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EL IDIOMA DE SU AMOR EN EL PAIS DE LA GUERRA

Mis pasos ya culminan en lo estrecho de esta loma


en medio de paredes rojizas
y un rotundo aroma:
a ciudad, café y canto de la triste paloma.

Ayer...

Ráfagas en los campos de un verde que asoma


a la sombra de los disparos que es casi roja… ¡es casi roja!
y el llanto de madres que en su mecedora oran,
desemboca en los ríos donde tanta sangre brota.

Recuerdo tanto mis pies de peregrino


¡donde la maldita jungla no tenía caminos!,
donde el hambre era de justicia
y justicia exigían nuestros retenidos.

El sonido de la emisora era de trueno,


nuestra noble causa era un letal veneno
que apuñalaba al pueblo y lo inundaba de miedo;
las voces de la violencia las silenciaba nuestro fuego.

Cada noche sentía mi última cena,


donde una bomba acabaría con mis sutiles deudas,
o la enfermedad se llevaría
el oxígeno de esta selva.

Infierno era el campamento de madera,


y a dolor me sabía el agua de panela;
y el alimento despojado del noble campesino,
me sabía a mí… ¡me sabía a mierda!
II

Era María celeste Valbuena,


sinceros diecinueve y ojos de miel con panela,
caderas de anillo de estrella y una dulce voz de joven sirena;
aquella salvaje mujer… ¡era mi adorada prisionera!

Todo el día, cada hora y respiración estaba a su lado,


vigilaba sus pasos ausentes,
y la mantenía con vida doliente;
su sonrisa nunca asomó en los rieles

¡Me asaltaron las dudas del deseo!


Yo mismo amarré las cadenas que me aferraban a ella,
y como el agua del río Magdalena mi alma era fría
pero mi corazón de valle por sus ojos había sido iluminado.

Entre la soledad angustiosa de mi vida


se habían cernido sus manos de curandera;
poco a poco las ruinas de mis armas
se fueron convirtiendo en una flor que en sus brazos no marchitaba

Me convirtieron en su vigilante personal;


vigilante de que sus suspiros resonaran…
que el roble en su piel no se deteriorara,
Y que sus sueños no se durmieran bajo las tinieblas.

Los días derramaban las horas como sangre de inocente.


A su lado, dementes eran mis aspiraciones,
y su extraña sinfonía vocal
iba cambiando mis conceptos de la batalla.
III

El idioma de su amor en el país de la guerra


me fue enseñando la compasión del prójimo,
la expansión de la felicidad en las cavernas de la equidad,
y la rotunda esperanza en la madrugada de los humildes.

Como un fusil de un solo tiro destrozaba diferentes vidas


y «qué vida» era buscar el baile de la alegría;
que ya familias no agredían unas con otras,
y que las letras hacían de una persona un gigante.

Me enseñó que una gran acción generaba un tesoro en el ser,


y las imágenes que construían un artista eran de solidaridad;
que cuando se descifra un talento se busca un beneficio a los hermanos,
y que la paz era la inspiración de mil batallas.

Me fui convirtiendo en un enemigo de mi propio propósito;


fui cortándole las alas al halcón negro,
que tantos peces ilusionados consumió…
fui convirtiéndome en el león que rugía un cambio en la guerra.

IV

Me fui perdiendo en los laberintos de sus pecas,


en la viva fresa de sus labios…
En el indescifrable acertijo de su cabello
y en el desdén de sus nudillos.

Mis manos fueron sintiéndose vitales en las suyas,


y mi cuello, cernido de oscuridad,
fue limpiado con huellas de besos,
que sentenciaban de ilusión mi karma.
Una madrugada del 97
Desvistió su cuerpo al son de la noche estrellada;
marcó el juicio de mis manos en su cutis,
y me sentí vivo en su cadera de esmeralda.

Fría sentía su espalda de lienzo,


de inspiración constante en el rincón de la poesía;
sus muslos perlados e intactos de cielo,
fueron la travesía para sentirla mía… ¡Oh, tan mía!

Y en el cuerpo de aquella muchacha,


entendí que la pasión nacía de un sacrificio,
y que la dicha requería de un perdón,
que el éxtasis se encontraba en la satisfacción del amor.

En mi sigilo de sobreviviente decidí huir;


desmovilizarme como un caballero arrepentido,
en la triste sonada de mi conciencia,
que me pedía a grito herido sanar las heridas que había engendrado.

Y ella, mi amada, bella, indomable y enigmática mujer de melancolía,


vendría conmigo a conformar un nuevo nido…
la tomaría incondicional al albedrio.

El alba anunciaba la hora.


Cuando el séptimo sueño ahogaba a los miserables,
tomé su mano como la espada del rey Arturo,
y salté como escapista de invierno.

Las balas separaron nuestros cuerpos


como la creación de dos ríos…
y mi recorrido concluyó,
con la frente apuntada y el ser sereno.

Pero mi corazón quedó hundido


en el desconsuelo de un pájaro herido,
en el miedo de un violentado escondido,
al saber que ¡María Celeste no había huido!

AHORA ELLA…

CAPÍTULO 1:
‒“PASADO”‒

“Muchas veces, en la odisea del amor,


se encuentran las olas con el recuerdo
y la navegación de los tiempos toma una pausa para mirar el pasado
y saber encontrar el tesoro en las islas del futuro”

Antes de caer en la sepultura del secuestro,


en el descontento de los días grises y de tregua,
era una mujer que de sensible lo tenía todo,
pero de la tan necesaria sensibilidad… ¡nada!

Recordando aquellos días…

«En mi la telaraña elitista capturaba “mi gente”,


y con ojos de felino discriminaba;
de manera racista alejaba los peregrinos,
que injustamente cruzaban mis caminos.
Tiré las piedras a los charcos y me duele la sonrisa,
Por no utilizarla con la gente que me apreciaba;
y me duele la muñeca de plástico que sacaba a la calle bañada de chanel,
que de noche se encontraba con la dolorosa mujer que a la soledad habría de
temer…»

Entonces reflexioné…

Que debajo de esta luna triste y vacía,


de colores, cuerpos,
cultura y religiones:
¡Todos éramos iguales!

El amor hacia la vida lo vi reflejado en sus ojos ‒en los de los retenidos‒
como insignias, como artilugios mágicos los veía,
como cultivadores de esperanza los quería;
fui uniendo sus oraciones para obtener suspiros de vida.

CAPÍTULO 2:
‒“JAIME”‒

En aquel entonces llevaba un año en el patio de los infelices;


Mi mayor sensación humana era escuchar la radio.
El mayor tesoro que tenía era poder bañarme en el Magdalena,
y la palabra que se iluminaba más en mi cabeza era «cautiverio».

Sentía la febril necesidad de ser libre;


reencarnar en la nueva primavera,
valorando cada segundo de encuentro,
de compañía y de sueños.
Precisamente a finales del 96 conocí a Jaime:
alto, moreno, con el cabello crespo y ojos de whisky
Aferrando sus brazos al fusil,
y la mirada fija en una causa sin fin.

Con el tiempo se convirtió en mi guardaespaldas personal,


y también mi amante desconocido;
pues sus ojos me lo decían todo,
aún sin saber decir.

Miré en él mi camino a casa;


lo fui enredando en el sonido de mis palabras,
y de vez en cuando lanzando mi sonrisa como señuelo;
dibujé un amor en su consiente, que en realidad era una farsa.

CAPÍTULO 3:
‒“EL AMOR ES UNA SALIDA”‒

Una madrugada del 97,


me desnudé como si hubiera estado sola,
y en su rostro se veía una puesta de sol en Miraflores,
como si su cuerpo ‒sin mi piel‒ siempre hubiera sido un roble sin ramas.

Con la yema de sus dedos marcaba el camino de su felicidad,


y sus labios daban los pasitos para terminar;
me abrazó en medio de la nada dándomelo todo,
y en los destellos de aquella comedia fugaz mi amor empezó a iluminar.

En mi hombro dejó de su lira el cantar;


de su espada la dirección de la victoria.
Sus manos iban llenas de desdén, y como un milagro me dijo:
‒“María Celeste quiero ser, ¡‒voy a cambiar!”
Me sentó a su lado como quien reserva un lugar en el Edén.
Me dijo con voz de libertador: “¡‒Tengo un plan!:
en la noche del miércoles vamos a huir,
y para los secuestrados daremos los planos al ejército para que puedan ir”.

Y así fue. Saltamos a la huida de la mano,


y en medio de la selva corría a su lado,
como si estuviera bailando sin bailar,
y de repente las ráfagas nos separaron;
en segundos, la sensación de semanas, de años…

Cuando abrí los ojos tenía el corazón apuntado


con el fusil de un niño como de unos 14 años,
que con ojos de jaguar asustado y la voz tiritando me dijo:
“¡‒Bandida no vas a ningún lado!”

CAPÍTULO 4:
‒“CASTIGO”‒

Mi cuerpo ardía. De los látigos del oprimido,


¡un niño uniformado castigando un ser afligido!
Aquella bella azucena que me consideraba mi padre,
ese día se desfloraba desconsolada, buscando no marchitarse.

Sorprendida me encontré en el barro de la desgracia;


sentía que aquella lluvia que daba vida a la primavera poco a poco agrandaría mi
dolor,
como si las heridas mordieran, la vela de mi manto se apagaba en esta tierra.

Allí, entre el alambre y la humedad,


mis compañeros me observaban con los ojos del silencio,
con las manos taciturnas aferradas a la tierra,
con el miedo de que su deseo de libertad, sólo un castigo les diera.

Me fui hundiendo en mi propio rincón,


respirando el aire al borde del abismo de la nada,
sintiendo que de sueños solamente me quedaban pesadillas,
y que para mi familia la esperanza de tenerme se alejaba.

Podría jurar que mis lágrimas llenaban el cristal del dolor;


que el otoño caminaba solitario entre mis dedos,
que de la antorcha de mi sonrisa sólo iban quedando cenizas,
que mis pies se quemaban con el suelo.

No quería imaginarme ante los espejos de la realidad,


ni pensar en los pétalos que se me habían caído;
era tanta la neblina de penumbra,
que lo que menos me dolía, es que estaba desnuda…

Entonces se acercó un comandante y me señaló de muerte.

CAPÍTULO 5:
‒“POR EL AMOR”‒

El viento me daba en la cara y mi cara mirada resentida,


mis manos separadas por las cadenas de la injusticia…
“¡‒Justicia, Ejercito Nacional”, gritaron rodeando el campamento,
y surgieron las mariposas de la vida en el rostro de los retenidos.

“¡‒María Celeste, mi amor!”, Jaime corrió como si al viejo pueblito retornara,


con los ojos desbordando la laguna de la guerra,
y me abrazó diciendo en sus latidos que me amaba.
Horas después vi a mi familia;
en mis ojos se desengranaban las lágrimas de la alegría,
y en sus brazos me sentía tan amada…
me sentía protegida.

EPÍLOGO:
‒”AGUARDAR EN LOS CAMPOS DE ESPERANZA”‒

Meses después, María Celeste tenía una vida normal.


Sonreía al fin una nueva e imborrable sonrisa;
Vivía para que nunca más se le oscureciera el alma.
Sin embargo, ella jamás olvidará el día que derramó tantas lágrimas.

Ocho días transcurrieron en el amor de estos hijos de la guerra;


ella con fuerza de dama lograba establecerse en su familia,
y su familia ‒de a poco‒ lograba adaptarse a Jaime.
Sin embargo, en la tiniebla mansa de aquella noche,
Jaime le entregó a ella una carta:

“‒Porque te quiero, nos queremos y de ahí queremos al mundo.


Debo confesarte que he llorado cada día, desde que me fui del cautiverio;
una bruma del recuerdo asfixia mi alma, sin poder casi ni respirar.

¿Por qué debemos seguir con esta guerra, amor?


Nos llevamos los niños que pintaban de colores la montaña,
y la montaña de su sangre quedó tiznada;
caminaron ausentes de sueños buscando una libertad ¡impuesta!,
y en medio del dolor se les escapó la vida, y a algunos un pedazo de su sustancia.
Las criaturas que emprendían su marcha en los cultivos frescos de los campos de
esperanza
ya no podían sostener sus pisadas firmes, de la mano de sus padres.
¡Nos las llevamos amor! como esclavas a sostener la espada,
y a aquellos resignados de la guerra se les clavó el acero, se les esfumó la
existencia.

Pude mirar con estos ojos de cómplice maldito


cómo las violaban los uniformados sin rostro;
golpeaban y de sus ojos las esperanzas hacían desaparecer,
¡‒atentaban de manera depravada contra el amor… contra la mujer!

¿Por qué la violencia? ¿Acaso debimos camuflar para llegar a un acuerdo?


¿Acaso debimos arrebatar para imponer el silencio?
Para poder defendernos debimos tomar personas, tratarlas como si fueran bestias
robarles sus metas, desengranarlas de sus familias;
matarlas, y con ellas matar la esperanza…

Te digo que los puentes de la pólvora que se unían con las armas,
muchas veces se quebraban derramándose en pueblos,
dejando escombros sobre la primavera marchitada.

No somos todos los infieles de la guerra


«los demonios no habitan en los cuerpos solidarios»;
digo que si este fusil lo tomaron nuestras manos,
el camino que tomamos no lo decidieron nuestras miradas.

Por ello y por ti mi amor, doblé por la esquina;


por aquella misma que los desmovilizados se salvan
y salvan a Colombia de los días de la angustia,
y se desatan los hilos que conecta la amnistía.

De no haber visto por tu mirada,


Desangrado, amor, moriría en las batallas;
pero ahora el idioma que me enseñaste en la negrura,
Me hizo dejar el odio y que en verdad amara.

Te digo todo esto porque sólo espero algo:


ver a la gente caminar por las calles tranquilas,
llevando con la espalda sus sueños,
llenando de felicidad sus casas…
plantando paz en todas las sociedades

Dejando la guerra en la historia,


reconciliándonos con los que causaron la guerra.
Incluyendo a todos los que aman,
y dejando para siempre y para todo el amor
que la paz nuestros días ilusione,
y ojalá que de esta guerra en su infinidad ¡Dios nos perdone!

Daniel Velandia.

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