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En la última década, el entusiasmo por la participación ciudadana se ha reducido de manera

generalizada y las fisuras señaladas no han sido del todo superadas. A ello se suman dos
nuevos factores que han actuado en contravía del fortalecimiento de la democracia
participativa en el país: de un lado, el debilitamiento de la descentralización en el marco de
un proyecto político autoritario que pretende concentrar decisiones y recursos en el
gobierno central, vulnerando así la autonomía entregada por la Constitución a las entidades
territoriales (municipios y departamentos). El municipio ha sido el escenario por excelencia
de las experiencias participativas más importantes en el país. Su debilitamiento como
escenario de decisiones y de proyectos de desarrollo ha incidido negativamente en el
ejercicio de la participación ciudadana.

De otro lado, la alta incidencia de los actores armados en la gestión municipal. Desde
mediados de la década del noventa los gobiernos municipales comenzaron a ser blanco
preferido de los diferentes actores del conflicto (guerrillas, paramilitares, narcotraficantes y
otras mafias y grupos organizados de delincuentes), los cuales desplegaron con fuerza
estrategias de control territorial, político-electoral y de las decisiones públicas. Dicho control
ha tenido efectos negativos sobre el tejido social local y la participación ciudadana.

Los grupos armados han reducido al mínimo la actuación de líderes sociales en el escenario
público, a través de la amenaza, el desplazamiento forzado e, incluso, el asesinato. Han
creado una especie de régimen de terror, apoyados en el uso real o latente de las armas,
o bien, han comenzado a crear organizaciones propias y a cooptar liderazgos para sus fines
políticos a través del ofrecimiento de prebendas de muy diversa índole (económicas,
empleo, seguridad ciudadana), etc. En estas circunstancias, no sólo han caído en desuso
los espacios institucionales de participación, sino que sus actores han preferido callar y
tener un bajo o nulo perfil en los procesos públicos.

Lo ocurrido en la presente década muestra una tendencia hacia la crisis de los espacios
institucionales de participación. Ellos siguen funcionando, especialmente en aquellas zonas
donde el conflicto armado no tiene un peso significativo en la vida local, pero sometidos a
las tendencias ya analizadas de burocratización y alejamiento con respecto a los intereses
ciudadanos.

Una apuesta de futuro

A pesar del momento de crisis que atraviesa la participación ciudadana, hay que reconocer
la gran cantidad de ejercicios exitosos de participación a lo largo y ancho del país, y sobre
todo la cantidad de personas, grupos, redes y organizaciones sociales, y de entidades
públicas y privadas que entienden que la participación es un ingrediente necesario de los
sistemas democráticos y que están comprometidas con su desarrollo.

La participación es una apuesta de futuro para Colombia. No sólo mejora la calidad de las
políticas públicas, sino que es un instrumento muy valioso para la construcción de desarrollo
y de paz en el país. Múltiples experiencias lo han demostrado. Habrá que cambiar varios
de los contornos de la participación, tanto desde el punto de vista normativo, como de las
actitudes de los funcionarios y las autoridades públicas, y de las conductas ciudadanas.
Hay que trabajar en todos esos frentes para que la participación cumpla su cometido.

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