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DOI: http://dx.doi.org/10.15517/h.v6i1.24960
Benjamín Valdivia
Todos los derechos reservados. Universidad de Costa Rica. Esta revista se encuentra licenciada con Creative Commons
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Benjamín Valdivia
Resumen
Las sociedades tienden a mantener identidades basadas en la comunidad de Palabras clave:
significados culturales, premiando la pertenencia y disuadiendo la Sensibilidad, políticas,
divergencia. Para asegurar esas permanencias simbólicas se establecen las sensación, identidad,
políticas culturales, vinculadas fuertemente con la permisión y la cultura.
prohibición del ejercicio de la sensorialidad, a fin de fortalecer la
subsistencia de la tradición. Pero también la sociedad requiere
renovaciones de la sensibilidad, lo cual crea contradicciones en las políticas
de la sensación, las cuales se plantean y discuten en el presente texto.
Abstract
The aim of this paper is to present and discuss the politics of sensation Keywords: Sensitivity,
related to sensitivity and its exercise by communities. Politics of sensation politics, sensation,
imply contradictions inside society, since they represent the most traditional identity, culture.
and the newest forms of sensitivity expressed by acts and symbols with a
cultural significance. Society rewards integration and disregard divergence,
by means of permission or prohibition of sensations inside its groups, in
order to make tradition stronger, but looking at emerging of the new.
Estado mexicano, a mediados del siglo XIX, sustentó a una nación que se
logró uniendo diferentes culturas: mayas, aztecas, purépechas, españoles y
todos los demás grupos; es decir, se constituyó en un poder ejercido en un
territorio sobre una población determinada. Cuando el presidente Antonio
López de Santa Anna acuerda con Estados Unidos la mutilación de más de
la mitad del territorio mexicano, reduce drásticamente el poder del Estado
nacional y segrega la población. El poder del Estado mexicano se redujo
hasta donde alcanzó a defender el territorio y la población, disminuyendo
así el sentido histórico de la nación mexicana y, en consecuencia,
aumentando el poder de los Estados Unidos.
Ante los grupos sociales, los poderes se ejercen, por la orientación que
tienen, las instituciones. En el ejercicio de la acción institucional, los
grupos sociales se convierten en grupos de interés que tienden a
mantenerse y repetirse. Queda claro, pues, que el poder, con todo su
contenido abstracto y genérico, es un accionar humano: las instituciones y
el Estado se componen de personas. En ese sentido, no existe un poder
abstracto. En su novela El proceso, Kafka muestra una entidad
trascendental insuperable que agobia y controla a todos los individuos para
que ocupe cada cual su sitio debajo del poder. Lo ominoso en dicha novela
es, precisamente, el ejercicio de un poder abstracto, más allá de cualquier
individuo.
Desde luego que ese poder es sistemático y está organizado para someter a
cada individuo en lo particular, por eso se le conoce como “el sistema”.
Pero en cada instante se ejecuta ese poder, debido a la acción de un
individuo: el policía pudo no haber arrestado al protagonista; o el fiscal no
acusarlo; o el juez no condenarlo; o el verdugo no ejecutarlo. Es decir, la
inminencia del poder se concreta siempre en la acción de un individuo que
reproduce el orden del sistema: el poder se ejerce por personas en
dentro de la sociedad. Solo por medio de algún tipo de poder se puede hacer
política.
Hacer política no es solo participar en las cosas del Estado, por ejemplo,
en las instituciones denominadas políticas —partidos, cámara, cargos de
elección popular—, los cuales implican una abierta búsqueda del poder5.
Sin duda, luchar por el poder es una parte importante de la política: se
orienta al establecimiento de una dominación. Pero también es una acción
política, por ejemplo, el cumplimiento de la ley; y la conservación o no del
entorno. Quien evita contaminar el aire está aplicando una política y
ejerciendo un poder, sin que ello implique luchar por el gobierno del
Estado o la administración de sus instituciones. Sí, en cambio, está
realizando una acción política, está ejerciendo un poder en la polis, dentro
de la suma de todas las potencias de la comunidad.
Una vez establecida la relación entre el Estado, como suma de todos los
poderes de la sociedad; y la política, como el ejercicio del poder y sus
tensiones entre los grupos dominantes, beligerantes y emergentes, los
cuales aplican las respectivas políticas; se pasa al tercer elemento que
interesa en este trabajo: la cultura.
En todo este proceso se está ejerciendo la política cultural: por parte del
artista, al elegir arte, asunto, técnica y salida para su obra; por parte de
quien autorizó la exhibición en el museo; por parte del político que
prohibió la exhibición; y por parte del público, que acepta o no acepta que
el funcionario de la derecha decida qué es lo debe o no percibirse. Dentro
Octavio Paz tuvo el buen tino de llamar al Estado “el ogro filantrópico”7;
de esa manera, describe la dualidad que fluctúa entre el terror y la
beneficencia. Un agente del poder permite dar a conocer la obra artística,
mientras otro agente del poder lo impide. A su vez, el público que asiste o
no asiste a percibir la obra artística también ejerce un poder y aplica la
política cultural.
En la dinámica social, los poderes reales no son los que administran, sino
los que deciden. El artista, al tomar decisiones, se integra al orden
institucional, ya sea como dominante, beligerante o emergente, con
respecto a las formas de la sensibilidad ya existentes. Puesto que el Estado
no es artista y no va a crear arte, lo que hará es crear las condiciones en las
La sensibilidad forma una parte crucial de las políticas culturales, pues ante
su ejercicio es que el Estado aprueba o reprueba actos y objetos que la
amplían o la limitan. La publicación de un libro de nuevos poemas tiende
a ampliar la sensibilidad, puesto que quienes detentan el poder consideran
que es algo a apoyar; en cambio, la censura de un libro de poemas -por
ejemplo, la versión original de Las flores del mal, de Baudelaire- tiende a
limitar la sensibilidad, pues los dueños del poder deciden impedir que esa
obra llegue al público9. Para la política del Estado, la visión general de la
cultura debe separarse en diferentes lugares, de modo que una política
cultural será solo aquello que tiene que ver con la creación artística y sus
secuelas dentro de la sociedad; se desagrega, así, la política cultural frente
a la educativa, la religiosa y la política, forjándose institucionalidades
distintas para cada una.
Por un lado, el artista ejerce una política cultural al crear su obra, para la
cual busca o no busca la protección del Estado; con la cual quiere o no
quiere ir hacia las nuevas tendencias de la creación; busca o no los nuevos
materiales. En cada una de esas decisiones se está ejerciendo una política
cultural. Aunque es fundamental y permanente, tal ejercicio parece
socialmente irrelevante, porque el poder que un artista puede ejercer es
muy poco. Pero si el artista se convierte, por sí mismo, en una institución,
entonces tiene poder; y entonces el Estado sí interviene. En estos casos, el
artista se afilia al Estado, o se le contrapone, o se postula como nueva
alternativa, según sea su poder dominante, beligerante o emergente. Aquí
hay que recordar que el arte puede darse entre las élites o entre las masas,
con sus propias especificidades.
Si bien hay una política cultural del Estado, cada institución, artista o grupo
de artistas, tiene su propia posición política en la cultura: su política
cultural.
Por el lado del público, se está ante una política cultural subsidiaria. Dado
que el público viene cuando ya se creó el objeto que encarna los actos y
símbolos, o sea cuando algo ya producido por el creador de cultura se
promueve por parte del Estado, la aceptación llega desde rumbos
insospechados. Por ejemplo, el momento histórico en que el joven Pablo
Ruiz Picasso viaja a París, él crea en el entorno una sensibilidad emergente.
Su obra inicial no es aceptada y tiene que arrojar a la chimenea una parte
de la obra para sobrevivir en el invierno. Sin embargo, cuando el pintor se
convierte en una institución y se promueve ya como Picasso, el público se
divide en dos grupos: los que aprecian la obra de Picasso y los que ven la
marca registrada Picasso. En la dinámica social, son dos tipos diferentes:
el público del arte y el público de las políticas culturales institucionales
respecto del arte. El público del arte se asocia a una sensibilidad renovante;
y el público de la institución a una reiterativa.
Esta política doble, ambigua, se revela en todos los estratos. A los artistas
se les permite hacer lo que quieran, ya sea dentro de las dádivas
institucionales o al margen de estas; al final, unos serán promovidos y otros
no. Desde un punto de vista del poder, las obras promovidas muy bien
pueden no gustarle a nadie; pero se promueven por estar alineadas a las
políticas del Estado, no importa qué tipo de arte se hace, lo que importa es
que está dentro. Desde un punto de mira del artista, una vez que el Estado
lo promueve, su política personal está limitada, ya no puede crear con
independencia de juicio ni de criterio, porque ya es un promovido del
Estado.
1. Véase mi libro Filosofía del suicida y otros ensayos sobre sensación Notas
y libertad. EAE, Berlín, 2011, pp. 126-127.
Recibido: 03-enero-2016
Aceptado: 10-abril-2016