Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
1
La década del sesenta, desde esta perspectiva, se manifiesta como el periodo
idóneo para el estudio del estado y los derroteros de la crítica literaria peruana, cuyo
objeto de estudio (la poesía) en ese momento histórico hacía su ingreso a una dinámica
descentrada y diversa (Orihuela 2006: 71), y cuyo desarrollo se halló vinculado
innegablemente con un contexto socio-cultural a nivel hispanoamericano en el que se
dio la coexistencia y confrontación dialéctica de dos tendencias ante la realidad
inmediata, de la cual el personaje central y que más expectativas generó fue el hombre
«intelectual». Estas dos tendencias, en el campo de la poesía, estuvieron representadas
en el Perú por dos jóvenes figuras trascendentales: Javier Heraud, lúcido poeta que se
adhirió a la causa de la Revolución cubana; y Luis Hernández Camarero, polémico y
audaz creador que se abocó primordialmente a la producción literaria y al impulso de
innovaciones formales y estilísticas.
1
Ello no significó que los escritores convencidos de que su verdadero compromiso era con las letras (el
trabajo con el lenguaje y la ficción) no acuñaran en sus corazones una cierta simpatía con la causa
revolucionaria (Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, etc.). Cfr. O RIHUELA, Carlos. «La poesía peruana de
los 60 y 70: dos etapas en la ruta hacia el sujeto descentrado y la conversacionalidad». En: A
Contracorriente, vol. 4, N°. 1, Fall. 2006, pp. 67-85.
2
desde 1940 ya se había efectuado, en el campo de la narrativa, una división entre la
novelística de tipo tradicional y la novelística de técnicas revolucionarias y
experimentalistas. Según José Luis Martínez, se pueden destacar la presencia de varias
formas de realismo predominantes: realismo social, realismo psicológico, realismo
mágico y realismo estructuralista. Todos ellos manifestando conjuntamente que el
realismo se erigía como un «imán subyugador» por incluir lo político, lo económico, lo
sociológico, etc., y por lo cual no se podía ignorar su relación con la sociedad. Esta
forma de escribir no solo era visualizada en los textos de creación, sino que también
impulsó a la crítica a crear sus códigos reguladores basados en esos mismos principios.
Sin embargo, el «Perú de los 60 acusaba una nueva fisonomía social advertida
inicialmente y de modo casi intuitivo por las élites artísticas más jóvenes» (Orihuela
2006: 68), y fueron ellos (y no el sector tradicional e imperante de la crítica literaria
peruana) quienes estimaron las innovaciones formales de una figura solitaria y
controvertida, desentonada con el espíritu de la década (cargada de un aire ideológico y
político), como fue Luis Hernández Camarero con la publicación de su poemario Las
constelaciones, duramente criticado en las reseñas dedicadas a él y relegado de notables
antologías de la época.
3
una isla, acaso de forma similar como alguna vez lo fuera José María Eguren por la
singularidad de su tratamiento de las formas.
Era la segunda mitad del siglo XX, época en que, a pesar de su carácter convulso
que demandaba la atención del hombre de letras, poco a poco se fue gestando un
desligamiento entre la escritura y la experiencia concreta (entre literatura y sociedad): la
efervescencia de lo ficcional, las obras del Boom Latinoamericano (1960) y la crítica
moderna institucionalizaban otras formas de aproximación y diálogo con el texto. El
sujeto intelectual estaba dejando de comprender a la literatura como espejo donde se
reflejara la problemática de la realidad política y social, y comenzaba a analizar los
textos aplicando una metodología preexistente, limitándose al territorio del texto mismo.
Se trataba del paradigma de la escritura ficcional y del análisis inmanente, y uno de los
temores que acosaba a Antonio Cornejo Polar, expuesto en su debate con un grupo
representativo de especialistas en literatura peruana (Cornejo Polar 1981: 24), ya que
ella vista de esta manera no era ya un medio para lograr el conocimiento y la
comprensión de la conflictiva y heterogénea realidad peruana, sino un espacio
discursivo de crítica y creación en sí misma2.
Sin embargo, en medio del desorden social que significó los años posteriores a la
Segunda Guerra Mundial y la propagación de las rebeliones estudiantiles, las campañas
antibelicistas y antinucleares durante la década del 60, surgió, a su vez, la necesidad de
concebir un sentido de tradición y pertenencia, pues, a pesar de que la prioridad era la
«renovación literaria» (en el afán de romper con la tradición estética anterior), los
hombres de letras no podían (aunque quisieran) ignorar el panorama político-social que
los circundaba y les demandaba una conciliación al menos con el territorio que los
sostenía. Es decir, el escritor, el antologador, el crítico, etc., debían tener una posición
frente a la realidad que se desenvolvía frente a sus ojos. De ahí que el «realismo» fuera
2
Aún en la actualidad se debate sobre la relación literatura-sociedad: Mauro Mamani, en «El campo de
la crítica literaria peruana» comparte la opinión de Cornejo Polar: «La serie literaria no puede andar
divorciada de la serie cultural. Esto quiere decir que la literatura trasciende lo discursivo, lo individual e
involucra a la historia, a la sociedad y al hombre» (2005: 39).
4
la expresión formal del arte que no podía dejar de figurar en las creaciones (como
compromiso o como divorcio) y en las investigaciones (como marco teórico o como
objeto de cuestionamiento).
5
Hernández Camarero: Javier Sologuren, Luis Alberto Ratto, Julio Ortega y casi
tardíamente, en 1973, Alberto Escobar en su nueva Antología de la poesía peruana
(1960-1973). Después de conocer la obra del autor de Las constelaciones ningún otro
joven que se estuviera iniciando en la labor creadora de poesía pudo ignorarlo; es más,
la poesía de «Luchito» puede erigirse sin mayor problema como la raíz y el paradigma
poético de los posteriores y controvertidos Movimiento Hora Zero, Grupo Kloaka, etc.,
en la década del 70. No cabe duda de que, como afirma Julius Peterson «las obras
geniales que provocan estupor, hacen época y se convierten en lema de una nueva
generación y constituyen la expresión revolucionaria de una nueva época» (Peterson
1930: 141).
6
humor, no siempre son del todo inofensivas ni están prestas a «simples juegos de
ingenio».
Para muchos investigadores del 60, la obra debía tener por lo menos una
posición crítica frente a la realidad circundante; de ahí que el libro que insertó de
inmediato a Cisneros en el canon literario peruano fuera Comentarios reales (1964) por
la exposición de una conciencia enjuiciadora capaz de la desacralización de la misma
historia nacional, de sus clisés patrióticos y de la pedagogía cívica (Elmore 2009: 20).
De la misma forma, esa es la razón por la cual el autor de la reseña valorara el carácter
lúdico de los versos de Hernández como un «jugueteo profundamente hueco».
Ese mismo año, Francisco Bendezú también publicó una reseña a Las
constelaciones, a cuyo autor conceptuó como «un poeta experimental, rabiosamente
disonante, sin arraigo idiomático» (Bendezú 1966: 22), un poeta cuya escritura había
evolucionado desde Orilla y Charlie Melnik, pero que aún intentaba en Las
constelaciones «galopar un caballo que no ha terminado de domar» (Bendezú 1966: 22),
refiriéndose a la asimilación de las modalidades de la poesía beatnik norteamericana.
7
que fundamenta la comunicación escrita) el centro de atención. Luis Hernández no
necesariamente transgredía representativos nombres de personajes literarios (como en
«Ezra Pound: cenizas y cilicio») para «rebajarlos», sino para crear espacios intermedios
en los cuales un «lector común» también pudiera «participar» en el goce de la lectura.
Esta atrevida técnica poética llegó a su clímax con la repartición de los famosos
cuadernos hernandianos, cuyo fin básico era lograr una feliz comunicación con el mayor
público posible.
Sucede que la crítica literaria incluso antes de la publicación de estas dos reseñas
ya se hallaba condicionada por el ambiente ideologizado de la época. Augusto Tamayo
Vargas, en La poesía contemporánea en el Perú (1962), apuntaba a apreciar la «vida
poética» por intuición ideal o por el conocimiento de la realidad a base de la experiencia
(Tamayo Vargas 1962: 3), y para ello distinguió entre los creadores la dicotomía
«platonismo-aristotelismo» (románticos versus realistas), reconociendo que en la poesía
ambas líneas lanzaban redes entre sí, asociándose, lo cual revelaba que la poesía de esos
años arrancaba «de una síntesis de modernismo y antimodernismo. Búsqueda de un
lenguaje por una parte. Franca revolución por otra, hacia temas más simples y más en
contacto con el hombre mismo y su medio ambiente» (Tamayo Vargas 1962: 6). Ello
descubría, en primera instancia, lo que Lukács comprendía como «contenido de
existencia» en relación con la situación social en la que se hallaba inmerso el productor
de arte: «El análisis de la creación literaria parte también de la situación histórica
concreta» (Lukács 1980: 49).
8
Sin embargo, Tamayo Vargas acertó al señalar que aquella no era la única
tendencia (también estaba la formalista), cuidándose de no caer en un determinismo
social reduccionista, en el cual, sin embargo, terminó cayendo, pues para la elaboración
de su antología y la sistematización de las obras poéticas estableció líneas de creación
que fueron seguidas en esa década y a partir de ellas discriminó a los autores en pro de
la construcción de la misma antología3.
9
Hernández (Orilla y Charlie Melnik ya estaban publicados dos años antes): Arturo
Corcuera, Reynaldo Naranjo, César Calvo, Javier Heraud y Antonio Cisneros.
En 1965, uno de los más prestigiosos estudiosos de las letras peruanas, Alberto
Escobar, publicó su famosa Antología de la poesía peruana, a lado de su libro
reconocido a nivel internacional, Patio de letras. En su antología el autor rompe con lo
que en primera instancia condena en nuestra crítica literaria: el afán de relacionar la
historia literaria con la historia política, de las cuales muchos erradamente consideran a
la primera como consecuencia de la segunda. En segundo lugar, se divorcia de las
clasificaciones europeas; propone una periodificación desprovista de exageraciones
terminológicas y apela a la observación de rasgos comunes en la producción literaria
peruana sin discriminar del todo la importancia del ambiente social, como realidad
insoslayable mas no como criterio dogmático para la estructuración de la historia
literaria.
10
primeros poemarios de Luis Hernández y ello pude deberse a que el investigador
viajaba constantemente. Por otro lado, la Antología de la poesía peruana fue preparada
entre 1963 y 1964, lo cual indica que aún cuando su publicación fuera realizada en el
año de 1965, Escobar no tuvo tiempo para considerar la trascendencia de Las
constelaciones que salió a la luz ese mismo año. Sin embargo, sí ha de llamar nuestra
atención que casi un ciento por ciento de los «últimos» que el antologador tuvo en
cuenta para su volumen habían recibido hasta esos días reconocimientos del Premio
Poeta Joven del Perú, el Premio Nacional de Poesía, el Primer Concurso
Hispanoamericano de Literatura, los Juegos Florales de la Universidad Católica y de la
Universidad de San Marcos, etc., lo cual nos da a entender que dichos eventos ya
estaban construyendo su propio canon y que este, en primera instancia, se constituía
como el elemento regulador de la producción poética antes de que una obra figurara en
una antología5.
Una diferencia de meses imposibilitó que Escobar, miembro del jurado del II
Concurso El Poeta Joven del Perú que llegó a su término en diciembre de 1965, anotara
entre las páginas de su antología el nombre de Luis Hernández Camarero, ganador del
segundo lugar en ese evento artístico6. No obstante, dejando de lado lo que pudo ser y
no fue, es innegable la relevancia del volumen de este investigador que supo tomar la
suficiente distancia del marco teórico positivista e incursionar en nuestra literatura con
los aportes que le habían dado en su trayectoria la estilística y la fenomenología, sin que
ello significara pasar por encima de la naturaleza de la obra, objeto de su estudio.
Dos años después se editó un libro valorado por su carácter fundacional, ya que
en su cuerpo sostenía la existencia de una posible «generación del 60», de la cual el
autor tuvo por objetivo definir sus características a partir de las «entrevistas» preparadas
para seis autores: Antonio Cisneros, Carlos Henderson, Rodolfo Hinostroza, Mirko
Lauer, Marco Martos y Julio Ortega (Luis Hernández no figura en absoluto en la
antología). En el libro, es claro que las preguntas están direccionadas a sustentar una
5
ESTUARDO NÚÑEZ, en Poesía peruana 1960. Antología (1961) también trabajaba de esta forma: haciendo
caso al canon particular que formulaban los concursos, pues para la elaboración de esta antología tuvo
presente que solo en un año (1960) los poetas peruanos habían ganado cinco concursos poéticos, uno
continental, dos regionales, uno nacional instituido por el Estado y uno institucional convocado por la
Federación de Empleados Bancarios del Perú.
6
Un controvertible segundo lugar, por cierto, considerando la actual trascendencia de Las constelaciones
de Luis Hernández. Y sumándose al estupor: la entrega de las menciones honrosas a Juan Ojeda (autor
de Elogio de los navegantes) y José Watanabe Varas (autor de Arquitectura de la sombra en la hierba),
personajes de relevancia en la historia literaria canónica de la actualidad.
11
hipótesis de trabajo avizorada desde la frase que configurará el cuerpo del texto: «una
cambio de la realidad trae un cambio en la poesía» (Cevallos 1967: 9), pues toda obra,
según él, constituye una perspectiva, una correspondiente respuesta a la realidad, una
réplica a la atmósfera en las que les tocó nacer, pues sus autores «aspiran a reflejar, por
medio de su experiencia, la realidad que como miembros comunes de una sociedad
viven. Tratan de hacer testimonio de la experiencia personal y esta transparentará la
realidad» (Cevallos 1967: 10).
7
Cfr. ORRILLO, Winston. «Reseña de Los nuevos». Amaru, 4, Lima, octubre-diciembre, 1967, pp. 82-83,
donde Winston Orrillo, poeta ganador del primer lugar (a lado de Manuel Ibáñez) en II Concurso Premio
Poeta Joven del Perú postula que más vale pensar en una «Generación de 1965», de la cual se vuelve a
excluir a Luis Hernández Camarero.
8
Frase que acuñó Miguel Ángel Huamán para la elaboración de su artículo «La rebelión del margen:
poesía peruana de los setentas» (1994: 267-291).
12
respecto de lo popular; sin embargo, el autor, más allá de relativizar las formas estéticas
de la creación y jugar con los instrumentos que le servían para ello, creó un nivel
intermedio entre lo «culto» y lo «popular». Entenderse como un hombre «letrado»,
entonces, no era un medio para marginar al otro, ni un boleto para llegar al cielo de la
cultura. La consideración al lector debía determinar el proceso de toda escritura, porque
a fin de cuentas es él, y solo él, quien le da vida a un texto, el que actualiza la letra
impresa en el papel blanco. En otras palabras, la dialogía y la interacción cultural fueron
los aspectos más resaltantes de este poemario desvalorizado por la crítica literaria
imperante durante la década del 60.
Entre los pocos trabajos antológicos realizados por los más jóvenes resalta el de
Javier Sologuren, con el prólogo de Luis Alberto Ratto, Poesía, en 1963, donde sí
aparece la figura de Hernández y su «Canción de Charlie». En esta antología cabe
resaltar la visión de mundo del joven crítico que tiene por preocupación primordial el
contacto con el lector (interés que, como ya mencionamos, fue el eje central de la poesía
de LH), pues lamenta que la comunidad lectora no se amplíe a pesar de los esfuerzos
hechos por propagar ediciones populares sin conseguir con ello que la gente lea.
13
las capas sociales que conformaban durante esos años nuestro país y que incluso podían
visualizarse detrás de las corrientes o tendencias literarias en las que el individualismo
acrecentaba sus márgenes al mismo tiempo que el claro conocimiento de la existencia
de una colectividad emergía.
Sumándose a estos jóvenes críticos, Julio Ortega, Edgar O’Hara, Nicolás Yerovi,
entre otros solo llegaron a publicar sus valoraciones positivas a Las constelaciones, en
trabajos de investigación formales, a partir de la década del 70, lo cual no significa que
ya a mediados de la década del 60 no le hayan otorgado al libro su debida relevancia.
Lejos de ello, a pesar de estas incipientes valoraciones realizadas por los más
jóvenes, y a pesar de que Hernández poseyera el segundo lugar en el concurso Premio
Poeta Joven del Perú, el inicio de la década del 70 no significó que el lado de la crítica
literaria imperante y tradicional cambiara su perspectiva con respecto a su poesía, ya
que esta continuaba sin ser comprendida por un crítico apoderado de una retórica que
para esos años ya estaba vieja: Augusto Tamayo Vargas, en Nueva poesía peruana
(antología):
9
Quizá por ello Sologuren y Ratto pudieron apreciar las producciones de Luis Hernández, cuya obra,
aunque aparentemente no tenía nada que ver con el estado de la sociedad, exponía un profundo lirismo
y buen trabajo con las palabras. Hemos de considerar también que Charlie Melnik no era cualquier libro
en el que el poeta experimentara una forma de poetizar, sino que ya su naturaleza sostenía los
antecedentes de lo que más adelante sería el volumen de Las constelaciones.
14
Con estas palabras («vida misma», «circunstancias del hombre»), Tamayo
Vargas demostraba que aún no podía desligarse de esa tendencia crítica (de la cual Luis
Alberto Sánchez es el más alto representante) de vincular vida y obra, literatura y
sociedad, como elementos inseparables que se explican entre sí. Pero dejemos de lado
esta observación y concentrémonos en el entrecomillado «los niños terribles». ¿Acaso
es una referencia sutil al poeta que nos interesa en esta ocasión: Luis Hernández
Camarero? En el discurso previo al cuerpo de la antología figuran un sinnúmero de
nombres, muchos de ellos cuya presencia es inédita con respecto de las anteriores
antologías publicadas en la década del 60; y entre todo ese conjunto de escritores no
existe siquiera la sombra de Hernández. ¿Será que el carácter lúdico, la transgresión
cultural, el humor y la insolencia verbal del autor de Las constelaciones no calaban con
esa tesis suya que sostenía que la poesía peruana tendía en general a la «gravedad»?
15
un acontecimiento social y por ello es «natural» que refleje la realidad o la
«transparente», mostrando sus grietas en sintonía con el grado de desarrollo cultural del
país. En esta línea, se hallan Augusto Tamayo Vargas (la posición más radical en este
aspecto), Sebastián Salazar Bondy, Leonidas Cevallos y Luis Alberto Ratto (el menos
radical ya que en su prólogo da cuenta también de que su mayor preocupación es el
«ideal de belleza» y la relación entre el texto y el lector).
Estos dos paradigmas representan, pues, los caminos que habrían de seguir los
investigadores en sus posteriores análisis. Con respecto a Luis Hernández,
posteriormente sus poemas serían recogidos en los estudios de Alberto Escobar, en
Antología de la poesía peruana 1960-1973 (1973); Toro Montalvo, en Antología de la
poesía peruana del siglo XX, años 60/70 (1978), Ricardo Falla y Sonia Luz Carrillo, en
Curso de realidad. Proceso poético 1945-1980 (1988); James Higgins, en Hitos de la
poesía peruana. Siglo XX (1993); José Antonio Mazzotti y Miguel Ángel Zapata, en El
bosque de los huesos. Antología de la nueva poesía peruana 1963-1993 (1995); Ricardo
González Vigil, en Poesía peruana siglo XX. De los años 60 a nuestros días (1999);
Carlos López Degregori y Edgar O’Hara, en Generación poética del 60. Estudio y
10
Como apunta Carlos GARCÍA-BEDOYA, en «Alberto Escobar y los estudios literarios en el Perú» (San
Marcos, Lima, N°. 24, nueva época, primer semestre, 2006), marcharán a su lado o tras sus huellas Luis
Jaime Cisneros, Armando Zubizarreta, José Miguel Oviedo, Antonio Cornejo Polar, Tomás Escajadillo,
Julio Ortega, Raúl Bueno, entre otros.
16
muestra (1998); entre otros más actuales, algunos manteniendo la esencia de los
paradigmas aquí planteados, algunos radicalizándolos y otros realizando nuevos aportes
enriqueciéndonos desde el campo que hoy conocemos (y que en aquellos años recién
emergía) como los estudios culturales.
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍA PRIMARIA
BENDEZÚ, Francisco
1966 «Reseña a Las constelaciones de Luis Hernández Camarero». Oiga, N.° 173,
Lima, 6 de mayo de 1966, p. 22.
CARRILLO ESPEJO, Francisco (comp.)
1965 Antología de la poesía peruana joven. Lima: Ediciones de la Rama Florida.
CEVALLOS MESONES, Leonidas
1967 Los nuevos. Miraflores: Editorial Universitaria.
CISNEROS, Antonio
1966 «Reseña a Las constelaciones». Letras, Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, N.° 76-77, primer y segundo semestres de 1966, Lima, pp. 337-339.
ESCOBAR, Alberto.
1965 Antología de la poesía peruana. [Prólogo, selección y notas de Alberto
Escobar]. Lima: Nuevo Mundo.
HERNÁNDEZ, Luis
1962 Charlie Melnik. Lima: El Timonel; La Rama Florida.
1965 Las constelaciones. Trujillo: Cuadernos Trimestrales de Poesía, diciembre de
1965, N.° 36,
1983 Obra poética completa. 2da ed. [Edición ampliada con nuevos textos recogidos
por Nicolás Yerovi; prólogo de Javier Sologuren; edición y notas de Ernesto
Mora]. Lima: Punto y Trama.
NÚÑEZ, Estuardo
1961 Poesía peruana 1960. Antología. Lima: Facultad de Letras y Ciencias
Humanas, Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
ORTEGA, Julio
1971 Imagen de la literatura peruana actual, 1968. Tomo III. Lima: Editorial
Universitaria.
RATTO, Luis Alberto
1963 «Prólogo». SOLOGUREN, Javier. (Comp.) Poesía. Lima. Ediciones del Sol.
SALAZAR BONDY, Sebastián
1964 Mil años de poesía peruana. Lima: Populibros.
TAMAYO VARGAS, Augusto
1962 La poesía contemporánea en el Perú. Lima: Ediciones Departamento de
Extensión Cultural Universitaria.
1970 Nueva poesía peruana. Antología. Barcelona: Ed. Saturno.
17
BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA
CABEL MOSCOSO, Domingo Jesús
1980 Bibliografía de la poesía peruana 65/79. Lima: Amaru Editores.
CORNEJO POLAR, Antonio
1966 «Una antología de la poesía peruana». Letras, Año XXXVIII, Lima, N°. 76-77,
pp. 255-260.
1981 Literatura y sociedad en el Perú I. Cuestionamiento de la crítica. Lima: Hueso
Húmero
CYSARZ, Herbert
1930 «Los periodos de la ciencia literaria». En: Ermatinger, Emil (comp.). Filosofía
de la ciencia literaria. México: Fondo de Cultura Económica, pp. 93-135.
DÍAZ CABALLERO, Jesús y otros
1990 «El Perú crítico: utopía y realidad». Revista de Crítica Literaria
Latinoamericana. Año XVI, N°. 31-32, Lima, pp. 171-218.
EAGLETON, Terry
2005 Después de la teoría. [Traducción de Ricardo García Pérez]. Barcelona:
Limpergraf Mogola.
GARCÍA-BEDOYA, Carlos
2006 «Alberto Escobar y los estudios literarios en el Perú». San Marcos, nueva
época, primer semestre del 2006, Lima, N°. 24.
2007 «El canon literario peruano». Letras, N°. 78 (113), pp. 7-24.
GONZÁLEZ MONTES, Antonio
1996 «La crítica literaria peruana en el año 2000». ALMA MATER, N°. 12: 2-38,
Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pp. 25-38.
HUAMÁN, Miguel Ángel
1994 «La rebelión del margen: poesía peruana de los setentas». Revista de crítica
literaria latinoamericana, Año XX, 1er semestre de 1994, Lima, N°. 39, pp.
267-291.
LUKÁCS, György
1980 «Dos reflexiones sobre literatura». [Traducción de José Ignacio López Soria].
Hueso Húmero, abril-setiembre, N°. 5-6, Lima, Francisco Campodónico editor
y Mosca Azul Editores, pp. 45-53.
MAMANI MACEDO, Mauro
2005 «El campo de la crítica literaria peruana». Tinta Expresa. Revista de Literatura,
Año 1, Lima, N°. 1, pp. 36-44.
MARTÍN NOGALES, José Luis
1979 La narrativa de Vargas Llosa: un acercamiento estilístico. Madrid: Gredos.
NORIEGA, Julio
1993 «La crítica literaria es una disciplina en ebullición». Entrevista de Julio Noriega
a Antonio Cornejo Polar. Letras, sección «Diálogos», primer y segundo
semestres de 1993, Año 64, N°. 92-93, pp. 375-385.
18
ORIHUELA, Carlos
2006 «La poesía peruana de los 60 y 70: dos etapas en la ruta hacia el sujeto
descentrado y la conversacionalidad». A contracorriente, vol. 4, N°. 1, pp. 67-
85.
PETERSON, Julius
1930 «Las generaciones literarias». ERMATINGER, Emil (comp.) Filosofía de la
ciencia literaria. México: Fondo de Cultura Económica, pp. 137-193.
19