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1ª Reyes 17:2-24
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Los propósitos de Dios
1ª Reyes 17:2-24
El ministerio profético de Elías comienza en la época del reinado Acab, hijo de Omrí,
quien gobernó en Israel entre el 874 y el 853 a.C. El rey Acab es descrito por el libro de
1ª Reyes como aquel que hizo el mal a los ojos de Yahveh, más que todos los reyes
anteriores a él y tomó por mujer a Jezabel hija de Et-baal, rey de Sidón y fue y sirvió y
adoró a Baal, le edificó un altar y un santuario en Samaria.
El rey Acab fue un hombre de voluntad débil que se dejó dominar por su esposa Jezabel,
pagana, extranjera y mujer cruel y sin escrúpulos que deseaba imponer entre el pueblo
el culto al dios Baal.
Esta mujer perversa hizo asesinar a los profetas y sacerdotes del Dios verdadero, de los
cuales solamente se salvaron de la muerte unos cien a quienes Abdías, el mayordomo
del rey, escondió en cavernas, y los alimentó durante la época de máximo peligro. Elías,
como hemos leido, se libró de la muerte huyendo a su tierra natal, al otro lado del
Jordán, y escondiéndose después a una ciudad fenicia, llamada Sarepta.
La maldad de Acab y Jezabel enfrentada por Elías no se limitaba al culto de Baal, sino
que se proyectaba en el despojo de sus súbditos. El episodio de la viña de Nabot (21) es
representativo de la repetida historia del despojo de las tierras de los campesinos por los
gobernantes y grandes propietarios. Otros profetas se referiría a estas situaciones.
Elías irrumpe de repente en el escenario, en pleno reinado de Acab, para anunciar que,
como un castigo por haber abandonado al verdadero Dios, vendrá sobre la nación un
verano de tres años seguidos. Y en efecto deja de llover durante 36 meses y el hambre y
la sed hacen estragos.
Y es muy difícil no ver, en este análisis de la condición de Israel, una descripción con
muchos paralelos al estado espiritual y moral de nuestra sociedad en la actualidad. Son
muy evidentes el alejamiento de Dios, la indiferencia frente a su Palabra, el declive
moral y la tendencia idólatra de centrar la vida en cualquier otro supuesto valor
supremo, que no sea el auténtico del Dios Creador y Soberano.
LA PRIORIDAD DE DIOS
Elías fue un hombre valiente, que proclamó un mensaje público y contundente, de parte
de Dios, ante el rey Acab. Anunció el juicio divino sobre la nación, en forma de sequía
prolongada, por causa de su infidelidad y su entrega a la adoración de los falsos dioses.
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Por otra parte, tenía que luchar con la frustración de no poder cumplir su vocación de
profeta, ni desempeñar su papel de predicador ante una nación que tanto necesitaba
escuchar la voz del Dios verdadero.
Sin embargo, es aleccionador ver que este período de espera no fue un tiempo perdido
para Elías, en que lo único que podía hacer era dejar pasar los años hasta que llegara una
nueva oportunidad para actuar, sino una etapa en la cual debía madurar y aprender
lecciones muy valiosas en la escuela de Dios. ¿Corremos nosotros el peligro de pensar
que Dios nos quiere utilizar básicamente para provocar cambios en las vidas de los
demás por medio de nuestro testimonio?
La prioridad de Dios es otra: producir cambios en nuestras propias vidas a través de las
distintas experiencias por las que pasamos.
Para ser portavoces eficaces de Dios en nuestro mundo, hace falta que aprendamos
primero a ser alumnos en su escuela de capacitación.
El mensaje de Dios a su portavoz después del enfrentamiento con Acab fue: “Sal de
aquí... y escóndete...” (17:3). Probablemente, Elías sentía que aquella instrucción era un
golpe duro a su vocación de profeta y un obstáculo grande a su tarea. Era preciso
proclamar la Palabra de Dios a la nación rebelde, al borde de un terrible precipicio
moral.
En todo este capítulo se nota que Dios tiene con frecuencia una manera de obrar que a
nuestros ojos puede parecer muy extraña. A su portavoz le manda callar; a su siervo
perseguido le envía al corazón del país enemigo; a la viuda cuya vida ha salvado, le
priva de su único hijo. Es como si Dios se deleitara en hacer as cosas al revés.
Nosotros, seres configurados por la realidad de nuestra finitud, tenemos una capacidad
sumamente limitada de prever cuáles serán los resultados futuros de las situaciones en
las que nos encontramos. Nos cuesta entender por qué Dios permite circunstancias
dolorosas y difíciles que provocan en nosotros extrañeza y perplejidad.
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Nadie expresó mejor esta realidad que el profeta Isaías: “Porque mis pensamientos no
son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son
más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos,
y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.” (Is. 55:8-9).
Siglos más tarde, Dios llevó a su pueblo al destierro en Babilonia. Su país, su ciudad y
su templo habían quedado totalmente arrasados por el enemigo. Parecía que la vida de
Judá como nación estaba a punto de extinguirse.
¿Por qué permitió Dios tan terrible suerte? ¿Se había olvidado de su pueblo? ¿Quería
destruirlos definitivamente? Dios mandó al grupo de desterrados un mensaje por medio
del profeta Jeremías. Quería que contemplaran el futuro desde otra perspectiva. “Porque
yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz,
y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jer. 29:11).
Cuando nuestros castillos en el aire se desmoronan, Dios tiene otros planes para
nuestras vidas. Sus propósitos son mejores, llenos de ilusión y de esperanza. El secreto
radica en imitar a Elías: sin pretender comprender todo lo que Dios se propone hacer,
reconocer que el camino hacía la bendición lo marca la obediencia, y seguir este camino
confiando plenamente en el Señor.
LA PROVISIÓN DE DIOS
Pero Dios proveyó fielmente para su siervo durante el tiempo de su estancia allí. Tenía
agua del arroyo y unos camareros alados aparecían puntualmente cada día con el plato
principal. La provisión divina fue sencilla (un menú básico pero adecuado); soberana,
porque el Señor de la creación utilizó sus criaturas para cumplir su voluntad; y
suficiente, por cuanto al profeta nunca le faltó.
Más tarde, cuando el arroyo se secó y era imposible que Elías continuara en Querit, el
Señor tenía preparado un plan alternativo. Envió a su siervo a la casa de una viuda
sidonia, donde durante mucho tiempo volvió a suplir no sólo las necesidades
alimenticias del profeta, sino también de sus anfitriones.
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Hubo otro hombre que compartía las convicciones de Elías, en cuanto a la capacidad de
Dios para proveer los recursos necesarios en situaciones extremas. Como el profeta,
comprobó personalmente, en repetidas ocasiones, la fidelidad del Señor. Sobre esta base
pudo decir a los filipenses: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus
riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19).
LA PERSPECTIVA DE DIOS
Con todo, el mandato divino para Elías tiene que haber resultado muy chocante. ¡Ir a la
casa de una viuda que vivía en Sidón, el país de Jezabel, nada menos, para recibir allí el
sustento que necesitaba!
Para los israelitas, cualquier contacto con gentiles era reprobable; ir a vivir con una
viuda pagana en un país dominado por el culto a Baal era del todo impensable. Varias
décadas más tarde, otro profeta, Jonás, rechazó, de manera categórica, la misión que
Dios le había encomendado de llevar su Palabra a una nación gentil.
Por otra parte, “muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue
cerrado por tres años y seis meses, y cuando hubo gran hambre o sobre toda la tierra”,
según las palabras de Jesús (Lc. 4:25). ¿Por qué no fue enviado Elías a alguna de ellas?
¿Por qué mandarle a la casa de una viuda en Sidón?
Muy posiblemente lo que motivó la decisión del Señor, fue la seguridad del profeta.
Donde los soldados de Acab menos buscaban al prófugo, era en los dominios del suegro
del monarca, Et-baal, rey de los sidonios, quien había inculcado en su hija Jezabel la
devoción fanática y asesina a Baal. ¡A veces, el lugar más seguro para esconderse es
precisamente bajo la luz!
Pero, a la luz del comentario sobre este hecho que Cristo hizo en la sinagoga de Nazaret,
es muy probable que el propósito de Dios abarcara también la enseñanza a su siervo de
otra lección muy importante. Elías se preocupaba grandemente por su propio pueblo, y
por las consecuencias para sus conciudadanos de dar la espalda a Dios.
El Señor quería demostrarle que su amor alcanzaba también a las naciones gentiles, que
todos los pueblos y todas las personas le importaban, por muy insignificantes que
fuesen, y que sus bendiciones eran para todos sin parcialidad ni favoritismos.
La viuda de Sarepta tenía para el Señor tanta importancia como cualquier viuda de
Israel. Él quería utilizar a su siervo como cauce de bendición para ella, y símbolo de la
misión del pueblo de Dios a las naciones.
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Hay más lecciones esperando a Elías en la casita de Sarepta: de hecho son realidades
que él compartió con su anfitriona. Cuando el profeta llegó a la puerta de su vivienda, la
viuda estaba en una situación desesperada:
“Vive el Señor tu Dios, que no tengo pan, sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y
un poco de aceite en la vasija, y estoy recogiendo unos trozos de leña para entrar y
prepararlo para mí y para mi hijo, para que comamos y muramos” (17:12).
Y lo que Dios promete, lo cumple a rajatabla. La respuesta de la viuda -¡un gran paso de
fe!- abrió la puerta a una experiencia inolvidable. Pudo comprobar la provisión
milagrosa y fiel del Señor
¿Cómo será que, en ocasiones, el Señor nos da una gran bendición y, a renglón seguido,
nos hace pasar por una gran prueba? Así fue la experiencia de la viuda de Sarepta. Un
buen día su hijo enfermó, y casi antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba,
había fallecido (17:17).
¿Cómo encajar un golpe tan fuerte? Parece que Dios disfruta jugando con nosotros,
ofreciéndonos algo y luego quitándonoslo de repente. El milagro de la harina y del
aceite había mantenido con vida al muchacho pero, ahora, una enfermedad cruel lo
había arrebatado. ¿Qué sentido tenía aquello?
Jesús dijo muy claramente a sus discípulos: “En el mundo tenéis tribulación”, aunque
luego añadió, “Pero confiad, yo he vencido al mundo”
Hay ciertos principios que podernos afirmar con seguridad. Por un lado, sabemos que
vivimos en un mundo caído donde muchos de los males y los desastres que nos golpean
son la consecuencia, de forma directa o indirecta, del pecado del hombre. También es
verdad que Dios permite situaciones de agobio en la vida de sus hijos para enseñarnos a
depender más de Él.
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El apóstol Pablo sabía mucho de este principio: “Porque hermanos, no queremos que
ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos
abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la
esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte,
para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos;”
(2 Co. 1:8-10).
Y esto fue precisamente lo que pasó, en el caso de la viuda de Sarepta y su hijo. Dios
utilizó la muerte y la recuperación del muchacho como medio de hablar con claridad a
su madre, e impulsar en ella el reconocimiento de la verdad (17:24).
¿Hemos aprendido la lección de ver, en las situaciones tristes de nuestras vidas, la mano
soberana de Dios, encauzando positivamente estas circunstancias?
En muchos casos, tendremos que esperar más tiempo que la viuda para comprobar cómo
Dios obra para bien en la tragedia. Sin embargo, el apóstol nos va encauzando en la
dirección correcta, cuando nos recuerda las palabras del Señor, y la conclusión personal
que él sacó:
Otra verdad que queda ilustrada en el incidente de la restauración del hijo de la viuda, es
la del poder de la oración. Elías era un hombre que creía en este poder, y que practicaba
la oración asiduamente. En este incidente, su convicción de que la oración tiene mucho
poder quedó muy reforzada.
La manera en que Elías responde al desafío presentado por la muerte del chico nos
revela principios importantes para nuestra propia vida de oración. En primer lugar,
buscó la soledad con el fin de clamar a Dios sin otras distracciones: “lo tomó de su
regazo y lo llevó a la cámara alta donde él vivía” (17:19).
Siglos más tarde, el Hijo de Dios recalcó el mismo principio tanto en su enseñanza
como por medio de su ejemplo. “Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando
hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto”, enseñaba a sus discípulos
(Mt. 6:6).
Lucas nos narra como, en un momento cuando estaba rodeado por una gran multitud
que tenía muchas ganas de escuchar su enseñanza y experimentar su ministerio de
curación, Jesús “se retiraba a lugares solitarios y oraba” (Lc. 5:16).
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En segundo lugar, notemos cómo el profeta oró con una sinceridad total. Igual que la
madre, no entiende cómo Dios puede haber traído semejante mal a la viuda con quien
está hospedado. Además, expresa su perplejidad ante Dios de forma abierta (17:20).
No hay ningún indicio en el texto de que esta sinceridad de parte de Elías le pareciera
mal al Señor; seguramente sería al revés. Dios se indigna cuando nos presentamos ante
El con palabras huecas, fórmulas tan manoseadas que ya han perdido su sentido
original, oraciones que al final no dicen nada.
Andar en luz con Dios supone sincerarnos con Él; andar con falsedades e hipocresías
provoca su condenación: “Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está
muy lejos de mí” (Mr. 7:6). En las duras y en las maduras, cuando le adoramos y cuando
luchamos en oración con Él para entender determinadas situaciones, Dios busca la
sinceridad.
La intercesión solidaria debe formar una parte permanente de nuestra vida de oración.
En cuarto lugar, aprendamos también de la seguridad que muestra Elías a la hora de
interceder por el chico. Hasta tres veces se tendió sobre el niño, transmitiéndole
simbólicamente el calor de la vida, con la convicción de que si Dios no contestaba la
primera vez a su clamor, tenía que perseverar hasta ver un resultado positivo. ¡Dios le
iba a responder!
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