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país argentino, consideraba que la prosperidad que traerían los capitales europeos solo
vendría aquí cuando el ambiente fuera propicio en la nación. Y por el momento, si bien no
lo era, aún podía encaminarse.
Tanto como en el aparato norteamericano, era la figura del presidente la protagonista del
poder central. La figura, y no la persona, puesto que según el legislador, la figura era más
importante para el aparato estatal que las virtudes que pudiera tener el gobernante:
“ […] una vez elegido, sea quien fuere el desgraciado a quien el voto del
país coloque en la silla difícil de la presidencia, se le debe respetar con la
obstinación ciega de la honradez, no como a hombre, sino como a la persona
pública del Presidente de la Nación” [2] 62
Sin llegar por ello, claro, a detentar todo el poder para su persona y actuar de manera
despótica. Para evitar esto, Alberdi también recomendaba que el mismo hombre no
pudiera ser reelecto para el cargo.
Pero no todo eran libertades en la utopía republicana de Alberdi. Si había una libertad que
faltaba, era la de la participación política. Esta estaba severamente restringida, y esto a
propósito, puesto que se consideraba que los estratos pobres y faltos de educación, no
estaban aptos para ejercer la decisión política, y eran propensos a ser manipulados por la
demagogia. Mientras que Tocqueville buscaba alcanzar la igualdad democrática y política,
para Alberdi era requisito discriminar la participación, para “asegurar la calidad del voto”.
La fórmula tuvo una gran influencia durante los años previos al ascenso del PAN en la
política argentina, y la Constitución Nacional de 1853 se encargo de llevar la fórmula a la
realidad.
Pero, como suele pasar, difícilmente la teoría termina siendo muy parecida a la realidad.
La fórmula alberdiana, con todo el impulso que le significó la constitución, empezó a andar
por el empedrado camino de las viejas rivalidades y alianzas de las elites interprovinciales
que venían compitiendo desde el lejano tiempo de la independencia, puesto que desde
aquel entonces, nunca se había llegado a formar una autoridad nacional que las supeditara
a todas. Mientras que en los ya un poco más maduros Estados Unidos había partidos
políticos más o menos homogéneos y organizados en pugna, en la Argentina no había tal
cosa. El mismo PAN buscaba mantener la falta de organización política para evitar la
competencia interpartidaria y manejarse holgadamente:
Mientras que Alberdi imaginaba una competencia entre ideales, como en sus queridos
Estados Unidos, en la Argentina funcionaba una interminable cantidad de ligas aunadas
por el pago de voluntades, y por una enorme cadena de favores. Una auténtica
competencia “entre recursos”.
El PAN, en su afán de mantenerse por encima, y más delante por sobrevivir, se encontró
con la necesidad de organizarse institucionalmente para reacomodar sus filas, y seguir
actuando lo más holgadamente posible a la luz de los constantes cambios.
Sin embargo, el ordenamiento político de la generación del '80 puede ser entendido como
régimen, siempre y cuando se lo considere como un gobierno ejercido por el estrato
oligárquico. Desde ese punto de vista, puede considerarse a todo el período del '80 hasta el
'16 como un gran régimen oligárquico desprovisto de toda competencia electoral, que
solamente encontraba cuñas entre sus propias ligas, que se disputaban las presidencias a
medida que se iban sucediendo.