Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Recorrer las calles de Bogotá implica la posibilidad de percibir la historia desde los
cinco sentidos; los colores, las formas, los olores, las texturas, los tamaños, los sonidos e
incluso los sabores diversos y heterogéneos conducen al transeúnte a un viaje que oscila
entre el pasado, el presente y el futuro. Cada calle, concurrida o no, es el escenario de las
memorias de algún bogotano, colombiano o extranjero.
Desde hace 480 años es la ciudad de todos y de nadie: actualmente habitada por más
de nueve millones de personas, entre las cuales se encuentran inmigrantes de todos los
rincones del país y del exterior, la Capital de la República es el lugar protagónico de un
sinfín de acontecimientos que han quedado grabados en la historia nacional, aquellos que
en muchos casos han sido inmortalizados de alguna manera en sus calles y avenidas:
monumentos, placas, estatuas, callejones o autopistas bautizadas a manos tanto de la
institucionalidad como de la gente, de los ciudadanos de a pie. En ella confluyen todas las
ramas del poder público y reúne los sistemas culturales de todas las zonas del país.
Aunque fría, diversa y caótica naturalmente, la hija favorita de esta ‘’patria’’ a veces
inviable, ha sufrido trasformaciones innegables que se pueden evidenciar al hacer un
contraste de la Bogotá que transitamos hoy y la que transitaron nuestros abuelos el siglo
pasado, no solo estructuralmente, pues además de su desmesurada urbanización y
‘’modernización’’, existe un cambio en las dinámicas de la ciudad, en los significados que
han sido replanteados alrededor de los sitios emblemáticos, en la manera en que se concibe
y se vive el territorio. Lo declamaba García Marques en los años cuarenta: “Bogotá era
entonces una ciudad remota y lúgubre donde estaba cayendo una llovizna insomne desde
principios del siglo XVI”, y lo enuncia el escritor y periodista argentino Martin Caparrós en
la crónica “Bogotá, la ciudad rescatada” de su proyecto “Crónicas sudacas”:
Hace un cuarto de siglo, sus habitantes no la querían: vivir en Bogotá les sonaba a
condena. Era, decían entonces, una ciudad fallida: sucia, violenta, fea, rancia, incómoda,
fría. Es cierto que sus tasas de homicidios eran las de un país en guerra, los huecos de sus
calles sus trincheras, sus edificios ruinas, y bombas la estampaban desdeñosas. La calle era
una selva sin ley, robos, peleas, basura, destrucción y el desprecio y el soborno como
prácticas comunes. Bogotá era, entonces, una ciudad aterrada. Ahora, la desigualdad
permanece mientras florecen un turismo y unas clases acomodadas que moldean un nuevo
perfil de la capital de Colombia.
[…] Cuentan que sus fundadores se dieron por vencidos: que llevaban meses
caminando y vieron esos cerros boscosos por delante y esas nubes y decidieron que no
escalaban más; que allí se quedarían y que Dios —tenían un dios— los cogiera confesados.
Aquellos españoles testarudos armaron un pueblito andino recostado en el monte y allí
quedó durante siglos, al costado del tiempo. Pero a principios del siglo XX Bogotá empezó
a huir de sí misma, y esas montañas que la cierran por el oeste fueron su límite y su guía.
Así, su fuga se ordenó: los ricos hacia el norte, los pobres hacia el sur.
[…]
También por eso su recorrido por el centro de la ciudad es una vuelta por historias
de violencia. Aquellos narcos, por supuesto, sus caricias obscenas con la riqueza y con la
muerte, pero también la guerrilla que tomó y destruyó el Palacio de Justicia en 1985 o el
Estado que mató a Jorge Eliécer Gaitán y provocó el Bogotazo, caos y miles de muertos en
1948. Para muchos extranjeros venir a Bogotá es un paseo por el lado salvaje. (Caparrós,
2019)
Este está ubicado en el antiguo globo B del Cementerio Central, donde fue
necesario realizar un trabajo de exhumación por parte del Equipo Científico de
Investigaciones Antropológico Forenses – ECIAF de por los menos 3.600 restos, para que
después de 4 años de edificación, esta nueva entidad hiciera parte del Programa -Bogotá
Ciudad Memoria- dirigido por la Alta Consejería para los Derechos de las Víctimas, la Paz
y la Reconciliación, dando su apertura oficial entre el 6 de diciembre de 2012 y el 9 de abril
de 2013 con distintos actos culturales. Tras su inauguración, el Centro de Memoria, Paz y
Reconciliación se ha constituido en un espacio para el encuentro entre diversos y la
oportunidad para resignificar la historia vivida. (Centro de Memoria, Paz y Reconciliación)
En ese sentido, este espacio, y los elementos ubicados en el mismo operan como
signo para fijar el recuerdo, el cual, debido a su fuerza simbólica, constituyen un lugar de
memoria según Pierre Nora, que si bien refleja la extinción progresiva del recuerdo grupal,
debido a la desaparición de los contextos en los que se recuerda, también cumple la función
de refuerzo identitario (Baer, 2010), pues esa paulatina invisibilización demanda la
preservación (o inmortalización) del mismo a través de la consolidación del ese espacio no
solo físico sino sobre todo social de una índole semiótica, así como también para Reyes,
Cruz, y Aguirre (2016), dicho lugar fijado con valor simbólico, constituye un vehículo de
memoria.
Sin embargo, para Aleida Assmann la memoria cultural es de todavía más larga
duración o permanencia, siendo su característica definitoria el anclaje institucional (Baer,
2010). De modo que, el paso de las memorias comunicativas a la memoria cultural o
memoria abstracta basada en ritos, mitos y narraciones del pasado lejano es, en gran
medida, resultado de la evolución de representaciones sociales polémicas hacia
representaciones sociales emancipadas, es decir, que coexisten sin entrar en polémica
abierta, para culminar después de tres generaciones en representaciones sociales
hegemónicas, y por ende institucionalizadas (Paez, Techio, Marques; entre otros, 2010), en
este caso, materializadas en el centro.
Aun así, se hace necesario cuestionar si este corto bagaje teórico y conceptual logra
permear el caso de construcción de memoria en Bogotá, particularmente en la institución en
cuestión, que a diferencia de otros centros o museos de memoria en el mundo, preocupados
por encontrar formas de sanar la relación de un país con su pasado de guerra o de dictadura,
este se ocupa de la memoria de un conflicto aún vivo. Es decir, de la memoria de un
presente conflictivo, arraigado en el pasado tenso de un país que se espera, sea diferente y
esperanzador, dadas las perspectivas de reconciliación que se abren.
BIBLIOGRAFÍA
Baer, Alejando. “La memoria social”, Memoria, política,justicia. Sucasas, Alberto. Ed.
Madrid:Trotta, 2010. 131-148
• Páez, Darío. Techio, Elza. Marques, José y Beristain, Carlos. “Memoria colectiva
y social”. Morales, J.,Moya, y otros. Ed. Psicología Social. Madrid: McGraw Hill, 2007.
693-716
• Reyes, María. Cruz, María y Aguirre Félix. “Los lugares de memoria y las
nuevas generaciones: Algunos efectos políticos de la transmisión de memorias del pasado
reciente de Chile”, Revista Española deCiencias Política 41 (2016): 93-114.