, no
miento, o bien:
Esta proposición es verdadera.
Quizás nos sintamos inclinados a no perder en esto ni un minu­
to, porque se trata de una frase de lo más inofensiva, que no mues­
tra el menor atisbo de contradicción. Pero este aire bonachón es

14. El lector merece aquí una ayuda. Por empezar, hemos visto que los axiomas de
Smullyan permiten deducir la existencia de al menos un caballero no probado (£).
Sin embargo, una isla poblada únicamente por E no sirve como modelo, pues las
reglas no se satisfacen. En efecto, en este caso el club de los caballeros probados
(CP) es vacío, y no habría habitantes de la isla que afirmasen pertenecer a CP lo
que contradice la regla 3. Podemos arreglar el asunto agregando a la isla un men­
tiroso (Ai), pues entonces alcanza con formar dos clubes, CP = 0 y NCP = { E, Ai);
M dice pertenecer a CP, y £ dice pertenecer a NCP. También podríamos haber agre­
gado un caballero probado, en vez de un mentiroso, pero las perspectivas de una
isla poblada sólo por caballeros no parecen muy interesantes.
15. En realidad, podría afirmarse que el asunto le provocó algo más que "desvelos”.
Cantor fue internado varias veces en una clínica psiquiátrica, en donde termi­
nó sus días en 1918.

11»)
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

apenas una fachada, ya que la verdadera esencia de esta frase “fin­


gidora” plantea una situación muy inquietante: no es posible de­
terminar si es verdadera o falsa. Este tipo de enunciado, llamado
“de Henkin”, en realidad es frecuente: consideremos por ejemplo
el siguiente diálogo, casi cotidiano en la isla de Smullyan,

— Usted, dígame, ¿es caballero o es picaro?


—Soy caballero.

Es claro: el carácter inevitable de la respuesta delata de inmedia­


to la inutilidad de la pregunta: el caballero dice ser caballero, por­
que no miente, y el picaro también, precisamente porque miente.
Es casi lo mismo que preguntar a alguien -por ejemplo, a un polí­
tico- si es una persona honesta. En relación a esto podemos recor­
dar aquella argumentación según la cual nadie es capaz de probar­
se a sí mismo que no está loco, pues caben dos posibilidades:
1) El individuo no está loco, y su demostración es correcta.
2) El individuo está loco, y su demostración es una locura.
El problema en el segundo caso reside en que la propia locu­
ra de esta persona la lleva a pensar que su demostración es de lo
más “cuerda”... Por supuesto que no se trata de una consideración
muy seria, aunque hablar de la locura nos pone a tono con la de­
safinada liebre de Marzo y el gato de Cheshire'6. La liebre está
loca porque es de Marzo, y marzo es, para las liebres, la época del
amor (en cuyo caso bien vale escribir Lieb-re, como regla mnemo-
técnica). Claro que eso no la obliga a estar al tanto de su locura;
el gato, en cambio, manifiesta ser un “loco probado”:

—¿Y cómo sabe que usted está loco?


—Para empezar -dijo el Gato-, un perro no está loco. ¿Aceptas eso?
—Supongo que sí -dijo Alicia.
—Bueno -siguió el Gato-, sabes que un perro gruñe cuando está
enojado y mueve la cola cuando está contento. Ahora bien, yo gru­
ño cuando estoy contento y muevo la cola cuando estoy enojado.
Luego, estoy loco.

16. Personajes de Alicia en el país de las Maravillas. Podríamos pensar que el más
“desafinado” de todos es el Sombrerero, que en el transcurso de una merienda se
pone a cantar como un desaforado; sin embargo, más que desafinar lo que hace
es “matar el tiempo”. Esto no es broma: se puede decir que casi pierde la cabeza
por ello (en este caso, literalmente: ver capítulo VII, Una merienda de locos).

120
La v id a s in l a b o l s a :a u t o r r e f e r e n c ia y teorem as de Gó d el

Nuestra primera reacción, naturalmente, será pensar que el


gato está loco como un Sombrerero; sin embargo, no tardaremos
en sospechar que en el alocado razonamiento hay “gato encerra­
do”. Para ver esto en detalle, debemos asumir una actitud similar
a la que sostuvimos en Creta, y de-cretar que:
los no-locos efectúan razonamientos válidos

y
los locos efectúan razonamientos inválidos.
Bajo estas condiciones, es claro que si el razonamiento del gato
fuera válido, tendría que estar loco y no loco al mismo tiempo.
La inevitable conclusión es que el gato está loco, aunque no por
los motivos que aduce. Cabe destacar que, tal como ocurre en El
tiempo lógico de Lacan, la conclusión es fruto de una “segunda
reacción” más que de una primera. Algo similar propone el es­
critor Macedonio Fernández con su concepto del no-enseguida-
chiste, del que brinda algunos ejemplos:

Era tan feo que hasta los que eran más feos que él no lo eran tanto.

Faltaron tantos, que si faltaba uno más no cabía.

La felinesca situación antes descripta guarda cierta analogía


con la demostración del primer teorema de Gódel. Aunque el
planteo es ligeramente distinto:
G: “La negación de G es teorema de la teoría de números”,
Esta frase afirma la “teoremidad” de su negación, del mismo
modo que el gato afirma la cordura de su locura. Si G (antes por
Gódel, ahora por Gato) fuera verdadera, su negación sería un teo­
rema y en consecuencia verdadera, lo que es absurdo. Entonces
G es falsa y su negación no es un teorema: en otras palabras, el
gato está loco, aunque su demostración no es válida dentro del
sistema. Resulta oportuno señalar, una vez más, la distinción en­
tre demostrabley verdadero, que no parece importar al joven An-
gus, personaje de un cuento de Chesterton:

—(...) Es horrible. Debo de estar loca.


—Si usted estuviera loca realmente -contestó el joven-, creería us­
ted estar cuerda.

121
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

Así como el gato de Cbeshire nos había recordado al primer


teorema de Gódel, este diálogo nos re-cuerda a la angus-tiante
paradoja de Epiménides. Es hora de decir que el otro argumen­
to, según el cual nadie puede probar su propia no-locura, es una
versión elemental del segundo teorema de Gódel, que dice:
Ningún sistema poderoso es capaz de probar
su propia consistencia.
En definitiva: no sabemos si la Aritmética es consistente; em­
pleando medios aritméticos nunca podremos probarlo ...O peor
todavía; no sabemos si la Teoría de Conjuntos es consistente.
Tenemos una gran confianza en su comportamiento, pero con
estas cosas nunca se sabe. Eso sí, quizás se pueda esperar algu­
na “prueba exterior” de su consistencia; lo que ocurre es que di­
cha prueba tendría realmente el carácter de una revelación. No
es casualidad: en todo sistema religioso o filosófico hay algún
axioma arbitrario, alguien que desde fuera nos ofrece una “ga­
rantía de verdad”.
Bajo esta idea se entiende mejor aquella frase de Einstein so­
bre el “metafísico domesticado” (ver el epígrafe del libro), o esta
otra observación del matemático Weyl:

Dios existe, porque la Matemática es consistente;


el Diablo existe, porque no podemos demostrarlo.

O cho. Au to rretrato d e m í m is m o

Hace algunos años, andaba yo siempre con una libretita y lá­


piz para anotar todo. Allí encontré lo siguiente:

Yo no he muerto; porq ue como ando siempre con una libretita y lápiz


para anotar todo, si me hubiera sucedido eso lo tendría apuntado.

La frase es, una vez más, de Macedonio Fernández, aboga­


do metafísico y autor de diversas “autobiografías por encargo”.
En una ocasión, acusó severamente a Mark Twain de plagio,
por haberse anticipado a sus ideas. La acusación es grave; del
mismo tenor que la de Antonin Artaud hacia Lewis Carroll: “El

122
I .A V I D A S I N L A B O L S A : A U T O R R E F E R E N C I A Y T E O R E M A S D E G Ó D E L

¡ilbberwocky es un plagio edulcorado de un poema por mí es­


crito”. Sin embargo, el propio Macedonio cayó en la tentación
ele hacer uso de ciertos recursos gódelianos varios años antes
del descubrimiento de los teoremas de Gódel. Más tarde tam­
bién otros autores emplearon recursos “m acedónicos”, aunque
sin acusarlo; gran delator resultó en cambio Borges, quien de­
nunció en las aporías de Zenón un fiel bosquejo de El Casti­
llo de Kafka. En el fondo, lo de Twain es perdonable, si se tie­
ne en cuenta

...el terrible infortunio en que vivió todos sus años después de la


edad de ocho, cuando, bañándose con su hermano mellizo y en ex­
tremo parecido, ahogóse uno de los dos sin que nunca haya podi­
do saberse cuál ,'7

El triste episodio nos permite idear una nueva regla mnemo-


técnica, esta vez en lengua inglesa y con un matiz sumamente la-
caniano: Tw(A)inl8.
Ya que hablarnos de denuncias y delaciones, resulta oportuno
hacer alguna que otra “confesión" respecto de este trabajo. No tan­
to como para hacernos los h onestos (o caballeros), pues ya vimos
que eso a nadie convence; se trata, en cambio, de mostrar sobre
el texto los múltiples niveles de significación del lenguaje. Esto
viene a cuento de la importante diferencia entre decir y mostrar
establecida por el filósofo austríaco Wittgenstein, a quien no se
le escapan las limitaciones del lenguaje:

Lo que siquiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de


lo que no se puede hablar hay que callar9.

17. Podría pensarse que esta anécdota narrada por Macedonio en sus Papeles de Re-
cienvenido está inspirada en el texto Borges y yo, de 1960, en donde Borges ase­
gura que su vida es una fuga (de Borges), para concluir:
No sé cuál de los dos escribe esta página.
Macedonio murió en 1952, según consta en su libretita.
18. En realidad, twain (que actualmente significa “un par”) es la forma antigua de
twin (mellizo). El “matiz lacaniano” remite a ciertos conceptos planteados por
el psicoanalista francés tales como el del Otro barrado, etcétera.
19. Wittgenstein, 1994. Sobre aquello que el lenguaje no puede decir, ver también
el capítulo 7.

123
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa u l o A m sth h

Una sentencia así sólo puede ser producto de la aparición de las


paradojas, que suelen abusar de las fronteras entre lenguaje y me
talenguaje. Dichas fronteras fueron, dicho sea de paso, rigurosa
mente controladas por la escuela logicista. A fines de eliminar la
paradoja que lleva su nombre, Russell concibió una teoría, deno
minada teoría de tipos, en donde se definen múltiples niveles de
lenguaje o “tipos”, que no pueden mezclarse así nomás: los con­
juntos de un tipo sólo pueden ser elemento de conjuntos de tipos
superiores. Pero Gódel probó mediante su numeración que es po­
sible burlar cualquier frontera; al traducir las proposiciones a nú­
meros (elementos del universo), se provoca un enredo de niveles
que conduce al lenguaje a la más completa incompletitud. Como
vimos, la numeración de Gódel no sólo hace hablar a ciertas pro­
posiciones, sino que además les permite elegirse a sí mismas como
tema de conversación; por eso el ejemplo de Macedonio no dice
pero sí muestra un factor esencial en toda la construcción: la pri­
mera persona. En efecto, su frase perdería toda gracia si fuese:

Mi canario no ha muerto;porque como ando siempre con una


libretita y lápiz para anotar todo, si le hubiera sucedido eso lo ten­
dría apuntado.

En todo caso, nos parecería una justificación un tanto a-típi­


ca, pero no ilógica, al igual que un dictamen del estilo
Borges: “Epiménides miente”,
que sólo nos transmite lo que Borges opina de su colega creten­
se20. Para que la paradoja ocurra, es preciso que aparezca el Yo, de
un modo tan contundente como en la frase G de Gódel:
G: “Yo no soy un teorema de la teoría de números”.
Existen, en realidad, maneras sencillas de producir una pa­
radoja sin emplear la primera persona o, mejor dicho, la estric­
ta autorreferencia. En el último caso, basta con que agreguemos
un sincero reconocimiento de Epiménides en relación a los di­
chos de Borges,
Borges: “Epiménides miente”.
Epiménides: “Borges dice la verdad”.

20. En su Seminario IX, Lacan advierte: “Que sea Aristóteles quien toma cuidado de
revelar que Sócrates es mortal debe sin embargo inspirarnos algún interés...”
124
W "-----------------------------------------------------------------------
1,A VIDA SIN I.A BO LSA: A U T O R R E FE R E N C IA Y T E O R E M A S DE G Ó D E L

til argumento se reproduce cualquiera sea el número de pro-


IX>siciones; todo lo que hace falta es que en algún momento, una
de ellas vuelva hacia atrás,

p,: “p2 es verdadera”.


p2: “p, es verdadera”.

Pn-r “Pn es verdadera”.


pn : “p, es falsa”.

Observemos que cada una de las proposiciones por separado


es “inocente”, pues no se refiere a su propia veracidad; la parado­
ja aparece en cuanto tomamos la conjunción de todas ellas. Una
situación distinta se presenta en Las ruinas circulares de Borges,
en donde un hombre crea a otro hombre y todo va más o menos
bien hasta que descubre, hacia el final, que él también es crea­
do. La diferencia es clara: en este cuento se sugiere una cadena
-acaso infinita- de creadores, pero no hay paradoja. Es fácil in­
ventar una, volviendo la cadena hacia atrás:
x es creado por y, que es creado por z, que es creado por x.
En algún aspecto, esta delicada situación se asemeja a la que
se plantea mediante el denominado nudo borromeo, compuesto
de tres redondeles de cuerda, que parece paradójico... y sin em­
bargo, se sostiene:

el redondel a sobre el redondel b sobre el redondel c sobre el redondel a

Mediante un truco similar resulta el siguiente argumento pseu-


do-cartesiano:
...esa idea de un Dios creador que yo tengo ha de haber sido

125
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m ster

creada por alguien. El creador de esa idea, además, no puedo ser


yo, pues el Dios creador debe ser anterior a lo creado...
Párrafos atrás mencionamos nuestro propósito de efectuar
“confesiones”. La primera de ellas es casi innecesaria: se relacio ­
na con el uso deliberado de recursos que el lector puede inten­
tar desentrañar (en ese aspecto, el texto deja de decir). Otra, en
cambio, remite a una cuestión más oculta, y obedece a la casua­
lidad; tiene que ver con la numeración de las secciones de este
capítulo, que por un criterio caprichoso -por otra parte, impen­
sado- terminó convirtiéndose más bien en una “letración”. Más
tarde el capricho cobró sentido como un modo de evocar a la nu­
meración de Gódel y su mezcla de lenguajes: un modo elemen­
tal, por cierto, aunque pone en juego una actitud de lector, infre­
cuente en otra clase de textos.
Existen otros teoremas sobre el lenguaje que pueden probar­
se apelando a correspondencias entre cadenas del lenguaje y nú­
meros. En particular, un famoso resultado muy conectado al teo­
rema de Gódel se refiere a las computadoras, y los programas de­
nominados recursivos:
Problema de la detención (Turing): no hay un método infalible
capaz de determinar si un programa cualquiera se detiene o no.
Es fácil imaginar programas que sólo se detienen en cuan­
to pueden llegar a un resultado: por ejemplo, un programa que
busque el primer número primo mayor que 100, se detiene dócil­
mente al encontrar al 101. En cambio, un programa que busque el
mayor número primo no se detiene, pues tal número no tiene la
“inmensa bondad” de existir. Como sea, en ambos casos es muy
fácil determinar de antemano el comportamien to del programa;
lo que anuncia el resultado de Turing es que dado cualquier mé­
todo (o algoritmo) diseñado para predecir la detención o no-de­
tención se puede encontrar un programa capaz de burlarlo. Esto
es parte de una indecidibilidad más general que la de la aritmé­
tica, el Teorema de Church (1936), que nos previene sobre las li­
mitaciones de la Lógica:
No hay un método infalible que determine si una proposición
es un teorema o no.
Esto parece una mala noticia para Leibniz, cuyo proyecto de la
Characteristica Universalis aspiraba a una verdad formalizada, de

126
I.A V I D A S I N L A B O L S A : A U T O R R E F E R E N C I A Y T E O R E M A S D E G Ó D E L

modo tal que todas las discusiones filosóficas se pudieran trans­


formaren meras confrontaciones entre “contables”. Cualquierdis-
cusión sobre un tema espinoso, como por ejemplo la existencia de
I )ios, se resolvería fácilmente, tomando una tiza y diciendo:
Calculemos.21
Sin embargo, son muchos los que intuyeron las insuficiencias
del lenguaje: porejemplo, el prestigioso sabio Thaumasta, quien
retó al gran Pantagruel a librar un duelo intelectual bajo una cu­
riosa condición:

He aquí la forma en que yo entiendo qu e debemos discutir: no quie­


ro dispu tar pro et contra, como hacen los necios sofistas de esta villa
y otras; no quiero hacerlo tampoco a la manera de los académicos,
esto es, declamando, ni por números, como Pitágoras y como pre­
tendía Pico de la Mirándola en Roma. Quiero discutir sólo por se­
ñas, sin hablar, porque las materias son tan arduas que las palabras
humanas no bastarían para expresarlas a mi gusto.“

Ya que hablamos de cálculo (calculus = piedra) podemos re­


cordar aquella idea de Russell que también refleja las limitacio­
nes de los “poderosos”: ¿puede Dios crear una piedra tan pesada
que Él mismo no sea capaz de levantar?
Hemos visto que nadie es capaz de probar a sí mismo su propia

21. Según se relata en Tasic, 2001, Leibniz escribió que su aspiración era “hacer uno
mismo el argumento y el cálculo”. La Characteristica Universalis ha desperta­
do sumo interés entre los más ilustres autores: según cuenta Borges, Pierre Me-
nard llegó a dedicarle una monografía. Señalemos de paso que el Teorema de
Church podría expresarse en términos lacanianos de la siguiente forma:
Todo método tiene excepción,
o mejor aun:
EL método no existe.
22. Rabelais, Gargantúa y Pantagruel, libro tercero, XVIII. Pantagruel se tomó el
reto muy a pecho y se encerró con honda preocupación a repasara Beda, Ploti-
no, Proclo, Artemidoro, Anaxágoras y otros autores. Finalmente, el debate fue
asumido por su amigo Panurgo, quien derrotó a Thaumasta haciendo gala de
una notoria fluidez gestual. Otro sabio, recordado por Woody Alien, compren­
dió también las deficiencias del lenguaje, de modo que decidió llevar a cabo to­
das sus conversaciones, hasta las más íntimas, mediante banderas de señales.
Como sea, los teoremas deTarski, Church y Gódel constituyen una broma más
jocosa que ninguna otra a cualquier pretensión de completitud. Lacan se apoya
en Russell y Wittgenstein para postular su célebre sentencia:
La experiencia analítica demuestra: no hay universo de discurso.

127
L Ó G IC A y T E O R ÍA D E CO NJU NTO S Pa b l o A m s t iíh

consistencia, con lo cual todo sistema filosófico, por ejemplo el car


tesiano, requiere siempre algún a priori. Al margen del pintores­
quismo del genio maligno y la “dudosa” prueba de la existencia de
Dios, ni el suyo ni ningún sistema es sustentable lógicamente; en
rigor, la Lógica es incapaz de probar siquiera que exista algo'-3.
Esto nos lleva a una última confesión. En realidad, es la propia
incompletitud la que sostiene en gran medida a la pasión mate­
mática, aquella pasión que la acerca tanto a la actividad artística.
Al igual que la Verdad, ni la Matemática, la Música o la Poesía se
pueden reducir a un juego sintáctico de derivación. Por eso cuan­
do hablamos del segundo teorema de Gódel, allí donde dijimos
... o peor todavía, no sabemos si la teoría de conjuntos es con­
sistente,
hay un desacuerdo para confesar: el desacuerdo con ese “peor”.

E p íl o go , y n u ev a g ó d e l iz a c ió n .

Cuando un autor lee a su propia obra como lector, difícilmente


pueda cesar de incluir más y más confesiones; es conocida aque­
lla definición que dice: publicar es sólo una forma de dejar de co­
rregir borradores. Nuestra situación recuerda a la de aquel ora­
dor que es traducido a otro idioma, y al final de la charla, como
se trata de una persona considerada, dice:
Agradezco al señor X la traducción de mi discurso.
Pero el público no entiende el significado de esta frase, lo que
motiva una rápida traducción del eficiente señor X. Por eso, si el
orador es una persona realmente considerada, agregará:
Agradezco al señor X la traducción de la última frase.
El final (mejor dicho: el no-final) es previsible: la nueva frase
requiere a su vez los servicios de X, de modo que si el orador es
una persona extraordinariamente considerada... Al fin y al cabo,
tanta consideración puede volverse insoportable, salvo que ade­
más de considerado el orador sea -cosa un poco menos frecuen­
te- ingenioso: en tal caso, muy pronto encontrará una forma de
evitar la repetición infinita. En efecto, le basta con escuchar aten­
tamente la traducción de
23. cf. Quine, 1984.

128
La v i d a s i n i ,a b o l s a : a u t o r r e f e r e n c i a y t e o r e m a s d e Gódel

Agradezco al señor X la traducción de la última frase


y repetirla, sílaba por sílaba, en ese idioma que desconoce pero del
i|ue acaba de aprender la oración salvadora. La salvación le llega,
como a todo buen “orador”, en cuanto logra ponerse fuera del siste­
ma; de otra manera no puede haber una traducción última. Algo si­
milar ocurre con la secuencia de confesiones en que nos vemos en­
vueltos ahora. Por ejemplo: ¿qué estatuto dar a esta nueva sección
clel capítulo? Fieles a alguna clase de mandato (o simplemente de
puro considerados) no tenemos por qué suponerla diferente de las
otras, así que en realidad debimos haberla denominado “Nueve”, o
"Siguiente de ocho”, lo que vendría a ser una forma resumida de “Si­
guiente del siguien te del siguiente (...) del cero”. Sin embargo, así las
cosas no terminarían muy bien, o mejor dicho no terminarían. De
modo que mejor llamarla “epílogo”; no sólo por el prefijo común con
Epiménides, sino para salir de una buena vez del sistema.
Según la opinión de ciertos poetas, la rima no es más que una
regla mnemotécnica; una manera de recordarse a sí mismos lo
que tienen previsto decir dentro de dos o tres versos, y volver
dentro de dos o tres versos sobre aquella palabra escrita (o leída)
cierto tiempo atrás. En este aspecto el presente texto no es poé­
tico pero sí rimado; una rima no consonante que resulta adecua­
da para hablar de Gódel. Como vimos, todo se produce a partir
de la frase auto-rimada:
Esta proposición es falsa.
flan existido di versos intentos de reproducir esta frase en otros
lenguajes, aunque la tarea no es siempre sencilla. Por ejemplo,
cuando un músico comenta alguna de las ideas de su obra, emplea
para ello el lenguaje natural: en tal caso se puede decir que el me-
talenguaje es muy diferente del lenguaje objeto, mucho más que
en las traducciones del señor X. Sin embargo, también la Música
ha producido frases que pueden tildarse de autorreferentes.
El presente capítulo no es un texto matemático, sino sobre (a
propósito, el prefijo “epi” significa justamente “sobre”) Matemá­
tica. En otras palabras, se trata de un texto de transmisión, lo que
permite el recurso de confundir escritor con lector, mezclando el
decir y el mostrar. Dicho sea de paso, vale la pena señalar que el
teorema de Pitágoras, al que páginas atrás hemos atribuido un
decir, en su versión original babilónica sólo muestra, se trata ape-

129
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m s t i .h

ñas del dibujo de un triángulo rectángulo con un silencioso cu.i


drado sobre cada lado. El enunciado y su de-mostración habrían
de esperar más de mil años.
Los teoremas de Gódel son casi una obra de arte; un texto so
bre Gódel se encuentra en una situación similar a la que propo
ne Valentín, jefe de la policía parisiense, en el momento en que
reconoce “su propia desventaja”:

El criminal -pensaba sonriendo- es el artista creador, mientras que


el detective es sólo el crítico.34

Identificar lector con escritor es como mezclar al detective con


el criminal. En los cuentos de Chesterton la mezcla se produce:
el propio Valentin se convierte en homicida y el increíble Flam
beau abandona la carrera delictiva para hacerse investigador, jus­
to en la noche de su más hermoso crimen:

Yo creo realmente que logré imitar con talento y literatura el esti­


lo de Dickens.25

El peligro de escribir como lector reside en que no se sabe


adonde ello nos lleva; podríamos afirmar:
No hay un método infalible capaz de determinar
si una lectura cualquiera se detiene o no.
El texto es finito, pero sus lecturas no lo son, Imaginemos por
ejemplo a un autómata, una especie de Golem, que ejecute el si­
guiente programa:

1- Escribir “gato”
2- Volver a i.

24. Chesterton, 1982, La cruz azul.


25. Chesterton, 1982, Las estrellas errantes. Recordemos también que la carrera “ar­
tística” de Valentin fue interrumpida por un causa sui (cf. nota 10), sin que el P.
Brown haya tenido la oportunidad de escuchar sus “confesiones" (ver: El jardín
secreto, op.cit.). Algo diferente es el caso del intelectual francés Louis Althus­
ser quien, tras haber sido absuelto por demencia en el juicio por el asesinato de
su esposa, escribió el libro El porvenir es largo para hacer pública su declaración
que el tribunal no llegó a escuchar. Seguramente los jueces temieron encontrar­
se con declaraciones semejantes a las del gato de Cheshire (ver página 120).

130
La v id a s in l a b o l s a : a u t o r r e f e r e n c ia y t e o r e m a s d e Gó del

Es claro que el Golem escribirá infinitamente la palabra “gato”,


acaso por aquel famoso gato del rabino, que

...no está en Scholem. Pero, a través del tiem po, lo adivino.16

Para hacer detener a una máquina así programada, sólo cabe


desenchufarla, salir del sistema. Algo así, en definitiva, sucedió
con el Golem: cuenta la leyenda que éste llevaba grabada sobre
su frente la palabra “emet” (verdad), de la que su creador, el rabi­
no Lów de Praga, logró borrar la primera letra (alef). Quedó en­
tonces “met” (está muerto), y el Golem se deshizo.
Cabe señalar que esta drástica resolución del rabino de “des­
enchufar” a su Golem se debió a que el asunto se le había ido de
las manos; algo similar ocurre en la famosa historia del apren­
diz de brujo, una de cuyas adaptaciones tiene como protagonis­
ta nada menos que al ratón Mickey. Existe, en cambio, un per­
sonaje célebre que
es creado por Víctor Frankenstein, que es creado por Mary Shelley,
al que su autor no alcanzó a desenchufar. Al cabo de una serie de
tragedias, termina por hacerse cargo la propia Shelley, en el mo­
mento en que su obra está casi terminada. Aunque en realidad
la criatura aclara que ya “no hace falta”:

Mi obra está casi term inada. No hace falta ya su muerte ni la de nin­


guna otra persona para poner fin a la serie de crím enes... Falta, sí, mi
muerte. No crea que voy a dem orar en llegar a mi sacrificio.

Se cuenta que Mary Shelley se inspiró en la leyenda del Go­


lem; a diferencia de éste, que es mudo, su monstrum horrendum
adquirió gran habilidad en el habla a partir de las palabras escu­
chadas en la soledad de su refugio de la cabaña (Frankenstein,
cap. XI. Es muy recomendable también el capítulo XV, en don­
de la criatura elabora un agudo comentario sobre El Paraíso Per­
dido, y opone su desdichada situación a la de otro experimento
previo, de características similares: Adán). Volviendo al Golem,
su caso nos enseña que el momento crucial es aquel en que se

26. La frase pertenece al poema El Golem, de J.L.Borges. Como se puede ver, el tema
de un hombre que crea a otro hombre es frecuente en el escritor argentino.

«<1
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m sth k

comprueba que la muerte está escrita. De más está decir que este
predicado resulta un excelente candidato para aplicarle la ante­
rior operación Q:
“está escrita" está escrita,
Al margen de las leyendas, el programa anterior (al que po­
demos llamar programa G, ahora por “Golem”) es un texto fin i­
to. Si uno lo lee “a la letra”, enseguida concluye; el problema se le
presenta a aquel lector obediente que se dispone a obedecer los
mandatos que el programa indica. Entonces, nunca termina: aun
siendo mudo, este Golem alcanza a mostrarnos un ejemplo de
algo finito que captura a lo infinito. O bien, para decirlo en tér­
minos de Freud, algo terminable e interminable. Por eso si iden­
tificamos escritor con lector, explicando en cada párrafo el párra­
fo precedente, se hace indispensable alguna clase de salto fuera
del sistema. Ese salto daremos ahora.
El epílogo de este epílogo se justifica en el hecho de que,
a pesar de todo, hay una suerte de “ultimidad” en el teorema
de Gódel: se anticipa a sus posibles refutaciones. Volviendo al
kafkiano Zenón, la situación podría compararse con la tortuga
escapando de Aquiles o, mejor aun, con la famosa demostración
diagonal de Cantor27. Expresado en pocas palabras, el problema
se plantea así de acuerdo con Gódel, hemos obtenido una
proposición verdadera que no es demostrable. Ahora bien, ¿qué
sucede si dicha proposición es agregada al conjunto de axiomas?
Siendo verdadera, es claro que no puede generar ninguna clase
de inconsistencia; por otra parte, dejará de ser indecidible por
tra tarse “decididamente” de un axioma. En definitiva, el sistema se
fortalece... porun rato. En realidad, el poderdura tan poco tiempo
que no alcanza siquiera para sellar el triunfo con un latinismo (cf.

27. Cabe destacar que otro "precursor" de la aporía fue Carroll, con su diálogo Lo
que la Tortuga dijo a Aquiles, y podría afirmarse también que a ambos autores se
adelantó Lacan en un seminario cuyo título es muy coherente con el tema que
venimos tratando: Encoré. Allí se vale de estos resultados de Gódel para sostener
una tesis algo preocupante para el lector desprevenido: no hay relación sexual
Para reafirmar la aseveración de que Zenón fue también carrolliano, basta con
señalar por ejemplo un párrafo de A través del espejo, en el que Alicia intenta
alcanzar unos juncos que crecen fuera del bote en el que viaja:
—¡Los más hermosos están siempre fuera del alcance! -dijo,
suspirando ante la obstinación de los juncos de crecer tan lejos.

132
I,A V ID A S I N L A IIO I .S A : A U T O R R E 1 E R E N C I A Y T E O R E M A S D E G Ó D E L

página 108): el truco godeliano permite volver a construir una


proposición indecidible, burlándose así del nuevo sistema. No
importa lo poderoso que sea; en rigor, casi podría decirse que es
en su propio poder en donde reside su debilidad.
En los próximos capítulos veremos que los teoremas de Gódel
aun no se han mostrado en su totalidad. Tienen para ofrecernos
otras consecuencias imprevisibles o, casi podríamos decir: con­
secuencias peores.
C a p í t u l o 6

Breve p r e s e n t a c ió n d e c a so s

Este capítulo cumple una doble función: por un lado, presen­


tar una serie de “casos” matemáticos y meta-matemáticos; por
otro, ampliar algunas de las ideas introducidas en el capítulo
previo. Mencionamos allí a la distinción wittgensteiniana entre
decir y mostrar, que nos dará una buena pauta para encarar esta
nueva lectura: en resumen, este sencillo texto sobre casos tam­
bién habrá de transformarse en un caso. O un meta-caso, para
ser más precisos.
Con dicha pauta se completa la lista: de otra forma el texto
estaría viciado de aquello que el escritor L. Marechal definió en
uno de sus poemas como “ánimo docente”. Ánimos de distinta
clase podrían habernos inducido a brindar una pauta más tram­
posa, la de no seguir ninguna pauta, cuya imposibilidad de lle­
var a cabo terminaría distrayendo al lector de otros temas más
importantes. Por otra parte, la confianza en el autor se vería se­
riamente afectada, lo que en general no augura un buen comien­
zo. A modo de comparación, recordemos la clásica escena bíbli­
ca, alimentada por las imágenes que tenemos de las películas: el
pueblo que “quiere saber de qué se trata” y espera, hasta que ve
bajar a un glorioso Moisés con las tablas en la mano, iluminado
por los efectos especiales que imitan (de modo un tanto burdo)
poderosos rayos y relámpagos.

135
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m stuk

Pero pensemos en la sorpresa que se hubiera llevado este pue­


blo expectante al pie del Sinaí, si Dios hubiera tenido la chistosa
ocurrencia de agregar un mandamiento más a la lista, uno que
dijera:
u) No cumplirás este mandamiento.

El problema es que una religión así no funcionaría demasia­


do bien: por más voluntad que tengamos, si intentamos cum­
plir con el undécimo mandamiento por fuerza debemos dejar
de cumplirlo.
Bajo la excusa de la transmisión, en el capítulo precedente
hemos confesado algunos de nuestros recursos: ello generó una
suerte de intimidad, fruto del hecho de escribir como lectores,
identificando lectura con escritura. En estos últimos tiempos, se
ha hecho común en ciertos medios periodísticos solicitar frívo­
lamente a los autores que escriban sobre los “secretos” de con­
fección de su obra, como si se les estuviese pidiendo una rece­
ta de cocina. Si el autor accede a esta propuesta gastronómica,
el nuevo escrito que produce tiene un sentido muy distinto al de
la obra en sí, y en ocasiones puede convertirse en un texto poco
menos que peligroso. Muchos autores afirman -por supuesto que
sin creerlo- que la opinión sobre la obra propia no es más auto­
rizada que la de ningún lector: vale decir, que el escritor deja de
existir una vez que el escrito está terminado y pasa a ser sólo lec­
tor; apenas uno entre otros1.
El planteo cambia si escritor y lector se identifican. Dos con­
ceptos vertidos por Roland Barthes pueden sernos de utilidad
en estas consideraciones: por el lado de la escritura, la distin­
ción entre escritor y escribiente, que podemos reformular ahora

i Esto ocurre incluso con el texto bíblico: ciertos estudiosos, sin discutir por su­
puesto la autoría divina, dudan en cambio algunas de Sus interpretaciones. Pero
la duda no debe ser tomada como una irreverencia, sino como el sentido mismo
del estudio. Según la tradición, el mundo fue creado intencionalmente incom­
pleto, para que el hombre pueda completarlo y mejorarlo por medio de sus ac­
tos, transformándose en "socio activo” del programa de creación. Una voluntad
similar se puede observar en la Geometría de Descartes, cuyo párrafo final dice:
Espero que nuestros descendientes me estén agradecidos no sólo por
las cosas que expliqué, sino también por aquellas que voluntariamen­
te omití para proporcionarles el placer de descubrirlas.

13 6
'

Br ev e p r e s e n t a c ió n d e c a s o s

en términos de lector y leyente; por el lado de la lectura, sus ob­


servaciones en torno al placer del texto. Un placer que no debe­
ría quedar de lado en el presente trabajo, pues bajo la identifica­
ción escritor-lector, torturar a este último se vuelve también un
acto masoquista.
Alguna vez se ha concebido la posibilidad de una “galería”, en
donde el público pueda apreciar las distintas manifestaciones de
.a belleza matemática. Sin embargo, la intención actual no es ha­
blar de la Belleza, sino presentar “casos”; se trata de una idea ges­
tada algún tiempo atrás, aunque con un enfoque ligeramente di­
ferente: un texto nunca publicado cuya inspiración fueron los fa­
mosos “Seis problemas para Isidro Parodi”. En suma, una parodia
de Parodi; un escrito de escaso valor literario que contenía algu­
nas señas de lo que veremos ahora. Tras una serie de observacio­
nes en relación al título, seguía una compilación de cuestiones
lógicas que terminaban en un conciso sexto caso:
Sexto caso. El caso de la desaparición del sexto caso:...
Comenzaremos ahora con la anunciada presentación. Aunque
al cabo de tantas vueltas bien podemos pensar que la presenta­
ción ya ha comenzado, de modo que lo más justo será referirnos
al primero de los casos como segundo.

Segundo caso. Un caso de inconsistencia .

Para la lógica formal, el término “existe” no es sino un modo


de cuantificar; bien mirado, así se lo piensa desde los tiempos de
Aristóteles. Aunque el Estagiritaaún no lo supiera, sus oraciones
particulares (algún hombre es mortal, algún hombre no es mor­
tal) estaban destinadas a traducirse en expresiones bien familia­
res para quien conozca el lenguaje de la lógica moderna:
3 x / <j)(x)
(Existe x tal que x cumple ()>)
“Existe” significa q ue existe al menos uno; nada se nos dice acer­
ca de cuántos elementos o individuos hay que cumplan <(>. En esta
observación elemental se basa más de una demostración: por ejem­
plo, aquella que vimos en la página 17 de la unicidad de Dios.

'37
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s PAUI.O A m STI' K

Consideremos ahora la in-existencia: una argumentación muy


conocida asegura que nada hay que no exista, pues de existir cier
to x que no existe, por hipótesis estaría existiendo. Pero este argu
mentó resulta al fin sospechoso, ya que en caso de que todo exis
ta debe también existir una demostración que pruebe lo contra
rio, es decir, que existen cosas inexistentes.
El sofisma anterior pretende delatar una inconsistencia, pues
hace creer al desprevenido que demuestra dos hechos contradic
torios. Pero no hay allí suficientes motivos para temer por el futu­
ro de la Matemática: los “razonamientos” presentados son tram­
posos, sólo juegan con niveles diferentes de la palabra “existe”. En
la Lógica, dijimos, el existe (3 ) es un cuantificador, tal como lo
es el para todo (V). A decir verdad, puede pensarse apenas como
una manera de abreviar; la frase
Existe x tal que x es gato
no es sino una abreviatura de:
No es cierto que para todo x, x no es gato.
En otras palabras: no todos los elementos que hay en el uni­
verso son no -gatos. “Existe” es, en definitiva, una forma de de­
cir “no-para todo-no”. Una manera algo chocante, ofensiva, de
tratar a la existencia: reducirla a la función de resumen, de sim­
ple apócope2.
Un ejemplo un poco más complejo nos volverá a llevar al tema
de la referencia mencionado en el capítulo previo, que se relacio­
na con el intrincado asunto de la cita. Dentro de todo, el citador
clásico es honesto, pues remite al lector a textos que acaso ni uno
ni otro haya leído pero al menos existen. Borges, en cambio, col­
ma a sus escritos de documentadas referencias inventadas: otra
2. Se refleja aquí una situación habitual en los lenguajes formales, en donde se
tiene preferencia por cierta economía de símbolos primitivos. Como vimos en
el capítulo de lógica, todas las conectivas y cuantifkadores se pueden reducir
a dos, el "para todo" y la incompatibilidad. Además de la elegancia, la razón de
esta preferencia es que muchas demostraciones se reducen considerablemen­
te, aunque la economía de símbolos trae aparejada una mayor longitud en las
fórmulas. Por ello es que se introducen nuevos símbolos, a fin de abreviar. Algo
similar ocurre con el sistema binario: si bien todos los números (y en definiti­
va, toda la matemática) pueden escribirse empleando únicamente cerosy unos,
sería tedioso intentar comunicarse con un lenguaje tan mezquino. Aunque re
sulta de fundamental importancia para las computadoras, a las que el tedio no
parece preocupar demasiado.
l iU K V i; P R E S E N T A C I Ó N D E C A S O S

de sus “picardías”. La Oda Triunfal de Álvaro de Campos apare­


ce firmada en Londres, aunque su heterónimo autor Fernando
Pessoa (sin duda un “picaro” o, mejor dicho, un fingidor), nunca
liaya estado en dicha ciudad. No obstante, con sus dificultades,
la referencia es algo fácil de aceptar:
Juan dice que...
Los problemas realmente serios surgen cuando se trata de au­
to-referencia, vale decir: cuando es Juan el que dice “Juan dice
que...” Entonces hay que tener cuidado: de ello había la paradoja
de Epiménides, reformulada por Quine y bien aprovechada por
Godel. Pero la reformulación y aprovechamiento no son activida­
des privativas de la Lógica: abundan los ejemplos literarios, como
Macedonio Fernández y Borges. Y por supuesto Lewis Carroll,
aquel precursor de Kafka que escapó a la denuncia de Borges1.
En el capítulo sobre Gõdel hemos visto que completitud y con­
sistencia no son ambas posibles al mismo tiempo. Y como diji
mos, perder consistencia es -al menos en la lógica clásica- per

3. Hemos denunciado a dicha denuncia en el capítulo anterior. A pesar de l.i omi


sión borgeana, la identificación entre el reverendo inglésy el oficinista judio
de Praga es ampliamente difundida: por ejemplo, en su introducción a Carroll
1968, el ensayista E. Gallo asegura que a cualquiera de los dos autores se puede
referir el comentario de M. Estrada según el cual
...las leyes del mundo del espíritu son las del laberinto y no las del teorema...
Más explícitamente, podemos confrontar el diálogo:
-¿Querría decirme, por favor, qué camino debo tomar para irme de aquí?
-Eso depende mucho del lugar adonde quieras llegar -dijo el Gato
-Me da lo mismo el lugar...--dijo Alicia
-Entonces no importa qué camino tomes -dijo el Gato
-...mientras llegue a algún lado -agregó Alicia a modo de explicación.
-Oh, puedes estar segura de llegar a algún lado -dijo el Gato -, si sólo caminas
bastante.
con este otro (Kafka, La partida):
-¿Hacia dónde cabalga el señor?
- No lo sé -respondí-. Sólo quiero irme de aquí, solamente irme de aquí, sólo
así puedo alcanzar mi meta.
-¿Conoces, pues, tu meta?- preguntó él.
-Sí -contesté yo-. Lo he dicho ya. Salir de aquí, esa es mi meta.
Como dice el caballero de la nota 1 del capítulo 5, en realidad, la meta es... la de!
propio Kafka, que anhelaba salir de su ciudad natal: “Praga no te suelta. Menudas
zarpas tiene la madrecita”

13 9
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa u i o A mntkk

derlo todo, así que estamos ante una elección forzada. Ya no se


trata de un no choice sino más bien de un single choice, pues no
queda otro remedio que perder completitud. Puede decirse que
toda la Aritmética se apoya en el incierto (pero deseable) hecho
de que la fórmula
0=1
nunca pueda ser demostrada4.
La literatura ofrece gran variedad de argumentos similares, de
modo que no nos extenderemos más en el tema. En cambio, po
demos ver un caso “inocente” de inconsistencia, muy similar a la
paradoja de Epiménides:
p: “Dios existe o p es fa lsa ”.
Notemos que p es una disyunción; luego, resulta verdade­
ra solamente cuando es verdadero alguno de sus términos. Si p
fuera falsa, entonces resultaría verdadera, lo que es absurdo. Se
deduce que p es verdadera; en consecuencia su segundo térmi
no (“p es falsa”) es falso, y se concluye que el primero tiene que
ser verdadero.
Según parece, hemos dado con una buena prueba de la existen ­
cia de Dios; sin embargo, es claro que en vez de “Dios existe” podría­
mos haber escrito “Dios no existe”, “Yo no existo”, o cualquier cosa.
Dios existe y no existe: un caso elemental de inconsistencia5.

4. En caso contrario, como vimos, cualquier barbaridad sería demostrable. A modo


de ej emplo bien vale recordar alguna de las que escribió Mark Twain cuando, en
uno de sus cuentos, estuvo a cargo de un periódico agrícola:
Los nabos no deberían arrancarse, porque les perjudica. Es mu­
cho mejor que suba un muchacho a sacudir las ramas.

5. A propósito de las contradicciones, merece consideración el capítulo (X del li­


bro tercero de Gargantúa, De los hechos y dichos heroicos del buen Pantagruel,
en el que Panurgo consulta a su gran amigo acerca de la conveniencia de casar
se, encontrando como respuestas sucesivas a sus argumentaciones pro et con­
tra las siguientes:
Casaos, entonces, por Dios
y
Nunca os caséis entonces.
El debate sobre tan intrincada cuestión se extiende hasta que en el capítulo XLV
se hacen aconsejar porTribouillet. La inquietante sentencia de este último,
Por Dios, loco rabioso, guarda monjes, cornamusa de Buzanzay.

140
Hu e v e p r e s e n t a c ió n d e c a s o s

T U R C E R C A SO . Ü N C A S O D E M E T O N IM IA

Mira, por favor, h ada el cielo, y cuenta las


estrellas, si las puedes contar.
A sí será tu descendencia (Génesis XV, 5).

Hablaremos del infinito, del que Hilbert dijo:

Ningún otro problem a ha perturbado tanto el espíritu del hombre.

Cabe decir que la sentencia es un tanto exagerada, aunque no


carente de fundamento; cuanto menos hay que reconocer que
el tema provoca por igual desconciertos y encendidas fantasías.
Se puede responsabilizar de ello a Cantor, creador de la teoría
de conjuntos y los números transfinitos6. Como mencionamos,
Cantor terminó sus días literalmente “perturbado”, aunque para
tranquilidad del lector conviene recalcar que las razones de ello
exceden a los asuntos que discutiremos ahora.
Nos ocuparemos de un aspecto particular: ¿cuál es la definí
ción adecuada de “conjunto infinito”? F,n un sentido lógico, el
problema de la definición es anterior a cualquier otro; su solu
ción no es inmediata. A decir verdad, la misma idea de de •finir
al in-finito parece contradictoria, y la paradoja de Russell mues­
tra que un infinito com o el de la Cábala (Ein-Sof = sin fin) no
puede ser matematizable. De hecho ya lo había probado el pro­
pio Cantor, al comprobar que no existe un infinito que sea ma­
yor que todos los otros.

es interpretada por ambos de maneras diferentes, y los lleva finalmente a em­


prender un viaje al oráculo de la Diosa Botella.
6. Tras el hallazgo de la paradoja de Russell, la teoría de conjuntos debió ser re-
formulada. La teoría original de Cantor se conoce hoy como teoría ingenua,
para diferenciarla de la teoría axiomática, cuya primera versión fue propuesta
por Zermelo en 1908. Existen diversos cardinales infinitos; en rigor, una infini­
dad. El famoso K0 representa al infinito llamado numerable; es apenas el más
pequeño de una secuencia de alefs cada vez más descomunales. Más adelante
veremos que la existencia de infinitos no numerables sirve para probar que las
infinitas combinaciones posibles de letras son insuficientes para nombrar a to­
dos los números reales. Un pequeño juego de palabras puede hacernos pensar
que lo real, para Lacan un imposible lógico, constituye también un imposible
lingüístico.

141
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t u k

Todos tenemos, en principio, la intuición de infinitos núme­


ros naturales: tanto es así que si queremos contarlos
i, 2, 3, 4,...
en algún momento debemos contentarnos con unos puntos sus­
pensivos, o un resignado “etcétera”.
Una manera efectiva de indicar que un conjunto es infinito con­
siste en decir que no es finito; como definición parece una pero­
grullada, aunque es habitual en la teoría de conjuntos. Pero inclu­
so para proferir semejante tontera hay que tener bien claro qué es
un conjunto finito, de modo que se suele proponer esta otra defi­
nición: un conjunto X es finito cuando, para algún número natu­
ral n, es coordinable con el conjunto
{i, 2,3, 4 , n}
En otras palabras: X e s finito cuando, al contar la cantidad de
elementos, la operación termina en cierto n, lo que nos permite
soltar una aseveración del tipo
X tiene n elementos,
o bien
el cardinal d e X e s n.
Dos conjuntos se dicen coordinables cuando pueden ponerse
en correspondencia biunívoca o uno a uno: por ejemplo, el con­
junto {o, e, i, o, u} se coordina con {i, 2, 3, 4, 5} por medio de la
relación
a —> 1 e —» 2 i —> 3 o —» 4 u —» 5
La biunivocidad refiere el simple hecho de que a cada elemento
del primer conjunto le corresponde uno del segundo y viceversa;
contar no es otra cosa que definir una biyección. Recordemos, de
paso, que el orden en que contamos no tiene importancia.
Sin embargo, ante infinitos elementos la perspectiva de con­
tar se vuelve poco tentadora, aunque la noción de corresponden­
cia todavía tiene sentido. Eso es lo que motivó a Cantor a exten­
der el concepto de número, obedeciendo a la idea más o menos
elementa] de que dos conjuntos coordinables entre sí tienen la
misma “cantidad de elementos”. Su audacia reside en no haber
retrocedido ante las consecuencias asombrosas de esta idea más
o menos elemental.
Como vimos en el capítulo 4, ya Galileo había observado que

142
Br e v e p r e s e n t a c ió n d e c a s o s

puede definirse una correspondencia biunívoca entre los nú­


meros naturales y sus cuadrados, pero no pudo dar una buena
respuesta: ¿cómo puede ser, si hay más naturales que cuadra­
dos perfectos? El sabio creyó encontrarse ante una paradoja, y
no prestó más atención al asunto. Mejor dicho, sí lo hizo; en sus
Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas
ciencias de 1638 (cinco años después de su condena por el tri­
bunal eclesiástico) se basa en la igualdad de las áreas sombrea­
das en la figura siguiente para concluir, haciendo tender a cero
el radio del círculo interior, que un punto es equivalente a una
circunferencia:

Area del círculo central: jr.r2


Relación pitagórica:
R,2 + r2 = R22
Area de la corona circular:
7i .R22-tt.R,2 = 7T.r2

Esta es otra de las aparentes paradojas explicadas por Bolza­


no dos siglos más tarde. En este ejemplo particular, la respuesta
es sorprendentemente simple, pues el área de un punto es igual a
la de una circunferencia: cero. Como sea, el problema del infini­
to comenzó a cobrar otro aspecto, que se consolidó poco tiempo
después en las manos definitivas de Cantor.
La “paradoja” galileana también puede observarse con los en­
teros
1 —» O 2 —> i 3 - » —J 4~>2 5 —>-2...
e incluso con los números racionales o con los pares de enteros,
si se cuenta con suficiente imaginación:

M i
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s I' a i i i .o A m s t h r

-4 -3 0 1 3 4

Parece muy “natural” pensar que tales correspondencias son


factibles por el simple hecho de que todos los conjuntos en cues­
tión son infinitos: todos tienen la misma cantidad (infinita) de
elementos. Pero no es así; por ejemplo, el conjunto de los núme­
ros reales (racionales e irracionales; vale decir, el conjunto de to­
dos los decimales periódicos y los no periódicos) no es coordina-
ble con el de los naturales, sino que define un infinito más gran­
de: un verdadero golpe a la intuición7. Pero incluso de las malas
experiencias algo se puede aprender: son justamente estas golpi­
zas las que nos van a dar la pauta de cómo definir a los conjuntos
infinitos sin preocuparnos por saber qué es un número natural.

7. No es, sin embargo, un golpe al intuicionismo, corriente de la filosofía mate­


mática que no acepta demostraciones como la de Cantor, en las que se hace uso
irrestricto del principio de tercero excluido. Un adalid de dicha corriente y uno
de los más tenaces opositores de Cantor fue el alemán Kronecker, quien llegó
incluso a negar la existencia de los números irracionales (aquellos que no pue­
den expresarse como el cociente de dos enteros). Se cuenta que dijo a otro ma­
temático llamado Lindemann:

¿A qué vienen sus hermosas investigaciones sobre el número n? ¿Por


qué elige tales problemas si en verdad no existen números irracio­
nales de ninguna clase?

Una de las contribuciones más importantes de Lindemann es la prueba de que n


es un número trascendente; vale decir, no es raíz de un polinomio con coeficien­
tes enteros. De allí se deduce la imposibilidad de construir, empleando únicamen­
te regla y compás, un cuadrado cuyo perímetro sea igual al de un círculo dado. En
otras palabras, la demostración de Lindemann permitió dar una respuesta (nega­
tiva) al problema de la cuadratura del círculo, que llevaba más de veinte siglos sin
resolverse. Cabe mencionar que muchos intuicionistas ven en esta denominación
un trasfondo despectivo y prefieren ser llamados "constructivistas"

144
H k liV I i P R E S E N T A C I Ó N D E C A S O S

Supongamos que Juan llega a una reunión en donde hay cier­


ta cantidad de parejas: ahora que Juan ha llegado, el número de
hombres y mujeres es des-parejo y, tal como ocurre en el baile de
la escoba, por más que desarmemos y volvamos a armar todas las
parejas siempre un hombre quedará solo. Y ya sabemos que eso,
según la Biblia, no es bueno; sin embargo, el propio texto sagra­
do nos impide remediar la disparidad por medio de una fórmula
más bien contundente: no cometerás adulterio. Distinto resulta
si en la reunión hay infinitas parejas, pues en tal caso existe una
forma de lograr que todos terminen acompañados sin “adulte­
rar” la idea de correspondencia uno a uno. El mecanismo es muy
sencillo: la situación, a la llegada de Juan, es

Mj

V2 —> m 2
-» m 3
H3
H4 —» M4

Pero podemos pedir al primer hombre que deje a su pareja y


se una a la segunda mujer, al segundo a la tercera, y así sucesi­
vamente:

-» m 2

v2 m 3
-> M4
H3
H4 -» m 5

De este modo todo el mundo tendrá tarde o temprano una


pareja, y la primera mujer quedará disponible para Juan. Una li­
gera modificación del artilugio le permite incluso, si lo desea,
quedarse también con dos, cinco, o mille e tre mujeres, en un
verdadero alarde de donjuanismo. Incluso podemos suponer la
llegada simultánea de un gran número de “juanes”: cada una de

14 5
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m s t i .u

las soledades se resuelve en virtud de la hipótesis única de que


hay infinitas parejas. Gracias a la infinitud8 se puede coordi
nar un conjunto con otro menor; eso que a Galileo había pare­
cido paradójico es en realidad un atributo de los conjuntos in­
finitos: corresponderse uno a uno con subconjuntos propios (es
decir, distintos de sí mismos). Atributo por otra parte excluyen
te de dichos conjuntos; de allí que sirva para definirlos, como
hizo Dedekind:

Un conjunto es infinito si y sólo si se puede poner en corres­


pondencia uno a uno con algún subconjunto propio.

Así, se verifica que el conjunto de los números naturales es


infinito, pues se puede corresponder con el subconjunto propio
de los cuadrados perfectos. O el de los números pares, o los im­
pares, o los primos; cada una de estas correspondencias no hace
más que reforzar la infinitud, sin que haga falta saber de antema­
no qué quiere decir “conjunto finito”. En rigor, no hace falta saber
contar o tener siquiera la idea de lo que es un número. Podría des­
pertar alguna sospecha aquello de que la correspondencia deba a
ser “uno a uno”, pero el uno que aquí aparece guarda relación con
el artículo indeterminado “un” y no con el número i.
Del infinito de la Cábala, el Ein Sofi sólo se puede decir lo que
no es; en los párrafos precedentes hemos mostrado que, en cam­
bio, el infinito matemático admite una definición positiva que
parece contradecir al famoso postulado de que “el todo es mayor
que las partes”. Pero no hay contradicción; los conjuntos infini­
tos equivalen a algunas de sus partes, en lo que respecta la canti­
dad de elementos que contienen. Ello explica por fin el título de
esta sección: en cierto modo, la definición positiva del infinito

8. Una conocida frase de Cantor refleja justamente un sentimiento de gratitud:


La más excelsa perfección de Dios reside en la posibilidad de crear
un conjunto infinito, y su inmensa bondad le lleva a crearlo.
Volviendo al ejemplo de Juan, podemos concluir que Dios tiene la "inmensa bon­
dad” de evitar al hombre aquello que no es bueno para él. Sin embargo, hay que
reconocer que la solución, aunque ingeniosa, viola de todas formas los preceptos,
pues en algún sentido fuerza a cada hombre a desear a la mujer de su prójimo. A
modo de ejercicio, puede pensar el lector la manera de resolver el problema de las
parejas si se supone la llegada a la fiesta de un número infinito de hombres solos.

146
B R EV E P R ESE N TACIÓN DE CASOS

puede pensarse como un caso de metonimia. Se trata de un caso


especial, a veces llamado sinécdoque, que consiste en el despla­
zamiento de partes por el todo: por ejemplo, cuando se dice “las
ramas” para referirse al árbol, o “las velas”, para hablar del bar­
co. En ocasiones, una o más partes de un objeto actúan dentro
de una oración como si fueran el todo; ahora sabemos que por
medio de tal precederse evoca al mismísimo infinito. Un infini­
to domesticado, apacible; el propio Hilbert se mostró satisfecho
de haber dejado atrás toda “perturbación”:

Nadie podrá expulsarnos del paraíso que Cantor creó para noso­
tros9.

Cuarto c a so . Un c a so d e m et á fo r a

Al margen de sus retóricas frases, los textos del formalista Hil­


bert podrían llevarnos a pensar que hablar de figuras retóricas
dentro de la Matemática no es del todo apropiado. Sin embargo,
hemos hablado de la metonimia, y ahora un nuevo título men­
ciona a la metáfora... ¿una idea forzada?
Pero el Hilbert que intenta reducir la Matemática a la mani­
pulación de letras y axiomas, un escenario en donde el matemá­
tico no es más que un epifenómeno, es el mismo pensador apa­
sionado que habla del paraíso y acusa a Kronecker de Verbots-
diktator. Lo que ocurre es que existe una actividad complemen­
taria del quehacer matemático: la filosofía matemática, que a
principios del siglo XX tuvo una gran vigencia a causa del revuelo
ocasionado por la paradoja de Russell; eso explica las dos facetas
de un mismo Hilbert. A veces los matemáticos dejan de escribir
trabajos de matemática para volcarse a reflexionar sobre la ma­
temática: un caso muy destacable es el de Poincaré, quien con­
firió gran importancia a dichas reflexiones extra-matemáticas, y
produjo maravillosos textos sobre la invención y la creación. En

9. En este reconocimiento hay una actitud similar a la de Adán en relación a la mu ­


jer que Dios crea para él dando muestra, una vez más, de su inmensa bondad.
Aquí no acaban las similitudes: también de ella podría decirse que ningún otro
problema ha perturbado tanto el espíritu del hombre; al menos así lo vivió Pa-
nurgo (ver nota 82). A propósito, podemos mencionar que la paradoja de Rus­
sell llevó a Lacan a enunciar su famosa sentencia:
La mujer no existe. Hay mujeres, pero la mujeres un sueño del hombre.

14 7
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa u l o A m s t k h

ellos no vaciló en formular mordaces críticas a los seguidores de


Russell y Frege, por ejemplo:

Hace diez años que tenéis alas y aún no habéis volado.

Es fácil simpatizar con el estilo tan particular del francés; al


margen de ello, hay que reconocer que la propuesta logicista de
reducir la Matemática a un capítulo de la Lógica no fue muy exi
tosa. Poincaré fue algo más lejos en su apreciación:

Definir cero por nulo y nulo por ninguno es abusar de la riqueza del
idiom a francés.

En el próximo capítulo se plantea un paralelo entre los textos


matemáticos y el texto bíblico, desprovistos en cierto sentido de
retórica. Sus respectivos lenguajes son, en efecto, mucho menos
elegantes, mucho más toscos que la Literatura, aunque en algún
punto su retórica es esencial; no para adornar al escrito, sino para
transmitir por su intermedio algo que es intransmisible. La pa­
labra no es suficiente para dar cuenta de Dios; por eso el Dios de
la Biblia no se puede decir. Su concepto va más allá de sus diver­
sos nombres; como la Matemática, Dios se revela independien-
te de los términos. En la época de sus famosos Fundamentos de
¡a Geometría, Hilbert hizo notar que

En lugar de las palabras “punto”, “recta” y “plano” se debe poder decir


en geom etría sin inconveniente “m esa”, “silla” y “vaso de cerveza”'”.

Sin embargo las palabras, no importa cuáles sean, son impres­


cindibles cuando se trata de transmitir la Matemática. Es claro
que quien lee o escucha debe ser capaz de interpretarnos correc­
tamente, y el éxito de esta operación se basa en buena medida en
las palabras elegidas.
Podemos ampliar el concepto de “palabra”, y hablar en forma
genérica de representación. Cuando cualquiera de nosotros dice
“triángulo”, y dibuja

10. Un argumento similar en relación al lenguaje natural propone Davidson para


mostrar la inescrutabilidad de la referencia: “una permutación del universo, un
mapeo uno a uno de cada objeto con algún otro” (Davidson, 1990).

148
Illll Vt l'ill MiNTACIÓN I1H CASOS

sabe que este dibujo no es un triángulo. La representación es una es­


pecie de metáfora de la idea abstracta de triángulo, que en realidad
es un objeto que carece de imagen. Por más que ayude a la compren­
sión, y pueda servir incluso para intuir algunas de las propiedades
del triángulo, sabemos que la representación es imperfecta. Es fre­
cuente que extraigamos conclusiones erróneas a partir de un dibu-
joengañoso: la representación, que nos ayuda a aprehender ciertos
conceptos, tiene la desventaja de introducir otra figura retórica que
la Matemática “ideal” no podría aceptar: el equívoco".
Toda representación es una metáfora, quizás una manera de
forzar la realidad; al menos, cierta realidad: en este caso una “rea­
lidad matemática”, cuyo sentido es muy diferente para platonis-
tas y formalistas. Estos últimos desconocen otra existencia que
la de los propios signos; tina circunferencia no es otra cosa que
una expresión formal
x2 + y2 = i,
aunque para un espíritu platónico resulte una entidad tanto o in­
cluso más real que una vaca o un florero. El formalismo recha­
za el mundo platónico por inexistente, posición que el grupo de
matemáticos autodenominado N. Bourbaki lleva al extremo en
una notable proclama:

¡Abajo Euclides!

Sin embargo, existe un límite para la metáfora. Imaginemos


lo que ocurriría si comparásemos al juego de ajedrez con una ba­
talla e intentáramos llevar dicha comparación hasta las últimas
consecuencias. Por empezar, tendríamos alguna dificultad con
la interpretación de las piezas: por torre deberíamos entender
“guerrero poderoso”; en la noción de caballo habría que admitir

11, A menudo se suele equivocar el significado de esta palabra. Como figura retó­
rica, consiste en confundir acepciones distintas de un término, como el clásico
ejemplo: "Atarse los zapatos con el cordón de la vereda”.

14 9
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m s t h k

una nueva metonimia, o acaso la hipótesis (algo más audaz) de


que se trata de bestias amaestradas. Y por supuesto, tendríamos
que suponer que el rey ha venido a combatir junto con su seño
ra... de todos modos, las batallas no son así. En una batalla los
movimientos no son uniformes, ni alternados, ni los guerreros
suelen comerse unos a otros. Es posible forzar la realidad, pero
sólo hasta cierto punto.
Diversos filósofos (y teólogos) se vieron en dificultades al in­
tentar explicar la presencia del mal en el mundo, al parecer in­
compatible con la perfección de un Dios de “inmensa bondad”.
La palabra introduce en el mundo el equívoco, aunque debemos
aceptar que este mal no es tan malo. Según suele afirmarse, la úni­
ca forma de no incurrir en equívocos consiste en no decir nada;
la poesía, el arte en general, justifican plenamente que nos “re­
signemos” a aceptar tanto al equívoco como a la contradicción.
Incluso en la Matemática, en donde también se encuentra con
frecuencia aquello que alguna vez se denominó “sorpresa retó­
rica”. Existe una rama de la matemática, la topología, que es lla­
mada informalmente geometría del caucho, pues en ella dos fi­
guras se consideran equivalentes cuando puede pasarse de una
a otra por medio de una deformación, sin cortes o desgarradu ­
ras. Por ejemplo, si deformamos un círculo podemos obtener un
cuadrado; de allí se desprende que ambas figuras son topológi-
camente equivalentes. De esta manera, durante una clase de to ­
pología puede producir hasta cierto placer el poder decir que una
circunferencia es esto:

Tal como hace Lacan en el Seminario sobre “La carta robada”,


podemos preguntarnos si no es

...el hecho de que todo el m undo sea burlado lo que constituye aquí
nuestro placer.

150
HlUíVI.; PR ESEN TA CIÓ N D E CASOS

Ahora bien, eJ enunciado anterior, emitido durante una clase


de geometría, constituiría un profundo disparate: podemos de­
cir que su verdad depende del contexto. En algunos casos es in­
cluso peor, pues directamente la frase ni siquiera tendría signifi­
cado: en la aritmética, por ejemplo, “circunferencia" o “cuadra­
do” no quieren decir nada (salvo por una eventual homonimia,
en este último caso). Estas cuestiones son previas a cualquier in­
dagación acerca de la verdad de una proposición: ante todo, de­
bemos controlar que esté bien form ulada a partir de los términos
y de acuerdo con las reglas de la teoría.
Hemos hablado de "forzar la realidad”, pero: ¿cuál realidad?
Lewis Carrol] aseguró una vez que un reloj que no funciona es
más preciso que otro que adelanta o atrasa unos minutos, ya que
un reloj detenido da la hora exacta dos veces por día. Se despla­
za de alguna manera el sentido de la palabra “exactitud”; una si­
tuación análoga plantea la siguiente frase, fruto de un anónimo
autor de graffitis:

Un laberinto es un camino rectilíneo en un espacio topológicamen


te hostil.

Esto nos vuelve a llevar a Macedonio Fernández y sus no-en-


seguida-chistes (ver capítulo previo):

Al ladrón, bajo de la cama: ¡Pero hombre! ¡Se ha puesto usted la


cama del revés!

Los ejemplos anteriores bastan para recrear aquel “placer” al


que nos referimos párrafos atrás. El tropos (desplazamiento), en
especial la metáfora, constituye muchas veces una forma placen­
tera de forzar la realidad.

Q u in t o ca so . Un c a so a l m a r g en

Del caso anterior se desprenden algunas cuestiones respecto


de la verdad. Como dijimos, si entram osaun aula y nos encontra­
mos con un profesor que dibuja un cuadrado al tiempo que afir­
ma estar dibujando una circunferencia, podemos llegar a pensar
distintas cosas, por ejemplo:

151
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m s t e u

j) Este hombre está loco.


2) Este hombre habla de topología.
Más allá de las opiniones sobre ciertos profesores en particular,
casi todo el mundo se volcará a favor de la segunda opción: por
más que los matemáticos insistan en que la verdad es convencio­
nal, se suele tener confianza en sus dichos. “Confianza en el ante ­
ojo, no en el ojo", escribió el poeta César Vallejo, razón por la cual
cuando vamos al banco confiamos en las operaciones aritméticas
que efectúa el cajero, por más que no confiemos en el banco en
cuestión. Gran parte de la Matemática es aceptablemente verda­
dera en relación a cierta realidad'2; la discusión filosófica sobre
la validez de esta aseveración poco interesa a la hora de compro­
bar si la cuenta que trajo el camarero es correcta.
En el capítulo dedicado a Gódel, mencionamos uno de sus re­
sultados más célebres:
Todo sistema axiomático consistente de la teoría de números
contiene proposiciones indecidibles,
que se demuestra brindando una “receta” -válida en un sistema
axiomático cualquiera para la aritmética- fabricar una proposi­
ción indecidible. Como dijimos, la indecidibilidad no significa
que la oración no sea verdadera o falsa, estableciéndose así una
diferencia entre verdadero y demostrable. El concepto lógico de
demostración es puramente sintáctico; una demostración no es
otra cosa que una serie finita de pasos que obedecen a determi­
nadas reglas de cálculo. Cuando Gódel mostró que la sintaxis no
alcanza para decidir sobre la verdad de los enunciados, puso en
un problema a Russell y sus seguidores. Para ellos Lógica y Mate­
mática eran una misma cosa; un enunciado gódel iano, verdadero
pero no demostrable, habla de una verdad matemática noalcan-
zable por las reglas del sistema en que está enunciada.
Cabe decir que mucho antes del teorema de Gódel habían co­
brado fama algunos problemas no resueltos de la teoría de nú­
meros: por ejemplo, el último teorema de Fermat, cargado des­
de el comienzo de cierto misterio, a pesar de su aspecto inofen-

12. En esto acuerdan incluso los formalistas, aunque atribuyen el éxito de la apli­
cación de las matemáticas a las “demás” ciencias a una armonía preestablecida
(Leibniz) o directamente a un milagro (Bourbaki).

152

llKKVK PRESEN TA CIÓ N DE CASOS

sivo. El enunciado original fue hallado en el margen de un libro,


en el cual Fermat escribió:

Por otro lado, es im posible descom poner un cubo en sum a de dos


cubos, o un bicuadrado en sum a de dos bicuadrados, o en general
cualquier potencia en sum a de dos potencias de igual exponente,
con excepción del cuadrado. He encontrado una dem ostración de
esta proposición, verdaderam ente prodigiosa, pero el m argen del li ­
bro es dem asiado estrecho para contenerla.

En otras palabras, lo que el francés dijo haber demostrado es


que si n es un número natural mayor que 2, entonces no existen
números naturales a, b y c tales que
an + b" = cn
El problema hubiera pasado por una simple distracción sin im­
portancia, si no fuera porque Fermat tuvo la mala idea de morirse,
y su demostración tan prodigiosa nunca fue hallada, por más que
se buscóy rebuscó entre sus papeles. Entonces era cuestión de en
contrar otra: fueron varios los matemáticos que pusieron manos
a la obra, con la intención de dar por concluido el asunto.
En el siglo siguiente, el gran matemático alemán Leonhard
Euler logró demostrar el enunciado... para n = 3. Esto le deman­
dó bastante esfuerzo, aunque el teorema general de Fermat esta­
ba lejos de ser comprobado'3. Más tarde, otros lograron probarlo
también para ciertos valores específicos de n; poco a poco se iba
avanzando... pero, del caso general, nada.
La historia cobra un matiz algo romántico, a principios del
siglo XX, cuando un industrial alemán llamado Paul Wolfskehl
afirmó que le debía la vida a la teoría de números, tanto como
Arquímedes le debía la muerte a la geometría. En efecto, parece
que al ser rechazado por una mujer, el hom bre cayó en la
desesperación y decidió suicidarse. Pero como buen alemán, no
podía matarse sin arreglar antes sus asuntos, y fijó una hora exacta
para volarse la cabeza. El hecho es que resolvió todo antes de lo
previsto y, como lequedaron algunas horas libres, decidió “matar

13. Vale la pena comentar que hace ya mucho tiempo que el enunciado es conoci­
do como el "último teorema de Fermat'1. Sin embargo, cuando una proposición
se sospecha verdadera, pero no ha podido ser aún demostrada, no es un teore­
ma sino una conjetura.

153
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m sth k

el tiempo” hojeando unos libros de matemática. Allí encontró


algunos comentarios acerca del enunciado de Fermat y otros
problemas que se desprenden de él; entretenido con ello, se le
pasó la hora acordada para el suicidio. Entonces se convenció de
que “la matemática difícil es más gratificante que el amor de una
mujer difícil”; abandonó todos sus planes suicidas y estableció
un premio de 100 mil marcos a quien resolviera el problema
planteado por Fermat. Sin embargo, no pautó ningún premio
para el que consiguiera el amor de la chica: al menos, la historia
no da detalles al respecto. Aun así, el teorema siguió mostrándose
reticente a los “amoríos” por unos cuantos años más. A esta altura,
no hace falta decir que si la demostración que Fermat menciona
hubiera sido correcta, debió haber sido verdaderamente muy
prodigiosa.
Pero a la luz del teorema de Godel podríamos pensar que, al
fin y al cabo, si después de tanto tiempo nadie pudo demostrar el
enunciado de Fermat, acaso la demostración no exista, aunque el
enunciado fuera verdadero. ¿Por qué no? Los matemáticos sue­
len afrontar sus problemas bajo la actitud -quizás algo ingenua-
de que lo que es verdadero puede probarse, pero Gódel mostró
la existencia de enunciados indecidibles. En consecuencia, nada
impediría pensar que el “teorema” de Fermat es uno de ellos: en
tal caso, fuera o no cierto, nadie lograría demostrarlo nunca, ni
siquiera con la ayuda del mayor de los prodigios.
Antes de seguir, debemos confesar que el razonamiento ante­
rior es engañoso. En realidad, los enunciados gódelianos tienen
una forma muy particular, y se puede ver que el de Fermat no es
uno de ellos; en otras palabras, se sabe desde hace tiempo que el
enunciado de Fermat es decidible. Como sea, el hecho de saber
que existe una demostración o una refutación no es lo mismo que
encontrarla; la prueba está en los trescientos cincuenta años que
pasaron desde la inofensiva anotación marginal.
En 1993, el matemático inglés Andrew Wiles presentó una
prueba completa del teorema, a la que a la que dedicó gran parte
de su vida. Y no se trata de algo que pueda escribirse fácilmente
en el margen de un libro, por más que se escriba con letra bien
apretada: cuando se publicó, su longitud excedió las doscientas
páginas. Claro, después de todo ese esfuerzo, debió haber resul­
tado algo enojoso enterarse de que también esta demostración
lili UVE PRESEN TA CIÓ N DE CASOS

ora incorrecta. Sin embargo, al cabo de algunas idas y vueltas, el


error fue subsanado y el teorema quedó definitivamente proba­
tio en 1994. Wiles se hizo acreedor del premio ofrecido por aquel
amante despechado casi noventa años antes.
Nadie duda de que la demostración de Wiles no es la que Fer-
mat dijo haber hallado pues, al margen de que "110 cabe en ningún
margen”, implica desarrollos matemáticos por completo inexis­
tentes en los tiempos en que el problema fue planteado. Por ello,
por más que al final la verdad de su enunciado haya podido es­
clarecerse, el propio Fermat merece ser también considerado un
caso, sin duda más interesante que cualquiera de los que debió
resolver en el ejercicio de su “verdadera” profesión de abogado.
Una vez demostrado, ¿quién se atrevería a negar el teorema
de Fermat? Hacerlo sería como negar que 1 + 1 es igual a 2, audaz
enunciado cuya demostración figura en los Principia Mathema­
tica de Russelly Whitehead. Dicho seade paso, estos concienzu­
dos autores obtienen la provechosa verdad recién al cabo de 362
páginas; aquí parece poder aplicarse la sentencia que profiere el
inquisidor Bernardo Gui, personaje de El nombre de la rosa:

...la justicia no lleva prisa, y la de Dios tiene siglos por delante.

Pero volviendo al tema, la probada “caballerosidad” (ver el ca­


pítulo previo) del teorema que anuncia que 1 + 1 es igual a 2 lo
hace tan innegable como los mismos axiomas de la teoría de nú­
meros. Tanto que nadie se molestaría en agregar el enunciado a
la lista de axiomas, pues se desprende prodigiosamente de ellos.
La oración G de Gódel se encuentra en una situación distinta: es
verdadera, pero no son los axiomas quienes lo garantizan, sino
nuestra capacidad de ponernos por fuera del sistema. Hemos di­
cho que no hay inconvenientes en agregarla como un nuevo axio ­
ma: ¿quién se atrevería a negar la oración de Gódel?
Responder a esta pregunta nos pondrá frente a una de esas con­
secuencias “peores" que hemos anunciado en el capítulo previo. En
realidad, cualquiera puede atreverse a negar la oración de Gódel, y
agregar tal negación como un nuevo axioma de la teoría de núme­
ros. Quizás parezca sorprendente, pero su indemostrabilidad hace
que el sistema no pierda consistencia; si era consistente, no deja­
rá de serlo por agregarle esta “falsedad”. Pero ningún axioma pue­

'55
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n j u n t o s Pa b l o A m s t ik

de ser “mentira”; lo que ocurre es que el agregado genera una nueva


teoría de números, diferente de la usual, dejando bien en claro que
la consistencia es una cuestión puramente sintáctica. La cuestión
es comparable a la historia de las geometrías no euclidianas, insos
pechadas antes de Gauss, Bolyai y Lobachevsky. Hasta ese enton
ces se creía en una única geometría, la Verdadera, formulada por
Euclides algunos siglos antes de Cristo. Pero uno de sus postulados,
el quinto, fue objeto de sospechay se intentó por todos los medios
demostrarlo a partir de los otros. En el siglo XVIII el jesuíta Saccheri
se propuso demostrarlo por el absurdo, para lo cual debió suponer
que el postulado era falso y llegó, según sus palabras, a una conclu
sión que “repugna a la naturaleza de la recta”. Entonces se apresu
ró a publicar su trabajo bajo un título que más que un texto mate­
mático lo hacía parecer un suspiro de alivio: Euclides vindicado de
toda mancha. Pero la “justicia de Dios” no necesitó esperar siglos;
pocas décadas bastaron desde aquel entonces para que surgieran
aquellas geometrías tan chocantes: esto es así hasta tal punto que
Gauss no se atrevió a publicar sus investigaciones al respecto por
temor, según dijo, al griterío de los beodos. De la misma forma, al
introducir en la teoría de números un axioma indemostrablemen­
te falso, lo que obtenemos es una teoría de números “no euclidia­
na”: una teoría manchada, repugnante.
El teorema de Gõdel propon e una gran mezcla de códigos, aca
so comparable a la que se produce en los caligramas tales como:

Cuidado con la es
ca
le
ra
Por eso, aunque la Matemática no dependa de la represen
tación, puede decirse que el teorema de Gódel esconde algo de
la referida sorpresa retórica. El tema de las traducciones, muy
ligado a estas ideas, se ve reflejado en el siguiente acertijo: una
persona desafía al ajedrez a dos grandes maestros, lanzando una
apuesta más bien temeraria: asegura que no perderá en ambas
partidas. Más aun, garantiza que obtendrá un punto; es decir,
que ganará una partida o hará tablas en ambas. ¿Cómo hace? Tal
vez por tratarse de grandes maestros, el panorama pinta compli­
cado; sin embargo, existe una forma de que nuestro héroe logre

156
lllllAM |'|<l M.NTACIÓN IM'CASOS

ganar su apuesta. Más aun, para ello no hay necesidad siquiera


de que sepa mover las piezas; alcanzará con que juegue con ne­
gras ante el maestro A, y con blancas ante el maestro B. En rea­
lidad, es recomendable que no sólo juegue con piezas distintas,
sino también en piezas (vale decir, habitaciones) distintas14, pues
su manera de jugar podría causar algunas protestas por parte de
sus contrincantes. Concretamente, el infalible método consiste
en esperar primero a que A juegue, y luego copiar su movida en
el otro tablero. Una vez que B contesta, se vuelve a copiar esta
nueva movida en el tablero de A, y así sucesivamente.

r> *
T 7

De este modo, lo único que hace nuestro jugador es oficiar de


“traductor” o más bien de correo entre los maestros A y B, que
son los verdaderos adversarios. El acertijo fue inventado a partir
de un caso real: parece que existió una vez alguien que logró en­
frentar de este modo a dos importantes ajedrecistas por corres­
pondencia, hablando esta vez en forma literal.
También está inspirada en una historia real la leyenda esco­
lar del gran matemático Gauss, quien a los ocho años todavía no
parecía molestarse demasiado por los griteríos. Por el contrario,
se cuenta que él y sus compañeros los fomentaban con tanto en­
tusiasmo que la desesperada maestra dispuso para los revoltosos
un castigo más bien tedioso:
Sumar los cien primeros números naturales.
Una tarea capaz de aplacar los ánimos más chillones:
1
2
+ 3

.100

14. Sería aquí de utilidad contar con la partícula hebrea et, según veremos en el ca­
pítulo 7.

157
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Ι’λ ι ι ι .ο Λ μ ν ίί i<

Sin embargo, Gauss descubrió que se puede escribir la sum.i


en forma horizontal,
1 + 2 + 3 + 4 + ... + 97 + 98 + 99 + 100
para luego repetirla en el renglón de abajo pero empezando al
revés:

1 + 2 + 3 + 4 + ... + 97 + 98 + 99 + 10(1
100 + 99 + 98 + 97 + ... + 4 + 3 + 2 + I

Entonces, al sumar columna a columna, se obtiene en todas


el mismo resultado:

1 + 2 + 3 + 4 + ... + 97 + 98 + 99 + 100
100 + 99 + 98 + 97 + ... +· 4 + 3 + 2 + I
101 + 101 f 101 + 101 + ... + 101 + 101 + 101 + 101

Esto indica que el resultado de hacer la suma dos veces es cien


veces cien to uno, de modo que el castigo toca a su fin una vez que
se divide el producto por 2:

100.101
----------= 5050
2

En definitiva, se trata de otro caso de sorpresa retórica, que nos


enseña además que una representación adecuada puede traer gran
desventajas. Algo similar descubrieron los pitagóricos; aunque por
esos tiempos no había todavía escuelas (ni siquiera Academias),
podemos imaginar nuevamente a una maestra o al mismo Maes­
tro perdiendo la paciencia ante alguna eventual indisciplina:
Discípulo Hipaso: vaya a sumar los cien primeros números im­
pares, a ver si con eso se deja de molestar.'5
Por supuesto, el artilugio de Gauss es válido también ahora,
aunque ya no es ninguna sorpresa:
15. Hipaso de Metoponto fue quien descubrió el hecho, inaceptable para los pita­
góricos, de que existen números irracionales. Aunque en este caso el castigo por
“molestar” fue bastante más severo: según cuenta una leyenda, sus propios co­
frades lo arrojaron al mar para evitar que la vergonzosa verdad se conociera fue­
ra de la Hermandad.

158
m

B kkvk p r e s e n t a c ió n d i; c a so s

I 5 + 7 + + 193 + 195 + 197 + 199

199 195 + 193 + + 7 + 5 + 3 +


200 200 + 200 + 200 + + 200 + 200 + 200 + 200

Pero los pitagóricos encontraron una representación diferen-


te: indicando a cada unidad con un punto (una piedrita), se tie­
ne el primer impar,

luego viene el 3:
! · ·
3 · ·

Si agregamos cinco más, podemos observar, ¡oh, sorpresa!,


que en todos los casos se forma un cuadrado.

¿Será siempre así? Ello sucede, en efecto, cada vez que agre­
gamos un nuevo impar:

i ·
3 ·
5 ·
7 ·

1 O i © i O 9 •

3 · · | · • •

5 · · · • •

7 · · · O •

9 · · · • •

A partir de esto se comprueba fácilmente que la suma de los


cien primeros impares es 100 al cuadrado, es decir: xoooo. Compa ­
rándolo con el ejemplo anterior, observamos que el de las piedritas
es un enfoque diferente, que emplea al espacio de otra forma.

159
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t u u

Sexto c a so . R a m a n u ja n , y o t r o s ca so s

Alrededor de 1910 vivía al sur de la India un joven llamado Sri


nivosa Ramanujan. Su historia podría asemejarse a un cuento de
Borges: podemos mencionar que el hombre taciturno venía del
Sur, y cierto día se encontró con un libro del matemático inglés
G. Hardy. Entonces se abocó a la tarea de inventar y resolver al­
gunos problemas por su cuenta. En cuanto los resultados obte­
nidos le parecieron significativos, decidió enviárselos por correo
al propio Hardy quien luego se referiría al hecho de la siguien ­
te manera:

... me dejaron com pletam ente anonadado: jam ás había visto antes,
en absoluto, nada así...

Hay que reconocer que las “fórmulas” enviadas por Ramanu­


jan difieren bastante de las propagandas y facturas de servicios
que suelen encontrarse por la mañana en el buzón. He aquí un
ejemplo:

_V 5_ V5 + 1
-2itV5 \5 /2

1+ - V 5-1
- 4 í[ V5 1+1
1+
1+·

Hardy gestionó una beca para que Ramanujan pudiera trasla ­


darse a Inglaterra; cuando lo tuvo cerca pudo comprobar que los
métodos matemáticos del joven hindú eran un tanto peculiares.
Sus conclusiones provenían mayormente de la intuición, pero
muy lejana a la de los intuicionistas antes mencionados. Según
afirmaba, en muchos casos era inspirado en sueños por la dio­
sa Namagiri: con semejante ayuda, los resultados no podían ser
menos que correctos. Al menos eso fue lo que se comprobó con
muchas de sus llamativas fórmulas.
Existen numerosas anécdotas sobre Ramanujan; quizás la más
fam osa sea aquella en la q ue se c uenta que, cuando estaba ya muy

160
Breve p r e s e n t a c ió n d e c a s o s

enfermo, un día Hardy lo visitó en el hospital y le dijo: “El núme­


ro de mi taxi era 1729. Me pareció un número bastante soso”. A lo
que el hindú respondió: “No, Hardy; es un número muy intere­
sante. Es el menor número que se expresa como suma de dos cu­
bos de dos maneras distintas”.
Esta y otras historias se relatan en el libro Gódel, Escher, Bach,
un Eterno y Grácil Bucle, de D. Hofstadter, aunque más interesante
que las anécdotas es la intención del autor de tomar al hindú como
“caso” entre los matemáticos. En particular, para ilustrar la denomi­
nada Tesis de Church hace referencia a un comentario de Hardy:

M uchas veces me he preguntado si Ram anujan tenía algún secreto


especial, si su s m étodos eran de un género distinto al de otros m a­
tem áticos, si había algo realm ente anorm al en la m odalidad de nii
pensam iento. No puedo responder eon tol.il t < i ( It lumbre ,w ,1,1, |u<
guntas, pero yo no creo nada de ev> l o que yo t tro »·>. que iml"·, l>>
m atem áticos, en el fondo, pieir.an meilutitlr l,r. .......... I 11■· I >
des, y que Ram anujan no fue 1111,1 exeepeli'm al i'rw|ii’i 1<1

A partir de esto, concluye:

Tesis de Church-Turing, versión de llanly: lín el tundo, lod o* lo*


m atem áticos son isomorfos.

La tesis de Church dice, a grandes rasgos, que todo proceso se­


guido por un “ser consciente” para decidir la validez de un enun ­
ciado puede ser imitado por un algoritmo formal: en resumen,
que cualquier procedimiento de decisión puede ser realizado por
una computadora. La idea es interesante, aunque difícilmente de­
mostrable : entre otras cosas, requiere conocer muy bien la mane­
ra en que pensamos. La aceptación de dicha tesis constituye una
toma de posición respecto de las posibilidades de la inteligencia
artificial, pues rechaza el argumento de que un teorema pueda
descubrirse por alguna clase de “iluminación”: sería demasiado
pretender que las máquinas sean capaces de tener experiencias
místicas. Hofstadter aventura otras versiones:

Tesis de Church-Turing, versión tautológica: Los problem as m ate­


m áticos pueden ser resueltos únicam ente m ediante el ejercicio de
la m atem ática.

l6l
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa u l o A m s t i í r

Esto parece una tontería, algo así como afirmar:

Tesis de Church-Turing, versión de Joyce: Los juegos del lenguaje


pueden efectuarse únicam ente m ediante el uso del lenguaje,

Sin embargo, tras una reflexión más profunda hemos de con­


sentir que no se trata de algo tan tonto. Puede compararse a estas
versiones con el ejemplo que vimos del picaro “ajedrecista” que en­
frenta a dos jugadores sin saber las reglas; vale decir, sin conocer
el lenguaje. No conoce el lenguaje, pero lo usa de alguna manera,
lo que nos vuelve a señalar la diferencia entre uso y mención’6.
También Hofstadter es un caso, en cierto sentido menos “ino­
cente” que Ramanujan, pues él mismo se presenta así: en su li­
bro muestra un diagrama con lo que llama su red semántica, se­
mejante a la “cocina literaria” mencionada al comienzo del pre­
sente capítulo. La situación es comparable a la de un libro que se
explica a sí mismo, pues en Gódel, Escher, Bach la “receta” for­
ma parte del texto.
Los “otros casos” a los que se refiere el último subtítulo nos
hacen volver en realidad al primero de ellos, la reflexión sobre el
propio texto. El diagrama de Hofstadter es una suerte de mapa,
noción que aparece en diversos contextos que van desde Bor­
ges a la Cábala, pasando por el Psicoanálisis. Toda interpreta­
ción habla de cierta lectura, que en ocasiones llega a convertir­
se en una labor detectivesca; ello justifica muchas de las referen­
cias que este escrito hace. Por ejemplo al chestertoniano Padre
Brown, capaz de construir en el acto una serie de explicaciones
distintas de unos hechos misteriosos, con el sólo afán de mos­
trar que es fácil dar

...diez falsas filosofías sobre los datos del Universo, o diez falsas teo­
rías sobre los datos del castillo de Glengyle.

Habiendo identificado escritor con lector, se desprende de lo


anterior el extraño concepto de escritura detectivesca, rótulo en

16. En el capítulo previo, cuando la computadora-golem recibe la instrucción de


escribir “gato”, es capaz de reproducir pero no de comprender lo que está den­
tro de las comillas. Esto parece acordar con la tesis en relación a la cita mencio­
nada en la página 105, según la cual la expresión entrecomillada es ilegible.

16 2
IlllliVI l'HKSUNTACIÓN DE CASOS

el cual podemos ampararnos para no renunciar a ciertas ideas


que un sentido más literario sugeriría descartar.
Las “diez falsas filosofías” que menciona el Padre Brown nos
llevan también a considerar el tema de las múltiples interpre­
taciones. Lacan presenta una historia, el apólogo del marciano,
acerca de tres científicos que llegan a Marte y se encuentran con
unos seres que tienen un modo propio de comunicarse. Para su
sorpresa, los científicos descubren que son capaces de compren­
der los mensajes. Uno dice: Me dijo que realizaba investigaciones
sobre física electrónica. El otro dice: Sí, me dijo que se ocupaba
de lo que constituía la esencia de los cuerpos sólidos. Y el terce­
ro dice: Me dijo que se ocupaba del metro en la poesía y de la Ju n ­
ción de la rima'7. Pero más allá de la multiplicidad de interpre­
taciones, en algún momento hay que detenerse. El Padre Brown
no se queda en el regodeo de sus lecturas tan ingeniosas; de in­
mediato se pone a trabajar:

... lo que necesitam os es la explicación verdadera de! m isterio del


castillo y del Universo. Vam os a ver, ¿no hay m.Vs d o ru n ifiilo N ?

Semejante actitud lo conduce, naturalmente, .1 la pxpluvuK'in


única y tanto más regocijante de los hechos:

¡Una idea tan sencilla, tan herm osa, tan pacifica! Am igos míos: nos
hem os p asad o una noche en el infierno, pero ahora se ha levantado
el sol, los pájaros cantan...'8

También en nuestra situación el límite es necesario; no para


descubrir a los culpables de un crimen sino para poner fin a esta
presentación. En el capítulo previo se planteaba un problema en
torno a lafinitud del escrito; aquí vemos con alguna preocupación
que el texto empieza a estar excesivamente cargado. Como vimos,

17. J. Lacan: El Seminario, libro 2.


18. El regocijo del cura es semejante al que mostró Kepler ante sus descubrimien­
tos. En Armonía del mundo, escribe:

La sabiduría del Señor es infinita; y así son su gloria y su poder. ¡Cantad,


cielos, sus alabanzas! ¡Sol, Luna, y planetas, glorificadle en vuestro in­
efable idioma! ¡Armonías celestes, vosotras todas que comprendéis sus
obras maravillosas, alabadle!

163
Ló g i c a y t e o r í a d e c o n ju n t o s I’a u u ) A m s t h n

para escapar a una recursión interminable hay que salir del siste­
ma mediante un salto; en este caso ocurre algo similar, pues cual­
quier lector minucioso encontrará siempre algo más para decir. Si
no logra dar ese salto, el texto se volverá difícilmente soportable.
Todo escrito admite la posibilidad de nuevas lecturas. Quizás
sea exagerado pensar que ello ocurre con "textos" tales como la
guía telefónica o la lista del supermercado, aunqu e esa es la idea
que tienen los cabalistas sobre el texto bíblico. La Biblia es un tex­
to perfecto, y por consiguiente ninguna de sus lecturas es casual,
como señala Borges en una famosa conferencia de 1973 en que es­
tablece la distinción entre texto sagrado y texto clásico:

Es conocida la veneración supersticiosa que rodea al Quijote. Pues


bien, si a un cervantista se le ocurriera decir: el Quijote em pieza con
dos palabras m onosilábicas term inadas en N (En un) y luego tene­
m os una palabra de cinco letras (lugar) y luego tenem os dos pala­
bras de dos letras (de la), y pretendiera sacar conclusiones de ésto,
se pensaría inm ediatam ente que está loco. En cam bio, la Biblia ha
sido estudiada de este modo. Se dice por ejem plo que em pieza con
la letra B, inicial de Breshit. ¿Y por qué em pieza con B? B, la letra
hebrea Bet, es tam bién la inicial de brajá, que significa bendición, y
los cabalistas dicen que la Biblia tenía que em pezar con una bendi­
ción, y no con una m aldición.

Resulta curioso que haya sido Borges, el mismo quien esboza­


ra la posibilidad de una “escritura minuciosa” en su cuento Pierre
Menard, autor del Quijote que es, según George Steiner, el más
agudo y denso comentario que se haya d edicado al tema de la tra­
ducción. La obra fundamental de Menard consta de “los capítulos
noveno y trigésimo octavo de la primera parte de Don Quijote y
de un fragmento del capítulo veintidós”. Steiner se pregunta:

¿Cuántos lectores de Borges han observado que el capítulo IX alude


a una traducción del árabe al castellano, que abriga un laberinto en
el capítulo XXXVIII, y que el Capítulo XXII j uega sus equívocos lite-
ralistas, en el m ás puro estilo de la Cábala, sobre el hecho de que la
palabra no tiene el m ism o núm ero de letras que la palabra sí?

En este último capítulo, precisamente, don Quijote interroga


a unos condenados en un diálogo que se convierte en un verda­
dero juego de interpretaciones:

164
IlldiVH IMdiSLiN l'ACIÓN UU CASOS

Con esta licencia, que don Q uijote se tom ara, aunque no se la die­
ran, se llegó a la cadena, y al prim ero le preguntó que por qué peca­
dos iba de tan m ala guisa. Él respondió que por enam orado iba de
aquella manera.
—¿Por eso no m ás? -replicó don Q uijote-; pues si p or enam orados
echan a galeras, días ha en que pudiera yo estar bogando en ellas.
—No son los am ores que vuesa merced piensa -díjole el galeote-;
que los m íos fueron que quise tanto a una canasta de colar, atesta­
da de ropa blanca, que la abracé conm igo tan fuertem ente que a no
quitárm ela la justicia por fuerza, aún hasta ahora no la hubiera d e­
jado de mi voluntad.

Otro de los condenados va

... por canario: digo, por m úsico y cantor.


— ¿Pues cóm o? -repitió don Q uijote-; ¿por m úsicos y cantores van
tam bién a galeras?

Aquí el caballero queda sumido en la perplejidad, pues a su


modo de ver una causa tan injusta se contradice abiertamente
con el hecho de que “quien canta, sus males espanta”. Hasta que
uno de los guardias le explica:

— Señor, caballero, cantar en el ansia se dice entre esta gente non


santa confesar en el torm ento. A este pecador le dieron torm ento, y
confesó su delito, que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias.

La identificación de lectura con escritura ocasiona un proble­


ma adicional. De una lectura, por obsesiva o recargada que sea,
siempre es posible salir: en el peor de los casos, basta con cerrar
el libro. Es cuestión de decisión: el libro cerrado sigue siendo el
mismo; somos nosotros quienes no hemos extraído todo de él,
no lo hemos interpretado en forma plena. No aún; queda la po­
sibilidad futura de hacerlo... o al menos de ampliar la lectura, de
transformarse aquí también en socio activo (ver nota i). Sin em­
bargo, en tanto escrito escindido de sus lecturas, ya es pleno. El
inconveniente de un texto escrito por el lector es que nunca al­
canza la plenitud, pues en el momento en que lo cerramos se con­
vierte en un libro que, como diría Lacan, no cesa de escribirse.
O quizás no cesa de no escribirse; en cualquier caso el salto fue­
ra del sistema es necesario.

165
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa i i i .o A m s t i h

Algunos lectores son demasiado minuciosos, tanto que pro


vocan a menudo efectos grotescos. En un artículo semiológico en
el que se discutía la incidencia del contexto en la lectura de un
signo, se destacaba por ejemplo que la huella de una pisada en
la playa no llama la atención, mientras que la misma huella en
el marco de la ventana de una habitación en donde se ha come
tido un crimen merece ser objeto de profundas investigaciones.
Sin prestar mucha atención a la trivialidad de la observación, un
lector mordaz señaló que a su criterio el hallazgo de una pisad.i
en la playa le parecía una señal de lo más inquietante.
Todo depende de quién es el que lee: como ejemplo basta con
siderar la lectura que hace Lacan sobre La carta robada. A su vez,
dicho cuento o cualquier otro puede ser leído por un matemático
como si fuese un teorema, procedimiento que seguramente no
hubiera disgustado a Poe'9. Incluso la Biblia admite toda suerte de
lecturas, bien diferentes de las religiosas: por ejemplo, el escritor
Harold Bloom la lee como si se tratase de una mera pieza de lite
ratura, de la cual Dios no pasa de ser uno de sus personajes.
La referencia a una lectura o escritura matemática no signifi
ca que la Biblia, o Los crímenes de la calle Morgue sean teoremas.
Hay algo en estos textos que los hace diferentes a uno de Mate
mática; en particular, en este último es poco frecuente la sorpresa
que ofrece un cuento al ocultar la “solución” (o bien: re-solución)
hasta las últimas páginas. En muchos casos el ocultamiento tie
ne la clara función de permitir la escena clásica en que Mr. Hol
mes estira hacia el fuego sus “largas y delgadas piernas”, y explica
los hechos de forma tal que confundamos abducción con deduc­
ción20. La investigación matemática produce sin duda sorpresas,
pero rara vez un texto matemático adquiere el tono del suspen
se. Pero quizás no sea así. Son muchos los cuentos o películas en
los que estamos enterados del final desde mucho tiempo antes:
a veces, es cierto, por culpa de un indiscreto lector o espectador

19. En efecto, en su Filosofía de la composición Poe compara a la creación literari.i


con el desarrollo de un problema lógico.
20. Como vimos en el capítulo 1, la “ciencia de la deducción” que el famoso detec
tive describe como el procedimiento de razonar hacia atrás constituye una for­
ma inválida de razonamiento denominado abductivo. A grandes rasgos, se tra­
ta de elegir una entre las posibles causas de un efecto dado, por lo cual se lo h.i
llamado también la lógica de la mejor explicación.

l6 6
Breve p r e s e n t a c ió n d e c a s o s

previo, pero en ocasiones es el mismo autor quien se encarga de


hacernos saber de antemano cómo van a darse las cosas. De esta
forma descarta algún aspecto de la sorpresa, pero su producción
se asemeja notablemente al enunciado y la demostración de un
teorema. El lector de Crimen y castigo apenas necesita comenzar
la novela para enterarse de que Raskolnikov va a matar a la vieja
usurera y será castigado por ello, aunque se pregunta cómo va a
resolver todo esto el autor21. De acuerdo con la tradición judía, el
texto bíblico se divide en porciones que se leen semana tras se­
mana, de modo tal que al concluir el año la lectura concluye para
recomenzar el año siguiente. Por eso, no es sorpresa para el es­
tudioso encontrarse con que año tras año Caín vuelve a matar a
Abel sin tomarse el trabajo siquiera de buscarse una buena coar­
tada, en vez de dar una respuesta socarrona: ¿Soy acaso el guar­
dián de mi hermano? Sin embargo, cada nueva lectura de este
crimen con su castigo es en cierta forma sorprendente. Al modo
de los estudiosos del texto, también Borges confesó habersidouu
gran relector, incluso llegó a decir que leyó en verdad unos pocos
textos, pero a algunos de ellos los leyó muchas veces.
Vamos a completar el capítulo con una aclaración: pareciera
que todo lo que aquí decimos fue dicho alguna vez por Borges,
Epiménides, Russell, Gódel, Chesterton, o algún otro. En cierLo
sentido, eso resulta coherente con el anuncio que hemos hecho,
el de un texto de lector; aun así, no resulta sencillo cesar por com­
pleto de escribir. Por eso conviene aclarar que ese “algún otro”
puede que sea, de tanto en tanto, el propio autor.

21. Resulta difícil negar que tal resolución fue llevada a cabo con maestría. Quizás a
este tipo de cosas se deba la frase de Einstein: Aprendí más de Dostoyevski que
de cualquier físico,

16 7
Ca p ít u l o 7

La r e l i g i ó n , o r d in e
MATHEMATICA DEMONSTRATA

La Matemática pura es Religión


Novalis

A lo largo de este libro se ha intentado combinar determina­


dos aspectos de la Matemática con disciplinas tan disímiles como
el Arte, la Filosofía o el Psicoanálisis. Pero fundamentalmente se
ha buscado expresar cierto desacuerdo con tal disimilitud: en el
fondo, quizás no se trate de cosas tan diferentes. Esto no es más
que una opinión, pero que no carece de importancia en el con­
texto del tema que nos ocupará ahora: la Religión.
Aunque sospechado durante siglos, es un descubrimiento re­
ciente que casi toda la Matemática se apoya en los números natu­
rales. Y, dada la “naturaleza” de los mismos, nada nos cuesta acep­
tar que un constructivista como Kronecker los atribuya a Dios:

Dios hizo a los números naturales, todo lo demás es obra del hombre.

Tales números responden a nuestra evidencia: los creó Dios


y vio que eran buenos. En realidad, ni siquiera es preciso pedir a
Dios el trabajo tan grande de todos los números, pues según nos
mostrara Peano, es suficiente con uno de ellos: el cero. El cero,

169
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa i i i .o A m ster

ciertos postulados y una idea sencilla pero poderosa, la de suce­


sor: de este modo, se define al uno como sucesor del cero; al dos
como sucesor del uno, y así sucesivamente.
Esto nos permite decir que la Matemática es, en cierta forma,
el libro de las generaciones del cero, y aun agregar: el día en que
creó Dios al cero, a la semejanza de Dios lo hizo'. Sin embargo,
mejor será detenernos allí, pues los matemáticos de estos últi­
mos tiempos no se muestran muy dispuestos a aceptar las inter­
venciones divinas en sus definiciones.

La c r e a c ió n

El Génesis no relata nada más que la creación


-de la nada, en efecto- ¿de qué?: nada más que
de significantes.
J
acq ues L , Encoré
acan

No son muchos los matemáticos que han escrito -entre las ex­
cepciones figura otro constructivista, el gran Poincaré- sobre la
invención y la creación, elementos tan esenciales a la actividad
matemática como a la artística. En el campo de la Religión, se sue­
le aceptar casi como un axioma la existencia de un Dios creador;
en cambio, el Arte y la Matemática contemplan la creación ya no
de El mundo, sino de los diversos mundos que le vengan en gana
a aquel “epifenómeno” que es el artista o el matemático.
El poeta es un pequeño dios, escribe el poeta Vicente Huido-
bro en su Arte Poética; el verso es un reflejo de su propuesta, de­
nominada creacionista, según la cual la poesía se constituye por
imágenes creadas. Estas imágenes no representan un mundo ya
existente, sino otro que existe solamente en el poema; un mun­
do paralelo al mundo real. En nuestro caso, podríamos aventu
rar entonces que también el matemático es un pequeño dios, o
incluso que Dios es un pequeño dios... En realidad, esto no tiene
la finalidad de restarle importancia al Dios creador, sino de si­
tuarnos en el problema de la creación desde el punto de vista de
los mundos posibles. El Dios bíblico no es en verdad un pequeño

i. cf. Génesis V, i.

170
I A III I K I K ’iN, O U K IN I, M A T IIIiM A T ICA D EM O N STKATA

dios, ya que es capaz de crear cualquiera de estos mundos e infi­


nidad de otros que no podríamos siquiera imaginar. Sin embar­
go, al llevar a cabo la creación conforme a su voluntad según los
planos por Él mismo trazados, Dios elige uno entre esos mundos
posibles (el mejor de ellos, diría Leibniz); no permite la conviven­
cia de distintos universos como en la Matemática2.
Según la tradición, laTorá (el Antiguo Testamento) es un pla­
no del mundo, y fue escrita antes de la creación: para ponerla en
marcha Dios obró como un arquitecto, siguiendo las indicacio­
nes del sagrado texto palabra por palabra (una lectura que bien
podemos considerar “a la letra”). Se dice que la Torá antecede al
mundo en dos mil años, aunque este dato cronológico tan pre­
ciso esconde, como pronto veremos, algunas dificultades. En re­
lación a los mundos creados, vale la pena recordar una intere­
sante sentencia talmúdica:

El mundo que conocemos no es el único que ha creado Dios. Dios


construye continuamente otros mundos que continuamente va des­
truyendo: no le proporcionan ninguna alegría.

Existe un importante tratado, la Guía de ¡os Perplejos, escrito


por uno de los más importantes sabios medievales: Moshé ben
Maimón o simplemente Maimónides. En este encomiable esfuer­
zo por sacarnos de la perplejidad, nos explica que la Creación es
una novedad; sucede algo que no había antes. Está escrito “en
el comienzo”, breshit, y no “primero”. El primero es función del
tiempo; el comienzo no está en el tiempo sino que le antecede;
la creación de Dios comprende también al tiempo:

Está escrito que Dios creó al cielo y a la tierra. Ahí figura la partícu­
la hebraica et que sirve de unión entre el verbo y el objeto directo.

2. A tono con su idea de una armonía preestablecida, Leibniz afirmaba que si bien
Dios tiene la capacidad de concebir todos los mundos posibles, sólo puede que­
rer crear el mejor de ellos. Esta idea ha sido a menudo malentendida y le va­
lió diversas críticas; la más famosa de ellas es la dura sátira Cándido, escrita por
Voltaire, en donde el filósofo Pangloss enseñaba la metafísico-teólogo-cosmo-
lotontología, y demostraba “de modo admirable” que no hay efecto sin causa:
“Fijaos bien en que las narices se hicieron para llevar anteojos; por eso llevamos
anteojos”. Al margen de las burlas, Leibniz fue uno de los grandes pensadores
de la historia; además de haber fundado junto con Newton el cálculo infinitesi­
mal, entre sus múltiples hallazgos se cuenta nada menos que el inconsciente.

171
Ló g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m stek

A hora bien, “et” significa tam bién “con”. Cabe entender, pues: Dios
creó con el cielo y con la tierra, todo lo que creó. Todo conjuntam en­
te, de una sola vez3.

Hay un solo acto de creación. Por más que en el relato bíbli­


co la creación abarque una sucesión de días, que culmina con un
descanso en el séptimo, no se trata ya del trabajo de Dios sino del
florecimiento de la obra ya hecha.
Párrafos atrás empleamos una conocida expresión bíblica:
...y vio Dios que era bueno. ¿Qué significa eso? ¿Es que necesi­
ta Dios, que es pura perfección, convencerse de que sus propias
creaciones son “buenas”? Parece claro que no: lo que la frase in­
tenta mostrarnos es que todo lo creado por Dios coincide con Su
voluntad. Según la interpretación de Maimónides, no hay otra
finalidad en la creación que la voluntad de Dios.
La Matemática se apoya en una noción fundamental, la de sis­
tema axiomático: a modo de simplificación, puede pensarse que
la Matemática resulta un auténtico surtido de teorías, universos
creados que se sostienen en conjuntos arbitrarios de axiomas. Ve­
remos a continuación que un “sistema religioso” puede concebirse
en cierta forma como una teoría matemática, aunque el religioso
se preocupa por algo que al matemáti co, sobre todo al formalista,
le es completamente indiferente: la verdadera verdad.
Dijo San Agustín: “Sin la Matemática no nos sería posible com­
prender muchos pasajes de las Sagradas Escrituras”. Vale la pena
apoyar esta idea, e incluso extender la necesidad del pensamien­
to formal a otra clase de “Escrituras”; no obstante, el criterio que
guia a este trabajo se acerca más al romanticismo que subyace en
el epígrafe inicial de Novalis, en el que se rescatan las facetas me­
nos aplicadas del ejercicio matemático.
3. Esta interpretación nos pone frente a la creación como acto: de un solo golpe
Dios pone en marcha el espacio-tiempo. No hay un antes de la creación pues
Dios crea también al principio; por eso no es tan sencillo entender que la Tora
pueda ser previa a la creación. El concepto de eternidad, contrariamente a lo
que suele suponerse, no remite a algo que dura en el tiempo, sino más bien a
algo que no transcurre; en otras palabras, la eternidad puede ser pensada como
la identificación de pasado, presente y futuro. La preposición “et” también re­
presenta según los sabios a la totalidad pues está compuesta de la primera letra
hebrea (alef), y la última (tav). Cabe destacar que el papel de las letras es fun­
damental en todo el Génesis; entre otras cosas, la creación se lleva a cabo a tra­
vés de las letras.

172
I.A R ELIG IÓ N , O R D IN E M ATH EM A TICA D EM O N STRATA

C ie n c ia , M a t e m á t ic a , R e l ig ió n

La noción de sistema no es excluyente de la Matemática: en to­


dos los campos existen conjuntos de “verdades básicas” que asu­
men el rol de axiomas y dan lugar a las más diversas derivaciones
lógicas. Si bien el rigor interno de un corpus tal obedece a deter­
minadas reglas de cálculo, sus contenidos e interpretaciones pue­
den llevarnos a los universos más variados. En cualquier disci­
plina es posible encontrar cierto hilo conductor en el terreno de
lo puramente formal; el lógico opera con un sistema totalmente
despojado, sin ocuparse de sus ulteriores aplicaciones.
En una teoría matemática, se asumen los axiomas y las pro­
piedades elementales como si fueran mandamientos; por ejem­
plo, la teoría de cuerpos nos impone:
No dividirás por cero.
Sin embargo, después de la irrupción de las geometrías no
euclidianas, la perspectiva de la Matemática como un conjun­
to de “verdades” debió volver a pensarse. En ese sentido, la frase
de Novalis ha perdido actualidad: podemos decir, en definitiva,
que cada teoría matemática funciona como una religión, aunque
no La Matemática, puesto que en ella conviven universos distin­
tos, contradictorios. Dentro de cada teoría hay una idea estricta
de “ley”, pero no hay una regla exterior que regle a todas las re­
glas. Un matemático acepta cualquier teoría, bajo la única con­
dición de que sea consistente: casi como decir que en cierta teo­
ría matemática no desearás a la mujer del prójimo, pero podrás
hacerlo en otra.
Ahora bien, el último párrafo no supone una aniquilación de
todo tipo de verdad religiosa o moral: un matemático puede creer
que determinada idea es absolutamente verdadera, aunque nun­
ca consiga demostrarla. No es para preocuparse mucho: como ad­
vierte Quine, la Lógica no alcanza para probar siquiera que exis­
ta algo en el Universo, verdad que casi toda la filosofía occiden­
tal parece asumir de buen grado.
La religión del pueblo judío se basa en la idea de Ley, con­
sistente en unos pocos libros, desprovistos de aquella retórica
que unos siglos más tarde caracterizaría a los bellos textos clási­
cos. Menos que eso: toda la ley se reduce a aquellos diez manda­

<7 i
Ló g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa u l o A m k t h k

mientos que diera Moisés a su pueblo en el desierto4. La Biblia,


texto perfecto, no es para Dios sino para el hombre; su fin es la
transmisión. Si bien la verdad que expresa podría prescindir de
las palabras, las palabras son necesarias para permitir al hombre
el acceso a dicha verdad. De la misma manera, toda la geometría
euclidiana está contenida en los cinco postulados, aunque a na­
die se le ocurriría decir que la geometría es sólo eso. El teorema
de Pitágoras es consecuencia de tales postulados, pero no surge
por clarividencia: todos hemos accedido a él con la ayuda de un
“guía”. Acaso el rol de Pitágoras sea comparable al de un profe­
ta, encargado de transmitir a su pueblo (más bien a su Herman­
dad) cierta verdad que ha conocido de alguna forma5. Los tex­
tos matemáticos, desprovistos también de la retórica “clásica”,
se encargan de exponer aspectos de tal o cual teoría, que se es­
conden bajo los axiomas, pero que no están al alcance inmedia­
to. Los axiomas ocupan apenas unas páginas: el resto es desarro­
llo y transmisión.
La Religión se diferencia de una teoría matemática, en la que
los axiomas son arbitrarios. El religioso por lo general cree en
verdades indudables, absolutas, no convencionales. Un mate­
mático, por más que estudie sus universos en forma platónica y
les suponga una existencia cierta, sabe que en el fondo son pura
invención, hecho que se resume en la sugerente descripción del
matemático típico:

4. La tradición nos brinda ejemplos de versiones aun más reducidas: se cuenta


que una vez un provocador desafió al sabio Hillel a que le enseñara la Torá en
el tiempo que pudiera aguantar parado en un sólo pie. Con tranquilidad, Hillel
respondió: “No hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti. Esa es toda la
Ley. Lo demás son comentarios. Vé y apréndelo”.
5. Quizás se pueda hacer una excepción con Pascal a quien, entre otras anécdotas,
se le atribuye el haber reconstruido durante su infancia, sin libros ni ayuda al­
guna, los primeros teoremas de la geometría euclidiana. Por otro lado, en algu­
nos casos quizás sea legítimo hablar de clarividencia, como vimos con Ramanu-
jan en el capítulo precedente. Recordemos de paso que diez siglos antes de Pi­
tágoras el célebre teorema era ya conocido por los babilonios, aunque su nivel
de matemática, calificada por los historiadores de “semijuego y semirreligiosi-
dad” no era suficiente para demostrarlo. Acaso se trate de un hecho significati­
vo, pues la raíz de Babilonia está conectada con Babel, ligada a su vez con bilbul
(confusión), y en definitiva con bla-bla: de allí surge la palabra “balbucear” (en
latín, barbas; la denominación “bárbaro” se aplicaba a aquellos que no domina­
ban la lengua). En el francés actual la misma raíz produjo la expresión bavarda-
ge, que significa “parloteo”.

17 4
I .A Klil.UilÓN, 0K U 1N E MATHEMATICA DEMONSTRATA

Platónico los días de semana, y formalista los domingos.


El sentido de esta frase es claro: en su quehacer cotidiano el
matemático manipula toda clase de entidades abstractas como
si fueran objetos comunes y corrientes; cree que es posible figu­
rarse una esfera, un plano, una recta. El domingo, cuando deja
colgada la ropa de fajina y se dedica a descansar y filosofar, se ve
obligado a reconocer que las abstracciones que pueblan su se­
mana no son otra cosa que combinaciones de signos más o me­
nos afortunadas6.
Muchas veces los sistemas filosóficos, científicos, matemáti­
cos o religiosos se entremezclan, se confunden. Tal es el caso de
Descartes, sobre quien los historiadores no terminan de decidir
si su ciencia no es más que un apéndice de su filosofía, o si su fi­
losofía corresponde a una extensión natural de su actividad cien­
tífica. Las filosofías racionalistas se presentan a menudo como
teorías matemáticas: ejemplo claro de ello es la I',tica de Spino­
za, ordine geométrico dem ónstrala, que Cue escrita imitando el
escrupuloso estilo de liuclides. Sus teoremas merecen una lee
tura detallada, matemática, aunque dejan ei ti rever alguna tram
pa en lo que hace a la evidencia de las cosas: las demostraciones
se apoyan en gran medida en la forma de "definir” ciertos térmi­
nos “primitivos”:

Entiendo por Dios un ser absolutam ente infinito, es decir, una su s­


tancia constituida por infinitos atributos de los que cada uno expre­
sa una esencia eterna e indivisible.

6. Es interesante meditar sobre este punto, en especial después de que Descartes


diera comienzo a aquello que se llamó la “algebrización de la geometría”. Por
ejemplo, una circunferencia se ve reducida como dijimos a la simple fórmula
x1 + y2= i. Esto confiere a la letra un especial poder, lo que nos lleva a recordar
que para la mística judía (Cábala) todos los aspectos de la vida se expresan a
partir de las veintidós letras del alfabeto hebreo y las diez sefirot o envolturas
que cubren la plenitud de la luz. Por otra parte, el “filosofar” de los domingos
remite a uno de los preceptos más sagrados, el de respetar el Shabat, no pen­
sado como descanso sino como un día de reflexión. El Shabat es una suerte de
isla en el tiempo, que para algunos autores es un adelanto, una suerte de ensa­
yo de la era mesiánica. La palabra Cábala o Kabaláh se origina en el verbo he­
breo Lekabel (recibir); en hebreo moderno la palabra ha adquirido un signifi­
cado algo menos místico, el de factura comercial o recibo.

17 5
Ló g i c a y t e o r ía DE CONJUNTOS Pa b l o A m s t k k

Es cierto que también Euclides aventura algunas definiciones


de lo más sospechosas:

Punto es lo que no tiene partes,


Recta es aquella línea que yace igualm ente respecto de todos sus
puntos.

Sin embargo, todo su sistema seguiría funcionando si hubie­


ra dicho tan sólo que
un punto es un punto,
o que una recta es
eso que usted ya conoce.
A propósito de Spinoza, vale la pena recordar otra definición
de Dios, aun más geométrica:

Dios es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes


y su circunferencia en ninguna ,7

La manera de pensar la realidad no es igual para el religioso


que para un científico o un filósofo, a quienes la observación y la
Lógica ayudan a convencerse de la veracidad de sus afirmaciones.
Un religioso, al igual que un matemático, nada tiene de qué con­
vencerse. El matemático, en especial el dominguero, porque cono ­
ce el carácter arbitrario de sus axiomas. El religioso, porque cree,
aunque él no se diga religioso ni creyente. Esto se aplica incluso
a aquellos que han esbozado apasionadas demostraciones de la
existencia de Dios o de otras verdades: no se trata de demostra­
ciones "religiosas”. Ello no les resta valor, aunque hay que admitir
que quienes intentan tales procedimientos están convencidos de
antemano; su afán no es otro que convencer a ¡os dem ás*

7. Borges rescata el origen hermético de esta metáfora en La esfera de Pascal (Otras


Inquisiciones), en donde asegura que a pesar de tratarse de “una contradictio in
adjecto, porque sujeto y predicado se anulan (...) la fórmula de los libros hermé­
ticos nos deja, casi, intuir esa esfera”.
8. Vale la pena hacer notar que la palabra “ciencia” tiene la misma raíz que esqui­
zo (separar), oponiéndose a “religión” que se origina en religare, volver a unir.
La mística judía rechaza esta denominación por imperfecta, puesto que consi­
dera que la realidad es única e indivisible, sin que exista nada que deba volver
a unirse. Este argumento explica el desacuerdo hacia la “disimilitud” expresa­
do al comienzo del capítulo. Por eso el observante judío no se dice religioso, ni

176
I.A KKl.KilÓN, ORDINE MATHEMATICA DEMONSTRATA

U n D io s t a u t o l ó g ic o

D ios es inconsciente.

Ja c q u e s L a c a n

En las secciones previas de este capítulo hemos trazado una


suerte de analogía entre aspectos generales de la Religión y la Ma­
temática. Esbozaremos ahora algunas conexiones más específi­
cas, referidas a ciertos contenidos de la Religión que pueden pre­
sentar alguna clase de correlato matemático.
En primer lugar, podemos volver a considerar una de las no­
ciones fundamentales de la Lógica: la tautología, denominación
que el lenguaje común reserva para las verdades de Perogrullo
tales como:
Mi abuelo es mi abuelo.
Llueve o no llueve.
Se trata de verdaderas verdades que no dicen nada, poro li.in
dado tema de conversación a lógicos y lingüistas, y permitieron
que Bertrand Russell deleitara a su público con uno de sus más
famosos dichos, que mencionamos en el capítulo i: la Matemá­
tica es una vasta tautología. El asunto es que para los logicistas la
noción de tautología es bastante más amplia que para el lengua­
je informal, lo que lleva a concluir que en el fondo cualquier de­
mostración es tautológica. No importa si el resultado final está
muy lejos de ser una verdad de Perogrullo; desde el momento en
que se sigue necesariamen te de los axiomas, su validez no es ma­
yor que la de llueve o no llueve. Claro que este teorema pluvial es
a todas luces más simple; un enunciado elaborado como el de Pi-
tágoras sólo puede derivarse después de un gran número de pa­
sos, como ocurre en esas concatenaciones de silogismos tan tí­
picas, por ejemplo, en las explicaciones de Sherlock Holmes. La
frase de Russell convierte a todo teorema en un encadenamien­
to más o menos largo de tonteras, sin que ello signifique que su
logicista autor creyese que la Matemática se compone de verda­
creyente; más bien se considera sabedor de la existencia de Dios. A decir verdad,
ni siquiera la palabra “Dios” es del todo aceptable pues proviene de Zeus, hijo a
su vez de Cronos (Tiempo), y esta subordinación, además de limitar al Eterno,
contradice lo expresado en la nota 3.

177
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa u l o A m s t iík

deras verdades que no dicen nada9. Pero el más elevado ejem


pío de tautología es, sin duda:
Ehié asher ehié.
Esta singular frase se lee: Soy el que soy. ¿Una verdad de Pero
grullo? Creamos o no en Dios, debemos admitir que ciertamen
te es el que es, aunque a ninguno de los estudiosos se le ocurrí
ría pensar que esta frase no dice nada. El Dios de la Biblia es un
Dios tautológico; nada lo define mejor que la tautología, o más
bien: nada lo define excepto la tautología, como si para hablar de
la Matemática nos viéramos forzados a decir que

La Matemática es la Matemática,
o acaso
Es Matemática aquello que no es no-Matemática.

La definición tautológica es la única que garantiza la necesidad


de Dios; cualquier otra marcaría un límite a su perfección. Este
argumento ha sido usado para mostrar algunos de sus atributos,
como el de ser infinito e indivisible. No debe extrañar que tales
atributos se encuentren siempre expresados en forma negativa:
de un ser perfecto, sólo puede decirse lo que no es. El lenguaje,
imperfecto, no puede de-finir (de-limitar) a Dios: por eso la tau­
tología. Una recta es una recta es una recta es una recta10.

9. Es justo mencionar que la definición russelliana, un tanto audaz, no es aproba­


da por todo el mundo. Por ejemplo Poincaré, tenaz opositor del logicismo, se
pregunta en La Science et l’Hipothése:

¿Se admitirá, pues, que los enunciados de todos estos teoremas que llenan tan­
tos volúmenes son sólo maneras retorcidas de decir que A es A?

También vale la pena recordar su descripción, que comprende tanto a los logi-
cistas como a los formalistas: escritores que sólo saben de gramática pero que
no tienen historias que contar.
10. cf. con el poema de Gertrude Stein: a rose is a rose is a rose is a rose.

17 8
La r e l i g i ó n , o r d i n e m a t h e m a t ic a d e m o n s t r a t a

Im a g e n y S e m e ja n z a

Si los triángulos hablasen, dirían que Dios


tiene forma de triángulo. (B. d e S p i n o z a )

En la primera parte de este trabajo hemos comparado al tex­


to bíblico con el matemático, y hemos mencionado el hecho de
que, a diferencia de otros textos, se encuentran ambos práctica­
mente despojados de retórica. Sin embargo, podemos decir que
en realidad se trata de textos sumamente retóricos, aunque su
esencia los ha dotado de una retórica mucho más profunda que
la de un simple engalana miento. Vamos a ilustrarlo con una fi­
gura bien conocida: la metáfora.
La metáfora se clasifica dentro de los tropos, figuras de des­
plazamiento. Esto es bien claro cuando el poeta, en un repentino
arranque de atontada inspiración, escribe “blancas perlas” para
referirse a los dientes de su amada. Hay metáforas de varios ti­
pos: por un lado, la sustitución
A=B
en donde se reemplaza simplemente un significado por otro, o
sino
A es B
y también
A como B.
Esta última forma no es otra cosa que una comparación, aun­
que en su versión abstracta no se la ve tan odiosa como se dice
que son. Este aspecto de las comparaciones provocó, vale la pena
comentarlo, que alguien dotado de espíritu matemático acuñase
la frase: “ser odioso como una comparación”.
Cabe notar que, a diferencia de las otras dos, en la primera for­
ma (A=B) no aparecen explícitamente los dos términos del des­
plazamiento. Aun así, el elemento que se omite es al menos ex-
presable; en cambio, podemos decir que el modo más acabado de
metáfora desplaza a un significado que el lenguaje no puede si­
quiera enunciar: el de Dios. Al hecho antes observado de que su
definición debe ser negativa o tautológica se le suma este otro, la
imposibilidad de expresarlo más que en forma metafórica. En la

179
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t iíu

Matemática, algo similar ocurre con cualquier número irracio­


nal, por ejemplo
3,141592653...
al que se puede dar un nombre muy bonito como tu, pero nunca
escribir por completo. Esto se debe a que sus cifras son infinitas y
no periódicas; en ese sentido, un número tal no es “decible”, y sólo
se lo puede expresar como un l í m i t e Cabe observar que tam
bién los irracionales se definen en forma negativa, como aquellos
números que no son racionales. Los números reales, unión de los
racionales con los irracionales, consienten en cambio una defini­
ción positiva muy sencilla. Aunque en realidad, con un poco de
trabajo puede encontrarse una definición positiva para los irra
cionales. En definitiva, lo mismo ocurre con la noción de con
junto infinito, que no sólo puede pensarse como aquel conjunto
que no es finito, sino también como aquel capaz de coordinarse
con algún subconjunto propio (es decir, distinto de todo el con­
junto). Esto nos lleva a concluir que la idea de Dios expresa mu­
cho más que una mera infinitud matemática...
Merece un comentario aparte el hecho “provocador” de que
la cantidad de irracionales sea mayor que la de racionales; tan­
to que no existen suficientes combinaciones de letras y pala­
bras en el lenguaje para nombrar de un modo diferente a cada
irracional.
La cuestión es la siguiente: el más pequeño de los infinitos es
el infinito llamado numerable que, como vimos en el capítulo 4,
está caracterizado por aquellos conjuntos que pueden escribir­

11. Esta idea debe ser entendida únicamente en este contexto, el de la escritura de­
cimal de n. En efecto, el número n puede ser definido en pocas (finitas) pala­
bras de muchas maneras distintas; por ejemplo diciendo que es el cociente del
perímetro de una circunferencia por su diámetro, o el área de un círculo de ra­
dio 1. Si bien es imposible calcular todas sus infinitas e “imperiódicas” cifras,
ellas pueden obtenerse una a una para lograr aproximaciones tan buenas como
se desee; en otras palabras, es posible calcular ti con cientos, miles, millones de
decimales exactos. Cabe recordar que Arquímedes encontró valores cercanos a
n calculando el área de un polígono inscripto en una circunferencia: al aumen­
tar el número de lados el área del polígono “se parece” cada vez más a la del cír­
culo. Dicho de otra manera, el defecto que se produce en el cálculo del área se
hace cada vez más pequeño, cosa que se expresa diciendo que tiende a cero. Los
métodos de Arquímedes son precursores del cálculo integral, y se basan en los
mismos principios que derivarían, veinte siglos más tarde, en la moderna defi­
nición del concepto de límite.

180
I,A RKl.KilÓN, ÜKUINB MATHEMA'I'ICA DEMONSTRATA

se como una sucesión. El caso más “evidente” es el de los núme­


ros naturales:
o, i, 2, 3, 4, 5, 6, ...
Puede verse fácilmente que también los números racionales
(cocientes de enteros) se escriben en forma de sucesión; de esta
manera, forman un conjunto numerable. En cambio, la famosa
demostración diagonal de Cantor muestra que los números rea­
les no son num erabl es, y en consecuencia tampoco lo son los irra­
cionales, ya que la unión de dos conjuntos numerables es nume­
rable (¡basta con intercalar las secuencias!).
Pero ahora podemos pensar en esa idea reflejada en aquel cuen­
to de Borges, La Biblioteca de Babel. En realidad, es una idea ex­
traída de la Cábala: se trata de formar todo lo que el lenguaje pue­
de formar, de construir la combinatorio ¡nlinil.i de sus leí ras, I ,.is
letras forman palabras, y las palabras o rae iones, a u nq lie pa r.\ si m
plificar podemos pensar que cualquier producción del
no es otra cosa que una secuencia más o menos larga de leí i.in"
No hay secuencias infinitas, aunque sí infinitas secuencias: tal es
la diversidad de frases -de cualquier longitud- que pueden (or
marse. Como sea, estas secuencias admiten un orden: podemos
primero ordenarlas por longitud y luego las secuencias de igual
longitud alfabéticamente. Vemos entonces que tan minucioso
afán determina una sucesión: primero desfilan las finitas secuen­
cias de longitud i, luego las de longitud 2 (también finitas), lue­
go las de longitud 3, etc.:
a, b, c , ..., z, aa, ab, ac, ... , zz, aaa, aab, ..., zzz, aaaa,...
Según dijimos, la sucesión da cuenta del infinito numerable;
este hecho, junto con la observación anterior, nos dan por fin la
prueba del hecho antes mencionado: el lenguaje usual es insu­
ficiente para dar un nombre diferente a cada número irracional.
Podemos nombrar a muchos, una infinidad de ellos; podemos
tomar un número cualquiera y ponerle un nombre. Pero no po­
demos poner un nombre distinto a cada uno.
Esta limitación del lenguaje explica muy bien el carácter im­
pronunciable del Nombre de Dios, cuya inaccesibilidad se pone

12. Borges agrega al alfabeto el espacio entre palabras, el punto y la coma, como si
fueran simplemente tres “letras” más.

l8 l
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t k k

de manifiesto en diversos pasajes de la Biblia. A propósito de n,


está escrito:

E hizo el m ar de fundición, que tenía diez codos de diám etro, de un


borde al otro, enteram ente redondo, y cinco codos de alto; y un cor­
dón de treinta codos le daba la vuelta en derredor'3.

A menos que se esté hablando de codos de personas diferen


tes, todo parece indicar que se le asigna a n el valor 3... aunque
la interpretación de los sabios nos va a deparar una interesante
sorpresa. Según la tradición, la Biblia admite cuatro formas de
lectura:
Pshat, o “literal”, que viene de Pashut: simple, tonto.
Remez, o “alegórica”.
Drash, que viene de Lidrosh, “exigir” (al texto).
Sod, o “secreto”.

Juntas, estas cuatro formas conforman el PaRDéS o “prado”, de


donde también se deriva la palabra PaRaDiSo14. Todas ellas son
importantes, desde la simple hasta la secreta, y cada una tiene
sus diferentes técnicas: por ejemplo, para el Drash (cuyo ejerci­
cio promovió el afán interpretativo que se manifiesta en aquella
parte del Talmud denominada Midrash) existen trece rigurosas
reglas lógicas que conforman una verdadera axiomática:

Rabí Ishmael dice: laT oráse interpreta m ediante trece reglas: (1) Una
conclusión derivada de una prem isa m enor o una condición m ás in­
dulgente a una m ás im portante o estricta, y viceversa (...)

El “estilo matemático” se mantiene hasta la última de las re­


glas:

13. Crónicas II, IV, 2.


14. Se trata de un “paraíso” bien diferente al de la literatura. Una leyenda cuenta
que un pagano, al ver la pasión con que los judíos estudiaban, pide a un rabino
que le muestre el paraíso. El rabino lo conduce en sueños a una habitación en
donde un anciano lee a la luz de una vela: es Rabi Akiva, el gran maestro. “¿Qué
clase de paraíso es éste?”, pregunta el pagano. “Este hombre ha estudiado toda
su vida, y ahora no hace otra cosa que seguir estudiando”. “Sí”, contesta el rabi­
no, “pero ahora él comprende lo que lee”.

182
I.A lli:U (!IÓ N , OKDINIi MATHEMATICA DEMONSTRATA

(13) Cuando dos p asajes bíblicos se contradigan entre si, el signifi­


cado podrá determ inarse m ediante un tercer texto bíblico que los
reconcilie.

Volvamos al punto: aplicando un poco de Remez al pasaje en


el que la Torá habla de n, los estudiosos han podido encontrar un
valor más exacto: 3,14159265...
Pasemos ahora al tema de la representación, vinculado al
complicado problema de la imagen. En efecto, la creación del
hombre a imagen y semejanza de Dios es difícil de entender, pues
¿cómo se puede crear un ser a imagen y semejanza de quien no tiene
imagen? La tradición explica esta dificultad de diferentes formas;
incluso existen versiones que refieren a la confección inicial del
Adam Kadmon, un ser hermafrodita que sirvió de modelo para
la posterior creación de Adán y Eva. Tal idea se sostiene en un
llamativo desliz del texto bíblico, en su pri mer capítulo, que parece
contradecir la posterior historia de la costilla:

Y creó Dios al hom bre a Su im agen, a im agen de D ios lo creó: va­


rón y hem bra los creó.'5

Existen numerosas explicaciones de tan intrincada cuestión;


como sea, Dios no tiene imagen y toda alusión bíblica a algún ras­
go humano se debe únicamente a la finalidad de transmisión. De
otra forma, al hombre le costaría entender cómo Dios habla y no
tiene boca, o como no tiene ojos y ve16.

15. En la “segunda creación” (Génesis, II), la mujer es hecha finalmente por Dios
como una ayuda idónea para el hombre (literalmente, una ayuda en su contra)
quien, tras nombrar a todas las bestias, a las aves del cielo y animales del cam­
po, no encontró ninguna que fuera realmente buena para él. En todo caso, la
aparente contradicción entre las dos creaciones de la mujer parece una buena
ocasión para poner a prueba la regla 13 de R. Ishmael mencionada unos párra­
fos atrás. Por cierto, los sabios han brindado diversas interpretaciones de este
curioso hecho.
16 Esta forma algo ingenua de expresarlo recuerda a aquel célebre poema en pro­
sa de Cesar Vallejo que concluye de esta forma:
Mutilado del rostro, tapado del rostro, cerrado del rostro, este hombre no obs­
tante, está entero y nada le hacefalta. No tiene ojos y ve y llora. No tiene narices
y huele y respira. No tiene oídos y escucha. No tiene boca y habla y sonríe. No
tienefrente y piensa y se sume en sí mismo. No tiene mentón y quiere y subsiste.
Jesús conocía al mutilado de la función, que tenía ojos y no veía y tenía orejas y
no oía. Yo conozco al mutilado del órgano, que ve sin ojos y oye sin orejas.

183
Ló g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m stek

Algo similar ocurre en la Matemática. El dibujo que hacemos


de un triángulo, por ejemplo, no es el triángulo; es como una me­
táfora del triángulo, a su imagen y semejanza, que sirve para re­
forzar nuestro entendimiento. Pero el triángulo no tiene ima­
gen; cualquier representación del triángulo es como el becerro
de oro. Eso puede llevarnos a imaginar a un furioso Euclides ba­
jando del monte y haciendo añicos las “tablas” de sus postulados
ante nuestra pizarra; sin embargo, la Matemática acepta esta es­
pecie de idolatría (por la cual Platón se negó a considerarla ver­
dadera epistéme), pues ayuda a comprender mejor las nociones
abstractas. Es más que una ayuda: muchas veces un simple dibu­
jo puede inspirarnos el enunciado de algún teorema, al que con
un poco de buena fortuna los postulados permitirán demostrar
en forma rigurosa.
Pero conviene observar que tal servicio que se le brinda a la in­
tuición puede transformarse en una auténtica ayuda en su contra,
haciéndonos extraer conclusiones erróneas a partir de un dibujo...

...no m enos astuto y burlador que poderoso, que ha puesto su in­


dustria toda en engañarnos.'7

Es riesgoso hablar en términos de “imagen y semejanza”: pen­


semos, por ejemplo, en aquella geometría débil llamada topolo­
gía, que brinda una noción de equivalencia tan amplia que bien
se puede decir
Esta es vuestra circunferencia
al tiempo que se dibuja

17. cf. Descartes, Meditaciones metafísicas. Por supuesto que el filósofo no se re­
fiere aquí a un dibujo, sino al famosísimo “genio maligno”.

184
La r e l ig ió n , o r d in e m a t h e m a t ic a d e m o n s t r a t a

sin que se encienda por ello la ira de nadie18.


El observante religioso admite la escritura, aunque sabe que
ninguna escritura puede capturar la esencia de Dios. No sólo la
admite: para el judío el texto es sagrado, hasta tal punto que su
pueblo ha sido llamado el pueblo del libro. Como dijimos, la Bi­
blia fue escrita por Dios con el fin de dársela al hombre19.
El matemático admite la escritura, aunque sabe que en el fon­
do se trata de un juego. No sólo la admite: para el matemático la
escritura es la esencia de su actividad. Los teoremas no son más
que combinaciones de letras; muy a menudo (¡durante la sem a­
na!) el matemático sueña que ellas reflejan propiedades de mun­
dos existentes y significan algo, pero casi siempre se ve obligado
a reconocer que, en última instancia,
... un significante, como tal, no significa nada.

18. En algún sentido, la topología puede pensarse como una suerte de "liberación"
de los postulados geométricos, 10 que nos permite situarnos en un intrirvui
te contexto: la celebración de Pesaj, que significa “saltear" (por cno en ingli'N m·
dice Passover). Pesaj es la fiesta de la liberación de Egipto (Mil / r.ilin, <|ilr L1111
bién quiere decir limitaciones); durante su celebración se fonnul.m diNlInhui
preguntas, de las cuales hay una que da pie a las demás:
¿Por qué esta noche es diferente de las otras noches Y
Parece oportuno entonces preguntarse acerca de la topología:
¿Por qué esta geometría es diferente de las otras geometrías Y
Es digno de mención el hecho de que Egipto fuera precisamente la tierra en don­
de estudió Pitágoras, recomendado por un tutor de lo más ilustre: Tales de Mi-
leto. Según la leyenda, Tales le dijo que si quería ser el más sabio de los hom­
bres, debía ir a la tierra de los faraones, en donde la geometría fue descubierta.
También suele describirse a la topología como una geometría no cuantitativa
sino cualitativa, lo que nos permite otra asociación bíblica: el encuentro entre
Jacob y Esaú. Esaú poseía muchísimas riquezas, muchas más que Jacob; por eso,
cuando los dos hermanos se reencuentran, Esaú le dice a Jacob: “tengo mucho”.
Pero Jacob había luchado con el ángel y había vencido, de modo que responde:
“tengo todo”. Esto es interpretado por los sabios de la siguiente manera: mucho
es cuantitativo, todo es cualitativo.
19. Cuenta el Talmud que cuando Moisés subió a recibir la Torá, los ángeles se opu­
sieron a que le fuera entregada, pues consideraban que le pertenecía a ellos. Re­
clamaron a Dios pidiéndole que dejara “su resplandor” en el cielo, y Dios orde­
nó a Moisés que les respondiera. Éste tomó la Torá y dijo: “aquí está escrito: Yo
soy tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto... ¿ustedes estuvieron en Egipto, o
acaso sirvieron al faraón?” Así, fue leyendo uno a uno los mandamientos e in­
terpelando a los ángeles que, mudos ante esta defensa, se resignaron y termi­
naron aceptando que la Torá se entregara a los seres humanos.

18 5
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t iík

C o n s i s t e n c i a , In c o n s i s t e n c i a

Según vimos en los capítulos previos, una de las más famosas


parado jas es la denominada paradoja de Epiménides que, conve­
nientemente reformulada, constituye una pieza clave en la de­
mostración del famoso teorema de Gódel. También hemos in ­
sinuado una versión “religiosa” de la paradoja, que se resume en
una Ley cuyo único mandamiento es:
No cumplirás este mandamiento.
La paradoja aparece también en uno de las más conocidos
fragmentos de Pessoa, allí donde el poeta, ese pequeño dios, nos
previene que el poeta es un fingidor. Del mismo modo, se la pue­
de rastrear en los más variados autores, hasta concluir en el más
insigne de todos los autores posibles. En efecto, puede verse que
también la Biblia, texto perfecto escrito por Dios, presenta algu­
na que otra situación paradójica20.
Pero lo que nos interesará ahora es volver a la principal con­
secuencia de la paradoja, razón primordial de su elevada fama y
de los singulares temores que inspira: la inconsistencia. Es un he­
cho conocido que un sistema que alberga a una paradoja permi­
te deducir cualquier cosa: por ejemplo, la frase
Si dos es igual a tres, mi tortuga lee a Kant
es verdadera, puesto que dos no es igual a tres. Nada importa si
en realidad la tortuga -tal como ocurre con ciertos kantianos- no
haya logrado pasar de la tercera o cuarta página de la Crítica de la
Razón Pura. Un enfoque algo diferente aparece en la fórmula con

20. Sin necesidad de ir muy lejos, la paradoja se presenta en ese momento clave en
el que Dios le dice a Abraham: Lej lejá (vete para tí), una suerte de “Sigue tu de­
seo”, que pone a Abraham en la insoluble disyuntiva de acatar un mandato que
le prescribe la libertad.
Aunque no es una paradoja, vale la pena comentar también el caso de los dos
hijos que tuvo Lot con sus hijas, provocando una compleja situación familiar: al
ser hermanos de su propia madre, los pobres muchachos terminan siendo tíos
de sí mismos. Esto se parece a aquel breve cuento de Mark Twain, en el cual el
narrador es abuelo de sí mismo; en estos casos tan singulares, la tautología que
hemos presentado un poco más atrás toma en este caso formas un tanto apa­
bullantes: “mi abuelo es mi padre" (o “mi abuelo es yo mismo", en el cuento de
Twain). Señalemos finalmente que la propia palabra “tautología” parece ligada
al mandato lej lejá, pues proviene del griego το αυτός (para sí).

l8 6
I.A RUUÜIÓN, ORDINli MATHEMATICA DEMONSTRATA

que se suele sintetizar el pensamiento de un personaje de Dosto-


yevski, el más calculador de los hermanos Karamazov:
Si Dios no existe, entonces todo está permitido.
Esta aseveración pone a Dios en un lugar muy especial: no es
ya garantía de verdad, como en Descartes, sino de consistencia.
De los teoremas de Gódel se desprende que, en su afán de
preservar la consistencia, la Matemática debe resignar parte de
su capacidad de demostrar enunciados; la Religión se encuen­
tra protegida de esta incómoda situación, puesto que Dios ocu­
pa el lugar de lo innombrable, y en consecuencia se encuentra
“fuera del sistema”. En todo aquel lugar que nos es inaccesible,
allí está Dios; tenemos, además, la suerte de que se trate de un
Dios inmensamente bueno, como alguna vez dijo el matemáti­
co Georg Cantor.
Por otra parte, dado que ningún sistema puede completarse,
no es casual que ciertas figuras fundamentales hayan “quedado
fuera". Por ejemplo, ello ocurrió con Moisés, que no pudo entrar
a la tierra prometida. Freud llegó más lejos, pues para sustentar
sus teorías se vio necesitado de probar a sus lectores que el gran
líder hebreo era egipcio. Aunque le costó bastante esfuerzo afron­
tar el atrevimiento:

Privar a un pueblo del hom bre que considera el m ás grande de sus


hijos no es em presa que se acom eterá de buen grado o con ligereza de
corazón, tanto m ás cuando uno m ism o form a parte de ese pueblo.

Finalmente, mencionemos al Mesías, que para la religión ju­


día aún no ha llegado, aunque siempre parece a punto de hacer­
lo. Pero un Mesías que siempre está por llegar ha despertado re­
celos a muchos autores, quienes pensaron que quizás su llegada
nos haría perder consistencia: una situación mesiánica que re­
sulta poco deseable para los lógicos.
En realidad, existen maneras de completar un sistema, si se
acepta dejar de lado (o debilitar) otros axiomas, Por ejemplo, hay
lógicas que se construyen restringiendo el uso del principio de
tercero excluido, y otras que admiten ciertas formas de contra­
dicción. Incluso podríamos fabular que ignoramos el prestigio­
so principio de identidad, y en tal caso el Mesías no tendrá nin­
gún problema en venir. Aunque tendrá quizás alguna dificultad

187
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s P a u l o A m sth m

en presentarse, pues se tratará de un Mesías muy particular, dis­


tinto de sí mismo.
Todo esto nos hace pensar que tal vez lo mejor sea volver .1
la poesía, que nos permite pronunciar aquella suerte de “soy el
que no soy” formulada de un modo exquisito por A. Rimbaud:
Yo es otro.
Ca p ít u l o 8

PASCAL, AHARON Y
LA POTENCIA DEL DOS
...si fue así podía ser, y si así fuera, sería; pero como
no es, no es. Eso es Lógica.
L.C a r r o l l , A través del espejo

En El Seminario sobre ‘La carta robada', Lacan delata un re­


gocijo, el regocijo del 2: no hace falta ser un Dupin para obser­
var que el 2 de la disimetría no tarda en revelarse como impar y
permite des-cubrir la clave que se convertirá en regla fundamen­
tal del seminario.
Quizás sea esa la razón por la cual Lacan elige para su siste­
ma una denominación que deja traslucir una celosa intención
de ocultamiento: lo denomina sistema 1-3. De esta forma, el ele­
mento que omite es en realidad el más importante, con lo cual
brinda un ejemplo de ese tipo de situación tan bien descripta
por el poeta Henri Michaux: lo más interesante que hay en este
país, no se lo ve.
Por otra parte, en las propias reglas de formación (ver capítulo
3), aparece de modo implícito el desdoblamiento del 2, tal como
ocurre en el primer relato de la creación del hombre que aparece
en el Génesis1. El sistema de tres se construye en torno a un secre­

1. En efecto, según se menciona en el capítulo precedente detrás de aquel confuso


“varóny hembra los creó” los sabios han intuido la existencia de un ser hermafro-
dita, el Adam Kadmon, que dio lugar a la posterior separación de los sexos. Esto
es comparable, claro está, con el mito platónico que se discute en El banquete.

189
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t iíii

te, el mismo que sostiene la estructura de un cuento de Borges, I ,<i


muerte y ¡a brújula: en realidad, es un sistema de cuatro. El lector
yerra, pues lee el seminario cuarto por cuarto, cayendo en la mis
ma trampa en que caen los policías de Poe en su des-brujulado
(por no decir muerto) intento de localizar la carta. Podemos de
cir que es una lectura que peca de ser demasiado lineal, con ries
go de parecerse al laberinto que propone Lónnrot en los instan tes
previos a la actualización de su designio tan funesto:

Yo sé de un laberinto griego que es una línea única, recta. En esa


línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un
mero detective ,2

Según la tradición, cada uno de los días de la creación Dios


des-cubre tres letras: menudo problema, porque los días son sie-
tey las letras hebreas veintidós. Hábil algebrista, Dios compren
de de inmediato que la división tiene un resto; y siendo el que es
-un Dios que no vacila-, decide empezar su creación por la se­
gunda letra: de tal suerte la primera, llamada K (alef), se trans
forma no en una carta robada pero sí en una verdadera lettre vo
lée. Sin embargo, nadie puede denunciar en ello una injusticia,
pues Dios tenía reservado para la K un lugar privilegiado y tam­
bién inaugural: el comienzo de los diez mandamientos3.

2. Borges, 1974 (La muerte y la brújula, en Ficciones).


3. Es justo decir que hay alguien más que le tenía reservado un lugar privilegiado:
nada menos que Cantor, quien la eligió como denominación para sus transfini
tos (ver capítulo 4). Al parecer, X tiene cierta predisposición a salir volando: por
ejemplo, también se transforma en letra volada (o más bien tachada) en la le­
yenda del Golem que se relata en el capítulo 5, en la cual la verdad se transforma
en muerte. Conociendo las aficiones de Borges, se podría fabular que el título de
su cuento ha sido objeto de algunas tachaduras y vacilaciones; quizás el nombre
original había sido “La verdad y la brújula”, hasta que su voluntad engañadora
le dictó la sentencia: ¡a segunda palabra del Nombre ha sido desarticulada (ver
Borges, op.cit). Existen diversas explicaciones del hecho de que la X sea exclui­
da, dejando que el Breshit (Génesis) empiece con 2 (beit, que significa “casa”).
Una de ellas, muy simple, se basa en aquella operación cabalística denominada
guematría: si asignamos los valores numéricos correspondientes a cada una de
las letras y las sumamos día a día obtenemos, en caso de empezar por X = 1,
1+ 2 + 3 = 6
4 + 5 + 6 = 15; 1+ 5 = 6
7 + 8 + 9 = 24; 2+4=6

190
l’ANC 'AI., A il ARÓ N Y LA PO TEN CIA D EL DOS

A la realidad, dice Borges, le gustan las simetrías y los leves


anacronismos; al menos eso ocurre cuando su brújula apunta ha­
cia El Sur. Pero en ninguna parte el adagio se verifica en forma
más precisa que en la esfera de Pascal, cuyo rastro puede seguir­
se “cuarto por cuarto” hasta los textos herméticos que mencio­
namos en el capítulo anterior:

Dios es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes


y su circunferencia en ninguna.

En cambio, apartando a la X resulta:


2 + 3 + 4=9
5 + 6 + 7 = 18; 1+8 = 9
8 + 9 +10 = 27; 2+ 7 = 9

En el primer caso, el resultado es siempre 6, que es el valor numérico de la pa­


labra shéker (mentira); en cambio en el segundo la suma es 9, valor numérico
de emet (verdad). Es razonable suponer que I)ios prefirió dar .11 hombre un li­
bro colmado de verdades y no de mentiras; en caso con! rarío sus loe!ores pen­
sarían que la Torá es apenas un conjunto de /'kciomiv. Vale la pena hacer notar
que emet está compuesta por tres letras: la primera (X), una leí racenl ral (mem,
la decimotercera), y la última (tav), lo que muestra que se ti.il.i de una verda­
dera verdad, pues comprende a la totalidad y como dice l.acan sólo puede de­
cirse a medias. Menos amplitud de miras ofrece la verdad de cinuntí (traduci­
da como fe, confianza o creencia; de allí viene la palabra amén) que comienza
también por X pero no llega tan lejos pues se det iene en la nuil, inmediatamen­
te después de la mem (o de la “même”). Lacan propuso en Encore su propia ver­
sión del desplazamiento de la X :

Sería una buena manera de retrotraer a la gente a la primera de las


letras, la letra a la que me limito yo, la letra A -por cierto que la Bi­
blia sólo comienza en la letra B, dejó la letra A para que me encar­
gara yo de ella.
En relación al “descubrimiento”, la tradición argumenta que la Torá está cubier­
ta de ropajes y la forma de des-cubrirla viene dada por la interpretación. Tam­
bién podemos recordar la frase de Lacan:

El inconsciente no descubre nada, no hay nada que descubrir, en


lo real siempre hay un agujero -el agujero de la variable aparen-
te-; las lógicas inventaron también formas de escribir (J.Lacan, Les
non-dupes errent).
Mencionemos de paso el rol fundamental que tiene el cubrimiento en la defini­
ción topológica de conjunto compacto (ver P. Amster, volumen 1, Topología) y
en por lo menos dos textos famosos: en uno de ellos, sagrado, un Noé dormido
es pudorosamente cubierto por su hijo con una manta; en el otro, clásico, Antí-
gona cubre el cuerpo de su hermano muerto.
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s 1’A B i.o A m n t m i

Para Pascal, Dios era menos real que el Universo, y una sen
sación de vértigo, miedo y soledad lo llevó a una fórmula menos
comprometida:

La naturaleza es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes


y su circunferencia en ninguna.

Sin embargo, Pascal está muy lejos de ser aquel Dios que no
vacila; nos cuenta Borges de una edición que “reproduce las la
chaduras y vacilaciones del manuscrito”, revelando que Pase.« I
había empezado a escribir:

Una esfera espantosa, cuyo centro está en todas partes y la circun­


ferencia en ninguna.“1

Tiempo más tarde otro autor habría de restituir su lugar al es


panto tachado: se trata de Alberto Caeiro, un simple guardador
de rebaños y heterónimo del inconjunto Pessoa. Las letras de la
creación, dijimos, se des-cubren día a día, aunque este diario des
cubrimiento de Dios muestra finalmente una realidad muy dis
tinta a la que describe el guardador:

La espantosa realidad de las cosas


es mi diario descubrimiento.5

A la esfera de Pascal le gustan las simetrías. Toda esfera es si­


métrica: tanto respecto de su centro (simetría central) como de
cualquier eje o cualquier plano que pase por él (simetrías axial y
planar, respectivamente). La esfera pascaliana, Dios de los her
méticos, es más simétrica que otras esferas pues su centro está
en todas partes.
La noción de simetría remite a lo especular-, si la simetría es
central entonces el punto que constituye el centro debe ser pen­
sado como un espejo puntual. También puede ser el punto de pi­
vote para una rotación, como el esquema lacaniano que rota por
cuartos; al menos, tal cosa es concebible en el plano, en donde es
fácil hacer bascular a todos los puntos de la circunferencia con
un ángulo constante respecto del centro:

4. Borges, 1974 (La esfera de Pascal, en Otras Inquisiciones).


5. Pessoa, 1982 (Poemas Inconjuntos, de A. Caeiro).

192
I'A SCA IA IIAU Ó N Y LA POTENCIA DEL DOS

Sin embargo, puede demostrarse que no existen rotaciones


de esta clase en el espacio tridimensional, pues cualquier mo­
vimiento continuo que se aplique a la esfera sobre sí misma tie­
ne indefectiblemente al menos un punto fijo o un punto antipo-
dal6. Ningún movimiento escapa a esta ley: en otras palabras,
no se puede rotar una esfera “cuarto por cuarto”.
Al sistema 1-3 le gustan las simetrías. Existe ciertamente 1111,1
cantidad mfinitadepalabrassinK'lricaso/)(i///i(/ro/ii(>.s, queatilo
rizan la intromisión de un eje vertical t*n su justo medio:

12 5 I ¿2 } j2 /

6. Tal es el enunciado de uno de los importantes teoremas topológicos de pimío


fijo que menciona Recanati en ...ou pire. De allí se desprende también que 110
existen campos de vectores tangentes no nulos definidos en toda la esfera, lo
que intuitivamente puede traducirse en un enunciado de carácter meteoroló­
gico: en todo instante existe algún punto de la superficie terrestre en donde no
sopla el viento. Un enunciado reconfortante, que al parecer permite planear el
picnic perfecto; como sea, el teorema no da los medios para encontrar dicho
punto tan sosegado; sólo asegura su existencia. Esto es análogo a lo que ocurre
con el Don Juan que se describe en Encoré: la tan mentada hipótesis de com­
pacidad indica que es posible extraer de cualquier cubrimiento por abiertos un
sub-cubrimiento finito, pero no proporciona la forma de hacerlo. El teorema
mencionado es válido para las esferas de dimensión par, hecho que está ínti­
mamente ligado con la propiedad de los espacios proyectivos de ser no orien-
tables si (y sólo si) su dimensión es par. El caso más conocido es el del espacio
proyectivo de dimensión dos, que no es otro que el plano proyectivo o crosscap:
en él es imposible orientarse sin que haya brújula que valga. En general, las su­
perficies cerradas no orientables contienen siempre a aquella superficie inven­
tada por Listing en 1861, cuyo designio (aunque no funesto) iba a ser el de lla­
marse banda de Möbius. Estas superficies tienen la particularidad de ser -se-
gún la denominación lacaniana- especularizables, vale decir: no superponi-
bles con su imagen en el espejo.

19 3
Ló g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m st h h

Dada una palabra w, podemos llamar i'(w) a su imagen en el


espejo: por ejemplo, para w = 112223, tenemos que ¿(w) = 322211.
El sistema 1-3 está regido por una sintaxis, que hace distinciones
entre aquellas palabras que cumplen sus reglas y las que están
“fuera de la ley”, vale decir: que no las cumplen. A las primeras se
las denomina bien form adas, y se demuestra fácilmente que si w
es bien formada, entonces la concatenación de w con i(w) es bien
formada, y simétrica. Ello nos da la posibilidad legal de construir
todas las simetrías que nos vengan en gana, por un sencillo arti ­
ficio de yuxtaposición:
12 es bien form ada => 1221 es bien form ada
321 es bien form ada 321123 es bien form ada
222123 es bien form ada => 222123321222 es bien formada
Notemos, sin embargo, que nuestro juego es limitado, pues
todos los palíndromos que esta operación produce son palabras
de longitud par, lo que resulta evidente desde el momento en que
el algoritmo que hemos producido se basa en una simple dupli­
cación7. ¿Es posible idear un mecanismo capaz de generar una
palabra simétrica y además odd (impar)? Hay muchas palabras
que satisfacen las dos condiciones, v.g.
12321
111

333333333
A todas ellas es común la propiedad de que el eje de simetría
atraviesa a la letra (mejor dicho, al número): podemos decir que
el espejo es la letra, que el elemento central de la palabra pasa a
cumplir el rol de un espejo puntual. En el primero de los casos,
el 3 de 12321 es el espejo en donde la palabra 12 se refleja en su

7. Vale la pena recordar la frase que Borges pone en boca de uno de los heresiar­
cas de Uqbar: ...el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un so­
fisma. Los espejos y la paternidad son abominables, porque lo multiplican y lo
divulgan. Vemos así que a Uqbar no le gustan las simetrías, lo cual, en virtud
de lo ya mencionado, puede ser casi tomado como una prueba de su irrealidad
Una cita muy similar a la borgeana de la página 191 proviene de Hildebrandt y
Tromba, 1990:
...la naturaleza parece gustar del orden y de la regularidad, incluso en sus es­
tructuras más diminutas.

19 4
PASCAL, AHARÓ N Y LA P O T EN C IA D EL DOS

imagen ¿(12) = 21; también puede pensarse que la bien formada


123 decide hacer del 3 un espejo para desplegar su imagen (vir­
tual) por detrás de él. La pauta vale para cualquier palabra ter­
minada en 1 o 3:
321 es bien form ada => 32123 es bien form ada
32221 es bien form ada => 322212223 es bien form ada
111221123 es bien form ada => 11122112321122111 es bien form ada
La regla de composición, en este caso, es topológica : no consiste
en la mera yuxtaposición, sino más bien en pegar (es decir, identifi­
car) el último signo de una palabra w con el primer signo de su iina-
gen i(w): dada w = 321, escribimos su imagen i(w) = 123 y pegamos
un 1 con el otro i de modo que ambos pasen a ser el mismo,
321 ¡23
identificación: 1 1
32123
Para que el pegado pueda efecluaiNe se requiere un m im ei"
impar (es decir, simétrico8) como el 1 o el el 2 no se deja ¡wi/ai,
ya que su disimetría le impide constituirse en espejo. Es posible si
tuar un espejo entre un par de 2, pero no hacer del 2 un espejo.
La esfera de Pascal es más simétrica que cualquier otra pueN
lo es respecto de cualquier centro, cualquier eje, cualquier pía
no. Pero, a diferencia de la esfera espantosa, el Dios de los caba
listas incorpora una novedad, la simetría temporal. Dios, o me­
jor dicho el E in-Sof (in-finito) es eterno; en él se identifican pa­
sado, presente y futuro. Sin embargo, esta idem-tidad9 no es
producto de un pegoteo sino que es a priori: para escribir la fór­
mula A = A necesitamos hacer algo con ese término A; es preci­
so, dice Lacan,

...separarlo tan pronto de sí m ism o para enseguida volver a reubi-


carlo allí.10

8. Recordemos que el i y el 3 se definen a partir de los tripletes simétricos, mientras


que el 2, en cambio, le corresponden las cuatro disimetrías (Ver capítulo 3).
9. cf. J.Lacan, Seminario IX. La identificación,
xo. Ibid.

195
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n to s l ’A IIM ) A M N TI'.K

Pero la presencia infinita del Ein-Sof no deja espacio para esla


operación, pues llena toda la realidad. En rigor, tampoco deja
tiempo; por ello, para dar lugar a la creación Dios debe contraer
se (tzimtzum) como el gato de Cheshire:

...desapareció m uy lentam ente, em pezando p or la punta de la cola y


term inando por la sonrisa, que persistió durante algún tiem po d es­
p ués de que lo dem ás de él se hubo ido.
“¡Bueno!”, pensó Alicia. "¡He visto frecuentem ente gatos sin sonri­
sa, pero una son risa sin gato! ¡Es la cosa m ás extraña que vi en mi
vida!” 11

Una vez consumada tan curiosa contracción, cualquiera está


en su pleno derecho de proclamar: al Gato que hay en este País,
no se lo ve.
El hombre creado a imagen y semejanza de Dios fue situado,
para su propia desemejanza, en coordenadas espacio-tempora
les. Para el hombre, en especial el hombre de ciencia, el tiempo
es irreversible: nos lo asegura también una Ley, la segunda ley
de la termodinámica12.
¿Es posible plantear la simetría en un tiempo que tiene un co­
mienzo? Los espejos que la realidad propone son a veces defor­
mantes; por eso es concebible una simetría que refleje una por
ción acotada de la recta en una semirrecta no acotada. Por ejem
pío, si se instituye como espejo al t (elemento neutro para la muí
tiplicación), es inmediato verificar que la correspondencia que a
cada número x asigna su inverso í/x transforma biunívocamen
te el intervalo acotado de números entre o y i en el no acotado
conjunto de números mayores que i:

e — — i— *------------------------------ — ►
0 x y i i /y i/x +°°

11. Ver Carroll, 1968. El Gato tiene también la habilidad de descontraerse y así reapa
recer en el momento en que más le plazca. Tales destrezas lo salvan más tarde do
ser decapitado: en determinada ocasión en que la presencia felina se limita a la ca
beza, el verdugo se niega a cumplir las órdenes de la Reina argumentando que no
se puede cortar una cabeza a menos que exista un cuerpo del cual cortarla.
12. Ver por ejemplo Hawking, 1992. Para el lector interesado en ver cómo dicha ley
puede pervertirse, es recomendable el capítulo Lana y agua, en Carroll, 1998.

196
Es fácil verificar que a cada valor de x entre o y i le correspon­
de una única imagen \¡x, mayor que i; recíprocamente, el inver­
so de todo valor mayor que i es un número entre o y i: por eso se
dice que la transformación es biunívoca, y la continuidad permi­
te asegurar que se trata de un isomorfismo topológico, vale decir,
un homeomorfismo. Es justo mencionar que, como todo buen es­
pejo, el i invierte las imágenes: tomando por ejemplo
x = j/4 = 0,25; y = 3/5 = 0,6
x<y
se puede verificar que x es menor que y pero las imágenes res­
pectivas satisfacen la relación contraria:
í/x = 4; i/y = 5/3 = 1,66...
i/x > i/y
Para valores de x cada vez más próximos a o obtenemos imá­
genes cada vez más lejanas:
x = 0,000001 i/x = 1/0,000001 = 1000000
Con todo, no está bien decir que las imágenes están cada vez
más próximas al infinito, puesto que es éste un infinito inalcan­
zable, un infinito en potencia'3.
En las palabras del alfabeto 1-3 una simetría perfecta como la
de Pascal sólo puede ser satisfecha por la palabra constante, si
se la supone infinita, una palabra que no cesa. Para ser más pre­
cisos, debemos suponer su infinitud en ambas direcciones; vale
decir, que ha venido “no cesando” desde siempre:
...1111111111111...
...2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2 2...
■■■333 3 3 3 3 3 3 3 3 3 3 ■

Pero secuencias así, fruto de una repetición tan metódica­


mente inacabable, no pueden ser aceptadas en el diccionario de
palabras bien formadas. Toda palabra que se precie de tal debe
ser finita; como sea, las anteriores “malas palabras” resultan úti­
les para describir la modalidad de lo necesario, pues la absoluta
simetría respecto de todo punto exige, ni bien determinado un

13. Sobre el infinito potencial y el infinito actual, ver capítulo 4.

197
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n ju n t o s I ’a i i i .o A m stk ii

signo, que se inscriba necesariamente el mismo cada vez, tanto


hacia adelante como hacia atrás. O, si se prefiere, que se lo siga
inscribiendo: en términos de lógica temporal, los estoicos tam
poco vacilaron en asignar a lo necesario el rol de aquello que es
siempre verdadero. De este “modo”,

□ p = es n e ce sario q u e p = es v e rd a d a h o ra y será v e rd a d siempre que p

En una tabla que apunte los valores de verdad (i = verdadero,


o = falso) a lo largo de un tiempo pensado falazmente como su
cesión14, la transcripción resulta aburrida, casi insoportable:

ta t. t2 t3
Op x i i i

En Alicia en el país de las maravillas, el Sombrerero explica


que el Tiempo “no soporta que lo marquen”, quizás porque cuan
do es marcado por un reloj incansable obliga a la anotación suce­
siva de esos unos que no son en definitiva otra cosa que palotes.
La presencia de un o, en determinado instante, denunciaría a la
contingencia: es necesario que el i no cese de escribirse15.
Para el azar de la moneda, todo es posible. Puede ser que una
brutal mala suerte nos arroje un gran número de ceros antes de
dar con un i, pero la aparición de este último en cualquier mo­
mento basta para que se considere al fenómeno como prueba
de su posibilidad:

O P = es posible que p = es verdad ahora o será verdad en algún tiempo que p


t0 t, t2 t3 ... tn
O p O O O O ... 1

14. cf Borges 1974, Nueva refutación del tiempo:"... somos únicamente la serie de
esos actos imaginarios y de esas impresiones errantes. ¿La serie? Negados el es
píritu y la materia, que son continuidades, negado también el espacio, no sé qué
derecho tenemos a esa continuidad que es el tiempo".
15. Lo imposible, en cambio, puede ser visto como una ausencia. Una sucesión in
agotable de ceros nos advierte acerca de un 1al que toda aparición está vedada,
un 1 que no cesa de no escribirse.

198
PASCAL, AHARÓN Y LA POTENCIA DEL DOS

La aparición llega; no importa cuándo: el operador lógico de


lo posible nos permite esperar al i con toda confianza, como se
espera al Mesías.
Resulta notorio que el cuadrado de lo necesario, tan firmemente
apoyado sobre su base, se terminara mostrando mucho más ines­
table que el rombo (losange) de lo posible, cuyo equilibrio pun­
tual es poco menos que milagroso16. Para hacer caer a lo necesa­
rio basta con la aparición del o, artífice de cualquier contingencia.
En términos temporales, ello nos obligaría a permanecer atentos
por siempre a que el o no se produzca-, por eso es oportuno expre­
sar a lo necesario mediante una doble negación:
necesario = no-posible-no

□p= - O - P
La necesidad de p equivale a la imposibilidad de no p; la ne­
cesidad de un enunciado como
2=2
merece entenderse como la falsedad, ahora y en todo tiempo, de
que el 2 sea distinto de sí mismo17, es decir:
2*2.
Lo necesario se define como la prohibición del o, que desde
la óptica del 1 debe pensarse como una obligación. Verdad ahora
y verdad siempre no es sino una manera de decir:
la espantosa realidad de 2 = 2
es mi diario descubrimiento.
Puestos a jugar el juego de arrojar la moneda a cara o ceca (es
decir, o o i), el azar nos proporciona la elegante esperanza (cf.
Borges, La Biblioteca de Babel) de lo posible, la aparición mesiá-
nica de un 1 al cabo de tantos ceros:
o o o ... o 1
Una rápida iniciativa tomada en el preciso instante de la apa­
rición tendría el carácter de un acto: un acto que nos autoriza a

16. Recordemos, en el cuento de Borges, la importancia del rombo, que aparece in­
cluso en el traje del arlequín que anuncia una de las muertes.
17. Por supuesto que este enunciado no va a ser tan indudablemente falso después
de Rimbaud (Je est un autre), y menos aun después de Lacan (ver el Seminario
sobre 'La carta robada’).

1QQ
L ó g ic a y t e o r ía d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t u ii

darnos por satisfechos, asumiendo que ya es suficiente con ese i


y completando la secuencia con infinitas nulidades:
o o ... o i o o ...

El sencillo ademán alcanza para fundar, sobre este frágil posi


ble, una nueva secuencia debajo de la primera, que empieza con
un o y anota sucesivamente a la derecha la suma del último tér
mino anotado con el que se encuentra arriba del mismo'8:
o ... o i o o o ...

0 ... o o i i i
En el fondo, toda la operación parece una tontería, pues la su
cesión obtenida en el nuevo renglón, limpia ya de la tira inicial
de ceros, consiste en la escritura constante de unos, provenien
tes de un paso monótono, recursivo:
0 + 1 = 1 ahora, y siempre
Sin embargo, el siguiente renglón originado por la misma re­
gla es más interesante:
1 o o o o
o i i i i
o í 2 3 . . .
Esto es lo que Lacan llamó mónada, producto de una recu­
rrencia también sencilla, aunque menos monótona:
1 +0=1
1 +1=2
2+1= 3

El número que aparece en la columna n-ésima (n = o, 1, 2, ...)


responde a una pregunta muy simple, de aquellas que pocos se
atreverían a calificar de detectivesca:
¿Cuántos elementos componen un conjunto de n elementos?'9

.18. F.s decir, como indica Lacan (Seminario XIX, clase del 19/1/72), que cada núme­
ro está formado por
... la adición de las dos cifras, la que está inmediatamente a su
izquierda y la que está a su izquierda y arriba.
19. Si se pretende que la mónada en realidad funda al número, la pregunta care­
ce de sentido, puesto que si no contamos con los números de antemano no se­
remos siquiera capaces de conocer nuestra ubicación, en la columna n-ésima.
De todas maneras, la pretensión de la mónada como fundante seria un poco in

200
PASCAL, AHARÓN Y LA POTENCIA DEL DOS

Hay que reconocer que esta formulación tautológica es un


poco maliciosa; menos trivial sería preguntarse:
¿Cuántos subconjuntos unitarios pueden form arse
a partir de un conjunto de n elementos?
Aunque la respuesta no deja de ser inmediata, el replanteo de
la pregunta nos ayuda a comprender mejor el sentido del renglón
siguiente, la famosa diada:

0 l 0 0 0 0 0 0
0 1 1 1 1 1 1
mónada 0 1 2 3 4 5
diada 0 0 1 3 6 10

La construcción obedece siempre a la misma receta, a cada


número se le suma el que está arriba y se escribe el resultado a
la derecha:
0+0=0
1+0=1
2 +1 = 3
3+3=6

Esta nueva secuencia cuenta las duplas; calcula de cuántas ma­


neras pueden elegirse dos elementos de un conjunto de n elemen­
tos. Es un problema de combinatoria: si n es o o i nada se puede
hacer, porque el conjunto es tan pequeño que no alcanza a tener
un par de objetos para elegir. Tal pequeñez o insuficiencia expli­
ca el poco alentador comienzo (dos ceros consecutivos) que os­
tenta el renglón. Para n = 2 existe una única forma de elegir 2 ele­
mentos, un tanto ávida: tomarlos todos20. Para n = 3 la solución
sigue siendo muy simple, pues elegir dos de un conjunto de tres
no es otra cosa que dejar uno afuera, exclusión que cuenta con
genua; eso justifica que el constructivismo considerara a los números naturales
como una intuición a priori.
20. Podría pensarse que “tomarlos todos” en un conjunto de dos elementos equiva­
le al famoso “deme dos”, aunque esta popular fórmula suele referirse a dos de lo
mismo.
L ó g ic a y t e o r í a d e c o n ju n t o s Pa b l o A m s t h h

tres candidatos. Pero al llegar a n = 4, la situación deja de ser tri


vial, y acaso no se nos ocurra mejor forma de responder a la pre­
gunta que contando. Para eso es preciso suponer cuatro elemen
tos a, b, c, d, y construir todos los subconjuntos de dos:

{a,b)
{ a, c} {b,c}
{a, d} { b,
d} { c,d}

Puede verificarse la validez de la regla para cualquier elemen


to del renglón, haciendo la lista completa de las duplas: para n =
5 se forman 10 duplas, 15 para n = 6, luego 21, 28, 36, etc21. Es dig
no de mención el hecho de que el listado completo, si se lo efec
túa con prolijidad, tiene siempre la misma configuración. Probe­
mos con n = 5, formando las duplas de { a, b, c, d, e }:

{a,b}
{a, c} {b,c}
{ a, d} { b, d} { c, d}
{ a, e } {b,e} {c,e} {d,e}

Podemos plantearlo bajo la forma de acertijo: cinco perso­


nas se saludan efusivamente dándose la mano, cada una de ellas
a cada una de las otras. ¿Cuál es el número total de apretones de
mano?22 El resultado no es muy sorprendente, ya que es efecto
de una observación no especialmente sagaz:
El apretón de manos de a y b es el mismo que el de b y a.
Una transcripción ordenada (aunque no necesariamente cro­
nológica) de los apretones registra entonces que una vez que o sa­
luda a las otras cuatro personas, a b le quedan tres para saludar,
dos personas a c y una a d. Llegado este punto, nuestras anota­
ciones indican que e ha sido saludado ya por todo el mundo, así
que el número total de saludos no es otro que

21. Lacan alude en ...ou pire al valor 28 que corresponde a la columna n = 7 cuan­
do habla de los “28 muebles”.
22. También es posible suponer que las personas se saludan besándose, aunque en
este caso el resultado podría dar el doble, el triple o incluso el cuádruple de lo
deseado, dependiendo de la región en donde el acertijo es planteado

202
PASCAL, AHARÓN Y LA POTENCIA DEL DOS

4+3+2+i
Esto nos lleva a deducir una fórmula general para los términos
de la diada: la cantidad correspondiente para un conjunto de n
elementos es la suma de los números naturales menores que n,

Para n = 3, se tiene 1+ 2=3


Para n = 4, se tiene 1+ 2+3=6
Para n = 5, se tiene 1+ 2 + 3 + 4 = 10
Para n = 6, se tiene 1+ 2 + 3 + 4 + 5 = 15

Existe una manera de calcular cada uno de estos valores sin


necesidad de recurrir a los anteriores: para obtener el valor co­
rrespondiente a n basta con efectuar la operación que Lacan in­
dica en ...ou pire y coincide con el problema resuelto por Gauss
que vimos en el capítulo 6:
n(n - 1 )
2
Por ejemplo, si queremos elegir 2 representantes de un con­
junto de 30 personas, tenemos

30 ( 3 0 - 1)
— ------ L = 435
2
maneras distintas de hacerlo. La disposición de las duplas, aque­
lla que nos ayudó a contarlos metódicamente e intuir la fórmu­
la general, explica la denominación de “triangulares” con que se
conoce a estos números; el hecho de que las diadas nos hayan
llevado a hablar de triángulos revela que no es fácil contar 2 sin
caer de algún modo en el 3. En resumen, que no hay dos sin tres.
Con la misma idea se construyen los otros renglones: la tríada,
la tetrada, etc23.

23. Siempre respetando lo que menciona Lacan en ...ou pire (clase del 19/1/72):
...dado un número de esos puntos, del número de subconjuntos
que pueden, en el conjunto que comprende todos esos puntos, for­
marse por un número cualquiera elegido como estando por deba ­
jo del número entero del que se trata.
Dicho de otra manera, la columna n del renglón k indica cuántos subconjuntos
de k elementos pueden formarse a partir de un conjunto de n elementos. Lacan

203
LÓGICA y TEORÍA DE CONJUNTOS Pa b l o A m s i i k

n=0 n=1 n= 2 n=3 n=4 n= 5 n=<


0 1 0 0 0 0 0 0 0
1 1 1 1 1 1 1
mónada 0 1 2 3 4 5 6
diada 0 0 1 3 6 10 15
triada 0 0 0 1 4 10 20
tétrada 0 0 0 0 1 5 15

En el capítulo previo hemos comentado que la gramática he­


brea permite leer en el Breshit: Dios creó con el cielo y con la tie­
rra, todo lo que creó; todo conjuntamente, de una sola vez. Hay un
único acto de creación, sólo posible en el renglón superior, que pa­
rece existir ab aeternum. Cuanto menos, su comienzo es anterior
ai comienzo que inicia la cuenta en n = o y resulta a su vez posible
a partir del i original, fruto de un azar o si se prefiere de una inter­
vención. De allí en más puede contarse a partir del “tiempo cero”
una línea de palotes que conforma al que con mayor justicia me­
rece llamarse el primero de los renglones: ni mónada, ni diada ni
tríada ni n-ada sino más bien o-ada. O mejordicho nada: secom-
prueba así que la omisión de un minúsculo trazo horizontal pue­
de transformar la n-ada en nada y devastar el mundo24.
El palote escribe la unicidad del vacío, puesto que:

da el ejemplo de un tetraedro, en donde tomando las tríadas se obtienen sus 4


caras, tomando las diadas se obtienen sus 6 lados y tomando las mónadas se
obtienen sus 4 vértices:
4 vértices
6 aristas
4 caras
1 tetraedro

24. El Midrash, texto de interpretación bíblica, contiene numerosas sentencias que


plantean juegos de palabras (o más bien de letras) análogos, por ejemplo:
Está escrito: "Escucha Israel, el Eterno es nuestro Dios, el Eterno
es Uno”. Si transformas la letra dalet en resh devastas el mundo.
En efecto, el intercambio de letras transformaría la palabra Uno (Ejad) en Otro
(Ajer), lo que desencadenaría la siguiente blasfemia, aunque de profundas im­
plicancias para el Psicoanálisis: Dios es Otro.

204
PASCAL, AHARÓN Y LA POTENCIA DEL DOS

¿De cuántas maneras se pueden elegir o elementos


de un conjunto cualquiera?
La respuesta es invariable: hay ahora y siempre habrá una úni­
ca manera, la que brinda el conjunto vacío.
El cuadrado infinito que hemos construido es bien conoci­
do en la Matemática como triángulo de Pascal, lo que nos lleva
a pensar que los matemáticos se entretienen en no llamar a las
cosas por su nombre. Pero conviene no darse tanta prisa con las
acusaciones; en realidad, la presentación habitual en los libros
de álgebra es la siguiente:

i
1i
12 1
i 3 3 i
14 6 4 1
1 5 10 10 5 1
1 6 15 20 15 6 1

Este reordenamiento del “cuadrado” determina una nueva


formación que, al margen de ser más acorde con su nombre25,
ofrece mayor comodidad y permite visualizar algunas de las ma­
ravillosas propiedades de estos números, llamados combinato-

25. De todos modos, no completamente acorde. Nuestra primera reacción fue dudar
de la forma, y no del autor; sin embargo, hemos caído en una trampa: el triángulo
de Pascal es triángulo, pero no de Pascal. En rigor, son muchos los matemáticos
que se “entretienen”, al menos así lo asegura F. Klein, quien advirtió una vez que
si un teorema lleva el nombre de un matemático, es seguro que este matemáti­
co no es su inventor. Hay otros triángulos, además del pascaliano, que son infie­
les a su verdadero Amo: sin ir muy lejos, los triángulos rectángulos, que obede­
cen desde antes y por siempre a la famosa relación descubierta por los babilonios
que es el teorema de Pitágoras. Pero no siempre las infidelidades están asociadas
a los triángulos: la historia registra otras como el Teorema de Tales, las cifras ará­
bigas o el Binomio de Newton, muy ligado al triángulo infiel y descubierto nada
menos que por Pascal. De todas maneras, es justo aclarar que la regla de Klein
no es infalible; de lo contrario deberíamos dudar también de su célebre Botella
y hasta de la propia regla. En cambio, el cuestionamiento es válido para la ban­
da de Möbius, que nunca ha podido llevar el nombre del padre" (ver nota 6).

205
LÓGICA y TEORÍA DE CONJUNTOS Pa b l o A m s t h k

ríos. Y aun en el caso de que las maravillas no nos interesen, po


demos dedicarnos a observar a uno de estos números, pero no a
uno cualquiera sino al que se regocija: el 2. Prestemos atención
a su aparición casi señorial dentro del triángulo, ocupando pre
cisamente el centro del mismo. Aparición, por otra parte, única;
podemos decir que el 2 es doblemente único pues es el único en
gozar de tal unicidad. Muchos elementos -una infinidad- apa
recen dos veces como el 3, el 4 o el 5: toda su actuación se limita
a las diagonales más distinguidas del triángulo, inmediatamen
te paralelas a sus lados. El 2 de aparición única se sitúa en la con­
fluencia de dichas diagonales.
El triángulo es infinito: en rigor, sólo tiene dos lados. Su base
es inalcanzable, no está en ninguna parte, de modo que si acor­
damos en establecer como centro al 2 tenemos un triángulo

...cuyo centro está en una sola parte, y su base en ninguna.

Esto se puede confrontar con la idea de Lacan de poner a la


sexualidad en el centro, en tanto falta.
El centro de la hermética Esfera de Pascal se caracteriza por su
ubicuidad; cabe preguntarse acerca de la reticencia del 2 a mos­
trarse en el Triángulo del mismo no-autor, en especial tratándo ­
se del número que rige a lo binario, la lógica de lo verdadero y lo
falso. Para cada elemento x de un conjunto X, su pertenencia a
una parte del mismo (es decir, a un subconjunto A c X) admite
sólo dos instancias:
x e A. (x pertenece a A)
x g A (x no pertenece a A)

Así, un subconjunto cualquiera de X se define indistintamente


tanto por lo que hay en él como por lo que queda fuera (el com­
plemento), explicándose así la perfecta simetría del triángulo de
Pascal: basta con que alguien invierta las etiquetas de Verdade­
ro y Falso. Por ejemplo, dado un conjunto de 5 elementos, es lo
mismo contar las tríadas (subconjuntos de 3 elementos) que las
diadas o duplas que se excluyen:

X = { a, b, c , d , e }

206
PASCAL, AHARÓN Y LA POTENCIA DEL DOS

Tríada Complemento
{ a, b, c } { d, e }
{ a, h, d) { c, e }
{ a, b,e } { c ,d }
{ a, c, d } {b,e}
{ a, c, e } { b,d}
{ a, d, e } { b, c}
{ b, c, d } { a, e }
{ b, c, e } { a, d }
{ b,d,e) { a, c }
{ c,d,e} { a, b }

Un aspecto importante de las partes de un conjunto es que re ­


velan su potencia, definida como todo aquello que sus elemen­
tos permiten formar36. Por ejemplo, un conjunto de 5 elementos
co m o X = { a, b, c, d, e } ofrece las siguientes “potencialidades”:

Asunto : Conjunto X
Contenido :
1 subconjunto de o elementos
5 subconjuntos de 1 elemento
10 subconjuntos de 2 elementos
10 subconjuntos de 3 elementos
5 subconjuntos de 4 elementos
1 subconjunto de 5 elementos

26. No hay que confundirse, sin embargo, con el epígrafe borgeano de La Bibliote­
ca de Babel, que dice:
By this artyou may contémplate the variation ofthe 23 letters...

Las “variaciones” de las que aquí se habla son combinaciones de letras en las
que se admiten repeticiones; no sólo eso, sino que además importa el orden en
que se escriben. De este modo abe no es lo mismo que bac o bea, y el hecho de
que se acepten palabras como axaxaxas implica que la combinatoria es infini­
ta. Incluso el alfabeto más zonzo, compuesto poruña sola letra, genera una in­
finidad de palabras, aunque cabe reconocer que no muy “variadas’’:
a, aa, aaa, aaaa,...

207
L ó g ic a y t e o r ía DE CONJUNTOS Pa b l o A m n t u k

En otras palabras, un inventario completo nos muestra que X


contiene i nada (el vacío), 5 mónadas, 10 diadas, 10 tríadas, 5 Ló
tradasyipéntada (es decir: “déme todos”). Sumando, vemos que
el número de partes de X es 1 + 5 + 10 + 10 + 5 + 1 = 32, he ahí su
potencia. Si nos tomamos el trabajo de hacer estos cálculos ren
glón a renglón, obtenemos:

n Summa
0 1 1
1 11 2
2 121
4
3 1331 8
4 14641 16
5 1 5 10 10 5 1
32
6 1 6 15 20 15 6 1 64

Es fácil establecer la relación entre la cantidad de partes


de un conjunto de n elem entos, que corresponde a la sum a
de los núm eros de la línea n-ésima, y el resultado obtenido en
la línea previa:

2 es el doble de 1
4 es el doble de 2
8 es el doble de 4
16 es el doble de 8
32 es el doble de 16

Gracias a esta recurrencia, no es complicado probar la fórm u­


la general que calcula el número de partes de un conjunto X que
tiene n elementos:
Cantidad de subconjuntos d e X: 2"

208
PASCAL, AHARÓN Y LA PO TENCIA DEL DOS

En efecto,

2 = 2'

8 = 2*

De esta manera el 2, oculto en una primera lectura, termina


apareciendo en el triángulo con total insistencia, y se convier­
te en elemento estructural del mismo. Cada renglón transcurre
bajo la dirección del 2; el tímido 2 que sólo se limita a una apari­
ción explícita reaparece a cada momento en forma implícita, sin
cesar de no escribirse. El 2 se revela en la potencia de cualqtiiei
conjunto, incluso en los conjuntos infinitos·17.
Línea a línea, el 2 efectúa una especie de "balance" del I rí.Sn
guio, controlando cuidadosamente ol total de c.ul.i fila I -.t*■mr.
hace pensar en el 2 como un cuidador, o m.\s bien un 1/minia
dor, no de rebaños pero sí de samas. I 11 realidad, si se le supone
al triángulo cierta espiritualidad, bien podríamos asignarle un
rol casi sacerdotal: el 2 como sacerdote de sumas, o mejor dicho,
Sumo Sacerdote. Esto nos permite trazar una analogía con aquel
que fuera ungido como primer kohen gadol una vez que la Ley
fue entregada en el desierto: se trata de Aharón, que cumple un
papel preponderante en el Éxodo por ser el encargado de la pa-

27. Según mencionamos en el capítulo 4, el cardinal de las partes de un conj unto que
tiene a elementos -siendo a finito o infinito- es 2“. En la teoría de conjuntos de
Zermelo-Fraenkel el universo es representado en general mediante un gran Vel,
lo que le da una apariencia semejante al triángulo pascaliano pero invertido:

El
Universo

El universo ZF también se puede ordenar en niveles en base a la operación de


potencia, aunque no es posible cerrarlo; en cambio, los números combinatorios
que conforman el triángulo de Pascal forman claramente un conjunto: el de los
números naturales.

209
LÓGICA y TEORÍA DE CONJUNTOS l’AIII.O AMSTKK

labra que su hermano Moisés, el gran profeta, tiene dificultad en


pronunciar28. Aharón es el héroe principal del Levítico, que esto
blece las funciones de los kohanim (sacerdotes); sin embargo, la
lectura del primero de los capítulos depara una sorpresa bastan
te notable: en ningún momento se habla de Aharón, ni una solo
vez. Vale decir, no hay referencias directas; en cambio, la expre­
sión “los hijos de Aharón” se emplea cuatro veces. Los estudiosos
se preguntaron entonces cómo es posible tal omisión en un tex­
to perfecto, tanto que ningún detalle queda librado al azar: por
más que se tratase de una opera prima, argüir que la falla se debe
a la inexperiencia de un Autor semejante no resulta muy apro­
piado. Entonces recurrieron a una forma de lectura que les había
dado buenos frutos29 en otros pasajes: como dijimos en los capí­

28. Según la Biblia Moisés, el gran líder, es tartamudo: “¡Ay, Señor!, no soy hombre
elocuente de ayer ni de anteayer, ni desde que hablaste a Tu siervo, sino que soy
torpe de boca y torpe de lengua" (Éxodo, IV10). Tal confesión fue proferida du
rante el episodio de la zarza ardiente, que resultó, tal como lo fuera el Gato para
Alicia, la cosa más extraña que Moisés vio en su vida. Al menos hasta ese mo­
mento, pues es justo reconocer que después de esa experiencia el Profeta ha te­
nido ocasión de ver cosas realmente insólitas... Muchos han reclamado para sí
la experiencia de la zarza, incluso el maestro Caeiro:
No creo en Dios porque nunca lo he visto.
Si él quisiese que yo creyera en él,
seguro que vendría a hablar conmigo
y entraría por mi puerta
diciéndome: ¡Aquí estoy!
Cabe destacar que en algunas de sus apariciones ex nihilo también el Gato de
Cheshire presenta dificultades en el habla, aunque para resolverlas le basta un
poco de paciencia:

—¿Cómo te va?—dijo el Gato, apenas tuvo bastante boca para


hablar.
En las interpretaciones Moisés representa la acción, mientras que su hermano
Aharón representa la palabra. El hecho de que el conductor del pueblo judío
fuera Moisés y no Aharón puede relacionarse con la actitud romántica según la
cual la acción precede al conocimiento.
29. La expresión es más literal de lo que parece, pues el método permitió hallar los
nombres de los 25 árboles que menciona la Torá, esparcidos por el capítulo 2-3:3
del Génesis. Claro que no se trata de un capítulo al azar, sino aquel en el que
justamente se describen los árboles del jardín del Edén, en especial el de la vida
y el del conocimiento del bien y del mal. Como curiosidad, cabe destacar que
este árbol prohibido nada tiene que ver con el manzano, que no figura entre las
25 especies mencionadas.

210
PASCAL, A H A R Ó N Y LA PO TEN CIA D EL DOS

tulos anteriores, los cabalistas han apelado a toda clase de reglas


y asociaciones para leer el texto, pues en un texto perfecto nin­
guna lectura puede ser casual. Una de esas reglas es la denomi­
nada guematría, consistente en sumar los valores numéricos de
las letras que componen las palabras. Para buscar a Aharón se
empleó en cambio la lectura a intervalos regulares: partiendo de
cierto punto del texto, se comienza a leer (progresiva o regresi­
vamente) salteando cada vez un número prefijado de letras. Por
ejemplo, podemos aplicar el método a la frase
dicho por J.Lacan
mediante una lectura progresiva de intervalo 2 (es decir, que sal­
tea dos letras por vez), a partir de la “h” de dicho, lisio >la un re
sultado bastante simpático:
dicMopí )rjl,(icAn.
Hay que decir que los cabalista'. <".lahan 11 Un >■->· l■· 1 · * l
general, en otra clase de hallazgos; |»«n <·.<, 11. I......... m i ........ ...
que satisfechos con el primer capí tulo drl I ··v 11 h <·, · 11 · I >|tn una
paciente computadora fue capa/tic o b ln in n.ulau ....... i|m
aharones ocultos en el texto, lanío n i lectura·. |>r<»}»11 i\ .r. mim 1
regresivas. Como ocurre en el triángulo pascaliano, lo intis inte
resante que hay en Levítico, no se lo ve.
Más allá de los cuestionamientos que pueda suscitar esta clase
de proceder (en especial hacia quienes pretenden usar tales ha­
llazgos para “demostrar” la divinidad del texto), el ejemplo sir­
ve para comprobar que una lectura cuarto por cuarto nos puede
descubrir la potencia de la Palabra.
Lacan acude a Gide para poner ante nuestros ojos no sólo el
regocijo del 2, sino también su unicidad. El 2 es único; su fun­
ción de confluente de las diagonales del triangulo pascaliano no
hace sino destacar en él cierto carácter inaccesible provocad o por
el hecho de que no pueda obtenerse como suma, producto o po­
tencia de dos elementos distintos menores que él:
o+1<2 0.1 < 2 o1 < 2 3o < 2
Por otra parte, este 2 tan dual tiene la propiedad del equívo­
co, de fomentar cierta confusión entre las operaciones clásicas:
si empleamos el símbolo * para denotar una operación binaria,
entonces la fórmula
2 *2

211
LÓ G IC A Y T EO R ÍA DE CO N JU NTO S Pa u l o A m k t k k

admite una multiplicidad de interpretaciones que llevan a un re


sultado idéntico. El * puede ser leído como suma, producto o po
tencia; en todos los casos vale
2 + 2 = 2.2 = 22 = 4
Observemos además que 4 es el primer entero compuesto; los
números menores que él son
el 1: apenas una unidad; para los griegos ni siquiera era nú
mero pues... ¿cómo iba a ser el Uno un número?
el 2 y el 3, que son números primos, sólo divisibles por ellos
mismos y por la unidad.
Las cuatro formas de lectura rabínicas, las cuatro proposicio
nes aristotélicas o los cuatro discursos lacanianos bien parecen
sustentarse en este hecho.

E p íl o g o

El 4 es fundamental en la tradición judía y la Cábala. En pri­


mer lugar, hemos mencionado las cuatro formas de lectura (Pshat,
Remez, Drash y Sod) que conforman el PaRDéS como se explica
en el capítulo previo. Por otra parte, en el Génesis se describe es­
crupulosamente el jardín del Edén en la extensión de sus cuatro
puntos cardinales, a fines de mostrar la totalidad de la creación.
En el cristianismo tiene gran relevancia el número 3 de la Trini­
dad, así como para Hegel, con sus famosas afirmación, negación
y negación de la negación, movimiento dialéctico que otros auto­
res no tardaron en rescribir como tesis, antítesis y síntesis.
En cambio, la Torá se basa en gran parte en la relación entre 1
y 4, que representa al pulgar oponible característico del hombre,
verdadero destinatario del texto escrito por Dios. La letra hebrea
“hei” (quinta en el alfabeto) que Dios introdujo en Avram es una
de las letras del Nombre, y simboliza la vida. Pero cabe destacar
que su grafía está compuesta de una “dalet” (cuarta letra, símbolo
también de los puntos cardinales) y una “iud” (décima letra).
Esto es algo que observaron los pitagóricos, cuya manera de
pensar se encuentra reflejada en una figura sagrada, el tetraktys,
que tenía un valor místico y representaba al número diez como
la suma de los cuatro primeros números.

2 12
PASCAL, AHARÓN Y LA POTENCIA DEL DOS

* « © ®

iO = I + 2 + 3 + 4

En este esquema, el 1 era la Unidad, lo Divino, el origen de to­


das las cosas. El 2 representaba la Diada, el desdoblamiento, que
es el origen de lo masculino y lo femenino, y del dualismo inter­
no de todos los seres. El 3 simbolizaba la Tríada, los tres niveles
del mundo (celestial, terrenal e infernal). Finalmente, el 4 expre­
saba el mundo material, resumido en los cuatro elementos: lie
rra, aire, fuego y agua.
Esto establece una relación entre el 4 y esa cantidad que usa
m oscom o base de nuestro sistema de numeración, sin duda por
ser aquella que tenemos más a mano30. Diez son también los “re­
cipientes” espirituales de la Luz Infinita denominados sefirot, lo
que sumado a las 22 letras da un total de 32 senderos: por eso el
nombre divino Elohim aparece 32 veces en el Génesis durante la
creación hasta que es pronunciado por vez primera el impronun­
ciable nombre de cuatro letras o tetragrámaton.
De los diez mandamientos sólo cuatro son positivos; los seis
restantes son negativos (la proporción respectiva para los 613
preceptos es de 248/365; un precepto positivo por cada parte del
cuerpo, uno negativo por cada día del año).
Lacan se refiere al cuatro en repetidas ocasiones, desde La
carta robada en sus comienzos hasta el cuarto nudo y el Syntho-
me de los últimos seminarios, pasando por los cuatro discursos y
los cuatro conceptos fundamentales. En el Seminario IX analiza
el cuadrante de Peirce, basado en las cuatro proposiciones aris­
totélicas, mientras que en el XIX y el XX presenta las fórm ulas

30. Es conocido el hecho de que con cuatro cuatrosy las cuatro operaciones elemen­
tales se puede, como si se tratase de los cuatro elementos, formar una totalidad.
Al menos, la totalidad de los números que se pueden contar con las manos:
44 - 44 = o; 44/44 = 1; 4/4 + 4/4 = 2; (4+4+4)/4 = 3; 4. (4-4) + 4 = 4; etc.

213
LÓ G IC A y T EO R ÍA DE CO N JU NTO S Pa b l o A m sth h

de la sexuación, emparentadas también con dichas proposicio


nes y con las cuatro modalidades: necesario, imposible, posible y
contingente. En La lógica delfantasma el interés recae sobre un
ejemplo elemental de la estructura de grupo: se trata de un gru
po de cuatro elementos denominado Grupo de Klein, en donde
cobra gran importancia la noción de simetría31.
En este breve epílogo en torno a las apariciones del cuatro no
debe faltar la versión einsteniana del espacio-tiempo cabalístico
que en la geometría introduce el concepto de variedad de Lorentz.
Para la intuición parece un desafío pensar la cuarta dimensión,
aunque la idea es más que sencilla; en rigor, no consiste en otra
cosa que agregar a las tres dimensiones espaciales un eje más, el
temporal. Podemos verlo de este modo: si dos esferas pascalianas
se extienden infinitamente en el espacio, entonces están destinadas
a encontrarse como los zapallos antipódicos del cuento de
Macedonio Fernández32. Sin embargo, el “designio funesto” no
tiene por qué cumplirse si suponemos que una de las expansivas
esferas se encuentra en los tiempos de Pascal y la otra en tiempos
de Aristóteles. La cuarta dimensión ofrece una escapatoria, hasta un
punto tal que sus m últiples trayectos permiten llevar a cabo la ardua
tarea de deshacer cualquier nudo (ver Volumen x, Topología).
Para concluir estas líneas efectuaremos una última considera ­
ción geométrica en relación a la esfera, para lo cual vamos a in­
troducir la noción de convexidad. Se dice que un conjunto es con ­
vexo si dados dos puntos cualesquiera del mismo, el segmento de
recta que los une está contenido en él:

convexo no convexo

Pero esta definición admite un enfoque interesante, muy li­


gado a La carta robada, o al menos a lo que se ve y lo que deja de

31. Ver Amster, 2001.


32. Ver Fernández 1966, El zapallo que se hizo cosmos.

214
PASCAL, AHARÓ N Y LA PO T EN CIA D EL DOS

verse: dado un punto a perteneciente a un conjunto X, se puede


definir el conjunto de puntos a los que a “ve”, como todos aque­
llos puntos que se pueden unir con a mediante segmentos con­
tenidos en X. En el ejemplo de la figura, el conjunto sombreado
representa el conjunto de puntos vistos por a:

Existe una clase especial de conjuntos, los conjuntos estrella­


dos, que se caracterizan por tener al menos un centro o mirador,
es decir, un punto que ve a todos los demás:

En particular, un convexo es un conjunto estrellado, con la


propiedad de que cualquiera de sus puntos ve a cualquiera de los
otros. Eso nos permite, no sin sentir un poco de vértigo, miedo y
soledad arribar a la siguiente conclusión:
Un convexo es un conjunto estrellado cuyo centro está en to­
das partes.

215
B IB L IO G R A F IA

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