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En toda familia dueña de una casita, se presenta el caso del “squenun”, del poltrón
filosófico, que ha reducido la existencia a un mínimo de necesidades, y que lee los
tratados sociológicos de la Biblioteca Roja y de la Casa Sempere.
Y las madres, las buenas viejas que protestan cuando el grandulón les pide para un
atado de cigarrillos, tienen una extraña debilidad por este hijo “squenun”.
Lo defienden del ataque del padre que a veces se amostaza en serio, lo defienden de
las murmuraciones de los hermanos que trabajan como Dios manda, y las pobres
ancianas, mientras zurcen el talón de una media, piensan consternadas ¿por qué ese
“muchacho tan inteligente” no quiere trabajar a la par de los otros?
El “squenun” no se aflige por nada. Toma la vida con una serenidad tan
extraordinaria que no hay madre en el barrio que no le tenga odio... ese odio que
las madres ajenas tienen por esos poltrones que pueden enamorarle algún día a la
hija. Odio instintivo y que se justifica, porque a su vez las muchachas sienten
curiosidad por esos “squenunes” que les dirigen miradas tranquilas, llenas de una
sabiduría inquietante.
Con estos datos tan sabiamente acumulados, creemos poner en evidencia que el
“squenun” no es un producto de la familia modesta porteña, ni tampoco de la
española, sino de la auténticamente italiana, mejor dicho, genovesa o lombarda. Los
“squenunes” lombardos son más refractarios al trabajo que los “squenunes”
genoveses.
Hijo de padres que toda la vida trabajaron infatigablemente para amontonar los
ladrillos de una “casita”, parece que trae en su constitución la ansiedad de
descanso y de fiestas que jamás pudieron gozar los “viejos”.
Entre todos los de la familia que son activos y que se buscan la vida de mil
maneras, él es el único indiferente a la riqueza, al ahorro, al porvenir. No le
interesa ni importa nada. Lo único que pide es que no lo molesten, y lo único que
desea son los cuarenta centavos diarios, veinte para los cigarrillos y otros veinte
para tomar el café en el bar, donde una orquesta típica le hace soñar horas y horas
atornillado a la mesa.
Con ese presupuesto se conforma. Y que trabajen los otros, como si él trajera a
cuestas un cansancio enorme ya antes de nacer, como si todo el deseo que el padre y
la madre tuvieron de un domingo perenne, estuviera arraigado en sus huesos derechos
de “squena dritta”, es decir, de hombre que jamás será agobiado por el peso de
ningún fardo.