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El Polvo del Camino


y Viceversa
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Primera edición en REINO DE CORDELIA, octubre de 2015

Edita: Reino de Cordelia


www.reinodecordelia.es

Derechos exclusivos de esta edición en lengua española


© Reino de Cordelia, S.L.
Avd. Alberto Alcocer, 46 - 3º B
28016 Madrid

© Andrés Vázquez de Sola, 2015

IBIC: FP
ISBN: 978-84-15973-66-9
Depósito legal: M-29338-2015

Diseño y maquetación: Jesús Egido


Corrección de pruebas: Pepa Rebollo

Imprime: Gráficas Zamart


Impreso de la Unión Europea
Printed in E. U.
Encuadernación: Felipe Méndez

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública


o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización
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El Polvo del Camino


y Viceversa
Andrés Vázquez de Sola
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Índice

Prólogo 15

La inocencia consiste en tragar cuentos


y digerir picardías 17
Cuando una mujer se quita las bragas
aprendes una forma geométrica: el triángulo 25
Las putas putean, pero no hacen putadas 27
Dios perdona a quien mucho peca, pero bien 29
¿Un novio de la muerte puede tener de novia
a una mujer de la vida? 37
Quien no sabe ser fiel a todas
¿cómo va a serlo a una sola? 39
Infórmense mejor si lo desean,
pero en la Academia de la Lengua
no pienso que estudien las Connilíngüicas 43
¿Por qué decimos hijo de puta y no padre
de puta, madre de puta o hermano, tío, sobrino o
cuñado de puta? Tal vez sea porque, a veces,
nos sentimos muy alejados de nuestras familias… 47

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Señalar con el dedo está feo,


señalarse por el dedo, peor 51
De las putas, como de los cerdos, se aprovecha
hasta los andares. Algunos cerdos,
por el contrario, los desaprovechan 55
Las pajilleras tienen el alma en un puño 59
Se trata de una ópera de Mozart, pero tal vez
exista, efectivamente, una película porno
titulada La flauta mágica 63
Las putas mienten fantasía, pero sin engañar a nadie 65
Los cuernos para quien los trabaja 69
Hacer el amor, dicho así, suena a cursi galicismo.
No hacerlo huele a morbo gálico 73
Que se enteren: se llama polvo, pero es líquido 77
En Sevilla sus vientos los amontonan 81
Pa puta y no ganar na, mujer honrá. Y viceversa 85
Dios está en el octavo, el séptimo cielo
está al alcance de todos 89
El francés es una lengua. El griego
se encuentra en el extremo opuesto 97
—¡Hijo de puta, qué bien canta!
(Esto es un elogio).
—¡Hijo de puta, me ha robado la cartera!
(Esto es una injuria).
Moraleja: Ser o no ser hijo de puta importa un carajo 91

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La noche buena es la noche del 24-D.


Otras noches pueden ser buenísimas 101
Si una puta le transmite una enfermedad venérea a
alguien es porque otro alguien se la ha contagiado a ella 105
Más bueno que el pan es mojar el picatoste 109
Dios da, San Pedro bendice y la Iglesia chulea 111
Escucha hablar al profeta sin hurgarte la bragueta 119
La masturbación es un acto de amor propio;
copular, una muestra de solidaridad 121
Si las mujeres siguen adelgazando hasta la anorexia
¿habrá que empezar a llamar al pecado de la carne
«pecado del hueso»? 129
No existen clítoris de veinte centímetros de largo.
Sería un travestido 131
El eufemismo de llamar baño al retrete
es como llamar aberración a… cualquier placer 139
El amor es todo ternura, pero con una pizca
de dureza allí donde se necesita 145
Más pueden tetas que carretas, afirma la sabiduría
popular, pero los bueyes lo ignoran por pequeños
detalles que les falta 155
El único momento mágico en el apareamiento venal
ya hemos afirmado que es mientras se sube la escalera
tras la puta. En política, mientras la bajan 159

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En Tailandia la gloria está entre las dos manos de sus


mujeres y entre las dos piernas de sus hombres 163
Las mulatas, dicen los cubanos, son lo único bueno
que hicieron los españoles en Cuba 169
Los nabos no deben hervirse
antes de comerlos ni después 175
En los sex-shop no se venden virgos de recambio y en el
mercado negro están por las nubes. Quien haya vendido
el suyo, conténtense con lo que haya sacado por él 179
Lo negativo de las putas es tener muchos hijos
y lo positivo es que no los han parido ellas 181
El 69 es un bonito número, salvo si vives
en el piso setenta y se estropea el ascensor 185
Para profesionalizarse en la prostitución no se exige
ningún título universitario, pero sí es recomendable
poseer nociones de anatomía y fisiología andróginas,
aunque hayan sido adquiridas de forma empírica 187
Quien se rompe los cuernos estudiando
no debe preocuparse: ya le saldrán otros… 189
… y a quien no se le rompan los cuernos
en un accidente, los tendrá toda su vida 193

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Prólogo

PERDÓNEME QUIEN NO ESTÉ de acuerdo, pero este libro es,


aunque no lo parezca dado lo desenfadado de mi expresión,
un homenaje a las mujeres que, por necesidad o afición, han
elegido vender gozo como único oficio y beneficio.
Ellas han sido quienes han iniciado en el amor a todos
los hipócritas que luego las condenan.
¿Y quienes las condenan?
Quienes, no teniendo cuerpo que vender, venden sus con-
ciencias. Quienes, en lugar de vender unos minutos de ilusión
a cuerpo descubierto, nos venden juicios, muertes, torturas,
excomuniones y explotación, vestidos de togas, uniformes, sota-
nas o chaqués.
Putas, os quiero, os respeto y os rindo esta modesta prue-
ba de amor, a vosotras, que tanto habéis dado a cambio de
unas pocas monedas maldecidas.
A vosotras, que sabéis mentir el amor mientras lo estáis
dando verdaderamente.

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A todas vosotras y a aquellas que compartieron mis pri-


meros abrazos y ya estarán muertas de vejez, de enfermeda-
des y de asco.
Lo que este libro tenga a veces de alegre y cachondo, tam-
bién es una muestra de amor hacia vosotras. Mi risa, como
muchas veces la vuestra, no es, en el fondo, sino una mueca
sarcástica que oculta las lágrimas de añoranzas de besos y
juventud.
Gracias a todas.
V. de S.

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La inocencia consiste en tragar


cuentos y digerir picardías

LA NIÑEZ. La edad azul. La mirada pura. La santa inocen-


cia. El amor materno. Los llantos sin motivo aparente. Los
miedos autoprovocados como un juego masoquista. El cate-
cismo. Las catequistas: primer objeto de tentación pecami-
nosa. Las flores a María, que Madre nuestra es. La primera
comunión…
Desde la ventana de mi cuarto, situado en la parte trase-
ra de una casona de tres pisos ocupada por mis padres y un
montón de hermanos, sobre un patio con naranjos, limoneros
y un granado se veía una extraña casa objeto de misterio para
nosotros. La considerábamos, sin saber por qué, amenazado-
ra de desconocidos peligros, de inconfesables y vagos peca-
dos, de Ciencia del Bien y del Mal…
Multitud de soldaditos españoles, soldaditos valientes,
cercaban la casa, pero sin la prestancia y la bizarría bélica
alardeada en los desfiles o cuando llevaban rojos a fusilar en
las tapias del cementerio. Parecían divertirse, solazarse, jugar.

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Se daban manotazos en la espalda, se ponían zancadillas,


reían con descaro…
¿Qué hacían allí? Evidentemente, allí no había un obje-
tivo estratégico donde estuvieran montando guardia. Tampo-
co habíamos visto ningún general a quien escoltar. Ni se cele-
braban maniobras militares. Entonces ¿que hacían?
De vez en cuando salía una mujer, despeinada, en zapa-
tillas y kimono, descubriendo unas desnudeces que ella tam-
poco intentaba ocultar. Tal vez fuera eso lo que nos hizo pen-
sar que allí había gato —figura demoníaca— encerrado. La
mujer vaciaba en el reguero de la calle una palangana llena
de agua color malva y volvía a sus lares y sus quehaceres.
Las del kimono, las llamábamos mi hermano y yo, intri-
gados siempre por el va y viene de estas insólitas mujeres con
sus raras costumbres y soldadescas amistades.
Mis padres contestaban con evasivas a nuestras pregun-
tas, quitando importancia al tejemaneje que se traían las del
kimono, sin explicarnos nunca el intríngulis de la cosa. Se
limitaban a aconsejarnos que no mirásemos, que está muy feo
espiar.
Cuando supe, en realidad, lo que aquella casa significa-
ba, lo que era un lupanar y las actividades que allí se desa-
rrollaban, comencé a imaginar las escenas, a recrearme en
ellas, a observar con más detenimiento a los soldados que
entraban y el tiempo que permanecían en el interior. Me delei-
taba con los malos pensamientos que luego había de confe-
sar al cura marica que nos había sido destinado por el Señor.
Aquella casa se llamaba la Guaifa, y si yo nunca la visi-
té fue por no adulterar —convertir en adultos, si se me per-
mite la licencia semántica— mis recuerdos de niño.

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Pinocho.

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Cenicienta.

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Caperucita gratis.

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Pulgarcito.

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Blancanieves.

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El patito feo.

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Cuando una mujer se quita las bragas


aprendes una forma geométrica:
el triángulo

APENAS CUMPLIDOS los diez añitos, recibí, junto a la papele-


ta de ingreso en el Bachillerato, mis primeras clases de ana-
tomía íntima femenina, limitada, bien es verdad, a la contem-
plación de un pendejo a la vez polvoriento y grasiento, único
encanto púbico y público de una vieja pedigüeña, la Jorobá.
Durante mis efímeros estudios en el Instituto de La Línea
—apellidada, no sé por qué secreta razón— de la Concep-
ción, todos los días, invariablemente, puntual, hiciera frío o
calor, se presentaba la Jorobá en los jardincillos recoletos
donde los colegiales pasábamos la hora de comer y recreo del
mediodía.
Le dábamos unas perras, alineándonos en corro a su alre-
dedor y ella, después de unos instantes de suspense, mientras
nosotros esperábamos impacientes la visión de ese misterio-
so y peludo objeto de deseo, fuente de vida y bebedero de pla-
cer, ella, solemnemente, se alzaba las sayas, las piernas ape-
nas entreabiertas, mostrándonos durante unos segundos, como

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si de un sagrado ostensorio se tratara, su deteriorado felpu-


do…
Tantos años han pasado y aún no he logrado saber si lo
que veíamos, grisáceo, enmarañado, incierto, movedizo, eran
pelos, telarañas o moscas cojoneras.

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Las putas putean,


pero no hacen putadas

VICISITUDES FAMILIARES, unidas a la necesidad de continuar


mis poco provechosos estudios, llevaron a mi familia a Gra-
nada. Allí es donde se produce mi verdadera iniciación, seria,
consciente y definitiva, a una azarosa, aunque placentera vida
sexual.
Alcanzando yo la pubertad, un amigo de la familia, mayor
que yo en años y experiencia, me introdujo en la putañería o,
dicho de manera más correcta, en cómo y dónde gozar de amo-
res venales.
Eran aquellos unos tiempos en que, para una buena mucha-
cha, ejerciendo el ministerio de meretriz, las vocaciones con-
taban más que los intereses pecuniarios. Un buen ejemplo
era la Pollúa, mi primer amor mercenario. Era puta no por
bajas ambiciones mercantiles, ni por acuciante necesidad eco-
nómica, sino, como dicen los cubanos, por ver correr la leche.
Disfrutaba con el disfrute que producía, gozaba con el gozo
que proporcionaba… La miseria que cobraba, al alcance inclu-

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so de mis paupérrimos bolsillos, no le alcanzaba ni para cos-


tearse el permanganato de su higiene íntima.
Ejercía su sacerdocio con pasión, entregándose en cuer-
po y alma: maternal con los jóvenes, comprensiva con los vie-
jos, apasionada con los cachondos, tierna con los solterones,
paciente con los confidentes de almohada…
El sobrenombre de la Pollúa no le venía porque fuera un
travestido o un transexual mal operado por un matasanos, cha-
pucero o militante del homofobismo: no, ella era bien feme-
nina de nacimiento, a tal punto que si así se la llamó fue por
tanto miembro masculino como ingirió por todas las apertu-
ras de su cuerpo en tantos años de actividad laboral.
No se puede decir que la Pollúa fuera una mujer cultiva-
da, ni siquiera para su época. No bordaba, ni pintaba, ni toca-
ba el piano. Pero su profesión la dominaba al dedillo. Las más
avanzadas fantasías sexuales últimamente llegadas de París
hubieran sido para ella la cotidiana y monótona rutina si no
hubiera puesto tanto corazón en su práctica. Si, por azar, algún
estudioso del Kamasutra, en su versión original sin expurgar,
le sugería un algo nuevo, insólito, que exigiera un gran virtuo-
sismo técnico, ella lo incluía inmediatamente en su repertorio.
Y limpia era como los chorros del oro: su vagina, abierta
a todos los vientos, usada hasta lo más intrincado del mon-
dongo, era una patena donde se podían comer sopas.
Ella fue la Eva de mi primer Paraíso, quien me inició en
el pecado de la degustación de la manzana prohibida. La
Mesalina de mis primeras lujurias. La hurí de mis primeros
sueños eróticos…
Y la primera realidad tangible de mis fantasías de ado-
lescente.

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Dios perdona a quien mucho peca,


pero bien

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