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Los grandes enigmas sobre Adolf Hitler: La conexión

Rothschild-Hitler – por Xavier Bartlett


redinternacional.net/2018/06/25/los-grandes-enigmas-sobre-adolf-hitler-la-conexion-rothschild-hitler-por-
xavier-bartlett/
REDINTER June 25,
2018

A falta de los documentos oficiales que puedan acreditar la relación consanguínea entre los
Rothschild y Hitler, no habría más salida para avanzar en esta cuestión que recurrir a la
moderna ciencia genética. En este sentido, teóricamente, se podrían realizar pruebas de
ADN sobre la familia Rothschild –que tiene aún bastantes representantes en varios países
del mundo– y sobre los herederos de Alois Hitler y Franziska Metzelsberger, el segundo
matrimonio de Alois, del cual sí hay descendencia conocida por parte de Alois Hitler hijo y
Angela Hitler, aparte de parientes lejanos todavía residentes en Austria. Otra cosa bien
distinta es que las partes interesadas estuvieran de acuerdo en someterse a dichas pruebas,
cosa que parece impensable a día de hoy.

Árbol genealógico oficial de la famila de Hitler (del siglo XVIII al siglo XX)

Evidentemente, esta vía tiene nulas opciones de prosperar y de hecho cualquier intento de
relacionar a los Rothschild con Adolf Hitler –una posibilidad del todo ignorada por la
historiografía ortodoxa– podría parecer una enorme burla o contrasentido, dado el máximo
antagonismo entre la conocida dinastía judía de banqueros y el líder antisemita más notorio
de la historia. Sin embargo, sin necesidad de recurrir a unos lazos de sangre que están por
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demostrar, la propia historia nos deja unas pistas muy evidentes de esa conexión, aunque
lógicamente no estamos hablando de historia oficial (la que se enseña en escuelas y
universidades o la que se nos muestra en los documentales “educativos”), sino de estudios a
cargo de historiadores e investigadores independientes. No voy a entrar al detalle de estas
argumentaciones, pero sí al menos presentar los hechos principales que han sido
abordados por diversos autores internacionales en los cuales se expone abiertamente la
conexión directa que existió entre la gran banca internacional dirigida por los Rothschild y el
régimen nacional-socialista de Alemania.

No existen pruebas directas del patrocinio de los Rothschild sobre Hitler cuando éste era
joven, pero se dan algunas curiosas coincidencias. Su padre Alois también había estado en
Viena siendo adolescente, y como ya hemos visto tuvo el apoyo de la familia Frankenberger.
En cuanto a la vida de Adolf en Viena, es posible que no estuviera del todo “desamparado”
porque allí empezó a tener contactos con personas que iban a influir en él y sobre todo
pudo sustentarse gracias a que algunas personas o instituciones judías le brindaron refugio
o dinero, por ejemplo comprándole las mediocres acuarelas que pintaba con ínfulas de
artista.

Si saltamos a 1919, después de la


Gran Guerra, sabemos que Hitler
era un ex militar sin trabajo,
como muchos otros, y que se
buscó un futuro introduciéndose
en movimientos sociales y
políticos. Primero simpatizó con
las corrientes comunistas y
socialistas, pero al poco tiempo
fue reclutado por los servicios de
inteligencia militar, que le
encargaron vigilar las actividades
de las sociedades secretas. Y de Carnet original de afiliación de Hitler al DAP (1920)
este modo, sin ninguna
“casualidad” de por medio, Hitler
acabó recalando en la órbita de la Sociedad Thule, una amalgama de sociedad secreta
ocultista y de partido ultra-nacionalista. De hecho, esta sociedad fue el germen del DAP
(Partido de los trabajadores alemanes), en el cual Hitler empezó a fundar su carrera política,
asumiendo la responsabilidad de la propaganda del partido.

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El mariscal Ludendorff y Hitler (1924)

En 1920, el DAP pasó a llamarse NSDAP (lo que propiamente ya era el partido nazi), y al año
siguiente Hitler se afianzó como su líder indiscutible. Lo que es significativo es que este
pequeño partido, muy radical y minoritario, comenzó a crecer de forma notable y a ser
ampliamente conocido no sólo en Alemania, sino en todo el mundo, y más aún después del
famoso putsch de Munich. ¿Quién apoyó a Hitler y al NSDAP en ese crecimiento? ¿Cómo es
posible que el prestigioso mariscal Ludendorff –héroe de la Primera Guerra Mundial– se
pusiera a las órdenes de un casi desconocido Hitler? No hay datos concretos sobre
maniobras de apoyo a Hitler por parte de los Rothschild, pero sí es cierto que en esos años
el líder nazi se vio rodeado, asesorado y potenciado por una serie de personajes de gran
influencia, muchos de ellos de sangre judía[1]. Y lo que es más llamativo es que la ayuda
económica procedía casi totalmente del extranjero, pues el capitalismo alemán dio la
espalda mayoritariamente al nazismo. Por de pronto, se sabe que al menos desde 1926
hasta 1942, Hitler recibió financiación de los banqueros Averell Harriman y Prescott Bush
(padre y abuelo de los futuros presidentes Bush) a través del banco neoyorquino Harris &
Brothers Harriman.

No obstante, la intervención clave de la gran banca en el éxito de Hitler tiene lugar en 1929,
cuando Wall Street –bajo la influencia del imperio Rothschild– decide apoyar discretamente
el proyecto de Hitler y para ello la oligarquía financiera envía a Alemania a un delegado, un
tal “Sydney Warburg”[2], a fin de llegar a un acuerdo con él. Según el trato, a cambio de
promover una cierta política nacional e internacional, el NSDAP recibiría apoyo financiero
para conquistar el poder, si bien Hitler acabó recibiendo –a través de bancos filiales– mucho
menos de lo había pedido en principio[3]. Este acuerdo se firmó en junio de 1929 y entre
otros firmantes figuraban John D. Rockefeller y hasta el propio presidente de los EE UU, H. C.
Hoover.

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En 1931 se repitieron los contactos y Hitler dejó en manos de los banqueros la decisión de
cómo querían que él llegase al poder, bien por un golpe de estado o bien de forma “legal”.
La banca internacional se decantó por esta última opción y financió las campañas
electorales de Hitler, y de este modo –gracias al enorme despliegue de propaganda– ganó
las elecciones de 1932 y pudo alcanzar el cargo de canciller a inicios de 1933. En suma, los
grandes poderes financieros americanos (Rockefeller, Kuhn, Loeb & Co, J.P. Morgan,
National City Bank, Brown Brothers & Harriman, etc.) apostaron firmemente por Hitler y
mantuvieron ese apoyo hasta bien entrada la Segunda Guerra Mundial.

Asimismo, el mundo financiero inglés –representado por la City de Londres– se inclinó por
Hitler con el pretexto de frenar el bolchevismo. El Banco de Inglaterra, por medio de su
director Montagu Norman[4], se encargó
de financiar a Hitler a través de una filial
alemana (Schroder Bank). Además, otras
importantes empresas británicas, como
la Shell Oil, se posicionaron a favor de
Hitler en los años 30. E incluso cuando
Alemania ya estaba inmersa en su
política expansionista, tan criticada por
las autoridades inglesas, el propio Banco
de Inglaterra no tuvo mayores reparos
en cederle a Hitler las reservas de oro
del estado checoslovaco (6 millones de
libras) depositadas en Londres cuando
los nazis ocuparon ese país en 1939. Sede de la Bolsa de Nueva York ( Wall Street)

Y por supuesto, el propio Hitler no


quedó al margen de este apoyo financiero, pues él mismo se enriqueció personalmente a
partir de 1929, año en que todas sus deudas fueron canceladas. Desde ese momento pasó
a disponer de abundante dinero, coche y chófer, una villa en Ober-Salzburgo (Austria) y un
espléndido apartamento en la Printzregentstrasse de Munich. Y tras su acceso al poder, su
fortuna se fue acrecentando hasta llegar a ser una de las personas más ricas de Europa al
finalizar el conflicto mundial, con una cuenta secreta en Suiza de cerca de 200 millones de
francos suizos. Y si es cierto que escapó a Argentina, es obvio que no tuvo que preocuparse
demasiado por su futuro…

Además, cabe añadir una campaña de apoyo mediático a Hitler de alcance global. De este
modo, los medios de comunicación americanos –y en particular los del gran magnate de la
prensa William Randolph Hearst– trataron de ofrecer la mejor cara de Hitler y su régimen
destacándolo como un gran estadista nacional e internacional (le llamaban el Mesías
alemán) e incluso llegaron a nombrarle en 1938 “hombre del año” de la revista Time[5].

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Hitler en el papel de “gran hombre de estado”. Aquí ya como canciller junto al presidente Von Hindenburg (1933)

Lo que es evidente es que, con Hitler ya en el poder y con Max Warburg como enlace
principal entre el régimen nazi y la banca internacional, Alemania pone en práctica una
política económica renovadora y experimenta un fuerte impulso social y económico que no
sólo saca al país de la pobreza, el paro, la deuda y la precariedad sino que aumenta
significativamente sus capacidades industriales. Y sobre todo fomenta la creación de una
potente industria de guerra que iba a permitir una agresiva política de rearme y
expansionismo, si bien es justo señalar que ya en la época de la república de Weimar el
estado alemán había empezado a militarizarse en secreto, principalmente con la discreta
colaboración de la Unión Soviética.

En este esfuerzo industrial y militar iba a destacar la gran corporación química I.G. Farben
(bajo dirección de Max Warburg), nacida como una derivación de la Standard Oil americana,
un emporio de los Rockefeller. Además, desde 1931 I.G. Farben se implicó abiertamente en
la financiación de los nazis y tal fue su influencia en el gobierno alemán que Georg von
Schnitzler, miembro de la Junta de I.G. Farben, afirmó: “I.G. Farben es básicamente
responsable de las políticas de Hitler.” Asimimo, varias grandes empresas americanas –
entre las que destacan Ford, ITT, DuPont, General Motors y General Electric​– se instalaron
en Alemania bajo marcas filiales para potenciar la industria militar alemana.

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Así, no es de extrañar que mientras los salvajes bombardeos aéreos de americanos e
ingleses arrasaron las ciudades y mataron a cientos de miles de civiles inocentes, las
fábricas de I.G. Farben, Ford y otras empresas que mantenían el esfuerzo de guerra alemán
fueron escrupulosamente respetadas. De hecho, la sede de I.G. Farben en Frankfurt fue
usada después de la guerra como cuartel general de la CIA en Alemania.[6] A todo esto, las
familias de los soldados británicos y americanos muertos en combate nunca llegaron a
saber que fue el cártel financiero angloamericano el que facilitó a los alemanes –incluso a lo
largo del mismo conflicto– vehículos, maquinaria, explosivos, municiones, combustible[7],
etc. Como ejemplo, basta citar que la terrible campaña de los submarinos alemanes en el
Atlántico fue sostenida gracias al abastecimiento de combustible proporcionado por los
petroleros de la Standard Oil (bajo bandera panameña) en las Islas Canarias.

Fábrica de I.G. Farben en el complejo de Auschwitz

Sea como fuere, una vez llegada la victoria sobre los nazis en 1945, los Juicios de
Nuremberg “olvidaron” completamente esta extensa y generosa intervención del gran
capital a favor del régimen hitleriano. De hecho, los responsables de origen americano de
las grandes corporaciones no sufrieron represalia alguna, mientras que unos pocos
directivos y empresarios alemanes sí tuvieron que pagar el pato. Igualmente, todos los libros
de historia oficial sobre el Tercer Reich, incluso de los autores más reputados, han ignorado
o marginado este espinoso asunto, centrándose exclusivamente en la trama política.

Los atentados contra la vida de Hitler


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Adolf Hitler fue objeto de al menos quince atentados [8] contra su vida, todos ellos ocurridos
cuando ya había alcanzado el poder, excepto uno. Y como es bien sabido, estos intentos –
planeados y ejecutados en las más diversas situaciones y por personas de distinto signo–
fallaron en su propósito. Asimismo, los británicos planearon asesinarlo en 1944 recurriendo
a comandos y francotiradores o incluso al envenenamiento de su comida pero al final
desestimaron el proyecto. De hecho, la mayoría de estos atentados ni siquiera llegaron a
materializarse porque Hitler los eludió o bien porque las circunstancias se volvieron contra
los conspiradores en el último momento. Sólo el atentado del coronel Von Stauffenberg, de
julio de 1944, fue realmente el único que llegó a poner en peligro la vida de Hitler, pero
fracasó –aunque por poco– debido a un cúmulo de circunstancias fortuitas e inesperadas.

Lo cierto es que el propio Hitler creía ciegamente en su


destino histórico y pensaba que la divina mano de la
Providencia lo protegía de todos los peligros. Así, durante
su participación en la guerra mundial se expuso
numerosas veces al fuego enemigo con cierta temeridad y
sufrió los efectos de un ataque con gas mostaza, lo que le
envió a ser tratado en un hospital[9]. Su arrojo le valió una
condecoración, ​la cruz de hierro de 1ª clase, de la cual
siempre estuvo muy orgulloso. Pero más adelante, y como
fruto de su contacto con el esoterismo y el ocultismo,
empezó a interesarse por la astrología y se preocupó de
obtener el consejo de videntes o astrólogos para guiar sus
Hitler en la Gran Guerra
pasos y para no incurrir en situaciones potencialmente
peligrosas.

Así, sabemos que al menos tres astrólogos (Hanussen, Krafft y Berger) asesoraron a Hitler o
al partido nazi para despejar posibles amenazas. El más conocido fue el vidente judío
Hanussen –de nombre real Hermann Herschel Steinschneider– que pese a haber estado
con Hitler desde 1920 acabó cayendo en desgracia y fue asesinado. Después apareció un
astrólogo suizo, Karl Ernst Krafft, que fue capaz de pronosticar un grave peligro para la vida
de Hitler entre el 7 y el 10 de noviembre de 1939. Y en efecto, el día 8 de ese mes explotó
una bomba en una cervecería de Munich donde Hitler presidía un acto oficial con antiguos
veteranos. Pero el líder nazi había abandonado el lugar muy pronto para tomar un tren
para Berlín y el artefacto estalló cuando él ya estaba lejos, dejando un rastro de ocho
muertos y más de 60 heridos. Pero lo más asombroso es que al parecer Hitler no llegó a
recibir el aviso de Krafft. Lo que sí se ha constatado es que Hitler era muy desconfiado y
tendía a cambiar de planes y optar por lo imprevisto, posiblemente para no facilitar
precisamente los ataques contra su persona.

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Por lo demás, en otras situaciones, los intentos de tirotearle a corta distancia fracasaron,
como por ejemplo ocurrió en el caso de un estudiante de teología suizo llamado Maurice
Bavaud, que tras fallar varias veces en su tentativa fue finalmente detenido. También
algunos miembros del ejército intentaron dispararle de muy cerca, en una misión
prácticamente suicida, pero en el momento crucial no pudieron aproximarse a Hitler. Por
otro lado, también se intentó el asesinato de Hitler con bombas embarcadas en el avión en
que viajaba. Y en efecto, las bombas fueron preparadas cuidadosamente para la explosión
en vuelo, pero fallaron por causas técnicas, posiblemente debido al intenso frío de las
alturas. Este es el famoso caso –que aparece en la película “Valkyria”– de la conspiración del
general Von Tresckow, que metió dos falsas botellas de Cointreau en el avión del Fuehrer
que volvía de Smolensko (Rusia) a Alemania.

Y finalmente, tuvo lugar el atentado del 20 de julio de 1944,


acaecido en la “Guarida del Lobo”, el cuartel general de Hitler,
un auténtico fortín rodeado de las máximas medidas de
seguridad. Pese a todo ello, y gracias a su alto cargo en el
Estado Mayor, Claus Von Stauffenberg logró introducir allí
dos artefactos explosivos de origen británico en una cartera
que luego llevaría al búnker en que tendría lugar una
reunión con el Fuehrer. Ya previamente el coronel había
tenido dos oportunidades de oro en el mismo lugar, pero en
una ocasión los líderes de la conjura abortaron la operación –
pues no estaban presentes ni Himmler ni Göring– y en la otra
Hitler se ausentó inesperadamente por un imprevisto. C. Von Stauffenberg

Pero llegados al día 20 todo parecía inevitable. Sin embargo,


Von Stauffenberg sólo pudo montar una de las bombas debido a una inoportuna
intromisión y además comprobó con desagrado que la reunión se había trasladado a un
amplio pabellón con las ventanas abiertas, a causa del sofocante calor estival. Y finalmente,
al dejar Von Stauffenberg la estancia, un oficial movió la cartera y la colocó junto a la pata de
una sólida mesa de roble, lo que amortiguó la explosión. Aunque hubo cuatro víctimas,
Hitler sólo resultó malherido, el golpe político-militar fracasó y se desató luego una larga
caza de brujas[10].

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Esquema de sala de reuniones en el atentado del 20 de julio de 1944 en la Guarida del Lobo. El
círculo azul representa a Hitler, los círculos verdes son los supervivientes y los rojos, las víctimas.
En amarillo, la cartera con la bomba.

El atentado, además, reafirmó a Hitler en su obsesiva concepción de que la Providencia le


protegía de todo mal, pues poco después los hechos afirmó: “Analizando lo que acaba de
suceder aquí, llego a la conclusión de que –dado que me he salvado de forma tan
asombrosa– nada más desastroso me puede ocurrir ya. Más que nunca estoy convencido
de que soy yo el que está destinado a llevar esta obra mía a un final feliz.” Y, en efecto, ese
fue el último atentado contra su vida.

En definitiva, Hitler se salvó de milagro. Sólo una bomba montada, el traslado de la reunión
a una estancia abierta, la recolocación de la cartera… Los expertos en explosivos aseguran
que si al menos sólo uno de estos tres factores hubiera funcionado según el plan inicial, el
atentado habría tenido éxito. Si tenemos en cuenta la gran cantidad de magnicidios
históricos que tuvieron éxito a la primera tentativa, la buena estrella de Hitler –tras sufrir al
menos 15 atentados contra su vida– resulta más que prodigiosa. ¿Providencia? ¿Azar?
¿Conjunción de astros? Dado el halo mágico y ocultista que rodeó al nazismo, cualquier
hipótesis, por alocada que parezca, encajaría en una especie de protección sobrenatural.

¿Una simple marioneta?


Visto todo el panorama anterior, llegamos al punto final en que se plantea el mayor de los
enigmas: ¿Fue Hitler realmente un líder autoritario y dueño de sus decisiones, o
simplemente fue un peón en un juego de altos vuelos en el que se limitó a actuar tal como
le indicaban ciertos poderes superiores? Naturalmente, para la historia convencional no hay
lugar para lo que yo llamo metahistoria, esto es, el relato de la gran maquinaria que
funciona detrás de la fachada histórica que se vende a la población. Sin embargo, más allá
de suspicacias y de las visiones conspiracionistas, cada vez se van acumulando más indicios

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y pruebas de que las cosas funcionan realmente de esta manera y que las dinámicas
históricas son creadas desde muy arriba, aunque luego son llevadas a la práctica por
determinados “personajes”.

En este sentido, varios investigadores ya han


resaltado el papel de Adolf Hitler como mero
ejecutor de unos planes que ya habían sido
diseñados y preparados con bastante antelación.
Sólo faltaban los actores para representar el
drama. Así pues, algunos autores reinciden en la
gran importancia de esa etapa oscura de Hitler en
Viena (entre 1908 y 1913) porque creen que lo
que se ha explicado hasta hoy en día es sólo una
pequeña parte –y posiblemente distorsionada– de
lo que ocurrió. En particular, el investigador
neocelandés Greg Hallett[11] asegura que hay
unos vacíos muy sospechosos en la juventud de
Hitler. Por ejemplo, se sabe que en 1908 se llevó a
su hermana pequeña Paula a Viena, pero
inexplicablemente ésta desapareció de su vida
durante años y no se volvieron a reencontrar
hasta 1921. Asimismo, no se sabe qué hizo Hitler
entre su primera y su segunda estancia en Viena El controvertido libro de G. Hallett

(un lapso de diez meses) ni tampoco existen datos


fidedignos de su vida entre enero de 1911 y mayo
de 1913, cuando decide trasladarse a Munich.

A partir de este punto, Hallett construye una compleja –y más de uno diría fantástica–trama
cuya hipótesis central es que Hitler trabajaba realmente para los ingleses o, mejor dicho,
para un gran poder internacional encarnado por el cártel bancario. Según Hallett, en vez de
permanecer en Viena, Hitler viajó a Gran Bretaña[12] y estuvo allí entre 1912 y 1913, donde
pudo ser “orientado” o “formado”. Basándose en fuentes del espionaje británico, Hallett
afirma que Adolf Hitler fue manipulado y adoctrinado según las técnicas del Instituto
Tavistock, y que precisamente fue aquí cuando fue sometido a abusos sexuales humillantes
relacionados con la homosexualidad y el sadomasoquismo, que luego revertiría en su
conductas privadas. El objetivo último de esta estrategia era conseguir la sumisión total del
individuo, que desde ese momento podría ser utilizado como un mero peón político.

Así pues, según Hallett, Hitler recibió una formación pangermánica radical y aprendió a
seducir a grandes audiencias con una determinada oratoria y gestualidad. Todo esto lo iba a
poner en práctica años más tarde, si bien la aportación mágico-ocultista de la Sociedad
Thule iba a tener también gran importancia en su fulgurante ascenso en los años 20. En
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todo caso, Hallett considera que la auténtica personalidad de Hitler habría sido deshecha
para hacer de él un enfermo mental, un ser esquizofrénico, psicótico y neurótico. De esta
forma, se habría convertido en un simple instrumento vulnerable y manipulable, perfecto
para encarnar su papel en el gran teatro político internacional.

Por otro lado, es sabido que Hitler padecía ciertos ataques


súbitos en que parecía ver imágenes y oír voces, una especie de
alucinaciones. Y su salud general –sobre todo del aparato
digestivo– no era precisamente buena, más allá de los problemas
psiquiátricos. Hitler tuvo a un médico personal –judío– a su
servicio, el doctor Theodore Morell, que parece que le sometió a
largos y duros tratamientos, hasta el punto de que su vida estaba
totalmente quimicalizada, pues le hacía ingerir grandes
cantidades de fármacos distintos. Y entre las muchas sustancias
que tomaba Hitler estaban la belladona (que agrava los
problemas digestivos), la estricnina (que es un veneno) y el Hitler en 1923
pervitine (de la familia de las anfetaminas), así como otras drogas
dañinas, incluso la cocaína. Otros médicos advirtieron al Fuehrer
de que estaba siendo envenenado y perjudicado, pero Hitler mantuvo su confianza en
Morell. En todo caso, como resultado combinado de los traumas psicológicos y el efecto de
las drogas, es bien posible que Hitler viviera en un estado permanente de desequilibrio y
neurosis, lo que tal vez lo haría más fácilmente manejable.

Después existe un amplio debate, apartado de las


visiones convencionales, sobre si Hitler era una
persona inteligente y capaz o si era más bien un
hombre de pocas luces que actuaba mecánicamente y
bajo los dictados y orientaciones de personajes en la
sombra. Y es posible que ambas versiones tengan su
parte de verdad, si bien la mayoría de autores
alternativos resaltan el papel decisivo de los guías de
Hitler, sobre todo tras el fin de la Primera Guerra
Mundial. Al respecto, tenemos el testimonio del capitán
Karl Mayr, que en 1941 escribió un libro con el
significativo título de I was Hitler’s boss (“Yo fui el jefe de
Hitler”). Según Mayr, que trató con él entre 1919 y
1920, Hitler no era precisamente espabilado ni
inteligente[13] y se hallaba perdido y frustrado como
tantos otros veteranos de guerra. En este contexto,
Tratado de Versalles (1919)
apareció el mariscal Ludendorff que, agraviado ante la
desgracia de la derrota y la humillación del Tratado de
Versalles, buscaba desesperadamente una figura carismática –al estilo Juana de Arco– que
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encabezara un movimiento de revancha pangermanista, basado en la búsqueda de
culpables (que iban a ser los judíos) y en el fomento de un nacionalismo exacerbado. Y
justamente el joven Adolf Hitler, con sus incendiarios discursos populistas en las tabernas,
resultó un ser un buen candidato para tal papel, a juicio de sus patrocinadores.

Así pues, para Mayr, Hitler fue un


gran fraude político pues en realidad
él nunca lideró el movimiento
nacional-socialista ni escribió una
sola línea del Mein Kampf. Se trataba
de una persona de limitadas
capacidades que necesitaba el
consejo y la rectificación de sus
asesores en la trastienda del poder.
Más adelante, Ludendorff se
desvinculó de Hitler y la mayor
influencia sobre éste fue entonces
ejercida por Hermann Goering y
Ernst Roehm, que montaron en gran Adolf Hitler y Hermann Goering

medida el aparato político y


paramilitar del partido, si bien
Roehm –que era líder de las temidas SA (“camisas pardas”) y un auténtico socialista–
acabaría por caer en las purgas de 1934 víctima de Goering, que desde su posición de poder
en la sombra se dedicó en adelante a promover a Hitler como el gran Fuehrer de la nación y
como figura de la escena internacional, iniciando la política agresiva y expansionista del
Tercer Reich.

Esta visión, empero, se opone a otros testimonios que hablan de un Adolf Hitler lúcido y
muy bien informado[14], que no sólo se movía bien en el terreno político y económico sino
que conocía los detalles de la maquinaria de guerra y era capaz de diseñar las campañas de
guerra mucho mejor que sus generales. Incluso el mariscal Keitel, un reconocido adulador
del Fuehrer, le puso el apodo de Grösser Feldherr aller Zeiten (“El jefe militar más grande de
todos los tiempos”), que a la larga –y según los alemanes iban acumulando reveses en la
guerra– se convirtió en una mera expresión de mofa generalmente abreviada en la forma
Gröfaz. De todos modos, es bien posible que Hitler sólo se limitara a repetir su discurso bien
aprendido y hacer lo que alguien le decía, según las circunstancias. Así, su supuesto
conocimiento y agudeza tal vez sólo fuera superficial, y esto se podría extrapolar a sus
éxitos militares de la primera época, en los que no cabe menospreciar la inestimable
incompetencia ejercida por sus enemigos.

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Y para acabar de reforzar la teoría del control sobre Hitler nos queda la ya citada vía
esotérica, en particular por la influencia de la Sociedad Vril y la Sociedad Thule, que tuvo una
importancia decisiva en Hitler, ya desde su época de Viena hasta bien entrados los años 20
y aún más allá. No pocas personas destacadas formaron el círculo de iniciación en torno a
Hitler –como Von Liebenfels, Rosenberg o Von Sebottendorf– pero hay dos personajes que
sobresalen por su papel estelar en
la “dirección” de Hitler. Por un lado
tenemos a Karl Haushofer, vidente,
mago y militar, que fue asesor
directo de Hitler y el creador de la
doctrina del Lebensraum o “espacio
vital”, y al que se le atribuye la
autoría total o parcial del Mein
Kempf. Por otro, estaba Dietrich
Eckart, dramaturgo y periodista, a
la vez que satanista y ocultista, que
Karl Haushofer (izq.) y Rudolf Hess (der.)
se encargó de introducir a Hitler en
la magia negra en el entorno de la
Sociedad Thule.

Lo que es obvio es que la iniciación de Adolf Hitler en el esoterismo y en la alta política


constituyó prácticamente un mismo proceso, pues –como ya hemos dicho– la Sociedad
Thule estaba detrás del Partido de los Trabajadores, hasta el punto de que era muy
complicado discernir dónde acababa la magia y dónde empezaba la política. De hecho, la
publicación de la Sociedad Thule, el Munchner Beobachter, se convirtió más tarde en el
periódico oficial del partido nazi, el Völkischer Beobachter. Así pues, no es nada descabellado
afirmar que el esoterismo jugó un papel clave en la orientación y posicionamiento de Hitler
en la escena histórica. Para muestra, vale la pena rescatar esta declaración de Eckart a sus
seguidores poco antes de fallecer en 1923:

“Seguid a Hitler. Él bailará, pero soy yo quien toca la melodía. Le he iniciado en la doctrina secreta,
he abierto sus centros de visión y le he proporcionado los medios para comunicarse con los Poderes.
No lloréis por mí porque habré influido en la historia más que cualquier otro alemán.”[15]

Visto este episodio desde una óptica heterodoxa, podríamos decir que a Hitler se le facilitó
de un solo golpe el acceso a poderes especiales al mismo tiempo que se le abrían las
puertas de la actividad política al máximo nivel. Por otro lado, en algunas fuentes
esporádicas he hallado referencias a su posible adscripción a la Masonería (pese a haberla
combatido ferozmente de manera oficial), pero no puedo confirmar tal extremo[16]. En
todo caso, a estas alturas ya es harto sabido que el movimiento social y político nazi tenía
una fuerte base esotérica y ocultista, tanto en su discurso intelectual como en su simbología
y en su liturgia; en suma, era una especie de magia o religión pagana de gran poder
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magnético o hipnótico para captar a las masas. Eso sí, cualquier otra creencia o actividad
mágica o esotérica fue perseguida; no debía existir “competencia” interna a la religión oficial
nazi.

Magia, simbología y liturgia nazi: Hitler en un típico acto político multitudinario (1933)

Los intereses comunes


Si finalmente enlazamos todos los puntos de esta complicada historia tenemos un
escenario de metahistoria en que las verdaderas motivaciones y acciones quedan
sumergidas bajo la superficie de la explicación convencional. Así pues, surge un niño
(ilegítimo) del clan Rothschild que es protegido y guiado en sus años jóvenes para ocupar
una alta posición de poder en el futuro. Posiblemente es formado y manipulado para
obedecer órdenes y servir a planes maestros internacionales sin oponer resistencia
personal. En este recorrido va encontrando personajes que le influyen, le asesoran y le
catapultan hacia el ámbito político nacional, con la ayuda de sociedades secretas y
conocimientos esotéricos. Más adelante, recibe el apoyo formal de los grandes poderes
fácticos internacionales para que se despeje su ascenso al poder. Y tras su acceso a éste, el
país evoluciona muy rápidamente –gracias en gran medida al apoyo financiero e industrial

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exterior– y vuelve a ser una gran potencia capaz de enfrentarse a otros grandes países
europeos y generar así un conflicto bélico a gran escala, cuyos fines ya habían sido
marcados muchos años antes por la oligarquía banquera dirigente.

Lógicamente, estando habituados a las consignas de la historia oficial, este panorama


puede parecernos un elaborado guión de historia-ficción o un ejercicio del más puro
conspiracionismo barato. ¿Cómo es que Hitler, al parecer judío de alto origen, iba
emprender una política racista antisemita y se iba a embarcar en una guerra mundial? La
enorme paradoja se podría resolver con un argumento aportado por algunos autores
heterodoxos, que plantean abiertamente la existencia de un plan que unía los objetivos del
régimen nazi (desembarazarse de los judíos europeos) con los de la política sionista
(favorecer una emigración judía hacia Palestina).

Y aquí cabe señalar oportunamente


que la casa Rothschild era partidaria
de las tesis sionistas –la
recuperación de un estado de Israel
en Oriente Medio– según había
quedado patente en la llamada
Declaración Balfour de 1917, por la
cual un notable judío inglés y
miembro del gobierno, Lord Balfour,
había ratificado a Lord Rothschild (el
patriarca de la dinastía en Gran
Bretaña) el compromiso firme del
imperio británico con la futura
creación de un estado judío en
Palestina[17]. En suma, una
compleja trama geopolítica en la
que Hitler, como miembro de “la
familia”, habría desempeñado –de
forma consciente o inconsciente– un Declaración Balfour (1917)
papel a favor de los intereses
políticos y económicos de la
oligarquía banquera, que se enriqueció aún mas financiando a todos los bandos en la
guerra y que consiguió al fin la instauración de Israel como estado independiente en 1948,
tras el episodio del Holocausto.

La pregunta que surge ahora es: ¿no es esto más que una fantasía sin ton ni son? Podría
parecerlo, pero existen numerosas pruebas documentales de contactos entre ambos
movimientos en los años 30, que llevaron a la formación de una alianza nazi-sionista[18]. En
efecto, dichos contactos culminaron en el llamado Convenio de Ha’avara –sellado entre
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ambas partes en 1933– por el cual los sionistas aportaron al régimen nazi más de 20
millones de dólares entre 1933 y 1939 con el objetivo de promover y sufragar el traslado de
judíos europeos a Palestina. Como resultado, antes de iniciarse la guerra en 1939 ya habían
emigrado a Palestina decenas de miles de judíos centroeuropeos[19]. A su vez, los nazis
proporcionaron a los sionistas bienes diversos y equipamiento industrial para crear las
incipientes infraestructuras del futuro estado de Israel. Y lo que es más, los sionistas
aplaudieron las Leyes de Nuremberg (de separación racial), pues también estaban a favor
de preservar la pureza de la sangre judía por un lado y la aria por otro. Y todo ello pese a
que la comunidad judía internacional había declarado la guerra al nazismo ya antes del
estallido de la Segunda Guerra Mundial. En fin, profundizar en este tema nos llevaría a
extendernos en demasía, y así pues lo dejaremos en este punto.

Epílogo
A la vista de las investigaciones realizadas en las últimas décadas, sobre todo las más
heterodoxas, parece claro que Hitler, por mucho carisma que tuviera, no pudo por sí solo
alcanzar el poder, embrujar a todo un pueblo y ejercer a su antojo una determinada política
interna y externa. Todo señala a que el nacimiento, auge y caída del régimen nazi, con la
Segunda Guerra Mundial incluida, fue un complejo plan internacional preparado desde lo
más alto y con la participación directa o indirecta de muchos peones, tanto de Alemania
como de otros países, y con la participación en la sombra de los máximos poderes
financieros mundiales. Así, Adolf Hitler habría cumplido su papel en el drama hasta
suicidarse en 1945 al ver que lo habían engañado y traicionado. O quizás se le ofreció una
discreta jubilación en un lejano país, si es que hemos de aceptar las teorías conspirativas.

En cualquier caso, el perfil histórico de Hitler se va remodelando y va saliendo de los tópicos


más al uso, aunque es posible que nunca lleguemos a conocer quién fue de verdad, y si fue
dirigido (o manipulado) en todo momento o si llegó a tener cierta independencia de
actuación en algunas circunstancias[20]. Y si bien se le ha considerado un monstruo o el
hombre más perverso de la historia, esto no deja de ser un juicio propagandístico parcial de
los que ganaron la guerra. Resulta evidente que sus colegas políticos contemporáneos no se
quedaron nada cortos en cuanto a maldad, por no hablar de los que estaban en posiciones
superiores. Otra cosa bien distinta es que en la actualidad algunos individuos o grupos
traten –erróneamente– de reivindicar a Hitler intercambiando los papeles de buenos y malos
de la lógica maniqueísta, cuando en realidad no había buenos por ninguna parte.

Xavier Bartlett, 1 agosto 2017

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VER TAMBIEN:

La controversia sobre la muerte (o huida) de Hitler


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Bibliografía y referencias
BULLOCK, A. Hitler. Anatomía de una tiranía. (1955)

CARR, W. G. Pawns in the Game. (1958)

DUNSTAN, S.; WILLIAMS, G. Grey Wolf: The escape of Adolf Hitler. (2011)

HALLETT, G. Hitler was a British agent. (2005)

HIGHAM, C. Trading with the enemy. (1983)

KARDEL, H. Adolf Hitler Founder of Israel. (1974)

KERSHAW, I. The ‘Hitler Myth’. Image and Reality in the Third Reich. (1987)

LANGER, W. The Mind of Adolf Hider. (1972)

LIVELY, S.; ABRAMS, K. The pink swastika. (1995)

LINA, J. Architects of deception. (2004)

MACHTAN, L. The hidden Hitler. (2001)

MAYR, K. I was Hitler’s boss. (1941)

MULLINS, E. The secrets of the Federal Reserve. (1982)

PENNICK, N. Las ciencias secretas de Hitler. (1984)

SUTTON, C. A. Wall Street and the Rise of Hitler. (1976)

WARBURG, S. Hitler’s secret backers. (1933)

[1] Según afirman algunos autores (alguno judío, como Dietrich Bronder), muchos puestos
clave en la esfera política y militar nazi estaban ocupados por personas de ascendencia
judía, como Hess, Himmler, Göring, Strasser, Goebbels, Rosenberg, Frank, von Ribbentrop,
Heydrich, Eichmann, Milch, Canaris, Streicher, etc. Es significativo que el partido fuera
conocido abreviadamente como “nazi”, lo que para algunos autores en realidad hacía
referencia al término ashkenazim, es decir, los judíos alemanes.

[2] Pseudónimo de la persona que escribió un libro maldito publicado en Ámsterdam en


1933 bajo el título De Geldbronnen van het Nationaal-Socialisme (“Los financieros del
nacionalsocialismo”) y que pronto desapareció del mercado. En 1947 fue reeditado en Suiza
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en alemán. Hoy en día se puede encontrar en inglés en Internet con el título Hitler’s secret
backers. Este libro, ya desde los años 30 fue considerado un completo fraude, pero la
información que contiene se ha podido contrastar con otros documentos que salieron a la
luz con posterioridad, lo que indica que, si bien puede haber parte de ficción o especulación,
el argumento central es verdadero. Los analistas de este libro consideran que el interlocutor
de Wall Street fue realmente James P. Warburg (no hubo ningún Sydney en la familia
Warburg).

[3] Según Anthony Sutton, la suma total que recibió Hitler entre 1929 y 1932 ascendió a
unos 32 millones de dólares.

[4] De él se dijo que era simpatizante nazi, y de hecho tuvo muy buena relación con el
ministro de finanzas nazi, Hjalmar Schacht. Por otro lado, estaba bajo la directa influencia de
los Rothschild.

[5] Es de destacar que un año más tarde Time nombró “hombre del año” al dictador más
sanguinario de la historia, Josif Stalin, cuyo historial de matanzas masivas y represiones ya
era bien notorio en 1939.

[6] Aún hoy en día la enorme influencia política y económica del cártel I.G. Farben sigue muy
presente, aún después de haberse dividido en tres grandes empresas: Hoechst, BASF y
Bayer.

[7] Alemania pudo mantener su maquinaria de guerra –sobre todo sus tanques y aviones–
gracias al petróleo de la Standard Oil y en especial a la fabricación de combustible sintético,
un proceso técnico que hacía posible convertir carbón en gasolina. Este adelanto lo llevó a
cabo I.G. Farben pero con la ayuda de la investigación financiada por la Standard Oil. Las
refinerías alemanas que fabricaban este combustible apenas fueron atacadas por los
bombardeos aéreos; al final de la guerra sólo un 15% de ellas habían experimentado serios
daños.

[8] Algunas fuentes llegan a contabilizar muchos más, hasta unos 40, incluyendo todas las
conjuras y planes fallidos o abortados.

[9] Lo que resulta no menos explicable es que al parecer fue capturado dos veces por los
ingleses, que incomprensiblemente lo habrían liberado (véase el siguiente apartado).

[10] Hubo más de 7.000 detenciones y cerca de 5.000 personas fueron ejecutadas,
prácticamente hasta el final de la guerra. Otros muchos se suicidaron o fueron obligados a
suicidarse, como el mariscal Rommel.

[11] Autor del polémico libro Hitler was a British agent, escrito con la ayuda de ex agentes
secretos.

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[12] Hallett se basa en el testimonio de Bridget Hitler, la esposa de Alois Hitler (hermanastro
de Adolf), el cual se había trasladado de joven a Irlanda y luego a Gran Bretaña.

[13] Mayr sugiere que el ataque con gas durante la guerra había mermado seriamente sus
facultades. Lo que es llamativo es que en 1933 la GESTAPO destruyó los archivos
psiquiátricos referentes a Hitler del doctor Edmund Forster, que lo había tratado de ese
trastorno. Forster se suicidó (aparentemente) ese mismo año.

[14] De hecho, de su etapa de Viena se dice que prefería gastar su poco dinero en libros de
las más diversas materias (especialmente de historia, mitología y ocultismo), aparte de los
muchos que pedía prestados.

[15] PENNICK, N. Las ciencias secretas de Hitler. EDAF. Madrid, 1984.

[16] El investigador Norman MacKenzie afirmó que se conservaba en Moscú una prueba
documental (un libro escrito por Von Sebottendorf) en la cual constaba que Hitler había
llegado al grado de Gran Maestro de la Germanenorden en 1932. Otra fuente, el mago Franz
Bardon (1909-1958), asegura que Hitler fue miembro de una logia de Dresden llamada Logia
99 o Der Freimaurerischer Orden der Goldene Centurie.

[17] Territorio que pasó a soberanía británica tras la desintegración del imperio otomano en
la Gran Guerra.

[18] Incluso los israelíes han reconocido los hechos, pues esta información fue publicada
por el profesor Israel Shahak en el diario israelí Zo Haderekh en 1981. Asimismo, el autor
Moshe Shanfield publicó un libro en Israel en que se mencionaba explícitamente este
acuerdo.

[19] Téngase en cuenta que en la Alemania de los años 20 la gran mayoría de judíos
estaban integrados en la sociedad germana y no eran partidarios del sionismo; de hecho, de
unos 500.000 judíos alemanes, tan sólo unos 9.000 pertenecían al movimiento sionista. En
cuanto a la cantidad total de emigrados, he encontrado en las fuentes gran disparidad de
cifras, siendo la más alta de 500.000 judíos (desde 1933 a septiembre de 1940), originarios
de diversos puntos de Centroeuropa, principalmente Alemania, Austria y Polonia.

[20] De hecho, su política económica durante los años 30 fue contraria al orden financiero
global, pues rebajó las tasas de interés y los impuestos al mínimo y favoreció una economía
productiva social.

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