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UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS

FACULTAD DE CIENCIAS Y EDUCACIÓN


LICENCIATURA EN CIENCIAS SOCIALES
MEMORIA SOCIAL Y COLECTIVA
PROFESOR OSCAR ARMANDO CASTRO LÓPEZ
Grupo 255-1

Autora: María Paula Suarez Martínez CÓD. 20181255073


Fecha: Junio 13de 2019

LA MEMORIA INSCRITA EN EL ASFALTO

Recorrer las calles de Bogotá implica la posibilidad de percibir la historia desde los
cinco sentidos; los colores, las formas, los olores, las texturas, los tamaños, los sonidos e
incluso los sabores diversos y heterogéneos conducen al transeúnte a un viaje que oscila
entre el pasado, el presente y el futuro. Cada calle, concurrida o no, es el escenario de las
memorias de algún bogotano, colombiano o extranjero.

Desde hace 480 años es la ciudad de todos y de nadie: actualmente habitada por más
de nueve millones de personas, entre las cuales se encuentran inmigrantes de todos los
rincones del país y del exterior, la Capital de la República es el lugar protagónico de un
sinfín de acontecimientos que han quedado grabados en la historia nacional, aquellos que
en muchos casos han sido inmortalizados de alguna manera en sus calles y avenidas:
monumentos, placas, estatuas, callejones o autopistas bautizadas a manos tanto de la
institucionalidad como de la gente, de los ciudadanos de a pie. En ella confluyen todas las
ramas del poder público y reúne los sistemas culturales de todas las zonas del país.

Aunque fría, diversa y caótica naturalmente, la hija favorita de esta ‘’patria’’ a veces
inviable, ha sufrido trasformaciones innegables que se pueden evidenciar al hacer un
contraste de la Bogotá que transitamos hoy y la que transitaron nuestros abuelos el siglo
pasado, no solo estructuralmente, pues además de su desmesurada urbanización y
‘’modernización’’, existe un cambio en las dinámicas de la ciudad, en los significados que
han sido replanteados alrededor de los sitios emblemáticos, en la manera en que se concibe
y se vive el territorio. Lo declamaba García Marques en los años cuarenta: “Bogotá era
entonces una ciudad remota y lúgubre donde estaba cayendo una llovizna insomne desde
principios del siglo XVI”, y lo enuncia el escritor y periodista argentino Martin Caparrós en
la crónica “Bogotá, la ciudad rescatada” de su proyecto “Crónicas sudacas”:

Hace un cuarto de siglo, sus habitantes no la querían: vivir en Bogotá les sonaba a
condena. Era, decían entonces, una ciudad fallida: sucia, violenta, fea, rancia, incómoda,
fría. Es cierto que sus tasas de homicidios eran las de un país en guerra, los huecos de sus
calles sus trincheras, sus edificios ruinas, y bombas la estampaban desdeñosas. La calle era
una selva sin ley, robos, peleas, basura, destrucción y el desprecio y el soborno como
prácticas comunes. Bogotá era, entonces, una ciudad aterrada. Ahora, la desigualdad
permanece mientras florecen un turismo y unas clases acomodadas que moldean un nuevo
perfil de la capital de Colombia.

[…] Cuentan que sus fundadores se dieron por vencidos: que llevaban meses
caminando y vieron esos cerros boscosos por delante y esas nubes y decidieron que no
escalaban más; que allí se quedarían y que Dios —tenían un dios— los cogiera confesados.
Aquellos españoles testarudos armaron un pueblito andino recostado en el monte y allí
quedó durante siglos, al costado del tiempo. Pero a principios del siglo XX Bogotá empezó
a huir de sí misma, y esas montañas que la cierran por el oeste fueron su límite y su guía.
Así, su fuga se ordenó: los ricos hacia el norte, los pobres hacia el sur.

[…]

También por eso su recorrido por el centro de la ciudad es una vuelta por historias
de violencia. Aquellos narcos, por supuesto, sus caricias obscenas con la riqueza y con la
muerte, pero también la guerrilla que tomó y destruyó el Palacio de Justicia en 1985 o el
Estado que mató a Jorge Eliécer Gaitán y provocó el Bogotazo, caos y miles de muertos en
1948. Para muchos extranjeros venir a Bogotá es un paseo por el lado salvaje. (Caparrós,
2019)

Efectivamente, existe una transformación de la ciudad, algunos hechos históricos,


marcados en la memoria de quienes habitamos o no esta selva de cemento, son la
explicación de por qué está organizada y distribuida de tal manera y no de otra, explican
por qué algunas calles parecen congeladas en el tiempo y por qué se fue expandiendo hacia
el sur, por qué hay barrios fundados por centenas de personas que huían de otros rincones
del país asediados por la violencia y se asentaron en lugares inhabitables hasta convertirlos
en pequeños tugurios que ahora son su hogar. Así como paralelamente el otro sector de la
sociedad se fue desplazando hacia otros lugares que respondieran a sus necesidades, a su
‘’estatus’’, lejos del epicentro del suceso que desencadenó la ola de violencia más atroz que
ha vivido la ciudad y el país.

Ahora, aunque la zona céntrica de la ciudad sea en plenitud un espacio para y de la


memoria, existe sobre la Carrera 19 a la altura de la Calle 24, un lugar fundado
explícitamente para contribuir a la construcción de paz, con la participación de los distintos
sectores de Bogotá a través de la promoción y el fortalecimiento de procesos de memoria
que visibilicen experiencias relacionadas con el conflicto armado y aporten a la
transformación de imaginarios y apropiación de los Derechos Humanos: El Centro de
Memoria, Paz y Reconcialiación, el cual, según su página web oficial, busca impulsar
exposiciones y diversas expresiones artísticas en pro de generar un lugar de encuentro,
trabajo, expresión, diálogo, creación y construcción de memoria colectiva.

Este está ubicado en el antiguo globo B del Cementerio Central, donde fue
necesario realizar un trabajo de exhumación por parte del Equipo Científico de
Investigaciones Antropológico Forenses – ECIAF de por los menos 3.600 restos, para que
después de 4 años de edificación, esta nueva entidad hiciera parte del Programa -Bogotá
Ciudad Memoria- dirigido por la Alta Consejería para los Derechos de las Víctimas, la Paz
y la Reconciliación, dando su apertura oficial entre el 6 de diciembre de 2012 y el 9 de abril
de 2013 con distintos actos culturales. Tras su inauguración, el Centro de Memoria, Paz y
Reconciliación se ha constituido en un espacio para el encuentro entre diversos y la
oportunidad para resignificar la historia vivida. (Centro de Memoria, Paz y Reconciliación)

Teoréticamente, este centro es resultado de la construcción de memoria cultural: La


memoria cultural, según Jan Assmann, es la comunicaci6n organizada y ceremonializada
sobre el pasado, la fijación duradera del recuerdo a través de la forja cultural. Esta se basa
en abstracciones de la memoria comunicativa, la cual abarca memorias de un pasado
próximo y se basa en la comunicación oral de hechos vividos. (Baer, 2010, pp. 133) Dicho
tipo de memoria supone el conocimiento compartido del pasado sobre el cual un grupo se
crea una imagen de sí mismo y toma conciencia de su unidad o especificidad. EI paso hacia
la memoria cultural se produce a través de los medios o soportes del conocimiento sobre el
pasado (figuras totémicas, rituales y recitaciones, textos canonizados, museos, archivos,
etc.). (Paez, Techio, Marques; entre otros, 2010, pp.724)

En ese sentido, este espacio, y los elementos ubicados en el mismo operan como
signo para fijar el recuerdo, el cual, debido a su fuerza simbólica, constituyen un lugar de
memoria según Pierre Nora, que si bien refleja la extinción progresiva del recuerdo grupal,
debido a la desaparición de los contextos en los que se recuerda, también cumple la función
de refuerzo identitario (Baer, 2010), pues esa paulatina invisibilización demanda la
preservación (o inmortalización) del mismo a través de la consolidación del ese espacio no
solo físico sino sobre todo social de una índole semiótica, así como también para Reyes,
Cruz, y Aguirre (2016), dicho lugar fijado con valor simbólico, constituye un vehículo de
memoria.

Sin embargo, para Aleida Assmann la memoria cultural es de todavía más larga
duración o permanencia, siendo su característica definitoria el anclaje institucional (Baer,
2010). De modo que, el paso de las memorias comunicativas a la memoria cultural o
memoria abstracta basada en ritos, mitos y narraciones del pasado lejano es, en gran
medida, resultado de la evolución de representaciones sociales polémicas hacia
representaciones sociales emancipadas, es decir, que coexisten sin entrar en polémica
abierta, para culminar después de tres generaciones en representaciones sociales
hegemónicas, y por ende institucionalizadas (Paez, Techio, Marques; entre otros, 2010), en
este caso, materializadas en el centro.

Siguiendo esa línea argumentativa, según Alejandro Baer, la conmemoración,


impartida de alguna manera por los distintos procesos llevados a cabo por el centro, es
escenificación social que constituye la dimensión temporal de la cultura del recuerdo
ubicada en la fecha respectiva y en el repertorio de formas simbólicas, y sus significados,
que permite leer el pasado con la luz del presente. (2010) Es decir, este tipo de
instituciones, portadores de alguna manera de la memoria oficial, lo que buscan es
trascender al espacio y el tiempo, inmortalizar la memoria.
Un trasfondo esencial, es la garantía que ofrecen este tipo de proyectos de no
reparación y no repetición, pues según Paul Ricoeur, la memoria no es una recordación
habitual, acordarse no es solo recibir una imagen del pasado, es también buscarla, “hacer
algo”, es decir, es un esfuerzo necesario. La memoria no es una reproducción del mundo
exterior sino un aparato para interpretarlo. (Aróstegui, 2004)

Aun así, se hace necesario cuestionar si este corto bagaje teórico y conceptual logra
permear el caso de construcción de memoria en Bogotá, particularmente en la institución en
cuestión, que a diferencia de otros centros o museos de memoria en el mundo, preocupados
por encontrar formas de sanar la relación de un país con su pasado de guerra o de dictadura,
este se ocupa de la memoria de un conflicto aún vivo. Es decir, de la memoria de un
presente conflictivo, arraigado en el pasado tenso de un país que se espera, sea diferente y
esperanzador, dadas las perspectivas de reconciliación que se abren.

Reflexionar sobre el pasado reciente en clave de


memoria social supone aceptar que no hay una sola memoria sino varias, y que se trata
siempre de disputas entre versiones hegemónicas y subalternas, en este caso, materializadas
en los memoriales. Entender los procesos de transmisión del pasado de
manera dialógica también implica aceptar que no hay emisores que entregan un legado
cerrado ni jóvenes receptores pasivos que solo lo rechazan o reproducen, sino una relación
en la cual lo que se rememora cambia constantemente y se resignifica de diferentes formas.
En este caso, el centro participa en las disputas por dar sentido al pasado, siendo crucial no
solo para la difusión y la defensa de determinadas memorias, del conflicto armado interno
precisamente, sino que también se erigen en agentes de socialización privilegiados en la
formación ciudadana de los jóvenes, pues hay que recordar que los lugares de memoria no
son estáticos, estas marcas territoriales se refuncionalizan (Fabri, 2012) teniendo en cuenta
que cada generación resignifica las representaciones semióticas del pasado y tienen como
objetivo interpelar a la sociedad en su conjunto. (Reyes, Cruz y Aguirre, 2016, pp. 107)

Sin embargo, esta pretendida construcción de memoria social, en nuestro contexto


particular, se ha intentado consolidar a través de memoriales y monumentos que por falta
de contextualización y paulatina banalización no permite que se trascienda de lo estético a
los procesos hermenéuticos de comprensión del recuerdo (Jelin & Lorenz, 2004). Así, se
hace necesario la constante socialización de información por medio de herramientas que
hagan el sujeto, como agente activo, se haga preguntas y reflexionen sobre el monumento
de forma más profunda (Fabri, 2012)

La urgencia por no dejar que se aniquile la memoria se enmarca en ese temor de


perder la memoria, como dice Achugar, hay una angustia generalizada por la imposición
del olvido, una necesidad de democratizar el pasado, de descentralizar la historia (2003).
Durante muchos años, en Colombia han intentado enterrar nuestra memoria, y por tanto,
enterrar lo que somos, lo que nos constituye. Han negado la violencia acérrima que ha
desahuciado a este país, han negado a nuestros muertos aún estando parados encima de sus
tumbas, aún cuando por el suelo sigue corriendo su sangre. Por eso, es nuestro deber, como
sujetos políticos y docente en formación vencer el olvido, conocer nuestra ciudad, su
pasado, sus lugares, sus símbolos, sus sentidos, para resignificarlos y reivindicarlos en el
presente y en el futuro.

BIBLIOGRAFÍA

• Achugar, Hugo. “El lugar de la memoria, a propósito de los monumentos (motivos


y paréntesis), Monumentos, memoriales y marcasterritoriales. Jelin, Elizabeth yVictoria
Langland. Comps. Madrid: Siglo XXI Editores, 2003. 191-216

• Aróstegui, Julio. “Retos de la memoria y trabajos de la Historia", Pasado y memoria 3


(2004): 5-58.

Baer, Alejando. “La memoria social”, Memoria, política,justicia. Sucasas, Alberto. Ed.
Madrid:Trotta, 2010. 131-148

• Caparrós, M. Bogotá, la ciudad rescatada. Crónicas Sudacas, 2019. Tomado de:


https://elpais.com/elpais/2019/02/18/eps/1550506529_700758.html

• Halbwachs, Maurice. “Memoria colectiva y memoria histórica (fragmento y


traducción)” La mémoire collective. París: PUF, 1968. 69-95.

• Páez, Darío. Techio, Elza. Marques, José y Beristain, Carlos. “Memoria colectiva
y social”. Morales, J.,Moya, y otros. Ed. Psicología Social. Madrid: McGraw Hill, 2007.
693-716
• Reyes, María. Cruz, María y Aguirre Félix. “Los lugares de memoria y las
nuevas generaciones: Algunos efectos políticos de la transmisión de memorias del pasado
reciente de Chile”, Revista Española deCiencias Política 41 (2016): 93-114.

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