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¿Qué es la sexualidad?
Además de que todos nosotros ser seres humanos, ¡también
somos seres sexuales! La sexualidad es una parte normal,
saludable y natural de quienes somos a través de cada etapa
de la vida. Nuestra sexualidad no sólo incluye el
comportamiento sexual pero también el género, los cuerpos y
cómo funcionan, y nuestros valores, actitudes, crecimientos y
sentimientos de la vida, el amor y la gente en nuestras vidas.
Los jóvenes aprenden sobre su sexualidad desde el día que
nacen. Es importante dejar que los niños se sientan bien
acerca de su sexualidad desde el principio. Así es más fácil
que hacen preguntas en el futuro sobre sexo. Los padres
pueden utilizar muchos temas diferentes para iniciar
conversaciones sobre la sexualidad – las relaciones, el
comunicación, el respeto, la imagen corporal, la intimidad y el
comportamiento sexual – como una manera de compartir los
valores y la información basado en los hechos que permita a
los jóvenes a hacerse cargo de sus vidas, tener relaciones
amorosas y tomar decisiones más saludables, más seguros, y
mejor informados en relación con la sexualidad.
Sexo
(Biológicas) Las personas nacen como macho, hembra, o
intersexuales.
(Comportamiento sexual) Por lo general, implica tocarse a
sí mismo o a otra persona en maneras que estimulen los
sentimientos sexuales y el placer. Comportamiento sexual
incluye muchas formas de tocar que pueden incluir desde
agarrar de las manos o masaje hasta la masturbación o el
coito (vaginal/oral/anal).
Sexualidad
Quienes somos como hombres y mujeres. Nuestra sexualidad
cambia y crece a lo largo de nuestras vidas. La sexualidad
incluye comportamientos sexuales, las relaciones sexuales, y la
intimidad; cómo elegimos expresarnos como hombres y
mujeres (incluyendo la forma en que hablamos, vestirnos y
relacionarnos con los demás); orientación sexual (heterosexual,
homosexual, bisexual), valores, creencias y actitudes como se
relacionan con ser barrón o hembra; cambios que pasan a
nuestros cuerpos como las etapas de la pubertad, el embarazo
o la menopausia; si y cómo escogemos tener niños; el tipo de
amigos que tenemos; cómo sentimos con respecto a la manera
en que vemos; quienes somos como persona; y la forma en
que tratamos a los demás.
La sexualidad en adolescentes
La sexualidad es una dimensión del ser humano que
viene de serie. Nacemos sexuados. Desde los
primeros días de vida empezamos a explorar
nuestro cuerpo, y progresivamente vamos
construyendo aspectos cada vez más complejos en
relación a concepciones y creencias. […]
La sexualidad es una dimensión del ser humano que viene de serie. Nacemos
sexuados. Desde los primeros días de vida empezamos a explorar nuestro
cuerpo, y progresivamente vamos construyendo aspectos cada vez más
complejos en relación a concepciones y creencias. En cada etapa de nuestro
desarrollo, la sexualidad tiene manifestaciones diferentes. No obstante, es
curioso que algo tan fundamental y placentero para las personas en general,
pueda convertirse a menudo en un foco importante de frustración. El motivo de
esto, es la falta de una correcta educación sexual.
que definen a
los seres vivos (personas, animales o plantas) como “hembras” o
“machos”. También hay diferentes condiciones intermedias, los
intersexuales (anteriormente llamados hermafroditas o
pseudohermafroditas).
El género, sin embargo, son los aspectos socio-culturales de la
sexualidad, es decir, si te sientes hombre o mujer. Tiene que ver con
comportamientos, pensamientos, actitudes, valores y roles asociados a
cada sexo en una sociedad determinada. Se crea entre los 2 y 5 años.
La sexualidad, sin embargo, es un término mucho más amplio que tiene
que ver con factores biológicos, psicológicos, socioeconómicos,
culturales, éticos y religiosos/espirituales. Incluye diversos aspectos,
como veremos más adelante: el género, las identidades de sexo y
género, la orientación sexual, el erotismo, la vinculación afectiva y el
amor y la reproducción.
El erotismo es la forma en la que se expresa todo lo anterior, lo que
somos y lo que vivimos. Es la forma de actuar, de sentir, de comunicar,
dar y recibir, la manera en la que las personas, como seres sexuados,
se relacionan consigo mismas y con los demás (caricias, besos,
palabras, etc.).
personal ya que se
está construyendo la propia identidad. Se busca ser igual (pertenecer) pero a la
vez ser diferente. Éste es el momento en que los padres deben confiar en que
sus hijos pongan en práctica los aprendizajes que se le han enseñado hasta
entonces y los utilicen, junto con nuevos aprendizajes, para resolver los retos
propios de la edad. ¿Qué se puede hacer como padres?
Introducción a la sexualidad
Por
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La sexualidad es una parte normal de la experiencia humana. Sin embargo, las conductas sexuales
consideradas normales varían ampliamente dentro de una misma cultura y entre culturas
diferentes. De hecho, no parece posible definir en qué consiste una sexualidad «normal». Existen
grandes variaciones en la conducta sexual de la gente, tanto en lo que respecta a la frecuencia
como a la necesidad de satisfacción sexual. Algunas personas desean tener actividad sexual varias
veces al día, mientras que otras están satisfechas con una actividad poco frecuente (por ejemplo,
solo unas veces al año).
Sin embargo, cuando la conducta sexual provoca un malestar importante en la propia persona o en
su pareja o daña a otra persona, es posible que necesite una valoración por parte de un profesional
de la salud y un tratamiento.
Aunque los jóvenes no suelen creer que las personas mayores estén interesadas en la actividad
sexual, la mayoría de las personas de edad avanzada sí que lo están y consideran que llevan una
vida sexual satisfactoria incluso en la vejez. Los trastornos de la funcionalidad sexual, como
la disfunción eréctil en los varones y la presencia de dolor durante las relaciones sexuales
(dispareunia o coitalgia), el espasmo doloroso de los músculos vaginales (vaginismo) o
la dificultad en alcanzar el orgasmo en las mujeres afectan a personas de todas las edades. No
obstante, estos problemas tienden a ser más frecuentes en personas mayores. En muchos casos
pueden tratarse eficazmente mediante el empleo de fármacos (sobre todo los problemas
relacionados con la disfunción eréctil).
La actitud que una persona mantiene con respecto a su conducta sexual depende en gran medida
de la influencia de sus progenitores. Si estos mantienen una actitud puritana y restrictiva de las
manifestaciones físicas de afecto, incluyendo el contacto físico, probablemente los hijos tendrán
menos capacidad de disfrutar de la actividad sexual y de desarrollar relaciones íntimas saludables
en la edad adulta. Los progenitores pueden dañar la futura capacidad de sus hijos para desarrollar
relaciones íntimas emocionales y sexuales de diversas maneras:
La actitud de la sociedad hacia las distintas formas de sexualidad y el género ha ido variando a lo
largo del tiempo, como se ve en los casos siguientes.
Masturbación
Durante un tiempo fue considerada una perversión e incluso una causa de enfermedad mental;
actualmente se considera una actividad sexual normal durante toda la vida de la persona. Se estima
que alrededor del 97% de los varones y el 80% de las mujeres se han masturbado en alguna
ocasión. En general, los varones se masturban con más frecuencia que las mujeres. Muchas
personas se masturban incluso cuando sus relaciones son sexualmente gratificantes. Aunque la
masturbación es una actividad normal y a menudo recomendada como una opción de sexo seguro,
puede ser causa de sentimientos de culpa y de sufrimiento psicológico, provenientes de la actitud
de desaprobación por parte de otras personas. Estos sentimientos pueden provocar un considerable
malestar y afectar incluso al rendimiento sexual.
Homosexualidad
Como en el caso de la masturbación, la homosexualidad, antes considerada una anomalía por la
profesión médica, no se clasifica como trastorno desde hace más de cuatro décadas. Está
ampliamente reconocida como una orientación sexual presente desde la infancia. Se estima que
entre el 4 y el 5% de los adultos mantienen exclusivamente relaciones homosexuales a lo largo de
su vida, más un número adicional que comprende del 2 al 5% de la población, que mantiene de
vez en cuando relaciones sexuales con personas del mismo sexo (bisexualidad). Los adolescentes
pueden tener experiencias con personas de su mismo sexo, fenómeno que no necesariamente ha de
ser indicio de un interés homosexual o bisexual perdurable en la edad adulta (ver Desarrollo de los
adolescentes: Desarrollo de la sexualidad).
Las personas gays y lesbianas descubren que se sienten atraídas por personas del mismo sexo, de
igual modo que los heterosexuales descubren su atracción por el sexo opuesto. La atracción parece
ser el resultado de influencias biológicas y ambientales, y no es una cuestión de elección. Por lo
tanto, la expresión popular «preferencia sexual» tiene poco sentido cuando se habla de orientación
sexual, tanto si esta es heterosexual, homosexual o bisexual.
Sexo extramarital
En las sociedades occidentales, es frecuente que las personas mantengan relaciones sexuales antes
del matrimonio o durante el tiempo en que permanecen solteros. Esta conducta forma parte de la
tendencia hacia una mayor libertad sexual que se da en los países desarrollados. Sin embargo, la
mayoría de las culturas desaconsejan a las personas casadas mantener relaciones sexuales con
alguien que no sea el cónyuge. Esta conducta es frecuente a pesar de la desaprobación social que
genera. Un problema objetivo derivado de este tipo de relaciones es la posibilidad de propagación
de enfermedades de transmisión sexual al cónyuge o pareja sexual, que ignora dichas relaciones.
Identidad sexual
Por
George R. Brown
, MD, East Tennessee State University
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Para hablar de sexo y género se utilizan varios términos:
¿Sabías que...?
Muchos niños varones pasan por una fase en la que juegan con los juguetes de las niñas.
La identidad sexual se establece en los primeros años de vida (18 a 24 meses de edad). Durante la
infancia, los niños varones se dan cuenta de que son niños y las niñas se dan cuenta de que son
niñas. En ocasiones, durante la edad infantil se prefieren actividades que se consideran más
apropiadas para el otro sexo (lo que se denomina comportamiento no conforme con el género). Sin
embargo esta preferencia no significa que una niña a la que por ejemplo le guste jugar al fútbol o
luchar, tenga un problema de identidad sexual, si se ve a sí misma como mujer y se acepta de ese
modo. De igual manera, un niño que juegue con muñecas y que prefiera la cocina a los deportes o
a los juegos violentos no tiene un problema de identidad sexual si se reconoce y se acepta como
varón. Los niños varones a menudo pasan fases en las que juegan con juguetes o vestidos de niñas,
pero solo muy pocos tendrán problemas con su identidad sexual en la edad adulta. La mayor parte
de los niños que prefieren actividades consideradas más apropiadas para niñas no tienen un
problema de identidad sexual al llegar a la edad adulta, aunque muchos de ellos tendrán una
orientación homosexual o bisexual.
Los niños que nacen con genitales ambiguos por lo general no presentan problemas de identidad
sexual si crecen en un entorno en que se les asigna de manera clara un sexo u otro, incluso aunque
se les eduque en un rol sexual opuesto a su sexo genético. Sin embargo existen algunos casos,
ampliamente difundidos, en los que este enfoque ha fracasado.
A veces la persona siente que su identidad sexual y su sexo anatómico no coinciden. A veces este
sentimiento provoca una angustia considerable o menoscaba su capacidad para desenvolverse.
Esta situación se denomina disforia de género. Las personas con disforia de género deben ser
valoradas por un profesional de la salud.
Trastornos de la identidad sexual y
transexualidad
Por
George R. Brown
, MD, East Tennessee State University
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La disforia de género implica la existencia de una discrepancia significativa entre el sexo
anatómico de un individuo y la percepción que tiene de sí mismo como masculino,
femenino, mixto, neutro u otro (identidad sexual). Este sentimiento de discrepancia hace
que la persona experimente una angustia significativa o menoscaba en gran medida su
capacidad para desenvolverse. La transexualidad es la forma más extrema de la disforia
de género.
Los niños se centran en actividades que tradicionalmente se asocian al otro sexo y tienen
sentimientos negativos en relación a sus genitales.
Los médicos basan el diagnóstico en síntomas que indican una marcada preferencia por ser
del otro sexo.
Las personas que tienen intensos deseos de pertenecer al otro sexo pueden ser tratados
mediante asesoramiento psicológico, terapia hormonal y, en ocasiones, cirugía genital
irreversible.
Las personas con disforia de género creen que son víctimas de un error de la naturaleza y que
están cruelmente encarceladas en un cuerpo incompatible con su sentimiento interno de
masculinidad, feminidad u otro (identidad sexual). Es decir, personas que son etiquetadas como
masculinas al nacer se sienten como mujeres atrapadas en el cuerpo de un hombre, y viceversa.
Algunas personas sienten que no son ni masculinas ni femeninas y que se encuentran en algún
punto intermedio, que son una combinación de los dos o que su identidad cambia. El término
sexualidad periférica (en inglés genderqueer) se refiere a algunas de estas variaciones de la
identidad sexual.
En el travestismo las personas (casi siempre hombres) se excitan sexualmente al vestirse con ropa
del sexo opuesto, pero no tienen un sentido interno de pertenecer en realidad al otro sexo.
Transexualidad
Para los transexuales, el sentimiento de incompatibilidad entre el sexo anatómico y la identidad
sexual es total, grave, angustioso y permanente. La transexualidad parece que se presenta en
aproximadamente uno de cada 11 900 varones biológicos y en una de cada 30 000 mujeres
biológicas.
La mayoría de los transexuales son varones desde el punto de vista biológico que se identifican
como mujeres, a veces en los primeros años de la infancia, y que ven con repugnancia sus
genitales y rasgos masculinos. Sin embargo, la mayoría de los niños con problemas de identidad
sexual no serán transexuales en la edad adulta.
Aunque es muy poco frecuente, los transexuales pueden ser personas que nacieron con genitales
que no eran claramente masculinos o femeninos (genitales ambiguos) o que tienen algún tipo de
anomalía genética, como el síndrome de Turner o síndrome de Klinefelter. Sin embargo, si estos
niños crecen en un entorno en que se les considera de manera clara y consistente varones o
mujeres, la mayoría acabará desarrollando una clara percepción de su identidad sexual, incluso
aunque hayan nacido con genitales ambiguos.
Síntomas
La disforia de género suele desarrollarse en torno a los 2 años de edad.
Por ejemplo, una niña puede insistir en que se dejará crecer un pene y en que se convertirá en un
niño; o también querrá orinar de pie. Un niño puede fantasear acerca de ser mujer y evitar los
juegos bruscos y competitivos. Se sentará para orinar y deseará librarse del pene y de los
testículos. En los niños con disforia de género, el malestar asociado a los cambios físicos de la
pubertad lleva con frecuencia a la solicitud de tratamiento para hacer su cuerpo más similar al de
las mujeres.
Sin embargo, la mayoría de niños que prefieren actividades que se consideran más apropiadas para
el otro sexo (denominado comportamiento no conforme con el género) no tienen disforia de
género.
Estas personas, por lo general hombres, pueden ser primero travestís y no llegar a reconocer su
identificación con el otro sexo hasta una edad más avanzada. Algunos de estos hombres se casan o
se alistan en el ejército como una forma de escapar o de rechazar el deseo de querer pertenecer al
otro sexo. Una vez aceptan estos sentimientos, muchos adoptan de manera pública un satisfactorio
y convincente rol de sexo femenino. Otros experimentan problemas, como ansiedad, depresión y
conducta suicida. El estrés por no ser aceptados por la sociedad y/o la familia puede provocar
estos problemas o contribuir a su aparición.
Diagnóstico
Evaluación médica
La mayoría de los niños con disforia de género no son valorados hasta la edad de 6 a 9 años.
Los médicos diagnostican disforia de género cuando la persona en cuestión (sea un niño o un
adulto) presenta las características siguientes:
Siente que su sexo anatómico no coincide con su identidad sexual y se ha sentido así
durante 6 meses o más
Los otros síntomas necesarios para que se establezca un diagnóstico de disforia de género son
ligeramente diferentes en niños y en adolescentes y adultos.
Una fuerte preferencia por vestirse con ropas del sexo opuesto y, en las niñas, la resistencia
al uso de ropa típicamente femenina
Una fuerte preferencia por pretender ser del sexo opuesto cuando se juega
Una fuerte preferencia por juguetes, juegos y actividades típicas del otro sexo
Una fuerte preferencia por los compañeros de juego del otro sexo
Un fuerte rechazo de juguetes, juegos y actividades típicas del sexo que coincide con su
sexo anatómico (por ejemplo, los niños se niegan a jugar con camiones o balones)
Un fuerte deseo de las características sexuales que coinciden con su identidad sexual
Los adolescentes y adultos también deben presentar varios de los síntomas siguientes:
Un fuerte deseo de librarse de sus características sexuales y, en el caso de adolescentes
jóvenes, de impedir el desarrollo de las características sexuales secundarias (las que
aparecen durante la pubertad)
Un fuerte deseo de las características sexuales que coinciden con su identidad sexual
Tratamiento
Psicoterapia
Los adultos que sienten que su sexo anatómico no coincide con su identidad de género pueden no
requerir tratamiento si no presentan malestar psicológico o problemas en su funcionamiento
social.
Apoyo psicológico para poder sobrellevar las dificultades de vivir en un cuerpo con el que
no se sienten cómodos
El tratamiento no está orientado a convencer a los transexuales para que acepten su sexo
anatómico y cambien su identidad sexual.
Muchos transexuales parecen beneficiarse en mayor medida de una combinación de psicoterapia,
terapia hormonal, electrólisis y, en ocasiones, cirugía genital o cirugía de reasignación sexual (que
es irreversible).
Para algunos transexuales resulta suficiente la modificación del rol sexual que se efectúa
vistiendo, trabajando y viviendo en sociedad como un miembro del sexo opuesto. Este enfoque
puede incluir la obtención de un documento de identidad (como un permiso de conducir) que les
ayude a vivir y trabajar en sociedad como miembros del otro sexo. Puede que nunca deseen alterar
su anatomía. Muchas de estas personas, que en ocasiones reciben la denominación de
«transexuales», no tienen síntomas que cumplan los criterios de un trastorno de la salud mental.
¿Sabías que...?
Los niños con disforia sexual pueden insistir en afirmar que son del sexo opuesto.
Terapia hormonal
Otros transexuales, además de adoptar la conducta, la forma de vestir y la gestualidad del sexo
opuesto, se someten a tratamiento hormonal para modificar sus características sexuales
secundarias:
En las personas con sexo biológico masculino, esta cirugía implica la extirpación de parte del
pene y de los testículos y la creación de una vagina artificial. La parte del pene que se deja actúa
como un clítoris, ya que suele ser sexualmente sensible y posibilita el orgasmo.
En las personas con sexo biológico femenino, supone la extracción quirúrgica de las mamas
(mastectomía) y en ocasiones de los órganos reproductores internos (útero y ovarios), el cierre de
la vagina y la creación de un pene artificial. Los resultados de la cirugía de mujer a hombre son
menos satisfactorios que los de la cirugía de hombre a mujer en cuanto a la apariencia y
funcionalidad, lo que posiblemente explica por qué un menor número de transexuales femeninos
solicitan la cirugía de reasignación de sexo.
Aunque los transexuales que se han sometido a una cirugía de reasignación de sexo no pueden
procrear, sí pueden mantener relaciones sexuales satisfactorias. Tras la cirugía, suele conservarse
la capacidad de alcanzar el orgasmo y algunas personas por primera vez en su vida refieren
sentirse bien desde el punto de vista sexual. Sin embargo, son pocas las personas transexuales que
afrontan este proceso de reasignación de sexo con el único propósito de adquirir la función sexual
del sexo opuesto. La motivación habitual es lograr la confirmación externa de la percepción que
tienen de su identidad sexual.
parafílicos
Por
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Las parafilias consisten en la presencia de frecuentes e intensas conductas o
fantasías sexuales de tipo excitatorio que implican objetos inanimados, niños o
adultos que no consienten, o el sufrimiento o la humillación de uno mismo o de la
pareja. Los trastornos parafílicos son parafilias que causan angustia o problemas
de funcionamiento en la persona afectada o que perjudican o puedan perjudicar
a otra persona.
En las relaciones y fantasías sexuales de adultos sanos es frecuente que exista cierto grado de
variedad. Algunas conductas sexuales de naturaleza poco frecuente, pero que no implican riesgo
lesivo, pueden formar parte de una relación de afecto y amor, si ambas personas consienten en su
práctica. Sin embargo, cuando las conductas sexuales causan angustia o daño o alteran la
capacidad de una persona para funcionar en sus actividades diarias, se consideran un trastorno
parafílico. El malestar puede ser el resultado de las reacciones de la gente ante su comportamiento
o del sentimiento de culpa por el hecho de hacer algo que resulta socialmente inaceptable.
Los trastornos parafílicos pueden perjudicar gravemente la capacidad de mantener una relación
sexual recíprocamente afectuosa. Las parejas de las personas con un trastorno parafílico pueden
sentirse como un objeto o como si no tuvieran importancia o no fueran necesarias en la relación
sexual.
Trastorno pedófilo
Trastorno voyeurista
Trastorno travestista
Trastorno exhibicionista
También son parafilias el trastorno de masoquismo sexual y el trastorno de sadismo sexual.
La mayoría de las personas con parafilias son hombres, y muchos tienen más de un tipo de
parafilia. Algunos de ellos también presentan un trastorno grave de la personalidad, como un
trastorno antisocial o un trastorno narcisista de la personalidad.
Algunas parafilias, como la pedofilia, son un delito.
Fetichismo
(Trastorno fetichista)
Por
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El fetichismo es el uso de un objeto físico (el fetiche) como la manera preferida de
excitarse sexualmente. El trastorno fetichista se produce cuando la excitación
sexual intensa y recurrente que surge por el uso de un objeto inanimado o por el
hecho de tener una fijación en una parte del cuerpo no genital (por ejemplo, un
pie) provoca un malestar significativo, afecta de forma importante al
funcionamiento diario o perjudica o puede perjudicar a otra persona.
Puede que sin el fetiche no sean capaces de tener una adecuada funcionalidad sexual. El fetiche
puede reemplazar la actividad habitual con la pareja sexual, o bien puede ser integrado en la
actividad sexual si la pareja sexual lo acepta. La necesidad del fetiche puede llegar a ser tan
intensa y compulsiva que absorbe la vida de la persona y la destruye. Pero en la mayoría de las
personas que tienen un fetiche, su comportamiento no cumple los criterios para un trastorno
porque no les causa una angustia significativa, no afecta a su funcionamiento diario ni perjudica a
otras personas.
Travestismo
(Trastorno travestista)
Por
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El travestismo implica una excitación sexual intensa y recurrente por el hecho de
vestirse con ropa del sexo opuesto. El trastorno por travestismo se da cuando el
travestismo causa un malestar importante en la persona afectada o bien cuando
interfiere sustancialmente en el desarrollo de su vida cotidiana.
El travestismo es una forma de fetichismo (la ropa es el fetiche), que es a su vez un tipo
de parafilia. En el trasvestimo (vestirse con ropa del sexo opuesto) los hombres prefieren usar ropa
de mujer o, con menor frecuencia, las mujeres prefieren usar ropa de hombre. Sin embargo, no
desean cambiar de sexo, como en el caso de los transexuales. Además, no tienen un sentido
interno de pertenecer al sexo opuesto, como sí les ocurre a las personas con disforia de género. Sin
embargo, los hombres que se visten de mujeres pueden experimentar sentimientos de disforia de
género cuando están sometidos a estrés o sufren una pérdida.
El término travestido se utiliza generalmente para referirse a las personas con travestismo.
Travesti es un término menos aceptable.
Los varones heterosexuales que se visten con ropa de mujer suelen comenzar este tipo de
comportamiento durante la segunda infancia. Este comportamiento está asociado, al menos
inicialmente, con una intensa excitación sexual.
Estas personas también pueden travestirse por otras razones además de la de obtener estimulación
sexual, por ejemplo para reducir su ansiedad, para relajarse o, en el caso de los varones
travestidos, para experimentar el lado femenino de su personalidad por lo demás masculina.
En etapas posteriores de la vida (a veces en la década de los 50 o los 60), algunos hombres que se
habían travestido únicamente cuando eran adolescentes o veinteañeros desarrollan disforia de
género. Pueden intentar cambiar su cuerpo a través de las hormonas y de la cirugía genital
(reasignación de sexo).
Si la pareja coopera, las relaciones sexuales de la pareja pueden no verse perjudicadas. En esos
casos, los hombres travestidos pueden participar en actividades sexuales con atuendo femenino
parcial o total.
Si la pareja no coopera en dicha práctica, el travestido puede sentirse ansioso, deprimido, culpable
o avergonzado por su deseo de trasvestirse. Como respuesta a estos sentimientos, a menudo se
deshace de la ropa femenina de su armario.
Tratamiento
Grupos sociales y de apoyo
A veces, psicoterapia
Solo una pequeña parte de la población con este trastorno busca atención médica. Quienes buscan
ayuda pueden hacerlo a causa de problemas con su cónyuge o de la preocupación sobre cómo el
travestismo está afectando su vida social y laboral. O puede que reciban tratamiento por orden
judicial. Algunos buscan atención médica para tratar otros problemas, como el abuso de sustancias
o la depresión.
Los grupos sociales y de apoyo son a menudo muy beneficiosos para los travestidos.
Pedofilia
(Trastorno pedófilo)
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El trastorno pedófilo se caracteriza por la presencia de fantasías, impulsos o
comportamientos sexualmente excitantes recurrentes e intensos relacionados con
los niños (por lo general hasta los 13 años de edad).
La pedofilia es una forma de parafilia. Como causa daño a terceros se considera un trastorno.
El hecho de que el interés sexual o las relaciones entre dos personas se considere un trastorno
pedófilo depende de la edad de las personas involucradas. En las sociedades occidentales, la
consideración de trastorno pedófilo requiere que la persona que lo padece sea mayor de 16 años y
al menos 5 años mayor que el niño que es objeto de las fantasías o actividades sexuales. Sin
embargo, la implicación sexual entre un adolescente de más edad (17 a 18 años) y un niño de 12 o
13 años no se puede considerar un trastorno. Los criterios de edad que se utilizan para identificar
cuándo tal actividad se considera un delito pueden ser variables.
Aunque las leyes varían de un país a otro, en líneas generales la ley considera que una persona
mayor de 18 años comete estupro cuando mantiene relaciones sexuales con una persona de 16
años de edad o menos. Los casos de estupro a menudo no cumplen los criterios de pedofilia, lo
que hace destacar la naturaleza un tanto arbitraria de establecer un punto límite de edad en una
definición médica o legal. En muchos otros países y culturas, niños incluso de 12 años de edad
pueden casarse legalmente, lo que hace aún más compleja la definición de pedofilia y de estupro.
Algunos pedófilos se sienten atraídos solo por niños, a menudo de un grupo de edad o en una
etapa de desarrollo determinado. Algunos se sienten atraídos sólo por niños que pertenecen a su
propia familia (incesto), mientras que otros se sienten atraídos tanto por niños como por adultos.
Los pedófilos pueden sentirse atraídos por niños, niñas o por ambos sexos, aunque la mayoría
prefieren niños del sexo opuesto. Por lo general, el adulto suele ser una persona que el niño
conoce, como un familiar, un padrastro o una persona con autoridad (como un profesor).
Las actividades consistentes en observar o tocar a los niños parecen ser más frecuentes que los
tocamientos genitales o las relaciones sexuales. Los depredadores pedófilos pueden utilizar la
fuerza o la coacción para someter sexualmente a los niños, así como amenazarles con hacerles
daño a ellos o a sus mascotas si se lo cuentan a alguien. Muchos de estos pedófilos
tienen trastorno de personalidad antisocial.
Muchos pedófilos tienen o desarrollan abuso o dependencia de sustancias y depresión. A menudo
proceden de familias disfuncionales, y es muy frecuente que tengan conflictos matrimoniales.
Muchos han sido víctimas de abusos sexuales cuando eran niños.
Tratamiento de la pedofilia
Psicoterapia
Fármacos o sustancias
La pedofilia se puede tratar con psicoterapia individual o grupal a largo plazo y con fármacos que
alteran el impulso sexual y reducen los niveles de testosterona.
Los resultados del tratamiento son variables. Las posibilidades de éxito son mayores cuando la
participación es voluntaria y la persona recibe entrenamiento en habilidades sociales y tratamiento
de los otros problemas existentes, como la drogadicción o la depresión. El tratamiento que se
solicita solo después de la detención y de la acción legal es por lo general menos efectivo. La
simple encarcelación, incluso durante un largo tiempo, no produce cambios en las fantasías o en
los deseos del pedófilo. Sin embargo, algunos pedófilos encarcelados que se comprometen a
seguir un tratamiento supervisado y de larga duración (por lo general incluyendo el empleo de
fármacos), pueden abstenerse de sus actividades pedófilas y reintegrarse en la sociedad.
Fármacos o sustancias
En Estados Unidos los médicos por lo general utilizan los medicamentos siguientes:
Las alternativas son fármacos como la leuprorelina y la goserelina, que inhiben la secreción
testicular de testosterona actuando sobre la hipófisis (glándula pituitaria). Los médicos hacen
periódicamente análisis de sangre para controlar los efectos del fármaco sobre la función hepática,
así como otras pruebas (incluyendo pruebas de densidad ósea y análisis de sangre para medir los
niveles de testosterona). No está clara la utilidad de estos fármacos en mujeres pedófilas.
Los antidepresivos conocidos como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina
(ISRS) también pueden ser de ayuda. Pueden contribuir a controlar los impulsos y las fantasías
sexuales. También disminuyen el deseo sexual y pueden causar disfunción eréctil.
El tratamiento con fármacos es más eficaz cuando se combina con psicoterapia y formación en
habilidades sociales.
Exhibicionismo
(Trastorno exhibicionista)
Por
, MD, East Tennessee State University
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El exhibicionismo consiste en la exposición de los genitales para excitarse
sexualmente o en la existencia de un fuerte deseo de ser observado por otras
personas durante la actividad sexual. El trastorno exhibicionista consiste en
responder a los impulsos y fantasías exhibicionistas o estar angustiado o ser
incapaz de funcionar normalmente a causa de esos impulsos y fantasías.
Para algunas personas, el exhibicionismo se expresa como un intenso deseo de que otras personas
contemplen su actividad sexual. Estas personas desean ser vistas por gente que consienta en ello,
más que exhibirse por sorpresa. Las personas que tienen esta forma de exhibicionismo pueden
participar en películas pornográficas o en espectáculos para adultos. Este deseo casi nunca les
origina malestar y por ello es menos probable que sufran un trastorno mental.
Tratamiento
Psicoterapia, grupos de apoyo y ciertos antidepresivos
Si estos fármacos son ineficaces, se pueden emplear otros, que alteran el impulso sexual y reducen
los niveles de testosterona. Estos fármacos incluyen leuprorelina y acetato de
medroxiprogesterona. Las personas deben dar su consentimiento informado para el uso de estos
fármacos, y los médicos les realizan de manera periódica análisis de sangre para vigilar los efectos
que tienen sobre la función hepática, así como otros análisis (incluyendo análisis de la densidad
ósea y análisis de sangre para medir los niveles de testosterona).
Última revisión completa octubre 2015 por George R. Brown, MD
Voyeurismo
(Trastorno voyeurista)
Por
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El voyeurismo consiste en obtener excitación sexual mientras se observa a alguien
que se está desvistiendo, que está desnudo o en plena actividad sexual.
El trastorno voyeurista consiste en responder a los impulsos y fantasías
voyeuristas o en estar angustiado o ser incapaz de funcionar a causa de esos
impulsos y fantasías.
El voyeurismo es una forma de parafilia. La mayoría de las personas con tendencias voyeuristas
no tienen un trastorno voyeurista.
En el voyeurismo, es el acto de mirar (espiar) el que produce la excitación y no el hecho de
mantener una relación sexual con la persona observada. Los voyeurs no buscan el contacto sexual
con las personas observadas. Cuando observan a personas sin que estas consientan, pueden tener
problemas legales.
Tratamiento
Psicoterapia, grupos de apoyo y ciertos antidepresivos
Los voyeurs generalmente comienzan el tratamiento cuando son detenidos. Incluye el empleo de
psicoterapia, grupos de apoyo y fármacos antidepresivos, los denominados inhibidores selectivos
de la recaptación de serotonina (ISRS).
Si estos fármacos son ineficaces, se pueden emplear otros, que alteran el impulso sexual y reducen
los niveles de testosterona. Estos fármacos incluyen leuprorelina y acetato de
medroxiprogesterona. Las personas deben dar su consentimiento informado para el uso de estos
fármacos, y los médicos les realizan de manera periódica análisis de sangre para controlar los
efectos que tienen sobre la función hepática, así como otras pruebas (incluyendo pruebas de
densidad ósea y análisis de sangre para medir los niveles de testosterona).
Última revisión completa octubre 2015 por George R. Brown, MD
NOTA: Esta es la versión para el público general. MÉDICOS: Hacer clic aquí para la
versión para profesionales
El masoquismo sexual comporta actos en los que una persona experimenta
excitación sexual al ser humillada, golpeada, atada o sometida a maltratos.
El trastorno de masoquismo sexual es el masoquismo sexual que provoca un
malestar significativo o que afecta sustancialmente al funcionamiento diario.
El masoquismo sexual es una forma de parafilia. La mayoría de las personas con tendencias
masoquistas no sufren un trastorno de masoquismo sexual.
En relaciones sexuales sanas es frecuente que exista un cierto juego de sadismo y masoquismo y
las parejas compatibles a menudo lo buscan uno en el otro. Por ejemplo, el uso de pañuelos de
seda para simular ataduras y las palmadas suaves durante la actividad sexual son prácticas
comunes entre parejas que lo consienten, y no son consideradas prácticas sadomasoquistas.
La mayoría de los masoquistas interaccionan con una pareja que consiente (que puede
tener sadismo sexual). En estas relaciones, la humillación y las palizas son simples actuaciones,
donde los participantes saben que es un juego y evitan cuidadosamente la humillación real o las
lesiones.
El trastorno de masoquismo sexual, por el contrario, implica una de las características siguientes o
ambas:
Los actos realizados pueden causar graves daños psicológicos o corporales, e incluso la
muerte, como ocurre en la asfixia autoerótica.
El tratamiento del masoquismo suele ser ineficaz.
Normalmente se utiliza como soga una prenda de vestir (como bufandas o ropa interior). Pueden
atar la soga a un elemento de la habitación (como un pomo de la puerta o una pata de la cama). Se
persigue la disminución temporal del aporte de oxígeno al cerebro en el momento del orgasmo,
como medio para intensificar el placer sexual, pero esta práctica puede conducir de manera
accidental a una lesión cerebral o la muerte.
NOTA: Esta es la versión para el público general. MÉDICOS: Hacer clic aquí para la
versión para profesionales
El sadismo sexual comporta actos en los que la persona experimenta excitación
sexual al infligir sufrimiento físico o psicológico a otra persona. El trastorno de
sadismo sexual es el masoquismo sexual que provoca malestar significativo,
afecta sustancialmente al funcionamiento diario del que lo padece o daña a otra
persona.
El sadismo sexual es una forma de parafilia. La mayoría de las personas con tendencias sádicas no
sufren un trastorno de sadismo sexual.
En relaciones sexuales sanas es frecuente que exista un cierto juego de sadismo y masoquismo y
las parejas compatibles a menudo lo buscan uno en el otro. Por ejemplo, el uso de pañuelos de
seda para simular ataduras y las palmadas suaves durante la actividad sexual son prácticas
comunes entre parejas que lo consienten, y no son consideradas prácticas sadomasoquistas.
La mayoría de los sádicos interaccionan con una pareja que consiente (que puede tener
masoquismo sexual). En estas relaciones, la humillación y las palizas son simples actuaciones,
donde los participantes saben que es un juego y evitan cuidadosamente la humillación real o las
lesiones. Las fantasías de control y dominio total son a menudo importantes, y los sádicos pueden
atar y amordazar a su pareja sexual de maneras muy sofisticadas.
Por el contrario, el trastorno de sadismo sexual implica una o más de una de las características
siguientes:
Lleva sus actos hasta el extremo, y en algunas ocasiones provoca graves daños corporales o
psicológicos o incluso la muerte.
El sadismo sexual no es sinónimo de violación, sino que se trata de una compleja mezcla de sexo
y poder sobre la víctima. El sadismo sexual se diagnostica en fewer than 10% de los violadores,
pero entre el 37 y el 75% de las personas que han cometido homicidios por motivos sexuales.
El sadismo sexual es particularmente peligroso en personas que también sufren trastorno de
personalidad antisocial.
El tratamiento del trastorno sádico sexual suele ser ineficaz.
La sexualidad de los
adolescentes
La sexualidad de los
adolescentes
Los adolescentes: seres «sexuales»
con derechos
La adolescencia representa una delicada etapa de transición entre la
niñez y la edad adulta, en la que los jóvenes desarrollan su personalidad y
construyen su identidad. Es precisamente en este periodo en el que los
jóvenes comienzan a sentir curiosidad acerca de su naturaleza y de su
orientación sexual. La cuestión de la sexualidad en los adolescentes abre
un amplio debate en torno al reconocimiento de estos como seres
sexuales.
La adolescencia
Derecho a la sexualidad y a la
reproducción
Uno de los principales problemas ligados a esta
transición de la niñez a la edad adulta es la sexualidad. La maduración física
que tiene lugar durante la pubertad provoca que el adolescente tome
conciencia de su sexualidad y, simultáneamente, le atribuye un nuevo estatus
social, particularmente, en las relaciones con sus padres y con sus semejantes.
Sin embargo, existe una percepción distinta de este nuevo estatus social según
los contextos culturales y sociales. De este modo, la concepción que cada
sociedad tiene de la adolescencia influye en el significado de la sexualidad, así
como en el margen de decisión que se les reconoce a los jóvenes con respecto
a su identidad sexual y a las actividades sexuales que se les permiten realizar.
No obstante, la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño de 1989
reconoce a los menores de 18 años con el estatus de ser humano teniendo sus
propios Derechos del Hombre. Durante la conferencia sobre la población y el
desarrollo de la ONU (celebrada en El Cairo en 1994 y en Nueva York en 1998)
y durante la IV conferencia sobre mujeres como seres humanos (organizada en
Beijing en 1995), se declaró que los jóvenes tenían derecho a la sexualidad y a
la reproducción.
Datos estadísticos
La edad media en la que se mantiene la primera relación sexual varía según el
país y según el continente, en función del contexto social. Determinados
factores —tales como las prácticas habituales existentes en algunas
sociedades como, por ejemplo, los matrimonios infantiles (o matrimonios
precoces), el turismo sexual, o incluso la frecuente incidencia de violaciones—
desempeñan un papel determinante en la vida sexual de los adolescentes.
A día de hoy, apenas se realizan estudios a nivel global acerca de la
preponderancia de la sexualidad en los adolescentes. Los análisis realizados
no son recientes y su ámbito de estudio se aplica principalmente a nivel local o
nacional.
Un estudio internacional muestra que el 11 % de las niñas y niños (de los
países en vías de desarrollo) y el 22 % de las niñas (de América Latina y el
Caribe) de entre 15 y 19 años tienen su primer encuentro sexual antes de los
15 años.
En el continente europeo, el estudio más reciente al respecto se remonta a los
años 2009 y 2010 y sus resultados se publicaron en 2011. Este estudio, un
estudio comparado realizado por la OMS en 35 países europeos sobre las
tendencias sexuales de los alumnos de 15 años, revela que el 26 % de este
grupo de población ya ha mantenido relaciones sexuales. A pesar de que se
haya constatado una disminución en el número de relaciones sexuales
precoces en las zonas industrializadas, se aprecia un aumento de las
enfermedades de transmisión sexual (ETS).
Conductas de riesgo
Los adolescentes con una actividad sexual «precoz» suelen asociarse con
conductas de riesgo como el consumo de drogas y alcohol, la prostitución o el
abandono escolar, entre otros. No obstante, ningún estudio parece establecer
un vínculo entre la sexualidad y este tipo de conductas. Los factores
determinantes pertenecen, en su mayoría, al contexto familiar y ambiental, a
las malas compañías, etc.
Sin embargo, el hecho de mantener relaciones sexuales sin protección y/o con
diferentes personas comporta una serie de riesgos graves y de consecuencias
tales como la contracción de enfermedades de transmisión sexual (ETS) como
la sífilis, la gonorrea, la clamidia o el VIH o embarazos precoces no deseados.
Según la OMS, cerca de 15 millones de adolescentes son padres cada año.
El VIH y el SIDA representan un peligro mortal para los adolescentes en los
países en los que la incidencia de estas enfermedades es mayor. Los últimos
datos estadísticos indican que 5.400.000 jóvenes conviven con el VIH, de los
cuales un 40 % tienen entre 15 y 24 años. Dentro de este rango de edad, el
riesgo de infección parecer ser más elevado en el caso de las mujeres que en
el de los hombres. Esto se debe a que el riesgo de violaciones y de actos de
violencia sexual tanto dentro como fuera del seno del matrimonio, sobre todo
en los casos de matrimonios infantiles o precoces, es mayor en el caso de las
mujeres.
Anticonceptivos y aborto
Abstinencia
a sexualidad en la
adolescencia
Introducción
Los objetivos básicos que debemos conseguir las personas en relación con la sexualidad son (1-4):
• Aceptar nuestra figura corporal sexuada, no siendo víctimas de los modelos de belleza en nuestra
sociedad de la imagen y el mercado.
• Aceptar nuestra identidad sexual, de hombre, mujer, transexual o transgénero, porque nos viene dada,
aunque aún no sepamos los factores de que depende.
• Aceptar nuestra orientación del deseo heterosexual, homosexual o bisexual, porque también nos viene
dada, aunque no sabemos los factores de que depende.
• Aprender a vivir las relaciones amorosas, a vivir en pareja, si esa es nuestra opción.
• Respetar la biografía sexual de los demás, siempre que se trate de una diversidad saludable.
A ello pueden ayudar mucho los pediatras porque, a pesar de dificultades frecuentes, por el número
excesivo de consultas, entre otras, tienen prestigio y autoridad profesional en el trabajo con la familia y los
adolescentes. Con ellos pueden colaborar otros profesionales. Por otra parte, los profesionales sanitarios
pueden y deben colaborar con los educadores para, entre todos, hacer una oferta educativa y asistencial
en el campo de la sexualidad.
En primer lugar, hay que ayudar a los adolescentes a aceptar la distinta cronología en la que se
desencadene y desarrolle su pubertad, dándoles adecuada información y seguridad si, dentro de un
intervalo normal, están más cerca de uno u otro extremo. Puede ser útil a los pediatras saber que en nuestra
sociedad es más frecuente que las chicas se sientan más incómodas si tienen la pubertad antes que sus
compañeras, mientras los chicos pueden sentir preocupación si son los demás los que han cambiado antes.
Un tercer tema central es el de la figura corporal. Los modelos de belleza dominantes son bien conocidos,
uniformes y exigentes (por el poder de la publicidad y el mercado de la seducción, en una sociedad en la
que hemos pasado de reprimir la actividad sexual a fomentarla). Por eso, ante el espejo y ante los otros
adolescentes, espejo exigente por los modelos interiorizados, la mayor parte encuentra algunos defectos,
limitaciones o diferencias, no coincidentes con el modelo de belleza dominante, produciendo este hecho
numerosos sufrimientos: tener la altura adecuada, el peso adecuado, la figura de todas las partes sexuadas
conforme al modelo, no es lo más habitual, bien porque aún no se han desarrollado o bien porque no se
conforman, en algún sentido, a él. Si a ello se añade creer que no resulta atractivo a los demás, no tiene
éxito en las prácticas de seducción, amistad o noviazgo, las dudas y sufrimientos pueden ser muy dolorosos.
En otras publicaciones(1,3) hemos desarrollado propuestas para trabajar este tema, especialmente en el
ámbito educativo. En breve, seguimos el siguiente proceso: toma de conciencia de estos sufrimientos y sus
consecuencias, análisis de los modelos dominantes, el origen y función que cumplen en una sociedad de
mercado, descubrir sus cambios históricos y culturales y, sobre todo, tomar como referencia valores
positivos para organizar la conducta: un cuerpo que sabe dar y recibir placer, un cuerpo con un estilo de
vida saludable, un cuerpo con gracia interpersonal –con expresividad corporal y emocional– y una estética
personalizada(5). Los pediatras pueden detectar la intensidad y consecuencias o síntomas de estos
sufrimientos y hacer intervenciones personalizadas o en colaboración con la familia y el sistema educativo.
No deja de ser sorprendente que, en la sociedad de la imagen y la figura corporal, tantos adolescentes
tengan una vida contradictoria con un estilo de vida que maltrata su salud: sedentarismo, obesidad, mala
alimentación, ingesta de alcohol, etc. Tomarse en serio el cuerpo, un organismo con necesidades y formas
saludables de satisfacerlas bien conocidas, es el camino: “tómate en serio a ti mismo, eres una persona
única, diferente en una sociedad diversa, aprende a gozar, valorar la vida y la salud, tener gracia
interpersonal y representarse socialmente como tú quieras, no como el mercado, las marcas, y los demás
te exijan”.
En el caso de la inmensa mayoría, la identidad sexual se reconoce con toda normalidad, soy hombre o soy
mujer.
Pero, en nuestro tiempo, y este es el campo de intervención más general, hemos tomado conciencia de
que los roles sexuales o de género son discriminatorios con las mujeres, y en algunos aspectos con
los hombres, por lo que consideramos que los profesionales debemos favorecer, con actitudes, conductas
y, en algunos casos, con intervenciones, sobre la toma de conciencia de estas discriminaciones y la
necesidad de conseguir la igualdad y el respeto a la diversidad de expresión de dichos roles. Por tanto, en
cuanto al rol sexual o género, debemos ayudarles a ser críticos con los aspectos discriminatorios hacia
las mujeres y promocionar valores y conductas igualitarias.
En una minoría, aunque no tenemos datos estadísticos precisos (¿una de cada 10.000 o 30.000 personas?,
entre otras cosas, porque depende de cómo precisemos los conceptos), ya en la primera infancia o en la
adolescencia, se adquiere una identidad sexual en contradicción con la fisiología corporal o con el género
o con ambos aspectos a la vez. En el primer caso, hablamos de transexualidad o disforia de
género (disconformidad entre la anatomía y fisiología sexual conocida y la identidad que se tiene –soy un
hombre con un cuerpo de mujer y a la inversa–), aunque la forma de vivirse y representarse de este grupo
admite también grandes variaciones (p. ej., los que quieren cambiarse todo lo posible y los que solo desean
operarse de algo en concreto). En el segundo, hablamos de transgénero(se saben en contradicción con la
identidad sexual y social asignada, pero no necesariamente quieren cambiar su anatomía o fisiología).
Es necesario que los profesionales estemos atentos a los cambios, en conceptos y conocimientos
profesionales, en relación con esta minoría (p. ej., los cambios en el DSM V, aún insatisfactorios, para las
organizaciones sociales que los representan), para ayudarles a aceptarse y a que la familia, la escuela y la
sociedad les acepte, sin transfobia y otras formas de rechazo o marginación. Seguimos sin saber los
factores o causas de estas formas de vivirse y con un debate entre los profesionales, sobre si debe
considerarse una diversidad sin más, como es el caso de la homosexualidad, o aún deben formar parte del
manual de diagnóstico DSM. Pero conocemos lo más importante: estas diversidades son compatibles con
la salud personal y social si no rechazamos, ni marginamos a estas personas, a la vez que le ofrecemos
las ayudas quirúrgicas, si son necesarias, para alcanzar su bienestar(6).
La mayoría de la población siente y descubre su orientación del deseo como heterosexual, sin tensión ni
dificultades personales o sociales, porque ha sido socializada en el supuesto, que si es un chico, le gustarán
las chicas y a la inversa. De hecho, hasta hace pocas décadas, y aún en la mayoría de países, no se
contemplaba otra diversidad saludable que no fuera la heterosexualidad.
Una minoría muy significativa, que puede llegar, según se definan los conceptos y se pregunte, a un 5 o
12%, se siente sorprendido en la primera infancia o en la adolescencia, a veces, incluso más tarde, porque
sus fantasías sexuales, sus deseos e intereses sexuales, etc., son homosexuales, orientados hacia
personas de su propio sexo biológico, o hacia ambos sexos en grados o preferencias diversos. En efecto,
la orientación del deseo tiene contenidos diversos (fantasías, deseos sexuales, identidad social, estilo de
vida, etc.), por lo que las combinaciones y formas de vivirse son muy diferentes.
Pero en este caso, las personas con orientaciones de deseo minoritarias no demandan cambios fisiológicos,
sino tener libertad personal y social para amar y ser amado, formar pareja o casarse, con las personas que
desean, sea aceptada socialmente su diversidad y no sufrir homofobias, bifobia o cualquier otro tipo de
rechazo.
No conocemos los factores que influyen o determinan la orientación del deseo y aún se discute la posibilidad
de cambios a lo largo de la vida y el poder de gestión que cada persona tiene sobre su orientación del
deseo, pero tenemos claro que, las tres formas antes citadas y sus variantes son compatibles con la salud
personal y social, por lo que la familia, la escuela y los profesionales, en este caso los pediatras, deben
contribuir a que estas diversidades sean bien aceptadas por la propia persona que pertenezca a esta
minoría y en todos los ámbitos sociales: familia, escuela, servicios de salud o sociedad, en general.
Los homosexuales son una minoría muy relevante, por ello han luchado con éxito, en numerosos países,
consiguiendo leyes más igualitarias, pero aún sufren frecuentes rechazos con una homofobia latente y
formas de maltrato familiar, escolar y social. Por tanto, tiene especial relieve la homosexualidad para los
pediatras, porque, por un lado, a pesar de haber sido reconocida como saludable esta orientación del deseo
y admitido el derecho de las personas homosexuales al matrimonio, una parte importante de la sociedad,
con la Iglesia a la cabeza, se resiste a ello. Por otro lado, en este caso, a diferencia de la disforia de género,
los adolescentes homosexuales pueden ser ayudados por la familia, los educadores y los pediatras y los
médicos de familia sin la necesidad de otros especialistas, porque el problema no lo tienen ellos, sino
quienes son homofóbicos.
Entre los heterosexuales pueden darse situaciones de cierta confusión, duda, miedo o culpa por tener o
haber tenido actividades sexuales con personas del mismo sexo. En los juegos sexuales prepuberales o
puberales es frecuente que aparezcan algunas formas de contacto sexual, con personas del propio sexo.
Cuando esto es vivido o recordado, puede crear alguna duda, confusión o miedo en chicos y chicas que,
sin embargo, son heterosexuales. En estos casos, informales de este hecho, y comunicarles que es
perfectamente normal y, sobre todo, aclararles que no hay ninguna razón para temer la homosexualidad.
Los que lo tienen realmente más difícil, desde el punto de vista de la socialización, son los homosexuales:
los chicos y chicas homosexuales se ven sorprendidos con una orientación del deseo, que no se esperaban
y que, en muchos casos, acepta mal su entorno. Incluso, a veces, tardan tiempo en saber lo que les pasa,
especialmente si no están bien informados.
Los adolescentes suelen contar sus dudas a los amigos. Pero no es infrecuente que acaben haciendo una
consulta a un profesional ellos mismos o sus padres, si estos últimos se enteran de que su hijo dice ser
homosexual. Las consultas y los problemas se presentan con mayor frecuencia y antes en los hombres
homosexuales que en las mujeres, seguramente porque los chicos se interesan más abiertamente por la
sexualidad que las chicas. En efecto, las chicas lesbianas suelen retrasar más la manifestación de sus
intereses sexuales. Otras veces, el motivo de la consulta tiene otras causas, como: ansiedad, depresión,
fracaso escolar o huida de casa, que ocultan una homosexualidad no aceptada.
Estos problemas no son inherentes a la homosexualidad, sino la consecuencia de la dificultad que plantea
“tomar de conciencia” de que se tiene una orientación del deseo minoritaria, inesperada, rechazada por
buena parte de la sociedad, en un mundo en la que la única orientación del deseo que se expresa
públicamente es la heterosexualidad.
De hecho, es muy frecuente que quienes se dan cuenta que son homosexuales, pasen por un periodo de
negación, confusión o sentimiento de rareza. Incluso no es infrecuente que intenten ponerse a prueba con
personas de otro sexo, con la intención de autodemostrarse que son heterosexuales. De hecho, hasta hace
unas décadas, numerosos homosexuales se casaban heterosexualmente, por la presión de las
convenciones.
• Informar a los prepúberes, púberes y adolescentes de la existencia de esta orientación del deseo
minoritaria, compatible con la salud, para que no sean sorprendidos o acepten bien a estas personas.
• Ayudar a los adolescentes a conocerse a sí mismos, analizando sus fantasías, conductas y preferencias
sexuales y sociales. Es decir, ayudarles a hacer un autodiagnóstico teniendo en cuenta la
multidimensionalidad –las numerosas formas en que puede expresarse (deseo, fantasías, conductas, roles,
etc.) de la orientación del deseo.
• Si el deseo no está claramente especificado, o muestra claras contradicciones entre diferentes aspectos
de la orientación sexual, es muy importante ayudarles a aceptar la duda y esperar, sin temor a que se
especifique el deseo en cualquiera de sus formas heterosexual, homosexual o bisexual. Conviene saber
también, que hay diferentes biografías sexuales, en cuanto a la orientación del deseo (tanto en los
heterosexuales, homosexuales y bisexuales), biografías que, además, podrían llegar a cambiar con el
tiempo, aunque no sea lo habitual.
• Si la orientación del deseo es homosexual, es bueno ayudar a los adolescentes para que se acaben
aceptando como son.
Esta ayuda es especialmente eficaz, cuando se puede incorporar a los padres y amigos a este proceso de
aceptación. Trabajar con los padres, para que acepten a los hijos, sea cual sea su orientación del deseo,
es fundamental para los adolescentes. Incluso a aquellos padres que les sean difíciles, es útil enseñarles a
darse cuenta, de que el problema lo tienen ellos –su actitud negativa– y no su hijo –porque la
homosexualidad no es un problema–.
Ayudarles a entrar en contacto con las asociaciones de homosexuales puede serles también de gran ayuda.
Los profesionales no debemos decidir la edad de inicio de unas u otras actividades sexuales (esta decisión
depende de factores culturales, de características generacionales dentro de cada cultura y de otros muchos
factores bien conocidos como: las creencias y prácticas religiosas, el tipo de familia, el grado de
conformismo o anomia de los adolescentes, la influencia del grupo de iguales, el estilo de vida y la forma
en que se divierten, el consumo de alcohol, etc.). Pero los profesionales, sí debemos ofrecerles
informaciones bien fundadas, reconocer su derecho a construir su biografía sexual-amorosa y contribuir
con nuestra práctica a que esta sea saludable.
Para cubrir este objetivo, es necesario tener una vida sexual satisfactoria: en la que el deseo, la excitación
y el orgasmo, lo que suele llamarse respuesta sexual humana, alcancen un nivel satisfactorio. La llamada
respuesta sexual puede alcanzarse de formas muy diferentes, con sexualidad autoerótica (la masturbación)
o con actividad sexual con otras personas. La propia fisiología sexual suele garantizar el adecuado
funcionamiento de la respuesta sexual humana, pero los miedos, la ignorancia, las prácticas inadecuadas
o la incomunicación pueden dificultarla. En algunos casos, los menos, pueden aparecer disfunciones
sexuales del deseo, la excitación o el orgasmo.
Con independencia de cuando se inicien en las relaciones sexuales, la familia, la escuela y los profesionales
(muy especialmente los pediatras) deben(1-3,5):
• Ofrecer informaciones adecuadas de la anatomía y la fisiología sexual, sin olvidar la respuesta sexual
humana.
• Contestar a todas sus preguntas, según contexto y situación, también las referidas a las prácticas sexuales
y a la anticoncepción.
• Ofrecerle ayudas para el caso que sufran disfunciones o tengan dificultades concretas u orientarles de
forma adecuada hacia especialistas, si fuera el caso.
De todos estos posibles problemas, nos centraremos en el más común, la actividad sexual de riesgo.
Es indudable que las cosas han cambiado y siguen cambiando. Numerosos adolescentes
(aproximadamente la mitad hasta los 15-17 años) hacen caso de lo esperado por la cultura y lo deseado
por sus padres: no tener relaciones sexuales. Pero en otros muchos casos, la realidad es bien distinta,
porque una cadena de hechos interrelacionados aparece en todos los estudios recientes (12-15):
• Los adolescentes cada vez tienen actitudes más liberales y se atribuyen, con más frecuencia y convicción,
el derecho a tener relaciones sexuales. De hecho, en la actualidad, ponen menos condiciones para acceder
a las relaciones sexuales, limitándose, en numerosos casos, a decir que basta que ambos quieran. Hay, en
todo caso, un grupo que considera que es necesario el afecto, especialmente entre las chicas. Y otro, mucho
más pequeño, que pone como condición que estén comprometidos.
• Un número importante de adolescentes acceden cada vez más pronto, en relación con el pasado
inmediato, a las relaciones sexuales coitales. Aproximadamente la mitad, ha tenido, al menos, una relación
sexual, antes de los 15-17 años.
• Los que tienen relaciones coitales las tienen, con mayor número de parejas, que en el pasado.
• Desde que inician las primeras conductas sexuales hasta que acceden al coito, pasa menos tiempo que
en el pasado y, con frecuencia, se saltan las supuestas etapas intermedias.
• Las distancias entre los chicos y las chicas en actitudes y conductas son cada vez menores. Las chicas,
en numerosos casos, han dejado de ser pasivas y de asumir el rol de decir “no”; es decir, han dejado de
cumplir el rol de control de la sexualidad de los varones, que se les había asignado culturalmente.
• De hecho, los adolescentes tienen frecuentes prácticas de riesgo. Numerosos estudios señalan que estas
se dan, especialmente, en las primeras relaciones y en las relaciones esporádicas. Aunque los estudios
ofrecen resultados muy diversos, entre el 25 y el 50%, según las investigaciones, tienen la primera relación
en condiciones de riesgo, ya que no usan ningún método o recurren a “la marcha atrás”.
En relación con la edad, los más pequeños asumen más riesgos, cuando tienen conductas sexuales. A
medida que avanzan en edad, tienen relaciones más estables y pasan a ser, de forma habitual, activos
sexualmente y tienen prácticas más seguras.
El precio que pagamos tiene nombres concretos: embarazo no deseado, enfermedades de transmisión
sexual y SIDA.
Un problema especial, del que ahora hemos tomado verdadera conciencia, es el de los abusos sexuales a
menores, pero hay otras formas de maltrato sexual(16).
En conjunto, es un precio que no nos podemos permitir y que ha encendido todas las alarmas sanitarias y
sociales, entre otros países, en el nuestro.
Las causas son muy complejas(13-15), como hemos analizado con detalle en otros escritos. Tienen que ver
con los planteamientos contradictorios de nuestra sociedad sobre la sexualidad de los adolescentes (a los
cuales permite, incita y sobreestimula sexualmente, a la vez que les niega informaciones y ayudas), las
características de los propios adolescentes (su tendencia a asumir riesgos, minusvalorar lo que dicen los
adultos, dejarse presionar por los compañeros y buscar nuevas experiencias), la naturaleza de la pulsión
sexual (que provoca una alta motivación y un refuerzo inmediato muy grande, frente a posibles riesgos, que
no son seguros y se manifestarían, en todo caso, en el futuro) y la tendencia a consumir alcohol, como
mediador de ocio (desinhibiendo los deseos sexuales, disminuyendo la conciencia de riesgo, haciendo más
improbable las prácticas seguras, fomentando el descontrol y hasta la posibilidad de recurso a la agresión
sexual).
Teniendo en cuenta los factores señalados en la tabla I, no es fácil conseguir llevar a cabo intervenciones
eficaces, porque en muchos casos no se dan las condiciones sociales para el éxito de estas: no aceptación
de los adolescentes sexualmente activos, como causa general, el silencio familiar y escolar, la falta de
asistencia en planificación sexual específica para jóvenes, como factores más concretos, condenan al
fracaso, la mayor parte de las intervenciones.
Para que las intervenciones puedan tener un alto grado de eficacia, se necesitan varias precondiciones (1,2,5):
• Reconocimiento social de que numerosos adolescentes son, de hecho, sexualmente activos.
• Romper el silencio familiar, de forma que los padres hablen abiertamente con los hijos. Los padres pueden
y deben darles sus criterios sobre estas relaciones, incluso si son contrarios a ellas, pero, sean cuales sean
sus consejos deben:
– Replantearse el problema de la actividad sexual furtiva, tanto por los riesgos mencionados como por la
posible insatisfacción.
• Generalizar la educación sexual en las escuelas, de forma que los púberes y adolescentes reciban:
– Adecuadas informaciones.
– El reconocimiento de las diferentes biografías sexuales (unos sin relaciones y otros con relaciones).
– Conocer los riesgos reales de embarazo, SIDA, E.T.S. y aumentar la conciencia de riesgo con testimonios
reales.
– Poner a su disposición informaciones sobre los recursos materiales, como el preservativo, y asistenciales,
como los centros de asesoramiento a jóvenes.
- El sistema de salud, en general, debería tomar en serio los problemas asociados a la actividad sexual de
los adolescentes (y del resto de la población), en lugar de guardar silencio, lavarse las manos y dejarlo en
manos de farmacéuticos (la píldora del día después) o en manos privadas (el aborto).
- Entre los profesionales que pueden tener un rol más eficaz son los pediatras y la enfermería pediátrica,
así como los ginecólogos y las matronas.
- Los pediatras tienen una alta consideración social y podrían tener un rol esencial, aunque somos
conscientes de que en las consultas más habituales, hay dos dificultades: suelen tener poco tiempo por el
número de consultas y suelen acompañar las madres a sus hijas e hijos.
¿Qué podrían (condicional que soñamos sea realidad) hacer en mejores condiciones y con una mejor
formación en sexualidad?:
1. Una concepción más preventiva de la intervención. En este caso, colaborando en el sistema educativo:
pediatras o personal de enfermería, colaborar con la educación sexual dando algún tema y presentando a
los adolescentes sus posibles ayudas en consulta u otros recursos sanitarios, como los centros de
Planificación (¿Familiar?), mejor Sexual y Amorosa. Dar una información básica y darse a conocer como
profesionales a los que pueden preguntar y recurrir en relación a su vida sexual y amorosa.
2. Colaborar con los centros educativos y en las consultas para ayudar a los padres en relación a la
educación sexual de los hijos.
3. Tener días u horas y teléfonos o mail abiertos a las consultas de los adolescentes.
4. Consensuar con los padres el tener un tiempo de consulta, sin la presencia de la madre u otro familiar o
tutor, para de manera confidencial:
• Trabajar en red con educadores, asociaciones de padres y otros servicios sanitarios. Con coordinación,
los servicios de Pediatría, que llegan a toda la población, podrían definir y concretar su rol en este campo.
• Demandar a la comunidad que ponga al servicio de los adolescentes medios, como el preservativo, y
centros de asesoramiento en planificación y oportunidades para formas de ocio no mediatizadas por el
alcohol.
Los adolescentes deben aprender que tienen derecho a tener biografías sexuales diferentes, sin relaciones
sexuales o con ellas, que la familia, la escuela y la sociedad están dispuestas a ayudarles a vivir su biografía
sexual sin riesgos, que estos riesgos son difíciles de evitar, si no se reconocen como sexualmente activos
(siempre que haya alguna posibilidad de que lo sean), aumentan su conciencia de riesgo, aprenden a decir
“no”, cuando esto es lo que quieren (reconociendo el derecho a ser diferente, distinto de los demás, si es el
caso), sepan ser asertivos con sus posibles parejas (no dejándose presionar y exigiendo condiciones de
sexo seguro) y dejen de usar el alcohol como mediador de ocio.
Los adolescentes están muy necesitados de sentirse seguros de sus figuras de apego (los padres o quienes
hacen esta función), a pesar de que, cuando no tienen problemas, pueden hacer demostraciones de
autonomía, que superficialmente dan la impresión errónea, de que ya no necesitan a los padres. Nada más
lejos de la realidad: bajo la ambivalencia hacia los padres, e incluso con aparente rechazo, los adolescentes
necesitan figuras de apego que les sean incondicionales. Eso sí, que también les concedan autonomía,
toda la que sean capaces de usar con responsabilidad.
• Teniendo una relación cálida e íntima con los hijos, de forma que aprendan por experiencia lo que es la
relación afectuosa. Aprendan a mirar y ser mirados, tocar y ser tocados, abrazar y ser abrazados, expresar
y comprender emociones, compartir las emociones, regular las emociones, etc. Es aprendizaje del código
de la intimidad y la inteligencia emocional.
• Ofreciéndole modelos de pareja positivos, con respeto, igualdad, cariño, etc., entre los padres.
• Enseñarles a afrontar los conflictos y a resolverlos, incluso con la separación, si fuera la opción decidida,
pero sin cuestionar el valor de los vínculos afectivos y preservando la incondicionalidad de los cuidados de
los padres. Las personas podemos desvincularnos de la pareja, pero no de los hijos, que siguen siendo un
proyecto común.
Estas cuatro cosas deben aprenderlas fundamentalmente de los padres. Por eso, los profesionalespueden
hacer un discurso positivo sobre los afectos y vínculos sexuales y amorosos (frente a los discursos
destructivos tan frecuentes en los medios de comunicación), y pueden ofrecerles ayudas puntuales para
elaborar los conflictos entre los padres y los conflictos amorosos que puedan vivir. Ocuparse de los
sufrimientos por amor o desamor en la adolescencia es tan importante como ocuparse de los embarazos
no deseados o las disfunciones sexuales.
La educación sexual familiar, escolar y profesional tiene que hacer lo posible, no solo por evitar la
insatisfacción sexual y los riesgos asociados a las prácticas sexuales, sino ayudar a los adolescentes a
resolver sus necesidades amorosas. Para ello, nos parece fundamental:
• Ofrecerles una visión positiva del mundo, de la vida y de las relaciones amorosas. El mundo puede ser
acogedor, la vida tiene sentido y las relaciones amorosas pueden salir bien, porque los seres humanos
tenemos capacidad de amar y nuestro destino es amar y ser amados.
- Usar el código de la intimidad y tener inteligencia emocional: mirar, tocar, estar cerca, abrazar, expresar
emociones, comprender emociones, compartir emociones (empatía) y regular las emociones a la vez que
las usamos socialmente bien.
- Aprender a tomar decisiones responsables en relación con la actividad sexual y las relaciones amorosas:
saber decir sí o saber decir no, teniendo en cuenta las consecuencias, sin dejarse presionar por los demás.
- Adquirir una ética de las relaciones amorosas cuyas bases compartidas podrían ser: la ética del
consentimiento (frente a la de la presión, el engaño o la violencia); la ética del placer compartido (frente a
la búsqueda egoísta y desconsiderada del placer); la ética de la igualdad, respeto y dignidad entre los sexos
(frente la discriminación y toda forma de machismo); la ética de la responsabilidad ante a los riesgos (frente
al uso de drogas y sustancias no saludables y que cercenan la responsabilidad y la libertad, las prácticas
sexuales de riesgo, etc.); la ética de la lealtad en el compromiso de pareja (frente al engaño, la
instrumentalización, etc.), la ética de la diversidad (respetar las diversidades sexuales saludables y
concederse el derecho a vivir la propia diversidad), la ética de la vinculación y la desvinculación
(reconociendo las separaciones como un derecho, pero, a la vez, la posibilidad de que los vínculos de
pareja duren toda la vida) y la ética de los cuidados (cuidar de la pareja y cuidar de las crías) (3,4).
En definitiva, aprender a amar y a ser amados, que no es otra cosa que aprender a cuidar y a ser cuidados
(el sistema de cuidados es generoso con el otro, dando un salto cualitativo sobre las relaciones de igualdad)
entre personas que forman una pareja sexual y amorosa, un proyecto de vida libremente aceptado y
libremente mantenido. Aprender a cuidar a otra persona requiere un largo aprendizaje, desde la infancia,
porque es preciso saber ponerse en el punto de vista del otro, desear su bienestar y contribuir
decididamente a él. Uno de los problemas actuales es que no educamos para cuidar, para sentirnos
responsables del bienestar del otro, para ser constantes y disciplinados, disponibles con el otro, porque
finalmente cuidar es bueno para el “cuidado” y para el que cuida. El estilo de vida actual y los valores
dominantes favorecen la actitud de querer ser amado sin amar, ser cuidado sin cuidar, priorizando de forma
equivocada el propio bienestar, el propio currículo, una visión egocéntrica de las relaciones en las cuales
siempre, si es así, no se tiene tiempo para los hijos, para la familia, para los amigos y para la pareja(17-20).
Y, no se olvide, de lo que depende más nuestro bienestar, es de que consigamos amar y ser amados: eso
es lo que queremos decir cuando hablamos del sistema de cuidados (5,20), un sistema que es fundamental
que ejerzan los padres con los hijos, los amigos con los amigos y, muy especialmente, los que están en
pareja, entre sí. El deseo, la atracción y el enamoramiento son importantes en la pareja, la satisfacción
sexual también, pero lo es aún más, el lograr la intimidad y el cuidarse incondicionalmente el uno al otro
(aspectos, que, por cierto, favorecen también el buen funcionamiento sexual). ¿Estamos educando en la
comodidad, en la búsqueda de propio currículo y el propio placer, o estamos educando en la capacidad de
amar? Esta es la cuestión. Equivocarse en esto, no nos lo podemos permitir los padres, los educadores,
los profesionales y la sociedad, porque finalmente tenemos la responsabilidad de educar para el bienestar
personal y social.
Quienes quieran ir más lejos en lo que podemos hacer, les propongo un programa de promoción del
bienestar para adolescentes.