«Sic transit gloria mundi.» Si el Universo ha sido diseñado por Dios, entonces debe tener algún propósito. Si este propósito nunca se consigue, Dios habrá fracasado. Si se consigue, la continuación del Universo no será necesaria. El Universo, al menos en la forma que lo conocemos, habrá llegado a su fin. Las religiones difieren notablemente en su concepción del momento y el modo en que llegará la muerte cósmica. Algunas nos advierten de catástrofes inminentes, de un mundo sorprendido por una destrucción apocalíptica donde el pecador será juzgado severamente. Otras hablan de un venidero Reino de los Cielos que reemplazará al duro e incierto mundo en que vivimos. Algunas religiones orientales se inclinan por un sistema cíclico, donde el fin de este mundo presagia el renacimiento de otro mundo similar. ¿Qué tiene que decir la ciencia moderna acerca del fin del Universo? En el capítulo 2 se explicó cómo la segunda ley de termodinámica reduce inexorablemente la organización del Universo al caos. Dondequiera que miremos, en cada rincón del Cosmos, la entropía está aumentando irreversiblemente y el inmenso depósito de orden cósmico se agotará, tarde o temprano. El Universo parece destinado a continuar desmenuzándose hasta quedar finalmente detenido en un estado de equilibrio termodinámico y máximo desorden después del cual ya nada ocurrirá. Los físicos denominan a esta deprimente perspectiva "la muerte térmica"; este posible fin se ha venido discutiendo durante más de un siglo. La segunda ley de la termodinámica es tan fundamental en toda la física que pocos físicos pondrían en duda su validez. Como vimos en el capítulo 9, la segunda ley es responsable de la asimetría temporal que está en la base de la distinción entre el pasado y el futuro. Violar la segunda ley equivale a invertir la flecha del tiempo. Sin embargo, la segunda ley no nos dice nada sobre la naturaleza de las catástrofes cósmicas que conducirán al Universo hacia su estado final de máximo desorden. En los últimos treinta años, con el rápido desarrollo de la astronomía moderna se ha hecho posible afinar los detalles de los sucesos que destruirán irremisiblemente la compleja organización y elaborada actividad del mundo que nos rodea. En lo que respecta a nuestra región local del Universo, el destino de la Tierra está íntimamente ligado al destino del Sol. La vida terrestre se alimenta de la luz del Sol y cualquier alteración en la estabilidad solar actual tendrá consecuencias desastrosas. No faltan ejemplos de posibles espasmos solares capaces de convertir la Tierra en inhabitable. Cualquier alteración en el constante suministro de calor podría afectar al delicado equilibrio climático de la Tierra y hundirnos en una catastrófica era glaciar. Las variaciones en los campos magnéticos del Sistema Solar provocados por el llamado viento solar (un flujo continuo de partículas provenientes de la superficie del Sol) podrían ocasionar cambios igualmente drásticos. La explosión de una estrella cercana podría 172 bañarnos en una radiación letal y el paso de un agujero negro a través del Sistema Solar podría zarandear a los planetas fuera de sus órbitas. Pero suponiendo que la Tierra escape a todas estas desagradables vicisitudes, está claro que las cosas no pueden continuar como ahora "por los siglos de los siglos". La fecunda emisión de energía por parte del Sol debe pagarse en combustible nuclear y, con el tiempo, estas reservas empezarán a escasear. Los astrofísicos estiman que esto no ocurrirá hasta dentro de unos cuatro o cinco mil millones de años, lo cual parece un período de tiempo inmenso. Sin embargo, teniendo en cuenta que la edad del Sol es ya de unos cuatro mil quinientos millones de años (la del Universo es de unos dieciocho mil millones de años), esta predicción sitúa al Sol como una estrella de mediana edad. A medida que el combustible se consuma, el Sol irá aumentando de tamaño, convirtiéndose en un tipo de estrella que los astrónomos llaman gigante roja. El núcleo del Sol, esforzándose desesperadamente por mantener la producción de energía, se contraerá más y más hasta que los efectos cuánticos intervengan para estabilizarlo. Cuando esto ocurra, el Sol se habrá expandido tanto que los planetas interiores habrán sido engullidos, la atmósfera de la Tierra habrá sido arrancada y las rocas sólidas se habrán fundido e incluso vaporizado. A continuación el Sol se embarcará en una nueva y errática carrera en que la combustión nuclear del hidrógeno, tan abundante hoy, será reemplazada por la combustión menos eficiente del helio y, después, de elementos cada vez más pesados, del modo descrita en el capítulo 13. Cuando al fin se agote todo el combustible, el Sol contendrá sólo elementos moderadamente pesados como el hierro. Ninguna fusión posterior de los núcleos repercutirá en una liberación de energía. De acuerdo con la segunda ley de la termodinámica, todos los sistemas buscan su estado más estable, y el hierro es precisamente la forma nuclear más estable. En esta fase, la temperatura central del Sol habrá aumentado uniformemente hasta unos mil millones de grados. Ahora bien, cuando se haya consumido todo el combustible, la presión interna empezará a decaer y la gravedad tomará el mando. El debilitado Sol empezará a contraerse bajo su propio peso, aplastando el material en su interior tan violentamente que su densidad llegará a ser de un millón de gramos por centímetro cúbico. Este Sol comprimido y extinguido se verá reducido al tamaño de la Tierra y permanecerá inerte durante incontables miles de millones de años, marchitándose y enfriándose lentamente hasta acabar sus días como una enana negra, una estrella de materia densa que se desplaza por el espacio sin que pueda ser observada. El mismo esquema de inestabilidad, expansión, combustión desenfrenada y colapso se repetirá en toda nuestra galaxia y en las demás. Una por una, las estrellas irán consumiendo su combustible nuclear hasta que no puedan sostener su propio peso contra la implacable fuerza de la gravedad. Algunas estrellas morirán de una forma espectacular explotando como supernovas, haciéndose añicos a medida que sus núcleos implosionan de manera catastrófica liberando tremendas cantidades de energía. Los residuos dispersos remanentes de estas sobrecogedoras explosiones se agruparán en torno de un fragmento de materia "ultraprensada" en la que el equivalente de una masa solar se encuentra comprimido en un volumen esférico de tan sólo unos cuantos kilómetros de diámetro. Tan intensa es la gravedad de un objeto de estas características, que una cucharita de té de esta materia pesaría más que todos los continentes de la Tierra juntos. Esta presión es tan fuerte que los átomos no pueden 173 soportarla y quedan aplastados formando un mar de neutrones puros. A estas estrellas de neutrones las conocen bien los astrónomos, que las encuentran entre los residuos de pasadas explosiones de supernovas.