Вы находитесь на странице: 1из 7

REFLEXIÓN Y ORACIÓN EN LA PUESTA EN CIRCULACIÓN DEL LIBRO LA

EDUCACIÓN DOMINICANA HOY: CAMBIOS Y DESAFÍOS DE DULCE RODRÍGUEZ


PUCMM, 19 DE JUNIO DE 2019

En el año 2015 se cumplieron los 50 años de la declaración Gravissimum


educationis, promulgada por el Papa Pablo VI el 28 de octubre de 1965 como uno
de los documentos normativos emanados del Concilio Vaticano II. La declaración
contó con la aprobación casi unánime de los padres reunidos en concilio, después
de tres años de trabajo en comisiones y ocho redacciones.

En estos días se discuten tantos temas sobre la educación cristiana y laica,


especialmente en el tema de la sexualidad. Ya que estamos en una universidad
católica, quisiera retomar en este momento de reflexión los principios
orientadores generales de este documento conciliar. Es mi deseo que estas
palabras puedan servir de marco para la lectura del libro que hoy ponemos en
circulación. Con estas consideraciones retomamos la tarea incesante de
“reeducar nuestra mirada”, para poder contemplar con fe la dura realidad del
mundo, como dicen los evangelios que Jesús miraba a la gente que se le acercaba
en búsqueda de una vida mejor.

El Proemio o consideración introductoria de la declaración nos da una clave


teológico-espiritual

La Iglesia católica reconoce la importancia capital de la educación para el ser


humano como tal. Dicho con otras palabras, la educación no es mero medio, sino
fin en sí misma. De acuerdo al magisterio conciliar, esta necesidad de educarse se
acrecienta en los tiempos contemporáneos por dos razones. En primer lugar, es
más fácil acceder a los sistemas educativos; en segundo lugar, las personas
desean tener más participación en la vida pública porque son más conscientes de
su dignidad y de su deber.
La Iglesia católica reunida en concilio quiso ofrecer algunos principios
orientadores partiendo de esta constatación histórica de los tiempos modernos.
Como comunidad de fe, e inspirada en las enseñanzas de santo Tomás de Aquino,
la Iglesia está convencida de que la mejoría de la persona humana está
íntimamente ligada a su vocación celestial. Este principio general de carácter
teológico debe seguir guiando el espíritu de los fieles e instituciones de la Iglesia
católica que se consagran a la tarea educativa: el primer compromiso con Cristo
en el hermano educando es la calidad misma de la educación que se ofrece. No
existen “matemáticas cristianas” o “física cristiana”; tampoco existen ciencias
sociales cristianas. Existen saberes que están llamados a perfeccionarse cada vez
más. El educador cristiano es el que se compromete con ese perfeccionamiento,
que hoy llamamos sencillamente “calidad educativa”, uniéndolo al mandamiento
del amor.

Apuesta por el diálogo con la cultura de derecho contemporánea

En la primera parte, la declaración propone una noción de educación que


interactúa positivamente con la noción de derecho universal propio de la
sociedad contemporánea. En este sentido, el documento refleja el espíritu
conciliar dispuesto a dialogar con los procesos sociales de los tiempos modernos,
no a organizar “ejércitos de fe” contra el sistema de derecho.

La declaración del Concilio Vaticano II explica que la educación, de acuerdo a la


cultura del derecho, está orientada a “la madurez de la persona humana” y ha de
realizarse progresivamente, atendiendo a la edad de los educandos.
Teológicamente, puede interpretarse esta afirmación señalando que en la misma
promoción humana ya está presente el amor cristiano. Esta madurez queda
caracterizada en el documento como el logro de “un sentido más perfecto de la
responsabilidad en el recto y continuo desarrollo de la propia vida y en la
consecución de la verdadera libertad” (n. 1).
En primer lugar, la declaración afirma que esta madurez se alcanza “en una
positiva y prudente educación sexual”. A seguidas, sostiene que se debe de
educar para “participar en la vida social” en un espíritu consonante con los
principios democráticos contemporáneos, pues se explicita que la instrucción
dada en la escuela habrá de capacitar a los jóvenes a “adscribirse activamente a
los diversos grupos de la sociedad humana… dispuestos para el diálogo con los
demás” (n. 1).

Lógicamente, para la Iglesia católica la educación como derecho debe favorecer la


recta conciencia moral y el amor a Dios. Pero lo que subraya la declaración es que
la educación como tal es un derecho universal que debe de llegar a todos los
rincones de la tierra.

La educación específicamente cristiana

Una vez esclarecido el sentido humano de la educación, la declaración pasa a


hacer una exhortación sobre la educación cristiana. El documento no se detiene a
especificar el contenido de dicha educación ni da instrucciones para que la
educación cristiana declare una guerra santa contra el espacio de la educación
como derecho. Puede decirse que el documento establece, en su estructura, una
cierta dualidad entre ambas. Educación humana como derecho y educación
cristiana, evidentemente, no se confunden; pero tampoco se oponen
radicalmente.

Como dice el resumen introductorio del documento en la edición de la Biblioteca


de Autores Cristianos, la tarea de hacer puentes entre ambas queda confiada a
reflexiones posteriores de las Iglesias particulares; o dicho en otros términos, la
relación entre educación humana en general y educación cristiana en particular
debe de esclarecerse en un discernimiento de la vida de las Iglesias locales.
Quiénes son educadores

El documento afirma sin ambages que los primeros educadores son los padres.
“La familia es la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades
necesitan”.

Ahora bien, los padres conciliares son conscientes de que la educación de los
jóvenes no es responsabilidad exclusiva del núcleo familiar, sino que compete a
toda la sociedad. Esta consideración es de capital importancia en un contexto
donde las familias exhiben un panorama lamentable como el dominicano, donde
una de cada cinco jóvenes ha quedado embarazada. ¿Cuál familia educará a la
juventud dominicana?

De acuerdo a la declaración, compete a la sociedad velar antes que todo por el


bien común temporal. En este sentido, el Concilio entiende que la sociedad debe
de tutelar a los padres en su tarea educativa, ayudarlos en su tarea, suplirlos
cuando sus fuerzas no alcancen, además de crear escuelas e institutos públicos
orientados al bien común. Ahora bien, para los padres conciliares queda claro que
esta labor es “subsidiaria”. Esta nota aclaratoria es importante en estos
momentos en que parece pedírsele todo a la escuela, lo cual no es del todo
razonable.

La declaración afirma que, “finalmente”, la educación también corresponde a la


Iglesia, en la medida en que el anuncio de Cristo ayuda a plenificar a la persona
humana, beneficia a la misma sociedad y colabora en la edificación del mundo en
que vivimos.

La educación moral y la religión en la escuela

Consonante también con el espíritu del Concilio, la declaración reflexiona sobre la


importancia de la formación religiosa en la escuela; pero igualmente considera las
circunstancias variadas en que esta se puede llevar a cabo. No siempre hay que
pensar en una clase específica de religión cristiana ni en una clase de moral
cristiana cuando la escuela no es católica. En estos casos, los padres conciliares
invitan al testimonio personal de las personas católicas en escuelas públicas y a
reforzar los ministerios de enseñanza en la comunidad cristiana. En este punto
podría repetirse lo que se dijo en el acápite anterior sobre los padres y la familia
como educadores: no se le puede pedir todo a la escuela en los temas que
conciernen a la enseñanza de la fe.

De singular luz es lo que afirma sobre la formación cristiana en las escuelas


públicas. “La Iglesia aplaude cordialmente a las autoridades y sociedades civiles
que, teniendo en cuenta el pluralismo de la sociedad moderna y favoreciendo la
libertad religiosa, ayudan a las familias para que pueda darse a sus hijos en todas
las escuelas una educación conforme a los principios morales y religiosos de las
familias” (n. 7). Es ese pluralismo abierto a las diferentes figuras de la fe el que
convendría buscar en estos momentos en la reforma curricular dominicana que
está en curso.

Una escuela católica dialógica y que opta por los pobres

También las instituciones educativas de la Iglesia católica se ven sumadas al


espíritu conciliar en esta declaración. Todo el cuerpo eclesial está llamado a ser
fermento de la comunidad humana, no simplemente de la Iglesia misma y de sus
miembros. La Iglesia, como Pueblo de Dios, ha de promover el diálogo entre la
comunidad de los creyentes y la sociedad humana en general, de tal modo que
ambas salgan beneficiadas. Por eso, el documento saluda que las escuelas
católicas acojan a alumnos no católicos en los territorios de nuevas iglesias. Hoy
día, puede decirse que ante el decrecimiento del número de los católicos en el
mundo, este principio puede servir de orientación a las escuelas católicas de
iglesias particulares que experimentan una merma en su feligresía.

Como no podía faltar por razones evangélicas, el concilio invita especialmente


que las escuelas católicas, en su diversidad curricular, estén atentas a las
necesidades de los más pobres.
La educación superior católica

El documento reconoce la importancia de contar con universidades e institutos


superiores católicos. En las instituciones superiores de la Iglesia no se imparten
“ciencias católicas”, sino que se cultivan las disciplinas según principios y métodos
propios. En Gravissimum educationis queda reconocido, por lo tanto, la
autonomía del saber temporal. La declaración subraya además, consonante con
este principio, la obligación de respetar la libertad de la investigación científica y
abrirse a los nuevos problemas e investigaciones.

El documento señala además que en las instituciones católicas de educación


superior donde no haya una facultad de teología, debe haber al menos un
instituto o una cátedra de teología. Y en las universidades no católicas, se deberá
de procurar una presencia pastoral. Esta observación es de cabal importancia en
el contexto dominicano, en el que los conocimientos que son producto del uso
libre de la razón en la investigación no se ven acompañados de una reflexión
teológica propia de la edad adulta. Resulta preocupante que muchos católicos
profesionales sigan teniendo una reflexión de su fe que parece sustentada en el
catecismo apologético que recibieron a los 12 años.

Consideraciones conclusivas

El concilio expresó su gratitud a todas las persona que se dedican a la enseñanza y


los invita a perseverar en su vocación. Invita a la juventud a abrazar su formación
con generosidad, sobre todo cuando no pueden contar con maestros. Y a los
consagrados dedicados a la educación los invita a reforzar su empeño pedagógico
y a profundizar su estudio de las ciencias, para que realmente puedan beneficiar
al estudiantado. Esta labor educativa de calidad no solo mejora la vida misma de
la Iglesia católica, sino que también hace un aporte valioso en el ámbito
intelectual.

Que se sienta Dulce Rodríguez agradecida por nuestra Iglesia con estas
consideraciones del Concilio Vaticano II. Y en nombre de ella, pronunciemos en
voz baja esta “oración del profesor”, escrita por un sacerdote salesiano de la
India, filósofo y educador. Ella también sirve para reeducar nuestra mirada en el
desafiante y cambiante mundo de la educación:

ORACIÓN DEL PROFESOR

Dame divino Maestro, un amor sincero por mis alumnos y un profundo respeto por los
dones particulares de cada uno.

Ayúdame a ser un profesor fiel y dedicado, con mis ojos puestos en el bien de aquellos a
quienes sirvo.

Que imparta el conocimiento humildemente, que escuche con atención, que colabore de
buena gana, y busque el bien último de aquellos a los que enseño.

Que esté presto a comprender, lento a condenar, ávido de animar y de perdonar.


Mientras enseño ideas y entreno en competencias, que mi vida y mi integridad abran sus
mentes y sus corazones a la verdad.

Que mi cálido interés por cada uno les enseñe el sabor de la vida y la pasión por
aprender.
Dame la fuerza para admitir mis limitaciones, el coraje para empezar cada día con
esperanza, y la paciencia y el humor que necesito para seguir enseñando.

Acepto a cada alumno venido de tus manos. Creo que cada uno de ellos es una persona
de valor exclusivo, aunque ellos mismo no se vean así.

Sé que tengo la oportunidad de dar a muchos jóvenes luz y esperanza, un sentido de


misión y entrega. Sé que Tú confías en mí y que estás conmigo.

Te pido tu bendición al comienzo de un nuevo día. Te pido que me bendigas a mí y a mis


alumnos, sus sueños y esperanzas.

Que aprendamos de la sabiduría del pasado. Que aprendamos de la vida, y los unos de
los otros. Que yo aprenda de tu guía, por encima de todo, y de las vidas de aquellos que
te conocen bien.

Este es el verdadero aprendizaje: conocer cómo debemos vivir nuestra vida, conocer
cómo somos nosotros mismos, y escuchar tu voz en cada palabra que aprendamos.
Joe Mannath

Вам также может понравиться