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El padre de Gabriel García Márquez fue Gabriel Eligio García, uno de los
numerosos inmigrantes que llegaron a Aracataca motivados con la “ fiebre del
banano” en la primera década del siglo XX. Su madre Luisa Santiaga Márquez
pertenecía a una de las familias del lugar. Los padres de ella, el coronel Nicolás
Márquez y Tranquilina Iguarán, no estuvieron de acuerdo con los amores de su
hija con uno de los “ aventureros” de la “ hojarasca” , como se llamaba
despectivamente a los inmigrantes.
Nicolás Márquez, sobreviviente de las dos últimas guerras civiles, tenía varios
hijos concebidos durante las guerras que se alojaban en su casa cuando estaban
de paso por el pueblo y que su esposa recibía como propios. Muy similar a este
caso, en la novela, el coronel Aureliano Buendía, “ promovió treinta y dos guerras
y las perdió todas. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisietes mujeres distintas,
que fueron exterminados en una sola noche. Escapó a catorce atentados, a
setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento” .
El diálogo entre los vivos y los muertos: “ Una noche en que no podía dormir,
Úrsula salió a tomar agua al patio y vio a Prudencio Aguilar junto a la tinaja.
Estaba lívido, con una expresión muy triste, tratando de cegar con un tampón de
esparto el hueco de su garganta. (...) -Vete al carajo- le grito José Arcadio
Buendía. Cuantas veces regreses volveré a matarte (...) Una noche en que lo
encontró lavándose las heridas en su propio cuarto, José Arcadio Buendía no
pudo resistir más. -Está bien, Prudencio- le dijo. Nos iremos de este pueblo, lo
más lejos que podamos, y no regresaremos jamás. Ahora vete tranquilo” .
El diluvio que duró más de cuatro años: “ Llovió cuatro años, once meses y dos
días” .
Los años que vivió Úrsula: “ La última vez que le habían ayudado a sacar la
cuenta de su edad, por los tiempos de la compañía bananera, la había calculado
entre ciento quince y los ciento veintidós años” .
La lluvia de flores: “ Poco después cuando el carpintero tomaba las medidas para
el ataúd, vieron a través de la ventana que estaba cayendo una llovizna de
minúsculas flores amarillas” .
El nacimiento del último miembro de la familia con cola de cerdo: “ Sólo cuando lo
voltearon boca abajo se dieron cuenta de que tenía algo más que el resto de los
hombres, y se inclinaron para examinarlo. Era una cola de cerdo” .
Enfermedades imaginarias, como la peste del insomnio con la cual los que se
enferman dejan de dormir y olvidan el nombre de las cosas, personas y de su
propia identidad.
Cuando José Arcadio Buendía enloquece por el recuerdo de todos los que habían
muertos, y sus familiares lo dejaron atado a un castaño.
Aunque según el santoral, y fiel a las tradiciones de la región, su nombre debió ser
Olegario, en las prisas del nacimiento todos olvidaron las costumbres y le
nombraron como el patrono de la ciudad y le dieron como segundo nombre el de
su padre: José Gabriel. Ese es el punto inicial de la vida de Gabriel García
Márquez, uno de los escritores que colaboraría con la difusión de la literatura
latinoamericana en el panorama mundial. Al que, además, muchos hacen
merecedor del acuñamiento del concepto de realismo mágico, que más tarde se
convertiría en todo un subgénero literario y serviría para representar a los autores
afincados en el Boom Latinoamericano.
Como el santo que no le dio nombre lo indica, García Márquez nació el 6 de marzo
de 1927 en Aracataca y falleció en México D.F. el 17 de abril de 2014. Sus amigos
le llamaban Gabo, y más tarde el mundo entero aprendió a dirigirse a él de esa
forma. «Cien años de soledad» es la obra con la que consiguió hacerse notar,
con muchas referencias autobiográficas a su vida aracateña y a la relación de sus
abuelos Tranquilina Iguarán Cotes y Nicolás Ricardo Márquez Mejía.
Sin duda, las vivencias en los pantanales y las increíbles leyendas que le
alimentaron en aquella infancia pueblerina, fueron fundamentales para hacer de él
un escritor con una gran imaginación y una capacidad de fábula impresionante.
Tan es así que al leerlo descubrimos que toda su obra remite a esa infancia, y se
encuentra narrada con una melancolía peculiar (un rasgo que el escritor
colombiano comparte con otros autores latinoamericanos). En su caso, quizá este
desarrollo creativo tenga que ver en parte con esos referentes a los que se abrazó
con pasión: Faulkner, Kafka, Woolf. De todos ellos su favorito fue siempre Kafka,
que le enseñó a través de «La Metamorfosis» que la literatura valía pena: al ver
que el personaje podía convertirse en un escarabajo gigante, Gabriel entendió que
las posibilidades de la escritura eran infinitas, y esto le animó a acercarse con más
pulsión a ella.
Gabriel García Márquez fue también periodista, destacándose de forma
contundente en el área de la crónica. Y a tal punto desarrolló una labor ponderable
que el maestro de la crónica, Ryszard Kapuscinski, declaró que el mayor mérito de
Gabo fue demostrar que el gran reportaje, que describe con exactitud todas las
dimensiones de la vida, contiene las características de la buena literatura. En su
labor como periodista se destacan sus textos publicados durante los cincuenta,
cuando viajó a Europa como corresponsal de un periódico bogotano y narró la
situación del territorio después de la Segunda Guerra Mundial. También publicó
novelas que toman elementos del género periodístico y lo elevan, como «Crónica
de una muerte anunciada».
La estabilidad económica del escritor fue precaria durante mucho tiempo, llegando
a límites inimaginados. Gabriel escribía con fervor, intentando no dejarse
condicionar por la situación económica y cuando la cosa ya empezó a ponerse
fea, su empeño dio un jugoso fruto: «Cien años de soledad». Con esta novela,
García Márquez entró en la Editorial Sudamericana y más tarde en Barcelona y
alcanzó el clímax de su carrera: el reconocimiento como el escritor que era, su
amistad con Carlos Fuentes y Julio Cortázar, la reedición de toda su obra, y más
tarde, la entrega del Premio Nobel de Literatura. Este es, sin duda, otro punto
de inflexión en su vida. Tenía 55 años y era el escritor más joven en recibir este
galardón. Como homenaje a su tierra, a la recepción en Suecia acudió vestido con
un liquiliqui, el traje típico de su pueblo.