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El autor se presenta a sí mismo como un hombre “que no disimulaba mis ideas " ;
lo que hizo muy peligrosa su estancia en Paita, en medio de “mulatos famosos,
durante la guerra de independencia, por las atrocidades que cometieron con las
tropas de la República y por su devoción a la causa realista". Ahora bien, no cree
incurrir en contradicción cuando dice, poco después, que salió de Pasto:
“Teniendo en cuenta que había permanecido en medio de una población tan hostil
al ejército republicano, si alguien me hubiese preguntado cómo me había ido, le
habría respondido como Sieyes después de El Terror: "Viví".
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En todas las circunstancias, aun en las que encerraban mayor riesgo para su vida,
el autor dice haberse comportado como un hombre valiente y decidido, hasta el
punto de que recoge pesaroso un caso en el cual incurrió en la flaqueza de no
haber hecho operar, sin su consentimiento, a un obrero galés víctima de un
extraño accidente: “En mi situación yo podía actuar como lo considerara mejor, no
lo hice y procedí mal”.
El ser intolerante con la propia flaqueza parecía autorizarlo para arremeter contra
la de los demás, como para aplastar con su agudeza lapidaria a aquel señor
Lasso, arzobispo de Quito, “un santo varón de la más alta ignorancia. Dice haber
dado prueba de su entereza moral, igualmente, cuando supo alejarse a tiempo de
circunstancias que la habrían comprometido, como ocurrió cuando se encontró
envuelto en fiestas de muy dudoso gusto, que tendían a convertirse en ocasión
para dar rienda suelta a prácticas bárbaras, indecorosas o de mal gusto, como
sucedió en el caso de un " puro” quiteño que “llegó a proporciones monstruosas”,
o en una ocasión en la que tuvo lugar una escena ‘ ¡ escandalosa, inmoral, pero
dive rtida!”. Todo mientras él mismo sostenía con la inspiradora y promotora de
esos excesos “una relación platónica ".
Cosa bien d ifíci l, y probablemente hasta heroica, para quien así encontraba
fuerza de ánimo para retraerse de situaciones y ocasiones que podían
comprometer su integridad moral y por lo mismo disminuir su autoridad para
en juiciar, generalmente de manera implacable y hasta desmesurada, personajes
diversos y aun amigos. Más para un hombre que resultaba extremadamente
atractivo a las mujeres porque tenía “la fama de ser el oficial más flaco del estado
mayor”. El mismo que fue visitado nocturnamente por una atractiva dama que se
“quedaba conmigo una o dos horas, luego se iba por donde había llegado, es
decir; por la ventana"; y que al dejar él Mariquita le envió “una cadena de oro con
una nota que decía: " Consérvala, es todo lo que poseo”. El mismo a quien otra
dama le hizo una espontánea y sorpresiva “exposición de sí misma: era una bella
estatua, ¡Qué muslos ! ¡ Qué senos ! y todo proporcionado a su estatura, 1,58
metros ". Valga por cierto la ocasión para dejarnos la duda sobre qué admirar más:
el irresistible atractivo, el ojo artístico o la precisión del cient í fico. Nada de
extraño hubo por consiguiente, en que al partir de Cartago y Anserma dejó
“amigos y especialmente amigas que me vieron partir con tristeza ". Estado de
ánimo que seguramente embargó también a la bella, en Paita, " aquien mi
asistente Vicente me la traía por la noche”. Pero no debe creerse que no fue
capaz de inspirar un amor pu ro , como el que arraigó en aquella Catita, quiteña,
"pues éramos y seguimos siendo, los mejores amigos”, y que “sentía no tener la
pluma de San Agustín para expresarme cuán infeliz se sentía desde mi partida".
Sin duda influido por lo más notable y creativo de la estética del primer imperio
francés, es decir, el escote bajo, Boussingault se muestra en reiteradas ocasiones
como un admirador dedicado de los senos, en algunas ocasiones con un tono de
exquisitez, en otras, con apreciaciones más bien groseras. Nos cuenta, así de
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aquellas jóvenes y esbeltas indias chami, “bien proporcionadas, con senos que
miran al cielo, como bonitas estatuas y se mantienen así mientras no les venga la
menstruación". Buen conocedor de la materia, se comprende que se hallase una
vez en el trance en que lo puso una joven mulata “que no tenía sino un solo
defecto muy excusable: el de exigir que le admirara los senos, por cierto
irreprochables ya que ella tenía el sentido de su valor”. Felizmente, no era el caso
de aquella otra, tan solícita en atenderlo cual nodriza: " ¡ella misma estaba provista
de un magnífico aparato mamario! " . Lo que le hizo recordar, seguramente, a
aquella ubérrima Candelaria que le salvó de una fortísima intoxicación, sufrida al
examinar científicamente el jugo lechoso del ajuapar, tratándole tópicamente con
su leche, pero que “viendo que tenía dificultad para tomar los alimentos porque
mis labios estaban ulcerados, se le ocurrió darme de mamar: ¡era delicioso!” Pero
no le bastó con esta apreciación: “Yo aprovechaba el privilegio que tienen los
bebés de apretar y palpar el seno que los alimenta: ¡qué tetas! ¡Tenían el volumen
de una enorme calabaza!” Pero hubo más; ya restablecido, cuando se encontraba
con tan singular nodriza “la buena negra me llevaba a un rincón e insistía en que
tomara unos tragos de su leche, cosa que yo no habría podido rehusar”. La cosa
llegó al punto de que al observarle alguien que “un lactante que acariciaba a su
nodriza cometía algo así como un incesto”, estuvo cerca de producirse un duelo,
saliendo él en defensa de “un bello seno de ébano ".
¿ Por qué me detengo en estos aspectos? Por tres razones que estimo de interés:
En primer lugar, revelan una personalidad incapaz de incurrir en un déficit de
autoestima, lo que mucho importa para evaluar su juicio sobre todo en lo
concerniente a las mujeres. En segundo lugar, crea una sugestiva confusión entre
la que podría interpretarse como “candidez científica” y una maliciosa
aproximación a los demás. En tercer lugar, cabe observar, tomando en cuenta la
época cuando la obra fue escrita, que el relato se corresponde con lo que el gusto
francés de entonces esperaba de los viajeros franceses que les descubrían
nuevos mundos: una curiosa mezcla de observaciones científicas, juicios basados
en una irrenunciable conciencia de superioridad cultural y pasajes más o menos
escabrosos que dieran prueba del estereotipo del francés galante. ¿Cuánto
pesaron estas obligaciones en el testimonio del autor?.
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Luego de diez años en América, su regreso a Europa pasó poco menos que
inadvertido, en un escenario dominado por el prestigio de quien tan
generosamente lo había recomendado. No le fue fácil labrarse un lugar en el
mundo científico, pero, según las noticias, lo consiguió a base de tenacidad ,
genuino talento y creatividad demostrada. Pero este resultado no provino de su
“descubrimiento” de América sino de sus trabajos en agronomía y fisiología
vegetal. Ahora bien, el interés de Boussingault en estos campos, que le valió ser
considerado el fundador de la agronomía moderna, nació durante sus andanzas
americanas. Ocurrió mientras dirigía los trabajos en Río Sucio, en las minas del
Cerro de Marmato, en circunstancias que interesa apreciar: “La población negra
no alcanzaba para el trabajo; se trajo mano de obra de la provincia de Antioquia y
llegaban trayendo con ellos víveres para 45 días y luego regresaban para volver
de nuevo. Para tener obreros fijos, había necesidad de organizar su subsistencia
y fue así como se comenzó el gran cultivo de bananos en la hacienda de
Cucurusapé, en las orillas del Cauca. Se comenzó a desyerbar para sembrar
maíz, yuca y leguminosas y el comercio de Antioquia pronto aportó harina de trigo,
cacao y café. Al organizar esta agricultura tropical, comprendí que se debía pedir a
la tierra los alimentos indispensables para la población, en una palabra, que había
que cultivar para vivir. De esta época datan mis estudios de agronomía".
Se dio de esta manera una doble situación bien interesante: por una parte, el
interés que Boussingault no logró despertar en Europa, en razón de su
“descubrimiento humboldtiano de América " ; sí lo consiguió mediante el desarrollo
de una inquietud científica que le nació en tierra americana. Por otra parte, el
interés que su obra ha despertado en América no se ha debido a sus
observaciones científicas sino, justamente, a lo que expresamente declaró, como
veremos, que no era de su interés, es decir, la observación de la sociedad y de los
individuos, representados estos últimos, sobre todo, por Simón Bolívar y Manuelita
Sáenz.
El viajero, más que el aventurero, dice que había desdeñado una oferta del bajá
de Egipto consistente en 6.000 francos de sueldo y un grado en el ejército egipcio
acorde con ese sueldo. No aceptó porque “no me gustaba el Oriente “.
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sueldo, un grado equivalente a ese sueldo y mi transporte en un buque de guerra;
además, debía suscribir un contrato por cuatro años”. Pero el autor advierte que
también hubo razones científicas:“Como yo no conocía sino los volcanes
apagados de Auvernia y en los Andes abundaban los activos, no vacilé en
lanzarme a la aventura".
Así , hay también espacio para la fantasía de América, en un juego alusivo a las
maravillas de este continente narradas por los cronistas de Indias y para el desdén
por las actividades políticas e ideológicas de los criollos americanos. En 1824, en
una choza cercana del Río Sucio “habíamos comenzado una descripción de las
maravillas de América meridional y cada uno ponía lo suyo: El río Cauca ofrece el
fenómeno de tener una de sus riberas plantada de caña de azúcar y la opuesta
con limoneros y naranjos ; al venir la maduración de las frutas botábamos al agua
los limones, las naranjas y la caña de azúcar y el Cauca se convertía en un río de
limonada”’. Por su parte, los conspiradores del 25 de septiembre de 1828 quedan
sepultados con el siguiente epitafio puesto por el autor : “los conspiradores eran
simplemente unos exaltados ambiciosos".
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Las circunstancias. Los acontecimientos en los cuales se desenvolvió
Boussingault y produjo su obra formaron una doble vertiente. Una estuvo
integrada por la acelerada y cruenta secuencia de cambios sociopolíticos en la
cual se formó y actuó como súbdito y ciudadano de Francia. La otra, por el cambio
operado en la percepción europea de la situación de las antiguas colonias
españolas de América, entre el momento de su experiencia americana y el
momento cuando presenta su recuerdo de ella.
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culottes de Marsella en 1793 ", que participó en la conjura septembrina de 1828. 0
el de Gabriel de la Roche, que “había servido con los comuneros de Francia y
emigró, durante la revolución, siendo de los pocos que pasaron a América”. Pero
sobre todo el caso del cura de Nóvita, el padre Cañaste, “un hombre original, gran
entusiasta de la Revolución francesa; sobre las paredes de su habitación había
hecho pintar los acontecimientos más destacados del terror, entre ellos la
ejecución del desafortunado Luis XVI”.
Lo que hace exclamar al autor: “Francamente, yo no esperaba ver pinturas de este
estilo, en medio de una selva del Nuevo Mundo. De esta manera, entre desdeñosa
e irónica, subrayando lo pintoresco si no lo insólito, pero siempre con procurado
desinterés, la presencia de la Revolución francesa queda recluida en la anécdota.
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cuadro de desorden que abrumaba la pretendida libertad; Simón Bolívar echó
mano de la dictadura en 1828 y derogó los principios liberales por los cuales se
había luchado. Mientras tanto, el clima ideológico europeo hacía prevalecer la
aspiración de orden sobre la de libertad, en todo caso, sobre la libertad a la
hispanoamericana.
El informe del naturalista sigue la pauta del elaborado por Humboldt. Por
supuesto, no así el conjunto de la obra, dada la presencia de los otros
componentes. Nada de sorprendente hay en lo primero, puesto que el ilustre
naturalista fue el promotor de la empresa científica. “Humboldt se interesaba
vivamente en nuestra expedición: debíamos recorrer los sitios por él visitados
hacía 20 años y residir allí para completar algunas de las observaciones que había
hecho. Los progresos científicos que se habían hecho en geología y en geografía
desde su viaje memorable, exigían una revisión cuidadosa de los terrenos sobre
los cuales pasó muy rápidamente y de las posiciones geográficas que no habían
sido determinadas con una precisión suficiente”. Por otra parte, en carta del 21 de
agosto de 1822 Humboldt aseguró a Boussingault que un compromiso suyo con el
rey de Prusia “no cambiará en nada los proyectos que deben reunirme con usted
en el Nuevo Mundo”, pues al parecer el sabio había concebido la idea de radicarse
en México junto con algunos de sus discípulos. Se esclarece de esta manera uno
de los aspectos no expresos del contrato colombiano, tal como lo presenta el
autor.
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Ahora bien, este propósito científico se compagina mal con el hecho de que se va
definiendo a lo largo de un relato en el cual su autor se muestra frecuentemente
como un chismoso que aprovecha sus memorias para saldar cuentas con el
pasado, también en Francia, en relación con hechos ocurridos tan tempranamente
como en 1815 y refiriéndose a la conducta política de colegas suyos, hombres de
ciencia, tales como Claude Berthollet (1748-1822), Georges Cuvier (1769-1832) y
Pierre Simon Laplace (1749-1827). Respecto a este último es extremadamente
duro. Es decir, Boussingault da testimonio, de igual manera que lo da sobre los
hechos y actitudes que conoció mucho más tarde, sobre hechos y conductas que
tuvieron lugar cuando él apenas contaba 13 años y sobre los cuales escribió
medio siglo más tarde, puesto que él apunta: “Hoy, cuando escribo estas líneas
(sus Memorias), quedamos pocos sobrevivientes” de los que iniciaron la Escuela
de Minas de Saint-Etienne en 1816.
Pero son numerosos los testimonios directos que revelan una visión equilibrada de
sucesos y personajes. Así, por ejemplo, cuando describe aspectos del sitio de
Puerto Cabello, puesto por Páez, y el aspecto del ejército sitiador. “Los extranjeros
que no habían hecho la guerra, se sorprendían del aspecto miserable del ejército
colombiano. Olvidaban que estaba en campaña desde hacía más de dos años y ni
en Europa hubiese estado en mejores condiciones, después de haber soportado
tantas fatigas y privaciones”. Igual cuando dice de unos conscriptos que vio
ejercitándose. “Pobres diablos estos indios, sin sombra de una opinión política, sin
el menor patriotismo, para hacerlos marchar contra los españoles tan pronto
supieran disparar un tiro de fusil”. De especial interés es su apreciación de la
Conquista de América, apartándose en ella de la visión nada benévola que sobre
este tema reinaba entonces en la historiografía francesa: “Los castellanos del siglo
XVI demostraron en la conquista de la Nueva Granada el mismo valor y
perseverancia que desarrollaron los conquistadores de México y del Perú". Cabría
añadir muchas muestras. Por ejemplo, las referidas a la alimentación de los
llaneros; a la Campaña de la Nueva Granada, que califica de “célebre campaña
que había sido concebida y ejecutada con notable decisión e intrepidez ”; al pan
que comió en Bogotá, “mucho mejor que el pan francés, cuya reputación, para mi
es inmerecida " a la reacción contra Simón Bolívar en el Perú y en Pasto. Estimo
muy reveladora su apreciación de que: “Bolívar se afectó profundamente con los
sucesos del 25 de septiembre (de 1828) y puede decirse que aun cuando escapó
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de milagro, fue realmente asesinado porque a partir de esa fecha su salud declinó
muy rápidamente”.
Quizá para asombrar, a la francesa, a sus posibles lectores; quizá para abonar su
compromiso de veracidad, el relato del viajero se apoya lo mismo en la crudeza
que en la referencia a fuentes y en el recurso a la autoridad para él incontestable.
Es la crudeza con que recuerda y describe “los indispensables lugares secretos”
que para los hombres estaban al “aire libre” pero que para su uso se convirtieron
en “la casa secreta" y de la que desaparecían los maculados fragmentos
delMorning Herald, el Times y La Gaceta Nacional, porque “ ¡ el papel era muy
raro en Sonsón!”. De igual manera es minucioso en la descripción de las
costumbres de las “mujeres de vida alegre” de las clases alta y baja, como se
pretende picaresco al sugerirle al doctor Cheyne, luego de desabotonarle el
uniforme a la falsa coronel Manuelita Sáenz, cuando se cayó del caballo: “¡Haga
una exploración, ya que usted tiene conocimiento de los seres!”. El naturalista y
viajero refiere sus asertos a fuentes: “Las crónicas " ; Ulloa, Codazzi, La
Condamine y Bougueur, Humboldt, Jacinto Morán y Tomás de Gijón. Pero al
tratarse de la conocida anécdota con que ilustra el desenfado de Manuelita Sáenz
al mostrarle el bordado de su camisa, ampara su veracidad en una curiosa
invocación de la autoridad: “Tiempo después, durante una escena en la casa de
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Poncelet (Jean Víctor, general y matemático, 1788-1867), Arago (François, 1786-
1853) contaba esta historia al edecán de Luis Felipe, general Baudrad,
añadiendo : "¡ Esto no se inventa! " Lo que tal vez querría decir, que ¡aprueba de
la veracidad se encontraba en lo extraordinario de lo sucedido". ¡Cómo podría no
serlo algo que el insigne Arago consideraba cierto! .
Pero la primera condición que debe satisfacer una memoria es la acreditación del
testigo en lo concerniente a su idoneidad y a su objetividad. Lo primero tiene que
ver con la aptitud del testigo para captare el objeto de su testimonio. Ahora bien,
nada satisface mejor este requisito que el reconocimiento procedente de una
autoridad indiscutida. En este caso, el interés de Humboldt, reiteradamente
invocado por Boussingault, no dejaría duda alguna acerca de que el más
reconocido naturalista de su época consideraba a nuestro joven autor apto para
darle continuidad y comprobación a su propia obra. Pero faltaba algo: era
necesario delimitar el campo en el cual se demostraría el fundamento de esa
confianza en el espíritu y la aptitud científicas del autor. Para esto debe precisarse,
preferiblemente dando prueba de modestia científica, el alcance del
propósito: “Le j os de mí la idea de publicar el diario de una larga residencia. Me
limitaré a describir las observaciones recogidas en el curso de excursiones
frecuentes y contar algunos acontecimientos surgidos durante la guerra de
Independencia ". Este era su propósito, al menos cuando llegó a Caracas, el 7 de
diciembre de 1821. Lo formuló con más precisión en carta a su tío fechada
Bogotá, 9 de diciembre de 1824: ‘Mi posición en Colombia es muy agradable.
Usted conoce a España y los pocos recursos que ofrece; aquí es todavía peor,
pero eso no me importa nada a mí, teniendo en cuenta que la sociedad de este
país no es el objeto de mi viaje. En cuanto al país en sí; ¡es lo más bello del
mundo!” Marcando la continuidad de su propósito, al iniciar su viaje a Ecuador, en
1830, ofrece: “No contaré por orden cronológico los incidentes de los que fui
testigo algunas veces y algunas veces actor, pero hablaré de ellos a medida que
el recuerdo llegue a mi memoria, es decir, que trazaré un simple itinerario de mi
travesía del Valle del Cauca al Ecuador, recordando que tenía por principal objeto
el estudio de los fenómenos naturales y, como accesorio, la descripción de la
sociedad mezclada con la que conviví en las cordilleras. Esas serán, si se me
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permite decirlo, las indiscreciones del viajero”. Al decir esto ¿buscaba el autor tan
sólo orientar acerca del valor de su testimonio sobre la sociedad? Creo razonable
pensar que no hacía sino responder al patrón formado por los naturalistas del siglo
XIX en su aproximación a lo americano, patrón que comenzó a formarse con los
trabajos y los recuerdos de Humboldt y que llegó a adquirir visos de detestable.
Consiste en que la naturaleza era mirada con interés, y en ocasiones con
asombro, mientras que los hombres quedaban arropados, en el mejor de los
casos, por una benevolencia desdeñosa, más proclive a sobrevalorar lo tenido por
pintoresco que a estimular la comprensión de lo substancial.
Las costumbres eran el terreno predilecto para dar curso a semejante actitud. Por
ello se justificaba, para el autor, el presentar “a la señora de Páez” tomando y
ofreciendo chimó mientras decía "¿ Quiere tomar de mi vicio?”, al igual que a las
“jóvenes y atractivas señoritas de Mérida” dejándose crecer desmesuradamente la
uña del dedo meñique para con ella servirse chimó. Así , al detenerse a comentar
sobre “los indispensables lugares secretos para los cuales los colonos mostraron
siempre una viva repugnancia”; a la “costumbre” de las mujeres de andar
descalzas; a la transformación de una recepción en el llamado " puro ", que
llegaba a ser una “verdadera orgía, especie de bacanal, en donde las damas de la
alta sociedad que generalmente bebían solamente agua, caían en una semí-
borrachera”.
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apreciación en un área de su predilección.’ “Las damas importantes de Bogotá son
generalmente bellas, frágiles, delicadas y anémicas, a consecuencia de un
régimen de alimentos poco substancioso, mucho azúcar, frutas y poca carne. Su
débil constitución forma un contraste con la robustez de las mujeres del pueblo
con su tez rozagante, con ojos y cabellos negros y músculos muy acentuados”. No
omite el autor describir los alimentos habituales de indios y llaneros, así como los
de los habitantes de las regiones selváticas y, muy detalladamente, la pitanza de
los bogas del Magdalena. En esta materia también marca su nivel cultural el autor,
acreditando su capacidad crítica. Para ello nos informa que una vez convaleció de
fiebres dedicado al noble ejercicio de hacer “extractos de libros de cocina”; y
contrasta, aunque benevolente, su pobre comida con el menú, publicado por
el Morning Herald, de un banquete ofrecido al alcalde de Londres por la
corporación de los sastres: “sopa de tortuga, roast-beaf, etc.; era como
una ironía... un bizcocho de casabe y una tortilla de maíz me parecieron también
muy agradables, además tenía chicha, vino de los indígenas y tabaco”.
Con especial dureza observa y juzga la vida de los religiosos y sus conclusiones
no pueden ser más definitivas. Refiriéndose a Bogotá afirma: “La clerecía era
licenciosa e inmoral. Lossacerdotes y los monjes tenían concubinas
descaradamente ovivían mantalmente con ellas”. Dice haber sido frecuente
comensal del obispo Salvador, de Popayán, “quien era un español ilustrado y
correcto, pero un realista furibundo”... “cuyo vino era delicioso, el servicio de mesa
atendido con el mejor de los gustos y la cocina excelente”. Además, el grato
anfitrión “vivía honorablemente, con una dama que ya no era de primera juventud”,
y se decía de él, según el autor una calumnia inaudita pero que recoge, que solía
dormir entre “bayoneta” y “bayonetica”, dos ñapangas que eran madre e hija.
Nada fa l ta en esta materia: “Las alcahuetas, generalmente vestidas con hábito
de alguna orden religiosa ". “En Quito, como en todas las ciudades de las
cordilleras, a los primeros tañidos del Angelus, se ven salir ‘amigas’ que van a
pasar algunos instantes con “amigos”. Es decir, había correspondencia entre la
moral de la gente de iglesia y la moral pública: “La policía de Bogotá, lo mismo que
sucede en las ciudades españolas, no protegía a nadie; se robaba impunemente y
hubo tantos ataques nocturnos y asesinatos, que el congreso de 1823 decretó la
pena de muerte contra los ladrones”. La moral pública relajada se expresaba en
“esos bastardos que acogían las familias criollas”; en el crimen cuyo comentario
era “ iQué belleza de puñalada!” o en la noción del pecado y en la ignorancia
religiosa: “Yo conocí más de una bella pecadora que me decía confidencialmente.
“Yo peco, me ponen una penitencia, no la cumplo y vuelvo a empezar”.
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devoto " ; uno de los oficiales del memorialista “estaba ‘amañado’ con una mujer
blanca, una niña de 16 años, fresca como una rosa, que él había importado para
su uso, como estaba permitido entre nosotros”. Pero las debilidades del
observador incidental de la sociedad que pretende haber sido Boussingault, no
deben conducirnos al error de subestimar su capacidad crítica. Esta se manifiesta
en relación con una gama de situaciones, acontecimientos y procesos que
motivaron apreciaciones y juicios certeros, confirmados no sólo por otros
observadores sino también por la investigación histórica crítica. Es más, dio
pruebas de que su sentido crítico funcionaba tanto para fenómenos sociales de
difícil captación directa, como para los hechos singulares, a veces de reducida
proyección histórica pero reveladores de la postura del crítico.
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gentes sobrias, sumisas y leales que mantenían a respetuosa distancia los 150
obreros europeos, hombres turbulentos, aficionados al licor en su mayoría”; que
“se declararon en huelga”. Pero el contraste desfavorable a Europa fue advertido
también en la moral : describiendo una borrachera de indios, hombres y mujeres,
apunta: “Pero no había durante este episodio, ningún acto obsceno; lo que no
habría faltado si fuera en Europa”.
A esta autonomía crítica se añadirían los criterios de apoyo: el haber sido testigo
directo, como declara haberlo sido, del saqueo de Pasto ordenado por Simón
Bolívar, y, por extensión, de su propósito científico de informar “sencillamente los
hechos como los tengo registrados”. No obstante, incurre en generalizaciones
abusivas: al visitar una casa en Cartago, asienta que ésta "puede dar una idea de
la vida en América meridional”; y al comentar un intento de asesinato por
envenenamiento: “Yo estoy convencido de que los casos de envenenamiento son
muy frecuentes en América meridional, especialmente en las localidades aisladas
donde el criminal está seguro de su impunidad”.
Pero todo el esfuerzo que hace Boussingault por acreditarse como un observador
y crítico veraz se ve contrariado por su gusto por el chisme y su demostrada
malicia, a la manera de esta observación hecha en París, en 1821: “La señora Zea
era muy joven todavía y de una rara belleza”... “estaba llena de salud, pero la
atendía asiduamente un joven médico mexicano". En este terreno el naturalista no
deja pasar ocasión de exhibir lo que los franceses denominan sprit, pero que
fácilmente deriva hacia el chisme y la chabacanería. Así, comenta acerca del
atractivo que ejercían los equilibristas sobre las mujeres y de cómo un doctor “se
convirtió en el equilibrista” de una señorita; de la buena señora, “mujer muy digna
a quien vi luego atendiendo a enfermos y convalecientes, sobre todo cuando eran
jóvenes”; del joven castrado apreciado por las señoras “por una razón bien
conocida por los fisiólogos”, mientras “decía una mujer liviana: “es
verdaderamente delicioso este pobre inútil, te aseguro que se debería hacer
castrar a nuestros maridos”. Pero de ese nivel hasta cierto punto intrascendente,
la maledicencia se hace irresponsable cuando se ejerce generalizando o cuando
tiene blanco individual determinado. En el primer caso se da la calificación
irresponsable: “Al habitante de Antioquia se le designa con el nombre
de ‘maicero’. Las ‘maiceras’ son bonitas y tienen la reputación de ser esposas
virtuosas y excelentes madres; las madres son buenas en todas partes, pero en
cuanto a la virtud, yo no quiero comprometerme... “Igualmente al arrojar la
sospecha de sadomasoquismo sobre los habitantes de Pasto que se encerraban
en una iglesia, cuando menos una vez al mes, " para meditar, orar y flagelarse.
Creo, sin tener la prueba, que pasan cosas curiosas entre los flagelados y
flageladas, porque los sexos se dan fuerte recíprocamente”. Al individualizar,
agrede, como cuando pone de por medio la expresa admiración que le causaba el
mariscal Sucre para decimos que el 4 de julio de 1831 conoció al general Barriga,
“quien venía de casarse con la viuda del gran mariscal Sucre (asesinado el 4 de
junio de 1830) y quien se hallaba allí completamente consolada”. La chabacanería,
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disfrazada de ingenio, brota cuando recoge la información sobre la única empresa
exitosa del padre Bonafonte, de Río Sucio, consistente en un horrible “burro
reproductor, cuyo oficio era procrear muletos”; y gracias a cuyo ardor el padre
podía sostener sus buenas obras.
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correspondencia, que demostraba una piadosa admiración por su confesor,
contenía la confesión de algunas faltas evidentemente imaginarias. Habría sido
indigno divulgarlas, ¡se habría violado el secreto de la confesión! Por lo tanto
quemé las cartas. Creo que fue una laudable resolución tomada por un
comandante de filibusteros que llegaba apenas a sus 22 años”.
Fueron pasados por la pluma de Boussingault, si así puede decirse, y con muy
diversa suerte, Francisco Antonio Zea, José Antonio Páez, Francisco Tomás
Morales, Leonardo Infante, Francisco de Paula Santander, Rafael Urdaneta, José
María Obando, Salvador obispo de Popayán, Gabriel García Moreno, Antonio José
de Sucre, Juan José Flores, etc. En estos retratos se combinan la presuntuosidad
del joven, el desenfado de quien juzga no sólo desde fuera sino también desde
arriba, el dispensador de censura y de reconocimiento, pero también, y no en
pocos casos, la certera mirada de quien si bien observó a los veinte años juzgó
finalmente pasados los setenta. Y ésta es quizá la cuestión central de este
prólogo. ¿Jugaron esos dos tiempos de la memoria al juzgar a Simón Bolívar y a
Manuelita Sáenz o funcionaron sólo para el primero, puesto que aun hoy
funcionan con dificultad para la segunda? ¿Podía Boussingault verlos con otros
medios que los empleados para observar a los personales menores. malicia,
chismorreo, benevolencia desdeñosa, etc., y juzgarlos con otros criterios,
aceptables para quienes reverencian acríticamente la memoria de Simón
Bolívar?.
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malicioso, que gozó en Europa de una gran fama fundada en un prestigio
auténtico, no muy buen político y excelente “guerrillero”, merecedor de un sereno
juicio crítico y de respeto a su memoria admirable.
Pero, con toda lealtad, debo advertir al lector de estas Memorias que le aguarda
una tarea crítica nada fácil. Tiene en sus manos no sólo la obra cuya composición
he intentado presentarle y no solamente el testimonio de un observador cuyos
rasgos sobresalientes he inventariado. Tiene en sus manos, sobre todo, una obra
que ha sido objeto de un generalizado rechazo y hasta de una prejuiciada
condena que, como todas las condenas prejuiciadas, terminó en el fuego no tanto
con el propósito de borrar la falta del condenado como con el de borrar la culpa de
quien ordenó encender la hoguera, pues un triste momento hubo cuando parte de
esta obra fue arrojada al incinerador * .
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INTRODUCCIÓN
ESTAS MEMORIAS
Admirables y sorprendentes, sin duda, nos parecen estas Memorias del J. B.
Boussingault, que el Banco de la República entrega a los lectores en traducción
limpia y escrupulosa de don Alexander Koppel de León. Hasta donde se sabe, es
la primera vez que se edita completo en castellano este texto, pues ya en
Venezuela se había traducido y publicado tiempo atrás la parte pertinente a ese
país. Cosa, en realidad, inexplicable. Esta manera de fraccionar con miras
particulares los libros de los viajeros, no sólo desvirtúa la finalidad ampliamente
divulgadora de unas observaciones personales y de unos hallazgos científicos que
a todo el mundo interesan, sino que reduce arbitrariamente, por falsas
consideraciones nacionalistas, el valor histórico de un legado cultural que
pertenece por igual a todas las gentes y, obviamente, a todos los países que, por
razones naturales francamente comprensibles, se interesan en los varios asuntos
de que se ocuparon estos viajeros.
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¿Detrás de esa masa, si por ventura algún día dejaba de ser impenetrable, qué iba
a encontrar quien prodigiosamente la transpusiera? Asia, según la anota
O’Gorman, despertaba en la Europa medieval “la más intensa curiosidad científica
y religiosa por la variedad, riqueza y extravagancia de su flora y fauna, por su
antropología teratológica, por las civilizaciones que albergaba, por la fantástica
opulencia de sus palacios y ciudades, por los tesoros y poderío de sus señores y
potentados; y porque Asia, cuna de la humanidad y escenario de la época
primaveral del hombre, mostraba la huella de cuando Dios, como una deidad
homérica, intervenía, visible y tangible, en lo historia. Allá en el lejano oriente
inaccesible, donde el mundo vio la luz primera, se localizaban las temibles tierras
de Gog y Magog, el Ofir fabuloso de donde procedían los tesoros de Salomón; la
milagrosa sepultura de Tomás Apóstol, el asiento y corte del Gran Kan y del Rey-
Sacerdote, y allí, sobre todo, el paraíso terrenal, fuente de los ríos del mundo,
deslumbrante y prohibida joya de la naturaleza, cuya ubicación constituía el más
obsesionante problema para el viajero y para el geógrafo ".
¿En qué se parecía esa visión asiática del europeo, a la realidad de ese mundo
que puso al descubierto Cristóbal Colón? El interrogante, con todo lo sorprendente
y espectacular que parezca, bien puede ser resuelto, para nuestro intento, de una
manera simple y sencilla: salvo lo pertinente a Tomás Apóstol, al Gran Kan y al
Rey-Sacerdote, todo lo demás corresponde en América, en riqueza y en belleza, a
cuanto pueda encomiarse del Oriente fabuloso. Una tierra virgen, sellada y
guardada en sí misma, con fauna y flora sorprendentes, con sistemas
hidrográficas y orográficos no imaginables, y con unos depósitos minerales como
el propio Oriente no pudo poseerlos más abundantes. Y sobre todo, su población
nativa, y sus dinastías, y sus reyes, y sus sacerdotes, y sus templos, y sus dioses
y sus prácticas religiosas, y su prodigioso arte de la orfebrería, y la estatuaria, y la
cerámica, y los tejidos, y cien cosas más que los antropólogos y etnólogos sacan a
diario a la luz para pasmo de estudiosos e investigadores del viejo mundo.
20
Los pobladores naturales de América, sorprendidos en la mitad de su noche por
los implacables invasores, cayeron en postración progresiva, a tiempo que se
avanzaba en el vasallaje de los espíritus, y se suplantaba con un pecaminoso
mestizaje la pureza primigenia de la raza, y se destronaban los dioses tutelares, y
se destruían los imperios, y se desarticulaban las sociedades indígenas, y se
envilecía el trabajo esclavizándolo, y se arruinaba la vida, y se entronizaba, al
parecer ya para siempre, el lívido espectro de la violencia. El americano indígena
que sobrevivió a esa empresa colonial de sangre y espíritu, que España
protagonizó del propio modo como lo hubiera hecho cualquiera otra nación de su
mismo ámbito histórico y cultural, se refugió al final en su soledad, y guarecido en
sus selvas y montañas, y enajenado del mundo bajo cerrojo en sus míseros
poblados, dejó pasar con indiferencia los días, al propio tiempo altanero y
humillado. El español, a su turno, desempeñaba como le parecía su papel de
señor dominador. El gobierno le era asignado a él, como una derivación un tanto
sacrílega del derecho divino de los reyes. Era el supremo dispensador de los
bienes y los males, que repartía, es justo reconocerlo, tan equitativamente como
podía permitírselo su sentido personal y particular de la justicia. Hasta que se
llegó, por estos caminos y por tales procedimientos, a configurar lo que
eufemísticamente se denomina La Colonia.
21
La América colonial subsistió, en sus primordiales características, salvo,
naturalmente, las formas de gobierno que adoptó a partir de las guerras de
independencia, hasta bien adelantado el siglo XIX. Aún hoy día, ya para finalizar el
siglo XX, no sorprende encontrar en ciertas regiones de América, de la América
india y mestiza, retazos muy definidos de la vida y las costumbres de los
pobladores del tiempo inmediatamente siguiente al Descubrimiento. Y subsisten
esos rasgos todavía porque la pobreza del indígena, que es; en parte,
consecuencia innegable de su propia idiosincrasia, se ve agravada por una
organización social que cuando no la repudia abiertamente, la mantiene
sigilosamente en el olvido. Ir hacia dentro de esa fenomenal maraña que es
América, que es la vida en América, la de ayer sobre todo, pero también en
muchos aspectos la de hoy, es enfrentarse a unas realidades naturales, humanas
e históricas, que cuesta trabajo compaginar con las de un mundo como el
europeo, cuya civilización, cultura y progreso han rendido sin medida los
espléndidos frutos de una evolución varias veces milenaria.
Llegar hasta estas tierras recién rescatadas providencialmente del fondo del mar
tenebroso, y proyectarlas en lo que son, o en lo que se presume que son, a través
de una conciencia esmeradamente educada para una vida de altos
comprometimientos intelectuales, es casi un imposible moral por la
incompatibilidad de términos y valores que una confrontación semejante plantea.
De un lado se viene de la más antigua y encumbrada tradición humanística, con
creencias y convicciones históricas lúcidamente arraigadas en la conciencia
individual y colectiva, y del otro se está en un mundo recién creado, asombroso y
desconocido, sin raíces fácilmente identificables, con unas formas de sociedad y
de vida que, comparativamente con las europeas de ese tiempo, hacen pensar en
la primera edad del hombre, superada apenas ligeramente la etapa de las
comunidades migratorias.
22
de buena ley, con miras, casi siempre, a la satisfacción de elevados empeños
apostólicos y misionales, —Bartolomé de las Casas, Juan de Castellanos,
Fernández de Oviedo, Cieza de León, José de Acosta, Pedro Aguado, Pedro
Simón, Lucas Fernández de Piedrahita, entre otros muchos—, los viajeros eran, a
su vez, hombres de estudio, de serias disciplinas intelectuales, encaminados casi
todos a indagar científicamente la naturaleza de cuanto en sus diversas formas les
ofrecía la tierra americana. Basta, pues, una pequeña reflexión para entender esa
diferencia, siendo preciso advertir, sin embargo, que ni los científicos se mostraron
indiferentes ante los fenómenos religiosos, políticos o sociales, ni los cronistas
ante lo que era propio de la naturaleza física, y en particular de la minería, la fauna
y la flora. Todos a una, cronistas y viajeros, se esmeraron, además, por conocer a
fondo la tradición, formación y cultura de los pueblos aborígenes, y de ese
empeño se encuentran admirables demostraciones en sus libros.
Si se repasan las bibliografías que se han editado en Colombia y sobre todo las
muy sobresalientes de Gabriel Giraldo Jaramillo, se advertirá cómo el número de
los viajeros es bastante considerable. Los hubo de distintas
nacionalidades: ingleses, alemanes, holandeses, suecos, franceses, etc., etc. La
sola mención de algunos nombres franceses permite formar una idea de lo que
significa en su conjunto este grupo de observadores extranjeros del pasado siglo,
y los estudios con que favorecieron los avances de la ciencia en el conocimiento
del mundo americano.
Brettes, Comte Joseph de. — “Chez les indiens du Nord de la Colombie. Six ans
d’explorations”. Le Tour du Monde. París. -1898.
23
Etienne, C. P. — “La Nouvelle Grenade. Aperçu Genéral sur la Colombie et Récits
de voyages en Amérique”. París. 1828.
“Con los viajeros del siglo pasado —dice Eduardo Acevedo Latorre—, nació la
geografía descriptiva, en la que fueron maestros los franceses. Geógrafos y
geólogos, botánicos y naturalistas recorrieron muchos kilómetros haciendo acopio
de informaciones y experiencias que luego presentaron en la amena y rica
literatura de viajes que no es otra cosa que geografía de la más pura calidad”. Y
en otro aparte de la Presentación de la Geografía Pintoresca de Colombia dice
Acevedo: “A comienzos del siglo XIX apenas si se había logrado conocer la tierra
24
en su configuración y grandes lineamientos, mas faltaba mucho por investigar en
el interior de los continentes. Se ignoraba el nacimiento de los grandes ríos se
desconocía el rumbo y altura de los grandes ramales orográficos, nada se sabía
de las gentes primitivas que poblaban recónditos y apartados lugares y apenas si
se había iniciado el estudio de la flora, la fauna y las riquezas minerales. Fue así
como en el siglo pasado los viajeros, haciendo un tanto de lado la simple aventura,
se lanzaron por todos los caminos del mundo con el afán científico de explorar
tierras desconocidas y escudriñar todo aquello que había permanecido ignorado y
oculto”.
Puede que no sea verdad para todos los gustos, pero sí lo es para innumerables
lectores de los libros de viajes, que el escrito por Jean Baptiste Boussingault, que
ahora se publica completo en su versión castellana, es de los más amenos,
objetivos y útiles. Incurriríamos en indudable descortesía con los lectores si nos
anticipásemos en estos ligeros comentarios a reseñar su contenido, cuando
sabemos que por la variedad de temas y reflexiones que contiene, su
conocimiento debe quedar reservado a quien tome esta obra en sus manos y
recorra, atenta y provechosamente, sus páginas. Procediendo así, el lector
descubrirá, en admirable sucesión, todos los episodios que dieron razón y ocasión
a Boussingault para elaborar con tanta aplicación y picardía su obra. Sin que falten
los apuntes humorísticos, ni las anécdotas galantes y caballerescas. Recuérdese
que el notable viajero andaba por los veinte años cuando desembarcó en América,
y que estas Memorias fueron redactadas ya en la senectud, si bien sobre apuntes
puntualísimamente tomados en esos doce años de peregrinaje, día por día.
No deja de ser curioso, por lo tanto, que el señor Boussingault abra la caja de sus
recuerdos trayendo a cuento escenas de violencia de los días de la Revolución
francesa y de la instauración, después, del imperio napoleónico. Su vida, hasta los
veinte años, coincidió totalmente con la epopeya descomunal y gloriosa del corso,
cada uno de cuyos episodios él vivió en París, directamente, o los conoció por
referencias fidedignas. Es fácil presumir la honda sensación que hubo de
experimentar este joven al hacer, ya en América, la confrontación de lo que fueron
aquellos hechos sangrientos y heróicos del viejo mundo, con los que se cumplían
ahora en América , en Colombia particularmente, durante los años, también
sangrientos y heróicos, de la lucha por la Independencia. Napoleón y Bolívar, ante
los ojos de un aprendiz de sabio, que fue testigo presencial de lo que uno y otro
hicieron en pos de sus destinos, ¡ ya por la gloria de Francia, ya por la libertad de
América! .
25
un investigador de campo, que va a la naturaleza a escrutarla personalmente, y
que, como suele expresarlo el vulgo, reposa la cabeza en cualquier parte donde le
coja la noche. Todo lo que equivale en estas Memorias a indagación científica y
testimonio humano fue allegado así, a la intemperie, en los más variados y
contrastados climas y en las regiones de más peligroso acceso.
26
diatriba que escuchó sobre ellos a los amigos o los enemigos, o que a él
directamente le inspiraron.
Zea tuvo además una misión especial: “la de enviar a Colombia jóvenes instruidos
para fundar en Santa Fe de Bogotá, la capital, un establecimiento científico,
escuela, particularmente destinada a formar ingenieros civiles y militares... Zea era
un botánico hábil que amaba las ciencias, y Bolívar había vivido en Europa lo
suficiente para comprender la ventaja que su país obtendría con una institución
semejante... Con el objeto de reclutar jóvenes instruidos y decididos, el señor Zea
se relacionó con un joven peruano nacido en Arequipa, alumno de la Escuela de
Minas de París, el señor Mariano de Rivero... Creo que fue por intermedio de Voltz
que el señor Berthier, “mi enemigo”, propuso mi nombre al señor Zea, para entrar
al servicio de Colombia. Me ofrecían 7.000 francos de sueldo, un grado
equivalente a ese sueldo y mi transporte en un buque de guerra, además, debía
suscribir un contrato por cuatro años”.
Don Francisco Antonio Zea entra así a figurar en estas Memorias, como directo
promotor del viaje a América del joven Boussingault. Zea protagoniza una de las
biografías más apasionantes del tiempo de la Independencia, no tanto por el papel
27
que desempeñó en ella como político, legislador y gobernante, sino por su
desempeño en Europa a raíz de grandes conflictos en que se vio comprometido
en tiempos del Pacificador Pablo Morillo. No viene al caso evocar ahora los
episodios de esa dramática y admirable existencia, pues se conocen muy notables
textos que la divulgan profusa y fidelísimamente. El Zea que cabe recordar en
estos momentos es el que conoció en París el joven Boussingault, sin que
entremos a divagar sobre si el personaje que nos presenta el a utor corresponde
o no a la realidad histórica y si se ajusta a la verdad del hombre. “Una de mis
primeras visitas —dice—fue, naturalmente, al ministro de Colombia: firmamos un
contrato y recibí 2.000 francos".
“Cuando conocí a la familia Zea, ocupaban una linda casa en la calle Cau-Martin,
gozaban de gran opulencia, tenían coches, sirvientes de librea y se trataban con el
gran mundo; la señora Zea era muy joven todavía y de una rara belleza; mujer
excelente, contaba con sencillez sus miserias anteriores; estaba llena de salud,
pero la atendía asiduamente un joven médico mexicano. Algunos años después,
se casó con el general de Rigny. Debido a los asuntos de nuestra
expedición, yo pasaba frecuentemente una o dos horas en el salón de los Zea,
donde se veía toda clase de especuladores, intrigantes y posiblemente
estafadores que habían olido el cofre lleno”.
28
regularmente a su gobierno el curso de sus gestiones, su manera de pensar sobre
todos aquellos temas que pudieran revestir algún interés para la nación que
representaba. Desgraciadamente la correspondencia se perdía", y trae a cuento la
explicación dada al gobierno por Zea, en el sentido de que “eso provenía de la
notoria infidelidad de la administración de las postas de París". Y cita además
Botero Saldarriaga a Stefan Zweig, quien en su biografía de María Antonieta
recuerda que “el hurto postal era considerado en aquellos tiempos el medio genial
de la diplomacia ".
29
CAPÍTULO I
MEMORIAS DE J. B. BOUSSINGAULT*
Mis recuerdos más lejanos me llevan a una casa que, según supe después, se
hallaba en la calle Saint-Louis (en el Marais), en donde se encuentra actualmente
la iglesia de Saint-Denis. Era un antiguo convento que servía de cuartel a la
Primera División de París, del cual mi padre era almacenista. Recuerdo poca cosa:
un muchacho desgarbado, hijo del portero que se llamaba Amochey quien murió
en la guerra de Rusia; una pequeña judía que siempre tenía los pies embarrados;
un banco de piedra donde quebrábamos pedernal; pero de esa época no me
queda la menor idea de mi padre, ni de mi madre, quienes, sin embargo,
habitaban en el cuartel.
31
calladamente al gobierno y a Napoleón y, por un contraste singular, los
conscriptos se paseaban por las calles y partían gritando: "Viva el emperador".
Una vez idos no se les volvía a ver. No supe sino de una sola excepción: fue "X",
quien apenas recibido en un regimiento de húsares, a menos de dos meses de
haber dejado su familia, participó como trompeta en la batalla de Essling (mayo 22
de 1807) en donde fue mortalmente herido el mariscal Lannes; el desafortunado
"X" volvió con una pierna de madera, de resto en buen estado y con dos
pensiones: una del Estado, como inválido y la otra que le pasaba la viuda del
mariscal Lannes.
Los vecinos con quienes manteníamos relaciones eran el viejo Gautrot, peluquero,
escribano, poeta y borracho. Era un hombre que había recibido una buena
educación y a quien su mujer le pegaba cuando había bebido; su hermano
ocupaba una muy alta posición en la administración de la guerra; un día el viejo
Gautrot se incorporó al ejército en calidad de empleado importante de los
hospitales militares; a su mujer le encantó su partida, pero como el pobre murió de
frío en la campaña de Rusia, ella se reprochó siempre este triste desenlace.
Enfrente a nosotros vivía la familia Dien. El padre era un grabador y uno de sus
hijos se convirtió en un artista distinguido en esta especialidad. También había dos
curtidores de pergamino, uno llamado Imbault y el otro Hebert cuyo sucesor fue
Faverolle y al fin, había un viejo beato, Gauthier, que fabricaba todos los objetos
necesarios para la imprenta.
32
distinguidas, entre las cuales nombraría especialmente al señor De Sacy, con su
gran peluca, su vestido marrón a la francesa, un gran bastón con empuñadura de
oro, acompañado de su mujer que llevaba faldas con miriñaques. Una tarde, en la
callejuela, vi que uno de los sacerdotes jansenistas abrazaba a la hermana
Victoria, quien dirigía la escuela de las niñas pobres; esta historia la conté a la
sobre mesa de mi casa y esto me valió una cachetada de mi mamá.
Entre lo que se podía llamar la aristocracia del miserable barrio del que
formábamos parte, se encontraba la familia Thibaudier: el padre era suboficial de
los veteranos, tenía un hijo y varias niñas a quienes frecuentemente visitábamos.
En ese entonces yo era muy amigo de un chico llamado Miguel que me enseñaba
a tocar tambor. Éramos también amigos de la familia Debosse, cuyo padre era
indudablemente un mulato de las colonias francesas. Su hija, la señorita Clarisa,
amiga de mi hermana, tenía la piel oscura, lo que atraía todas las miradas;
indudablemente era una cuarterona. En fin, el viejo Enault, albañil y fabricante de
papel de colgadura. Su hijo, un poco mayor que yo, era uno de mis camaradas y
en su taller pasé muchas horas siguiendo los procedimientos de impresión del
papel, lo mismo iba con frecuencia donde un vecino cerrajero, en donde yo
aprendía ese arte y a otro taller donde veía fabricar cartucheras para los soldados;
y también donde el señor Dien, donde me familiarizaba con las impresiones del
grabado en colores.
33
realista convencido y hablaba muy alto, especialmente cuando había bebido. Un
zapatero de nombre Hardi, de figura realmente atractiva, era señalado como
antiguo presidente de un tribunal revolucionario. Un hombrecillo vestido de gris, de
fisonomía bondadosa y de aspecto exterior distinguido, sin embargo, hacía huir a
los niños cuando pasaba por la calle: se llamaba el señor Marc y se enorgullecía
de haberle dado una cachetada al delfín cuando este infeliz había sido detenido en
el Temple. Todavía veo a un tintorero de la calle Saint Jacques, de figura atroz,
rostro enrojecido, la cabeza cubierta por un asqueroso gorro de policía, apodado
el "septembriseur" (2) porque realmente había participado en las masacres de
septiembre. Dentro de la clase obrera Moreau contaba con un gran número de
seguidores, puesto que a los ojos de ellos era una víctima del general Bonaparte.
De resto, como siempre sucede después de una fuerte sacudida de orden social,
la apatía de las masas era grande.
Fuera del barrio, nuestras amistades eran muy limitadas. El señor Nicolle venía a
vernos con frecuencia; era un pintora la aguada que adquirió gran reputación. Era
la miseria personificada: pantalones gastados de terciopelo, levita gris raída y un
sombrero grasoso que parecía clavado sobre su cabeza porque nunca ni ante
nadie se lo quitaba, y decía que le habría sido imposible trazar una línea recta si
no hubiese tenido el sombrero sobre su cabeza. Esta manía le causó dificultades
cuando algunos años más tarde el barón de Humboldt le presentó al rey de Prusia
como el artista más capaz para pintar los cuadros de París, particularmente del
Louvre, que el rey deseaba llevar a Berlín. Ahí, inevitablemente, tuvo que quitarse
el sombrero grasoso; el pobre artista, descubierto, se agitaba, comenzaba,
borraba, pero no llegaba a nada, cuando el rey viendo su desazón, le dijo
sonriente: "querido señor Nicolle, cúbrase; yo sé que le es imposible trabajar con
la cabeza desnuda". El pintor no se lo hizo repetir y el trabajo avanzó rápidamente
con gran satisfacción del rey. Yo vi esta pintura el mismo día en que el viejo
Nicolle la llevaba donde el señor de Humboldt: representaba el Louvre, el Pont des
Arts y el Instituto. Cuando se le preguntaba cómo había sido tratado por el rey,
contestaba: "un hombre encantador, me dio licencia de permanecer cubierto".
He oído decir que ningún dibujante tenía los trazos tan seguros como el viejo
Nicolle y él mismo estaba de acuerdo en la seguridad de su mano, pero añadía
que estaba convencido de que jamás había trazado una línea perfectamente
horizontal. Se decía: "bueno como el señor Nicolle"; él podía tener 60 años, era
extremadamente vivaz y se expresaba con una gran facilidad. Se podía juzgar su
actividad por el hecho de que, viviendo en el quinto piso de una casa de la calle
Saint Jacques, bajaba varias veces al día para hacer todas las compras, como el
pan, la carne y el vino que llevaba en una botellita que escondía cuidadosamente
en el bolsillo de su levita, con el objeto de hacer creer a sus vecinos, según decía
él, que tenía vino en su bodega. Con todo y su asiduidad al trabajo y su talento
indiscutible, el viejo Nicolle ganaba escasamente con qué vivir estaba casado con
una mujer muy bien educada que tocaba guitarra en los cafés, lo que me hacía
pensar que había caído en la miseria a consecuencia de la revolución; ella estaba
34
siempre correctamente vestida y no se rebajaba a hacer los oficios comunes a
otras señoras del barrio. Su única ocupación consistía en pasear a su hijita, una
pequeña encantadora, vestida siempre como una pequeña marquesa.
Difícilmente se podría entender cómo una existencia tan laboriosa no había podido
llevar la tranquilidad a un artista de talento indiscutible y de conducta
irreprochable, si no se supiera que Nicolle estaba dominado por una pasión
costosa: todas sus economías las absorbía la compra de grabados. Yo lo vi muy
desgraciado en ciertos momentos, tanto que venía a rogar a mi madre que le
prestase 20 o 30 centavos para comprar carne y pan, y sin embargo Nicolle era
rico; después de su muerte, se vendió en más de 100.000 francos su colección de
grabados, lo que aseguró la existencia de su mujer y de su hija. El viejo Nicolle
profesaba ideas muy republicanas.
Yo iba con frecuencia donde el padrino de mi hermana que tenía un gran almacén
de libros en el segundo piso de una casa en la calle Saint-Germain-l'Auxerrois. Mi
hermana había sido bautizada clandestinamente por un antiguo sacerdote de San
Eustacio, puesto que todas las iglesias estaban cerradas en ese entonces. Cordier
era oriundo de Saboya y apenas sabía leer y escribir y sin embargo, durante 25
años, fue el más famoso "bouquiniste" (3) de París.
Sus entradas eran considerables y habría logrado hacer una gran fortuna si no
hubiera tenido gustos tan costosos: era un afcionado a la buena mesa y
35
parroquiano de cafés; su mujer, a quien llamaban la Madrina, era enorme y
hablaba con dificultad debido a una parálisis; era una excelente mujer que me
regalaba libros y seguramente fue en esta casa donde le tomé gusto a la lectura.
Cuando murió la Madrina, Cordier se casó nuevamente con una mujer muy bonita,
porque a pesar de que era muy feo, le gustaban las mujeres hermosas. La casa
cayó poco a poco y Cordier murió dejando una fortuna considerable en libros de
toda clase.
Charles vio caer a su joven recomendado, quien se había comportado con mucho
valor. El emperador pasaba al galope: "capitán, le dijo, le confiero el rango de
oficial de la Legión de Honor y dos cruces a su compañía". El emperador acababa
de partir de nuevo cuando Charles recibió una bala en un brazo que no le causó
herida grave por haber golpeado la culata del fusil que portaba. En la ambulancia
a donde lo transportaron el primer herido que vio fue al pobre cerrajero con un
balazo en el muslo; habiéndolo creído muerto, no le dio una de las dos cruces que
el emperador había concedido a los flanqueadores.
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anciana señora que vivía en la calle Saint-Gilles-aux-Marais. La señorita Susana
me llevaba con frecuencia donde su patrona, quien ya no podía abandonar su
sillón debido a su edad. Me hacían sentar en un pequeño taburete y me daban
una gran Biblia para que me entretuviera mirando los grabados. La anciana señora
vestía al estilo del antiguo régimen: usaba un bonete de encajes tan alto que me
parecía una torre y movía la cabeza permanentemente mientras me contaba
cuentos de los que yo no comprendía sino la mitad. Cuando la dejaba yo iba a
visitar al viejo Beauvais, su cocinero, quien siempre me regalaba algunas
golosinas.
Era un anciano que durante veinte años había aspirado, en vano, a la mano de la
señorita Susana, quien era tan candorosa como bella y a quien jamás le oí
terminar una historia que hubiera comenzado. Por ejemplo, cuando mucho más
tarde, supo que yo iba a entrar a la Marina, me dirigía interminables discursos con
el objeto de disuadirme. Ella me decía: "vea usted; nuestro joven señor, aun
cuando muy rico, partió hace treinta años para darle la vuelta al mundo y nunca
regresó; de seguro ha muerto, aunque mi pobre patrona lo espere siempre; era un
gran marino, muy célebre". ¿Cómo se llamaba? -le preguntaba yo. Nunca he
podido recordar su nombre. Después supe, con mucho trabajo, que se trataba de
La Perouse, de quien la vieja señora de la calle Saint-Gilles era la madre o la tía.
No debo olvidar dentro de esta narración a mis amigos, muy íntimos, muchos
soldados veteranos del cuartel de la calle du Foin. Todos habían participado en las
grandes guerras de la República y del Consulado. Algunos de ellos habían
pertenecido al ejército de Egipto y yo sentía un vivo placer oyéndolos contar sus
campañas. Cuando tuve la edad suficiente, pasé muchas horas en la sala de
esgrima del barrio, donde recibía clases de un cabo de nombre Laruel, mala
persona, si las hay, pero un excelente maestro de armas.
37
lechera era una campesina gorda, del pueblo de Ivry; que cada mañana traía su
mercancía ya en un carro, ya sobre un asno; ¡ella me tenía gran confianza, tanta
que yo le ayudaba en la cocina a ponerle agua a la leche!.
La primera vez que fui al campo fue donde la vieja Pillet que tenía una finca sucia,
fangosa y maloliente, como todas las de las cercanías de París. Allí, cada año,
pasaba varios días con mi madre.
El viejo Pillet era uno de esos campesinos marrulleros, cuya nariz roja acusaba su
afición al vino agrio; en cuanto a mí se refiere, nunca he podido decidirme a tomar
un solo vaso de esa bebida.
Donde los Pillet había tres hijos: una niña y dos muchachos, el menor de los
cuales apodado "cabrito" se ocupaba en hacer salchichas. Yo lo ayudaba en este
trabajo y con frecuencia veía que, después de haberse limpiado la nariz con el
dorso de la mano, revolvía el picadillo. De ese entonces hacia acá yo no le tengo
mucha confianza a las salchichas. Fue en la finca de Ivry donde vi por primera vez
el vino "azul" de los alrededores de París.
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la que se podían ver las imágenes de los miembros de la Asamblea Constituyente
y también "El Teatro de la Feria" que hizo las delicias de mi infancia.
A nuestro servicio teníamos una mujer, María, de quien ya he hablado y que traía
las provisiones. Que yo sepa, jamás mi madre entró donde un carnicero o donde
un panadero y durante los largos años que pasó en esta triste residencia no hizo
amistad con ningún vecino.
Teníamos que servirnos nosotros mismos: cada uno contribuía de acuerdo con
sus fuerzas y sus aptitudes. Más de una vez vigilé la marmita para evitar que se
quemara el cocido y cuando tuve fuerza suficiente, barrí la casa y el almacén. En
invierno rompía el hielo de la cuneta de la calle; más adelante me hicieron tostar
café, moler pimienta y pesar tabaco para los parroquianos; así aprendí a pesar. De
todos estos aburridos trabajos que llevaba a cabo en esta triste época de mi vida,
recuerdo con amargura la obligación de limpiar mis zapatos y de lustrarlos con
cera al huevo, después de haberles quitado el lodo de París y si me lo hubiesen
permitido, habría preferido cien veces estar embarrado; pero cuando debía salir de
casa, mi padre me hacía una severa inspección.
Nuestra familia estaba formada, en ese entonces por mis padres, mi hermana
Juanita y yo. Mi hermanita Colombe había muerto pocos meses después de
nacida y mi pobre hermano, el menor, no había nacido aún. Mis tías Colombe y
Duhamel eran parientas de mi padre que vivían en la casa. Los otros tíos habían
muerto o desaparecido, pero hablaré de algunos otros más adelante.
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* Estas memorias fueronredactadas por J. B. Boussingault hacia el final de su
vida, según susrecuerdos y sus notas. No estaban destinadas a ser publicadas.
Se imprimieron 300 ejemplares numerados para ser obsequiados a los amigos
del autor.
Mi tío abuelo era becario del seminario. Había terminado sus estudios y al punto
de ser ordenado sacerdote, vino a pasar algunos días en Hesdin. Por esta visita
se habían reunido a comer la familia y los amigos. Se esperaba la llegada del
seminarista para pasar a la mesa, cuando se oyó el ruido de un sable que se
arrastraba y vieron entrar un soldado de caballería: el seminarista se había
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alistado y su padre le dijo con una voz firme: “hijo mío, prefiero verte hecho un
buen soldado que un mal sacerdote”, y se procedió a comer alegremente. Fue el
único reproche que se le hizo. Mi tío abuelo, el soldado de caballería, estuvo en
dos campañas bajo el mariscal de Saxe y llegó a suboficial, único grado que podía
ambicionar en ese entonces un hombre, por instruido que fuera, cuando no
pertenecía a la nobleza. El buen tío era poeta y por consiguiente, un poquito loco;
muy apreciado por sus jefes como se puede ver en una biografía en donde se dice
que publicó un poema sobre las victorias del mariscal de Saxe, poema que se
menciona en el “Annuaire Litteraire” de 1756. Yo hice lo posible, sin éxito, para
conseguir esta obra.
Después de haber hecho varias campañas, el tío obtuvo por recomendación del
mariscal un empleo bastante importante en las haciendas del rey en Oudenarde, a
donde llevó consigo dos de sus sobrinas. Una de ellas fue la tía Duhamel quien
me contó por lo menos trescientas veces este episodio, sin la menor variación.
Es fácil de entender que para mi abuelo fuera difícil dar una educación aceptable a
sus numerosos hijos. Los niños iban a la escuela de los Hermanos de grandes
sombreros, donde se aprendía a leer, escribir y calcular; mi padre no tuvo ninguna
otra educación. En cuanto a sus otros dos hermanos, el uno se alistó en la
artillería de marina y murió en un duelo en Guadalupe, donde servía en calidad de
suboficial; el otro, Luis, más joven, tenía un cierto gusto literario y trabajaba en una
notaría. En cuanto a las niñas, tres o cuatro de ellas aprendieron a escribir a
medias, con la excepción de la mayor, Mariana, quien estudió en un convento y
pasó a Inglaterra como institutriz; nunca volvimos a oír hablar de ella.
41
las manos, estaba firmado por Lavoisier, en su calidad de administrador general
de las haciendas del rey. El mismo día en que mi padre llegó a París, el pueblo
quemó todas las oficinas de recaudación.
Cuando Luis salió de Amiens había entrado como aprendiz donde un notario de la
capital y vivía donde su hermana, la señora Bertaud; una noche, le sacaron de su
portafolio unos valores que había cobrado para su patrón y no se atrevió a
regresar al trabajo; después de haber escrito para explicar su desventura, partió
hacia el Norte en donde se encontró con mi padre. El señor Dubois Aymé director
de aduana de Valenciennes, cuya familia hacía tiempo que era amiga de la
nuestra, le dio una posición en sus oficinas. Más tarde emigró y sirvió en la
caballería de Enghien, en el ejército de Condé.
Mi padre era un hombre notoriamente hermoso, de tez muy fresca, ojos azules,
muy fuerte y con cabellos negros, muy gracioso y de maneras cultas que no eran
raras en la pequeña burguesía anterior a la revolución. La rudeza y el desenfado
de las costumbres del 93 no habían llegado aún. Agrego que mi padre no hablaba
ni una palabra de alemán y mi madre, ni una palabra de francés en ese momento.
Se debieron prendar de sus cualidades exteriores; no me explico, de otra manera,
su matrimonio.
Tan pronto como mi padre se repuso de sus heridas, los esposos fueron a París
en época de invierno; el viaje de ocho días, lo que necesitaba la diligencia para ir
de Frankfurt a París, estuvo lleno de penalidades. En París, como ya lo he
contado, mi padre obtuvo el empleo de almacenista de los cuarteles de la primera
división militar; mi madre me contó muchas veces lo que había sufrido en este
cambio de posición.
El tren de vida que mi madre llevaba en Wetzlar donde tenía coches, sirvientes,
etc., fue sucedido por una escasez, rayana en la miseria. Los sueldos no se
pagaban con puntualidad, ni se comía convenientemente y fue una fortuna para él
que tan pronto hubo llegado a París, pudiera invertir los 10 o 15.000 francos que le
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restaban de su pasado esplendor, en la adquisición de una casa cuya renta era
escasamente suficiente para existir. Esta situación debía ser más penosa para mi
madre, en cuyo país su familia gozaba de una situación desahogada que era
común en la burguesía alemana de las pequeñas ciudades. Su padre era
campesino propietario de viñedos y había muerto hacia algunos años; es probable
que si hubiese vivido, el matrimonio no habría tenido lugar.
En cuanto a la fortuna del viejo Münch podía haber sido de 180.000 francos, lo
que era bastante importante en esta época. Mi abuela Münch nos enviaba, cada
año, algunas joyas para Pascua pero infortunadamente la guerra terminó con las
relaciones de la familia.
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Mi tía Duhamel obtuvo una pensión de 900 francos como viuda de capitán. Era
una mujer singular, de constitución fuerte, morena, marcada de viruela y sin
embargo con un rostro agradable y de actitudes completamente militares. Fue ella
quien me enseñó a maldecir, era excelente narradora y por ella supe toda la
historia de su marido: en un principio fue dependiente de cervecería en Flandes,
luego soldado, sargento, experto en sable, duelista, capitán de 24 años y,
agregaba ella, futuro mariscal de Francia si no lo hubiesen matado. Me gustaba
mucho conversar con esta tía, ella me llevaba frecuentemente a su casa, calle de
Sonnerie, cerca del muelle de la Ferraille; allí me sentaba en el suelo junto a un
cajón donde tenía lo que llamaba sus reliquias más preciosas: las charreteras del
pobre capitán, uno de cuyos flecos había sido volado por una bala, su alza-cuello
que tenía estampado un gorro frigio, su cinturón, sus granadas y sus pistolas.
Nunca me cansé de hurgar todos esos objetos que hicieron mis delicias durante
muchos años. Mi tía jugaba a la lotería y me prometía todo lo
La hermana del “padre del pueblo” vivía con una señorita de edad que tenía un
expendio de papel timbrado, persona encantadora que perteneció a la antigua
corte, como doncella de María Antonieta. ¿Cómo dos seres tan opuestos se
habían unido bajo un mismo techo?.
Dejé el pensionado Deslyons por el Liceo Imperial a donde entré a “sexto”; tuve
como profesor al señor Couenne, antiguo oficial de caballería, de quien se decía
que una bala le había volado parte de la nalga derecha. El hecho es que estaba
rellena de algodón y los chicos se divertían pinchándola con alfileres, pero,
¡desgraciado de aquél que se equivocara de nalga!.
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De “sexto”, en donde entendía muy poco, pasé a “quinto” en donde entendía
menos; luego a “cuarto” y a “tercero” donde no entendía absolutamente nada. Los
profesores me trataban como si yo hubiese sido un estúpido; nueve de cada diez
alumnos estaban en la misma situación. Tuve como profesor de griego a Burnouf,
sin jamás haber aprendido una palabra de esta bella lengua; pasábamos de clase
en clase como una barra de hierro por un laminador. Estábamos entre 1812 y
1813 y los acontecimientos políticos perturbaban por completo nuestros
insignificantes y estériles estudios. Los alumnos mayores no siempre esperaban
pasar por la Escuela Militar, ya que la mayoría entraba al ejército corno sargentos
mayores. Ya había terminado mis estudios de literatura, había hecho mi “tercero” y
“segundo” y sin embargo, no sabía nada de nada, ni siquiera lo que sabe un
novicio de los Hermanos Cristianos. He aquí la prueba: mi padre me encargó
escribir al cervecero para hacer un pedido, cosa muy sencilla para un joven que
había oído hablar de las cartas de Cicerón, pero ¡qué suplicio! imposible escribir
mi carta al cervecero; fue mi madre quien me sacó del atolladero.
Una vez al aire libre me sentía renacer por el ejercicio y el trabajo, reemplazo a
esta reclusión malsana que mataba o, por lo menos, embrutecía a tantos
muchachos infelices, a tantas inteligencias jóvenes. Yo pasaba mi tiempo en la
calle, en la plaza de Saint-Séverin, jugando bolas y otros entretenimientos con los
pelafustanes del barrio; entonces, por una suerte que ha tenido tanta influencia
sobre mi destino, encontré a Loubry, mi amigo de la escuela de la calle de
Jardinet, mayor que yo unos dos o tres años, hijo natural de un antiguo miembro
de la Convención, el señor Aubry, me parece; su madre era planchadora y
lavandera y trabajaba con una hermana, quien tomó parte valerosamente ante las
miserias de la familia, para aliviarla con sus sacrificios. Las dos mujeres vivían en
la miseria: un gran cuarto en el tercer piso de la calle Saint-Jacques, cerca al
Colegio Duplessis, con una gran tina para lavar la ropa, una mesa para aplanchar,
un hornillo para la cocina, una cama doble para las dos pobres mujeres y un
pequeño catre para el chico. Cada día llegaba un enorme bulto de ropa que debía
ser llevado al Sena y depositado en el barco de las lavanderas. Estas dos infelices
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jamás se quejaban y su única meta era la de educar al niño, quien ante tanta
abnegación, no lograba distinguir cuál era su propia madre.
Fue así como me inicié: yo trabajaba lo más posible con mi camarada, pero
además hacía algo que a él no se le ocurría hacer: estudiaba física en el
mostrador de la tabaquería con un ardor increíble y especialmente por la noche, lo
que hacía que Loubry dijese: “no serás nunca más que un teórico”.
Hay que ser justo con mis padres quienes, viéndome estudiar con un ánimo y un
placer tan persistentes me dejaron en completa libertad. Papá, siempre práctico,
veía la posibilidad de convertirme en un farmaceuta militar; mamá me daba dinero
para comprar libros: 25 francos de una sola vez para conseguir la primera edición
en cuatro tomos del “Tratado de Química de Thénard”. ¡Qué sacrificio para esta
pobre mujer!.
¿Qué habría sido de mí sin la libertad de que gozaba y de la cual jamás abusé?
Me habrían encerrado de nuevo en un estudio en un bufete, donde habría
vegetado tristemente y seguramente habría perdido todas mis capacidades. En
lugar de esto, tan pronto había terminado el trabajo en la casa, estaba
completamente libre para ir donde yo quisiera. Yo tenía furor por los cursos
públicos: seguía los de química de Thénard, de física con Biot, Lefevbre, Guineau,
Gay-Lussac; corría al jardín de Plantas para oír a Cuvier estudiar botánica,
mineralogía, matemáticas, etc. ¡que horrible revoltillo de ciencias! Luego Villemain
en el Colegio Duplessis y el bueno de Andrieux en el College de France, de quien
jamás perdía una lección. Lo veo todavía subido en una mesa, las manos entre los
bolsillos de su levita, cuyas colas separaba como para mostrar el fondo
desgastado de su pantalón de terciopelo y dejaba ver sus medias de algodón azul;
con su voz ronca leía y comentaba algunos cuentos de Voltaire ¡qué verbo! Lo
prefería sin duda a Villemain, con su tono dogmático.
He dicho que la libertad de mis estudios producía una mezcolanza, es cierto, pero
las para mí felices consecuencias fueron que podía comprender todo o casi todo,
mientras que en el liceo no comprendía absolutamente nada y que llegué a amar
el estudio con pasión, después de haberlo detestado cuando me era impuesto por
malos profesores.
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Desfontaines y había surgido en mí el gusto literario; me encantaba leer a
nuestros grandes poetas: Voltaire y sobre todo, Molieré. Los historiadores me
gustaban menos; una historia de Francia imposible, la de Anquetil estaba
concebida para hacer perder el gusto por los estudios históricos. Después de todo
yo no tenía sino 14 o 16 años y me quedaba tiempo para digerir todo lo que había
aprendido.
Yo asistí a una sesión del consejo de guerra: de todos los acusados uno sólo me
llamó la atención. ¿Por qué? ¿Por qué llevaba anteojos? ¿Quién era? No sabría
decirlo. El espectáculo era tan nuevo para mí y me encontraba tan estupefacto
que no entendía ni las preguntas del presidente, ni las respuestas de los
acusados. No oí a Malet hablando a sus jueces, cuando les dijo: “¡Oh! un cuarto
de hora más y habrían estado todos ustedes a mis pies!” Sin embargo, estas
palabras fueron pronunciadas por él, de acuerdo con lo que aseguran;
posiblemente fue en una sesión a la que yo no asistí.
En nuestro barrio contaban que los conjurados habían apresado al general Hulin,
gobernador de París a quien le habían disparado a quemarropa en la cara; desde
entonces, siempre he oído llamarlo “tragabalas”. Entre los conspiradores se
nombraba a un cabo Rapp, ascendido a edecán; se decía que la guardia de
infantería, décima tropa de París se había plegado a Malet. El coronel de esta
guardia era un señor Soulié, padre de un niño quien más tarde fue el novelista
Federico Soulié.
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naturalmente, yo acompañaba al batallón. Los condenados que creo eran doce,
llegaron en coche a Grenelle, fueron colocados en una sola línea; los pelotones
que debían fusilarlos pertenecían a los fusileros de la guardia joven, niños
sacados de los cuarteles. El hombre de los anteojos llamó la atención de nuevo,
como en la sesión del consejo. Sonaron los disparos y escasamente vi caer a los
infelices: el humo impedía distinguir algo; oía gritos desgarradores; luego una
sucesión de disparos para rematarlos. Los veteranos, con quienes yo estaba a
una gran distancia del sitio de la ejecución, decían que los condenados habían
sido masacrados porque los fusileros no sabían disparar. El movimiento de tropas,
el ruido de la gente que “nosotros” los veteranos manteníamos a distancia, los
tambores y todo ese conjunto era tremendamente excitante; no tuve ojos sino para
mirar al condenado de los anteojos, a quien el humo de la pólvora me impidió ver
caer; de regreso a casa yo estaba muy pálido, muy agitado y mis padres
adivinaron que había seguido a nuestros veteranos a Grenelle y fui severamente
reprendido.
Creo recordar que la guardia de París, vestidos con guerreras blancas de solapas
azules, asistía sin armas a la ejecución. Esta guardia fue licenciada y los hombres
trasladados a otros regimientos.
Cuántos infelices murieron durante este espantoso invierno desde 1812 a 1813.
Solamente quienes vimos tanta desolación podemos creerlo y es inconcebible que
el hombre pueda soportarla durante algún tiempo.
Como ejemplo de esas situaciones tan dolorosas en ese entonces, habría que
entrar en el cuarto del viejo Soyer, a quien llamábamos “Prechi-Precha” porque
hablaba sin cesar de la creación del mundo. Era un antiguo servidor del conde de
Artois y se había establecido como vendedor de minerales sobre el parapeto del
puente Saint-Michel. El abate Haüy le regalaba los desechos de las colecciones
del Jardín de Plantas, lo que habría botado a la calle. Yo era cliente de Prechi-
Precha: todos los centavos que recibía los cambiaba por piedras y terminé con
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una colección interesante en mi poder; así fue como aprendí a conocer los
minerales.
Un gran filántropo había inventado sopas económicas que hacía distribuir a los
desgraciados; a falta de otra sustancia, tenía 2 arenques para 60 raciones.
En este invierno riguroso París parecía deshabitado; tal era por lo menos, el efecto
producido en los barrios miserables como el mío. De resto durante los tristes años
del fin del imperio, los barrios habitados antes de la revolución por las clases
ricas, por los magistrados, como el Marais, parecían estar totalmente desiertos.
Había mansiones espléndidas en donde no se encontraba sino al portero y vi
entonces a propietarios casi reducidos a la mendicidad; en las calles Saint-Louis y
Pas-de-la-Mule sobre la plaza de Vosges, la hierba crecía entre los adoquines,
tanto, que en primavera se podía creer que se estaba en un prado; la actividad no
comenzaba a manifestarse sino a partir de la calle Saint-Antoine.
Estos acontecimientos produjeron una inmensa sensación, aun entre la clase baja;
el descontento era general y por la primera vez desde el establecimiento del
imperio, nadie se molestó en esconder sus impresiones, sobre todo las madres
que llegaban a una audacia increíble: según decían ellas, lo que querían era
enviar a sus hijos a la carnicería. El emperador fue insultado por el populacho en
el curso de una visita que hizo al distrito Saint-Marceau. Los policías eran
atacados y maltratados, los conscriptos refractarios que habían sido arrestados,
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fueron liberados por el pueblo. La tristeza se veía en todas las caras; ¡cuántas
imprecaciones no oí yo en el círculo muy burgués de nuestros conocidos!.
Al menor éxito del nuevo ejército el comisario de policía venía a obligarnos, bajo
pena de multas, a iluminar las fachadas. Yo era quien ponía sobre el poyo de las
ventanas, 4 o 5 pedacitos de vela, lo cual era demasiado para lo descontentos que
estábamos.
Los chicos del barrio todavía alcanzaron a ver pasar por la calle Saint Jacques, el
cortejo de Duroc, gran mariscal de palacio, muerto en Wurtschen.
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Mi padre y sus antiguos compañeros, quienes como él, habían pertenecido al
ejército del Rhin, bajo la República, al mando de Moreau, le echaban de menos;
se le consideraba como el único hombre capaz de oponerse a Bonaparte. Yo oía
afirmar a los viejos militares, que era por celos que Napoleón lo había hecho
acusar de ser cómplice de Pichegru, que deseaba su muerte y que había visto con
disgusto que el general Moreau escapaba a la pena capital. Los partidarios del
emperador decían lo contrario: que si Moreau hubiese sido condenado a muerte,
el primer cónsul habría conmutado su pena. Los otros respondían: “¡cómo no!
Napoleón lo habría dejado fusilar”.
La pérdida de las batallas de Leipzig, la terrible catástrofe del puente del Elster, en
donde una gran parte del ejército en retirada fue hecho prisionero, produjeron una
profunda emoción, inclusive en nuestro barrio. Se afirmaba a voz en cuello, que
Napoleón era quien había dado la orden de hacer saltar el puente una vez que él
lo hubiere pasado, para escapar de la persecución del enemigo. Todos estaban
convencidos que el emperador era capaz de cometer un acto tan infame, lo cual
muestra, hasta qué punto, estaba sobreexitada la imaginación de las gentes.
También exasperaban a la población los 60.000 soldados muertos en esas
terribles jornadas y la certidumbre de nuevos reclutamientos por venir.
Cuando se supo que Francia había sido invadida, que los austriacos entraban por
Suiza y que los prusianos y los rusos iban a pasar el Rhin, reinó la consternación;
se habló de la restauración de los Borbones; para nosotros el recuerdo de la
monarquía no existía, sino por la ejecución de Luis XVI, de la reina, de madame
Elisabeth... El pueblo, las gentes de nuestro barrio estaban persuadidos que el
último de los Borbones había sido asesinado por Napoleón en la persona del
duque de Enghien, puesto que no se llamaba sino asesinato, su ejecución en los
fosos de Vincennes.
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pueblo el pequeño rey de Roma por alguna de las ventanas de los apartamentos
del primer piso; también lo paseaban por la terraza, al borde del agua. Los
pelafustanes del barrio iban a verlo, era un lindo niño y yo solamente vi una vez a
la emperatriz, el día de su matrimonio, cuando me llevaron a ver el cortejo que iba
a Notre Dame y nosotros estábamos en el Mercado Nuevo, a la altura de la
Morgue.
El año de 1814 comenzó muy tristemente, era tal la preocupación, que los
estudios habían sido interrumpidos de hecho. Como en épocas de calamidad,
vivíamos en la calle esperando noticias. Primero rumores de victoria en los cuales
no creíamos: los cosacos de Fontainebleau, luego el brillante combate de Brienne,
dirigido por Champaubert, el cuerpo de ejército de Blucher cortado en Vauchamps,
en donde los franceses le hicieron perder cerca de 10.000 hombres entre muertos
y heridos. Continuaba la duda; se necesitó la entrada a París de 18.000
prisioneros prusianos para que al fin creyéramos en el éxito. Vi entrar estos
prisioneros por el distrito Saint-Martin, haraposos y miserables: había algunos que
se arrancaban los cabellos.
Mi tía Duhamel, que no creía en victorias, me decía: “mira, nuestros soldados son
demasiado jóvenes y no resistirán la campaña; esto lo he visto en el ejército del
norte; estos pobres muchachos combatirán bien si se les apoya, pero la fatiga los
matará”.
Los muchachos de París que eran enviados al ejército eran malos soldados. Un
soldado sin instrucción, no es un soldado. En cuanto a la paz, no se volvió a
hablar de ese asunto.
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El 30 de marzo (fecha que no se podría olvidar) se oyó el cañón desde temprano.
Las tropas de Marmont y de Mortier estaban combatiendo contra los rusos y los
austriacos; los habitantes temían ser tomados por asalto; el espanto y el horror
eran extremos; cada uno escondía lo que consideraba más precioso, que a
menudo no era gran cosa. Con mi padre enterramos en el sótano nuestra platería
y las joyas. Mi hermana y sus amigas fueron recluidas en una pequeña alcoba de
nuestra casa, la número 18, que daba sobre la callejuela Saint-Severin. Se
reforzaron las ventanas con colchones y también escondimos nuestro pobre reloj
de péndulo que había sido mi admiración durante tanto tiempo.
¡Por mi parte, yo recorría la ciudad para conseguir noticias y eran tristes las que
llevaba a casa!.
En estos días agitados pasaba mucho tiempo fuera de casa para poder ver lo más
posible. Llevaba por la mañana, al salir de casa, una provisión suficiente de pan y
queso, para no tener que regresar sino a la tarde; me apostaba en el sector de
Saint-Martin, en donde se reunía una multitud de obreros y de burgueses que
parecían calmados y cuyos rostros reflejaban tristeza.
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“Ya vienen, ya vienen...” y apareció un brillante y numeroso estado mayor a cuya
cabeza marchaban el emperador Alejandro, el rey de Prusia y el príncipe
Schwartzenberg, representante del emperador de Austria. Yo no me fijé en los
grandes personajes, mi atención estaba toda puesta en los soldados, la magnífica
caballería y una interminable columna de infantería. Todos tenían un brazalete
blanco y en la gorra un ramo de boj; se dijo que por el sector de Saint-Martin
entraron 25.000 hombres y lo mismo por el de Saint-Denis y que desfilaron con
mucho orden al frente de una población triste y silenciosa.
Se supo que los acontecimientos fueron distintos: cuando las columnas enemigas
llegaron a los bulevares y se dirigieron hacia los Campos Elíseos, donde Alejandro
debía pasarles revista, hubo manifestaciones monárquicas a los gritos de “¡viva
Alejandro!” y los balcones estaban repletos de bellas damas que agitaban sus
pañuelos y lanzaban ramos de flores a los oficiales extranjeros.
También se hablaba del regreso de los Borbones y se decía que Napoleón reunía
su ejército en Fontainebleau para preparar su marcha sobre París.
Era un espectáculo extraño para los parisienses ver los vivaques de los soldados
extranjeros; los rusos pasaban las camisas grasosas por encima de la llama de
sus cocinas, para matar los piojos. De acuerdo con los términos de la capitulación,
las tropas francesas tuvieron que abandonar la ciudad con excepción de los
veteranos, los inválidos y la guardia nacional. Al día siguiente de la entrada de los
coaligados, los muchachos de mi barrio salimos de las fortificaciones por un
boquete, a la barrera Saint-Martin o de la Villette, en donde vimos varios soldados
franceses que habían sido muertos y que yacían de cara contra el suelo. Muchos
de nosotros esculcamos las cartucheras de estos infelices para sacar las balas;
los cañones estaban dirigidos hacia todos los puntos de la ciudad, pero la
circulación de los habitantes era por lo demás enteramente libre.
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El día de la entrada de Alejandro, un grupo de monárquicos trató en vano de
tumbar la estatua de Napoleón erigida sobre la columna de Austerlitz. Se veían
gentes que llevaban la escarapela blanca; se hablaba de la marcha del emperador
desde Fontainebleau sobre París a la cabeza de 80.000 hombres; luego corrió el
rumor de que el duque de Raguse había traicionado, puesto que había entregado
a los enemigos el cuerpo del ejército que comandaba en Essonne. Napoleón no
llegó y muy pronto se supo de su abdicación; por tanto, había cesado de reinar, lo
que causó gran júbilo en el partido monárquico, puesto que aseguraba el regreso
de los Borbones. En nuestro barrio el regocijo fue para las madres de familia, cosa
comprensible, ya que comparaban a Napoleón con un ogro que devoraba a los
niños. Durante su prosperidad, Bonaparte inspiraba terror, se le temía; jamás es
amado quien inspira miedo.
Sin embargo, los Borbones no eran simpáticos y ya se veía al clero tomar una
actitud que más tarde tuvo consecuencias. Bajo el imperio casi todos los
eclesiásticos usaban el vestido de paisano y cuando un sacerdote se atrevía a
salir en sotana, los pelafustanes lo abucheaban. Cuántas veces oí en las calles el
grito de: “abajo el bonete”. El seminario de San Sulpicio era particularmente
odiado por el bajo pueblo porque, durante la revolución la cleresía fue perseguida
y también porque los seminaristas evitaban la conscripción. En días de paseos los
alumnos de los liceos se encontraban con los de San Sulpicio, lo cual daba lugar a
demostraciones hostiles. Los muchachos gritaban: “cuac, cuac, abajo los cuervos”;
yo también grité con ellos.
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que regresaban con nuestros enemigos”. En las clases populares la idea
republicana no era sostenida sino por los antiguos jacobinos. Las gentes de bien
le temían más aún al terror de la época de la revolución que al imperio y como
sucede siempre cuando un pueblo es desgraciado y oprimido, cuando hay un
cambio de gobierno renace la esperanza, que no era compartida por el viejo
Nicolle, el artista distinguido de quien ya he hablado; él era un republicano sincero
que jamás se separó de su arte y soportó resignadamente grandes miserias, pero,
aun cuando tenía el presentimiento de que la paz le traería trabajo, no podía
soportar la restauración a que asistíamos; él me decía: “verá lo que va a suceder:
vamos a ser dominados por los nobles y por los sacerdotes, será la peor tiranía
pero los Borbones no permanecerán; esto es imposible, verá cómo van a
terminar”.
Los emigrados regresaban a Francia, los ci-devant (4) como se les llamaba.
Muchos de ellos vivían oscuramente en los barrios pobres, ejerciendo para
subsistir, modestas funciones de maestros de escuela o de empleadillos; salieron
entonces de sus escondrijos y volvieron a tomar sus títulos. Al fin se anunció la
llegada de Luis XVIII, Luis “el deseado”, quien hizo su entrada el 3 de mayo. Asistí
con la compañía de la guardia nacional en la que mi padre era “sargento”. El
uniforme de esta guardia recordaba el de la guardia imperial: guerrera azul con
solapas blancas y ese día estaba de gran parada: pantalón, solapas y polainas
blancas, que subían por encima de la rodilla. Yo había pulido los botones de metal
blanco con el instrumento que los soldados llaman “paciencia”, había blanqueado
las solapas, lustrado las correas y bruñido las armas pues yo era un experto en
estos menesteres, gracias a los veteranos, con quienes había vivido. En esta
época vivía en las fincas de la guardia nacional buena cantidad de antiguos
militares que habían servido en el ejército como oficiales, suboficiales y soldados
formando excelentes cuadros.
Vestido con mi uniforme de colegial, con una pequeña cartuchera y una carabina
como fornitura, me coloqué en las filas. La guardia de civiles debía formar la calle
de honor al paso del cortejo; nuestra compañía fue colocada abajo del Pont-
Neuf, del lado del muelle, ocupando el costado derecho. Los curiosos eran
numerosos, nunca faltan al paso de un soberano, no importa dónde éste vaya: a
las Tullerías o al cadalso.
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El rey, muy gordo, moreno, con el rostro radiante de satisfacción vestía una levita
azul con charreteras; ella vestía como las inglesas que se veían en París hacía
unos días, parecía muy emocionada y triste. En seguida venía la guardia nacional
a caballo y algo que producía una gran sensación, compañías enteras de guardia
imperial a pie, con la escarapela blanca en los gorros. Se oían gritos de “viva el
rey”, pero tan pronto apareció la guardia, lo que más se oía era “viva la vieja
guardia”. Estas buenas gentes habían escoltado al rey desde Compiegne;
marchaban en silencio y puedo asegurar que su actitud era de melancolía,
parecían humillados. Después del paso del cortejo la compañía regresó a su
barrio, habiéndose disgregado sobre el puente Saint-Michel. Corrió el rumor de
que la duquesa de Angulema se había desmayado al ver las Tullerías.
El esplendor de estas tropas era muy criticado, pues contrastaba con la miseria de
los pobres oficiales del ejército. La Restauración iba de prisa; los numerosos
partidarios del gobierno caído comenzaban a agitarse y casi todos se encontraban
en París. Todos los días había disputas y duelos entre los oficiales licenciados del
ejército real. La juventud de las escuelas recientemente hacía manifestaciones
hostiles al nuevo régimen; a medida que el año avanzaba, la oposición se
generalizaba; muchos de los empleados que habían pertenecido a los países
conquistados morían de hambre y al primer sentimiento de bienestar nacido de la
paz, había sucedido una inquietud general.
Los protestantes eran muy mal vistos, con gran pesar de mi madre que pertenecía
a esta religión, de la confesión de Augsburgo.
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A finales de 1814 seguí los cursos con gran asiduidad; iba con frecuencia a ayudar
a mi viejo camarada de pensionado Loubry, de quien ya he hablado, al laboratorio
del College de France. Recuerdo que un día, mientras yo me encontraba con
Loubry, Thénard, profesor de química en este establecimiento entró, me tomó
amigablemente por el cabello y me dijo: “¿Qué hace usted aquí, tan joven? Para
demostrarle cuán útil era, comencé a soplar un fuelle que alimentaba un horno
atravesado por un cañón de fusil, en donde Thénard y Gay-Lussac preparaban el
potasio. A pesar de su caricia capilar, Thénard se negó, un año después, a
recibirme como uno de sus alumnos preparadores, aun cuando mi institutor Mr.
R..., su compatriota, me hubiese recomendado y de que estuviese informado de
mi precaria situación económica. 10 o 15 años más tarde, convertido yo en su
colega en el Instituto le recordaba esta anécdota que él no había olvidado y me
decía: “¡ah! ¡Si lo hubiera sabido!.
No fui admitido en el laboratorio de Thénard y creo que esto fue bueno para mí; a
pesar del rechazo un poco duro (por la forma) del maestro, continué asistiendo a
sus lecciones y frecuentaba su laboratorio gracias a mi camarada de clase.
Es una triste condición de la pobreza, el estar obligado a limitar los cuidados que
se le pueden dar a un ser querido; mientras que su muchacho se moría, las dos
madres estaban obligadas a seguir trabajando para atender sus necesidades,
comprar las medicinas para el pobre enfermo y pagar las visitas del médico. El
muchacho se restableció y tan pronto pudo caminar, lo fui a buscar para llevarlo
de paseo al Jardín de Luxemburgo. El tifo, traído por los ejércitos en 1814, causó
grandes estragos en la población de París.
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El viejo Nicolle entró un día muy inquieto, con una estupenda pintura, que acababa
de terminar, porque trabajaba mucho desde que había paz y me dijo: “mire dónde
nos lleva el clero! Sin duda ha leído en el diario que mañana tendrá lugar la
procesión de los votos de Luis XVIII. Toda la familia asistirá con un cirio en la
mano. Esta procesión se efectuará en toda Francia. Es un voto por medio del cual
Luis XVIII colocó al país bajo la protección de la Virgen para agradecerle la preñez
de la reina Ana de Austria”.
Al día siguiente, 15 de agosto, fui al Quai des Orfévres a ver pasar la procesión
que se dirigía a Notre Dame;efectivamente, los príncipes, así como todos los
grandes personajes iban con un cirio en la mano y puedo afirmar que el pueblo
sonreía y se mofaba; un muchacho preguntó: “ay por qué no está ahí el rey?”
“Bien sabes que no tiene pies” le contestó un señor. Por la tarde, día en que se
festejaba el aniversario del emperador, hubo gente que puso velas en sus
ventanas.
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rey y su familia partieron para Saint-Denis, a donde los guardias personales
habían sido enviados para acompañarlos. Por todo París corrían las noticias de
que el emperador haría su entrada al día siguiente, 20 de marzo.
Ese día temprano, partí con mis provisiones y una botella de agua y vino hacia la
plaza del Carrusel en donde me instalé a la espera de ver entrar a Napoleón a las
Tullerías. Yo iba por curiosidad, puesto que no tenía interés en ningún partido; los
sucesos valían la pena de ser vistos y no le era dado a todo el mundo
presenciarlos; además, tenía que contarle a mi madre lo que hubiera visto, ya que
ella no creía sino en las noticias que yo le llevaba. Cuando llegué al Carrusel, la
plaza estaba llena de gente, especialmente de obreros, a juzgar por sus vestidos.
Había también oficiales a medio sueldo, fácilmente reconocibles por su aspecto
militar y sus uniformes raídos.
La gente hablaba mucho y con animación. Las rejas de las Tullerías estaban
cerradas y la guardia nacional atendía el castillo. En el patio iban y venían los
soldados y de pronto vimos salir una larga columna de humo sobre los tejados: los
bomberos de servicio se pusieron en movimiento: era un incendio ocasionado en
la chimenea por una gran cantidad de papeles quemados por orden de las gentes
de la casa del rey.
Todo el día estuvo llena la plaza del Carrusel; se veían los oficiales que entraban y
salían, pero el emperador no llegaba. Al día siguiente se supo que había evitado
entrar por los barrios populosos para llegar a las Tullerías; que hubo una
recepción allí durante la noche, que se nombraron algunos ministros, que el
mariscal Ney, que había prometido a Luis VIII llevarle a Napoleón en una jaula de
hierro, se había pronunciado por el emperador, con todo su ejército que
probablemente lo había impulsado a ello.
Lo que más llamó la atención de los curiosos en la plaza del Carrusel, fueron los
soldados de la vieja guardia: 800 hombres que habían acompañado a Napoleón
desde la isla de Elba.
Todos estaban sucios, casi descalzos, con los uniformes remendados y los gorros
de pelos rojizos, completamente calvos.
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Se hablaba de la constitución liberal que el emperador debía dar a la nación, pero
el “acto adicional” como se le llamaba, nos importaba poco. Los que creían en el
liberalismo de Napoleón eran muy escasos: lo que más preocupaba eran los
nuevos enrolamientos de tropas, la llamada a los antiguos militares, la
movilización de la guardia nacional en toda Francia y un movimiento popular “la
federación” que se extendió por París. Los “federados” eran casi todos gentes de
los barrios periféricos; su uniforme era azul con cuello amarillo; sin embargo, la
mayor parte no tenía ni uniforme, ni fusil y cuando el emperador les pasó revista,
parecían una recogida de mendigos; se les miraba mal en la burguesía; más tarde
se convirtieron en tiradores de la guardia nacional, para la defensa de la capital.
El 28 de junio hubo gran terror porque se oyeron los cañones prusianos y algunos
días después tuvo lugar la capitulación de París: las tropas francesas debían
retirarse detrás del Loira.
El 8 de julio Luis XVIII regresó a las Tullerías; de ese día en adelante no se vieron
sino banderas y escarapelas blancas. La población, especialmente la burguesía,
parecía ser monárquica; el domingo siguiente al 8 de julio yo estaba en el jardín de
las Tullerías, en donde se bailaba y se cantaban rondas:
61
“¡Devolvednos a nuestro padre de Gand,
devolvednos nuestro padre!”
62
ganar la frontera belga. El hijo del general Wilson fue uno de mis camaradas en
América, en donde sirvió como edecán del “Libertador” Bolívar.
Poco después de este acontecimiento tuvo lugar el juicio del mariscal Ney, su
condena y su ejecución en la calle del Observatorio por un pelotón de “mis”
veteranos: algunos de ellos me afirmaron que el pelotón estaba formado por
"chouans" (5) es decir, guardias personales vestidos con el uniforme de los
veteranos. Se ha comprobado que los soldados que cuidaban tanto al mariscal
Ney como a la Valette, en la Conciergerie, eran guardias personales que usaban
el uniforme de granaderos de la vieja guardia. La muerte de Ney causó grande
indignación entre mi pueblo: recordábamos su reputación militar y su valor en
Mont-Saint-Jean; se decía que Wellington, todopoderoso en ese entonces, habría
podido salvarlo al interpretar a favor de él uno de los artículos de la capitulación de
París. No hizo nada de esto, al contrario estableció, cosa que probablemente era
verdad, que el dicho artículo no cobijaba al mariscal.
63
(4) N. de T. Ci-devant: apodo que se daba a los nobles en la época de la
revolución.
En una elección académica estaba tan indeciso entre dos candidatos que declaró
que la suerte resolvería su voto: dijo que escribiría el nombre de los postulados en
dos papelillos, que puso dentro de un sombrero para retirar el que debía ir a la
urna en el momento en que le fuera presentada; así lo hizo y botó al suelo el que
no usó y mostró ostensiblemente, su voto a Arago antes de entregarlo al ujier.
Arago, luego de la sesión, por curiosidad, recogió el papelillo que estaba bajo la
mesa y encontró que tenía escrito el mismo nombre del que había sido depositado
en la urna.
Los hombres que no se dejan influenciar por las circunstancias políticas son raros,
aun entre los sabios y los hombres de letras: la mayor parte están dispuestos a
llegar a un acuerdo con el poder, sea el que sea.
Habíamos llegado a la triste época del “terror blanco”, tan sanguinario como el del
93. Las “cortes prebostales” se instituyeron y eran verdaderos tribunales
revolucionarios.
64
La “congregación” se organizó también en 1815 para perpetuarse hasta nuestros
días. Para pertenecer a ella se necesitan como padrinos, personajes afiliados o
estar apoyado por adeptos. El descontento aumentaba a medida que se
multiplicaban los actos de rigor. La conspiración de Grenoble estalló y la corte
prebostal del Isère hizo fusilar una veintena de desgraciados que se habían dejado
arrastrar y entre ellos un niño de 16 años, que la corte había recomendado a la
clemencia del rey. El duque Decazes, ministro de la policía, envió por
telègrafo (6) la orden de ejecución; el duque sin embargo era un hombre amable,
de apariencia bondadosa a quien conocí mucho, pero cuando lo encontraba en un
salón a pesar de su amabilidad e, inclusive de lo interesante de su conversación,
no se por qué veía siempre a su lado el espectáculo sangriento del muchacho
ejecutado. Mucho más adelante, un día de 1867, cuando el jurado de la exposición
agrícola debía acompañar al emperador Napoleón III a una visita, recibí por la
mañana una esquela del duque en la que me rogaba esperarlo en el Palacio dc la
Industria para darle el brazo y sostenerlo —tenía 80 años— puesto que aun
cuando moribundo, quería ver al emperador. Durante todo el paseo se interpuso
entre nosotros la imagen sangrienta del pobre niño de Grenoble.
65
estaban allí para verlos pasar como ya lo habían hecho con Luis XVI, la reina y
todas las víctimas del terror rojo. Cuando salieron del patio del palacio, se oyó un
tremendo murmullo que fue apagándose a medida que el siniestro cortejo se
alejaba. El rumor que nosotros escuchábamos era producido por cien mil voces
que repetían a la vez: “ya vienen, ya vienen”.
Los más favorecidos eran los que estaban al pie del cadalso; los otros se
contentaban con ver pasar al condenado. Bajo el imperio las ejecuciones tenían
lugar en la plaza de Grévey y la guillotina se montaba a unos 30 metros del Sena
que entonces no tenía parapeto y se podía bajar a la orilla. (Durante las crecientes
del río la plaza del Hótel-de-Ville se inundaba y se podía atravesar en bote).
Después de las ejecuciones, la multitud se acercaba a la guillotina. Yo fui de estos
curiosos y me acerqué con algunos camaradas para ver la máquina fatal, pero lo
más curioso, lo más repulsivo que se veía era la vieja Mariana, una mujer de edad,
encargada de secar la sangre que hubiera caído en el pavimento. Ella usaba el
vestido de las campesinas, falda de lana recogida, zuecos, y un pañuelo anudado
sobre el bonete. Su dura fisonomía demostraba su profesión: había secado la
sangre de la familia real y se ufanaba de ello; cuando los pelafustanes la
injuriaban, respondía a sus sarcasmos y burlas amenazándolos con la esponja y
prediciéndoles que algún día los vería por la plaza de Grévey y que tendría mucho
gusto en trabajar para ellos.
Una sola vez asistí a una ejecución muy de cerca. Era un jueves, día de
vacaciones escolares y me dirigía al Marais; el cadalso estaba armado y había
poca gente en la plaza, debido a la lluvia torrencial que caía; la carreta llegó en
ese momento llevando a una bella joven, acusada de ser incendiaria, a quien
colocaron sobre la plataforma. Ella sollozaba, se la amarró sobre una tabla y en
ese momento Charlot el verdugo, tiró de un cordón y vi caer la cuchilla triangular y
luego la cabeza.
Es un momento terrible aquel cuando los condenados marchan hacia muerte; los
criminales más duros con frecuencia simulan un valor que podría no ser más que
fanfarronería. Una tarde oí al señor Feuillet de Conches, el gran coleccionista de
autógrafos, contar una historia bastante curiosa, narrada en las Tullerías, en el
curso de una comida con el emperador, en donde llegó a hablar del suplicio de
66
Luis XVI; el sitio no era apropiado, pero los cortesanos cuchichean más de lo que
hablan.
Este testimonio hacía honor al verdugo y es por esto que debí asegurarme de la
autenticidad de la carta. Fui a casa de Samson y me encontré en presencia de un
hermoso anciano de cabellos blancos y maneras de hombre bien educado; le
mostré la carta y dijo que sí era él quien la había escrito: “estaba indignado y
sentía que debía defender la memoria de Luis XVI,
mi víctima, que murió como mueren muy pocos condenados”. Felicité al verdugo
por un acto que tenía peligro en esta época terrible y él me contó que a casi todo
condenado en el momento de la ejecución se le pone la carne de gallina y que
aquellos que puede uno considerar dotados de una gran energía por su actitud,
presentan este síntoma a la sola vista del hacha.
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Como miembro del “consejo de salubridad” hice parte de una comisión encargada
de asesorar al prefecto de policía sobre el estado sanitario de los detenidos de la
Roquette. Vi la celda de los condenados, desnuda, blanqueada con cal, con dos
camas, un asiento de paja y un banco por todo mobiliario; estaba vacía en ese
momento. En esa misma oportunidad visité los talleres donde a los condenados a
trabajos forzados se les da ocupación hasta su viaje al presidio final.
¡Qué caras las que se veían allá! Las de los carceleros que nos acompañaban no
eran mejores. Todas esas fisonomías ¡estaban contraídas por la cólera! Se les
veía la dureza y el odio. Con cuánta brusquedad los carceleros trataban a los
prisioneros gritándoles brutalmente: “¡quítense las gorras, levántense!”, tan pronto
entrábamos a un taller. Los ebanistas eran los peor mirados porque bebían el
barniz con alcohol que les daban para sus trabajos: la prohibición de tabaco y de
licores es posiblemente la más dura de las privaciones que sufren los detenidos.
El año de 1816 fue uno de los más sangrientos del “terror blanco”. Los ultra-
monárquicos se convirtieron en caníbales especialmente en provincia. Los
consejos de guerra, las cortes prebostales y los tribunales rivalizaban en celo. En
Lyon se fusiló al general Mouton-Duvernet y damas monárquicas, pertenecientes a
las grandes familias, no tuvieron inconveniente de bailar en el sitio donde había
caído la víctima el día anterior. Los generales Drouot y Cambronne fueron
enviados a la jurisdicción militar y no escaparon de la muerte sino gracias a una
muy débil mayoría. Otros menos afortunados, fueron fusilados. París estaba
aterrado y se notaba que la causa monárquica perdía terreno cada día. Como
siempre sucede en época de persecuciones, se hablaba mucho, pero en voz baja
teniendo cuidado porque se creía ver por todas partes a un espía.
Nos aproximábamos a 1818. Como lo he dicho, hacía tres años yo seguía los
cursos públicos con asiduidad y había leído mucho; tenía que pensar en escoger
una profesión.
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comencé a estudiar ruso. El precio de una gramática estaba por encima de mis
posibilidades y tuve la paciencia de ir a la Biblioteca Real en donde pedí una
gramática rusa, con gran sorpresa del joven empleado de quien un día iba a ser
colega en el Instituto. Perdí mucho tiempo en darme cuenta de que el ruso es un
idioma muy difícil.
El señor Trémery dictaba un curso de física divertido, para uso de las gentes de
mundo. Sabio menos que mediocre, ni siquiera yo lo habría nombrado si en una
elección de la Academia de Ciencias no hubiera tenido por competidor a Gay-
Lussac, quien le ganó por un solo voto. Los nombramientos académicos son
algunas veces inexplicables: ¿cómo se podría vacilar entre este último, ya sabio
ilustre y mi examinador, un total desconocido? El señor Trémery era muy miope;
era profesor de historia natural en el Liceo Carlomagno, en donde le jugaban toda
clase de chanzas de mal gusto; como dictaba clases en las salas donde estaban
las colecciones, los alumnos se escondían, después de haber llenado los bancos
con animales disecados y durante una hora el profesor, sin
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hicieron un bello ajuar consistente en una gran levita azul, un vestido gris, dos
pantalones, doce camisas, pañuelos, etc., y una guerrera azul de oficial, destinada
a transformarse en el uniforme de la escuela. Esta guerrera provenía del tío Luis
que cayó en nuestra casa como una bomba, en 1816. El había emigrado debido a
la triste circunstancia que ya he contado; después de haber servido en el ejército
de Condé, como caballero de dragones de Enghien, entró al servicio de Inglaterra
en donde fue incorporado a los cazadores británicos; llegó a capitán ayudante al
ser disuelto este regimiento que hizo las campañías de Portugal, de España y de
Egipto, donde en la batalla de Aboukir cayó gravemente herido por una bala que le
atravesó el cuerpo y demoró allí dos años antes de poder regresar al servicio. En
España, en la batalla de Vitoria, una bala le rompió la mano derecha y en una
escaramuza un tiro de fusil a boca de jarro ocasionó un accidente bastante
curioso: algunos granos de pólvora que se habían localizado bajo la piel del
mentón lo dejaron tatuado para siempre. Era un excelente y valiente militar como
lo atestigua una carta autógrafa del príncipe regente que me fue permitido leer:
infortunadamente su valor fue empleado del “lado opuesto”. Entre otras cosas era
muy modesto, hablaba poco de sus campañas y fue por su diario, que encontré
entre sus papeles después de su muerte, que supe lo que acabo de contar.
Antes de dejar París para irme a Saint-Etienne pasé una tarde con la familia de mi
amigo Benoist en el Palacio de Justicia; yo admiraba mucho a su madre, mujer
instruida y piadosa, cuyo marido bastante mayor que ella, era singularmente
incapaz. La señora Benoist era quien llevaba los archivos del estado civil y quien
70
quisiera enfurecer a su marido, no necesitaba sino sostener que la tierra es
redonda.
De Chalon, el barco de vapor que nos llevó al muelle del Saone, donde
encontramos el albergue del “Caballo Blanco”. Sin parar en Lyon, nos pusimos en
camino temprano al día siguiente con la esperanza de llegar a nuestro destino. La
empresa era dura para el final de un largo viaje; el camino era muy accidentado y
siempre me producía una agradable sorpresa encontrar piedras y rocas que
71
conocía por haber visto las muestras en colecciones. Yo rompí muchos pedazos
de granito, de esquistos micáceos y cerca de Rivede-Gier encontré arenisca
carbonífera. Eran las tres o las cuatro cuando atravesamos esta ciudad que nos
pareció negra y sucia; después de una cena que consistió en pan, vino y queso,
continuamos camino, muy cansados, cuando un carretero que conducía un coche
vacío para transportar carbón, nos subió a su vehículo. ¡Fue así como hicimos
nuestra entrada, bien de noche, a Saint-Etienne! Nuestro conductor nos indicó un
albergue en donde pasamos la noche.
las minas, señor Beaunier, nos recibió bondadosamente, nos presentó a los
alumnos en la sala de estudios y nos hizo visitar la escuela. Quedé encantado al
entrar a un maravilloso laboratorio de química, mucho más elegante que el
del College de France, que había sido construido sobre planos traídos de
Inglaterra por el profesor de metalúrgia, senor Gallois. En el segundo piso se
encontraba una biblioteca bastante completa y una colección de minerales y de
rocas.
Los alumnos eran pocos: nueve en la segunda división primer año de estudios, a
la cual pertenecíamos y más o menos la misma cantidad en la primera división,
segundo año de estudios.
72
Hace algunos años tuve el dolor de perder a mi excelente amigo Fourneyron,
inventor de la “turbina”; Baude quien era asistente, es decir, admitido a la
enseñanza, pero sin tener que sujetarse a la disciplina y a los exámenes, murió un
poco antes. Para nosotros Baude era un viejo, tenía 27 o 28 años; hijo de un
antiguo prefecto del imperio, fue nombrado sub-prefecto durante los “cien días”,
destituido por la Restauración, se convirtió en accionista de las minas de Firminy;
hombre muy inteligente, fue uno de los periodistas de la oposición que protestaron
contra las “ordenanzas” de Carlos X. Fue nombrado diputado bajo Luis Felipe y
desempeñaba las funciones de prefecto de policía al principio del nuevo reinado.
Fue bajo su administración cuando en el curso de una violenta manifestación el
populacho demolió el arzobispado de París, lo que fue causa de su destitución;
después sirvió en el Consejo de Estado.
Fourneyron era muy apreciado por los hombres de ciencia más notables;
presentado como candidato a la sección de mecánica de la Academia de Ciencias,
73
perdió por un voto contra el general Morin. No se volvió a presentar, lo que fue una
lástima porque seguramente la Academia lo habría nombrado. Este fracaso es un
ejemplo bastante frecuente del poco discernimiento de las corporaciones de
sabios. Que esto hubiese sucedido ante un geómetra hábil, se habría podido
comprender, pero entre Fourneyron y Morin, ambos ocupados en mecánica
práctica experimental, la elección no podía ser dudosa. El nombre del inventor
durará mientras las turbinas trabajen, es decir, para siempre y el de Morin
terminará con su honorable carrera.
El señor Gueyniveau, profesor de química y metalurgia, era otro tipo curioso: tenía
el brazo derecho más corto que el izquierdo; sus enseñanzas eran correctas, pero
se notaba que contaba a medio día lo que había aprendido a las 10 de la mañana;
en su casa, a donde yo iba a tomar notas para el curso, no existía sino una
preocupación: la de quitar el polvo; si yo entraba con alguna pequeña mota sobre
mi levita, la tomaba delicadamente, abría la ventana y se soplaba los dedos para
hacerla volar. Este ejercicio me divertía así que yo tenía buen cuidado de poner
algunos plumones sobre mi vestido, cada vez que iba a visitarlo y jamás dejó de
abrir la ventana y de proceder a la expulsión, tal como la he descrito. En el fondo,
era un hombre excelente, de gran timidez, que pesaba sus palabras, pues temía
comprometerse.
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El señor Le Boulanger, adscrito al laboratorio, sufría de una enfermedad singular:
de repente y sin aviso se le desarrollaba una gran cantidad de gas en el
estómago, cuyo ruido parecía el ladrido de un perro; los eructos eran tan
abundantes y prolongados que le producían dolor; en estos casos bebía grandes
cantidades de agua, pero la fuerza de los gases era tanta que el agua se devolvía
a más de un metro de distancia y el enfermo sufría menos cuando evacuaba el
líquido en esa forma; se comprende que con esa clase de achaque, el señor Le
Boulanger buscara la soledad. Habitaba en las afueras de la ciudad y su mobiliario
consistía únicamente en una silla y un colchón relleno de pedazos de papel. Todos
los días, sin importarle la estación, atravesaba la ciudad para llegar a la escuela,
caminando lentamente y deteniéndose durante varios minutos para mirar el sol
cuando brillaba. Los niños lo tomaban por un loco y lo seguían; en el laboratorio
hacía análisis minerales, ensayos con ferrosas, trabajaba con gran habilidad, pero
casi nunca hablaba y su silencio duraba algunas veces una semana. Si un alumno
le pedía consejo, lo que no era frecuente, ordinariamente se lo daba pero otras
veces se iba sin contestar. Cuando no estaba muy enfermo el señor Boulanger era
un compañero agradable, aunque por desgracia, esto no ocurría a menudo.
Después de mi salida de la escuela supe que se había agravado: sin estar
absolutamente loco,puesto que razonaba juiciosamente, su apatía ya no tuvo
límites. Un día, uno de sus amigos lo encontró en Lyon, en medio de un grupo de
vagabundos que barrían calles;la policía que lo había recogido, lo había llevado a
la cárcel y lo obligaron a desempeñar ese oficio sin que él se hubiera opuesto. El
amigo le hizo abandonareste repugnante oficio que a Le Boulanger no le
impresionaba porque su moral estaba ya muy afectada.
Al otro lado de la calle había un panadero que nos permitía asar en horno las
carnes que algunas veces comíamos; casi siempre era un pierna de cordero con
papas.
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vivíamos muy lejos de la escuela, lo que nos obligó a mudarnos más cerca.
Benoist pudo alquilar un cuarto en casa del padre de un camarada, el señor
Berthon, quien explotaba una mina de carbón.
Yo tomé una manzarda en la calle frente a la iglesia; luego para acercarme aún
más al laboratorio, alquilé una casita aislada y como suspendida sobre el Furens;
para ayudarme en el alquiler un tanto elevado, 20 francos mensuales, me asocié
con un camarada, Lalance, de Montbeliard, joven encantador e inteligente, quien
llegó a ser director de las minas de Ronchamps.
Alimentación 35 francos
Habitación 10 francos
Total 45 francos
Fue una gran suerte y considero que tuvo una enorme influencia en mi porvenir el
haber estado en posesión del laboratorio de la escuela.
** J... F... está por Jean-Foutre, término popular despectivo que designa a un
hombre incapaz.
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Yo disponía de todo y además tenía los consejos del señor Le Boulanger; los otros
alumnos venían al laboratorio una o dos veces por semana, más o menos bajo mi
vigilancia.
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estrecha; su fisonomía, sus ojos rasgados, su aire burlón del que nunca se pudo
librar, no inclinaban a su favor. Había que conocerlo para apreciarlo como se lo
merecía, aun cuando imberbe era regañón corno un viejo malhumorado y siguió
siéndolo durante toda su vida; su hermano menor Juan Claudio que entró más
tarde a la escuela y pasó toda su vida junto a él, posiblemente es el hombre más
regañado del universo.
Los alumnos tratábamos con gran familiaridad a los profesores y a los capitanes
de artillería adscritos a la fabricación de armas de Saint-Etienne, de las cuales el
señor Jovin era entonces contratista.
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Entre la juventud liberal y anti-clerical había un joven médico, el señor L... a quien
encontré muchos años después como colega en el Consejo de Estado. Este señor
era encantador, muy solicitado por las pacientes, y se enamoró de la hija de un
negociante en sedas, muy rico. La joven, una verdadera miniatura, muy elegante,
usaba en el campo una blusa y un sombrero a la Pamela, que hacía nuestras
delicias; era alegre, vivaracha y había recibido una educación religiosa perfecta;
sus padres carecían de malicia. El matrimonio tuvo lugar a mi salida de la escuela;
todos envidiaban la buena suerte del joven médico porque había recibido una
encantadora mujer y una buena dote. Gracias a la influencia del señor Casimir
Perier, de quien había sido secretario, el doctor fue nombrado diputado un tiempo
después del advenimiento de Luis Felipe; luego encontró el Consejo de Estado
donde lo reconocí y fuimos buenos amigos. Al decir “buenos” no es la palabra
exacta, porque yo conocía su historia.
L... tuvo un duelo con un alumno de la escuela y lo mató; se contaba que el duelo
no había sido muy limpio: el hecho es que el doctor tuvo que abandonar a Saint-
Etienne, en donde no reapareció sino muchos años después. La señora continuó
con sus malas costumbres; después desapareció la fortuna del padre; la infeliz
vivió con diferentes hombres y cayó tan bajo que hace algunos años se convirtió
en la concubina de un herrero a quien ayudaba a soplar el fuelle; al final de su vida
Los alumnos levantaban planos de las minas para los contratistas, lo que les
proporcionaba algún dinero. Por el trabajo manual que debíamos ejecutar dos o
tres veces al mes, pagaban muy poco. Nos habían asignado un corte para
ejercitamos en el oficio de picadores y nos pagaban por cada tarea; en el año yo
recibí 18 francos que utilicé en una excursión al Mont-Pilat.
En las vacaciones de Pascua florida visité con mi amigo Leferme las minas de
Saint-Bel y Chessy en los alrededores de Lyon; fuimos por la montaña en dos
días, sin pasar por la ciudad. Creo que habíamos decidido examinar un yacimiento
de antimonio sulfuroso en Saint-Symphorin. Pasamos varios días en las minas; las
primeras presentaban filones considerables de piritas de hierro muy pobres en
cobre; la tostación de las piritas formaba pirámides truncas sobre cuya base
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superior se hacían huecos cilíndricos en donde se depositaba el azufre líquido que
era retirado, de cuando en cuando, con una cuchara de hierro. Ese yacimiento de
piritas de Saint-Bel, sin valor en ese momento, debido a su poco contenido de
cobre, hoy día es valioso desde que la pirita reemplazó el azufre en la fabricación
de ácido sulfúrico. Un maestro minero “sajón” nos mostró “con amor” los trabajos
subterráneos.
Dejé a Leferme en las minas de cobre y regresé solo a Saint-Etienne; hice el viaje
en una sola etapa, por la montaña; dejé a Saint-Bel a las 5 de la mañana sin haber
desayunado y el hambre atroz después de 7 horas de marcha, me sorprendió en
un bosque de pinos; creí que no llegaría jamás a un sitio habitado; por fin lo logré
y en una aldea restauré mis fuerzas con una tortilla de 12 huevos, queso y una
botella de vino. Descanse una hora y seguí mi camino; recorrí una región muy
accidentada y llegué a Saint-Etienne a media noche. Había caminado unas 18 o
19 horas.
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Mucha gente asistió a esta ceremonia: en el auditorio había “bellas damas” como
decíamos nosotros. Sin lugar a dudas la más bella, joven y fresca era la madre de
Baude, ¡pero él tenía cerca de 30 años! Así que la esposa del antiguo prefecto del
imperio debía estar cerca de los 50 años. ¿Cómo podía aparecer tan joven? Nos
dimos cuenta de que todo se debía a que se aplicaba sobre la cara unturas
artificiales. Para mí y para la mayor parte de mis camaradas ésta fue la primera
vez que vimos rostros humanos coloreados.
Benoist y yo resolvimos pasar por Clermont y tomar la ruta del Bourbonnais para ir
a París, con el objeto de ver la parte volcánica de Auvernia; nos acompañaban dos
condiscípulos: Remmel y Leferme.
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joven y bella como todas las nacidas en Forez; se sabe que los grandes cafés de
París buscan las mujeres de esta región para ocupar los trabajos de mostrador,
pues el éxito del establecimiento radicaba en la belleza de las empleadas. “La
bella mesera del café del Bosquet” como decía una canción de la época, era de
los alrededores de Montbrison.
El ama de llaves nos hizo una excelente comida; era una campesina muy
informada sobre la agricultura de la región. La historia del campesino que nos
sirvió a la mesa, muestra hasta qué punto eran supersticiosos sus habitantes. Este
pobre hombre, como la mayoría de los vecinos, había sufrido de fiebres; un brujo
le había ordenado comer un pedazo de su propia carne cocida, como medio de
curación. El enfermo tuvo el valor y la estupidez de cortarse un buen pedazo de la
nalga, el cual hizo asar para comerlo de acuerdo con la prescripción. Por poco
muere en la operación; la fiebre perduró y cuando lo vimos andaba todavía con
dificultad. ¡La fe tiene una fuerza sublime! Cómo le hacían la burla sobre el
tratamiento inútil al que se había sometido, respondía que estaba persuadido que
no había tomado de su trasero un pedazo suficientemente grande.
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Vichy, la Palisse, Moulins, Nevers, La Charité, casi siempre a pie. En Montargis, el
hospedero al ver mi nombre inscrito en el registro me contó que había varias
familias Boussingault en los alrededores. De Montargis seguimos a Fontainebleau,
pasando por Nemours. Nos hospedarnos algunas veces en sitios imposibles
porque los fondos habían disminuido considerablemente; la geología del Auvergne
nos había arruinado.
Las vacaciones fueron cortas porque el viaje había sido largo. No sé exactamente
qué hice en París, lo que no fue gran cosa; pasear mi vestido de minero, que
hacía gran efecto en el barrio, ver a nuestros amigos, visitar las colecciones
geológicas y llevar a cabo algunas excursiones para estudiar el terreno de París.
Regresé a Saint-Etienne con Benoist al finalizar las vacaciones y esta vez un poco
más cómodamente, utilizando carretas con frecuencia y también llevamos sacos
más livianos que la primera vez, aun cuando había mejorado mi guardarropa en
París.
Nuestro amigo Fourneyron dirigía entonces los trabajos de estas minas y tuvimos
gran placer en encontrarlo; había escapado milagrosamente a un accidente que
83
había podido serle fatal: al bajar a un pozo por una escalerilla, le falló el pie;
estando ya a bastante profundidad cayó arrastrando a los que le precedían que
eran el hijo del propietario de la mina, señor Chagot, y un maestro minero. Los tres
fueron a dar al fondo del pozo, más o menos maltratados, pero sin fracturas.
Fourneyron cojeaba un poco cuando los encontramos, había caído desde una
altura de 17 metros sobre los otros dos que le habían servido de colchón.
Almorzamos con el señor Chagot, quien acababa de adquirir le Creusot por una
suma insignificante porque en ese tiempo la mina no tenía gran importancia; se
buscaba en las minas el hierro carbonatado de las hulleras. Allí conocimos dos
alumnos de la escuela de minas de París, los señores Lamé y Clapeyron. De le
Creusot fuimos a Saint-Etienne pasando por Lyon. Nuevamente me alojé en la
casita que ya he mencionado, a orillas del Furens, frente a la escuela, con mi
amigo Lalance como compañero de cuarto.
Este segundo año fue bien empleado: enseñé a mis condiscípulos los
procedimientos de “ensayo por la vía seca”; examiné también algunas aguas
minerales como las de Saint-Galmier, de las que el señor Thibaud pensó extraer el
carbonato de soda como Berthier lo había propuesto para el agua de Vichy, pero
mi análisis demostró que el agua de Saint-Galmier contiene mucho menos
bicarbonato alcalino que la última.
También inicié análisis sobre acero instigado por el señor Beaunier quien había
fundado una fábrica en la Berardiére, la cual yo visitaba ocasionalmente. Había
traído algunos obreros alsacianos, entre ellos Jacob Holtzer, fundador de las
acerías de Unieux, cuyo hijo, mucho más tarde, fue mi yerno. Allí se
cementaba ** el hierro de Rives (Isére) que luego se fundía y se vertía en
lingoteras para ser estirado a martillo; era una fábrica en estado embrionario,
donde se perdió bastante dinero y que funcionó mejor cuando, de acuerdo con la
recomendación del señor De Gallois, se emplearon obreros ingleses dirigidos por
el señor Jackson, un antiguo peluquero.
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Descotils había anunciado que al calentar el platino con carbón se obtenía un
compuesto del metal con carbono. No podía dejar de interesarme este asunto y
repetí la experiencia de Descotils calentando láminas de platino en un crisol y
obtuve un magnífico lingote en el cual, en lugar de carbono, descubrí silicio y así
se estableció que el silicio, que era apenas conocido, se unía al platino. Más tarde
Berzélius, al repetir el experimento, obtuvo el mismo resultado.
Me había visto forzado a emplear una muy alta temperatura y la chimenea del
horno de tiro enrojeció hasta una altura de 2 metros y como el conducto por donde
desembocaba ésta noestaba separado de la madera sino por una cama de ladrillo
insuficiente, incendié la biblioteca de la escuela. Afortunadamente se dieron
cuenta a tiempo y no hubo mayor daño. Redacté un informe sobre la combinación
de silicio con el platino y sobre la presencia de aquel en el hierro y el acero; fue mi
primer trabajo y uno de los mejores que haya publicado; tenía entonces 18 años.
Hacia la mitad del curso, el consejo decidió declararme fuera de concurso en
reconocimiento por los servicios que prestaba en el laboratorio a mis
condiscípulos. Un alumno de Bretaña, Dyebre, fue el laureado de la primera
división.
La mina tenía poca importancia y no producía ninguna utilidad, así que mi salario
no iba a ser muy bueno, de acuerdo con la prosperidad del negocio: 1.200 francos
anuales, más alojamiento, calefacción y luz. El señor Beaunier me sugirió antes de
que emprendiera mi viaje a Alsacia, que visitara los yacimientos de asfalto del
departamento del Am y las vitriolerías de los alrededores de Beauvais, donde se
fabrican con las turbas piritosas, sulfato de hierro y alumbre.
Salí con Remmel, Dyevre y Lalance que debían acompañarme hasta Lyon.
Paramos en Rive-de-Gier para visitar las minas más profundas de esta región. Allí
tuvimos una fiestecita con compañeros que encontramos y con quienes hicimos
una cena de despedida.
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Cuando recorríamos la galería del primer piso en donde se encuentran las
antigüedades romanas, bustos que interesaban a Remmel (un artista) al pasar
frente a una sala oímos una voz que desarrollaba un teorema de geometría y
tuvimos la curiosidad de entrar: un profesor de mediana edad dictaba una lección
de trigonometría a 7 u 8 oyentes adormecidos; nuestra correcta presentación,
nuestros uniformes de mineros, con el cuello bordado en oro, indicaban nuestra
profesión y establecían que no éramos unos legos y que debíamos entender tal
demostración. Sin embargo, con gran sorpresa de nuestra parte el profesor nos
rogó salir y como hiciéramos algunas observaciones, no echó de la sala de lo cual
nos vengamos riendo a carcajadas.
Pero como suceden cosas extrañas en el mundo, doce o trece años más tarde,
después de haber recorrido una parte del globo, de haber escalado los volcanes
del ecuador regresé a ese mismo Palacio Saint-Pierre de donde había sido sacado
por un pedante para instalar en mi calidad de decano, la Facultad de Ciencias de
Lyon.
86
A partir de la fábrica de Seyssel, ubicada en una magnífica situación a orillas del
Ródano, pasé a Nantua, en donde pernocté y comí sopa de cangrejo de río por
primera vez.
Después de haber visitado el lago, me dirigí hacia París con mi pequeño saco a la
espalda, mi martillo de minero en la mano y en el bolsillo de mi uniforme mi primer
“informe” sobre la “combinación de sílice”, base de mi fortuna científica. En efecto,
fue muy bien acogido con la excepción de Berthier, quien lo denigró y se negó a
admitir la exactitud de mis experimentos hasta que Berzelius, los hubiese
confirmado.
Seguí por Bourg, el país del cáñamo y me llamó la atención el aspecto enfermizo
de los campesinos: se veían afiebrados, afectados por el paludismo que era
atribuido a las emanaciones de miasmas de la comarca y sobre todo a las que
provenían de la maceración de la fibra. Al atravesar esta región malsana, concebí
para ejecutarlo más tarde en países más azotados por enfermedades, el proyecto
de buscar los miasmas en la atmósfera.
Durante el resto del viaje ya no me detuve más por la urgencia que tenía de llegar
a París; si hubiera tenido los medios habría tomado la diligencia, pero mi bolsa
estaba demasiado liviana y no era posible.
Volví a tomar el camino del Bourbonnais y llegué a la casa tan bronceado que al
principio no me reconocieron. ¡Esta vez sí que me parecieron tristes mi casa y mi
calle! Afortunadamente para mi la presencia de mi madre embellecía todas las
situaciones. Los niños bien dotados, estudiosos y decididos (de lo que yo había
dado pruebas) generalmente son adorados por su madre, a menos que ésta sea
una mujer vulgar. El padre y el resto de la familia pueden no comprenderlos y
hasta llegar a inculparlos por la dirección que han tomado; la madre inteligente
nunca se equivoca.
Después de algunos días de descanso, cepillé bien mi única levita con martillos
dorados en el cuello, me puse mi mejor pantalón, ¡estaba irreprochable! Mamá
insistió en que usara brillantina en el cabello, lo cual hice y me dirigí a la casa del
señor Gay-Lussac para presentarle mi informe sobre “el siliciuro de platino”. Por
esa época, cuando un alumno muy joven debía hablar a un sabio célebre, se
encontraba bastante incómodo o más bien intimidado. Yo iba a presentarme ante
un hombre ilustre cuyos trabajos había admirado y estudiado, autor del
descubrimiento del cianógeno, de la ley sobre la combinación de los gases, todo
ello en informes sencillos, a raíz de la observación que había hecho con Humboldt,
de la relación de 2 a 1 en la combinación del hidrógeno con el oxígeno para formar
agua.
87
encontrar”. Hoy día los jóvenes no respetan a los maestros y no se les puede
reprochar porque en el estudio de las ciencias no los inician en la historia de los
descubrimientos; los jóvenes sabios de esta época saben de Lavoisier porque los
comuneros del 93 lo guillotinaron; nosotros en 1819-1820 conocíamos la historia
de la ciencia y admirábamos a quienes la habían enriquecido con sus trabajos.
Gay-Lussac estaba de pie, listo a salir, cuando yo entré. Suspendió una lectura
que estaba haciendo en voz alta y permaneció en la misma posición sin hacerme
sentar, dando como excusa que iba a ausentarse para dar una lección. El profesor
era alto, ni gordo ni flaco, en la fuerza de la edad, rostro marcado y serio. Uno
podía darse cuenta de sus ojos fatigados, a pesar de los anteojos que nunca se
quitaba.
(7) Anales de la Química y Física. Tomo XIV, pág 312, segunda serie.
Me acogió con gran bondad y le entregué mi informe; al leer el título pareció muy
sorprendido y yo le dije que al fundir en un fondo a muy alta temperatura el platino,
se obtenía un lingote que probablemente no contenía carbono, pero con seguridad
contenía silicio.
Volví a mi casa radiante de la acogida que me dio el ilustre químico. Puedo afirmar
que la idea que me formé de él después de mi visita fue muy real: carácter recto,
firme, bondadoso, pero frío y que inspiraba poca simpatía. Supe después que
88
había habido dos Gay-Lussac: el de la juventud apasionado por la ciencia y el de
la edad madura, a quien las necesidades de su familia habían transformado en un
individuo bastante metalizado.
Antes de salir para Alsacia fui a Picardía para visitar las turberas de piritas y así
estudiar la fabricación del sulfato de hierro y del alumbre:
De regreso pasé algunos días en París y partí para Estrasburgo, esta vez en
"diligencia", ¡mi primera diligencia!.
Yo tenía dos cartas para Estrasburgo, una dirigida al señor Hecht, farmaceuta,
hombre gordo que fumaba una enorme pipa "para inspirarse" según decía; había
sido boticario de Vauquelin y para darse cuenta del ardor que tenían por la ciencia
los jóvenes admitidos en el laboratorio, los sometía a una prueba singular: le daba
al neófito una substancia muy dura que debía reducir a polvo impalpable en un
mortero de ágata; al día siguiente tocaba el polvo y decía: "No está
suficientemente fino, continúe" y así todos los días; Hecht aseguraba que ninguno
de los jóvenes esperaba el séptimo día para renunciar al estudio de la química.
La otra carta era para el señor Voltz ingeniero jefe de las minas. Había sido
condiscípulo del señor Le Boulanger en la Escuela Politécnica y en la escuela de
minas de Moutiers. Voltz llegó a ser geólogo muy distinguido, pasó parte de su
vida estudiando a Alsacia; observaba bien, redactaba con dificultad y publicaba
poco. Dejó material que fue utilizado y para mí se convirtió en un excelente
maestro de geología porque lo acompañaba en sus excursiones durante el corto
tiempo que permanecí en Lobsann.
Voltz vivía con sus padres muy ancianos, quienes eran los típicos estraburgueses
protestantes. Yo fui admitido en la familia, el padre, antiguo propietario de café,
era muy bien considerado y fue allí donde conocí a Engelhardt, preparador en la
89
facultad de ciencias de Estrasburgo, muchacho instruido buen dibujante, quien
más tarde llevó a cabo con éxito estudios de fósiles del Bajo Rhin. Luego fue
director de las Forjas Niederbronn; se casó tontamente, lo que es peor que
haberse quedado solo, soportaba únicamente la compañía de su mujer, rara,
amanerada, de manera que su inteligencia se fue agotando rápidamente.
En cuanto a Voltz era un trabajador infatigable; nada más divertido que el desdén
que mostraba por los sabios de París. Más alemán que francés, al hablar de los
parisienses, nunca dejaba de decir: "esa es la opinión de la tienda de París". Era
un republicano muy avanzado, intolerante, poco sociable y puritano en religión.
Cuando más tarde lo encontré de inspector general de minas, "la tienda de París"
ya no le parecía tan poca cosa, pues lo había nominado para un puesto en la
Academia a donde habría entrado si la muerte no se lo hubiese llevado
prematuramente. En síntesis, un buen amigo, un hombre seguro con quien yo
hablaba con frecuencia.
Salí de Estrasburgo para ir a las minas con el señor Berger, un contador, antiguo
comisario de policía de Cassel, hombre simpático que sabía un montón de
anécdotas escandalosas. Viajábamos en una carreta con un frío atroz... y nos
habríamos congelado si no hubiéramos llegado a Haguenau para la comida.
Este producto no se vendía mucho porque no era bueno para calafatear, con su
rápido secamiento; había que encontrarle otras salidas; entonces yo hice ensayos
para introducir en Alsacia la industria de la pasta bituminosa que había visto en
Seyssel, aprovechando este asfalto de alta consistencia, casi sólido y que,
inclusive, se volvía quebradizo en épocas frías. Felizmente descubrí un calcáreo
café y bituminoso cuyos ensayos fueron satisfactorios. Se llegó a utilizar el
producto en recubrimiento de aceras y en los trabajos de las fortificaciones más
90
tarde su uso se multiplicó considerablemente; en ese entonces, la concesión fue
adquirida a un precio fabuloso por una compañía que arruinó a sus accionistas.
Puedo decir que en Lobsann yo vivía bajo tierra; estaba en todo el fervor de mi
profesión de minero; allí hice mi primera perforación que resultó muy precisa, es
decir, que dos brigadas de obreros que salieron de dos puntos opuestos debían
encontrarse la una con la otra perforando la roca, lo que sucedió con menos de un
decímetro de diferencia. Este éxito me colocó muy alto en la estimación de los
obreros. Con cuánta ansiedad escuchaba dentro del túnel los golpes de las picas
de los trabajadores del lado opuesto, con quienes debíamos encontrarnos. En este
trabajo, que duró tres meses sucedió un incidente que prueba la superstición de
los mineros.
91
Había dos niños: Aquiles, en ese entonces pensionado en Estrasburgo y una
niñita, Adela, de 5 a 6 años, medio salvaje, que vivía al aire libre y corría como un
muchacho, tostada por el sol, cabellos rubios, faldas de zaraza, mal educada y
que no sabía una palabra de francés; así era entonces la personita con quien me
casé 13 o 14 años más tarde y que se convirtió en la mujer más graciosa y más
dulce que uno se pueda imaginar.
Cuando yo iba a Estrasburgo, al salir por las tardes del laboratorio, Engelhardt me
llevaba a beber una cerveza y a comer salchichas en una cervecería donde se
reunían estudiantes alemanes en su mayoría. ¡Qué bebedores! ¡Qué fumadores!
¡Qué habladores!.
92
En el pozo Dandré, en medio de la arcilla, tuve la extraordinaria suerte de
encontrar un nuevo fósil (una mandíbula) que Cuvier describió y que se encuentra
en la colección del museo de Estrasburgo.
La biblioteca que el señor Le Bel puso a mi disposición fue mi gran recurso. Leí lo
que pude; muchas obras literarias, viajes e historia; leía de noche en mi cama,
funesta costumbre que conservé durante mucho tiempo. En mayo o junio de 1821
me iba de Alsacia, cuando se supo la muerte de Napoleón. Me encontraba en
Estrasburgo, fue como una calamidad pública: la señora Dournay lloraba y los
campesinos no creían la noticia porque para ellos el emperador ¡no podía morir!
En mis conocidos reinaba una tristeza incomprensible y seguramente se habrían
vestido de luto si se hubieran atrevido; aumentó el odio que los alsacianos sentían
por los borbones.
Debo decir que me retiraba de Lobsann porque hacía un mes o dos que mi
antiguo profesor de Saint-Etienne, el señor Thibaud, me proponía trabajar con él al
servicio del bajá en Egipto; me ofrecía 6.000 francos de sueldo y un grado en el
ejército egipcio, acorde con dicho sueldo. Mi madre a quien yo informé de la
propuesta del señor Thibaud, no me alentaba a aceptarla porque veía todos los
peligros imaginables y escribió a mis amigos de Alsacia pidiéndoles que me
disuadieran de entrar al servicio del bajá; renuncié a esta aventura sin mucha
pena, ya que de acuerdo con las impresiones que me habían dejado mis lecturas
sobre viajes, no me gustaba el Oriente.
93
sublevaron contra el soberano perjuro y España quiso someterlas: he aquí el
origen de la "guerra de la Independencia".
Más adelante, después de nuevas victorias obtenidas por los insurrectos, una
Asamblea Constituyente confirmó en julio de 1825 en la ciudad del Rosará (8) de
Cúcuta las leyes promulgadas en Angostura. Fue desde esta última ciudad, a
orillas del río Orinoco, cuando casi todo el territorio colombiano estaba todavía en
poder de los españoles, que Bolívar envió a Europa a don Antonio Zea en calidad
de plenipotenciario, para solicitar el reconocimiento del nuevo Estado, así como
ayuda en dinero, para comprar armas, municiones y barcos de guerra.
Antonio Zea tuvo además una misión especial: la de enviar a Colombia jóvenes
instruidos para fundar en Santa Fe de Bogotá, la capital, un establecimiento
científico, una escuela particularmente destinada a formar ingenieros civiles y
militares. Zea era un botánico hábil que amaba las ciencias y Bolívar había vivido
en Europa lo suficiente para comprender la ventaja que su país obtendría con una
institución semejante.
Creo que fue por intermedio de Voltz que el señor Berthier "mi enemigo" me
propuso de parte del señor Zea entrar al servicio de Colombia. Me ofrecían 7.000
francos de sueldo, un grado en el cuerpo de ingenieros equivalente a ese sueldo y
mi transporte en un buque de guerra; además, debía suscribir un contrato por
cuatro años.
94
Salí para París donde debía permanecer unos meses preparándome para la
expedición proyectada.
En Paris me alojé en casa de mi hermana, calle del Roi Doré, en el Marais pero
casi todos los días visitaba a mis padres. Como mi partida hacia América no era
inmediata, mi llegada a París llenó de felicidad a mi familia. Mi madre comprendió
mi resolución y nunca dudó de su éxito.
Estábamos en los primeros días de junio de 1822 y como la expedición debía salir
de Francia en octubre, no teníamos mucho tiempo por delante para conseguir los
instrumentos y los libros que debíamos llevar y además adquirir las nociones que
me hacían falta. Una de mis primeras visitas fue, naturalmente, al ministro de
Colombia: firmamos un contrato y recibí 2.000 francos para entrar en campaña.
Cuando conocí a la familia Zea, ocupaban una linda casa en la calle Caumartin,
gozaban de gran opulencia, tenían coches, sirvientes de librea y se trataban con el
gran mundo; la señora Zea era muy joven todavía y de una rara belleza; mujer
excelente, contaba con sencillez sus miserias anteriores. Estaba llena de salud,
pero la atendía asiduamente un joven médico mexicano. Algunos años después,
se casó con el general de Rigny.
95
Fue allí donde vi entrar a una mujer elegantemente vestida, bonita, aunque
madura y ¡qué bien pintada! Fingía gestos y maneras infantiles. El señor Zea me
la presentó: era la esposa de quien debía ser mi jefe, el señor Lanz, coronel de
ingenieros, quien residía en Bogotá. Ella se había quedado en Francia y
dilapidaba la mitad del sueldo de su marido, siempre con la intención de ir a
encontrarlo; ese día acababa de asistir al almuerzo de Alibert, famoso médico del
hospital de San Luis, almuerzo del que todavía se conserva el recuerdo, puesto
que la mayoría de los invitados pertenecían al mundo de la vida alegre. Cuando
supo que yo salía para Colombia ella dijo que sería una buena ocasión para hacer
el viaje; como la señora Zea le hiciera la observación de que no era muy joven
para protegerla, contestó: -"pero soy yo quien le serviré de chaperón"- desde
luego esto era una chanza, porque se encontraba muy bien en París, en donde
gozaba de mucho éxito.
Lanz, con quien viví bajo el mismo techo y muy íntimamente, era un hombre
excelente, perfectamente educado, antiguo oficial de la marina española, autor
con Bethencourt de un tratado llamado "Ensayos sobre la composición de las
máquinas, 1808" se había casado en un amoblado de París, con una joven
campesina de 16 años, recién llegada de los alrededores de Metz, hermana de la
administradora de la casa; el matrimonio tuvo lugar en los primeros días de la
revolución. Lanz vivía entonces de preparar a los jóvenes para la Escuela
Politécnica; cuando José Bonaparte llegó al trono de España, Lanz fue nombrado
prefecto de Córdoba, puesto que ocupó hasta la expulsión de los franceses;
regresó a su país con su esposa y aceptó el puesto de director de puentes y
calzadas en Buenos Aires; como el dinero no llegaba del Nuevo Mundo, la señora
Lanz subió al tablado del teatro y tuvo éxito en los papeles de sirvientilla.
Fui muy amigo de Demarquet (Eloy) a quien conocí en Quito, en donde se había
casado. Bajo el imperio perteneció a los pupilos de la guardia, un regimiento de
niños, formado especialmente para la guardia del rey de Roma; luego hizo parte
del ejército activo con el grado de subteniente y al ser licenciado pasó a América,
como muchos otros lo hicieron. En Jamaica encontró a Bolívar cuando éste fue
forzado a alejarse, después de haber sido derrotado en Cartagena por las tropas
96
de Morillo. Fue allí donde Bolívar reclutó varios militares franceses que lo
acompañaron cuando regresó a Venezuela.
Demarquet fue el primer edecán de "el Libertador"; hizo todas las guerras de la
independencia desde 1816 o 1817, acompañó a Bolívar en la campaña del Perú y
antes de la muerte de éste ya había sido retirado del servicio y se había
establecido como comerciante en Quito, Lima y el Chocó, ganando una buen renta
que le permitió establecerse con su familia en París, donde murió a principios de
1870. Yo pronuncié una alocución junto a su tumba en el cementerio del Pére
Lachaise. Este oficial fue un hombre honrado en toda la acepción de la palabra y
en el curso de su difícil y peligrosa carrera, tuvo que sufrir las circunstancias del
medio donde vivió; era de una alegría encantadora, lo que no excluía una gran
sensibilidad.
Un día -en el curso de una expedición contra la Provincia de Pasto esta vendée de
América meridional donde yo tuve singulares aventuras- llegó un informe al cuartel
general dando cuenta que un soldado español de nacimiento había contado en el
vivaque que había visto desfilar una columna enemiga cuyo uniforme describía:
levitas verdes con cuello amarillo; su relato contado con gran seriedad, impresionó
a sus compañeros y se le hizo venir; se excusó afirmando que simplemente había
querido hacer una chanza, indicando el paso de una banda de loros de plumaje
verde y amarillo. El general Bolívar dictó a Demarquet una orden al jefe del
regimiento para que el pobre diablo fuera pasado por las armas; el francés trató de
intervenir, pero el general frunció las cejas -y qué cejas- y una lágrima cayó sobre
el papel que escribía Demarquet. Bolívar entonces golpeó el hombro de su edecán
y le dijo: "muy bien coronel, usted es un hombre sensible, pero la orden está
firmada" y media hora después el soldado era fusilado.
Como consecuencia de la ley del divorcio, Demarquet tenía dos padres y dos
madres y siempre conservó muy buenas relaciones con los cuatro.
Después de haber arreglado mis asuntos con la legación colombiana, le hice una
visita a Berthier quien era bajito, feo, la cara marcada como un cedazo, ojos
azules y de un estiramiento insoportable; el más désagradable de los mortales
para quienes no eran de sus simpatías y yo era uno de ellos. Me llevó a la
colección geológica de la escuela de minas, me mostró una roca y me preguntó:
"¿qué es esta piedra?" Vi que quería corcharme, como dicen los escolares, y le
contesté: "no sé" y ¿esta otra?" -"tampoco sé"- y ¿esta otra?" -"Tampoco sé"-"¿Es
así como le han enseñado mineralogía en Saint-Etienne? Mis felicitaciones a sus
profesores". Entonces solté la risa y le nombré sus rocas y todas las que había a
mi alcance, haciéndole notar que era absurdo que supusiera que yo no conocía
los granitos, los neises, los esquistos micáceos, etc. y se mostró fastidiado. No lo
volví a ver. El tiempo demostró que este hombrecito tenía costumbres viles y al
final de su vida tuvo un problema escabroso ante los tribunales. Era, por lo demás,
un hábil analista de mezclas de metales.
97
Rivero y yo estábamos muy ocupados en preparar y vigilar los empaques de los
objetos que debíamos llevar y los asuntos relacionados con el pago de cuentas,
etc., todo lo cual lo concentrábamos en la habitación que él ocupaba en la calle de
Prouvaires, frente a la iglesia de San Eustaquio.
Después de que la infortunada había salido, encontré un librito de misa con bordes
dorados que había olvidado. Seguramente cuando venía a ver a Rivero decía que
iba a misa, pero teniendo en cuenta la proximidad de San Eustaquio, podía oír la
misa ¡desde su apartamento!.
98
Humboldt quería darse cuenta de mis capacidades; hablaba mucho y bien y yo lo
escuchaba como un alumno a su maestro, y me decía que yo poseía el "gran arte
de saber escuchar". Pronto me demostró la viva amistad que conservó por mí
hasta su muerte. Me obsequió varios instrumentos de los que se había servido en
América: un sextante de bolsillo, un horizonte artificial, una brújula de prisma, un
planisferio celeste de Flamsteed, reliquias preciosas a las que saqué un gran
partido y que dejé a mi amigo, el infortunado coronel Hall.
El barón hizo aún más por mí; se empeñó en enseñarme el uso de estos
instrumentos e hicimos una cita para vernos con ese objeto. El vivía sobre el quai
Napoleón, en un apartamento del quinto piso, más o menos frente a la Monnaie.
Cuando fui a visitarlo pensé que encontraría al chambelán del rey de Prusia en un
espléndido apartamento y mi sorpresa fue grande al entrar a donde el célebre
viajero: una pequeña habitación, una cama sin cortina y en su despacho cuatro
sillas de paja y una gran mesa de pino sobre la cual escribía y que estaba llena de
cálculos numéricos y de logaritmos. Cuando la superficie de la mesa quedaba
colmada de cifras, hacía venir a un carpintero para que la cepillara. Muy pocos
libros: las Tablas de Callet y el Conocimiento de los Tiempos.
Comía en "Los hermanos provensales"; por la mañana siempre pasaba unas dos
horas en el café de Foy donde se dormía después de haber almorzado.
99
habría podido vivir siempre en ese país en donde habría muerto de aburrimiento a
pesar de su amor por la ciencia.
100
tiempo bastante largo; se procedió luego a la comparación cuando los
termómetros de los tres instrumentos indicaron el mismo grado de calor.
Antes de llevar a cabo las observaciones Arago me pidió leer la altura del mercurio
en el barómetro. No sé por qué razón Fortin colocaba el 0 del nonio (vernier) móvil
en el centro de una división en 30 partes, pero sin mostrar uno de manera que al
leer la fracción de milímetros en 30 partes, de acuerdo con dos rayas coincidentes,
el de la división de la montura en cobre y el del nonio, se cometía un error. El
sabio creyó que yo iba a dar una falsa estimación de la fracción, pero como había
estado en la escuela de Saint-Etienne a cargo de las observaciones barométricas
con un barómetro de Fortin, conocía el truco del nonio, con gran sorpresa del
astrónomo.
Recuerdo que Arago grabó con un cincel, tan bien como lo habría hecho un hábil
grabador, los números I y II sobre el cobre que servía de base a nuestros
instrumentos. El resultado de la comparación fue que el barómetro número I
indicaba una altura de mercurio igual a la del patrón; la del número II mostraba
una pequeña diferencia; los termómetros estaban perfectamente de acuerdo con
los del observatorio.
A pesar de mi éxito con el nonio, el señor Arago no estaba muy seguro sobre la
manera como cumpliría mi misión; esto lo supe doce años más tarde por
Humboldt, quien se anotó un triunfo cuando, menos de tres meses después de mi
salida, envié desde La Guayra una magnífica serie de observaciones barométricas
que Arago se apresuró a informar a la Academia de Ciencias, con grandes
elogios, para el joven viajero.
La señora Arago era notablemente bella y ese día tenía un brazo muy hinchado
debido a la picadura de un insecto.
101
Humboldt era infatigable: para serme útil redactó una "instrucción" la que me fue
muy útil. Quería de todas maneras que yo llevase una pequeña colección de rocas
traquíticas de Hungría, para lo cual fue donde Beudant, curador de la colección del
conde de Bournon, tomó algunas muestras y pasó de inmediato a donde un
carpintero y ordenó una caja en donde cupiesen; a las 10 de la mañana yo ya las
tenía.
Después de haber sido escogidos los miembros de la expedición, las cajas con los
instrumentos fueron enviadas a Amberes, en donde nos debíamos embarcar.
La reunión fue interesante y nos dimos cuenta de que Humboldt no tenía sus
botas dobladas sino medias de seda y llevaba sombrero nuevo.
102
debía llevar conmigo los instrumentos necesarios para efectuar observaciones
durante nuestro viaje desde la costa, donde desembarcaríamos, hasta Santa Fe
de Bogotá, ciudad escogida para fundar allí un establecimiento científico.
El 3 de agosto de 1822 abracé a mis padres, a mi hermano menor y les dije que
iba a Bélgica, lo que era cierto y que volvería a verlos antes de embarcarme, lo
que no lo era. Como yo viajaba frecuentemente, mi familia no tuvo ninguna
sospecha. Especial y efusivamente abracé a mi hermano menor Cadet (Nicolás)
muchacho alegre, jovial, con su bella cabellera crespa, sus grandes ojos azules,
sus labios rojos, pobre niño a quien debía volver a ver enfermo y moribundo; triste
día aquel cuando deposité un último beso sobre su frente helada por la muerte.
Por la tarde tomé la diligencia de Lille; la cita era en Amberes. Iba conmigo un ex-
clérigo Scarpeta, personaje bastante inmoral, de la orden de los Franciscanos de
Quito, que era repatriado a América de donde había sido llevado prisionero por los
españoles. Después de haberme demorado en Lille, en Gante y haber tenido
tropiezos desagradables en la aduana de Menin, llegué a Amberes el 6 de agosto
y encontré a Rivero en el hotel de Brabante. Sucesivamente llegaron los
naturalistas: el doctor Roulin, su mujer y un niño, Luis, quien murió muy joven
siendo ya un pintor conocido; el doctor B... antiguo cirujano militar, entomólogo,
quien tenía la manía del robo; terminó por amasar una gran fortuna especulando y
robando; Goudot, botánico y preparador de historia natural, muy original y hábil,
apasionado por las plantas; reunió extraordinarias colecciones y era un poeta a
quien las bellezas de la naturaleza producían una viva impresión que describía
bellamente en sus cartas, pero que era incapaz de expresarlo en palabras.
El barco que debía llevarnos no había aparecido todavía y pasé seis o siete
semanas en Amberes, sin mucha ocupación, siguiendo el funcionamiento de los
dos cronómetros de Breguet; el doctor Roulin cayó con fiebre durante este
intervalo.
***
Al fin el "New York", bello bergantín americano, entró en puerto y nos embarcamos
el 22 de septiembre de 1821. Bajamos el Escaut, después de haber levado anda a
las 9 de la mañana; nos seguía otro bergantín que llevaba el material de guerra y
a las 4 de la tarde anclamos a la altura y a la vista de Flessingue.
103
la bandera de la Unión (Estados Unidos) fue reemplazada por el pabellón
colombiano de colores amarillo, azul y rojo y nosotros, empujando nuestras
espadas, gritamos tres veces: "¡viva la República!" Yo apenas tenía 20 años y
gritaba muy fuerte.
El 9 de octubre, cuando todo estaba preparado para castigar a dos desertores que
los oficiales habían alcanzado en una calle de Portsmouth, la tripulación se rebeló.
La actitud del estado mayor y de los pasajeros hizo reflexionar a los marineros; las
conversaciones dieron como resultado que la tripulación fuera devuelta a tierra,
por no querer ser considerada como perteneciente a un barco de guerra. Al día
siguiente llegó una nueva tripulación reclutada en Portsmouth.
Solamente pudimos salir de la isla de Wight el 14, con un viento NE muy violento.
Tuvimos mucho trabajo para dejar el estrecho; el mar estaba espantoso y las olas
barrían el puente sin descanso; en la noche del 19 poco faltó para chocarnos
contra la costa, cerca del cabo Lizard, cuyos faros no habíamos visto. Cuando
oímos el grito "¡tierra!" estábamos tomando el té y todas las tazas cayeron de las
manos; era menester amarrarse para poder permanecer de pie, así eran las
sacudidas; el cabeceo era tan fuerte que todos los pasajeros, algunos marinos y
yo especialmente, nos mareamos. El 20 de octubre vimos un barco que hacía toda
clase de esfuerzos para alcanzarnos; se le disparó una andanada y se nos
distribuyeron sables de abordaje; cuando tuve el mío, desapareció súbitamente el
mareo que me atormentaba. El barco enemigo era español y dejó de avanzar
cuando se dio cuenta de que estábamos armados. Quisimos perseguirlo, pero el
estado del mar no lo permitió; cuando el peligro pasó, mi mareo retornó más fuerte
que nunca.
A partir del 27 de octubre el tiempo fue favorable; pusimos rumbo ESO y pudimos
dormir. El mar tenía un color azul añil y fuimos escoltados por magnificas doradas.
Por la noche yo admiraba las fosforescencias producidas por la estela del navío.
104
cantidad de comida. Los marineros pescaron un enorme tiburón que nos seguía
hacía 2 o 3 días y la tripulación se dio un banquete, a mí me pareció desagradable
esa carne, probablemente por algún prejuicio.
El 21 de noviembre pudimos divisar tierra firme formada por la cadena del litoral
de Venezuela; veíamos los desfiladeros paralelos cubiertos de vegetación que se
abrían hacia el mar. Se destacaba la "Silla de Caracas" como el punto más
elevado de la cadena costanera.
Curioso espectáculo el que se presentó a mis ojos: ¡todo era nuevo para mí! Las
plantas que apenas había divisado en las tierras cálidas, las plantaciones de café,
de cacao y los campos de añil; no encontré sino una cosa conocida: ¡las rocas!
Eran el granito, el neis y el esquisto micáceo que yo había visto ya en las
montañas del Forez. Los naturalistas debían embarcarse para llegar con sus
colecciones a la desembocadura del Río Grande de la Magdalena, el cual
deberían remontar hasta Honda y seguir luego por tierra hasta Santa Fe de
Bogotá, capital de Colombia. El señor de Rivero y yo debíamos llegar al mismo
destino, pero siguiendo toda la Cordillera Oriental, viaje que nos tomaría de 2 a 3
meses.
105
El capitán Maitland, un hombrecillo horroroso y amable, había estado
anteriormente al servicio de la Compañía de Indias; tengo mis sospechas de que
era israelita. La bonita judía que hizo embarcar en Plymouth no era su esposa
legítima, aun cuando ella lo pretendiera y un día quisiera mostrarme su certificado
matrimonial; era una mujer bastante ordinaria.
Con tristeza supe que poco después de haber regresado al mar, el capitán
Maitland había sido muerto en una riña y que el "master" Andreas se había
ahogado en Curazao.
De antemano yo había comparado uno con otro los dos barómetros. La diferencia
entre las alturas de la columna de mercurio en los dos instrumentos fue
exactamente la misma encontrada en el Observatorio de París, lo que establecía
que no había sucedido ningún daño durante el viaje. Así que, a pesar de una
navegación larga y penosa, de las tempestades y de un combate naval, nuestros
elementos de trabajo habían llegado sin accidente. Es cierto que los habíamos
instalado perfectamente a bordo, sólidamente amarrados a uno de los montantes
de nuestro camarote, en posición vertical y nadie entraba a éste durante nuestra
ausencia.
106
temperatura de 27 grados. En una memoria di la altura del mercurio suponiéndola
de 0º.
Hice varias excursiones a pie para estudiar el terreno. Un día marchaba solo hacia
el oeste para llegar al pueblo de Maiquetía; iba por una llanura árida cuando me di
cuenta de que me seguía un animal del tamaño de un burrito y que parecía tener
intenciones hostiles. Yo no tenía sino un martillo por toda arma, regresé hacia La
Guayra a buen paso y el animal de inmediato aceleró su marcha; corrí y él
también corrió, entré en el mar y la maldita bestia seguía por la playa; al fin me
desembaracé de él cuando llegué a un matorral de cactus; cuando desapareció
me sentí muy satisfecho. Al contar el incidente, las gentes de la región me
aseguraron que mi animal debía ser un sauro, especie de zorro y que había hecho
bien en no matarlo, ya que su carne no era buena. Nunca pensé hacerlo, porque
confieso que había tenido un miedo tremendo, pues todavía no estaba
acostumbrado a encontrarme con bestias feroces.
107
Lejos de mí la idea de publicar el diario de una larga residencia. Me limitaré a
describir las observaciones recogidas en el curso de excursiones frecuentes y
contar algunos acontecimientos surgidos durante la guerra de la Independencia.
A estos relatos les doy el título de: "La Vida en las Cordilleras", esas montañas
donde pasaron los más bellos años de mi juventud.
108
CAPÍTULO II
Caracas - Los temblores de tierra - Ascención a la
silla.
Caracas, capital de la antigua Provincia de Venezuela, situada a 10º31 de latitud
Norte a 69º25 Oeste del meridiano de París, fue fundada en 1567. Su población,
en 1800, llegaba a 40.000 almas y se contaban ocho iglesias, cinco conventos,
una sala de espectáculos, hermosas plazas públicas, sin sombra, como le gustan
a los de raza española, casas de una elegante sencillez, de un solo piso y de
arquitectura morisca; calles trazadas a cordel que encuadran los grupos de
habitaciones (cuadras) que muestran la monotonía que sin excepción ofrecen
todas las ciudades de la América meridional.
A nuestra llegada, el aspecto de Caracas había cambiado del todo: una terrible
conmoción subterránea la había destruido y en un instante habían perdido la vida
12.000 de sus habitantes. En medio de las minas de esta ciudad viví yo en 1822.
Para dar una idea de esta terrible catástrofe citaré el relato de un testigo ocular, el
señor Delpech:
“Los templos de la Trinidad, de Alta Gracia, con una altura mayor de 150 pies y
cuya nave estaba sostenida por pilares de 12 a 15 pies de espesor, formaban un
montón de ruinas de 5 a 6 pies de altura. El cuartel de San Carlos, cerca de la
Trinidad, se hundió y aplastó todo un regimiento que se hallaba listo para
acompañar la procesión del Santo Sacramento. Las 9/10 partes de la bella ciudad
de Caracas quedaron literalmente arruinadas. Al apreciar los muertos, entre 9 o
10.000, no se tuvo en cuenta a los infelices que, gravemente heridos debieron
sucumbir por falta de alimentos o de cuidados. Los heridos atrapados bajo los
109
escombros pedían a grandes gritos socorro a los viandantes; se lograron retirar
más de 2.000.
“Faltaba todo, inclusive los alimentos y hasta el agua escaseaba, pues los canales
de las fuentes se rompieron.
“Quedaba por cumplir la tarea piadosa de dar sepultura a los muertos, pero como
esta labor era imposible por el inmenso número de cadáveres, los comisarios
fueron encargados de quemarlos, por miedo a las infecciones; se formaron
hogueras y esta triste ceremonia duró varios días.
Añadiré que este terremoto se sintió por toda la Cordillera Oriental hasta Santa Fe
de Bogotá, es decir a una distancia de más de 200 leguas en dirección OSO.
Yo vivía cerca del antiguo “Cuartel” de San Carlos en donde vi los esqueletos de
los soldados atrapados, que habían sido colocados en pirámide. La torre cuadrada
de un convento, adornada por cuatro caras de reloj, había resistido: el reloj se
paró a las 4:07 y su agujas inmovilizadas todavía hoy marcan la hora de la
destrucción de Caracas.
He notado que los temblores de tierra son muy frecuentes en la Cordillera de los
Andes, al observar las variaciones diurnas y horarias de la aguja imantada.
Muchas veces fue imposible llevar a cabo la observación debido a la agitación de
la aguja suspendida, como se sabe, por hilos sin torsión. De ahí saqué la
110
conclusión de que si se registrasen exactamente las conmociones del suelo que
se sienten en Venezuela, la Nueva Granada, el Perú y Chile, se encontraría que
probablemente no pase una hora sin que haya un movimiento en su superficie. De
todas maneras, los grandes temblores de tierra, aquellos que uno recuerda con
terror, no son muy frecuentes: yo conté 3 o 4 en 11 años de permanencia en
América: uno en Santa Fe de Bogotá y otros en el campo y en el interior de una
mina en Marmato.
En Santa Fe de Bogotá fue el... de 1826 entre las 10 y las 11 de la noche; había
pasado buena parte de la tarde en casa del encargado de negocios de su
Majestad británica, en una reunión numerosa; yo estaba entonces, como
ingeniero, bajo las órdenes del señor Lanz. Tomábamos cité y jugábamos
al whist cuando se produjo un choque muy violento; un espejo se rompió y las
calles desiertas se llenaron de pronto de gentes aterradas, a medio vestir, que
corrían gritando: “¡tiembla, tiembla!” y cantado el cántico de circunstancia:
111
Entonces reuní a algunos jóvenes y fuimos a las casas más cercanas a conseguir
colchones y mantas; ¡había que ver a estas pobres gentes cuando mi grupo
regresó! Nos arrebataban la carga. Yo mismo fui despojado de mi abrigo por una
mano amiga. ¡Pobre Mariquita, lo que debió sufrir a lo largo de esa espantosa
noche!.
112
subterráneas, la gente se comporta como si el mundo fuera a acabarse y todos los
estratos se confunden. Recuerdo que en una ciudad de los Andes, Popayán, una
sacudida reunió en la plaza pública a toda la población y se formaron los grupos
más raros para rezar; en uno de estos grupos había un obispo, soldados, monjes,
mujeres de vida alegre, negros e indios, en una palabra, personajes a quienes las
conveniencias sociales y los prejuicios separaban profundamente, se encontraba
reunidos, de pronto, por el sentimiento de una gran calamidad común.
En Bogotá la noche terminó sin mayor incidente; el sueño interrumpió las plegaria,
los cantos religiosos y las penitencias voluntariamente impuestas. El sol hizo su
radiante aparición y no hay nada que tranquilice y consuele más que la luz. Cada
cual buscó un asilo; unos entraron a sus casas y otros, la mayoría, fueron a
hospedarse en haciendas, fuera de la ciudad y en los poblados, en casas con
techo de paja. La familia del coronel Barionuevo me ofreció un sitio donde vivir, en
su bella casa de campo de la “Huerta de Jaime”, invitación que yo me apresuré a
aceptar.
Es por otra parte una creencia muy difundida en las cordilleras que un temblor de
tierra no se presenta con un solo movimiento, sino que viene acompañado de otro
sacudón en un corto intervalo: primero “la tembladora” (temblor hembra), luego “el
temblor” (el temblor macho); éste es el más fuerte, corno el que asoló a Bogotá y
se produjo en Caracas, en 1812.
Yo creo que no existe temor más persistente que el que produce un temblor de
tierra en aquellos que escaparon de ser sus víctimas. “¿No es posible que se
vuelva a presentar el peligro del cual nos libramos?” Se necesitó tiempo para que
se decidieran regresar a la ciudad, aquellos que habían buscado refugio en el
campo y solamente se demoraban en ella el tiempo necesario para atender sus
asuntos y se iban antes de la puesta del sol, por la sencilla razón de que cuando
acecha un peligro, no importan los razonamientos o el valor, para sentirse más
seguro a pleno día. La oscuridad exalta el miedo tanto en los hombres corno en
los animales. Cuántas noches pasé en vela en situaciones peligrosas en una selva
o en un sitio de avanzada cerca a indios hostiles y pude dormir profundamente
cuando volvía el día.
113
Yo contaba la destrucción de Caracas, según datos recogidos sobre la capital de
Venezuela. Para atenuar un tanto la tristeza de la narración, había inventado un
monje gordo de la orden de San Francisco quien el jueves santo del año 1817,
habiéndose emborrachado corno un suizo, no había alcanzado a llegar al servicio
divino y gracias a ello se había salvado; todos sus hermanos y los fieles fueron
sepultados bajo los escombros del convento y él fue el único de esa orden que
logró escapar de la muerte y el sermón que yo le hacía decir obtuvo un gran éxito.
¿Por qué Bogotá en 1826 no fue destruida como lo fue Caracas en 1812? La
segunda sacudida fue extraordinariamente fuerte, con un movimiento ondulado
que duró varios segundos; sin embargo la casi totalidad de los edificios resistieron
o sufrieron leves daños, mientras que en Caracas desaparecieron 9/10 partes de
la ciudad.
En la Nueva Granada los temblores de tierra son quizás tan frecuentes como en
Venezuela, pero nunca han causado las calamidades que recuerda la tradición.
Estas diferencias en los efectos producidos por los movimientos de tierra, parecen
deberse a circunstancias geológicas.
Las ciudades en donde los temblores han tenido efectos desastrosos, como
Riobamba, Quito, Caracas, etc., han sido construidas sobre terrenos cristalinos:
granitos, traquitas; en cambio los sitios en donde no han causado sino poco o
ningún daño, han sido construidos sobre terrenos formados de rocas
sedimentarias: arenisca, calcáreos, aluvión; es el caso de Bogotá y de otras
ciudades de Venezuela. Los habitantes de las cordilleras tienen el sentido de
estas situaciones geológicas; dicen de un terreno que escapa a las fuertes
ondulaciones, “que hace puente”. El choque subterráneo que nace y se propaga
en la roca cristalina es atenuado por las rocas arenáceas y por los depósitos de
aluvión que están sobrepuestos. La influencia de la naturaleza de las rocas sobre
la intensidad del movimiento que se manifiesta en la superficie del suelo, es
indiscutible; de esto pude asegurarme al efectuar una nivelación barométrica
desde La Guayra hasta Bogotá.
Una vez que uno ha sido asustado por un temblor de tierra, el menor movimiento
de los objetos circundantes le ocasiona un verdadero pánico; la más ligera
sacudida hace salir a todos los habitantes de una casa.
114
Cuando la tierra tiembla, generalmente se exagera la oscilación del suelo, puesto
que la apreciación de tiempo, siempre difícil, se torna imposible ante una fuerte
impresión. Sin embargo, tuve la ocasión de constatar que la tierra tiembla a veces
durante algunos minutos sin interrupción, como lo comprobé en la Nueva Granada
con un temblor sucedido en 18.. que abarcó una extensión de 30.000 leguas
cuadradas.
Sería imposible describir la confusión que siguió a la sacudida: todos los mineros y
las cargadoras (esclavas) se precipitaron a la entrada de la galería gritando:
“¡Tiembla! ¡Tiembla!” y cantando el “Santo Dios”. En un instante la salida quedó
obstruida por estos infelices asustados y con los ojos desorbitados; los que
llegaban de últimos querían abrirse paso a patadas; mis oficiales y yo no teníamos
armas; felizmente mi autoridad fue reconocida, pues los negros temían a “don
Juan, el déspota”.
“No temblará más” grité, mirando el termómetro que había traído para ver la
temperatura en la extremidad de la galería. Con estas palabras logré hacer
retroceder parte de la multitud que la llenaba; en seguida, con el orden
restablecido, cada uno pudo salir con facilidad, haciéndolo yo de último, como lo
exigía mi deber, acompañando a la pobre negra herida, cuyo restablecimiento fue
lento, pues el hueso del talón estaba fracturado.
115
Acabo de decir que el termómetro tranquilizó a los negros; más de una vez he
podido reconocer el efecto que ejerce la presencia de un instrumento de física y
las observaciones que sobre él se hacen, en personas ignorantes y supersticiosas.
Estos aparatos deberían servir, de acuerdo con estas personas, para asuntos
misteriosos, de brujería y de magia, de manera que cuando yo pasaba horas
enteras con un sextante tomando diferentes alturas del sol, al tiempo que un
ayudante miraba continuamente un cronómetro y contaba los segundos, es fácil
comprender que un negro o un indio se sorprendiesen; con frecuencia gentes de
ese país, no sólo de la clase inferior sino también caballeros blancos me hicieron
preguntas y aún me hicieron propuestas que probaban sus sospechas de que yo
estaba dedicado a prácticas sobrenaturales, cabalísticas.
Una noche en Anserma Nuevo, una muy vieja ciudad abandonada en el Valle del
Cauca, pasé algunas horas en un cementerio, tomando distancias de la luna a las
estrellas para obtener una longitud.
Un buen hombre me observaba durante este tiempo, con estupor. Debo confesar
que el sitio estaba muy bien escogido para acrecentar la curiosidad. Al día
siguiente, muy por la mañana, mi hombre llegó cargado de presentes: frutas,
huevos, gallinas, panes de maíz y después de los cumplidos de rigor, precedidos
de un signo de la cruz, ofreció llevarme a una de sus propiedades en donde sabía
que existía un tesoro enterrado, añadiendo que con mis “brujerías” descubriría
fácilmente el sitio preciso para encontrar el oro. Su sorpresa fue grande cuando le
expliqué que yo era incompetente para esa tarea.
No fue ésta la única vez en que recibí propuestas de este estilo; pero me sucedió
una historia realmente curiosa en la
Cordillera Central, la que separa el Valle del Cauca del valle del Río Grande de la
Magdalena.
116
mucho cariño, especialmente por contener un portalápiz de oro, recuerdo de una
persona querida.
Las dificultades que tuvimos que afrontar para establecer un servicio me obligaron
a permanecer largo tiempo en Sonsón. Los obstáculos que enfrentamos se
pueden juzgar por el hecho de que el transporte de un yunque, a brazo de
hombre, desde el Magdalena al Cauca, exigía de 2 a 3 semanas.
***
117
tener conocimiento de las hechas en la Guayana holandesa. Fue seguramente el
botánico Celestino Mutis el primero que reconoció las variaciones nocturnas, como
yo lo establecí en una memoria; inclusive, aún tengo en mi poder la hoja del diario
sobre la cual Mutis consignó claramente su descubrimiento. Esta hoja había sido
arrancada de un registro que contenía 40 años de observaciones meteorológicas y
que logré salvar en Bogotá, de las manos de los cañoneros cuando iban a
utilizarlas en la confección de cartuchos.
Las damas de Caracas, como todas las mujeres de buena sociedad de la América
española, son seductoras, aun cuando por lo general no tengan ninguna
instrucción. Saben leer y escribir, pero no conocen ningún libro, ni siguiera los
libros santos: su religión es una fe ciega.
En una tertulia las señoras saben hablar y lo hacen muy bien sobre ciertos temas;
los hombres, de acuerdo con lo que pude ver, forman dos categorías: los unos
tienen una instrucción literaria que con frecuencia proviene del extranjero; los
otros, que viven en sus tierras en medio de esclavos, son hombres hábiles, poco
118
interesantes, pero bondadosos y todos, tanto instruidos como ignorantes, tenían la
pasión del juego.
119
Nuestros guías confiaban en que llegaríamos a la Silla y avanzaban en dirección
NE; tuvimos que arrastrarnos, pues la pendiente era tan fuerte que no podíamos
mantenernos en pie. Llegados a un terreno completamente desnudo, fue imposible
dar un paso más y nos encontrábamos por encima de un espantoso precipicio.
Tuvimos que volver a ascender con grandes esfuerzos, la pendiente que
habíamos bajado con tanta dificultad. Al llegar al pico de Ávila, tomamos la
dirección de Caracas, después de un momento de descanso. Durante el descenso
yo iba adelante y me di cuenta que nuestra tropa no había seguido la dirección
que yo había tomado y me fue imposible reunirme con ellos; ¡me había perdido!
Disparé algunos tiros de fusil sin obtener respuesta. No me quedaba sino una
cosa por hacer: marchar hacia el valle y la forma mas segura para llegar allí era la
de seguir un río que corría a unos 20 metros más abajo.
Allí descendí con bastante dificultad; pronto el lecho se estrechó en tal forma que
tenía que caminar entre el agua, lo que me hizo pensar que si venía una creciente,
me arrastraría indudablemente, pero por fortuna el tiempo era muy bello. El
camino no era muy cómodo y pensé que por la altura en que me encontraba y la
poca distancia horizontal que me separaba del llano, el torrente debía descender
por una serie de cascadas, como realmente lo era. A cada instante me resbalaba
unos 2 metros para llegar al lecho inferior. Al llegar a un salto de cerca de 3
metros, donde el torrente caía en cascada a un pozo cuya profundidad yo no
podía apreciar, dudé en lanzarme, aun cuando no había posibilidad de hacerlo en
otra forma, pues el río iba tan encajado entre dos muros de granito que me habría
sido imposible salir y mi única guía era el agua. Coloqué mi carabina y mi
polvorera en una saliente y me dejé resbalar en más de 2 metros de agua;
después de esta calda llegué sin dificultad al otro lado.
Para recuperar mis armas tuve que hacer una nueva travesía y luego una segunda
caída al agua, después de lo cual logré salir felizmente de este mal paso y
continuar mi camino "húmedo"; tenía que llegar pronto porque carecía de víveres y
la perspectiva de pasar la noche en el lecho del torrente, mojado como estaba, no
me atraía, aun cuando el ejercicio que hacía al bajar de cascada en cascada, me
impedía sentir frío. Al tomar un descanso sentado sobre un bloque de granito vi en
un árbol un gran mono que se contorneaba curiosamente; le apunté con la
esperanza de hacerlo caer al fondo del torrente para poderme comer un pedazo si
me veía obligado a pasar la noche en la montaña; eran ya las 5 de la tarde y no
podía contar sino con una hora de luz. Infortunadamente la pólvora estaba mojada
y la carabina inutilizada. Continué por una hora mi ejercicio, cuando, con gran
satisfacción llegué a una toma de agua que se hallaba a mi derecha, la cual debía
llegar a una vivienda o a un molino; la seguí y me condujo a una gran construcción
abandonada y en minas; era un antiguo lazareto, hospital para leprosos.
El camino que de allí llevaba a Caracas era fácil y ¿por dónde no habría pasado
yo después de mi excursión acuática? A la carrera hice el camino que me
separaba de la ciudad, a donde llegué entre las 7 y las 8.
120
Encontré a mis compañeros muy inquietos por mi suerte. Cuando desaparecí
hicieron varias descargas para guiarme, pero no las oí como ellos tampoco oyeron
las mías.
121
Bajamos a la depresión de la concavidad de la Silla y para atravesarla tuvimos que
abrir una trocha por un bosque de musáceas; después de muchas fatigas nos
sentamos en la base del cerro que nos faltaba por escalar, mientras que uno de
los guías iba a buscar una fuente de agua que no encontró. Nuestra provisión de
agua se había agotado y tuvimos que volver a tomar camino con la triste
perspectiva de sufrir sed. Nos quedaba por hacer el último esfuerzo y fue penoso;
ascendíamos tanto con las manos como con los pies, ya que era muy difícil
mantenerse recto sobre una hierba seca y resbalosa. A las 4 alcanzamos el punto
más elevado de la Silla, a pleno sol, sofocados por el calor y devorados por una
sed ardiente.
La distancia horizontal al mar no es de más de una legua; así que del borde del
escarpe, al mirar las casas de Caraballeda, localizadas sobre la orilla, se imagina
uno estar sobre un acantilado vertical. Sin embargo esto es una ilusión: la
inclinación de esta pendiente abrupta es de 52º a 53º de acuerdo con una
estimación de Humboldt, inclinación considerable cuando se piensa que la
pendiente media de Tenerife es de 12,5º. "Un precipicio como el de la Silla, dice el
célebre viajero, es un fenómeno mucho más raro de lo que imaginan los que
recorren las montañas sin medir las alturas, las masas y las pendientes. Desde
que en varias partes de Europa se han vuelto a ocupar de la caída de los cuerpos
y de su desviación hacia el SE, se ha buscado inútilmente en todos los Alpes de
Suiza, un peñasco que tenga 250 toesas de altura perpendicular. El declive del
Monte Blanco hacia la avenida blanca ni siguiera llega a un ángulo de 45º, aunque
en la mayor parte de las obras de geología se le describa como cortado
verticalmente del lado sur".
Mientras descansábamos nos cubrieron las manos unas abejitas velludas, las
angelitas, que Humboldt consideraba del grupo de las inclíponas.
122
La roca dominante entre las que se encuentran en la Silla, es el granito que
incluye frecuentemente feldespato alterado. En la cumbre, hacia el mar, se
encuentran masas considerables de caolín. Los enormes bloques de granito que
se encuentran sobre las pendientes y casi en el punto más alto de la sierra,
ofrecen el aspecto de rocas que hubieran sido rodadas; todos sus ángulos están
redondeados; por lo demás éste es un fenómeno que se puede observar
frecuentemente en las cumbres de las montañas graníticas.
El sol iba a desaparecer. Para bajar tomamos una dirección opuesta a aquella que
habíamos seguido al ascender, dirigiéndonos hacia el Este sobre un filo muy
estrecho. Tuvimos que franquear varios bloques de roca o rodearlos cuando por
sus dimensiones obstruían el paso; pronto fue posible avanzar hacia la llanura,
pero la noche era muy oscura -ya eran las 10 y resolvimos acostarnos a la
intemperie donde nos encontrábamos. Un guía permaneció con nosotros y los
demás, porque habíamos reclutado varios contrabandistas, atormentados de una
sed incrementada por nuestro ron, que habían tomado para calmarla, siguieron
caminando hasta el torrente de Toco, cuyos mugidos alcanzábamos a oír;
nosotros dormimos profundamente.
Desayunamos en Chacao a donde nos habían enviado los caballos y a medio día
estábamos en Caracas, en donde recibimos numerosas felicitaciones.
123
CAPÍTULO III
Algunos días después recibí una nota de los ministerios dc Guerra y de Finanzas,
por medio de la cual se me designaba para dirigir todas las operaciones relativas a
la fundición y erección de tal estatua; la nota me había llegado por la vía
jerárquica, es decir por el coronel Lanz y yo tenía que contestarle al ministro de las
Finanzas.
Lanz me dijo que todo esto era exacto, pero que desde el punto de vista de vista
de mi posición, mi carta no tenía sentido común, puesto que probaba la ignorancia
124
del congreso y de los ministros, lo que no me perdonarían y menos aún por tener
yo la razón.
Así que me dijo: “Escriba; voy a dictarle la respuesta que debe enviar”; en ella
agradecía al ministro la confianza que mostraba en mis conocimientos para una
misión tan importante, añadiendo que no ahorraría ningún esfuerzo para que
tuviera éxito.
Antes de firmar, volví a decirle al coronel Lanz que ese éxito era imposible, puesto
que la fusión del platino era impracticable; “poco le importe”, me contestó; “usted
se compromete a hacer toda clase de esfuerzos; además Ud. sabe que jamás
encontrará suficiente metal para ello; tenga en cuenta que todo esto pasará y que
Ud. no habrá incomodado a nadie”.
125
Humboldt había caído en la cuenta “que el lado sur del árbol estaba enteramente
despojado de sus hojas por efecto de la sequía, mientras que el lado opuesto
tenía hojas y flores a la vez como tillanóceas, loranteas, la raqueta pilaherga y
otras plantas parásitas".
La tierra es más fértil a medida que se eleva por encima del lago, de manera que
Maracay, o más bien los terrenos al sur de esa población, le sirven a las plantas
más exigentes. Se encuentran campos de añil de una extensión considerable y allí
fue donde presencié por primera vez la extracción del colorante.
En los valles del Aragua vi extraer la “bija” de los frutos espinosos del árbol
conocido como achiote.
El lago Tacarigua contribuye, sin duda, a la fertilidad de los valles del Aragua por
la humedad que sus aguas con una temperatura de 24º, evaporan en la
atmósfera. Sin esta masa de agua, los vientos muy cálidos y secos de los llanos,
arruinarían la vegetación.
El viento del Norte viene del mar después de haber pasado sobre los bosques de
la cordillera del litoral, lo cual produce excelentes condiciones para mantener el
aire en un estado higrométrico conveniente.
126
Para temperatura media 25,5º
La altura sobre el nivel del océano fue de 434 metros y por encima del nivel del
lago de 410 metros.
En Maracay la pendiente del suelo, va hacia el Suroeste. Las aguas son detenidas
por las montañas de Guacamaya y de Yuma, que constituyen el lado meridional
del lago y forman casi un acantilado. Hacia el Norte hay una amplia playa muy
fértil y poblada. La pendiente es tan suave que una disminución de 1 o 2
decímetros en el nivel de las aguas del lago, descubre una superficie extensa de
tierra, cubierta de un rico limo. Cuando la retirada de las aguas parece ser
permanente, los ribereños se apresuran a plantar tabaco, algodón y añil sobre el
terreno descubierto.
El largo del lago de Tacarigua, desde Guaruto hasta la desembocadura del río de
los Guayos, es de 51 kilómetros de E a O. La mayor profundidad de acuerdo con
los sondeos llevados a cabo por don Antonio Mazano, sería de 65 metros y la
profundidad promedio no sería superior a los 21 metros.
El agua del lago es potable, pero demasiado caliente para ser agradable al
beberla: contiene pequeñas cantidades de carbonato de sodio y trazas de nitrato.
127
La casa que habitábamos en Maracay era espaciosa: cuatro lados formaban un
cuadrado y en el centro del patio un espléndido cocotero. Nuestros instrumentos
fueron instalados perfectamente y durante algunos días y podría decir que algunas
noches, despertamos la curiosidad y posiblemente el temor de nuestros
huéspedes, por la asiduidad de nuestras observaciones. De resto, nos trataban
como si fuéramos parte de la familia.
La viuda, de cuyo nombre siento no acordarme, pues recuerdo con gratitud sus
atenciones, poseía una buena fortuna: tierras y esclavos. La intimidad que nos
brindó prontamente, me permitió observar la manera de vivir de las criollas
americanas.
Había dos jóvenes encantadoras: una de tez morena y la otra casi rubia. Estas
señoritas pasaban sus días afuera, bajo un vestíbulo, sentadas en sillones de
espaldar muy inclinado, o a la manera de los orientales, sobre un diván, en las
habitaciones donde casi no entraba la luz; una negrita, sentada a sus pies sobre
un tapete, les acercaba los objetos que necesitaran, para evitarles el menor
movimiento: lo más frecuente era fuego para prender sus cigarros, porque su
principal ocupación era fumar y lo hacían con una gracia muy particular, lanzando
de cuando en cuando un salivazo, con una destreza increíble que les permitía
describir una parábola siempre igual, por encima de la cabeza del visitante.
Practicando perseverantemente, ¡jamás logré impulsar mi saliva en una trayectoria
tan perfecta!.
Algunas veces yo leía a la señorita Rafaela, la rubia, un pasaje del Don Quijote de
la Mancha para aprender a pronunciar el español. Era la primer vez que estas
jovencitas habían oído hablar de Cervantes; su ignorancia era absoluta. No había
un solo libro en la casa, ni siquiera un libro de misa, a la que se asistía con un
rosario, después de haberse cubierto con la mantilla de seda negra, bordeada de
ricos encajes, atavío sin el cual una mujer blanca, de sangre noble, no se habría
atrevido a presentarse en la casa del Señor; la salida para la iglesia es bastante
solemne. La señorita, muy atractivamente arreglada, marcha lentamente, seguida
de una negra, quien lleva un lindo tapete de bellos colores, sobre el cual la dama
se colocará para oír la misa; la habitual abulia de una joven criolla se interrumpe a
veces por un rayo de vivacidad que puede ser un signo de impaciencia o de
contrariedad.
Admirando un día la bonita mano de Rafaelita, vi, no sin sorpresa, que el dedo
meñique estaba contrahecho. La joven
me dijo: “fue por pegarle a la negra en la cabeza y la cabeza de los negros es muy
dura”. Estas palabras hicieron que la negrita se riera y mostrando sus dientes
blancos y haciendo una señal afirmativa, parecía decir: “¡es verdad, bien hecho!”.
128
Teníamos una comida excelente; nos sentábamos a la mesa solo servidos por una
mestiza de indio o zamba; nos traían carne de res, gallinas, rara vez legumbres
verdes, unas alverjas amarillas, garbanzos y una gran cantidad de confituras
deliciosas. Como bebida, agua fresca y limpia, caldos o chocolate, siguiendo la
moda oriental. Las señoras comían aparte, nosotros nunca las vimos ni almorzar
ni cenar; solamente el chocolate y el café se tomaban en sociedad y era una
ocasión para reunirse. Yo supongo que la base de la alimentación de las señoras
de Maracay consiste en platos dulces. Lo que un habitante de Venezuela
consumía en azúcar en esa época era increíble: carne y azúcar, con un bizcocho
de maíz (arepa) que reemplazaba generalmente el pan. En cuanto a los negros se
les alimentaba de bananos, de carne gorda y de melaza o de panela. Las damas
de la aristocracia y puedo decir que también los hombres, tomaban una
alimentación insuficiente, así que la anemia era general.
Por las tardes teníamos visitantes que querían mirar el planeta Júpiter y sus
satélites, sus pequeñas lunas y la Luna con sus montañas, a través de nuestro
telescopio: éste era un espectáculo nuevo para estas buenas gentes. Nosotros
poníamos mucho de nuestra parte para mostrarles a ellos estas curiosidades que
Rivero les explicaba ¡y en qué forma! No solamente veían en la luna montañas,
volcanes, ríos y lagos, sino también había hombres y mujeres... cristianos, “todos
bautizados” gritaba Johnston, nuestro negro, “todos bautizados” y añadía en
francés cuando yo lo reprendía: “eso les da gusto, que los habitantes de la luna
sean católicos”.
Nuestras veladas astronómicas tuvieron gran éxito: venían desde lejos para asistir
a ellas; una noche, a las 10, apareció el general Páez con dos ayudantes de
campo para admirar “las lunitas” de Júpiter y las montañas de la Luna. El general
venía del frente de Puerto Cabello, para visitar a su madre, a quien él adoraba; yo
esperaba un bribón, un cabecilla de cosacos, cuya lanza había matado tantos
españoles, y tenía delante de mí un fino caballero, de bonita figura y una
fisonomía muy suave, de talla media muy equilibrada y de una soltura de
movimientos impresionantes; me dio un abrazo que no terminaba, añadiendo que
contaba conmigo, pues nos volveríamos a encontrar en Valencia antes de 15 días
—esto era una orden— y que al día siguiente debía yo ir a cenar con él al ingenio
de azúcar.
129
Páez, cuyo nombre será célebre en la guerra de la Independencia, era
mayordomo de un hato de los llanos de Apure, cuando siendo muy joven tomó la
lanza para combatir a los españoles. En 1818, durante la expedición del general
Morillo, se distinguió por gran valor, fue la admiración del ejército y llegó a ser
rápidamente un oficial que prestó los más grandes servicios. General a la cabeza
de varios escuadrones de lanceros que él había organizado, hizo la campaña
mientras Bolívar, vencido por Morillo, fue obligado a huir a jamaica, diciendo que
“la patria acababa morir en sus brazos”. Como guerrillero, Páez no se dejó
agarrar. Perseguidos por fuerzas superiores, sus escuadrones desaparecían como
por encanto, luego se volvían a formar y cuando él juzgaba el momento oportuno,
atacaban al enemigo y lo masacraban. Las tropas españolas, incapaces de resistir
el clima de las estepas, abandonaron los llanos para penetrar en las cordilleras;
fue entonces cuando Páez organizó su caballería, la cual en el curso de la
campaña de Bolívar, contribuyó a la destrucción completa del cuerpo
expedicionario comandado por Morillo.
Había que ver a Páez cargar a la cabeza de sus llaneros, todos tendidos sobre
sus caballos. El hombre desaparecía y quedaba solamente una bestia de cuyos
flancos salía una lanza formidable que iba derecho al enemigo. En el centro de
una acción Páez era el primero y el más intrépido de los lanceros. No daba
órdenes, iba hacia adelante y se le seguía; la espuma brotaba de su boca y con
frecuencia, en medio de una carnicería, caía
Por invitación del general Páez fui a su hacienda. La asistencia de los dos sexos
era numerosa; las caras eran de todos los tintes imaginables, desde el negro
hasta el blanco; las mujeres eran de todos los colores, con cabellos pasablemente
crespos. Páez me recibió muy amablemente, pero con la timidez que le era
130
habitual. Había adquirido cierta educación, escribía bien, hablaba un poco de
francés y sabía algo de música. Se había convertido en un hombre de mundo
gracias al contacto con los oficiales extranjeros, de quien le gustaba rodearse y en
verdad no habría estado fuera de lugar en ninguna parte. Hace tiempo hice yo esa
observación: es raro que un hombre que tenga una aptitud excepcional para
algunas cosas, siga siendo un sujeto ordinario para las cosas distintas a dicha
aptitud.
La comida fue tan alegre como singular. La mesa estaba puesta en una gran sala,
pero no había sillas para todos los invitados; pensé que las damas se sentarían
antes que los hombres, quienes comerían después. Fue muy distinto; se decidió
que cada caballero sentaría una mujer sobre sus rodillas y ellas, como marca de
favor, debían designar su asiento. Fui ocupado por una mulata de edad razonable
y por consiguiente bien acolchonada abajo, para que los huesos no hirieran el
asiento. Pronto hizo un tanto de calor, teniendo en cuenta que la temperatura era
de 29º y que además, para la estabilidad de la pareja, la silla debía rodear la dama
con sus brazos. ¿Cómo comer cuando los brazos están ocupados a -manera de
cincha? Era una sola carcajada de una punta de la mesa hasta la otra y todo salió
bien.
131
que las señoras de los llanos de Apure se meten entre la boca para masticar a
manera de betel. El primer inconveniente que tiene esta droga, es el de colorear
los dientes de negro; el segundo, el de provocar una fuerte salivación y una vez
tomada la costumbre de hacerlo, es difícil dejar de usar chimó.
Existen dos fuentes termales en las cercanías de Maracay, las cuales visitamos
sucesivamente. Se encuentran al norte, al pie de una ramificación de la cadena
del litoral. Al subir el río Maracay, se encuentra la fuente de Onoto, que brota del
granito y el neis; el agua es casi pura, ligeramente sulfurosa y alcalina y su
temperatura es de 44,5º. El termómetro marcaba 31,3º y la altura de la fuente es
de 700 metros.
La fuente termal de Mariaro es más caliente. Para llegar allí se atraviesa el río
Tapatapa cerca del puente donde entra en el lago Tacarigua, a la extremidad
oriental, no lejos del fuerte del Cabrero, que protege un desfiladero que va hacia
Valencia. Allí encontramos a un pobre oficial alemán que había perdido una pierna
en los últimos sucesos de los valles de Aragua.
En primer lugar pasamos por los Mamoncitos y Camburi, fundaciones a orillas del
lago, en donde se cosecha el tabaco y se utilizan los ríos Turmero y Aragua para
irrigación. Salimos a las 4 de la tarde de Maracay y llegamos a Cura a las 9 de la
noche.
132
Después de la puesta del sol, fuimos testigos de un espectáculo curioso: sobre las
cimas y desfiladeros de las montañas aparecían súbitamente líneas de fuego de
una vivacidad extrema, que se extendían en todas las direcciones y dejaban a su
paso una luz roja que se apagaba gradualmente. Se quemaba la hierba seca de
los pajonales, nombre que designa grandes extensiones de terreno cubiertas de
gramíneas, en donde apacienta el ganado. El incendio se propagaba rápidamente
por pavesas que transportaba el viento.
El alcalde de Cura, ante quien nos presentamos para conseguir alojamiento, nos
ofreció una hospitalidad cordial. La ciudad, arruinada por la guerra, tenía apenas
4.000 habitantes; el calor era más fuerte que en Maracay y el termómetro se
mantenía entre 27º y 28º.
Fuimos llevados a una mina de cobre abandonada: vi que había oxídulo de cobre
en una serpentina en relación con un neis; todavía era terreno perteneciente a la
cadena del Litoral. En los escombros, sacados de una galería, encontré muestras
de un bello ópalo.
De una fuente que salía de la serpentina, descubrimos los morros del San Juan,
de curioso aspecto: montañas como sierras que se proyectaban sobre el azul del
cielo como una madrépora gigantesca.
De regreso a Cura pude fijar su latitud al tomar una altura meridiana de Canopus.
Ya me había familiarizado con esta parte de la esfera celeste invisible en Europa.
¡Cuántas veces contemplé las brillantes estrellas del hemisferio austral! Mi
admiración se dirigía especialmente a la constelación de “La Cruz del Sur”, cuya
situación más o menos inclinada, indica las horas de la noche a quien camina en
el desierto.
El 18 de febrero iba a ser para mí un día de fiesta: conocería los morros de San
Juan, famosos en la comarca por las supersticiones que existían sobre ellos. Se
creía que estaban habitados por el espíritu maligno, por lo cual todos se les
acercaban temblando. Con gran frecuencia en el curso de mis excursiones y de mi
133
existencia de filibustero, me he puesto a buscar el diablo, que no he encontrado
nunca, sino al pie mío, en la persona de un corregidor o de un alcalde o, sobre
todo, de un monje.
Iba a montar a caballo, cuando, una muchacha me entregó una cruz de plata gue
me colgó al cuello y su madre me dio una pequeña imagen de plomo de Nuestra
Señora de los Valencianos y el viejo papá me regaló una calabaza llena de agua
bendita; dulces e ingenuas creencias que siempre hay que respetar cuando son
sinceras.
Así acorazado, no tenía nada que temer; de todas maneras mi asistente Johnston
creyó su deber limpiar las armas, ya que se había señalado la presencia de
malhechores en la región.
El 19 de febrero, en camino hacia los Morros, vimos un pantano formado por una
fuente caliente que manaba ácido sulfúrico. El agua tenía una temperatura de
34,4º y al percibir el fétido olor, nuestros guías nos hicieron observar que el “coco”
(diablo) no debía encontrarse lejos.
134
campanas aumentaba en intensidad y pronto descubrí la causa: era mi ayudante
negro que golpeaba la extremidad de las estalactitas con un pedazo de roca
calcárea; procedí a hacerlo yo también y entre los dos produjimos un carillón tan
ruidoso como poco armonioso; una de las estalactitas daba un “la” que habría
hecho las delicias de un fabricante de campanas.
Desde la abertura de la gruta llamé a nuestros guías y disparé con mi pistola para
llamar su atención; las bóvedas de la “iglesia” repercutían el ruido de las
explosiones en ecos prolongados, pero ninguna voz respondía desde el bosque.
Al salir, encontré a nuestras gentes a buena distancia de los Morros y al
explicarles que el único “diablo” que había encontrado era el negro Johnston,
quien tocaba todavía las campanas, logré convencerlos de que entraran conmigo
y dimos principio a la exploración de esos extraños subterráneos.
Estos vastos subterráneos cuya entrada está escondida por un espeso bosque,
tienen un aspecto misterioso. Parece que hubiesen sido habitados y servido como
refugio a los indios, antes de la conquista española, puesto que parece que se han
descubierto allí armas y osamentas.
135
estaban perfectamente secas; consistían en un calcáreo de un blanco ligeramente
amarilloso, cristalino, que mostraba aquí y allá, laminillas brillantes.
Lo que me pareció sorprendente fue que las grutas de los Morros no sirvieran de
guarida a los pájaros nocturnos; por lo menos yo no encontré excrementos; si los
guácharos o los murciélagos hubieran establecido allí su residencia diurna,
indudablemente los habríamos encontrado. También hay que tener en cuenta que
los árboles que crecen en la base de los Morros, impiden el acceso al subterráneo.
Al recorrer el lecho del río San Juan uno se puede formar la idea de la situación
geológica de la curiosa montaña cuyo interior acabábamos de visitar.
De Cura a San Juan, el terreno dominante está constituido por cuarzo que
contiene aglomeraciones de serpentinas metalíferas; a partir de esta población, el
“grünstein” reemplaza a la serpentina: es una roca de cristales de anfibol bien
aparentes; más al sur una roca esquistosa que contenía bancos delgados de un
calcáreo negro sustituía la “grünstein”. Al avanzar un poco más hacia el Sur
aparece una roca negra especie de diorita, con cristales de piroxeno: estos
cristales se encuentran alterados en algunos puntos, formando un caolín
piroxénico.
Las rocas que acabo de mencionar pertenecen a una cadena de colinas como lo
es todo el monte de La Galera; esa es la cadena que limita con los llanos: los
Morros se encuentran más allá y son montañas aisladas y por su naturaleza y el
contacto con el piroxeno alterado y sobre todo por su aspecto hinchado recuerdan
las masas no estratificadas de dolomita del Tirol, tan bien descritas por Leopoldo
de Buch; solamente anoto que las “recuerdan” porque no tienen nada en común
con ellas por no contener magnesio.
136
sol, le gana a cualquier otro procedimiento utilizado para ligar el hierro y la
madera. Estas tiras de piel acaban de ser introducidas en Europa y seguramente
serán utilizadas en las minas.
Después de haber dado un abrazo a las amables damas que nos habían acogido,
montamos a caballo y a las 10 salimos de Maracay para no regresar allí. La noche
nos sorprendió más allá del pueblo de Guaraca. Un jinete, seguido de un lancero,
pasó cerca de nosotros como un rayo; era el general Páez que iba a Maracay
donde su madre acababa de morir.
137
que un hombre solo tuviera la pretensión de arrestarnos: así que recomendé
silencio. Al tercer requerimiento oímos un disparo de fusil; la bala, que oí silbar
cerca de nosotros, no hirió a nadie. “Bueno, pensé, está solo: una patrulla habría
hecho una descarga” . En un instante alcanzamos un soldado que estaba ocupado
en recargar su arma; era un granadero que se dirigía al cuartel de Valencia y su
estado de beodez explicaba por qué, en lugar de disimularse en el bosque, había
hecho fuego sobre una fuerza superior. Después de haberlo desarmado, lo
obligamos a seguirnos y al llegar a Valencia le devolvimos su fusil. Cuando
entramos a la ciudad, era muy tarde y nos costó trabajo despertar a alguna de las
autoridades. Estábamos muy cansados, habíamos cabalgado 16 o 17 horas,
dormimos sin haber comido, en una sala de guardias. Un alcalde que se levantó
con el sol, nos llevó a una casa absolutamente vacía en donde fuimos recibidos
por una señora de edad, muy distinguida, quien nos dijo: “Caballeros, ésta es mi
casa, pero no puedo ofreceros nada, ni siquiera una silla o un pedazo de pan: los
patriotas me han arruinado completamente”.
Y era verdad; daba tristeza ver a la pobre mujer cuyos cabellos blancos caían en
desorden sobre sus delgados hombros. La casa era espaciosa y allí instalamos los
instrumentos. Johnston fue a buscar víveres y cocinó de manera aceptable; desde
luego no olvidamos a la pobre señora. Llegada la noche nos acostamos en el piso,
con una almohada que nunca falta al jinete: la silla de su caballo.
Los episodios del bloqueo de Puerto Cabello, muy poco interesantes, por cierto,
no merecen ser tenidos en cuenta. La plaza fuerte era vigilada por lanceros y por
infantes que ocupaban una línea muy extensa. La miseria de los sitiadores habría
sido igual a la de los sitiados, silos primeros no hubieran estado bien
aprovisionados de víveres. Páez visitaba con frecuencia la línea, solo o
acompañado de algunos oficiales. Si nos aproximábamos demasiado, los
españoles disparaban una descarga, cuyo efecto se limitaba a cubrirnos de tierra y
a dañar nuestros uniformes, como decía Johnston. Páez se exponía inútilmente
pues en la noche la tropa llevaba a cabo rondas para sorprender a las patrullas
españolas, trayendo algunos prisioneros cuando no los mataban; de día la tropa
pasaba su tiempo en los ranchos.
Esa tarde fui a ver al coronel Usler, un alemán que, me parece, comandaba la
brigada irlandesa y vi traer a tres oficiales superiores capturados entre Valencia y
Maracay; se hallaban en estado lamentable, prácticamente muertos de hambre:
los pusimos bajo llave dándoles todas las seguridades de que no serían fusilados.
En efecto, la guerra se había regularizado después de una entrevista entre Bolívar
y Morillo, la cual tuvo lugar en el pueblo de Santa Ana: la guerra a muerte había
terminado. Sin embargo la vida de un prisionero quedaba a merced de los
vencedores. Los oficiales españoles declaraban que la penuria era grande en los
fuertes de Puerto Cabello y que los víveres faltaban, lo cual no era el caso entre
nosotros. Un gracioso sargento decía: “No tenemos manera de bañarnos, eso es
todo”. Y en efecto el baño y el arreglo hacían falta como pude verificarlo al
138
acompañar al coronel Usler a una inspección de la brigada irlandesa: hombres
fuertes, casi desnudos, sin camisas, sin guerrera y con pantalones chirosos, ¡qué
hombres tan andrajosos! Tenían chacós cortados de viejossombreros de paja.
Las armas en buen estado y después de todo la salud no dejaba nada que desear;
los soldados eran robustos porque gozaban de buena comida compuesta de
carne, queso, azúcar, bananos y maíz; los de constitución débil habían
desaparecido y no quedaba más que una tropa aguerrida, formada por los que
habían resistido: “el equipo se gasta rápidamente en campaña, el vestido que
resiste mejor es la propia piel” decía un soldado de los más harapientos. Esto es
cierto en los climas cálidos, como Valencia, donde la temperatura se eleva de 25º
a 30º, pero que venga el frío y por más que resista la piel, el hombre sucumbe.
Esto lo aprendió en su propio pellejo la brigada irlandesa, cuando más tarde, en
los páramos del Almorzadero o de Zumbador, a una altura de 4.000 metros en la
Cordillera Oriental, perdió en una noche un tercio de sus efectivos, aun cuando la
temperatura no bajó de +3º a +5º, pero les faltó leña para calentarse.
Valencia o “Nueva Valencia del Rey”, fundada en 1552, está construida sobre un
calcáreo blanco, que tiene la apariencia de toba que descansa sobre el neis. Este
calecáreo puede no ser un depósito reciente, pero sí una modificación debida a las
influencias atmosféricas del calcáreo sacaroidal, en constante relación con el neis
de la cadena del Litoral. Cerca a Valencia pude examinar una gruta formada en el
calcáreo granular, encajado en el neis. Sea lo que sea, esa toba o esa caliza
modificada, al reflejar intensamente los rayos solares, contribuye al calor excesivo,
a la sequía y a la aridez del llano.
Valencia que antes de la guerra contaba con 607.000 almas, está hoy (1823)
prácticamente desierta. La ciudad está situada a 5.265 metros del lago y la altitud
de la casa que habitábamos era de 484 metros, 50 mts. por encima del nivel de
Maracay.
Yo me había propuesto visitar una fuente termal muy caliente, las aguas calientes
de la Trinchera, a algunas leguas de Valencia. Nos pusimos en camino el 1o. de
139
marzo, muy temprano; con gran tristeza de mi parte no pude llevar un barómetro
por temor de encontrar una patrulla española, lo que era peligroso para mi
instrumento. Así que salimos equipados como trabajadores: éramos 6 hombres
armados y fuimos a caballo hasta la hacienda de Magua-Magua. Al pie de las
montañas del litoral descansamos. Al avanzar hacia el Norte encontramos bloques
de granito en la grande y bella hacienda del Bárbula; era el final de la sabana. El
camino se elevaba por una pendiente tan insensible que pronto nos dimos cuenta,
con estupefacción, que comenzábamos a descender hacia la costa. La cordillera
es tan baja en ese punto que no vimos la divisoria de aguas a cadena del litoral en
la dirección que seguíamos y en donde ofrece una curiosa disposición: baja
considerablemente y es por una abertura (abra) por donde se llega de la llanura al
océano. Gracias a esta abra un viento marino, muy saludable por su frescura,
penetra todas las tardes en los valles de Aragua.
El agua caliente de la Trinchera recibe aguas frías un poco más lejos y el riachuelo
que resulta de esa mezcla lleva el nombre de “Río de Aguas Calientes”: pronto se
convierte en una corriente bastante fuerte cuyo volumen crece a medida que se
acerca al mar.
140
¿La temperatura de la fuente habría disminuido? Esto es poco probable. Sin
embargo pienso que un observador al tomar la temperatura de una fuente termal
busca siempre el punto en donde el agua es más caliente. Puede ser también que
la temperatura de un agua termal no sea absolutamente constante y sea
modificada por las aguas frías exteriores en las épocas de lluvias abundantes.
Debo anotar que Humboldt visitó la fuente de la Trinchera en la misma época del
año, cuando yo lo hice, a fines de febrero.
Decidí visitar la Trinchera para verificar si sus aguas eran iguales o diferentes a las
de Mariara y Onoto. Por analogía con las observaciones hechas en Onoto y en
Mariara, el agua de la Trinchera debería salir del granito, ser sulfurosa, casi pura y
mucho más caliente, puesto que de acuerdo con las probabilidades su altitud era
inferior; vimos que estas suposiciones se realizaron y que en efecto, en lo que le
concierne a la relación de la altura de la fuente por encima del nivel del mar, se
tiene:
141
pudiendo extenderse más, formaba unos anillos que tendían a recubrir el bejuco
que lo comprimía. Las ramas no seguían su dirección normal, habían sido
desviadas y torcidas: era una lucha entre el coloso del bosque con sus ramajes
poderosos y el bejuco que lo envolvía como lo habría hecho una serpiente. Ante
ese grupo yo pensé en Laoconte.
Esta mantequilla, o más bien esta materia, tiene propiedades que la relacionan
con la cera de abejas. Funde a 60º de temperatura; al enfriar, se vuelve sólida,
blanca y traslúcida y resiste a la presión del dedo. Es una de las numerosas ceras
vegetales elaboradas por la naturaleza. Añadiré que con ella hicimos velas. La
leche del árbol de la vaca contiene:
Fibrina,
Albúmina,
Cera vegetal,
Sales calcáreas,
142
Sales de magnesia,
Fosfatos,
Agua.
Se comprobó ausencia total de caucho.
Es una leche que contiene, como la animal, una substancia nitrogenada muy
nutritiva; la substancia parecida a la cera, representaría la mantequilla; no se
puede dudar de que también la leche vegetal es un rico alimento.
Una muestra de leche del árbol de la vaca traída a Europa por el señor Goudot,
fue analizada por mí a pesar de haber sido recogida de tiempo atrás y por lo
mismo, debía haber perdido cierta cantidad del agua inicial; me dio el siguiente
porcentaje:
Agua 72,86
100,00
143
Para definir estos purgatorios, quiero relatar algunos: pasar toda una noche en
una selva, con una lluvia torrencial, sentado sobre una piedra, sin fuego, sin
comida y devorado por los mosquitos y por aquellos terribles chupadores de
sangre: los zancudos (Selva de Anserma a Riosucio).
Bajar un río en la canoa rajada de un indio, obligado a achicar el agua sin cesar
con una calabaza, con peligro de ahogada a la menor interrupción de este difícil
trabajo (Navegación en el río San Juan).
Caminar en un pantano por 8 o 10 horas con las piernas desnudas (Selva del
Chocó).
Hacer su cama, cavando una tumba bajo la nieve, para dormir sin congelarse
(Volcán de Cotopaxi).
En el año de 1824 recibí la misión de levantar el mapa del distrito de Supía (sobre
el río Cauca), latitud boreal 5º, longitud 90 del meridiano de Caracas. Me
acompañaban el inglés Walker y el Dr. Roulin, encargado de la parte gráfica.
Ocupábamos una gran choza de indios en el limite del Río Sucio de Engurumá;
era una estación elevada, centro de nuestras operaciones; calculábamos los
triángulos y dibujábamos. Con este objeto hablamos hecho montar una gran
mesa; la estación de lluvias nos sorprendió; el techo dejaba pasar el agua y nos
apresurábamos a cubrir los libros y papeles con los abrigos de caucho (ponchos),
luego prendíamos fuego con madera verde y nos refugiábamos bajo la tabla,
extendidos sobre paja de maíz, fumando y charlando; teníamos víveres y ron.
Cuando
144
Pero la maravilla mayor, desde el punto de vista humanitario, es sin duda el palo
de leche, palo de la vaca, el árbol de la vaca. “Este árbol milagroso permite
suprimirlas nodrizas: libra de los penosos deberes de la maternidad; de ahora en
adelante el papel de la mujer se limitará a hacer hijos; el árbol se encargará de
nutrirlos con su leche. Después de colocar al niño en una red se subirá al árbol, se
cortará una rama próxima y la sección, introducida en la boca, y debidamente
sujetada, asegurará una lactancia continua. Quince o dieciocho meses después, el
niño, grande y gordo, sería desprendido del árbol como un gran fruto. Y esto no es
todo: el árbol de la vaca procuraría a la cleresía una economía considerable.
Gracias a la fuerte proporción de cera, contenida en su jugo lechoso, un cura se
procurará fácilmente un cirio todas las mañanas y todas las tardes, al tomar leche
vegetal después de haber tragado una ¡flecha de algodón”.
Yo creo que las localidades con lluvias cotidianas son bastante frecuentes en las
cordilleras así como en las montañas de Europa.
(1) Véanse los Anales de Química y de Física, segunda serie, tomo XXIII, pág.
219: Memorias sobre el árbol de la vaca.
145
CAPÍTULO IV
1o.- La “Cordillera Occidental” que tiene de un lado, al este, los pantanos del
Chocó; del otro, al oeste, el valle del Río Cauca.
El sitio de Puerto Cabello tocaba a su fin, puesto que la plaza no podía sostenerse
más por falta de víveres; las tropas españolas habían sido derrotadas y
encerradas en Maracaibo.
146
la naturaleza de las rocas para ver si la base geológica de una ciudad ejerce una
influencia real sobre las consecuencias de una fuerte conmoción subterránea, si
un aluvión o un terreno sedimentario de gran espesor impediría, o por lo menos
atenuaría, la propagación de las vibraciones, como empezábamos a suponerlo. En
una palabra, si había realmente suelos que, “al hacer puente protegían los
edificios que soportaban, de acuerdo con la expresión de los habitantes de los
Andes. Esta suposición parecía confirmarse por lo que habíamos visto al principio
de nuestro viaje. La Guayra, Maiquetía, Caracas, sobre neis y granito, habían
quedado casi destruidas; en cambio en Antumano, San Mateo, Turnero, Maracay,
Valencia, todos los edificios permanecieron en pie, aun cuando la sacudida fue lo
suficientemente fuerte para asustar a sus habitantes. El terreno de los valles de
Aragua consiste en toba calcérea o caliza desagregada o en aluvión.
Altitud 0 metros
147
La cadena de la Galera se podía ver claramente desde Buenavista.
Entramos a Tinaco, bonita población, después de haber pasado el río que un poco
más abajo se une al Orupa que esmás importante. (13 de marzo) La salida tuvo
lugar a las 4 de la mañana para evitar la insolación y a la 8 llegábamos a San
Carlos, ciudad bastante importante de los llanos, en donde deseaba fijar la latitud,
tomando la altura meridiana de Canopus. Las observaciones barométricas
indicaron una altura de 164 metros; el calor era muy fuerte y no había la menor
brisa.
Las negras que cuidaban de mi ropa, en cuyas manos las camisas parecían más
blancas de lo que eran, me mostraron la manera como preparaban su jabón: en
una lejía hirviente, hecha con ceniza, arrojaron un ternero que había nacido
muerto; el animal desapareció poco a poco, soltando amoniaco y al fin se obtiene
una especie de jabón blando; carne, grasa y cartílagos, todo había sido
saponificado.
148
Caramacate es un triste villorrio indio, en el centro de un palmar y nos advirtieron
que debíamos tener cuidado porque desde hacía algunos días los jaguares
entraban hasta las habitaciones para llevarse las mulas, por lo cual establecimos
un vivaque en sitio cerrado. Estábamos más bajos que en San Carlos: la altitud de
Caramacate es de 152 metros.
Esta ciudad está construida sobre un terreno similar que toca el neis y quedó casi
completamente arruinada por el temblor de tierra de 1812. Nos mostraron los
escombros de un cuartel, bajo los cuales están sepultados unos soldados de la
milicia patriota, reclutados para marchar contra el general español Boyes.
Encontramos que la altitud de Barquisimeto es de 564 metros.
Entre los numerosos cactos contra los que tuvimos que defender nuestro pellejo,
encontramos uno que se ha aprovechado: es el berchi, que contiene agua en su
interior, muy preferible a aquella sucia y caliente de los pantanos.
Tocuyo está atravesado por un río que desemboca en el mar de las Antillas. En el
punto en donde nos hallábamos y que pertenece a la base de la Cordillera Oriental
de los Andes, ya las aguas no eran de la vertiente del río Apure.
149
Tocuyo, para buscar una mina de plomo, de la cual nadie nos pudo dar razón. La
altitud de Guarico es de 1.109 metros y aproveché para tomar una latitud por
altura meridiana de Canopus.
La noche nos sorprendió entre Agua-Obispo y Carache y era tal la oscuridad que
habría sido imposible continuar la marcha si la atmósfera no hubiera sido aclarada
por una multitud de insectos fosforescentes (cocuyos) cuya luz, alternativamente
roja y verde, era de una notable intensidad.
El alcalde de Carache, un indio, nos hospedó en la mejor casa del pueblo, cuyo
techo de palma no nos protegería de la lluvia. Después de una etapa tan penosa
tuvimos como cena pan, panela y agua; estábamos en cuaresma, pero teníamos
como recompensa a tantas fatigas y privaciones el haber oído una cascada que
emitía sonidos melodiosos y el espectáculo de una iluminación espléndida
150
producida por un mundo de insectos. La altitud de Carache es de 1.209 metros y
la temperatura sostenida en 17,2º.
Los 4 o 5 días que permanecimos allí para conseguir mulas y comida, los pasé
durmiendo; realmente necesitábamos el descanso.
151
7 de abril. Desde Trujillo habíamos marchado al sur por una sabana formada por
un aluvión de escombros y de neis de granito. Después de haber atravesado el río
Motatán, llegamos al pueblecito de Valero.
Enfrente a cada cabaña del grupo formado cerca de la iglesia, estaba plantada
una cruz de madera. Las pocas familias indias se habían escondido en la selva,
por miedo a las tropas. Nos hospedamos en la casa del cura, que era una especie
de jaula en donde sufrimos de frío durante la noche. Al levantar el sol el
termómetro marcaba 13º; en los alrededores se cultivaba trigo.
Por la noche nos iluminamos con una lámpara alimentada por petróleo negrusco,
bastante viscoso, parecido al de Pechelbronn. El betún estaba depositado en un
plato de barro y un pedazo de trapo le servía de mecha. Esta lámpara soltaba
mucho humo, cuyo olor sin embargo no me era desagradable; me recordaba a mis
buenos amigos de Alsacia. Este petróleo provenía de Escuque, pueblo cercano a
La Puerta. Los terrenos del fondo del Lago de Maracaibo parecen encerrar
grandes yacimientos de aceite mineral.
152
San Ildefonso al lecho del río Motatán. Durante la bajada reconocimos
sucesivamente el granito, el neis y el esquisto micáceo que contenía bellos
cristales de turmalina; en seguida una caliza negra, compacta, con venas blancas.
Al salir del río, cuyo lecho remontábamos desde Trujillo, entramos en el pueblo de
Timotes.
De Timotes se debe subir constantemente hasta la venta del pie del Páramo; así
se pasa la noche cuando se atraviesa el famoso Páramo de Mucuchies. El ventero
don Antonio Rivas era quien decía si el páramo se podía atravesar sin peligro.
Hacía dos horas que subíamos por una suave pendiente, cuando vi por primera
vez la planta de los páramos, el frailejón que se encuentra en las montañas de los
Andes, en los últimos limites de la vegetación y resiste al frío mejor que las
gramíneas de los pajonales. La naturaleza lo ha vestido para una invernación
perpetua, tiene más de un metro de altura, sus hojas bien desarrolladas son de un
verde pálido, sus brotes foliáceos están provistos de una especie de lana y su tallo
produce un zumo resinoso que tiene la consistencia y el olor de la trementina.
153
sombreros de paja nos protegían mal hasta que el correo nos aconsejó ponerles
hojas de frailejón. La temperatura había bajado a 6º, no había nieve, pero si un
hielo bastante espeso en las depresiones del terreno.
Desde la venta del pie del páramo habíamos caminado sobre granito y luego
sobre neis; más arriba vimos esquisto micáceo que pasaba a un esquisto arcilloso,
dentro del cual no se veía mica; ese esquisto negro tenía venas de cuarzo. Los
estratos casi verticales tenían una dirección NE-SO.
El negro Johnston decía, mientras nos servía un enorme plato de papas, adornado
de salchichón y pan blanco: “Enhorabuena, aquí se puede comer, no como en las
regiones calientes en donde se vive de manjares dulces y de carne seca”.
En este sitio una observación barométrica arrojó una altitud de 3.000 metros y a
las 2 el termómetro marcaba 19,3º.
Los indios y los mestizos de Mucuchies son bajos, fuertes y de buena constitución;
indudablemente estábamos en una población “alpina” de las cordilleras.
Al bajar desde la cumbre del páramo, volvimos a encontrar las altísimas rocas que
observamos en el ascenso.
154
10 de abril de 1823. A las 4 salimos para Mérida, pasando por San Rafael de
Tabaij (sic) a donde llegamos a las 11.
Cerca del río Chamo encontramos un bello cultivo de café y en cuanto a la roca,
siempre la combinación de granito y neis. Desde el río subimos a una meseta en
donde se halla situada Mérida.
Mérida, a pesar del desastre, tenía todavía una universidad, muchos canónigos y
un convento de monjas; apenas estuvimos instalados, la superiora nos invitó al
locutorio para vernos: habría sido mal visto el rehusar esta invitación; las religiosas
estaban colocadas detrás de una reja cubierta por un velo y una voz nasal nos
rogaba caminar y voltearnos para podernos examinar por todos lados; del otro
lado de la cortina se oían cuchicheos y risas. Rivero hizo sonar una cajita de
música y tuvo un gran éxito. Cuando yo traté de levantar la tela que nos impedía
ver a las santas mujeres, me pellizcaron en la mano y tuve que renunciar a mi
curiosidad; al fin nos retiramos y al llegar a la casa recibimos una colección de
magníficas confituras, de parte de la abadesa, ¡Bien valía la pena nuestra
exhibición!.
155
altitud de Mérida y la temperatura media no debe estar muy lejos de 21,1º al
menos durante la estación de lluvias.
* Ajiaco
La explanada de Mérida está comprendida entre dos ríos, o más bien dos
torrentes, la Macarega y el Chamo que se reúnen cerca de la población de Panta.
Mérida está formada de una arenisca parecida a la de Agua-Obispo y dispuesta en
capas perfectamente demarcadas en las cuales vimos afloramientos de carbón.
Pero esta arenisca está depositada sobre el esquisto pizarroso y sobre el neis, de
escaso espesor; la formación sedimentaria es de poco espesor y por esta razón la
sacudida de 1812 removió el suelo de Mérida y yo añadiría que en la ciudad
todavía sentían temor de un temblor sucedido el sábado santo de 1823.
17 de abril. Partimos para San Juan. Al pasar debíamos visitar una fuente de
aguas termales; en dos horas llegamos al pueblo de Egido; de allí se necesitó la
misma cantidad de tiempo para llegar a la hacienda de Aguas-Calientes, en donde
se ve salir de una caliza negra aguas sulfurosas. Hay tres fuentes muy
abundantes con temperaturas de 45,5º, 47,8º y 46,1º; del fondo de los pozos no
salía ningún gas.
San Juan, en donde fuimos recibidos a la perfección por don Luis Pinavera,
comandante de las milicias, está situado sobre una meseta constituida por
fragmentos de rocas caídas de las montañas vecinas.
Se necesitaron dos horas, al paso de las mulas, para llegar allí. La laguna podía
tener un largo de 1.000 metros, por 250 de ancho; un canal sirve para el escape
del exceso de agua hacia el río Chamo que siempre hemos bordeado desde la
cima del Páramo de Mucuchies, su máxima profundidad no llega a 3 metros y
encontramos que su altitud de 1.048 metros es un poco inferior a la de la
156
población; el agua es literalmente alcalina, tiene un tinte verdusco, los animales la
beben con avidez y con gran dificultad logramos retener a nuestras mulas que
galoparon para calmar la sed y se les deja beber a discreción. El suelo alrededor
de la laguna se cubre, en época de sequía, de una capa de carbonato alcalino.
La sal extraída por los indios de Lagunilla no tiene la apariencia del carbonato de
soda que se encuentra cerca de los lagos de Egipto: es un ensamblaje de agujas
transparentes, amarillo pálido, divergentes de un centro común, que presentan la
particularidad de no dañarse al aire y cuyo sabor, francamente alcalino, es
bastante menos fuerte que el del carbonato de soda ordinario.
Cuando aparecieron los indios, nos llamó la atención que habían perdido su color
cobrizo y estaban negros como etíopes y solamente después de haberse bañado
en una parte calmada de la laguna, recuperaron su color natural. También observé
que todos los indios que trabajaban en la explotación de “urao” ya no tenían los
cabellos negros característicos de su raza sino rojizos. El comandante Pinavero
nos decía: “parecen oficiales ingleses”; él creía, en su profunda ignorancia y
después de haber visto la brigada irlandesa, que todos los ingleses tenían que
estar vestidos de levita roja y tener cabellos de ese color.
He aquí la descripción del yacimiento hecha por los indios buceadores: “Primero
se atraviesa un lodo negro, espeso y fétido, luego una franja de arcilla amarillosa
de 8 centímetros de espesor, cubierta de una multitud de cristales transparentes y
con puntas suficientes para hacer sangrar las manos: (estos cristales son los que
los indios llaman clavos, debido a su forma) por debajo de la arcilla amarilla con
clavos, se encuentra el urao disperso en la arcilla”.
157
¿Esta es una capa distinta a aquella en que están diseminados los clavos? Las
informaciones que dan los indios no permiten resolver este problema, pero todo
hace creer que los cristales de clavos ocupan una situación superior a la de los
cristales de urao.
En cuanto a los clavos que a primera vista parecían cal carbonatada se comprobó
que formaban un carbonato doble de soda y de calcio.
La fórmula de la Gay Lussita fue determinada por el señor Cordier sobre las
muestras que yo había enviado a París. Arago mostró el nuevo mineral en el curso
de una sesión de la Academia de Ciencias.
Los nadadores indios recibían un real (0,70 francos) por cada libra dc urao que
extrajeran.
Las jóvenes y atractivas señoritas de Mérida nos ofrecían estos extractos como si
fueran “rapé”; se toman el “mó” y el “chimó” con una espátula de metal precioso o
con la uña del
dedo meñique que para este efecto se deja crecer en forma desmesurada.
158
El gobierno tiene el monopolio de la venta del urao y mantiene permanentemente
a un guarda al borde de la laguna. Antiguamente, es decir antes de la revolución,
se extraían anualmente 2.000 arrobas o sea 500 quintales españoles, lo que
implicaría un fuerte consumo de “mó” y “chimó”, pero estas cifras probablemente
son inexactas.
Al entrar por azar a una casa, me sorprendió ver abierto un libro sobre la única
mesa de la vivienda: las obras de Horacio. Este volumen pertenecía al
comandante Castelli, teniente coronel de un regimiento de infantería y a quien don
Pinavera se apresuró a presentarme. Este era piamontés, de Turín y había servido
en Francia en la guardia imperial con el grado de sargento; ahora servía al ejército
colombiano y era muy útil allí, como tantos oficiales europeos. Bolívar los
apreciaba y los prefería a los oficiales ya con demasiada edad para aceptar las
exigencias de una nueva situación, siempre mal satisfechos e incapaces de
soportar las fatigas de la guerra bajo un clima insalubre. Cuando encontré al
comandante Castelli, se hallaba desesperado por haber fallado en la muerte del
general Morales, un asesino con galones, igual a tantos otros que España había
enviado a tierra firme con su ejército.
Castelli me refirió que cuando se retiraba ante las fuerzas españolas que eran
superiores y cerca de San Juan, ocupaba la hacienda “El Estanque”, sabía que
cuando Morales llegaba fatigado a alguna casa, su primer impulso era el de
buscar una mesa y botarse allí con todo y botas, para descansar. Así que Castelli
preparó “con amore”, una máquina infernal: un barril de pólvora debía inflamarse a
la menor presión que se hiciera sobre la mesa que había sido colocada en el
159
centro de la sala. Las tropas de Morales llegaron y la retaguardia americana se
retiró al tiempo que protegía la huida del cuerpo principal; el piamontés llevó a su
gente a un bosque espeso donde era inexpugnable. Pasaron los minutos y luego
las horas sin que hubiera habido explosión y los espías afirmaban que los
españoles ocupaban la casa. Castelli tomó la ofensiva; su retirada de la víspera no
había sido sino una estratagema para atraer a Morales en una emboscada.
Desalojó a los españoles y se dio cuenta de que su invento había sido retirado y
que el general enemigo había dormido profundamente sobre la mesa. Los
esclavos de la hacienda que estaban escondidos como serpientes en un bosque
vecino de la casa, habían visto todo un negro traidor había revelado el secreto. Al
terminar la historia Castelli añadió:
Castelli fue uno de los oficiales más útiles del ejército; casi siempre en campaña,
alejado del estado mayor general, del “Sol”, avanzó lentamente. Amaba la guerra y
fue él quien en la provincia de Antioquia, derrotó al famoso y brillante general
Córdoba, después de su revuelta contra la autoridad del Libertador. Se retiró a
Caracas, donde murió con el grado de general de brigada.
Después de haber trepado una cuesta muy inclinada, bajamos a la ribera del río
Chama donde reposamos y nos refrescamos con agua de coco mezclada con ron.
En el Chama se podía ver el neis sobre la orilla izquierda y arenisca sobre la
derecha. Seguimos un camino muy accidentado a lo largo del valle y la lluvia nos
160
sorprendió antes de llegar al pueblo de Chiguara donde nos encontramos con
tropas que se dirigían hacia la laguna de Maracaibo, entonces en poder de los
españoles.
Había llovido en tal forma que el río ya no era vadeable y su aspecto era terrible;
el ruido que producían las enormes rocas que arrastraba nos ensordecía a tal
punto que para hacerse oír había que hablar al oído.
25 de abril. La lluvia no cesaba y el paso del río era tan imposible como la víspera.
Tuvimos que remontar el valle para buscar el puente o la tarabita. Nuevo
problema: el puente se encontraba en tan mal estado que tuvimos que
consolidarlo para que nuestras mulas de silla y de carga pudieran pasar, no sin
peligros; nosotros nos decidimos por la tarabita establecida en el paso de la
Cabullo ** (sic).
Es muy poco agradable este pasaje que se efectúa por encima de un torrente
furioso o de un abismo, sobre los cuales se oscila como un péndulo durante
algunos minutos.
161
muerto que vivo y nos dijo: “Si solamente hubiera podido hacer la señal de la cruz
cuando me creí perdido...pero era imposible porque estaba muy bien amarrado”.
En el paso de la Cabullo *** la altitud del río Chama, que en ese lugar tiene 20
metros de ancho, se encontró ser de 417 metros; la temperatura del aire era de
30,6º.
Nos alojamos en la hacienda de “El Estanque” dedicada al cultivo del cacao; fue
allí que sucedió el drama de Castelli y Morales que terminó en la muerte del negro;
por la tarde, a la hora de la oración, los esclavos se reunieron para cantar un
cántico y recibir la bendición del mayordomo.
Desde “El Estanque” vimos durante la noche esas singulares luces que habíamos
observado en Mérida y San Juan; son conocidas con el nombre de “farol de
Maracaibo”; se divisan desde las costas del mar, como del interior y se asegura
que son visibles a más de 40 leguas de distancia; parece ser que esas llamas,
esas fosforescencias nacen en el río Catatumbo, cerca del río Zulia.
162
fidelidad. A mí se me nombró su ayudante y porque no consentí en hacer su
voluntad quisieron matarme, pero más bien yo maté al nuevo rey, a su capitán de
guardia, a su teniente general, a su capellán, a una mujer, a un caballero de la isla
de Rodas y a cinco o seis sirvientes. Resolví entonces castigar a tus ministros y a
tus consejeros (Oidores), nombré a capitanes y a sargentos que quisieron
matarme. Los hice ahorcar a todos y fue así como en medio de estas aventuras
navegamos 11 meses hasta la desembocadura del río es decir más de 1.500
leguas. Sabe Dios cómo nos libramos de esta masa de agua... que Dios te tenga
en su santa guarda”.
Esos meteoros luminosos que siempre se divisan de noche desde las montañas
de Mérida, tienen la apariencia de rayos de calor, rayos sin trueno, que muy
frecuentemente se ve brillar en los valles de las regiones cálidas, desde las
mesetas de las cordilleras. De resto, nadie ha encontrado alguna sustancia
bituminosa, espontáneamente inflamable, o un gas fosforescente al que sea
posible atribuir el fenómeno del “farol” de la laguna de Maracaibo.
163
alcancé a ver un hombre dormido en una hamaca, con su sable colocado en una
silla a fácil alcance; vestía guerrera azul, ¿sería un español o un colombiano? Hice
señales a mis compañeros para que no hicieran ruido y armé una pistola.
La casualidad quiso que me hiriese con la piedra de sílex y mi mano quedó roja de
sangre; llegué cerca del durmiente, retiré su sable, le coloqué la boca de mi pistola
sobre su frente y lo desperté. El pobre hombre tuvo un susto tremendo viendo a
una persona de mal aspecto, cubierta con un capote ya gastado, armada hasta los
dientes y con la mano ensangrentada. Este señor era el alcalde, quien nos contó
que estaba esperando al enemigo de un momento a otro. Nos acompañó a uno de
los extremos del pueblo, en donde nos hospedamos con un escuadrón
comandado por un teniente.
Al bajar del páramo por un camino muy accidentado, nos alcanzó una espantosa
tempestad: estaba oscuro y nuestras mulas dirigían por la luz ininterrumpida de los
rayos; eran las 9 de la noche cuando llegamos a las primeras casas de La Grita.
La Grita fue destruida por el temblor de 1812 y a causa de la guerra estaba casi
desierta; sin embargo asistimos a un baile ofrecido por los oficiales del regimiento
en guarnición.
29 de abril. De La Grita se baja hasta el río del valle, cerca de su unión con el río
Cobra, cuyas aguas son rojizas debido a una arcilla ocre. En este punto, el granito
se superpone al neis. Remontamos el río Cobra hasta una cabaña que se
encuentra al pie del Páramo del Zumbador que debíamos pasar al día siguiente.
164
La lluvia no había cesado desde la mañana y los vados del torrente de la Cobra
habían sido difíciles y hasta peligrosos debido a una fuerte creciente. Nos
encontrábamos en un triste estado y tal era mi miseria que un agujero de mi
sombrero dejaba pasar la lluvia a mis vestidos o más bien a mis harapos y el agua
salía por los huecos de las botas. Habíamos pasado varias noches con nuestra
ropa mojada y lo mismo sucedió al pie del páramo donde sentimos un fuerte frío
debido al agua que nos empapaba, aun cuando la temperatura del aire era de 18º.
La parte alta de la montaña es de neis, al subir a partir del pico del páramo
seguimos la arenisca que pronto desapareció bajo la hierba; pero a la bajada del
Zumbador volvimos a encontrarla. Llegamos al río San Cristóbal, después de
haber atravesado tres torrentes tributarios. A las 2 entrábamos en la sabana Laya,
en donde fuimos forzados a esperar en un rancho porque el río que debíamos
atravesar estaba extraordinariamente crecido. El dueño estaba enfermo de fiebre
que había contraído en los llanos de Barinas.
Por la noche nos proporcionaron luz con una singular luminaria: granos de ricino,
ensartados en un alambre, los cuales suministraban una luz viva y brillante. La
sarta tenía un pie de largo y tan pronto se consumía un grano, el fuego pasaba al
vecino.
1o. de mayo. Pudimos pasar el río para desayunar en Zariba. Marchábamos sobre
arenisca y al entrar a Capacho lo hacíamos sobre una caliza formada por conchas.
165
Dejarnos el lecho del Capacho, sobre el cual caminábamos desde hacía rato, para
tomar un sendero que nos llevó a San Antonio del Rosario, sobre el río Táchira, el
cual pasamos sobre un puente colgante hecho de cortezas de árbol y tan oscilante
que casi no podíamos mantenernos de pie y las mulas lo hicieron a nado. A las 2
de la tarde entramos a San Antonio de Cúcuta en donde el Congreso de la
República había promulgado la Constitución.
Nos quedamos allí hasta el 5 de mayo y durante las tres noches que pasamos en
esta ciudad volvimos a ver, hacia el norte, la luz del “farol” del río Catatumbo. Esta
luz lejana no tiene la apariencia de rayos ni en ella se distingue los centelleos y
el zig-zag del relámpago; es como un vapor luminoso, muy fugaz que abarca un
gran espacio y aparece y desaparece con suficiente rapidez para hacer creer que
es permanente.
5 de mayo. Teníamos la intención de pasar por San José, pero el río que se une al
Táchira estaba demasiado crecido y tuvimos que seguir un desecho. Después de
2 horas de una marcha fatigante sobre un terreno cubierto de maleza, llegamos a
un cultivo de caña de azúcar en la hacienda de La Garita (sic) y siempre
observamos la arenisca en capas más o menos inclinadas.
(1) Anales de Química y Física, segunda serie, tomo XXIX, página 110: Memoria
sobre el Urao; página 283: Observaciones sobre algunos carbonatos, segunda
serie, tomo XXX; página 109: Análisis de una nueva sustancia mineral.
* Barinas.
166
*** Así en el original.
7de mayo. Nos apresuramos a atravesar la quebrada cuyas aguas habían bajado,
pero a pesar de esto, fue difícil pues el torrente todavía muy alto llegaba a las
cinchas de las mulas. Al subir a la explanada bañada por la quebrada
encontramos bloques de arenisca y de caliza; a las 10 llegamos a la población de
Chinácota, 2 días después de haber salido del Rosario de Cúcuta.
Temperatura a la 1 24º
Temperatura 16,1º
8 de mayo. De “El Fiscal” bajamos al río Pamplonita, cuyo curso seguimos durante
algún tiempo, andando dentro del agua. Este río se reúne con la quebrada Honda
para formar el río San José que desemboca en el Táchira. Después de haber
dejado el río Pamplonita porque se había convertido en rápido y profundo,
seguimos un camino fangoso a lo largo del río que mucho más arriba pasamos por
un puente para llegar a las 3 a Chopo.
Temperatura 16,7º
Media hora después habíamos llegado al punto más alto del páramo.
168
Temperatura 15º
A Pamplona le falta espacio por no haber sido construida sobre una de esas
grandes mesetas que le dan a Bogotá y a Quito un sello especial. ¿Cómo surgió la
idea de fundar una ciudad con conventos e iglesias en medio de montañas tan
encerradas? La respuesta está en la proximidad de las minas de oro muy
productivas en cierta época y cuya explotación había cesado debido a la guerra.
En 1829 fui encargado de explorar las minas del distrito de Pamplona y creo mi
deber dejar aquí mis informaciones.
Había escogido por residencia el pueblo de la Baja, habitado por algunos mineros
indígenas. Bajo mis órdenes trabajaban obreros ingleses venidos de Cornouailles,
quienes se habían distribuido por los alrededores.
Pamplona está edificada sobre arenisca que descansa sobre rocas cristalinas.
Esta superposición se vuelve a encontrar yendo hacia la región minera, así que
tan pronto se deja la ciudad en dirección a Vetas, la arenisca aparece sobre el
granito. Antes de llegar al Alto de las Golondrinas, el esquisto micáceo reemplaza
169
al granito y más arriba esta roca da un reflejo plateado porque contiene gran
cantidad de cristales de turmalina negra. El esquisto micáceo brillaba al sol; al fin,
sobre El Alto, se encuentra una grünstein porfírica, con matriz verde, afibólica que
contiene cristales de feldespato anacarado.
Temperatura 9º
Temperatura 12º
Temperatura 16.6º
170
De lo alto de ese páramo vimos el del Almorzadero al ESE. Y desde Santurbán se
baja a la población de Vetas con una altitud de 3.208 metros y una temperatura de
9º donde se encuentran antiguas obras de minería, situada encima de la mina de
oro de Borero, donde comenzaban la construcción de una planta central para
amalgamar el mineral por el método sajón, del cual yo no soy partidario, pues
encuentro mejor el sistema americano por ser más sencillo que el ideado por el
barón de Born; más adelante los hechos me dieron la razón,puesto que se ha
regresado a la amalgamación inventada por Medina del Campo.
De la mina de Borero se baja hasta el río Vetas, con altitud de 2.353 metros y
temperatura de 22º. Sobre la orilla derecha se ha tallado en la roca una rampa tan
estrecha que es necesario estar habituado a las cordilleras para transitar en mula
por ese camino, aun cuando es más prudente cerrar los ojos en caso de vértigo. El
camino bordea por un lado un precipicio y por el otro un peñasco y conduce a
Labaja, cuya altitud es de 2.353 metros, con temperatura de 15,7º; ésta es una
población insignificante, conocida también con el nombre de La Montuosa. Allí
vivió varios años don Celestino Mutis y emprendió, sin éxito, la explotación de las
minas; fue en Labaja donde comenzó su “Flora de la Nueva Granada”. Mutis era
un hombre perseverante: amaba la ciencia con pasión y no lo detenía ninguna
dificultad. Llegó a América agregado a un virrey, en calidad de médico; tenía
correspondencia con Linneo y con Adamson. Para publicar “La Flora”, montó en
Bogotá una imprenta y formó excelentes dibujantes; más tarde ingresó al
sacerdocio y fue director espiritual de las Hermanas del Convento de Santa Clara.
A él se debe el Observatorio de Bogotá en donde tuve en mis manos, no sin
emoción, instrumentos que habían sido traídos a América por académicos
franceses enviados al Ecuador. Mutis había obtenido del gobierno español todo lo
que consideró necesario para hacer las observaciones.
La revolución destruyó todo esto, pero tuve la suerte de salvar sus manuscritos; él
publicó un buen trabajo sobre las quininas, “La Quinalogía”. Creo que murió en
1812, 3 o 4 años antes del comienzo de la guerra de la Independencia. La bella
colección de dibujos coloreados de las plantas de la Nueva Granada fue enviada a
España cuando la expedición de Morillo, es decir, que se perdió para la ciencia.
Las antiguas galerías que recorrí en La Alta, son muy extensas y la población
habría desaparecido después del abandono de los trabajos; estoy convencido de
171
que tanto para La Alta como para todas las minas de filón de los alrededores de
Pamplona, la cesación de los trabajos y la desaparición de la población, se deben
a una misma causa: los indios dominados por los conquistadores murieron
trabajando, lo mismo que en todos los sitios en donde fueron condenados a
trabajos subterráneos demasiado rudos, además del efecto moral producido por la
pérdida de la libertad, por el maltrato y por una alimentación insuficiente.
Más arriba de los trabajos de Angostura está la mina de San Andrés establecida
probablemente sobre el mismo filón, aun cuando la mena sea diferente.
Independientemente del oro, encierra piritas de hierro y de cobre y sulfuro de
cobre gris argentífero.
172
Las explotaciones vecinas a la población de Labaja han sido todas establecidas
sobre filones de cuarzo en rocas parecidas o análogas a las del páramo de
Santurbán.
Para completar esa información sobre las riquezas minerales de Pamplona, resta
mencionar el Páramo Rico que en alguna época, ya lejana, produjo grandes
cantidades de oro. El páramo se encuentra al sur de la población de Labaja y se
necesitaron 3 y media horas de viaje para llegar allí. La vista alcanzaba una parte
del valle de Suratá, el páramo de Santurbán en lontananza, al SO la meseta de
Bucaramanga y al NO una montaña muy elevada, el Alto del Salado,
frecuentemente cubierta de nieve y cuya altitud debe ser de 4.500 a 4.800 metros.
El páramo está formado por una sienita dentro de la cual el esquisto micáceo
tiende a subsituir al anfibol. La superficie del terreno es poco accidentada: tiene
una sola saliente, más bien angosta y de difícil acceso: el morro, en donde
coloqué el barómetro.
Temperatura 14,4º
173
Me sentí apesadumbrado en medio de esta soledad, en otras épocas animada por
el trabajo. El mineral no había disminuido ni en cantidad, ni en riqueza y el cuarzo
aún contenía oro. ¿Qué se habían hecho los indios que lo extraían, lo molían y lo
sometían a lavado para retirar el precioso metal? Ya lo dije; murieron de fatiga, de
miseria y de tristeza.
Del morro de Páramo Rico yo había visto una montaña cuya cima parecía formada
por bloques de rocas superpuestas; el aspecto era curioso y resolví hacer allí una
excursión.
Temperatura 0º
Esta altura era la misma del Páramo de Santurbán y 300 o 400 metros más alto
que el Páramo Rico. La situación estaba lejos de ser agradable; sentíamos
174
vivamente la baja de la temperatura y nos costaba trabajo soportar el viento a 0º.
El cielo estaba cubierto y para bajar más rápidamente resolvimos marchar en
dirección a Labaja, es decir al oeste; nos fue mal porque tuvimos que salvar pasos
muy peligrosos al atravesar lo que podríamos llamar “El Caos”, una acumulación
de enormes bloques de roca diseminados por todas partes. Vicente, mi ayudante
negro, a pesar de su seguridad cayó en una hendidura de más de 10 metros de
profundidad. Felizmente para él, pero no así para nuestras observaciones, el
barómetro que llevaba en bandolera, se atravesó y se rompió, suavizándole la
caída; Vicente, quien era un minero profesional, salió a la superficie fácilmente y
con muy pocas contusiones. Si alguna vez un viajero encuentra mercurio en esos
parajes, ¡que no se imagine haber descubierto un yacimiento de este metal
nativo!.
Los bloques del alto de las Piedras o del Barómetro pertenecen a una roca
anfibólica que contiene cristales de feldespato. Estos bloques tienen ángulos
agudos y todo indica que se encuentran allí desde la formación de la cordillera. En
la Laguna de la Virgen se encuentra el visitante sobre sienita y luego, más abajo,
sobre granito de mica negra; en una palabra, el alto del Barómetro está
geológicamente constituido como el Páramo de Santurbán y el Páramo Rico.
Antes de dejar mi residencia de Labaja, visité la mina del Pico del Gallo, así
nombrada porque el filón de cuarzo presenta venas de sulfuro gris de cobre que
representan muy bien una pata de gallo.
Los torrentes de las montañas que contienen venas auríferas, acarrean oro que el
agua deposita en los valles con los aluviones que resultan de la desagregación de
las rocas. El oro se presenta en polvo, mas fino a medida que ha recorrido más
distancia. En los aluviones con cantos voluminosos acumulados al pie de las
montañas, el oro se encuentra en granos bastante gruesos, algunas veces en
cristales y frecuentemente adheridos aún a la greda.
175
cuyos importantes yacimientos acababa de estudiar. En el valle de Suratá se
encuentran lavaderos de oro que nunca han dejado de ser explotados y que sin
duda los indios trabajaban antes de la Conquista. Los unos están establecidos
cerca de Bucaramanga, bonita ciudad situada en el centro de una explanada; los
otros, en proximidades de Girón. Los aluviones auríferos de Suratá están
alrededor de 20 millas al S O de Labaja.
Para llegar allí, pasé por Cácota de Matanza, aldea grande en donde vive una
población de cotudos y cretinos; el coto es por lo demás endémico en las
cercanías de Pamplona y nuestros mineros europeos después de una estada de
algunos meses en Labaja y en Vetas, mostraban casi todos síntomas de haberlo
adquirido. En el valle de Suratá, el coto alcanza dimensiones considerables como
pude comprobarlo en Cácota de Matanza, a donde llegué precisamente para
asistir a un baile ofrecido por los estancieros (gente del campo). Todas las
asistentes eran cotudas en el más alto grado y aparte de ello, bonitas y agradables
cuando se callaban, porque el desarrollo anormal de la glándula tiroides, comunica
a la voz un sonido ronco, lejano, como el timbre de voz de una pesadilla. Por todas
partes se encontraban cretinos, producto de esa endemia; además, Cácota debe
su nombre de Matanza al hecho de que allí, un día, un cretino de familia noble, le
cortó el cuello a cinco de sus jóvenes hermanos menores.
176
segundo. Desarmar al infeliz, sin hacerle ningún daño, fue asunto de un instante:
en primer lugar no era del todo culpable y además, a los ojos del pueblo, los
pobres de espíritu son objeto de una especie de veneración.
Los lavaderos de Girón de Bucaramanga, suministran oro de Ley 920 a 980. Esa
ley es superior a la de la Nueva Granada, así que cuando algunos falsarios
fabricaron con el metal extraído de los lavaderos monedas falsas que sin embargo
contenían más metal que las piezas acuñadas por el estado, sus ganancias
resultaban de que no tenían que pagar al fisco “el quinto”, es decir, los derechos
de fundición y de acuñamiento.
Temperatura 18,5º
* Samán.
177
recubierta de bloques de una arenilla rojiza con huellas de restos orgánicos:
probablemente pertenece al “bunter Sandstein” y la caliza es probablemente la
base del terreno cretáceo, la caliza neocomiense (ver las conchas en las rocas
traídas).
El lecho del río Chitagá está, en primer lugar, formado por neis y un poco más allá
por arenisca.
Temperatura 16º
Desde Pamplona nos alumbrábamos con velas de una cera verde, vegetal,
extraída de los granos de la Cerica mirrífera,laurel muy común en los bosques de
las regiones templadas.
Temperatura 14º
Temperatura 5º
178
En una hora bajamos a la hacienda de Hato Jurado.
Temperatura 17,2º
Temperatura 24º
Continuamos por el valle del río Cerrito; cerca de Concepción la caliza con
conchas aflora por todas partes; se ven las entradas a varias cavernas, obstruidas
por las plantas. Durante una hora caminamos sobre bancos de calcáreo sin suelo
ni vegetación, horizontales y que al paso por nuestras monturas producían un
sonido que indicaba que debajo había cavidades. Nos encontrábamos sobre la
ribera occidental del río Cerrito que corre hacia el Sur; sobre la ribera opuesta se
hallan escarpes formados por areniscas.
179
Altitud de Llano anciso 1.618 metros
Llano anciso se encuentra sobre la orilla izquierda del río Tequía, conocido
también con el nombre de Quesada Barsal. ¡Esta población está rodeada de altas
montañas y en ninguna parte había yo visto tantos cotos!.
En esa toba se han reconocido varias grutas, vimos varias, y se nos ha afirmado
que se extendían por debajo del lecho del Tequía y que al recorrerlas el ruido
producido por el agua del torrente se podía oír claramente. En esas cavernas se
encuentran esqueletos porque los indios, antes de la Conquista, las utilizaban
como cementerios.
Las fuentes que salen de la caliza del Tequía son incrustantes; las hojas y las
ramas que se encuentran dentro de esas fuentes se ven recubiertas de un
revestimiento calcáreo.
Me llamó la atención el tamaño de los cotos que padecen los habitantes de esa
localidad.
16 de mayo. Al seguir el estrecho valle del río Cerrito, afluente del río Sogamoso,
llegamos a Capitanejo, en donde nos sorprendió la alternación de la caliza con
conchas con la arenisca con huellas de organismos. Cerca de la población se
explotaba una mina de plomo, una galena de grandes facetas.
180
Temperatura a las 9 22 ,5º
Temperatura 20º
Temperatura 18,3º
Temperatura a la 1 13,9º
Temperatura 11º
181
Subimos hasta un sitio llamado Portachuelo. Es un páramo que hay que pasar
para llegar a Cerinza.
Temperatura 12,8º
Temperatura a la 1 20,6º
Esta bella masa de hierro había sido encontrada el sábado santo del año 1810 por
una niña, Cecilia Corredor, sobre la colina de Tocarita, a un cuarto de legua al este
de Santa Rosa. Todavía pudimos ver, al indicarnos el sitio, una cavidad no muy
profunda, de donde el bloque había sido retirado; este objeto, evidentemente cayó
en la noche que precedió al sábado santo, porque nadie lo había visto antes, aun
cuando el punto de la loma en donde fue encontrado se halle cerca de un sendero
que los habitantes de la población toman ordinariamente para ir a buscar leña en
182
el bosque y lo que apoya esta opinión es que, esa misma noche, habían visto un
globo de fuego que avanzaba a gran velocidad, a ras de tierra hacia el SO. La
masa de hierro de Santa Rosa quedó depositada en la alcaldía durante 8 o 10
años y después el herrero la utilizó como yunque.
Hicimos venir a Cecilia Corredor (en ese entonces una mujer de 20 a 25 años) a
quien considerábamos la propietaria del mineral y le pagamos por el precio que
pidió: 20 piastras (100 francos). Tan pronto como corrió la noticia de nuestra
compra, vinieron gentes a ofrecernos pedazos de hierro de los que compramos
una docena de muestras. Todos los habitantes de Santa Rosa poseían minerales.
Una vez en posesión del yunque de Santa Rosa, reconocimos, aun cuando tarde,
que en vista del estado de los caminos y de los medios de transporte a nuestra
disposición, era imposible llevarlo debido a su peso. Al cubicar la masa
encontramos que debía pesar cerca de 750 kilogramos. A pesar de todas las
recomendaciones que hicimos al gobierno de Colombia, para que esa bella
muestra de hierro cósmico fuera colocada en el museo de Bogotá, todavía se
encuentra donde lo compramos.
Al salir de Santa Rosa nos tuvimos que contentar con llevar un fragmento de
algunos gramos para analizarlo; es hierro maleable, de grano muy fino y
extremadamente dulce; en Bogotá obtuve el siguiente resultado:
Residuos
insolubles
183
en ácidos 0,3
Materias
Hierro 90,8
Níquel 7,9
100,0
Añadiré que por un acto de cortesía al cual me asocié, hicimos forjar con el hierro
de Santa Rosa, una hoja de espada que ofrecimos al Libertador Simón Bolívar.
Una inscripción decía que ésta había sido hecha con hierro caído del cielo para la
defensa de la libertad, algo realmente cursi, además que resultó ser una hoja de
espada detestable.
184
Temperatura a las 10 13,9º
Cerca de la población existe una fuente termal muy abundante. El agua sale de la
arenisca en varios puntos sobre el lecho de un riachuelo; es ligeramente gaseosa,
no es sulfurosa, muy cargada de materias salinas pues deja sobre el piso
eflorescencias que son recogidas y vendidas bajo el nombre de “salitre”, al precio
de 13 reales la carga de 10 arrobas; esta sal se le da a los caballos y al ganado y
se venden alrededor de 1.000 cargas anuales: en gran parte es sulfato de soda
con una fuerte proporción de sal marina. El termómetro colocado en tres fuentes
distintas indicó:
Agua 954,8
1.000,0
Esta es un agua termal muy cargada, de la cual se podría obtener muy buen
resultado desde el punto de vista médico.
185
Temperatura a medio día 18,3º
A las 4 de la tarde pasamos por la población de Chocontá.
Altitud 2.694 metros
Temperatura 18,9º
A las 8 de la noche nos hospedamos en la venta; el portador del barómetro se
cayó y se rompió el tubo del instrumento.
24 de mayo. Salimos de la venta al despuntar el sol y después de haber pasado
por las poblaciones de Sesquilé (en el puente).
Altitud 2.607 metros
Temperatura 14,3º
Tocancipá:
Altitud 2.641 metros
Temperatura 18,8º
—“¡Cuántas veces he tenido sobre mis rodillas a este joven oficial cuando era
niño!”, decía él.
186
187
188
189
190
191
La vara de Madrid (Castilla) tiene 0,8355 metros
1o. Que los edificios destruidos o dañados por el temblor de tierra que destruyó a
Caracas en 1812, reposaban sobre rocas cristalinas, neis, granito y esquisto
micáceo o sobre depósitos sedimentarios areniscas o calizas de escaso espesor y
vecinos de las rocas cristalinas.
2o. Que los edificios asentados sobre los depósitos sedimentarios alejados de las
rocas cristalinas que, por razón de este distanciamiento tenían un buen espesor,
resistieron a los movimientos del suelo, o por lo menos no sufrieron daños serios.
192
conchas, a la arenisca abigarrada. Las calizas, en las partes elevadas de las
montañas, encierran fósiles de los depósitos neocomienses, últimas bases del
terreno cretáceo.
La sierra, sin duda, no tiene la altitud de varias montañas volcánicas del Ecuador o
del hemisferio austral; ofrece sin embargo la particularidad de estar formada por
neis por granito y no por rocas traquiticas, expulsadas por hornos ignívomos.
Finalmente, la fuerte inclinación y aun la dislocación de las capas de areniscas y
de calizas, establecen que los terrenos sedimentarios se depositaron con
anterioridad al levantamiento que dio a la Cordillera Oriental su relieve actual.
193
CAPÍTULO V
Explanada de Bogotá - Nación Muisca - Su
conquista - Guerras de la Independencia -
Descripción de la meseta.
El territorio ocupado por la nación Muisca se extendía, en la época de su
descubrimiento y de su conquista, del 4º al 6º de latitud boreal, con un largo de 45
leguas y un ancho de 13 leguas en promedio. Su superficie, por consiguiente, se
aproximaba a las 600 leguas cuadradas.
La región fría, de una altitud de 2.000 a 3.000 metros, se hallaba en las cercanías
de las regiones tibias de Fusagasugá, Pacho y Cáqueza.
Cuando llegaron los españoles, tres jefes independientes reinaban sobre los
muiscas:
3o. El jefe de Iraca, quien tenía un carácter sacerdotal corno sucesor de la deidad
designada por el nombre de “Hemtersquetaba” (sic) el civilizador.
El Zaque de Tunja tenía también unos jefes o caciques tributarios; pero el Zipa
aumentaba sus dominios todos los días a expensas de su vecino del Norte y hay
lugar para creer que sin la llegada de los europeos, habría terminado por
apoderarse de todo el territorio muisca.
Los muiscas tenían por vecinos: al occidente los muzos, los calima y los panches,
tribus guerreras feroces y antropófagas, contra las cuales mantenían una
194
hostilidad permanente; al norte, los laches, los agataes, los guanes; al oriente,
escasas y débiles poblaciones establecidas sobre las pendientes de la cordillera.
Los muiscas, como todos los pueblos de América del Sur, lo mismo que los
aztecas, eran agricultores; no poseían ganado. El arado de madera era arrastrado
por hombres, cosa que todavía vi en poblaciones pobres. El maíz, la papa y la
quinoa (chenopodium quinoa) formaban la base de su alimentación. Los venados,
comunes en los páramos, también se comían, sin duda, aun cuando en raras
ocasiones porque el pescado, la caza y las aves acuáticas eran reservadas para
los caciques.
La esmeralda, muy apreciada como adorno, aún no había sido encontrada sino en
el territorio muisca.
195
Los muiscas mostraban, sin duda, una aptitud pronunciada por las artes
industriales. Trabajaban el único metal que conocían, el oro, con cierta habilidad;
le daban la forma de animales, hacían estatuillas de sus divinidades, adornaban
conchas que servían de copas de lujo en sus festines; lo aplastaban en láminas
muy delgadas y flexibles para fabricar brazaletes, adornos de cinturones que
guarnecían con piedras preciosas.
Los objetos de oro con frecuencia se fundían en moldes planos; desde el punto de
vista artístico eran reproducciones prosaicas, por ejemplo, en una cara de hombre
la nariz y las orejas estaban formadas de piezas mal soldadas. Sus medios de
ejecución eran escasos; utilizaban cantos rodados a manera de martillos y yo vi
una de sus limas que consistía en una pirita de hierro, en la que entraban granos
de cuarzo. El oro se pulía y aún se bruñía, con piedras duras de grano muy fino.
Los fuelles que se utilizaban en esta fundición, eran los pulmones; el viento
llegaba al hogar por un tubo de tierra que salía de la boca de un indio.
Los muiscas eran excelentes fabricantes de vasijas de tierra cocida: las hacían de
gran tamaño, para uso doméstico y de las formas más raras. Esta facultad de
modelarla arcilla se encuentra en las tribus más primitivas. El hombre nació
alfarero.
He dicho que hilaban y que tejían el algodón traído de las regiones cálidas y
añadiría que sabían teñirlo. Los dibujos más variados y curiosos se trazaban con
pincel y no se llegaba a una cierta perfección, sino cuando se lograban empatar
las líneas con figuras de gran regularidad y uniformidad que por su aspecto
general recordaban las telas impresas en las Indias Orientales.
Las nociones que se tienen sobre las ideas religiosas de los muiscas son muy
confusas: antes del principio del mundo, la luz estaba encerrada en una cosa, un
ser imposible de ser descrito, llamado Chiminigagua (creador) de donde salieron
de repente y se regaron por el mundo entero, pájaros de plumaje negro cuyos
picos emitían chorros de gas suficientemente resplandecientes para iluminar la
superficie de la tierra. Ese fue el primer día y el creador hizo la luz.
196
dios superior, Pachaguemi, quien llena la inmensidad y tan grande que un templo
no podría contenerlo. Como sabemos, los incas no adoraban el Sol como divinidad
superior, sino como la creación más perfecta de esta divinidad.
Una mitología sería incompleta sin un diluvio: Chibabacum, indignado con los
vicios del género humano, resolvió destruirlo y cambió súbitamente el curso de los
ríos Sopó y Tibitó, para sumergir la sabana. Los muiscas, que se habían retirado a
las alturas, estaban a punto de morir de hambre cuando Bochica, a quien habían
implorado llegó en un arco iris y con la varita de oro que tenía en la mano, abrió
una brecha por la cual se escaparon las aguas, formando una cascada
gigantesca: el Salto de Tequendama. Los templos de la religión muisca no tenían
nada de suntuoso porque, en general, las ofrendas a los dioses se hacían al aire
libre, cerca de los lagos, de las caídas de agua o sobre rocas escarpadas. Sin
embargo, cerca de los adoratorios custodiados por sacerdotes, existían vasijas de
tierra, dentro de las cuales los devotos depositaban sus joyas de oro que
representaban figuras de toda clase de animales.
197
En una época en que el Cacique de Guatavita era independiente, todos los años
se hacía un sacrificio solemne en un lago de esta localidad, que era famoso. En el
día señalado, el Cacique, después de haberse untado el cuerpo con trementina,
una sustancia que suministra abundantemente el espeletia freilejón, se revolcaba
en polvo de oro y así cubierto del precioso metal, subía a una balsa, acompañado
de los principales jefes o jeques y al llegar al centro del lago, botaba al agua las
ofrendas de oro y esmeraldas y luego él mismo se sumergía para hacer caer todo
el polvo de que estaba cubierto. Esta ceremonia era presenciada por una multitud
de indios venidos de las más alejadas regiones que se sentaban sobre gradas
dispuestas en anfiteatro; terminada la fiesta, los asistentes se entregaban a la
danza y bebían chicha hasta emborracharse, al tiempo que con cantos lentos y
monótonos cantaban la historia de la región, la de sus divinidades, de sus héroes
y de sus eventos memorables que así se transmitían de generación en
generación.
A las puertas de las habitaciones cerradas de los caciques que presidían las
fiestas públicas, se mantenían dos indios viejos, desnudos y descarnados, que
tocaban la “chirumá”, de la cual salían los sonidos más tristes. Estos guardianes
se hallaban allí para que se pensara en la muerte, aún en medio de los placeres.
Los indios del altiplano contaban con los dedos: los números tenían nombres
hasta diez:
2 bosa 6 ta 10 ubchihica
3 misca 7 ghupeca
4 mughica 8 suhuzo
El 20 tenía una palabra: gueta. Cuando habían terminado de contar con los dedos
de la mano, continuaban con los de los pies, colocando la palabra “quihicha” (pie)
antes del número, así:
quihicha ata 11
quihicha bosa 12
198
quihicha aca 19
gueta 20
gueta ata 21
5 10 15 20
Parece que la nación muisca fue la única del nuevo continente que utilizó el oro
como moneda. Eran discos fundidos en un molde uniforme cuya circunferencia
promedio se acercaba a la que uno forma al curvar el dedo índice hasta la base
del pulgar.
El Zipa era el único que tenía derecho a hacerse transportar en litera, pero podía
darle ese privilegio a un Usaque en recompensa por servicios rendidos durante la
guerra.
Los usaques y los jeques podían perforarse las orejas, el cartílago de la nariz y los
labios para portar joyas. A un individuo sin ninguna calidad ni funciones, le era
prohibido llevar esos ornamentos sin autorización previa. La gente del pueblo
usaba, cuando le convenía, ponchos de algodón hilado, de color uniforme, pero
necesitaban una autorización del Zipa para vestirse con telas dibujadas en
diversos colores, líneas negras, rojas, amarillas o azules y no le era permitido a
todos los indios pintarse el cuerpo con la materia colorante del achiote, costumbre
que persiste en las tierras calientes.
199
cuerpo una manta que las cubre desde el ombligo hasta las rodillas. El vestido no
es indispensable sino en las mesetas de 2.000 a 3.000 metros de altitud, en donde
la temperatura promedio rara vez pasa los 15º. En Bogotá o en Tunja, un hombre
no podría vivir en el estado de completa desnudez, como sucede en las
localidades con temperaturas promedio de 20º a 28º. Allí el indio prefiere andar
desnudo, con un guayuco, banda estrecha de tela que pasa entre sus piernas, por
todo vestido, mientras que la mujer se adorna con un pedazo de tela, la paruma,
delantal de 2 a 3 decímetros cuadrados. Más adelante, tendré la oportunidad de
tratar de nuevo sobre el estado de desnudez de los indios de las regiones cálidas
o templadas, pero puedo afirmar que no existe gente más púdica.
Los muiscas tienen una excelente constitución, son de baja estatura, (he tomado
la medida de algunos y no pasan de 1,50 metros), la frente baja, los ojos
ligeramente oblicuos, la mirada poco segura, denotaba timidez; los cabellos de un
negro azulado, espesos y caen sobre sus hombros; van con la cabeza descubierta
y únicamente en las fiestas se colocan una banda de tela adornada con plumas.
Los gobiernos del Zipa, del Funza, del Zaque y del Tunja, eran despóticos y
absolutos. Ningún vasallo se atrevía a levantar los ojos para mirar al soberano. El
Zipa mantenía varios centenares de mujeres llamadas “Thiguyes”, de las cuales
una sola era considerada como esposa legítima. Todo lo que la tradición enseña
sobre el gobierno civil de los muiscas, apenas merece ser mencionado. Las
costumbres que se han mantenido hasta la Conquista y aún después, permiten
afirmar que enla Nueva Granada, como en el Perú, todos los individuos que se
hallaban bajo el Zipa o el Zaque, estaban esclavizados en diferentes grados;
formaban especies de falansterios en donde trabajaban para provecho de sus
despiadados jefes, lo que explica la indiferencia con la que los indios aguantaron
la dominación de los españoles. En realidad, no hicieron sino cambiar de tirano y
es indudable que aprovecharon la perturbación causada por la llegada de los
europeos, para buscar en otra parte la libertad que les faltaba; cuando los
castellanos mataban a un jefe o lo tomaban prisionero, en el curso de la refriega,
el ejército indio desaparecía.
200
Después de la Conquista, las sepulturas indias llamadas “guacas” fueron
saqueadas y se encontró gran cantidad de oro; una sola “guaca” de los Cerrillos
de Cáqueza, contenía oro por valor de 24.000 ducados. Se puede ver por lo
anterior que la región habitada por los muiscas es la tercera de las mesetas de
clima templado, sobre las cuales las poblaciones habían llegado a un cierto grado
de civilización, inferior sin duda, pero no sin analogía con la de los peruanos.
Algunas líneas serán suficientes para demostrar esta inferioridad.
Sobre esta carretera imperial, cada cinco millas a lo más, se encontraban abrigos
en donde moraban los correos (chasquis) encargados de llevar a las autoridades,
ya fueran mensajes verbales o unos cordones con nudos que tenían su significado
y se llamaban “quipus” y además, pescados de mar y frutas cosechadas en las
regiones calientes, destinados a la mesa del emperador.
Las residencias de los incas resplandecían por los innumerables objetos de oro y
plata y el templo del sol, saqueado por los españoles después de la toma de
Cuzco, estaba recubierto de metales preciosos. La venerada imagen del Sol que
un soldado, cuyo nombre ha guardado la historia, recibió como parte de su botín,
estaba montada sobre una placa de oro de un metro de diámetro y este
despreocupado aventurero la perdió al día siguiente en un juego de cartas.
La hilandería y el tejido de las fibras del magüey (agave) y del algodón, la tintura y
decoración de las telas habían llegado a un alto grado de perfección. Se fertilizaba
la tierra por medio de la aplicación cuidadosa de varias clases de abonos, entre
otros el guano, depositado por los pájaros de mar llamados
“guanes” en las costas y las islas del litoral del océano Pacífico y por excrementos
humanos secados al aire.
Los peruanos tenían una ventaja sobre los aztecas y los muiscas: poseían
ganado; las llamas, la alpaca, el huanaco y la vicuña son animales parecidos a
pequeños camellos. La llama servía de animal de carga para transportar hasta 50
kilos, marchando tres o cuatro horas diarias. Este animal, por su sobriedad y por la
disposición de sus patas, está muy bien conformado para atravesar las estepas
áridas y arenosas que se encuentran en las cimas de los Andes. Su lana no es
fina, pero su carne es buena para comer; la alpaca produce una lana más fina,
pero eran el guamaco y la vicuña que viven en libertad sobre las partes más
elevadas, los que dan un vellón que tiene la finura y la suavidad de la seda. Los
tejidos de vicuña estaban reservados para los incas, es decir, los indios de sangre
201
real. Los vestidos de pelo de vicuña constituyen hoy día el asombro de los
europeos.
Sus armas eran la lanza, el escudo, la honda y las flechas terminadas en una
punta de cobre; con este metal los muiscas fabricaban hachas y útiles para tallar y
esculpir las rocas más duras.
202
CAPÍTULO VI
Las primeras luchas por la Independencia - Bolívar.
Cuando Francia invadió España, un espíritu de emancipación se manifestó en
todas las posesiones españolas. Primero Cartagena (1) y luego Quito, declararon
por medio de actos solemnes su separación de la Madre Patria. Otras, al contrario,
permanecieron fieles a la corona.
Así comenzó la lucha entre España y sus colonias americanas, lucha que continuó
durante años con alternativas de éxito y de derrota con frecuencia caracterizada
por los excesos que cometía el vencedor.
Las fuerzas militares de que disponían los virreyes de la Nueva Granada, unidas a
las del Virreinato del Perú no eran suficientes para contener a los independientes,
quienes sin duda hubieran triunfado a no ser por las discordias intestinas nacidas
de jefes ambiciosos e incapaces. De todas maneras habían terminado por ocupar
a Santa Fe.
203
Los americanos confiados en la amnistía que les había sido ofrecida, tuvieron la
imprudencia de no buscar su salvación huyendo de sus residencias. Los más
distinguidos por su posición y talento fueron juzgados sumariamente por un
“consejo de purificación” y fusilados luego. Entre ellos José Caldas, cuyos trabajos
habían llamado la atención del mundo científico; por un momento se esperó que
Enrile mostrara piedad e indulgencia en vista de que también había sido un
hombre de estudio, pero no fue éste el caso; Enrile se apoderó de los admirables
dibujos y de los manuscritos del herbario que contenía numerosas plantas
recogidas por Mutis con grandes dificultades, con la ayuda de su discípulo Caldas
y además se llevó mapas topográficos levantados por este joven ingeniero (2) .
Las cárceles estaban llenas de presos patriotas y durante la estancia de Morillo y
de Enrile en Santa Fe fueron fusilados 125 de ellos. Los que se salvaron de este
suplicio fueron condenados a trabajos forzados. La persecución se extendió por
todo el país y se llegó a torturar a los que rehusaban revelar dónde se
encontraban sus parientes o sus amigos.
Los caballos del brillante escuadrón de húsares de Fernando VII, los de la artillería
y las mulas de carga, quedaron fuera de servicio muy pronto. Sin los jinetes
indígenas al servicio del rey, que eran los encargados de conseguir el ganado,
este ejército habría muerto de hambre; oficiales y soldados fueron atacados por
las fiebres y a poco tiempo se convirtió en un ejército de enfermos que actuaban
en un país enemigo, ya que hubo una insurrección general en los llanos de
Casanare en donde se proclamó la independencia.
204
podía resistir a estos llaneros casi desnudos, armados de lanzas, que montaban
caballos criollos, cuyo típico jinete, el general Páez, derrotó en casi todos los
encuentros a la caballería de Morillo y llegó a ser uno de los héroes de la
independencia.
El llanero no necesitaba ropa; con gran frecuencia se vestía a costa del enemigo.
Más de un soldado de Páez aparecía vestido como un húsar realista, después de
un combate. Acostumbrados a nutrirse de carne, no les era indispensable otro
alimento; nadadores expertos desde temprana edad, ni las aguas del Orinoco, ni
del Apure ni del Casanare los detenían. Los sufrimientos de los llanos eran para
los que no estaban acostumbrados a su clima. Toda persona capaz de usar un
arma se incorporaba a un escuadrón; no había excepción ninguna; es así como en
los combates de Yagual y de Mucurito se veían entre los lanceros a abogados y a
eclesiásticos; el
Del litoral se internó en los llanos del Apure y el 2 de mayo de 1817 pasó a la
margen derecha del Orinoco, en donde se unió a la caballería de Páez. Fue
205
proclamado jefe supremo y la ciudad de Angostura (8º de latitud norte, 66º
longitud) fue el centro de la República de Venezuela.
Las misiones del Caroní, en el alto Orinoco, dirigidas por 22 padres capuchinos,
completamente adictos a la causa realista, fueron tomadas por el coronel Piar. De
allí se consiguieron buenos recursos en hombres, en bestias y en ganados para el
ejército de la independencia ylos capuchinos fueron encarcelados en el convento
de Carache.
La campaña de los llanos continuó muy activa; Morillo fue gravemente herido de
un lanzazo en el abdomen y Bolívar tuvo fiebres. Se hacía la guerra de guerrillas y
hoy sonreímos al pensar en el jefe supremo de una república, todavía en parte en
poder de España, organizando su cuartel militar compuesto de tiradores,
granaderos y dragones de la guardia; más tarde hubo un regimiento de guías.
El general Bolívar tenía la manía de tratar de imitar a Napoleón I y esto dio por
resultado una tendencia a un militarismo nocivo en un país en donde él tuvo
durante tanto tiempo una influencia tan grande y legítima.
Entre los militares que rodeaban a Bolívar se habrían encontrado buenos jefes de
división como Páez, Sucre, etc.
206
el punto de vista de la libertad, Washington muerto valía mucho más que Bolívar
vivo.
Bolívar ocupó a Tunja en donde pudo reaprovisionarse; una batalla decisiva que
ganaron los independientes en Boyacá, les abrió las puertas de Santa Fe. El virrey
Sámano huyó a Honda tan precipitadamente, que no tuvo tiempo de llevarse el
tesoro: 700.000 piastras.
Después de su victoria, Bolívar marchó sobre Venezuela con el fin de paralizar los
esfuerzos que Morillo habría podido hacer para reconquistar a Santa Fe. Se dirigió
a Pamplona para organizar el ejército del norte, luego a Angostura donde se
enteró de la llegada a Margarita de la legión irlandesa compuesta por 5.000
hombres al mando del generald’Evreux (3) .
207
Los españoles perdían terreno continuamente. La provincia de Cumaná estaba
libre; los patriotas habían vuelto a tomar Mérida y Trujillo; oficiales realistas se
pasaban al servicio de los colombianos, lo que era un síntoma de tremendo
descorazonamiento.
Con tropas formadas por reclutas que no se atrevían a llevar a cabo movimientos
ofensivos, permaneció a la expectativa. Fue entonces cuando el general español
propuso un armisticio de seis meses, el cual sería efectivo en todo el territorio de
Colombia. Las negociaciones comenzaron y se declaró el alto al fuego y en
seguida tuvo lugar, en la población de Santa Ana, la célebre entrevista de Bolívar
y Morillo, después de la cual se regularizó la guerra.
Los generales pasaron una jornada bajo el mismo techo y fue un curioso
espectáculo el de esos dos hombres, enemigos implacables durante años,
recostados en una misma hamaca o intercambiando brindis en favor de la paz, en
el curso de una cena.
Por un instante se olvidó la lucha cruel durante la cual se había derramado tanta
sangre.
Se presentó una grave dificultad cuando una columna trató de pasar por la ciudad
de Pasto; toda la provincia estaba en estado de insurrección gracias a la influencia
del obispo de Popayán, Jiménez de Padillo, quien hacía que sus clérigos dirigieran
sus sermones contra los patriotas heréticos y sismáticos. La Provincia de Los
Pastos, debido a los accidentes del terreno, presenta posiciones inabordables y se
necesitó tiempo para dominarla. Esta provincia, gracias a sus aguerridos y
fanáticos habitantes, ha sido siempre la vendée (4) de la América meridional; sin
embargo el general Sucre terminó por imponer allí el armisticio.
208
capituló sino el 10 de noviembre. Luego la guarnición española se embarcó
paraCuba. La rendición de Puerto Cabello y la expulsión de los restos del ejército
expedicionario que condujo Morillo sobre las playas americanas en 1815, dejaron
libre el territorio de Colombia, formado entonces por Venezuela, la Nueva
Granada, y la Provincia de Quito. Solamente en algunos sitios se encontraban
guerrillas realistas que saqueaban y asesinaban al grito de “viva el rey”.
Esa era la situación de Colombia cuando dejé al general Páez para ir a Santa Fe.
(2)La magnífica “Flora de la Nueva Granada” que se debe a los trabajos del
Dr. Mutis y de sus discípulos y que comprende bellos dibujos hechos
sobre vitela por artistas formados en Santa Fe; hoy día esta colección está
depositada en el Museo de Historia Natural de Madrid.
Enrile, quien la llevó a Europa, se presentó al Observatorio de París para
ofrecer sus respetos al ilustre director de este establecimiento. Arago lo
expulsó diciéndole que no le daría la mano al hombre que dejó morir a
José Caldas, cuando había podido salvarlo.
(4)N. del T. Vendée, provincia francesa famosa por su fidelidad al rey durante
la revolución.
209
CAPÍTULO VII
Meseta de Bogotá - Constitución geológica - Sal
gema - Salinas -Carbón - Minas de esmeraldas.
La meseta de Bogotá sobre la cual se había desarrollado la civilización muisca,
detenida por la llegada de los europeos, tiene, como ya lo he dicho, una superficie
cercana a las 40 leguas cuadradas.
a encontrar las rocas cristalinas que se habían visto durante la ascensión, luego
los terrenos estratificados que no se dejan sino en la explanada de Bogotá, a
menos que sea para atravesar ocasionalmente zonas de poca extensión, donde
aparecen los esquistos, los neis y el granito. La arenisca toma entonces una gran
extensión y forma poderosos macizos que van hacia el sur, hasta el valle del río
Magdalena; al oriente las areniscas las calizas y los esquistos carburado**cubren
las pendientes orientales y constituyen el suelo de los llanos del Meta y de
Casiquiare (1).
210
esquisto encierre el yacimiento de las esmeraldas de Muzo. Al oriente se reconoce
el mismo esquisto en el páramo de Sumapaz.
La caliza, que tiene la apariencia de una marga carburada y de lías, alterna, sin
duda, con las areniscas en una estratificación concordante. Las conchas fósiles
abundan en algunas capas de caliza, más raras en las areniscas; cerca de
Duitama se descubren restos de tallos.
Resultó de esta discusión que los calcáreos y las areniscas pertenecen a la parte
inferior del grupo cretáceo, al calcáreo neocomiense y al Quadersandstein. Cerca
de Bogotá, Sogamoso, Zipaquirá, Carachi, Las Palmas, Socorro y Duitama, las
conchas que se encuentran en las areniscas pertenecen al Quadersandstein (2).
211
El carbón de Canoas y el de los alrededores de Zipaquirá, no pertenecen al
terreno carbonífero propiamente dicho. Allí no se encuentran indicios de helechos
ni de Licopodiáceas ni de coníferas, sino impresiones de hojas de dicotiledoneas,
que de acuerdo con Buch recuerdan las hojas de Credneria, tan comunes en las
areniscas inferiores de Blackenbury.
La enorme masa de sal gema de Zipaquirá parece haber sido depositada después
de la formación del calcáreo y al igual que la sal de Wieliczka, representa el
terreno terciario.
Resultaría así que, de acuerdo con la naturaleza de los fósiles cuyos restos están
diseminados en el terreno estratificado, la Cordillera Oriental de los Andes fue
levantada no solamente después del depósito de la formación cretácea, sino aún
después del antiguo aluvión donde se hallan sepultadas las osamentas de los
grandes paquidermos.
Ahora describiré las riquezas minerales explotadas por los muiscas antes de la
conquista y cuyas obras aún hoy se encuentran en plena actividad: la sal de
Zipaquirá, las salinas de Nemocón y de Chita y las esmeraldas de Muzo. El oro
que circulaba en la meseta de Bogotá venía de los territorios vecinos,
especialmente de los lavaderos de Girón. Como visité varias veces todos estos
yacimientos, no seguiré un orden cronológico, sino que agruparé, en un capítulo
único, las observaciones recogidas en épocas diferentes.
212
barómetro y a las 4 de la tarde cuando me encontraba a las puertas de la
población, llamó mi atención un tumulto en la puerta de una venta de chicha; mi
sorpresa fue mayúscula y diré también que mi dolor al ver a mi indio rodeado de
una docena de borrachos contra quienes luchaba a golpes de barómetro; cuando
intervine, mi hombre golpeó con tal fuerza a su enemigo, que el platón del
instrumento se zafó, lo que dio como resultado una lluvia de mercurio que puso en
fuga a toda la banda, asustadade tan singular aspersión. ¡Un bello barómetro de
Fortin acoplado al barómetro del observatorio de París, había quedado fuera de
servicio!
La sal gema, como si estuviese envuelta en una arcilla negra, se hallaba sobre
una arenisca cuyos estratos se hunden 40º en dirección NNO. La superposición es
evidente en el lecho del Río Negro; en la arcilla negra se pueden ver concreciones
deprimidas de un calcáreo gris oscuro, fétido; piritas cúbicas, cal fibrosa sulfatada,
anhidra y azufre en pedazos transparentes.
213
Si se dispone de un número suficiente de obreros, la evaporación se lleva a cabo
en 48 horas (dos días). El enfriamiento del horno y su desmontada, necesitan
también dos días. Al contrario, el montaje dura tres días; así que, ordinariamente,
pasan de 5 a 6 días entre el principio y el fin de una operación.
La sal cocida que sale de las cazuelas tiene una propiedad que aprecian mucho
los compradores y es la de que, en razón de su fuerte cohesión, resiste la acción
disolvente del agua, de mejor manera que la sal en roca y aún mejor que la sal
granulada. Además es fácil de transportar en mula: cuatro bloques constituyen una
carga que puede ser expuesta a la lluvia y al agua de los torrentes que se deben
atravesar, sin sufrir ningún daño.
Máximum 319
Mínimum 111
Promedio 264
De cada cazuela se retiran, en promedio, 3,6 arrobas de sal cocida con un valor
de 21,6 reales. Un montaje de 264 cazuelas produce entonces 950,4 arrobas de
sal que valen 712 piastras, 6 reales.
Además de la sal cocida se retira del horno después de desmontarlo, la sal que
proviene de la ruptura de los recipientes llamada la chirgua. La sal mezclada con
las cenizas del horno es el salitre, producto que se vende a bajos precios fomo
combustible se queman los tercios de leña que los indios (limadores) buscan en
los bosques vecinos. La carga se paga a 2 reales y el peso no debe pasar de las
dos arrobas.
Por una cochada de 263 cazuelas que produjo (promedio) 1.003 arrobas de sal, se
consumieron 985 cargas de leña que representaban un valor de 246 piastras, 2
reales y por 32 piastras, 7 reales de cazuelas, cada cazuela se pagó a razón de 1
real a los indios alfareros. La mano de obra de una cochada es de 44 piastras, 4
reales. Así que para la producción de 1.003 arrobas de sal cocida que resultan de
una cochada, sin contar el valor de la sal gema utilizada para saturar el agua
evaporada y los gastos de administración, se gastaría lo siguiente:
214
Piastras Reales
Mano de obra 44 4
Cazuelas 32 7
Combustible 246 2
323 5
- -
Utilidad 328 3
- - -
Si se admite que esa cifra sea 1/12 de la producción anual, lo que es posible,
saldría anualmente de Zipaquirá:
215
Sal cocida 208.788 arrobas
El fraude que se quería evitar se efectuaba sobre la sal en roca; en las requisas
ordenadas por la autoridad se encontraron grandes cantidades de sal, escondidas
en casi todas las habitaciones.
El pozo que suministra agua salada con contenido de 0,24 de sal está cavado en
la arcilla; se entra por una escalera que tiene 3.965 m de diámetro y de 3.550 m
de profundidad. La capacidad es de 45,16 mts. De ninguna manera los muiscas
utilizaban pozos tan grandes. La distribución se hacia de la siguiente manera: un
indio tenía derecho únicamente al agua que se captara en un día y una noche;
cada uno llevaba a su choza el agua que le había sido asignada, con el objeto de
evaporarla.
216
intercaladas en las areniscas. Existen capas esquistosas con impresiones
vegetales. Este carbón es el que se utiliza en las salinas.
En Zipaquirá la vista está limitada por una montaña bastante elevada que tuve que
pasar para llegar a Pacho, con el objeto de reconocer lo que había más allá del
terreno salífero. Al llegar al punto más alto se baja a Pacho. Al NNO de la ciudad
se explotaba una capa de hierro espático de más de 1 metro de espesor, en un
esquisto parecido al de Villeta que soportaba la arenisca y la caliza. En cada una
de esas rocas estratificadas recogí muestras de fósiles que pertenecían al terreno
neocomiano, entre otros, la trigonia alaeformis.
Cerca de Cheva la arenisca con huellas de dicotiledóneas alterna con la caliza con
conchas; en Chita (altitud 2.410 metros) las capas calcáreas y arenáceas están
singularmente perturbadas. Al llegar al páramo, en donde se forma la línea de
división de las aguas que van a los llanos y las que bajan al Chicamocha, a la
altitud de 3.681 metros, la arenisca, muy silícea, toma un aspecto lustroso.
Las aguas saladas manan en la orilla izquierda del torrente, de manera que son
inabordables durante las crecientes. Emergen de un esquisto negro carburado y
de una arenisca de granos finos, llena de partículas de mica.
Cerca de Las Salinas, la roca alcanza un gran desarrollo: los estratos, casi
verticales, tienen una dirección NS con una particularidad y es que las aguas son
calientes; su temperatura es de 44º. Se conocen varias fuentes saladas que
217
manan de esquistos y solamente las más abundantes han sido utilizadas. El agua,
de acuerdo con los informes de la administración, contendría 0,25 de sustancias
salinas.
El agua saturada de sal mana de un esquisto que hace parte del Quadersandstein
si se juzga por los fósiles que se encuentran; posiblemente también el calcáreo
neocomiano que no se ve en el valle, pero que puede encontrarse en relación con
las areniscas esquistosas; además las aguas saladas son calientes y manan a una
altitud menor: 1.460 metros.
Del alto de Cusugui se baja al estrecho y fértil valle de La Uvita. Antes de llegar a
Soatá se nota perfectamente la estratificación concordante de la caliza con
conchas y de la arenisca folilífera.
218
2. Minas de esmeraldas de Muzo
Muzo se encuentra en la extremidad norte de la explanada de Bogotá. A la llegada
de los europeos, sus habitantes y el Zaque de Tunja se encontraban en constante
hostilidad; fueron vencidos después de una fuerte resistencia, cuando los
españoles tuvieron como auxiliares a los terribles perros, terror de los indígenas.
De Zipaquirá salí para visitar las ruinas de Muzo. En camino a las salinas había
atravesado el río Bogotá en una balsa, pues la creciente hacía que el vado fuera
impracticable. Al atravesar la población de Chía me llamó la atención la
abundancia de los manzanos y la belleza de sus productos. Esta fruta es tal vez la
única traída de Europa que llega a una madurez aceptable en las frías mesetas de
los Andes.
Al día siguiente, que era domingo, asistí a una misa que me pareció muy divertida
porque durante el servicio algunos indios, coronados de flores y teniéndose de la
mano, danzaban al son del oboe y del tambor; ésta es una costumbre pagana que
el clero ha creído su deber conservar, o más bien, tolerar. En la iglesia vi un
crucifijo de gran reputación: por la tarde lo sacaron en gran procesión con
antorchas, y por la noche hubo un descabellado fandango en la casa cural.
En la época de sequía las fiebres palúdicas son frecuentes en los alrededores del
lago.
Llegué a Simijaca (altitud 2.883 metros) pasando por Susa y la Boca del Monte,
límite septentrional de la Meseta de Bogotá. De este lugar se baja hacia la región
cálida. Páramos en Maripí (altitud 1.304 metros) y llegamos al río Minero (altitud
506 metros) y al Paso de Guaso. Después de un recorrido de 16 leguas hacia el
norte el río Minero se reúne con el río Horto que desemboca en el Magdalena.
219
Al salir del río se sube por una rampa muy inclinada, para llegar a Muzo.
“vean ustedes que no envejece; su tinte permanece con vida, miren sus bellos
ojos negros, su vestido se mantiene nuevo a pesar de que lo lleva hace más de un
siglo; las termitas (comején) que nada perdonan puesto que destruyen hasta
nuestras casas, la han respetado; ¡es un milagro! y su cuerpo, como lo van a ver,
es incorruptible”. Después de hacer la señal de la cruz, levantó la falda y lo que
vimos fueron dos soportes de madera de 3 decímetros que los insectos no habían
tocado porque estaban hechos en madera de cedro, bases sólidas sobre las que
reposaba la imagen.
“Es una verdadera virgen, continuó con entusiasmo, mucho más de la que pueden
mostrar en Chiquinquirá, una cualquiera...” y volteándose hacia mi, dijo: “no más
virgen que Ud. mi querido oficial, una intrigante que se encontraron nadie sabe
donde, ni cómo. La nuestra vino de Castilla y es pura e inmaculada".
Sin duda era risible oír a este buen hombre elogiar su “nuestra señora” su fetiche,
pero ¿quién de nosotros, aun entre los más instruidos, no tiene fetiche?.
Las minas se encuentran a dos horas de Muzo, hacia el Sur. Me fue imposible
entrar a los trabajos abandonados; la galería descendiente de San Antonio, abierta
en el esquisto negro de Villeta, estaba inundada. Las paredes de la mina estaban
recubiertas de eflorecencias de sulfato de calcio y de magnesia, debido a la
220
alteración de las piritas y de las concreciones calcáreas. En el esquisto se veía el
calcáreo espático de un blanco lechoso el cual generalmente conforma la gama de
esmeraldas.
Después de esta excursión fuimos a cenar más abajo de la mina de San Antonio.
Yo estaba sentado sobre un banco, fuera de la vivienda, junto a 3 niños a quienes,
naturalmente, inspiraba una viva curiosidad, cuando a unos pasos de nosotros
cruzó reptando lentamente, una enorme serpiente de 3 metros
Los indios no abrían galerías en el esquisto, sino más bien trincheras sobre las
afloraciones de filones que sus chuzos de madera lograban cortar. Procedían a la
explotación por medio de ataques a toda la montaña, creando, por así decirlo,
escombros dentro de los cuales buscaban las esmeraldas.
Las mejores gemas, las que los españoles le quitaron al Zipa de Tunja, habían
sido encontradas entre los restos producidos por la acción del agua o por la
disgregación natural de la roca esquistosa, fácilmente alterable, debido a su poca
cohesión. Con frecuencia se encuentran pequeñas esmeraldas en la tierra de
cultivo de los alrededores y no es raro que se descubra alguna en la molleja de las
gallinas.
221
abrieron trabajos subterráneos; fue así como se constató que las esmeraldas se
encontraban especialmente en las vetas de calcáreo espático que, por cierto, eran
muy irregulares. Sin embargo, el esquisto negro muy carburado también las
contiene y el señor de Senarmont hizo una curiosa observación: en la roca
esquistosa existen esmeraldas microscópicas.
Añadiré que París, después de haber ganado millones murió pobre, cosa que
generalmente sucede a quienes se enriquecen con los “topes”; todos los mineros
que he conocido eran jugadores incorregibles y siempre ha sido así en el Nuevo
Mundo, desde la conquista. He visto en el Chocó a propietarios de lavaderos que
van a una sola carta una apuesta de algunos kilogramos de polvo de oro.
222
Al dejar a Muzo bajamos al valle del Minero, el cual atravesamos para subir en
seguida al Alto del Pan (altitud 1.058 m). De allí pasamos al Alto de Casurú (altitud
1.223 m) antes de llegar al pueblecito de Maripí, en donde pernoctamos.
Por el camino vimos tres serpientes que acababan de matar; tenían 2 metros de
largo; los reptiles son muy numerosos en esta región caliente y húmeda.
Una observación hecha al azar me indicó que las dos rocas son idénticas: en una
oportunidad yo subía del valle del Magdalena hacia Facatativá, situada sobre la
explanada de Bogotá cuando, cerca de Villeta, al atravesar un riachuelo, vi entre el
agua una piedra de bello color verde; bajar de la mula y recoger el fragmento que
me llamó la atención, fue asunto de un instante. Así me convertí en el propietario
de una bella esmeralda, originaria sin ninguna duda del esquisto que el torrente
había arrastrado.
Chiquinquirá posee un templo, casi una catedral, que aloja a una virgen, objeto de
la veneración del país. Es una virgen para “hacer de todo”. Los peregrinos llegan
de todas partes para adorarla. Su imagen está adornada con esmeraldas de gran
valor. Sin duda es la más rica “Nuestra Señora” que se conozca. El piso de la
iglesia estaba cubierto de pequeños cirios que prenden los devotos. Una clerecía
numerosa, muy alegre y muy hospitalaria, es apenas suficiente para decir las
misas de a peso (4), lo que constituye una renta importante. Los enfermos afluyen
para suplicar su curación a la madona. Nada tan curioso como ese foco de
superstición.
223
puede decir, sin exagerar, que el piso sobre el cual se camina, es una admirable
colección de fósiles; es una población muy animada, en donde se fabrican
confituras de guayaba** y también el “masato” preparado con germen de maíz
endulzado con jugo de caña concentrado como jarabe, lo que produce una pasta
que disuelta en agua da una bebida que contiene suficiente alcohol para producir
embriaguez. Se envía mucho masato a Bogotá.
El nombre de “Hoyo del Aire” se le dio a este pozo porque se asegura que de
tiempo en tiempo sale por allí un viento impetuoso. Nosotros encontramos el aire
absolutamente calmado y entre la gente que nos acompañaba, no encontramos
testigos de ese fenómeno. En los alrededores se conocen otros “hoyos” pero
ninguno se acerca a las dimensiones del que habíamos visitado. La disposición
regular, casi horizontal, de los estratos que forman la pared del pozo natural,
permite suponer que la cavidad es el resultado de un hundimiento instantáneo y la
vegetación que cubre su fondo no permite constatar si ha habido alguna
acumulación de escombros. Lo más extraordinario de esta rara y profunda
depresión de un terreno estratificado, es la nitidez de las paredes: ninguna
extremidad forma saliente alguna; por lo demás, las rocas de los alrededores de
Vélez son muy cavernosas. Los indígenas depositaban sus muertos en grandes
espacios subterráneos, en donde todavía hoy se pueden encontrar muchas vasijas
de barro con esqueletos.
Vélez se halla a 4 leguas al norte del Socorro, capital de la provincia del mismo
nombre. Es una ciudad densamente poblada, centro de una industria importante:
la fabricación de la tela de algodón. Las mujeres se pasan la vida hilando con un
hueso y en casi todas las casas se encuentra un telar. Estas telas burdas, pero
muy sólidas, están teñidas algunas veces con color azul, proveniente del añil que
se cultiva en la región. Estas telas crudas o teñidas son enviadas a grandes
distancias, inclusive hasta el Perú.
224
En el Socorro se cultiva también la caña para extraer el azúcar para elaborar el
aguardiente anisado, bebida muy apreciada.
San Gil y Girón son poblaciones muy interesantes. Por todas partes se encuentran
areniscas y la caliza con conchas, cuya alternación es algunas veces evidente y
otras dudosa. Lo que según creo cierto, es que admitiendo la intercalación de la
caliza y de la arenisca, esta última roca adquiere, sobre todo en cuanto a espesor,
una amplitud que no presenta la caliza, principalmente en Ubaté, al norte de
Bogotá.
(1)Vista de las capas tomada del agua. Obispo. "Diario" Tomo I; aspecto de
las capas en el sitio Cueva de la iglesia "Diario", Tomo II pág. 79.
225
(3)N. del T. 1781, año de la revolución de los Comuneros.
226
CAPÍTULO VIII
La ciudad está dividida en 195 manzanas, trazadas con una precisión geométrica,
agradable a la vista. Las casas, generalmente de un solo piso, en estilo morisco,
están sólidamente construidas en adobe y cubiertas de teja de barro. En 1823
eran muy pocas las ventanas que tenían vidrios.
Las calles, bien alineadas, están regadas por pequeños arroyos por donde corren
a gran velocidad las aguas límpidas de la sierra.
Bogotá encierra edificios más recomendables por su solidez que por la elegancia
de su arquitectura. Se encuentran 31 templos, ocho conventos de hombres, 5 de
mujeres, 2 colegios, algunos hospitales, una casa de moneda, una biblioteca
pública con muy pocos libros y ningún lector y el Observatorio edificado por Mutis
en 1783. La cantidad de iglesias, los eclesiásticos y los religiosos que se
encuentran por todas partes, imprimen un carácter monástico que ya había
encontrado en Pamplona y que más tarde volví a observar en Quito.
La ciudad se encuentra a 2.650 m (1) de altitud absoluta por encima del nivel del
mar y más o menos 250 m por encima de la parte más baja del llano que recorre
227
el río Funza. Sobre el cerro, a cuyo pie se reclina la ciudad, se encuentran dos
capillas: una al sur de la quebrada de San Francisco, está dedicada a Nuestra
Señora de Guadalupe; la otra, al norte, a Nuestra Señora de Monserrate. Estos
son dos sitios de peregrinaje muy frecuentados, en donde el geólogo puede
reconocer que las capas de areniscas están fuertemente inclinadas en sentido
contrario: las de Monserrate, al oriente y las de Guadalupe, al occidente. Más
arriba (sic) de las capillas se explota como una caliza rellena de conchas,
superpuesta a la arenisca en estratificación concordante. Desde estos lugares de
peregrinación, que tienen una elevación de 660 m por encima de la Plaza Mayor,
el paisaje que se divisa es grandioso, pero, como lo observa Humboldt,
melancólico y desierto. La llanura en toda su extensión parece sembrada de
islotes que se deben a capas de areniscas levantadas.
228
cordilleras, el cual pude observar muy de cerca, ya que necesitó algún tiempo para
alzar el vuelo.
De manera que en Bogotá el agua hierve a una temperatura inferior a 100 grados.
En Bogotá, los vientos del oeste y del suroeste traen el aire tibio del valle del
Magdalena y generalmente la lluvia; al contrario, los vientos del este y del sur que
vienen de los llanos, traen la sequía; el aire caliente abandona su vapor acuoso al
229
atravesar un gran macizo de altas montañas. Sin embargo, cuando este viento
sopla con fuerza, puede traer lluvias abundantes, pero de corta duración; es
entonces cuando se observan las bruscas alternativas de buen y mal tiempo que
caracterizan la estación de los páramos.
Cuando el cielo está cubierto, se puede determinar con exactitud la altura de las
nubes tomando por base vertical las rocas de arenisca donde están edificados los
santuarios de Monserrate y Guadalupe. Mientras estas capillas sean visibles, la
masa de nubes se encuentra a una elevación absoluta, superior a los 3.300
metros o a 1.050 metros por encima de la ciudad. Esta masa baja gradualmente
hacia la planicie y vista a distancia, forma una línea horizontal; continuamente tuve
que atravesar la llovizna, antes de llegar a su límite inferior, aun cuando esta fina
lluvia no llegaba a la base de la montaña. Generalmente, cuando la línea límite
llegaba a una capilla dedicada a Nuestra Señora de la Peña, llovía sobre la
Sabana a 230 metros más abajo.
Uno se puede dar cuenta de la lentitud con que bajan a tierra las muy pequeñas
partículas resultantes de la condensación del vapor acuoso. Si llueve, apenas se
nota; es necesario que las gotas se reúnan para que su caída se acelere, al
vencer con más facilidad la resistencia del aire.
230
Las nubes juegan un gran papel, gracias a la imaginación, en las tradiciones
populares de los países montañosos. Yo sonreía de las ilusiones de estas pobres
gentes, sin pensar que un corto tiempo después comprendería que se puede
participar de ellas por lo menos momentáneamente: sucedió que, debido a una
misión urgente tuve que ir, en una sola jornada, de Bogotá a Villeta, es decir, 13 a
14 leguas por un camino accidentado y en mal estado; salí a las 10 de la noche,
sin compañía; la noche estaba muy oscura y me perdí después de haber pasado
Funza. No había estrellas visibles para orientarme, sino una muy débil claridad de
la luna para guiarme sobre un terreno en donde no veía ninguna trocha. Yendo al
azar, podría llegar al norte, a Zipaquirá o a Fusagasugá al sur: ¡estaba perdido! El
excelente macho que montaba se paraba tan pronto le soltaba la rienda y me daba
cuenta que estaba lejos de cualquier habitación; para mi gran satisfacción vi
entonces, muy claramente, un jinete; me apresuré a dirigirme hacia él y le grité,
confiando en que se detendría, pero mientras más espoleaba a mi montura, más
huía él. Me lancé a toda velocidad y él lo hacía en la misma forma; entonces
comenzó una carrera desenfrenada que continuó durante 8 o 10 minutos y cuando
ya le iba a dar alcance, hombre y bestia se dividieron en tres bolas que rodaron y
desaparecieron. ¡Le había dado caza a una imagen fantástica!.
231
Esto sucedió el 11 de diciembre de 1809 (no se sabe con certeza el año: pudo ser
en 1809 o en 1810). No se podía mirar el sol sin utilizar un vidrio ahumado; tanto a
la salida como a la puesta del sol su disco era color de plata y en su punto
culminante la luz era más viva, pero se podía soportar a simple vista.
Higr. Temp.
Máximum 69º 14º cielo cubierto
Mínimum 5º 175º cielo despejado
En el año de 1825, durante los meses de febrero y marzo, hubo una sequía
extraordinaria. Las cosechas se perdían, se hacían procesiones y plegarias para
conseguir lluvias. En las ciudades situadas en las altas mesetas de los Andes, el
estado higrométrico no corresponde a lo que debía ser en razón de la altitud a lo
que es realmente en poblaciones áridas. Una población importante no se
establece sino en donde haya agua abundante. Sucede que el aire puede
saturarse de vapor y si la sequía se hace sentir, es debido a una reunión de
circunstancias metereológicas anormales: la escasez de lluvias, la ausencia de
nieblas, de nubes y de vientos persistentes que atraviesan las cimas más
elevadas y como consecuencia, la disminución de aguas corrientes, la desecación
de los pantanos y de la tierra, producidas por un sol cuya radiación no ha sido
interceptada.
233
234
235
(1) 2.663 m de acuerdo con el anuario de la Oficina de Longitudes.
Las jornadas más secas precedieron la llegada de la lluvia; esto fue el 9 de marzo,
cuando la sequía llegó al máximo y no dudo que se sentía uno mal al respirar en
una atmósfera que contenía tan pocos vapores acuosos.
Una industria muy lucrativa, el engorde de ganado que se trae flaco de los llanos o
del valle de la Magdalena, se ha desarrollado gracias a esta riqueza en forrajes.
Se dice que está cebado el ganado que ha pasado de 6 a 8 semanas en los
pastales, la carne es gorda y de muy buena calidad y los bueyes, después de la
castración, van al engorde como las vacas. La velocidad del desarrollo se debe no
solamente a una gran cantidad de alimento verde, sino también a la ausencia de
los insectos que en las regiones cálidas asaltan día y noche a los animales que se
hallan pastando. El mercado de Bogotá está provisto, además, de variados
productos agrícolas que llegan de tierras calientes: azúcar, cacao y frutas
suculentas: naranjas, chirimoyas, aguacates, granadillas, patillas, guayabas, etc.
De las legumbres no se cultiva sino el garbanzo, el fríjol y las lentejas; no se veían
legumbres verdes.
La vida, aún en las clases altas de la sociedad, era de una simplicidad primitiva.
Cuando llegué a la meseta eran las costumbres de los españoles de la edad
media; ningún lujo, a no ser que fuera para los vestidos de gala.
En las clases altas se usaba generalmente vajilla de plata, pero en las clases
medias no se veían sino vasijas de barro cocido; sin embargo, en casi todas las
casas se bebía en vasos de plata, definitivamente más económicos que los de
vidrio, muy frágiles, en un país en donde tienen un precio muy elevado. En cuanto
a cuchillos, poco se les empleaba; rara vez se usaban los tenedores, de manera
que se tenía que proceder a una lavada general después de cada comida, la cual
236
era muy poco variada. Casi todo el mundo desayunaba con chocolate en agua,
muy claro y ardiente. Cada uno lo preparaba en su casa, mezclando el cacao
tostado y molido sobre una piedra caliente, una cierta cantidad de maíz que
variaba en proporción de acuerdo con el estado social del individuo. Para los
sirvientes el maíz era abundantísimo; las personas más pudientes servían el
chocolate con huevos revueltos o fritos en grasa apetitosa.
Con los huevos servían tajadas de papas fritas o de bananos maduros azucarados
que es una comida deliciosa, parecida a los buñuelos; en realidad el desayuno era
copioso. En 1823 se almorzaba a la 1 o a las 2. Paso a describir un almuerzo sin
ceremonia, en casa de un abogado distinguido: primero se pasó la famosa olla
podrida de los españoles que es un revuelto de un pedazo de buey hervido en
medio de papas, manzanas, albaricoques verdes sin semilla, garbanzos, arroz,
repollo y tocino. Estábamos solos en la mesa; la señora de la casa y su hija, dos
personas encantadoras, comían en una pieza aparte, posiblemente en la cocina,
pues así se acostumbraba. La olla podrida me pareció deliciosa: no se usaban
servilletas y se reemplazaban con un mantel angosto bordado que todos usaban;
cucharas, tenedores y bandejas de plata; platos de loza, todo esto era de un lujo
inusitado.
Hasta ahí, nada para beber; felizmente, trajeron caldo caliente. Una vez pasada la
primera impresión, me acostumbre fácilmente a esta bebida; la comida se
condimentaba con sal y pimientos largos que cauterizaban la boca. A la olla
sucedió un plato de repollo, ornamentado de salchichas y más caldo; el pan
estaba muy bueno, mucho mejor que el pan francés, cuya reputación, para mí, es
inmerecida. En seguida apareció una bella colección de confituras de guayaba y
de cidra; a una señal del anfitrión trajeron grandes vasos de plata llenos de agua
fría; ¡esto fue a tiempo y jamás había bebido tanta agua de una sola vez! La india
237
que nos servía dijo una plegaria de gracias, nos santiguamos y comenzamos a
fumar.
Más adelante acompañé a mi huésped a una de sus haciendas y por la tarde asistí
a la tertulia o reunión de amigos. Las señoras estaban acurrucadas sobre un diván
adosado al muro del salón iluminado por una sola vela. La luz tenue conviene para
las conversaciones íntimas. Las damas, generalmente bellas y siempre amables,
distribuyeron a los señores cigarros que ellas mismas habían prendido y pronto
nos encontramos dentro de una espesa nube. Se instalaron algunas partidas de
monte, juego de naipes favorito en el país y se jugaron sumas bastante elevadas;
se tomó chocolate y se comieron dulces. La velada fue muy agradable: la tertulia
tiene la ventaja de que se puede llegar sin ser invitado y sin hacer ninguna toilette.
En las clases inferiores, porque entonces no había y aún no hay clase media en la
sociedad, los alimentos no eran diferentes a los que acabo de describir. Los
artesanos, no muy numerosos y los campesinos, se alimentaban especialmente
de ajiaco que es una mezcla de carne de res o de oveja, cortada finamente y
cocida con papas y sazonada con ajo y cebollas; la cocción es rápida debido a los
pequeños pedazos de carne y en menos de un cuarto de hora el ajiaco está listo y
afirmo que es una buena sopa. Los trabajadores se nutren también con
salchichas, tocino y grasas. Las comidas las toman cerca del fuego; no hay
mesas, si mucho algunos bancos o butacas; el chocolate se toma en la mañana y
en la noche, seguido de un vaso de agua. En los almuerzos y aún fuera de esas
horas, se consume la chicha, bebida muy fortificante y con mucho mayor
contenido de alcohol que la cerveza europea.
Yo he visto a los orejones y aun a ricos hacendados que pasan gran parte de su
vida a caballo vigilando el ganado que,a pesar de estar cerca de un arroyo de
aguas cristalinas, recorren al galope más de una legua para ir a tomar chicha.
Estas personas le tienen horror al agua y si el vino no es de España, no les gusta
a los que ya están acostumbrados a la bebida autóctona. En seguida cito una
prueba evidente:
Después del triunfo de Boyacá, los patriotas quedaron en posesión de las altas
regiones de la Nueva Granada; por todas partes Bolívar era recibido como un
héroe; todos los que, de no haber triunfado, lo habrían perseguido como a una
bestia salvaje, llegaban a él en señal de sumisión. La casa donde el Libertador
había establecido su cuartel estaba llena de visitantes, cuando se presentó un
nuevo personaje, uno de los más ricos propietarios de la Sabana; Bolívar llamó a
un joven oficial francés de su estado mayor para que le dijese al hacendado que lo
esperara algunos instantes, ya que deseaba recibirlo solo y le rogó a su edecán
atender al personaje con grandes miramientos y de refrescarlo con vino de
Burdeos.
238
—“Sí, lo mejor que encuentre”.
Los artesanos y la mayoría de las gentes del campo son mestizos con mezcla de
sangre india y blanca: los hombres son de fuerte constitución y las mujeres de una
frescura y belleza que llama la atención al viajero.
En cuanto a los indios, son ellos una categoría aparte. Generalmente viven fuera
de la ciudad, en chozas circulares de techo cónico, para que el humo pueda
escapar, en la misma forma como los encontraron los españoles; la única
diferencia que se nota entre el muisca actual y sus antepasados es que ha perdido
su idioma autóctono. El indio vive más o menos como vivía tres siglos atrás: se
alimenta de papas cocidas en agua o asadas bajo cenizas; raíces de arracacha,
de legumbres secas y de galletas de maíz; consume poca carne, a menos que sea
de curí o de salchichería, además, es un gran bebedor de chicha, con su familia,
no muy numerosa, cultiva una “chacra” y cría gallinas. Su estatura es baja y de
fuerte musculatura; se contrata como criado o pastor y en una palabra, ejerce un
trabajo que no exige mucha fuerza. Es asiduo y paciente en el trabajo; en los
caminos se le encuentra hilando algodón con huso, al mismo tiempo que camina y
vigila los ganados lo que hacía bajo el dominio de los zauqes (sic). Por lo demás,
el indio de Bogotá es un pillo: mentiroso, sucio y cubierto de piojos y mugre y
además beodo, como lo eran sus padres.
239
extranjeros en el curso de 20 años, sólo se conocían los negociantes y sus
mercancías eran originarias de Castilla.
Las riñas de gallos tenían muchos aficionados: se batían a muerte dos animales
en una arena rodeada de gradas colmadas de espectadores. Yo acompañaba con
gusto a mi amigo el general París, cuyos gallos gozaban de una celebridad
merecida; la apuestas subían frecuentemente a sumas excesivas y vi al dueño del
gallo ganador recoger de 1.000 a 2.000 pesos.
240
seda atada a la cintura por una faja de lana; la falda está plisada y para
mantenerla tensa, en la parte baja lleva una alforza con pedazos de piorno.
Para las mujeres del pueblo éste es el vestido usual; únicamente se diferencia en
que la falda está hecha en paño azul corriente. Dentro de la casa y el almacén, se
permanece en enaguas y en camisa pero para salir al vecindario se reviste la
mantilla y si se va más lejos, se lleva el sombrero.
Los puros indios están vestidos de algodón, tal como los vio el conquistador
Jiménez de Quesada. Un poncho, cobija que tiene un hueco por donde pasa la
cabeza, una especie de casulla, pantalones cortos, una camiseta y siempre un
sombrero de paja de maíz, los pies desnudos o a veces, calzados con alpargatas.
Faltaba, sin embargo, algo al confort: los indispensables lugares secretos para los
cuales los colonos mostraron siempre una viva repugnancia.
241
Una vez, en una ciudad importante del Cauca, yo habitaba una especie de palacio;
el tiempo estaba horroroso y mi ayudante tenía mi caballo ya ensillado cuando la
dueña de casa, matrona respetable, habiendo adivinado el objeto de mi excursión,
hizo colocar ante mí un excusado de plata abollado, obra de arte de orfebrería del
siglo XVI; luego sentándose en una poltrona, rodeada de tres o cuatro negras, me
suplicó que no me expusiera a la lluvia.
Había recibido la misión de hacer pasar del Valle de la Magdalena una cantidad
considerable de máquinas, útiles, pólvora, etc., destinados a la explotación de las
minas de la Vega de Supía. Se debía recorrer algo así como veinticinco leguas en
la Cordillera Central, por senderos impracticables para las mulas y a veces escalar
altitudes de 3.500 metros. Para dirigir esta osada operación me instalé, con varios
oficiales de las minas y un destacamento de obreros, en Sonsón, gran población
situada a poca distancia de la cresta de separación de aguas a la altura de 2.400
metros. Tomé en alquiler algunas habitaciones y una casa cuyo destino era servir
de letrina; con un personal tan numeroso era una medida de importante orden.
oscura que había recibido como dote una hacienda y un ojo menos. A pocos días
de esto, vi entrar a mi Trebilcock, riendo a carcajadas y en tal forma que al
principio le fue imposible articular palabra: cuando se recuperó, me dijo que había
visto a una negrita recoger los documentos, disimularlos bajo su mantilla y huir.
¿Cuál sería el motivo de esta acción? El minero recibió la orden de detener a la
muchacha y de traerla a mi presencia. Así se hizo y supe entonces que la pobre
esclava cumplía una comisión que le daban sus dueñas:
242
robustez de las mujeres del pueblo con su tez rozagante, con ojos y cabellos
negros y músculos muy acentuados.
Los hombres de raza blanca y vida sedentaria no se podían comparar con los
mestizos, dueños de una actividad prodigiosa que pasaban su existencia al aire
libre, cazando siervos en los grandes bosques de los páramos y llevando a cabo
carreras de obstáculos en los más accidentados terrenos.
Más de una vez pude admirar la intrepidez y el valor que desplegaban cazadores
caballos y perros en estas carreras insensatas. Los indios, cuando están
estimulados por el interés, salen de su apatía y sin mostrar jamás la actividad febril
del mestizo, desempeñan trabajos duros; son carboneros que fabrican su producto
en lo alto de las montañas y bajan a la ciudad cargando sobre sus hombros sacos
que pesan de 50 a 60 kilogramos, o bien aguateros que portan durante horas
enteras ollas de barro que contienen cerca de 60 litros de líquido que recogen en
el Alto de San Francisco. Como chasquis o mensajeros, son inimitables: su andar,
a buen paso gimnástico, lo pueden sostener durante 5 o 6 horas.
Las mujeres de vida alegre gozan en las ciudades de las cordilleras de una
situación especial: son de gran belleza, cosa necesaria para su profesión, todas
son blancas o con muy poca sangre india; son las cortesanas de la antigüedad. Su
clientela las enriquece y sobrepasan con sus ropajes y sus habitaciones el lujo de
las damas del gran mundo, de las cuales son rivales. Aun cuando venales en el
más alto grado tienen, en ocasiones, muestras de desinterés; así la “Pepita de
Oro” (porque estas damas siempre tienen un sobrenombre) que era lindísima, se
había enamorado de un coronel de Hanover, un gigante, un coloso de nombre
Friedmann, que en esa época no poseía ni un centavo. Sin embargo, esos
enamoramientos sinceros no persistían y yo tuve prueba de ello.
243
dedos estaban adornados con anillos valiosos. Se asegura que en vista de este
lujo, la autoridad hizo una concesión a las picantes descalzas, al permitirles el uso,
no de medias de seda sino de medias de algodón, lo que éstas rehusaron con
indignación.
He dicho que la cleresía era licenciosa e inmoral. Los sacerdotes y los monjes
mantenían concubinas abiertamente o vivían maritalmente con ellas.
244
de no haber venido vestido de civil y resolví no perderlo de vista; le ordené
mostrarme todo lo que hubiera de ver y me obedeció pasando adelante sin
pronunciar palabra. Lo que me llamó especialmente la atención fue una colección
de reliquias artísticamente arregladas, con sus respectivas etiquetas, guardadas
en armarios-vitrinas, cuyas llaves pedí. Mi cicerone, quien conocía muy bien las
preciosas reliquias, me explicó su origen y su poder: se veían dientes, maxilares,
tibias y omoplatos de una gran cantidad de santos y el cura me los presentaba,
pidiéndome que los mirara muy de cerca; me parecía estar en un museo
paleontológico en presencia de osamentas fósiles; cuando lo consideré suficiente
y nos retiramos, el capuchino, al tiempo que se santiguaba nuevamente, cerró la
puerta con tal violencia que mostró la intención de rompemos los pies.
—“¿Y bien, qué piensa de las reliquias?” —“Nada, usted sabe muy bien, mi
querido cura, que yo no creo en esas porquerías”.
—“¿Entonces, señor cura, ¿su intención sería fabricar reliquias falsas? Pero esto
es indigno; cómo se imagina llevar a cabo una acción tan indigna? Sería
sencillamente un robo lo que Ud. estaría cometiendo”.
245
puesta en vigor de inmediato y los tribunales la aplicaron sin piedad, aun por los
hurtos que en otros tiempos apenas eran castigados con penas correccionales.
Yo vivía donde la señora Tadea, perteneciente a una de las familias más ricas de
ciudad, antes de las pérdidas que le habían causado las guerras de la
independencia. Un joven esclavo negro que habían puesto a mi servicio, me pidió
riendo el permiso para ir a ver fusilar a un ladrón.
—“Es que mi hermano mayor es a quien van a fusilar y yo quisiera verlo morir y
rezar por él”, me respondió.
246
La marquesa de Tadea, muy entrada en años, poseía entre los restos de su
antigua opulencia, un collar de perlas de un tamaño y de una regularidad que eran
la admiración de los conocedores, especialmente del coronel francés Esmenard,
llamado para negocios en la Nueva Granada, el más experto en joyería de todos
ellos. Una mañana, al amanecer, se encontró a la pobre señora medio muerta de
frío y de miedo al pie de su cama y ella contó que un hombre embadurnado de
negro, pero con manos blancas, había entrado en la noche y habiéndola torturado,
casi estrangulado, para obligarle a declarar dónde guardaba el collar de perlas.
Ella trató de resistir, pero como el día ya aclaraba, el ladrón se había ido después
de haber tomado sus alhajas de oro. La marquesa no declaró todo a la justicia,
pues el ladrón era su nieto, capitán del ejército; al día siguiente este oficial huyó y
no se volvió a ver. Este era un hombre de mala fama, jugador incorregible, quien
jamás pagaba sus deudas, excepto las de juego; yo lo veía frecuentemente y no
me fiaba de él; una vez que yo salía para llevar a las minas de Mariquita una
centena de millares de francos (20.000 piastras) en onzas de oro, el nieto me
preguntó con quién haría el viaje.
—“Con un lancero” le contesté y quiso saber cuál de los tres caminos tomaría para
bajar al valle de la Magdalena, a lo cual me apresuré a indicarle el que no iba a
seguir.
En 1824 encontré, en el centro de los restos de la casa que había habitado Mutis
que, del piso de la sala salía un magnífico árbol de quina, amarillo, que provenía,
sin lugar a dudas de algún grano caído de un herbario. El árbol había atravesado
el entejado y sus hojas, de una gran riqueza en colores, abrigaban las ruinas del
247
edificio. Muy cerca se veía un bosquecito de canelos sembrados por el ilustre
botánico y considerando, no sin tristeza, esta soledad absoluta en un sitio que
había visto tanta actividad, se podía decir con Addison: “Un hombre útil ha pasado
por aquí”.
Fue en Mariquita donde Mutis instruyó a unos dibujantes muy hábiles: las flores,
las frutas y las hojas fueron reproducidas con una exactitud que sorprendió a los
que vieron esos bellos cuadros dibujados por pobres mestizos, transformados en
artistas que habrían sido muy bien acogidos en cualquier otra parte.
Mutis murió en 1808 a los 77 años. Su última obra fue la de la fundación del
Observatorio Astronómico, construido en 1802-1803, bajo su dirección, por el
capuchino fray Domingo de Petrez, sobre un terreno que dependía de la dirección
de la Expedición Botánica. El edificio consiste en una torre octagonal, cuyos
costados tienen 13 pies de ancho. La terraza hemisférica terminal se eleva 132
pies por encima del suelo y está perforada en su centro por una pequeña abertura
que deja penetrar un rayo de luz que proyecta la imagen del sol sobre el piso
cuadriculado de la pieza principal, sobre el cual se halla trazada una línea
meridiana que forma un cuadrante solar horizontal de 37 pies, 7 pulgadas de
elevación. Todo allí está dispuesto para observar el cielo hacia los 4 puntos
cardinales. Las ventanas son muy altas, para permitir la observación cerca del
zenit. Lo único que se puede reprochar al observatorio es que los pisos de las
salas no son suficientemente estables, vibran sensiblemente cuando se camina
sin precaución; este inconveniente no se presenta sobre la terraza construida en
bóveda. En una palabra, el edificio no es macizo y es lástima que no tenga una
sala en el primer piso.
248
Teniendo en cuenta la situación y la época, el observatorio fue liberalmente
dotado. El rey de España donó un cuarto de círculo de Sisson, dos teodolitos y
dos cronómetros salidos de talleres de artistas ingleses de gran reputación. Mutis
donó también al establecimiento 4 anteojos acromáticos, 3 telescopios de reflexión
de Dollond, termómetros y un regalo precioso: un reloj astronómico de Graham,
que había pertenecido a los académicos enviados al ecuador para determinar la
figura de la tierra y, finalmente, un cuarto de círculo de Bird, de 18 pulgadas de
radio, que Humboldt usó durante su navegación por el Orinoco (2).
249
CAPÍTULO IX
Excursión para determinar los límites del terreno al
sur de Bogotá - Valle del Magdalena entre honda e
Ibagué - Observaciones sobre el aumento de la
intensidad del sonido durante la noche - Puente
natural de Pandi o Icononzo.
Durante una permanencia de seis meses en la antigua provincia de Mariquita,
donde yo había sido designado para proceder a buscar los antiguos trabajos de
las minas de plata de Santana, tuve la oportunidad de estudiar la constitución
geológica del valle del Magdalena, desde Honda hasta la desembocadura del río
Fusagasugá y de fijar los límites al sur de la arenisca de Bogotá.
Altitud
Guaduas 1.022 m
250
Alto del Trigo 1.918 m
Villeta 839 m
Escobal 1.989 m
Facatativá 2.641 m
Algunas veces me he demorado sobre los bordes del torrente para oir los ruidos
confusos que produce. Parecen los gritos de una multitud; se cree distinguir las
voces que buscan dominar el tumulto para hacerse oír; jamás he encontrado en
251
los Andes otro torrente tan ruidoso. Al alejarse del Gualí, naturalmente el ruido
disminuye rápidamente y al llegar a Mariquita, distante menos de 200 m no se le
oye, apenas se le percibe durante el día pero por la noche el ruido regresa con
toda su fuerza y más de una vez mi sueño ha sido agitado al punto de soñar que
el torrente entraba en la casa.
El aumento, durante la noche, de la intensidad del sonido, hace siglos que llama la
atención a los físicos. Aristóteles habla de él en su “Problemas”: es un fenómeno
que se observa cerca de cada cascada. Humboldt tuvo la oportunidad de
observarlo en los llanos, alrededor de la Misión de Aturez, en donde se oye, a más
de una legua de distancia, el ruido de las grandes cataratas del Orinoco.
Dice Humboldt: “Uno cree estar cerca a una costa bordeada de arrecifes y
rompientes. El ruido es 3 veces más fuerte en la noche que durante el día y da un
atractivo inexpresable a esos lugares solitarios.
“Se podría creer que aun en los sitios donde no habita el hombre, el zumbido de
los insectos, el canto de las aves, el susurro de las hojas agitadas por el viento
más débil, son causa durante el día de un ruido confuso del cual nos apercibimos
poco, puesto que es uniforme y que golpea constantemente nuestro oído. Pero
ese ruido, por poco sensible que sea, puede disminuir la intensidad de un ruido
más fuerte y esta disminución puede cesar naturalmente si durante la calma de la
noche el canto de las aves, el zumbido de los insectos y la acción del viento sobre
las hojas, se interrumpen. Pero este razonamiento, admitiendo que sea exacto, no
puede aplicarse a los bosques o a las selvas del Orinoco en donde el aire está
constantemente lleno de una cantidad de mosquitos, en donde el zumbido de los
insectos es más fuerte de noche que durante el día y en donde la brisa, si por
casualidad se hace sentir, no sopla sino después de la salida del sol”.
Humboldt piensa que “la presencia del sol tiene relación con la propagación de la
intensidad del sonido por los obstáculos que oponen las corrientes de aire de
densidades diferentes y las ondulaciones parciales de la atmósfera debidas al
calentamiento desigual de las diferentes partes del suelo. En un aire tranquilo, ya
252
sea seco o mezclado de vapores vesiculares igualmente distribuidos, la onda
sonora se propaga sin dificultad; pero cuando ese aire es atravesado en todos
sentidos por corrientes de un aire más caliente, se divide en dos ondas en el sitio
en donde la densidad cambia bruscamente. Se forman entonces ecos parciales
que debilitan el sonido porque una de las ondas se devuelve sobre sí misma”.
12 Mediodía
3 de la tarde
253
A las 5 de la tarde
A las 6 de la tarde
Ruido del torrente bastante fuerte y continuo; se nota que con la puesta del sol se
determina un crecimiento de intensidad bastante pronunciado
8 de la noche
Aire calmado
El ruido del torrente es más fuerte que a las 6, se oyen los chirridos de las cigarras
11 de la noche
Ruido del torrente muy fuerte, suficientemente intenso para que se pueda oír en el
interior de la casa
13 8 de la mañana
2 de la tarde
254
Buen tiempo, viento fuerte
No se oye el Gualí
6 de la tarde
10 de la noche
14 5 de la tarde
Durante todo el día el ruido del Gualí fue fuerte. Cielo nublado, sín despejarse.
15 9 de la mañana
11 de la mañana
255
20 2 de la tarde
Se oye clara, aunque débilmente, el ruido del Gualí. Durante la noche llovió
mucho, la tierra está húmeda.
23 9 de la mañana
El ruido del Gualí tan intenso como durante la noche, hubo una tormenta
acompañada de abundante lluvia, la cual no impidió oír el ruido que no se atenuó.
Yo no creo que el peso del metro cúbico de aire cuando no se oía el Gualí
(temperatura 29º, altura barométrica 0,718; higrom. 66º. tensión del vapor a 29º)
difiera bastante del peso del metro cúbico de aire cuando se oye el ruido del
torrente (temp. 27º; altura barométrica 0,719, higr. 72; tensión del vapor a 27º).
Un poco más arriba del puente, el río Gualí sale de una garganta bastante
estrecha para recorrer la llanura hacia Honda, en donde desemboca en el
Magdalena, después de recorrer 3 miriámetros. Me pereció curioso conocer la
256
temperatura de las aguas del torrente a su entrada en el llano y a su entrada en el
río. El 18 de diciembre de 1826, bajo el puente, a la una de la tarde encontré:
Diferencia 6,15º
Diferencia 4, 2º
Magdalena:
Diferencia 1,9º
Diferencia 0,5º
257
Al recorrer la llanura que separa a Mariquita de Honda, la masa de agua del Gualí
que es considerable, había adquirido una temperatura de 3,5º, adquisición de
poca importancia que se explica por la gran velocidad de la corriente.
Por la noche me visitaba con frecuencia la Fierre; ella tenía ojos verdes, era
notablemente atractiva y no era de origen americano. Se quedaba conmigo una o
dos horas, luego se iba por donde había llegado, es decir, por la ventana; pero
sucedió que en una ocasión la Fierre temblaba con toda su bonita figura. “Hay
alguien escondido aquí, estoy perdida! Es él, don Juan, ¡defiéndame!”.
El sol en los trópicos es perezoso y nunca se levanta antes de las seis, así que
esperé el día, sable en mano, como el arcángel San Gabriel... Y entonces no vi...
nada. Nadie había penetrado en el santuario; sin embargo yo había oído andar,
claramente, deslizándose por el piso, a alguien; al fin encontré al culpable: un
sobre voluminoso que contenía cartas y periódicos, que yo había rasgado y
botado al suelo la víspera. Debido al viento que penetraba por debajo de las
puertas mal colocadas, el pesado papel se había paseado toda la noche,
simulando el paso de un ser que anduviera a tientas. Jamás tan poca cosa produjo
tanto miedo y la Fierre, todavía bajo la impresión recibida, no podía creer a sus
ojos cuando le mostré al culpable, el que debía apuñalarla y con quien yo debía
haber
258
oro, por ejemplo el de Malpaso, explotado por negros esclavos. En el mismo
terreno, más al sur, quedan las antiguas minas de plata de Santa Ana, cuyos
trabajos habían sido reemprendidos por Delhuyart, bajo el gobierno español ya los
que, con el concurso de una poderosa compañía inglesa, se iba a dar una gran
ampliación. En vista de estas nuevas operaciones tuve que visitar frecuentemente
este distrito, situado a un miriámetro de Mariquita.
*1 miriámetro = 10 km.
259
Mi informe sobre el yacimiento argentífero fue favorable.
Santa Ana, después del abandono de los trabajos, cayó en una miseria extrema.
La población, muy disminuida, se redujo a algunas familias miserables. Si no
hubiese sido por la invasión de la vegetación, cosa que sucede siempre cuando la
población disminuye y a la insalubridad resultante, el clima habría sido mejor que
el de Mariquita.
Nuestra entrada a la población fue sensacional: ¡El comandante don Juan había
traído un cura! ¡Hacía tanto que no veíamos uno y llegaba precisamente la víspera
de la fiesta de la santa patrona!” De manera que apenas nos habíamos
desmontado, el alcalde y los personajes importantes vinieron a suplicar a
Céspedes que dijese una misa en honor de la santa, al día siguiente, ya que era
su fiesta. El buen cura aceptó encantado, añadiendo que yo sería su acólito.
—“Pero Ud. sabe muy bien que yo no tengo ni idea de lo que tengo que hacer y
que además no creo en la misa”, le dije.
260
“la mañana” (un trago). De ahí deduje que si hubiese estado dormido, habría dicho
su misa tranquilamente y habría comulgado. Cuando las autoridades municipales
llegaron a buscar al canónigo, supieron que Santa Ana tendría que contentarse
con un rosario, para su fiesta. En efecto, se cantó interminablemente, se echó
incienso y el horroroso pedazo de madera pintada que representaba a la santa, no
dio ninguna muestra de descontento. Se aprovechó nuestra presencia para
preparar un hectolitro de agua bendita.
Para llevar a cabo la misión que había sido confiada, tuve que recorrer en varias
direcciones la porción del valle de la Magdalena comprendida entre Mariquita e
Ibagué y aún más al sur, hasta las cercanías de Neiva.
261
Poblaciones poco importantes se establecen ordinariamente a pequeña distancia
de los ríos, cuyo nombre llevan. Los vados se encuentran difícilmente durante la
estación de lluvias y entonces se debe detener, o bien buscar otro punto vadeable,
acercándose a la cordillera. En efecto, siempre que el agua llegue a la cincha del
caballo, no se debe uno aventurar a atravesar un torrente. Recuerdo que un día al
llegar al río Lagunilla, se juzgó que el vado era impracticable y se resolvió a hacer
“un puente”, operación curiosa a la que he asistido más de una vez. Todo el
mundo se desvistió y los guías fueron a buscar pedruscos que pesaran de 15 a 20
kilos; cada persona tomó uno que mantuvo sobre la cabeza con una mano; luego
sostenido por un práctico a cuyos hombros había sido atada una gran piedra,
entramos uno por uno en el torrente, cuya anchura era superior a 25 m. No se
debían levantar demasiado los pies, sino tratar de resbalar sobre las piedras del
fondo; un bastón para apoyarse habría sido, en esta situación, bastante peligroso
porque, por poco que uno se apoyara, perdería pie y sería arrastrado.
La sensación es bastante inquietante cuando se pasa así por primera vez. Debido
a una ilusión fácil de comprender, uno se cree transportado, río abajo a gran
velocidad; el ruido es ensordecedor y es imposible hablar a quien a uno lo
sostiene, aún menos de hacerle un gesto, ya que los brazos se usan para
mantener la “piedra puente” sobre la cabeza. El guía, además, lo mantiene a uno
muy sólidamente y se siente una gran satisfacción cuando se llega a la orilla
opuesta. No hay nadador que pueda resistir la corriente; si uno se cayera, correría
gran peligro de ser arrastrado.
Mis hombres, buenos prácticos, pasaron las sillas y los equipajes, poniéndoles
peso con las respectivas piedras y luego pasaron los caballos. Casi todos esos
pobres animales al llegar al centro del río, caían de medio lado y algunos daban
vueltas; pero un pasador colocado en la orilla opuesta los mantenía con una
cuerda sólidamente amarrada a los arreos que jamás se dejaban de llevar cuando
se viaja por las cordilleras. El paso del Lagunilla duró cerca de dos horas.
A mediodía tumbaron uno de esos gigantes que medía 20 metros. Una vez en
tierra se hizo una cavidad, como una artesa, de capacidad de alrededor de 15
litros, cerca de la extremidad
inferior del tronco y se la cubrió con hojas. Al día siguiente, por la mañana, a las
10, la artesa estaba casi llena de un líquido en plena fermentación, de un sabor
agridulce y alcohólico. Esta bebida es agradable; sin embargo, aun cuando las
palmeras son abundantes, los habitantes de Venadillo no las utilizan: prefieren el
guarapo de caña de azúcar fermentado.
262
En los alrededores del pueblo se conocen pozos bastante importantes de neme;
esas exudaciones de asfalto consistente, se ve desde Boca Neme, arriba de
Mariquita, se desprenden de conglomerados traquíticos, lo que las acercaría en
cuanto a origen, al asfalto de Pont-de-Chateau en Auvernia, formación que no he
encontrado en los conglomerados del Valle del Cauca.
Después del río Venadillo viene el río Totare, cuyo afluente principal es la China
de Alvarado que se debe atravesar para llegar al río Chipalo, que viene de Ibagué.
Más al sur, al dirigirse hacia los valles de San Juan y de San Antonio, se
encuentran los ríos Opía, Coello y Saldaña.
Se puede observar que hay numerosos ríos que bajan de la Cordillera Central
hacia el valle del Alto Magdalena; cuánta fertilidad dieran a las tierras si estuvieran
controlados y utilizados para la irrigación, pues dejados a sí mismos, son
arrasadores; durante las crecientes que son frecuentes, se desbordan y arrastran
todo lo que encuentran a su paso, dejando sobre la tierra restos de rocas.
Acosta visitó la Provincia de Mariquita dos años después de esta erupción y pudo
constatar las ruinas que había causado.
Durante el invierno (estación de lluvias) los llanos son praderas; durante el verano
(estación seca) el ganado se retira hacia los ríos porque los seres vivos no pueden
estar sin agua.
Los reptiles abundan en los sitios frescos, de lo cual pude convencerme: viajando
de noche y habiéndome extraviado, me protegí en una miserable cabaña
construida en un bosquecillo y tuve que acostarme sin comer; a las 4 de la
mañana ya estaba a caballo y a las 7 llegaba a un sitio de nombre Picota, rodeado
de bellos cauchos. Cerca de una fuente vi una serpiente en la hierba: un niño de
unos 10 años se apresuró a cortar una rama y habiéndole quitado las hojas dio
263
resueltamente un golpe al reptil, el cual murió después de haberse agitado unos
instantes: era una serpiente de cascabel, de cerca de 1 m de largo y tenía 8
cascabeles en la cola. La metimos en una calabaza con aguardiente y creo que
debe figurar todavía hoy en el Museo de Historia Natural de Bogotá. El muchacho
nos contó que con mucha frecuencia, en la mañana, mataba una cascabel cerca
de la fuente.
No hay nada más penoso que la insolación que se padece al viajar por los llanos.
Durante la estación seca, cuando el aire está quieto, el calor es sofocante;
escasamente se puede respirar. Esto fue lo que padecí una vez, en forma
inquietante, yendo de Venadillo a Piedras. Fuera de mi camino, en la lejanía,
había visto una habitación y hacia ella me dirigí al galope de mi caballo. Era una
inmensa ramada bajo la cual se secaba carne. Ya al abrigo del sol sentí primero
un cierto bienestar, luego una sensación de frescura bastante pronunciada para
juzgar prudente ponerme mi poncho le lana. Habiendo instalado el barómetro bajo
la rama me sorprendió ver que en la sombra el termómetro marcaba 40º. ¿Cuál
había sido entonces la temperatura a la cual yo había estado expuesto al sol para
que la de 40º me pareciera fría? Hacia la tarde seguí mi camino con el objeto de
pasar la noche en la Cerca de Piedras, especie de posada en donde se detienen
los que van a Ibagué o a Neiva. Conseguimos agua fresca, una olla de barro, leña
y nada más. En el camino habíamos disparado a una banda de pericos y habían
caído dos que yo destinaba para el desayuno, pues ya era muy tarde para pensar
en cenar.
Después de haber hecho desplumar las aves, las puse al fuego con apenas el
volumen de agua necesario para obtener un caldo sustancioso; la marmita estaba
colocada fuera de la casa sobre 3 piedras, que formaban un trípode; como en la
Cerca de Piedras había numerosa compañía, me acosté con mi “aguja” en mano,
de manera de hacer respetar mi propiedad en cualquier momento; me dormí
profundamente, demasiado profundamente, pues antes de levantarse el sol, al
mirar la olla de mi desayuno, me di cuenta de que el contenido había
desaparecido. Unos arrieros que iban al sur me habían robado mis pericos. El
caldo estaba cocido, pero con un sabor detestable, porque habían olvidado vaciar
las aves.
264
La “coya” es tan común que los accidentes debían haber sido más frecuentes y
como, al contrario, se admitían que eran raros, comencé a creer que todo lo que
nos contaban eran fábulas.
Al regreso del ecuador, al pasar por Neiva, Bouguer oyó hablar de la “coya” e hizo
sobre mulas y pollos algunos experimentos que probaron, como los míos, que esta
araña no es en absoluto venenosa. De eso hacía ya 100 años y sin duda dentro
de otros 100 años, algún observador volverá a reproducirlas, pero en los llanos
seguirán mirando a la coya como uno de los insectos más peligrosos. La
superstición es persistente; yo llevé esta araña a Europa y Audoin la ha descrito
en las “Memorias de la Sociedad Entomológica”.
Al salir de esta pequeña ciudad, se sigue la orilla derecha del río Combeima, hasta
su unión con el Coello. De Ibagué al sitio de “La Puerta” se observan las areniscas
con conchas, una prolongación de los valles de San Juan y de San Antonio. Pasé
el río Magdalena por el paso de El Guayacán; era tarde y hubo que dormir en la
orilla. Como tenía una provisión de ron que me incomodaba, se me ocurrió dar un
baile para disminuirla: la reunión fue numerosa y sin mucha ropa; las damas
mulatas o zambas se habrían visto muy bien si todas, sin excepción, no hubieran
sido caratosas en el más alto grado; su piel multicolor presentaba un aspecto
extraño con unas grandes manchas azuladas, amarillas y rojas sobre un fondo
cobrizo.
Los ribereños de los grandes ríos en el trópico son propensos al carate, lo que se
atribuye al excesivo uso de pescado como alimento, al maíz comido en galletas y
también a la irritación producida sobre la piel por el incesante ataque de los
mosquitos.
La alegría fue excesiva: las danzas imposibles, los gritos y los cantos muy subidos
de tono y esto con una temperatura de 32º. Mi mulero, un ibaguereño respetable y
respetado, alcalde me parece, fue contagiado por el frenesí: primero se quitó el
saco, luego su chaleco. Salió después de la camisa y de su pantalón... yo estaba
extendido en mi hamaca, suspendido por encima del tumulto. Las mujeres eran las
más excitadas; ¡el hombre ebrio es un animal inmundo!.
265
En el paso del Guayacán, el barómetro da como altitud 371 m; como en Honda la
altitud era de 270 m. la diferencia de nivel para una distancia de 9 miriámetros
recorrida por el río, sería de 100 m. En el sitio de Guayacán, el curso del
Magdalena es muy tranquilo y se dirige, de sur a norte. Algunas leguas más abajo,
el río volteará al oeste para tomar de nuevo, a partir Coello, su dirección hacia el
norte.
El cañón o garganta de Pandi dirigida de este a oeste, puede tener un largo total
de una legua. Desde el puente se prolonga en aproximadamente 1/4 de legua y
disminuye gradualmente de altura; el agua corre en un lecho no encajonado, a
través de un bosque. Se considera que el ancho promedio es de 10 a 12 m. Al
266
oeste de la población de Pandi y bien abajo de Doa, es donde el río Sumapaz
penetra en el cañón del cual sale para llegar al Fusagasugá.
El cañón tiene una profundidad de 93 m entre sus dos paredes verticales, medida
desde el puente natural; es una cavidad considerable que por su regularidad
Humboldt comparó, con razón, al vacío que resulta de una antigua explotación de
minas.
Al mirar hacia el fondo del abismo, desde el puente inferior, se alcanzan a ver
sobresalientes de la roca, parecidos a aquellos sobre los que nos aventuramos
Goudot y yo. Numerosos nidos circulares que parecen quesos en exhibición en
una lechería. Al lanzar una rama al abismo, vimos salir inmediatamente una gran
multitud de aves nocturnas que volaban en todos los sentidos. No oímos sus
graznido debido al ruido formidable del torrente. Estos volátiles que tiene el
tamaño de los grandes vampiros del Ecuador, son una variedad
de caprimulgus “guácharos” de la caverna por donde corre el río subterráneo de
Carripo, descrito por Humboldt cuando exploraba la selva de Cumaná. Estos
animales están llenos de grasa y de ella se extrae aceite comestible.
Las areniscas de Icononzo van en capas casi horizontales, cuya inclinación nunca
pasa de algunos grados hacia el sur. La roca es amarillo claro, con granos silíceos
en capas poderosas que alternan con capas esquistosas; se le puede seguir sin
interrupción hasta la meseta.
Yo encontré que la altitud del puente natural es de 840 m; así que la del fondo del
abismo sería de 740 m. Si se compara esta última a la del río Fusagasugá en
Melgar cerca del río Magdalena a 366 m se puede ver que para una distancia en
línea recta de 2 miriámetros, la diferencia de nivel sería de 374 m, o sea una
pendiente de 18 a 19 milímetros por metro.
267
y muy angosto; la impetuosidad de la corriente, la extraña forma de las rocas y la
vigorosa vegetación que los enmarca, presentan un cuadro muy pintoresco.
*Se trata seguramente del padre fray Pedro de Simón (Noticias Historiales de
las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales. Bogotá, 1892).
Originalmente publicado a principios del siglo XVII en Madrid.
268
CAPÍTULO X
Jugo venenoso del ajuapar— Accidentes que
sucedieron mientras analizábamos esa materia —
El comandante don Juan con nodriza — Irradiación
nocturna en Bogotá.
Durante una excursión por las tierras calientes vecinas de Bogotá, había oído
hablar de un jugo vegetal que se utiliza para la pesca. Era suficiente botar un poco
en un río para ver a los peces salir a lasuperficie. El árbol del cual se extrae por
incisión esta sustancia tóxica, es el ajuapar (1) (sic) y de acuerdo con mi amigo
Céspedes, la uva crepitans de Linneo. Se le dice “reloj de arena” en las Antillas
francesas porque su fruto, cuando está vacío, deja un recipiente fibroso y
resistente, sensiblemente achatado, dividido por los costados, y de bonito aspecto
y que sirve para poner la pólvora o la arena que se derrama sobre el papel con el
fin de secar los caracteres que se acaban de trazar. Sucede que este elegante
reloj de arena que tiene la forma de un melón cantalupe en miniatura, estalla
algunas veces, súbitamente, en varios pedazos sin que se pueda prever o explicar
esta clase de explosión.
269
en la cara y me encontraba mal; tan pronto nos levantamos de la mesa regresé a
la casa a donde Ribero no tardó en llegar; teníamos ambos los rostros enrojecidos
y yo sufría horriblemente con la sensación de una quemadura. Pronto me fue
imposible abrir los ojos y se me declaró una oftalmia aguda. Ribero no tuvo
síntomas tan alarmantes porque no estuvo expuesto directamente a las
emanaciones malsanas del veneno. Les contaré cómo deben ser de sutiles esas
emanaciones: Roulin, quien no había hecho más que asistir a la extracción del
jugo de ajuapar, el correo encargado de transportarlo de Guaduas a Bogotá y los
habitantes de las casas en donde éste se hospedó durante su viaje, sufrieron
todos de oftalmia. Añadiré que Linneo asegura que el jugo de la uva crepitan
enceguece a los peces y que si le cayera a una persona en lo ojos, quedaría ciega
durante 8 días.
La generala, la excelente Mariquita llegó: —“Pobre don Juan, en qué estado está
usted” y se puso a llorar; “aquí traigo a Candelaria”. Candelaria lloraba y gemía
como un niño: —“¡Dios mío! Vea mi señora cómo es de feo. ¿Usted cree que él se
quedará así siempre? E inmediatamente entró en funciones lanzando leche sobre
mi cara. Confieso que sentí alivio inmediato. Dos veces al día fui sometido al
mismo tratamiento y pude abrir los ojos el quinto día. Reconocí entonces a
Candelaria, una antigua conocida, imagen de la Venus (hotentote). ¡Qué cuidados
los que me prodigaba! Viendo que tenía dificultad para tomar los alimentos porque
mis labios estaban ulcerados, se le ocurrió darme de mamar: ¡era delicioso!.
Yo aprovechaba el privilegio que tienen los bebés de apretar y palpar el seno que
los alimenta; ¡qué tetas! ¡Tenían el volumen de una enorme calabaza! Y el
miriñaque carnudo de la que la naturaleza había dotado a Candelaria, ¡era
prodigioso!.
270
El octavo día veía claramente y no sufría más. Linneo tenía razón; pude
levantarme. El tratamiento de leche de mujer ya habría podido cesar, pero la
buena Candelaria se empeñó en prolongarlo y yo acepté para darle gusto, ya que
para ella esto era una satisfacción. Cuando fui donde el general París,
completamente restablecido, la buena negra me llevaba a un rincón e insistía en
que tomara unos tragos de su leche, cosa que yo no habría podido rehusar. En el
estado mayor se divertían a mi costa y esto me hacía reír: pero sucedió que uno
de esos señores llevó la diversión un poco lejos insistiendo que, en principio, un
lactante que acariciaba a su nodriza cometía algo así como incesto; yo me
enfurecí y si no hubiera sido por la intervención del general, habría habido un
duelo.
271
espacios celestes es absolutamente independiente de la luz de la luna; para que
se produzca, es suficiente que las condiciones sean favorables a la irradiación,
que la noche sea serena, el aire tranquilo y que no haya nubes.
Cuando se conocen las causas que ocasionan la helada por irradiación, se piensa
si no habría un medio de preservar de su acción destructiva, los cultivos
demasiado extensos para protegerlos con pantallas. Este medio sí existe y
consiste en opacar la transparencia de la atmósfera. Los indios, desde tiempo
inmemorial, lo han aplicado con éxito en el Alto Perú, en donde uno está, más que
en cualquier otra parte, expuesto a ver las cosechas destruidas por el efecto de la
irradiación nocturna. Allí las mesetas muy altas, de 2.000 a 4.000 metros por
encima del nivel del océano Pacífico, tienen una temperatura promedio y casi
constante de 7° a 14°, a pesar de su proximidad del ecuador y a causa de esta
altitud. Los incas, grandes civilizadores, habían determinado perfectamente las
circunstancias en las cuales las plantas se hielan durante la noche. Sabían que la
helada tiene lugar bajo un cielo puro y en una atmósfera tranquila. Cuando
juzgaban que debían temerla, es decir, cuando por la tarde las estrellas brillaban
con un vivo resplandor y que el aire no estaba agitado, los indios quemaban paja
húmeda para producir humo. Esta práctica está descrita en los “Comentarios
reales” del Inca Gracilazo de la Vega, en donde trata del origen de la raza real del
Perú, de su idolatría, de sus leyes, de su gobierno, tanto en la paz como en la
guerra, de sus conquistas y de la vida del penúltimo de los incas,
Inticusititucupanqui.
Garcilaso, hijo de uno de los conquistadores del Perú y de una india noble, nació
en la ciudad imperial de Cuzco. En su infancia vio muchas veces a los indios hacer
humo para preservar las plantas de la helada. He aquí el curioso pasaje de sus
comentarios:
272
noche el cielo estaba claro, los indios temiéndole a la helada, quemaban estiércol
para producir humo y cada uno de ellos, especialmente, se esforzaba en producir
la mayor cantidad en su parcela porque decían que así se impedía la helada,
reemplazando a las nubes como cubierta. Lo que informo aquí lo he visto practicar
en el Cuzco. Si los indios lo practican todavía hoy, no sé, ni tampoco he podido
saber si es cierto que el huno impide la helada porque estaba demasiado joven
para profundizar lo que vi hacer a los iridios”.
De lo que precede resulta que el medio de sustraer los cultivos a los efectos
desastrosos de una baja repentina de la temperatura, opacando la diafanidad
quieta de la atmósfera, era ya conocido en el nuevo mundo. Bajo el reino de los
incas ahumar el aire en circunstancias previstas para asegurar la subsistencia, era
evidentemente una medida de salud pública prescrita por un gobierno paternal, sin
duda, aun cuando de forma esencialmente teocrática.
Mientras duró el imperio de los “Hijos del Sol” y algún tiempo después de su caída,
según afirma Garcilazo, siguieron con esta prescripción; un impulso adquirido por
siglos no puede ser detenido de repente; pero aun cuando eminentemente útil,
como esta medida ya no era obligatoria, se fue olvidando hasta abandonarla,
teniendo en cuenta que la raza cobriza de las cordilleras es de una naturaleza
demasiado apática para llevar a cabo el menor trabajo cuando no está obligada a
ello por una autoridad ante la cual se prosterna siempre.
La Conquista derribó el culto de los incas. Ya no les fue permitido conjurar los
efectos perniciosos del frío nocturno, ofreciendo sacrificios a su divinidad: se
abandonó la práctica de prender fuegos en los campos, cosa que sin duda era
considerada como una práctica idólatra. Sin embargo, se elevaban plegarias y se
hacían rogativas para escapar de una calamidad siempre amenazante, pero las
plegarias sin humo no siempre fueron eficaces.
273
He aquí el detalle de las observaciones:
6h.mañana 0° +5° 5°
Para marchar más fácilmente, no habíamos llevado abrigo; una vez en la montaña
el frío nos agarró y como no teníamos sino un medio de escapar de él, bailábamos
continuamente en el intervalo de las observaciones, para hacer ejercicio.
274
CAPÍTULO XI
Algunos de mis conocidos en Bogotá — El
Libertador Bolívar —Personajes — Sucesos.
El Libertador
Simón Bolívar era un hombre con estatura por debajo del promedio, con una
cabeza un poco desproporcionada para su tamaño, pero muy enérgico; tenía ojos
pardos de mirada viva, cabellos negros, tez morena clara, brazos demasiado
largos, miembros delgados y una gran agilidad en sus movimientos.
Bolívar era expansivo, bondadoso con sus inferiores, generoso en exceso, vivía de
una manera muy sencilla y sobria; le gustaban las mujeres y era buscado por el
bello sexo como sucede con los hombres que tienen poder. En su juventud había
sido casado y enviudó sin descendencia y tal vez debido a esta última
circunstancia fue por lo que rechazó todas las propuestas que le fueron hechas
para llevarlo al trono.
275
Un día llegué a Ibagué para entregar un pliego al Libertador, quien regresaba del
Perú bastante descontento. Me invitó a cenar y aun cuando yo era el de menor
graduación, me hizo sentar junto a él. Estábamos en la casa cural; Pepe París, el
amigo íntimo del general que asistía a la comida de Bolívar, mientras servía la
sopa dijo en francés, idioma que hablaba muy correctamente: —“¡Señores, al
rancho!” La conversación fue muy alegre y con deseo de hacerle la corte, le dije:
“general, recibí de Francia un diario, Le Globe, en donde hay un artículo muy
elogioso para Vuestra Excelencia” y a continuación pensé para mí: —“Va a quedar
encantado el general”. ¡Cómo no! Tomó un rostro amenazante y me apostrofó con
cólera: —“¿Pero cómo encuentra Ud. un artículo que me es favorable en un diario
y no lo ha traducido? Sin duda que si me hubiera atacado, si hubiera criticado mis
actos, la traducción no se habría hecho esperar...” y continuó con ese mismo tono.
Entonces me dije a mí mismo: —“¡Bien hecho!, ¡esto te enseñará a hacerte el
cortesano!”.
Cuando el Libertador salió para Bogotá, dejó a Ibagué seguido de una numerosa
cabalgata. Un cierto doctor, personaje importante de la provincia, iba al lado del
general y éste lo acosaba a preguntas: —“¿A quién pertenecen estos pastizales?”
A tal persona, respondía el doctor. —¿Y estos cultivos de caña de azúcar? ¿Y
estos campos de añil, de trigo y de maíz?”
—“A fulano de tal y a tal otro,” replicaba el doctor, indicando el nombre del
propietario, sin vacilar.
Entonces le dije a don Francisco, el maestro de 14 escuela, quien hacía parte del
cortejo: “¡sus alumnos son cálidos patriotas!” —“En absoluto; ¡no ha visto Ud. el
276
hombre que está colocado detrás de ellos para soltarles unos cuantos fuetazos
cuando no gritan con suficiente fuerza! El medio es infalible; y yo lo uso cada vez
que hay que hacer la demostración; por ejemplo, cuando recibimos la visita de un
alto obispo o de un gobernador”.
277
presentarle las cartas que lo acreditaban. La respuesta se hizo esperar. Luego
Bolívar dio a entender que iba a llegar a Bogotá; se veía claramente que no le
interesaba recibir la visita del enviado francés. Yo veía al señor Besson y al duque
de Montebello en la casa del cónsul general de Francia, señor de Martigny. Los
diplomáticos estaban incómodos al ver el poco interés que el Libertador mostraba
en relación con ellos y no comprendían nada. El ministro los había recibido con la
mayor deferencia y el jefe del estado parecía muy poco preocupado de su misión.
Obtuve la clave del enigma gracias a Pepe París, quien como nunca había
aceptado ninguna posición oficial, permanecía como amigo íntimo y confidente de
Bolívar: éste le había contado, a propósito del incidente, cómo le sería de
humillante recibir en su triste y mezquino cuartel general a los enviados franceses,
uno de los cuales era el hijo del mariscal Lannes, una de las glorias del gran
imperio. Como se puede ver, el motivo era su amor propio.
Los comisarios se devolvieron a Europa sin haber obtenido una audiencia del
Libertador, ni haber logrado autorización para llegar hasta él, como lo habían
esperado.
El general Harrison
278
La colonia anglo-americana era muy hostil al Libertador y después de un fuerte
altercado, el ministro de relaciones exteriores invitó a Harrison a retirarse de
Bogotá.
—“No saldré sino por la fuerza”, replicó el viejo general y se quedó. Poco tiempo
después fue llamado por su gobierno.
El señor Robinson
Esta fue una siniestra aventura que siguió a la expedición de los llanos
emprendida para fijar la posición del río Meta en el Orinoco. Llegué a Bogotá
moribundo y el excelente coronel José María Lanz con el objeto de que recibiera
cuidados, me hizo instalar en una pieza de la casa que él habitaba, donde la
señora Gertrudis en el sector de San Victorino, calle de San Juan de Dios, cerca
de la plaza. Después de mi restablecimiento conservé mi habitación que era de
una sencillez primitiva; por todo mobiliario una cama, cuya base consistía en un
279
cuero de res y un delgado colchón de lana, una silla y una mesa y, colgado del
muro al alcance de la mano, mi sable desenfundado.
Pedro Grant era un buen soldado, pero de muy mala reputación. Fue juzgado y
condenado a muerte por un consejo de guerra: tuvo la suerte de poder huir de la
cárcel. A mi regreso todo estaba en orden: mi sable muy limpio y puesto en el
lugar acostumbrado.
Yo iba con frecuencia a la misma hora y por la misma razón a presentar mis
saludos a una bonita dama que vivía a espaldas de la Iglesia de San Agustín y
pasaba necesariamente por frente al convento del mismo nombre.
Me había fijado que un monje joven permanecía en una ventana y jamás dejaba
de escupir cuando yo pasaba, con la evidente intención de destinarme el proyectil.
Varias veces había fallado, pero al fin el escupitajo del imbécil cayó sobre mi
charretera. Se pueden imaginar mi furia. Quise entrar en el convento pero el
hermano portero me lo impidió y cerró tan bien su puerta que tuve que retirarme.
Me quejé a la autoridad eclesiástica, la cual no hizo sino sonreír de mi historia y al
general comandante, quien me rogó no tener en cuenta el insulto de un infeliz
monje. Hice mal en no seguir su consejo. Mi excusa es que tenía 22 años y que se
hablaba demasiado del escupitajo que me había enviado el discípulo de San
Agustín.
280
El asunto hizo ruido al punto de que tuve que irme a una hacienda situada a 10
leguas de Bogotá para dar tiempo de que se calmaran las susceptibilidades
clericales. ¡Lo que agravaba mi situación era que había dado con monjes que no
pertenecían a la orden de los Agustinos!.
Es el único disgusto que yo haya tenido con religiosos. He vivido siempre en los
mejores términos con ellos; me gusta su compañía y en el curso de mis
expediciones, cuando me era posible escoger mi paradero, me instalaba en un
convento o en una casa cural.
Había un baile en la presidencia con motivo de la San Simón, fiesta del Libertador;
la reina de la noche era la señora de Roulin, a pesar de sus 28 años. Ese rango
era debido a la elegancia de su atavío, a su hermosura, a su amabilidad, a sus
ojos verdes, al magnífico turbante colocado sobre sus cabellos negros y al hecho
de ser una bailarina incansable.
La reina estaba sentada y hablaba con sus admiradores, cuando el cónsul general
de Holanda la invitó para un vals. La señora de Roulin dejó sobre su poltrona su
abanico y un frasco de perfume y se lanzó en el torbellino. Valsaba de manera
admirable, a pesar de ser bretona.
Como el asiento había quedado vacante, el joven comandante Miranda creyó que
lo podía ocupar durante el vals, y como era miope, al sentarse hizo caer el frasco
de perfume. La señora Roulin, acompañada a su puesto por su pareja, manifestó
su fuerte pesar cuando vio el trasco roto; Miranda se excusó lo mejor posible,
prometiendo reparar su torpeza. El incidente hubiera terminado allí si el cónsul no
le hubiera hablado en términos inconvenientes al joven comandante, quien le
replicó.
Miranda, jefe de escuadrón en Colombia, era uno de los hijos del general Miranda,
quien había servido en los ejércitos de la república francesa y había pasado al
enemigo con Dumouriez. Tenía yo buena amistad con el hermano mayor del
comandante, imberbe aún, pues no tenía más de 20 años.
El encuentro debía ser con pistola a quince pasos. La cita fue en la Capucinería, a
una milla de la ciudad, precisamente el convento donde se me había propuesto
fabricar falsas reliquias.
281
Los dos campeones colocados en sus lugares, en presencia del Dr. Roulin y de
los testigos, la señal fue dada por el coronel Johnson, que llamábamos Abelardo
porque una bala lo había privado de ciertas partes esenciales de su anatomía.
Golpeó tres veces sus manos. Los dos disparos fueron simultáneos. El cónsul
cayó muerto; la bala le había entrado precisamente entre ambos ojos. Dejó una
viuda y seis huérfanos.
Miranda quedó ileso; era la primera vez que se batía en duelo. Se dejó al
desgraciado cónsul en manos del doctor, y montando a caballo, los testigos
salieron lejos a buscar un asilo, porque los duelos eran prohibidos y era por lo
tanto prudente mantenerse apartados durante algún tiempo.
El comandante Miranda también tuvo un fin triste. Seis meses más tarde su
escuadrón de lanceros se rebeló; fue masacrado por sus soldados, unos malvados
casi todos llaneros. El ejército entraba en la vía de la indisciplina; comenzaba a
matar a sus oficiales.
El general Santander
282
CAPÍTULO XII
El Salto de Tequendama — Historia de Manuelita
Sáenz.
La arenisca de la meseta de la Cordillera Oriental presenta dos accidentes de
terreno que ya he descrito: El “Hueco del Aire” cerca de Vélez y el puente natural
de Icononzo entre Melgar y Pandi. No me queda por describir sino la incomparable
caída del río Bogotá, en Funza de los muiscas, el Salto de Tequendama. Desde la
capilla Guadalupe, de donde la vista alcanza a todo el llano de Bogotá, llama la
atención al sur oeste, una permanente columna de vapor que se eleva por encima
de la grande y admirable cascada del Tequendama que se encuentra a 3 leguas
de Bogotá y un poco al sur del pueblo de Soacha.
No se podría añadir sino algunos detalles a esta página trazada por uno de los
grandes pintores de la naturaleza. Efectivamente, cerca de la mina de Canoas, el
río Bogotá pierde su placidez y toma el aspecto de un torrente. Se dirige hacia una
cadena de colinas que limitan la meseta al sur oeste y en donde existe algo así
como una brecha o un canal que tiene únicamente doce metros de ancho y por el
cual las aguas se precipitan.
283
Humboldt ha llamado la atención sobre el hecho de que si esta salida se cerrase,
no cabría ninguna duda de que a pesar de la evaporación, el insignificante
pantano de Funza se transformaría en lago alpino. De acuerdo con las
observaciones barométricas, el fondo del canal es 183 metros más bajo que el río
Bogotá en la sabana, en el Puente del Común.
Todas las veces que visité el Tequendama, fue durante la estación lluviosa y por lo
tanto no había sino una sola cascada. Se distinguía una capa de agua continua,
hasta una cierta profundidad en donde comenzaba a diluirse y hacia el final de la
caída ya no se veía el líquido y se podía creer que era un alud de copos de nieve.
En la posición que ocupaba, muy poco por encima del tramo superior, se
encuentra uno mejor colocado para juzgar el efecto de la catarata, que sobre
algún otro punto más elevado. Allí, como lo he podido constatar, no se ve sino una
niebla espesa de donde sale un ruido formidable y es que, sobre el Tequendama,
existe siempre esta alta columna de agua pulverizada que, a pesar de la distancia,
se ve desde las montañas de Bogotá, la cual vuelve a caer en gotas
284
extremadamente tenues. Así, cuando el Sol en el levante alcanza la altura de 40°
a 45°, aparecen arcos irisados concéntricos.
Las tentativas hechas para llegar al pie de la cascada bajando por la quebrada de
Povara, no han resultado y no ha sido posible encontrar un sitio desde donde uno
pueda abarcar todo el conjunto. Humboldt y Boulin pensaban haber llegado de 40
a 60 metros abajo de la caída, pero la corriente de agua era de tal violencia que
fue imposible remontarla. Las observaciones barométricas hechas por esos
viajeros, comparadas con las que se hicieron en la cima, han dado los resultados
más erróneos para calcular la altura de la caída. Una piedra que dejé caer desde
el sitio donde me había colocado, tomó en promedio, 5,7 segundos para llegar al
fondo.
Como se ve, estamos lejos de la de una legua dada por algunos turistas extraños
a la ciencia. Como lo ha dicho Bouguer con la autoridad de un hombre que ha
practicado la geodesia en los Andes, se debe ser muy cuidadoso con el empleo de
la palabra “legua” cuando se trata de altura.
Sobre una saliente de una roca del Tequendama se puede ver, según me lo han
asegurado, una botella y se afirma que fui yo quien la colocó en ese sitio,
evidentemente, inaccesible. He tratado de defenderme de esta proeza, pero
persisten en atribuirme el milagro. Decididamente es la “botella del comandante
don Juan”. Ahora es una leyenda.
La bella pintura del barón Gros y una excelente fotografía que poseo, están lejos
de dar una idea del fenómeno que se puede admirar en el Tequendama. A esas
reproducciones, de una exactitud incontestable, falta lo que produce la emoción: la
vitalidad, el movimiento, inclusive diría yo que la palabra: el agua está inmóvil y
muda.
285
Jamás había visto yo la cascada en época de sequía, cuando cae en dos o tres
saltos, así que acepté con entusiasmo la invitación que me hicieron algunos
amigos de unírmeles para un paseo al Tequendama.
Estábamos en pleno verano, tiempo seco, y la cita fue por la mañana a las 8 en la
calle de la Carrera, delante de la casa de Illingworth. A la hora indicada me puse
en camino y alcancé a ver de lejos un grupo de jinetes que iban adelante y entre
ellos, para mi sorpresa, un oficial superior. Sin embargo, de acuerdo con lo
convenido, todos debíamos estar en traje civil. Cuando me acerqué para saludar al
coronel, él maniobró de manera de esconder su rostro, de lo cual resultó una
escena de equitación bastante curiosa por algunos momentos; luego mirándome
soltó la risa y vi que el oficial era una mujer muy bonita, a pesar de su enorme
mostacho: Manuelita, la amante titular de Bolívar.
286
desde donde así fuertemente su pierna, mientras que el doctor Cheyne, quien
comprendió el peligro que corría esta loca y bebida mujer, se prendió a un árbol
mientras enrollaba a su brazo izquierdo las largas y magníficas trenzas de la
imprudente que parecía resuelta a saltar al vacío.
Así pasamos Cheyne y yo un terrible cuarto de hora, hasta que al fin, con
intervención de los amigos, se pudo llevar a la joven a un sitio seguro. Una vez
reunidos, resolvimos regresar; los dos irlandeses roncaban todavía y les vertí agua
en la espalda; se despertaron sobresaltados, convencidos de que habían caído a
la cascada. Antes de partir lanzamos las botellas vacías al Tequendama; puede
que alguna de ellas cayera, sin romperse, sobre una saliente roca cubierta de
musgo: ¿seña ese el origen de la leyenda de “la botella del comandante don
Juan?”
Manuelita Sáenz
Manuelita Sáenz nació a principios del siglo en Quito donde su padre mantenía un
comercio importante con España. En su primera juventud lo acompañaba en sus
viajes por la costa del Perú, de Guayaquil a Lima, en donde debió ser una especie
287
de reina durante un corto periodo. A los 17 años entró como interna a un convento
en donde aprendió las labores de aguja y los bordados en oro y plata que son
motivo de admiración para los extranjeros, luego le enseñaron la preparación de
helados, sorbetes y confituras. Las religiosas instruían a sus discípulas en la
lectura y la escritura, únicos conocimientos que posee una joven de buena
sociedad. Las damas suramericanas, gracias a su vivacidad y a sus perfecciones
naturales, son a pesar de eso mujeres agradables, pero absolutamente privadas
de instrucción. En mi época no leían jamás, ni siquiera malos libros, aun cuando,
sin duda, existían raras excepciones.
Un joven oficial, Delhuyart, raptó a Manuelita Sáenz del convento; éste era hijo del
químico a quien se le debe el descubrimiento del tungsteno y que como ingeniero
al servicio de España, había sido enviado a América. Manuelita jamás hablaba de
su fuga del convento; ¿fue abandonada por su raptor y reintegrada a su familia?
Esto lo ignoro. Se la encuentra de nuevo en Lima, hacia el principio de la invasión
de las tropas libertadoras del Perú, comandadas por Bolívar. Estaba entonces
casada con un médico inglés muy respetable a quien dejó para vivir con el
Libertador, en ese entonces en el pináculo de su gloria y con todo el poder
dictatorial.
Las uñas, por cierto muy bonitas, habían hecho tales estragos en la cara del
infeliz, que tuvo que permanecer en su cuarto durante 8 días, debido a una gripa,
como lo decía el estado mayor. Pero durante esos 8 días el herido recibió los
cuidados más solícitos, los más enternecedores, de su querida gata.
288
Manuelita había terminado por hacerle creer al general todo lo que ella que
¡júzguese si no! En el curso de una conversación íntima con sus oficiales, Bolívar
llegó a sostener que jamás había podido constatar que Manuelita satisfaciera
algunas necesidades que siente toda la humanidad; como ellos se manifestaran
incrédulos, él añadió que tenía pruebas sobre lo que había dicho. En el curso de
una navegación en el Océano Pacífico, Manuelita aceptó dejarse encerrar en una
cabina que era vigilada con atención; un guardia permanecía en la puerta; la
observación duró 8 días durante los cuales la prisionera no hizo ninguna emisión.
Se puede pensar que sucede con frecuencia a personas embarcadas que no
pueden ir al excusado por 8, 10 o 15 días y éste es un hecho conocido de los
marinos; sin embargo prefiero admitir que Manuelita usó la superchería:
Hay que saber que ella nunca se separaba de una joven esclava, mulata de pelo
lanoso y ensortijado, hermosa mujer siempre vestida de soldado, excepto en las
circunstancias que contaré más adelante. Ella era la sombra de su ama; tal vez
también, pero esta es una suposición, la amante de su ama, de acuerdo con un
vicio muy común en el Perú, del cual fui testigo ocular con algunos camaradas,
con quienes nos habíamos cotizado para asistir a la ceremonia impura, pero muy
divertida, de una tertulia. Además no hacíamos gala de una moralidad muy severa.
La mulata no tenía ningún interés en hacerse pasar por un ángel; encerrada con
Manuelita en el camarote podía salir y entrar libremente. Se puede adivinar el
resto. Bolívar se había convertido en el Libertador del Perú. La batalla de
Ayacucho, ganada por Sucre, había destruido las fuerzas españolas; este militar
nombrado gran mariscal de Ayacucho, fue hecho presidente vitalicio del nuevo
estado fundado en el Alto Perú (Bolivia).
289
Después de haber pasado un tiempo con su familia, Manuelita emprendió viaje
hacia la Nueva Granada en compañía de mi amigo el coronel Demarquet, quien
siempre afirmó haber sido un compañero platónico.
Manuelita siempre estaba visible; en la mañana llevaba una bata de cama que
tenía su atractivo; sus brazos, generalmente desnudos que se guardaba muy bien
de disimular; bordaba mostrando los más lindos dedos del mundo; hablaba poco,
fumaba con gracia y su manera era modesta. Daba y recibía noticias; durante el
día salía vestida de oficial y en la noche sobrevenía la metamorfosis, gracias, creo
yo, a la influencia de unos vasos de vino de Oporto que le gustaba mucho; usaba
colorete y sus cabellos siempre estaban artísticamente arreglados; tenía mucha
vida, era alegre sin mucha gracia y a veces usaba expresiones bastante
arriesgadas.
Como todas las favoritas de los personajes políticos, atraía a los cortesanos y su
amabilidad y generosidad no tenían límites. Imprudente en exceso, cometía los
actos más vituperables por el solo placer de cometerlos. Un día, cabalgando por
las calles de Bogotá, vio a un soldado que llevaba la consigna de acción en una
nota colocada, como de costumbre, en la extremidad de su fusil; lanzarse al
galope sobre el pobre infante, quitarle al paso la nota y leerla, fue asunto de un
instante. El soldado disparó sobre ella y regresó sobre sus pasos para devolver el
santo y seña. ¡Un acto de locura!
Ella adoraba los animales y era dueña de un osezno insorportable que tenía el
privilegio de circular por toda la casa. Al feo animal le gustaba jugar con los
visitantes; si se le acariciaba arañaba las manos o se prendía de las piernas, de
donde era difícil retirarlo. Una mañana hice una visita a Manuelita y como no se
había levantado todavía, tuve que entrar a la alcoba y vi una escena aterradora: el
oso estaba tendido sobre su ama, con sus horribles garras posadas sobre sus
senos. Al verme entrar, Manuelita me dijo con gran calma: —“Don Juan, vaya a la
cocina y traiga un jarro de leche que colocará al pie de la cama: este diablo de oso
no quiere dejarme”. La leche llegó, el animal dejó lentamente a su víctima y bajó
para beber; después llamé a un hombre, quien me ayudó a encadenarlo y llevarlo
al patio a pesar de sus gruñidos. Algunos días después lo hice ejecutar. Fue un
inglés, Coxe, quien lo hizo.
290
un ser singular, una comedianta, una imitadora de primera magnitud, que habría
tenido gran éxito en el teatro. Tenía una facultad de imitación increíble; su rostro
era impasible; como actriz o como actor, exponía las cosas más divertidas, con
una seriedad imperturbable. La oí imitar a un monje predicando la Pasión; ¡nada
más risible! Durante cerca de una hora nos tuvo bajo el encanto de su elocuencia,
de su gesto y de las perfectas entonaciones de su voz.
Aseguraban, pero estoy convencido de que esto no era cierto, que en una escena
de la Pasión habían crucificado a un mico. La verdad es que tenían la tendencia
de burlarse de las cosas sagradas, afición muy imprudente e indecente.
Jamás se conoció un amante de la mulata y creo que nunca amó con amor sino a
Manuelita. En cuanto a Manuelita, yo no le conocí en Bogotá sino dos enamorados
ostensibles: el doctor Cheyne y un joven inglés de apellido Wills; ¡ningún otro!
291
¡La buena Manuelita era una de las mujeres livianas más curiosa! Una tarde pasé
por su casa para recibir una carta de recomendación que me había prometido,
dirigida a su hermano, el general Sáenz, quien residía en el Ecuador, a donde yo
debía viajar. Se acababa de levantar de la mesa y me recibió en un pequeño salón
y en el curso de la conversación elogió la habilidad de sus compatriotas quiteñas
para el bordado y como prueba se empeñó en mostrarme una camisa
artísticamente trabajada. Entonces, sin más ni más y con la mayor naturalidad,
tomó la camisa que tenía puesta y la levantó de manera que yo pudiese examinar
la obra de sus amigas. ¡Desde luego fui obligado a ver algo más que la tela
bordada! y ella me dijo:
Tiempo después, durante una cena en casa de Poncelet, Mago contaba esta
historia al edecán de Luis Felipe, general Baudrad, añadiendo: “¡Esto no se
inventa!” Lo que tal vez quería decir era que la prueba de la veracidad se
encontraba en lo extraordinario del suceso.
Una noche había tertulia en casa de Pepe París, quien se había convertido en
hombre acaudalado explotando las minas de esmeraldas. Su hija era una persona
deliciosa, muy bajita, 1,50 metros y realmente había una afinidad entre ella y yo.
Manuelita participaba en la reunión y al filo de la media noche, cuando todos
estábamos un tanto sobreexcitados, un amigo inglés se acercó para decirme al
oído: —“Don Juan, tenga cuidado, hay un cura que va a hacer su aparición”.
Entonces, sin que nadie se diera cuenta, procedí a retirarme discretamente.
292
matrimonio, con la condición de que tendría que vivir en Europa. Manuelita no
tenía inconveniente en pasar una temporada en Francia; pero me declaró
francamente que no le gustaría establecerse allá. La dejé, después de haberle
besado su mano en miniatura; mi asistente me esperaba en la puerta de la casa;
salté a caballo y salí para el Magdalena. No volví a ver a la pequeña y graciosa
Manuelita París.
Ella había dado pruebas de su valor militar; al lado del general Sucre, asistió lanza
en mano, a la batalla de Ayacucho, último encuentro que tuvo lugar entre
americanos y españoles, en donde recogió, a manera de trofeo, los estupendos
mostachos de los que se hizo hacer postizos.
Se puede decir que tenía entrenamiento, de lo cual no cabe duda, pero Manuelita,
como se va a ver, estaba dotada de gran valor, de sangre fría y de una calma
increíbles, en las circunstancias más peligrosas.
Tan pronto el general Bolívar dejó el Perú, qué ilusoriamente creía pacificado y
organizado, comenzaron los movimientos de insurrección que estallaron desde
Bolivia hasta Lima. La tercera división auxiliar se levantó contra sus jefes y se
puso bajo las órdenes de generales peruanos que surgían como hongos, héroes
de un día, desaparecidos al siguiente. Es un hecho histórico que a los libertadores
primero se les aclama y después se les detesta. El reconocimiento y la gratitud no
existen en política por una sencilla razón: un pueblo que no conquista por sí
mismo su libertad, se encuentra a la merced de aquellos que lo han liberado.
¿Qué se podía esperar en el Perú del ejército libertador, soldadesca indisciplinada
y corrompida? Durante un año, 1827 a 1828, no hubo sino revoluciones locales
desde Guayaquil hasta Caracas. Bolívar cosechaba lo que habíamos sembrado.
Con el militarismo solamente se funda la opresión. Jamás, dígase lo que se diga,
este hombre eminente o más bien, perseverante, se preocupó por organizar el
país. No era capaz de hacerlo; no comprendió que después de la expulsión del
ejército español, su misión había sido cumplida, que debía retirarse y dejar a otros
el cuidado de establecer un gobierno civil.
293
De acuerdo con la ley llegó la época de la revisión de la Constitución de Cúcuta.
La convención se reunió en Ocaña, pero fue disuelta inmediatamente por el
partido militar.
La sociedad más activa era la de los jóvenes que se reunían para estudiar;
muchos eran profesionales o alumnos del Colegio de San Bartolomé; su objetivo
secreto era el de expulsar al gobierno del Libertador. Se supo después que este
movimiento estaba dirigido por un viejo francés, Argagnil, uno de los sans
culottes de Marsella en 1793, por otro francés muy exaltado, Auguste Horment y
por un oficial venezolano, el comandante Pedro Carujo. La sociedad había
decidido al principio que la revolución estallaría el 28 de octubre en el curso de
una fiesta que se le ofrecería a Bolívar para celebrar el día de San Simón.
Diversas circunstancias les impidieron actuar.
294
sorprendió al oficial de guardia, degolló a los centinelas y penetró en el palacio,
después de haber hecho prisioneros a los hombres de turno. Un joven edecán,
Ibarra, trató de detenerlos y fue derribado después de ser gravemente herido.
Bolívar habitaba un entre suelo y los conjurados quisieron entrar allí, golpearon
con fuerza y cuando iban a tumbar la puerta apareció Manuelita.
Tiempo después todavía se veía sobre la frente de Manuelita el rastro del golpe
que le habían dado.
295
montados, quienes hicieron numerosos prisioneros. Sucedió lo que se puede
observar en todos los golpes sorpresivos y es que los indecisos —que eran
numerosos— se pronunciaron por los vencedores. Yo conocí a varios que se
condujeron en esa forma, entre otros, al vicepresidente de la república general
Santander.
Los conspiradores perseguidos por la tropa y por el pueblo, fueron detenidos casi
todos y el general Santander fue llevado a prisión al día siguiente, aun cuando no
hubiese cooperado activamente en la revuelta.
296
consejo de guerra lo condenó a ser pasado por las armas, pero el consejo de
ministros opinó que era preferible conmutar esta pena por la del destierro. Algunos
años después de estos sucesos, Bolívar había muerto y Santander regresaba a
Colombia como presidente. Yo tuve la oportunidad de almorzar con él en Santa
Marta, cuando yo regresaba a Francia. Se han discutido los motivos que tuvieron
los conjurados para atentar contra la vida del Libertador y se creyó ver en este
atentado la mano de España. Nada menos probable. Los conspiradores eran
simplemente unos exaltados ambiciosos. En lo que se refiere a Horment, el cónsul
general de Francia, el señor Martigny, me ha asegurado que en los papeles que él
examinó después de la ejecución de este infeliz, no encontró sino cartas de
familia, entre otras una muy afectuosa de su madre, dándole el consejo de no
mezclarse en política.
—“Figúrese que quería defenderse. ¡Dios mío! era divertido verlo en camisa y
espada en mano. Don Quijote en persona; ¡si no lo hubiese hecho saltar por la
ventana, habría sido hombre muerto!”.
297
CAPÍTULO XIII
Expedición de 1824— En los llanos del Meta.
Las llanuras al este de las cordilleras de la América intertropical, tienen por límite
las selvas impenetrables del Alto Orinoco y los pantanos de la Guayana; están
atravesadas por numerosos ríos: el Apure, el Guaviare, el Putumayo, ríos
importantes que nacen en las vertientes orientales de las montañas de Venezuela
y de la Nueva Granada. Situadas bajo la zona tórrida, a poca altitud, esas estepas
tienen un clima extremadamente caliente. Su inmensa extensión y su superficie
unida traen a la mente la imagen del océano, si no fuera por su silencio y por su
movilidad, porque así como lo anota Humboldt: “El desierto es inanimado y
muerto, como podría serlo un planeta devastado”.
Las estepas son fértiles; es una zona pastoral. En los llanos del Apure se
encuentran algunas ciudades, pueblos y misiones en donde viven indios
catequizados. En Venezuela, los pastizales ocupan una superficie de 6.695
miriámetros cuadrados, de los cuales 717 se inundan cada año.
Los llanos del Apure y de Barinas, de acuerdo con las estadísticas del coronel
Codazzi, contenían en 1839 un millón de cabezas de ganado, caballos y mulas; si
se tienen en cuenta los animales que pastan en la Guayana y Barcelona, se llega
a la cifra de 2000.000 cabezas de la raza bovina y caballar.
298
En el Apure, una superficie de 1.866 leguas cuadradas no contiene sino 15.500
habitantes. Los llanos de Barinas son más poblados y se avalúa su población en
115.000 almas. Allí se cultiva el tabaco, el añil, el cacao, el café y el algodón.
Los llaneros son mulatos y zambos, de una prodigiosa actividad: desnudos hasta
la cintura, pasan su vida a caballo y les es trabajoso hacer la menor diligencia a
pie; armados de una lanza para defender los rebaños contra los ataques de los
tigres, llevan además, enrollado en la cabeza de la silla, el lazo de cuero para
detener y voltear un toro y, cuando hacen la guerra, desmontar al enemigo. Estos
hombres, cuya ocupación es la de reunir el ganado y de marcarlo con un hierro al
rojo, se alimentan de carne secada al aire, después de haber sido espolvoreada
de sal; la raíz de la yuca reemplaza al pan.
La inundación de los llanos coincide con las crecidas del Orinoco, el equinoccio de
primavera, hacia el fin de marzo, cuando la brisa ya no se siente. La creciente no
es continua sino intermitente; el río baja algunas veces en abril y llega al máximo
de su altura en julio y permanece lleno hasta los últimos días de agosto, para
disminuir lenta y gradualmente en enero y febrero.
299
por el Casiquiare hasta los establecimientos del río Negro. La noticia de este
increíble encuentro se regó rápidamente y algunos meses después La Condamine
anunciaba el descubrimiento del Casiquiare en el curso de una sesión pública de
la Academia de Ciencias.
Las crecientes promedio del Orinoco a Angostura no pasan los 8 metros. Al hacer
retroceder los ríos tributarios hacia sus fuentes, modifican el régimen y así
concurren con las lluvias ecuatoriales de la estación, a la inundación de las partes
menos elevadas de las estepas. El límite del ascenso de las aguas del llano hacia
las cordilleras, depende naturalmente de la pendiente del lecho de los ríos y el
suelo de los llanos se eleva insensiblemente hacia las montañas. De manera que
al comparar las observaciones barométricas hechas durante nuestra expedición
en el Meta, desde el embarcadero superior hasta su unión con el Orinoco, se
encontró una diferencia de nivel de 139 metros sobre una distancia de 430 millas
geográficas (147 leguas colombianas) (2) o sea una pendiente media de cerca de
0,35 metros por milla, pero la pendiente del lecho del río está lejos de ser uniforme
en todo su recorrido; disminuye a medida que se aleja del nacimiento. Así, el
Apure y el Meta tienen corrientes tan poco pronunciadas al acercarse a su
desembocadura que a veces su dirección parece incierta. Con pendientes tan
suaves se puede concebir que la creciente del Orinoco penetre tanto dentro de los
otros ríos que los hace salir de sus lechos. Por ejemplo, en el Meta hemos
encontrado que la diferencia de altura entre la boca del Casanare y el de su punto
de unión con el río es de 37 metros y la distancia de 225 millas; así se obtiene
1,06 metros por la pendiente por milla. La altitud de la misión de San Simón por
encima del punto de unión es nula y la distancia es de 205 millas. Ocurrió que
hasta esta distancia las aguas del Meta siguieron en el llano el movimiento
ascendente de las aguas del Orinoco y que se regaron en las estepas, como
sucede generalmente cuando un río no está encañonado; de esto resultaron
300
desbordamientos que formaron una capa de agua que se extendió más en la
medida que la pendiente del terreno es menor.
A una altitud absoluta de 200 metros los pueblos escapan a las inundaciones; éste
es el caso para los llanos poco alejados de las montañas, como donde está
situada la ciudad de San Martín. Los principales ríos que desembocaban en el
Orinoco son el Apure y el Arauca que vienen de la Sierra Nevada de Mérida; el
Meta y el Guaviare, originarios de las cordilleras de Cundinamarca; y al sur del
ecuador los ríos del Caquetá y el Putumayo que salen de los Andes de Pasto y
corren hacia el Amazonas. El comercio de los llanos de Venezuela que exporta
sus productos como carnes saladas, mulas, etc. hacia la Guayana y las Antillas,
se hace por el río Apure.
El Meta ha sido considerado durante largo tiempo como la vía más conveniente
para la exportación de las harinas producidas en las mesetas de la Nueva
Granada. Los jesuitas apoyaron con ese objeto, el establecimiento de misiones
sobre sus riberas; hasta el presente, no se ha practicado este tránsito de manera
permanente. En primer lugar las tierras temperadas de Bogotá y de Tunja, no han
tenido sino cultivos de cereales apenas suficientes para el consumo del país; en
segundo lugar es más racional llegar al mar por el río Grande de la Magdalena,
ruta directa cuyo embarcadero se halla en Honda, que el camino de la navegación
del Meta, a través de extensiones desérticas y luego la travesía del Orinoco. Los
llanos, por su inmensidad, su aspecto tan variable de acuerdo con las diversas
épocas del año, los bellos ríos que los atraviesan para desembocar en uno de los
más grandes ríos conocidos, ofrece un increíble espectáculo que apenas yo había
entrevisto en mis excursiones de Maracay a las ciudades de San Carlos y de Cura
y fue con una viva curiosidad que recorrí los llanos de Calabozo, pero el proyecto
que había concebido de penetrar hacia el interior de las estepas no se pudo
realizar sino en 1824.
Una expedición formada por el señor Mariano de Rivero, el doctor Roulin y yo, fue
encargada de llenar el vacío dejado por Humboldt y de explorar esta región
principiando por nivelar, con la ayuda del barómetro, la pendiente Este de la
cordillera que llevaba a los llanos de San Martín. Nos acompañó un piquete de
soldados al mando de un suboficial con el objeto de rechazar, en caso de
necesidad, a los indios no sometidos todavía al gobierno.
301
regiones frías la permanencia en los llanos del Este era con frecuencia mortal. Se
nos despedía como si no nos fueran a volver a ver; en cuanto a nosotros,
partíamos con toda la despreocupación de la juventud. La víspera de la salida el
ministro me rogó acompañar a un monje de San Francisco para instalarlo en un
curato que debía ocupar en los llanos de San Martín; era un exilio provocado por
una conducta más que ligera, escandalosa. Religioso encantador de una figura
encantadora, muy buscado por las mujeres, jugador y libertino, llegó puntualmente
a la cita. —Yo debía ser su custodio— excelente compañero después de todo y
muy divertido. En camino, cantaba canciones imposibles de traducir; en el vivaque
jugaba con los soldados y les enseñaba a marcar las cartas, nos contaba historias
escabrosas, luego —a la oración— decía sus plegarias con mucha unción.
La ruta que íbamos a tomar para bajar al llano era precisamente aquella por donde
llegaron Federmán y su tropa miserable, extenuados a donde los muiscas,
después de haber andado errantes durante más de un año, buscando el Dorado.
El río Negro recibe al río Umadea; estos dos torrentes nacen en los páramos de
Sumapaz y de Chingaza y se consideran las fuentes del Meta; en Ranchería se ve
la grauvaca, junto con esquistos negros. Pasamos dos días en la posada,
organizando nuestros transportes. El 19 salimos por el paso del Caballo,
atravesando el Alto del Santuario (altitud 2.342 metros) y Lagunita (altitud 1.867
metros); a las 4 de la tarde llegamos a nuestro destino, una hacienda sobre el río
Negro (altitud 984 metros). La naturaleza del terreno no había cambiado; seguía
302
siendo el esquisto mezclado con fragmentos de granito y de rocas talcosas. Por la
noche obtuve una muy buena altura meridiana de “Canopus” para fijar la latitud de
esta estación.
En el paso del Caballo el río Negro corre al SSE, y recibe el torrente del río
Blanco. El 20 de enero, por la mañana, la temperatura era de 19° cuando dejamos
la granja del paso del Caballo. Al salir del valle se sube una fuerte pendiente hasta
el sitio de San Miguel (altitud 1.631 metros); una hora después atravesábamos la
quebrada de Chiraga (altitud 1.561 metros) y dos horas más tarde, ya a medio día,
al paso de las mulas llegamos a Suzumuco, (altitud 894 metros). Una hora y 45
minutos después llegamos a Corrales, cabaña aislada (altitud 1.134). A las 3 y
cuarto a la quebrada Pipiral (altitud 807 metros); a las 5 llegamos al Alto de
Servitá, desde donde se ven los llanos (altitud 1.194 metros). Habíamos andado
sobre terreno esquistoso y nos detuvimos en una barraca llamada Servitá (altitud
979 metros). Desde este sitio se podía seguir el curso del río Negro en dirección
SSO y en seguida hacia el OSO; después de un gran recorrido vuelve a tomar la
dirección ESE que conserva al llegar al llano.
Dos horas más tarde nos detuvimos con la intención de almorzar cerca de un río
encantador; el Ocoa, cuya agua era límpida y fresca; nos encontrábamos entre
palmeras esbeltas y magníficas; colocamos nuestros petates, encima de
bizcochos de maíz y un estupendo jamón de York que el doctor Roulin se dedicó a
trinchar. Ya estábamos dispuestos a comer, cuando de pronto nos inundó una
espesa nube de mosquitos y fuimos literalmente devorados, de manera que
tomamos los caballos y en un instante nos alejamos del sitio. Roulin, al huir,
303
mantenía el jamón, por encima de su cabeza, así que fue seguido por los insectos
durante 1 o 2 kilómetros; cuando estuvimos fuera de su alcance, pudimos
almorzar, pero, desgraciadamente, no hubo qué beber.
En este sitio encontramos que el río Ocoa tiene 405 metros de altitud; dos horas
después de haberlo atravesado, desembocamos en la sabana; habíamos llegado
a los llanos de San Martín con un tiempo espléndido; el piso estaba cubierto de
rica vegetación y nos detuvimos ante un pequeño estanque en donde nadaban
algunas tortugas; el agua estaba caliente: 38°, pájaros de rico plumaje permitían
que uno se les acercara y un ciervo bebía. La escena recordaba, bastante bien, la
carátula de la obra del abate Pluche que representa al hombre en el centro de la
creación.
Para no reiterar los increíbles sufrimientos que el viajero enfrenta en las regiones
en donde la atmósfera está infestada de esos terribles insectos, contaré su historia
de acuerdo con Humboldt, quien estuvo expuesto a sus ataques con tanta
frecuencia, durante su memorable navegación por el Alto Orinoco:
304
hacia afuera, percibe como una nube animada. Humboldt calcula en un millón la
cantidad de mosquitos encerrados en un metro cúbico de aire. En una selva
atravesada por un río, los insectos disminuyen a medida que uno se aleja de la
orilla y la diferencia es considerable. Así que los indios huyen de las misiones
colocadas cerca de una corriente de agua y prefieren el interior de la selva. En
efecto, sobre el Orinoco y sus afluentes se vive dentro de una verdadera nube de
insectos y un indio Saliva le decía al padre Gumillo: “se debe vivir feliz en la luna
porque al verla tan bella y tan clara debe ser porque está libre de mosquitos”.
Un hecho notable bien conocido de los misioneros del Orinoco es el de que las
diferentes especies de estos seres maléficos no se asocian jamás, o más bien,
nunca funcionan en conjunto, de donde resulta que, de acuerdo con las horas del
día, siempre lo atormentan a uno especies distintas. Cada vez que cambia la
escena, se consiguen unos minutos de calma.
De las seis de la mañana a las cinco de la tarde el aire está lleno de mosquitos
que tienen la forma de una pequeña mosca y no la de sus primos de Europa
(culex pipiens). Son los simúlidos de la familia de los nemóceros del sistema de
Latreille. Su dolorosa picadura deja sobre la piel un punto pardo rojizo de sangre
extravasada y coagulada. Una hora antes de ponerse el sol, los mosquitos son
reemplazados por los tempraneros matinales, así llamados porque también se ven
por la mañana. Los tempraneros ceden el sitio a los zancudos culex, de patas muy
largas y armados de una trompa que sirve de forro a un aguijón agudo que
ocasiona los dolores más fuertes y produce sobre la piel ronchas que persisten
durante varias semanas. El zumbido de los zancudos es más fuerte que el de sus
primos de Europa y Humboldt trajo consigo 5 especies del Magdalena y del río
Guayaquil. La más temible es el culex cyanopteras de vientre azul, el cual es un
gigante. Hay otra especie, apenas visible y muy incómoda para el hombre: es el
jején; no es nocturna, sino precrepuscular; alrededor de una fogata no hay por qué
temerles, sino al principio y al fin de la jornada; de todas maneras, en las
habitaciones poco iluminadas en donde de la mañana hasta la tarde, reina un
crepúsculo permanente, se sufre singularmente por la irritación constante que
ejerce sobre la piel.
305
Humboldt ha dicho, con la autoridad de un mártir de estos insectos, que es
imposible no distraerse en una investigación cuando se es molestado por los
mosquitos, los tempraneros, los jejenes y sobre todo por los zancudos que
perforan la ropa con su aguijón en forma de aguja o que provocan la tos y los
estornudos al introducirse en la boca o en la nariz, por muy acostumbrado que se
esté a aguantar el dolor y por vivo que sea el interés que el viajero tenga por la
ciencia.
Me pude convencer del poder del aguijón del zancudo por haber sido picado a
través de un pantalón de cuero y lana: el único medio de sustraer el cuerpo a los
insectos nocturnos es el de usar un vestido de badana. Un entomólogo de la
expedición del señor Bourdon, llevaba uno de estos que lo preservaba del aguijón
de los zancudos, pero que no pudo resistir por el calor.
306
El cura, un monje franciscano, antiguo jefe de guerrillas, nos pareció un excelente
compañero y la expedición llegó a tiempo para él porque su mujer, o más bien su
india, estaba a punto de dar a luz. El caso era grave y el doctor Roulin la atendió
en el acontecimiento, no sin grandes dificultades. Yo lo ayudé en la operación y le
hice al niño una pequeña cofia, cortando la punta de uno de mis dos gorros de
algodón y admiré el valor de la parturienta para soportar los dolores, a pesar de no
tener sino 11 años.
Puse en orden los instrumentos para seguir las variaciones del barómetro y poder
determinar la latitud; pedí que se me limpiara la habitación, para lo cual me
enviaron dos indias muy jóvenes, acompañadas de un cabo de justicia, algo así
como un sub-alcalde, encargado de vigilar las barrenderas; las indias pusieron
manos a la obra, pero como el representante de la autoridad, armado de su vara,
hacía ademanes de maltratarlas, procedí a sacarlo; apenas hubo salido de la
puerta, regresó por la ventana, sin manifestar la menor emoción; entonces lo tomé
por debajo de los brazos, le di fuete y lo saqué de nuevo de la sala; creo que obré
mal. Sin embargo las barrenderas se mostraron muy felices y reían a carcajadas
con el ruido de los lapos que resonaban en el trasero de su vigilante.
Las flechas envenenadas con curare son muy utilizadas por los indios. Matamos
un mono araguate con una de esas flechas y comimos la carne asada, flaca, seca
—y, para mi gusto poco sabrosa—; además el animal se parecía tanto a un niño,
que causaba una fuerte repugnancia.
307
comestible; con las fibras los indios preparan “birotas”, flechas livianas, cuya punta
untada de “cumare” sirve para matar pájaros al ser lanzada con la cerbatana; del
cumare, la más alta de las palmeras, se obtienen fibras para hacer hamacas; el
“pipiral” produce frutos harinosos; cada año el “chiquichiqui” produce una especie
de cabellera con la que se preparan encordados de notable solidez y elasticidad.
Pero, entre las plantas que producen gran sorpresa por la importancia y amplitud
de sus aplicaciones, se debe colocar en primera fila la palmera “moricho” (caucus
mauritia) conocida por los misioneros con él expresivo nombre del árbol de la vida.
Además de sus nutritivos frutos, que antes de llegar a la madurez ofrecen un
alimento amiláceo y cuando están maduros se extrae de ellos aceite también los
cogollos son alimenticios. De la parte fibrosa de su corteza se hacen telas y
hamacas, con la hoja verde se trenzan sombreros y velas para las embarcaciones
y hasta la corteza de sus frutos procura a los indios un vestido muy adecuado. La
savia, rica en materias azucaradas, produce al fermentarse un licor embriagante;
el tronco antes de la fructificación, contiene una médula de la cual se hace pan y
cuando aquella se putrifica, nacen gusanos blancos en grandes cantidades, que
los caribes consideran un bocado delicioso: en fin, el tronco del mauritia produce
excelente madera de construcción.
Yo tenía muchos deseos de asistir a una cacería con birotas, esas finas flechas
que tienen su punta mojada en curare. El buen cura me consiguió un indio
308
coreguaje, que tenía una cerbatana de 1,50 m de largo y llevaba a la espalda un
carcaj lleno de flechas envenenadas. Tan pronto llegamos al bosque vimos un
pájaro del tamaño de una gallina, especie de paujil, parado sobre una rama;
llegados a una distancia de 6 a 8 metros, mi cazador lanzó una flecha que se
clavó en el muslo del animal, que cayó muerto cinco minutos después de haber
sido herido. En ese momento, el indio, con la cerbatana apoyada en el piso, me
hizo entender pon un gesto imperioso, que yo debía recoger el ave. Durante un
momento admiré la postura del coreguaje y la belleza de sus formas, pero
reflexioné que me estaba faltando al respeto y le apliqué sobre las nalgas una
sonora palmada. Es por cierto fácil azotar a una persona sin pantalones. Con un
gesto significativo, mucho menos plástico que el suyo, le ordené recoger el
producto de la caza, lo cual hizo caminando lentamente con gracia y dignidad. De
regreso a San Martín, el cabo Jacobo preparó un muy buen guisado de paujil. De
cuando en cuando yo hacía una excursión a Iraca, situado a una legua al norte de
San Martín, cerca del río Ariari, perteneciente a la cuenca hidrográfica del
Amazonas.
Iraca es una misión sin misionero: la iglesia estaba vacía. Los habitantes son
coreguajes que tienen pequeños cultivos de maíz y algunas chacras en la selva;
tienen un intercambio comercial permanente con los indios bravos del interior que
traen hamacas, flechas y aún puntas de lanzas hechas en metal, que consiguen
en las misiones del alto Orinoco. Pero los objetos de intercambio más apreciados
en Iraca son el curare, preparado en el Río Negro, arriba de los raudales y el
achiote pigmento rojo. Las razas de América tienen la costumbre de teñirse la piel
de rojo y en algunos casos rompen la uniformidad de este tinte, por medio de
dibujos amarillos, azules o negros. Los indios del Orinoco y de sus afluentes usan
dos materias colorantes: la bija u onoto, que se obtiene de la superficie de los
granos de la bixa orellana, árbol muy conocido en las colonias, y el achiote, fécula
que se retira de las hojas de una planta enredadera de climas calientes, la
bignonia chica que vi en el jardín del cura de San Martín. Cuando se mastican las
hojas de bignonia, la saliva adquiere un color rojo. Para extraer el achiote, sus
hojas se hacen hervir en agua y se pasa a través de una tela el líquido que
condene en suspensión la fécula roja; para apresurar la precipitación se añaden
algunos pedazos de la corteza de un arbusto llamado “arayumo”; la fécula se lava
y con ella se hacen galletas redondas de 5 a 6 pulgadas de diámetro, por 3 de
altura y luego se pone a secar.
Existe un gran consumo de ese pigmento y me han asegurado que los indios, para
aplicar el achiote sobre la piel, lo trituran con aceite de huevos de tortuga. La
ventaja que presenta el achiote sobre el onoto en la pintura aplicada sobre el
cuerpo, es que resiste la acción de la luz, mientras que el último desaparece
rápidamente cuando se expone al sol. Esta tendencia a pintarse me hizo divertir
en Iraca: no hacía dos horas que había llegado, cuando varios indios desnudos
vinieron a visitarme, con sus cuernos teñidos de manera que imitaban mi vestido
de levita azul con cuello rojo, adornos rojos, solapas negras, botones de plata,
309
pantalón rojo y botas, todo pintado sobre la piel; desde luego el pantalón era muy
ceñido.
En los llanos de San Juan los bosquecillos de palmeras son muy frecuentes y
contienen mucha caza. Los ciervos son muy comunes y era un espectáculo
interesante ver a esos animales aparecer en los claros, mirar en todas direcciones
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y salir corriendo hacia otro palmichal; nada más gracioso que su paso, la vivacidad
y la elegancia de sus movimientos. Me detuve inmóvil para admirar estos bellos
cuadrúpedos y rara vez vi más de dos juntos. En los llanos, donde vienen a
terminar las pendientes de la cordillera, no hay motivo para temer a las
inundaciones y es probablemente, por la seguridad que brindan, que los
palmichales se convierten en un lugar de refugio para los animales.
San Martín está a 432 metros por encima del nivel del mar y por consiguiente a
más de 200 metros por encima del Meta, en una de las partes más elevadas de su
recorrido. Se habían impartido órdenes al gobernador de la provincia para que se
nos procuraran embarcaciones y estábamos listos para salir. Yo había tenido
buena suerte en la observación del primer satélite de Júpiter y su inmersión, lo
mismo que una buena altura meridiana de la constelación de la Cabra: la posición
geográfica de la población estaba por lo tanto convenientemente establecida.
Durante la observación meridiana de la estrella, me sucedió algo bastante
desagradable: nada que sorprendiera más a los indios que verme observar un
astro con el anteojo. Estaba rodeado de varios coreguajes, silenciosos como
siempre, inmóviles y disimulando su curiosidad. La altura doble había sido tomada
afortunadamente porque, cuando entré a mi alojamiento para guardar el sextante,
los indios comenzaron a mirarse en el mercurio del horizonte artificial, haciendo
grandes esfuerzos para coger el metal.
Hubo una disputa y cuando salí para recoger los instrumentos, encontré el
horizonte volteado, el mercurio perdido y los indios desaparecidos. Por suerte
tenía mercurio de reserva; pero no hay nada más triste que perder un objeto útil
cuando se está en la imposibilidad de reemplazarlo fácilmente.
Antes de dejar San Martín visité de nuevo las casas de varias familias: habían
tenido una pesca milagrosa de manera que encontré a los indios tendidos
apaciblemente en sus hamacas, comiendo pescado cocido en agua, sin ningún
condimento, mientras que las mujeres mantenían vivas las llamas. Tuve la
oportunidad de ver preparar el pan, o más bien la torta de casabe, y de conocer la
yuca, cuya raíz es muy venenosa cuando está cruda, pero cocinada en agua o
asada, ya no tiene más veneno; se asegura que el tóxico es ácido prúsico, que el
calor expulsa debido a su gran volatilidad. Para hacer la torta de casabe se toma
la raíz cruda y se raspa con un rallo muy curioso un pedazo de tronco de palmera
en cuya superficie se han implantado fragmentos de cuarzo; la pulpa se coloca en
una larga manga hecha de hojas de palmera trenzadas; el jugo escurre gota a
gota y como es ligeramente azucarado atrae las moscas que mueren tan pronto lo
311
han probado. La pulpa, una vez escurrida, se cuece sobre un plato de arcilla muy
caliente; las tortas, una vez cocidas tenían un diámetro de 33 centímetros, por un
espesor de 3 a 5 milímetros y estaban ligeramente tostadas en la superficie.
Hicimos una buena provisión de ellas, ya que se conservan bien en los climas
húmedos y reemplazan perfectamente el pan y el bizcocho de maíz que los indios
poco utilizan, ya que prefieren llevar maíz tostado en sus peregrinaciones.
El día estaba espléndido y al fin teníamos a la vista los llanos, que recordaban el
océano por su inmensa extensión. Encontramos varias manadas de caballos
salvajes que huían a nuestra vista. Cuando no se ha visto el caballo libre en la
estepa no puede hacerse una idea completa de la belleza y de la gracia de
movimientos de este noble animal. Los grupos al galope, desaparecieron en un
instante. Qué diferencia con el ganado, acostado tranquilamente al sol y al que
nada asusta, rumiando al aire aceptan con satisfacción a los garrapateros,
(crotophaga major) aves que se alimentan de garrapatas y de otros insectos que
tienen en la piel o que se esconden en el pelo. Hacia el mediodía, la insolación era
insoportable; a pesar de una brisa noreste y de nuestros sombreros de jipijapa,
todos sufríamos y deseábamos fervientemente un abrigo. En la lejanía, algo móvil
se vio en el horizonte y pronto creímos distinguir algunos niños, pero eran tres
hombres armados de flechas que iban de cacería. A las 5 entrábamos a
Giramena, en donde pronto nos rodearon los indios, quienes traían bananos,
casabe, caña de azúcar y una gran cantidad de huevos secos de tortuga, cuya
cáscara arrugada tiene la apariencia de una vejiga; comí en exceso porque me
parecieron excelentes.
La hija del alcalde tenía las pantorrillas pintadas con achiote. El dibujo
representaba bastante bien un zapato y sus hombros eran azules. Conseguí
312
entonces el secreto de esa pintura: se produce con la fruta de un árbol llamada
“yagua” y es una especie de manzana de pulpa blanca, con la que se frota el
cuerno; poco a poco aparece el color azul índigo, pero sobre un papel o sobre una
tela no se manifiesta la coloración; se necesita que sea sobre la piel y
probablemente con sudor. Fue con ayuda de la “yagua” que en Iraca habían
imitado mi uniforme. Me teñí un brazo frotándolo con la “yagua”; la coloración azul
apareció en menos de dos horas y persistió durante varios días. Este tinte no
desaparece con el Sol, sino por la renovación de la epidermis.
Por la noche, aun cuando me sintiera indispuesto, tomé una altura meridiana de
Canopus; durante el día, a las 2, el termómetro marcaba 34,5°. Los indios son una
mezcla de achaguas y de amarizanos, al igual que entre Iraca y San Martín, son
los pobladores de Tamas, de Omoas y de Pamiguas, clanes insignificantes que no
habría ni siquiera mencionado, si no presentaran la particularidad de que, aun
cuando muy vecinos y de la misma raza, no hablen el mismo idioma. Lo mismo
ocurre en el alto Orinoco. En cuanto a la fisonomía, pertenecen a la raza cobriza y
si en las misiones se encuentran narices europeas, las atribuyo a la influencia de
los curas, todos de raza blanca o mestiza. Si alguien duda de la influencia de los
monjes sobre las características de la comunidad, diré que mi amigo Gutiérrez,
cura de Guaduas y después canónigo de Bogotá, reunía en su mesa 20 niños que
había tenido con mujeres blancas, indias, negras, mestizas, zambas o mulatas
indudablemente era un buen padre de familia.
De acuerdo con las informaciones obtenidas del comandante, anoto aquí unos
datos de San Martín:
Encontré que Giramena tiene una altitud de 216 metros que es exactamente la del
río Humadea, en el punto de su unión con el río Nare, en donde debíamos
embarcamos. En realidad, Giramena es el embarcadero del alto Meta, aun cuando
la navegación no sea factible para las grandes canoas y las piraguas de vela sino
a partir de Marayal. Aquí el Meta es ya un gran río, más ancho que el Sena, aguas
abajo de París; la corriente era rápida, aun cuando luchaba contra un fuerte viento
del Este.
313
Con frecuencia yo iba por la mañana a tenderme sobre la playa del río para fumar
un cigarro, gozando del fresco; un día noté las idas y venidas de gentes, cosa que
no me explicaba: un indio o una india pasaban dignamente, entraban en el agua
hasta la cintura, miraban al oeste aguas arriba, permanecían inmóviles durante
algunos minutos, luego salían del río y regresaban al pueblo. Descubrí por fin que
esos indios entraban en el Meta para satisfacer una necesidad, para sentir, de
acuerdo con la expresión del doctor Alambest “el único placer que no dejaba
malos recuerdos”.
Estos indios eran amarizanos y achaguas, de un carácter muy suave, como los de
Iraca. Mientras medía a algunos de ellos, estaturas entre 1,50 y 1,60 metros, sentí
un violento dolor en todos mis miembros que me obligó a tirarme en la hamaca,
donde sufrí un terrible acceso de fiebre. Durante toda la noche los indios
mantuvieron el fuego encendido en la casa donde yo habitaba, cosa bastante
incómoda. Siempre he observado que al hombre desnudo le gusta calentarse,
durante la noche, aún en los climas más calientes. Desde mi hamaca veía las
caras de tres indias, sentadas sobre un banco y a quienes mis gemidos hacían reír
a carcajadas; le pedí al cabo Jacobo que bajara con el fin de no ver los rostros de
estas mujeres, pero fue peor porque ahora veía reír los vientres. Nada más
espantoso que un estómago riéndose a carcajadas, contrayendo el ombligo con
los movimientos más raros y más desordenados. El cabo Jacobo logró hacer salir
a las indias inoportunas con algunos fuetazos. Mi fiebre no cesaba; una especie
de sacristán me regaló una medalla con la efigie de Nuestra Señora del Carmen,
de las que preparan y venden los capuchinos de una misión del Orinoco , como un
remedio milagroso contra las fiebres: la medalla se tritura y se disuelve en agua
para beberla. El hecho es que sentí una momentánea mejoría. ¡Astutos estos
capuchinos! Su imagen bendita es una mezcla de arcilla plástica y de quinina.
Al día siguiente, aun cuando me había tomado toda una Virgen, aumentó la fiebre.
Es que cuando se vive en una atmósfera en donde la fiebre es común a sus
habitantes, sea cual fuere su causa, la quinina produce poco o ningún efecto y eso
lo saben, por cruel experiencia, los pobres religiosos de las misiones. “¡Tengo 20
años de calenturas!” le decía a Humboldt un misionero del río Negro, quien no
cesaba de temblar. Se sufre sin tomar medicinas y no se recupera la salud sino
huyéndole al foco de infección; la mejoría es lenta y los accesos son periódicos y
no desaparecen sino después de varios meses de permanecer en un clima sano.
Procedimos a embarcamos cuando llegaron las canoas y nada más divertido que
nuestra mudanza: para llevarla a cabo habían puesto a nuestra disposición una
cincuentena de indios pintarrajeados de rojo con achiote; cada uno llevaba un solo
objeto por pequeño que fuese; uno cargaba una pluma metálica y se necesitaban
314
dos para llevar un par de botas; seis libros demandaban seis individuos. La
procesión marchaba ceremoniosamente bajo la inspección de un regidor pintado
de rojo como sus administrados, pero que no llevaba más que la vara de
comandante.
Las mujeres formaban una calle desde el pueblo al río y yo cerraba el cortejo,
sosteniéndome difícilmente. Me acostaron en una canoa y tuve un acceso tan
violento que comencé a delirar. Mis compañeros que también temblaban, estaban
muy inquietos y tenían tristes presentimientos.
Los ríos, lo mismo que las selvas húmedas y calientes de las regiones
ecuatoriales, son funestos para la salud. Loefling, discípulo de Linneo, murió en
las riberas del Caroní; Humboldt y Bonpland casi mueren en Angostura, sobre el
Orinoco y yo recordaba que un joven naturalista sueco falleció en pocas horas
debido a las fiebres, al desembarcar en Honda, sobre el río Magdalena. En el poco
equipaje de esta víctima de la ciencia, había algunas plantas secas y la miniatura
de una linda joven, su hermana o su novia; estaba también el perrito que lo
acompañaba y que costó mucho trabajo retirar del cadáver, ya que sus aullidos
provocaban lágrimas.
En ciertas épocas del año las playas de río muestran grandes cantidades de
huevos de tortuga cubiertos de arena; sondeando el terreno con una vara, se
determina la extensión del depósito. Los puntos principales en donde se reúnen
315
cada año los animales para desovar, están situados en la confluencia del Orinoco
y del Apure, donde existen cataratas que no logra remontar la mayor de las
especies, la “arrau”. Allá era a donde se dirigían los indios. Una “arrau” pesa de 20
a 25 kilos; sus huevos son más grandes que los de paloma y tienen una forma
más esférica; eran los que yo había comido en exceso en Giramena. La tortuga
“tseckay” es mucho más pequeña que la “arrau” y su carne es más delicada.
Los grandes desoves tienen lugar cuando bajan las aguas: la misma época de
nuestra permanencia en el Meta. Cuando un campamento indio se establece,
comienza la explotación bajo la dirección de un misionero. Los huevos, sacados
de la arena, se rompen dentro de una artesa llena de agua y se revuelven con una
pala, luego se exponen al sol hasta que un aceite amarillo sube a la superficie y se
recoge para hervirlo: este aceite límpido, sin olor y escasamente coloreado, es la
grasa de la tortuga que se emplea para iluminación y en la cocina.
Todas las tardes, hacia las 5 mientras duró la navegación por el Meta,
desembarcábamos para cenar; luego, cuando llegaba la noche, nos volvíamos a
embarcar para bajar el río en silencio y poder dormir sin prender fuego sobre una
playa, algunos kilómetros más abajo que el punto en donde habíamos cocinado.
Procedíamos así para disimular nuestro paso a los guahibos, indios muy agresivos
que rondaban con frecuencia la región. En una oportunidad, a pleno día, vimos un
campamento de indios y desembarcamos para observarlo de cerca; los indios
estaban cocinando su “picho” en una olla de barro; Roulin fue a tomar un tizón del
fuego para prender un cigarro, cuando uno de ellos, adelantándose, le dijo en
francés: —“Señor, aquí hay fuego”. Este singular personaje de pequeña estatura y
muy pintado, había nacido en las Antillas: era un marinero que hacía años vivía
con una familia india, porque prefería la sociedad del salvaje a la del hombre
civilizado. Estos casos son bastante frecuentes; sin embargo, no logramos obtener
de este individuo ninguna información útil.
Estábamos midiendo una base sobre la playa para tomar el ancho del Meta,
cuando de pronto, sobre la ribera opuesta, vimos aparecer algunos guahibos,
quienes nos lanzaron flechas envenenadas. Como lo he relatado varias veces,
nada influye tanto sobre la moral de un soldado como el riesgo de ser alcanzado
por una flecha que lleve veneno. Hicimos algunos disparos a los agresores para
tranquilizar a nuestros hombres, demostrándoles que el fusil tiene infinitamente
más alcance que el arco.
316
Algunos indios debieron quedar gravemente heridos a juzgar por el afán que
pusieron en llevarlos, posiblemente algunos muertos. Después se pudo medir
tranquilamente el ancho del río.
El doctor Roulin, viendo que mi estado se agravaba, pensó que debía llevarme a
un clima templado, tan pronto fuera posible. Me acostaron en una canoa que me
pareció más un féretro y en compañía del cabo Jacobo y cuatro remeros
remontamos el río. El doctor me recomendó expresamente no tomar ningún
alimento y mantener una dieta absoluta. Las ideas de Broussais de tratar todas las
enfermedades por el hambre, eran adoptadas entonces por los jóvenes médicos.
Cuántos días seguí embarcado, no lo sé. Cuando volví en mí, me encontré en una
hamaca, en la casa cural de Giramena; allí pasé dos días bebiendo limonada. Me
puse en camino en dirección de “tierra fría”, cuando se consiguieron unos
caballos, es decir, que para salir de los llanos tomé el mismo camino que
habíamos seguido para entrar. Me dirigí hacia Apiay al paso, bajo un sol ardiente.
El acceso de fiebre fue tan fuerte que me vi obligado a detenerme en una
miserable choza en donde pasé la noche. También estaba allí un hombre
horriblemente herido en una pierna por un machetazo: ¡cómo gemía el infeliz y
qué infección producía la supuración! Al día siguiente, muy temprano, me subieron
al caballo y el cabo tuvo la precaución de amarrarme a la silla; el llano estaba
ardiente y pronto terminé mi provisión de agua. Por la tarde llegamos a Apiay y me
instalé en una casa construida con guadua; supe que toda la familia que allí
habíamos visto, había muerto. Me arrastré al presbiterio y como lo había dicho
antes, mi joven monje estaba ya enterrado; puse una pequeña cruz sobre su
tumba.
De Servitá, en donde pasé la noche bien cuidado por la joven mestiza que me hizo
tomar no sé qué infusión, esperaba llegar a la hacienda de la Cabuya, lo cual no
se pudo, pues la fiebre fue tan intensa que tuvimos que pasar la noche en la selva,
tan espesa en ese sitio, que nos fue imposible prender fuego para alejar a los
317
tigres. Mi hamaca fue suspendida entre dos árboles; el cabo cargó de nuevo su
carabina, prendió su pipa y se sentó sobre una piedra. La luz de la luna penetraba
a través de las hojas y esta escena nocturna debía tener algo de fantasmal: un
joven oficial moribundo, velado por un veterano de las guerras de la
Independencia, ¡con una dedicación maternal! Frecuentemente yo pedía de beber,
el cabo me daba algunas gotas de agua, luego sentía que me ponía en la boca un
pedacito de algo resistente que tragaba con mucha satisfacción y me gustaba: él
continuaba alimentándome y así me dormía. Al despertar, pedía de beber para
recibir al mismo tiempo lo que creía ser una píldora.
318
de paño azul estaba completamente blanco, cubierto de grandes piojos, en
prodigiosa cantidad. Cuando el buen hombre se levantó llovían insectos. Se
consoló regañando al dueño de casa. En las regiones frías, bajo el régimen de los
incas, de los zaques y de los muiscas, el indio convivía con los piojos; sigue
siendo así todavía. Después de todo, el piojo es mucho menos incómodo que la
pulga.
Bourdon era un hombre instruido, pero ladrón por temperamento. Robaba todo lo
que estaba a su alcance. Antiguo cirujano militar durante la guerra de España,
probablemente tenía la costumbre de despojar a los moribundos.
319
Mi coronel José María Lanz venía a verme todos los días y aun varias veces al
día. Juzgó que mi caso era tan grave que me hizo transportar a su casa. Me
colocaron en una silla de mano acompañado por un artillero: en esa clase de
vehículo ordinariamente se llevaba el viático a los agonizantes, de manera que
cuando mi cortejo atravesó la plaza de mercado, todo el mundo se arrodillaba a mi
paso. Me acomodaron en casa de la gorda señora Gertrudis, en donde tuve una
cama con un colchón. Lanz no me dejaba: era un increíble enfermero y eso era lo
que necesitaba porque durante 15 días persistieron las fiebres. En mis momentos
lúcidos entreveía a la señora R .... que lloraba a lágrima viva; no había ningún
médico extranjero en Bogotá, lo cual me salvó; un inglés o un francés, no se
habrían atrevido a administrar la quinina, Ibáñez, un médico de la facultad de
Bogotá, me la dio en fuertes dosis con jarabe de naranjas agrias, medicina que me
hacía tomar el coronel Lanz a horas fijas, con la precisión matemática que era una
de sus costumbres. Cada 24 horas tomaba 60 gramos de quinina en polvo: la
fiebre cedió en algunos días y entré en convalecencia, ¡pero en qué estado!
Escasamente podía tenerme en pie; había perdido mis hermosos cabellos rizados.
Según el coronel Lanz, estaba reducido a mi propio eje. Mi memoria se había
debilitado tanto como yo mismo.
Cuando pude hacer algo pasé mis días elaborando extractos de libros de cocina y
no conseguí salir sino unas dos semanas después de haber dejado la cama. No
pensaba sino en comer y entraba frecuentemente a las confiterías, en donde me
llenaba de golosinas. La señora R... me ofrecía pequeñas comidas finas a las que
siempre asistía el coronel Lanz.
Durante mi convalecencia tuve que cuidar a mi pobre coronel Lanz quien sufrió
una hemorragia pulmonar que sólo se detuvo cuando trasladamos al enfermo a
1.500 metros por debajo de Bogotá.
Roulin y Rivero regresaron a la meseta con fiebres y el primero tuvo una grave
enfermedad del hígado. ¡Cuántos sufrimientos para conocer el curso del río Meta!
Para mí fue un eclipse de dos meses en mi existencia. Habiendo recuperado mis
fuerzas, volví a trabajar al principio de junio de 1824. Fue entonces cuando hice mi
primera excursión a las minas de sal de Zipaquirá.
320
CAPÍTULO XIV
Cordillera Central y Cordillera Oriental— Valle del
Cauca— Minas de oro de La Vega de Supía -
Provincia de Antioquia.
Las cordilleras se desprenden del nudo que forman los Andes cerca del volcán de
Pasto de Popayán. El río Cauca corre entre esas dos cadenas hasta Mompós,
donde entra en el río de la Magdalena, del cual es el principal afluente. Las
comunicaciones entre el valle del Magdalena y el del Cauca, son difíciles debido a
la altura de la Cordillera Central que hay que franquear por senderos abiertos en
espesas selvas.
He atravesado varias veces esta cordillera, cuya vertiente oriental había estudiado
durante mis excursiones por el Valle del Magdalena entre Honda y Neiva y con
ocasión de mi ascensión al volcán del Tolima, cuando me fue posible estudiar su
constitución geológica hasta una altura considerable.
De todas maneras fue en 1827 cuando pasé por primera vez del Magdalena al
Cauca con la misión de examinar el estado de la explotación de oro en el distrito
de La Vega de Supía, para dar mi opinión sobre los precios que pedían varios
propietarios de minas a una poderosa compañía inglesa que se había formado en
Londres con el objeto de explotar las riquezas de la Nueva Granada. Debía
relacionarme con el notario (escribano) encargado de las adquisiciones. El doctor
Roulin, en caso de que yo aprobase las transacciones, se uniría conmigo en
321
compañía de un oficial de minas, el señor R. Walker, para ejecutar el plano del
distrito. Yo era, en realidad, el comisario designado por el ministro para conciliar
los intereses del Estado con los de la Colombian Mining Company.
Son claras las dificultades para cruzar la cordillera con masas de un peso
considerable y que no siempre se podían repartir en cargas de 3 a 4 arrobas.
Después de un descanso de dos horas subimos al alto del Aguacatal (altitud 2.590
metros) a donde llegamos a las tres; bajamos entonces hasta un riachuelo de
nombre Cruz Gorda, en donde establecimos nuestro vivaque a 2.133 metros. Eran
las 5; durante esta jornada habíamos caminado hacia el Oeste. El fuego fue
encendido para cocinar; abrigados bajo un techo improvisado con grandes hojas
de bijao, habríamos pasado una buena noche si los insectos no nos hubieran
atormentado terriblemente. El 19 a las 7, después de haber tomado chocolate,
subimos al alto de Cruz Gorda (2.164 metros) para bajar en seguida al lecho del
río Perillo, a donde llegamos a las diez (altitud 1.530 metros) muy fatigados,
extenuados porque habíamos tenido que atravesar un terreno cubierto de árboles
322
caídos. Varias veces he encontrado en esos árboles derribados sin comprender
por qué están así. Frecuentemente caen rayos pero sus efectos son muy limitados
y sólo se pueden explicar estos trastornos por el viento, aun cuando no ejerza su
violencia sino sobre un punto limitado, de lo cual tuve pruebas algunos años más
tarde cuando atravesaba el páramo de Herveo para llegar a Mariquita. Fue en
1829 cuando sobrevino un tremendo huracán, llovían ramas de los árboles y por lo
menos durante un cuarto de hora corrí un verdadero peligro porque no había
dónde abrigarse; durante algún tiempo caminamos difícilmente sobre los restos
que cubrían la tierra.
El río Perillo viene de las nieves del páramo del Ruiz y se une cerca de allí al río
Guarinó que cae al Magdalena. Nos pusimos en marcha a mediodía y para salir
del profundo lecho del Perillo tuvimos que agarramos de las raíces de los árboles
porque la pendiente era muy fuerte. Después de esta gimnasia llegamos a la una
al alto de Loaiza (altitud 1.733 metros) que atravesamos en dos horas. Al salir del
torrente del Loaiza tuvimos que luchar contra un obstáculo singular: las hojas
secas sobre las cuales escasamente podíamos paramos, pues hacían el terreno
muy resbaloso; cuando la pendiente era muy fuerte, teníamos que quitarnos las
botas para poder avanzar. A las cuatro llegamos al alto del Chuscal (altitud 2.372
metros). El guía nos hizo bajar un tanto para establecer el vivaque cerca de un
riachuelo. Pasamos la noche sin dormir, devorados por un pequeño insecto
llamado chinche garrapata. El 20 a las ocho dejamos el vivaque en donde
habíamos sido tan cruelmente atormentados y a las diez volvimos a encontrar el
río Loaiza o Guarínó, el cual atravesamos varias veces; en definitiva, al subir
seguíamos el curso de este río que corre sobre neis.
Sobre una playa, la Playa-larga, donde nos detuvimos, vimos un grueso árbol de
una altura prodigiosa, vacío en su interior. En la parte inferior del tronco había una
abertura que parecía una chimenea y al mirarla por dentro vimos que estaba
carbonizada. Nuestros cargueros prendieron fuego y el humo salía por la parte
alta; probablemente había habido un incendio espontáneo o bien ocasionado por
un rayo. La marcha iba muy lentamente debido a la vegetación
extraordinariamente vigorosa de las riberas del río. A la una pasamos la quebrada
Negra en donde se encuentra una caliza granulada. A las tres la fatiga nos obligó
a pernoctar sobre la ribera del Guarinó de Las Letras (altitud 2.066 metros). La
roca era una caliza verdosa de gran tenacidad. Para escapar a los insectos
resolví, a pesar de la temperatura relativamente baja (13°) acostarme en mi
hamaca, en donde dormí mal, debido al frío y a la lluvia.
El 21 a las ocho dejamos Las Letras y a las nueve y cuarto, siempre subiendo el
curso del Guarinó, nos encontramos en el alto del Escobalito (2.335 metros,
temperatura 15). A la una llegamos a la quebrada del Salado donde encontramos
una fuente un tanto salada que salía de un depósito calcáreo. El sitio es de los
más pintorescos: un bosque de palmas de cera (ceroxylon andícola) mezcladas
con bellos cedros. Dejamos el lecho del Guarinó para subir al alto de los Cajones,
323
que nuestros cargueros nombraron muy poco delicadamente, como de los
cagajones, porque por una circunstancia curiosa, toda la expedición tuvo que
satisfacer allí unas ciertas necesidades (altitud 2.789 metros, temperatura 18°).
Desde el alto pudimos gozar de una vista extensa, de la que estábamos privados
desde que bordeábamos el Guarinó, en donde apenas se podía ver el Sol a través
de las hojas. Bajamos a la quebrada de las Dantas, así llamada por la abundancia
de estos animales y de allí llegamos a los Plancitos de Guarinó, donde nos
detuvimos (altitud 2.600 metros, temperatura 9,5°). Por la noche el frío nos hizo
sufrir y allí vi viejos cedros que entraban en combustión espontáneamente ¿Cuál
será la causa de esto? ¿El rayo? Es poco posible por la sencilla razón de que las
copas de los árboles están intactas, pues el fuego se declara en la parte baja, en
el interior del tronco.
324
Fue así como para subir de la cabaña al páramo, con el objeto de tomar las alturas
del sol para fijar la latitud y determinar las variaciones de la aguja imantada,
seguimos Walker y yo un repliegue del terreno; al llegar a la explanada la
encontramos ocupada por unas 1.500 reses, acostadas en la misma actitud; tan
pronto nos vieron, todas las cabezas se voltearon hacia nosotros con una
precisión de reloj. Ligero regresamos al repliegue del terreno y un cuarto de hora
después intentamos una segunda ascensión e inmediatamente las 1.500 cabezas
de volvieron de nuevo hacia nosotros. Permanecimos inmóviles para ver si éramos
simplemente un objeto de curiosidad; pero entonces los animales más cercanos a
nosotros se levantaron agitando la cola y mugiendo amenazadoramente:
consideramos que íbamos a ser atacados y que era prudente regresar a nuestro
refugio; los mugidos cesaron tan pronto hubimos desaparecido y procedimos a
hacer nuestras observaciones tranquilamente.
Las alturas del Sol, tomadas fuera del meridiano, dieron 5° 23’ de latitud norte y
por el transcurso del tiempo, obtuvimos 1,5° al oeste de Bogotá. Pasamos el resto
del día en la cabaña, a la espera de los caballos que se había enviado a buscar. El
23 a las tres monté a caballo, feliz de no tener que andar más a pie; desde la
salida de Guadualejo yo estaba sufriendo de una erupción en las piernas: grandes
pústulas blancas habían hecho que la marcha fuera muy dolorosa. Más tarde el
doctor Roulin reconoció que me había vacunado fuertemente un caballo gris,
cerca del cual yo había dormido en Mariquita y que tenía las “aguas”. En el
caballo, como en la vaca, las pústulas variolosas se desarrollan espontáneamente.
Llegamos al sitio del Cabuyal a las cinco, alrededor de 3 leguas al oeste del
páramo: es una pequeña estancia donde pasamos la noche (altitud 2.377 metros,
temperatura 17°); dormí mal sobre un banco hecho de troncos de roble y a cada
hora tenía que voltearme por la dureza de la cama. El 24 llegamos al Cedrito, en
cinco horas de marcha a lo más; allí fuimos muy bien acogidos por una familia de
agricultores; el propietario había tenido la atención de fabricamos una “mesa” pues
esperaba nuestra llegada. Por la noche tomé una altura doble del Alpha del
Centauro. Al atravesar un torrente volví a ver el neis y el esquisto (altitud del
Cedrito 2.000 metros, temperatura 19°). El 25, habiendo podido cambiar los malos
caballos que teníamos por mulas y después de una jornada muy fatigante debido
a las asperezas del camino, nos alojamos en una habitación situada cerca del alto
del Tambor (altitud 1.862 metros, temperatura 21°). Una altura meridiana tomada
de Vega de la Lira dio para la latitud norte 5° 26’. El cronómetro nos colocaba a
1°18’30” al oeste de Bogotá.
325
lista y me condujo, con la velocidad de una flecha, a la ribera opuesta. El río está
fuertemente encañonado y para salir de la playa en donde habíamos
desembarcado tenía que subir un talud de guijarros movedizos, con una
inclinación de 40. La subida no era posible, sino por los escalones que uno mismo
formaba al hundir el pie en el terreno sin firmeza; para ascender 14 metros tuve
que ensayar varias veces, porque cuando estaba a punto de llegar a la cima, el
piso se derrumbaba y volvía a encontrarme en el punto de partida. En el paso de
Velásquez el río corre en dirección NE; el Sol brillaba con fuerza y la tierra, de
color negro, estaba tan caliente que no se podía tocar con la mano. Al fin logré
subir, pero me encontraba tan rendido que temí una congestión; lentamente
llegué, muriendo de sed, a la barraca en donde vivía el pasero; felizmente había
allí aguardiente para hacer “grogs” y no sé cuántos bebí; después de ello, me
tendí en mi hamaca, sudando copiosamente y dormí de un jalón hasta el día
siguiente.
El 27 a las ocho salí para La Vega, a donde llegué a la una; en camino vi la Salina
de El Peñol. La Vega es una calle, a lo largo del lecho del río Supía, bordeada de
construcciones cubiertas de hojas de palmera. Es un sitio miserable; me alojé en
casa de una viuda respetable, doña Margarita, con quien más tarde trabé más
amplio conocimiento y de quien contaré más adelante una historia singular. Una
altura meridiana de Vega de la Lira dio 5°27’56” para latitud norte (altitud 1.225
metros, temperatura 23°). El 28 pasé la noche en Quiebralomo y el 29 me instalé
en la población, o más bien la misión de Río Sucio de Engurumí * , centro de mis
observaciones.
En relación con las altitudes coloqué las diferencias que fueron observadas entre
dos sitios. Para la diferencia de nivel de los dos ríos se encuentran 519 metros,
precisamente la que fue deducida a la altitud de los dos sitios extremos. Esto es
probablemente una coincidencia que se debe a la casualidad, pero no es menor
prueba de la posibilidad de hacer una nivelación suficientemente exacta entre dos
puntos alejados entre sí, con la ayuda del barómetro.
Así el río Cauca, en el paso de Velásquez, estaría a 539 metros por encima del
Magdalena. Los dos ríos nacen más o menos en el mismo punto y como se unen
a unas 85 leguas de recorrido, (a 20 leguas por grado), se puede apreciar la
rapidez del Cauca, por lo cual no es navegable. Para llegar a Mompós, con poca
elevación por encima del océano, su caída es de 519 metros, mientras que el de la
Magdalena no pasa de los 215 metros.
326
Yo había gastado 12 días para ir de Mariquita a La Vega, acampando 7 veces en
la selva.
327
Río Guarinó o Loaiza 1.733 " 366
328
Alto del Perro 2.384 392 "
6.127 5.608
Altitud
330
todavía.
Entré en contacto con los propietarios de las minas, tan pronto estuve instalado y
después de haber colocado las señales para la triangulación que se iba a llevar a
cabo como base del plan del distrito de Supía.
El propietario de las minas más importantes del distrito era don Francisco de
Lemos, administrador del correo y personaje que merece una mención especial: él
había recibido por herencia de una tía, la señora Moreno, las minas y los esclavos;
cuando lo conocí en su triste habitación del Guamal, podía tener unos 30 años;
vestía de paño pardo claro y usaba en la cabeza para abrigar su completa calvicie,
un pañuelo de algodón. Su rostro agradable habría sido muy atractivo sin un tinte
brioso que mostraba una afección hepática. Estaba sentado ante una pequeña
mesa que le servía de escritorio y allí permanecía clavado de la mañana hasta la
noche. Su oficio era de lo más sencillo: recibía y expedía 2 ó 3 correos por
semana. Frente a la miserable habitación del Guamal se encontraba una fila de
chozas, semejante a un pueblo africano, que alojaba un número bastante elevado
de esclavos. Los negros y las negras trabajaban todo el día lavando aluviones.
Don Francisco enviaba a la casa de moneda de Popayán solamente una parte del
oro, pues consideraba prudente disimular su riqueza, en una época en la que el
gobierno levantaba fuertes impuestos a los ricos, así que no le gustaba
ausentarse.
Sin embargo, vino a hacerme una visita a Río Sucio. Era un solterón amable, bien
educado no sé cómo, que sabía escribir muy correctamente aun cuando no había
leído jamás nada a excepción de algún periódico. Sus principales ocupaciones
eran fumar y amontonar oro; hacía más de 20 años que permanecía inmóvil en su
silla, alimentándose principalmente de chocolate, de un poco de carne seca y de
algunos bananos y bebiendo únicamente agua.
Este hombre no era casado y su familia consistía en una muy bonita muchacha y
un arrogante muchacho, fruto de los amores de doña Moreno, su tía, con un
equilibrista de los que rara vez aparecen en las ciudades y más aún en los
pueblos de América del Sur y quienes por sus piruetas, sus mallas y sus
331
lentejuelas, hacen perder la cabeza a las más grandes damas. Obtuve estos
detalles del doctor Hervis, cirujano de las minas, quien se convirtió en el
equilibrista de otra señorita de nombre Escolástica. Afortunadamente para don
Francisco esos niños eran bastardos y no tenían ningún derecho a la herencia de
la señora Moreno. Escolástica se destacaba entre su raza: morena, alegre, bien
hecha, ágil y de una audacia increíble; una noche cuando yo iba a recoger mi
caballo que se había quedado en Guamal, pasé el puente de guaduas sobre el
Supia y allí me encontré con un hombre que se lanzó sobre mí, sable en mano; yo
me puse en guardia e iba a darle un golpe cuando mi agresor soltó una gran
risotada: era Escolástica que iba a donde Hervis, como sucedía desde un tropiezo
que él había tenido y lo había determinado a no volver a hacer este paseo
nocturno. Un día, poco antes de la salida del sol, yendo a la Vega, vi los perros del
Guamal que ladraban furiosamente cerca de un horno para hacer pan. Me apeé
del caballo para averiguar lo que los enfurecía —todos los perros eran amigos
míos— cuando una voz lamentable que salía del interior del horno gritó: —“don
Juan, sáqueme de aquí, estos malditos animales hace tres horas que me tienen
acorralado”. Era Hervis, a quien las circunstancias habían obligado a meterse allí
en espera de un instante más propicio para sus amores.
El cura de Río Sucio nos dio la bienvenida con una gran comida que se sirvió en
Quiebralomo. Las autoridades municipales, toda gente de color, asistieron
convenientemente vestidos aunque descalzos. La cena fue pantagruélica, digna
del siglo XV y tuvo lugar en una casa cubierta de teja, relativamente un palacio. Lo
que sirvieron fue grandioso: se comenzó por “ollas podridas” (pucheros)
excelentes, pero que nos hicieron sonreír porque para servirlos utilizaron vasos de
noche de porcelana de Wegdwood a manera de soperas, los cuales estaban
“vírgenes” porque se ignoraba su legítimo destino. Ante cada invitado fueron
colocados pequeños platos de barro que contenían una gran cantidad de
alimentos arreglados a la española. Todo fue muy bueno, pero en demasía. Se
nos sirvió al estilo ruso. El postre fue curioso y suculento: compotas de frutas que
nos eran desconocidas. Se tomó vino seco de España, importado por el Chocó;
ron preparado en la región, por medio de la destilación del jugo de caña
fermentado. El capitán Walker se emborrachó, pero todo estuvo correcto. El
anfitrión permaneció de pie, ocupado en dirigir el servicio, ayudado por una criolla,
Manuela, conocida como la maicera, su ama de llaves, mujer muy digna a quien vi
luego atendiendo a enfermos y convalecientes, sobre todo cuando eran jóvenes.
Las gentes pudientes de Río Sucio habitaban en casas cubiertas de paja que
formaban una gran plaza. Los pobres, los indios puros y los zambos vivían
aislados en los claros de las selvas, cultivando maíz y criando gallinas; estas
chacras se extendían a grandes distancias. Los días de fiesta estos dispersos
habitantes, se reunían en el pueblo y traían sus productos: gallinas, huevos y
raíces de yuca. Estas reuniones eran curiosas: cada persona tenía en su rostro un
tinte característico de su raza; entre esta agrupación de familias, dignamente
paseaban desnudos los indios chamis, mis buenos amigos, con los cartílagos de
la nariz, las orejas o los labios adornados con anillos de oro y portando un arco o
333
una cerbatana, con su provisión de flechas envenenadas.
Me había vuelto muy popular como campanero: el padre, siempre calzado con
botas de montar, estaba listo tan pronto lo vinieran a buscar para atender los
últimos momentos de uno de sus feligreses, y me rogaba que lo acompañase si
debía ir muy lejos; yo tomaba mi “aguja”, un espadón formidable y nos poníamos
en camino, ¡y qué caminos!, fumando constantemente hasta llegar a nuestro
destino que generalmente era una miserable cabaña; después de haber
confesado y dado la extremaunción, regresábamos al pueblo. “Otra alma salvada”,
no dejaba de decirme mi venerable compañero cuando poníamos el pie en el
estribo. Yo era su guardaespaldas y su gendarme; animado del celo religioso más
puro y, puedo añadir, el más desinteresado, el excelente misionero no conocía la
fatiga; digo el celo más desinteresado porque sus feligreses que habitaban a
grandes distancias no tenían absolutamente nada que ofrecerle. El curato de mi
viejo amigo, visto en conjunto, era muy pobre; no recibía nada o casi nada y en
cambio daba mucho y me tomó bastante tiempo descubrir de dónde provenían sus
recursos.
De todas las empresas que había ensayado el padre Bonafonte, una sola había
tenido verdadero éxito y era el mantenimiento de un burro reproductor, cuyo oficio
era el de procrear muletos. El animal, que era horrible, con pelos largos y
embarrados, ocupaba un pequeño cercado con muy buena hierba y era allí a
donde le llevaban las yeguas que debía servir y cumplía su oficio infatigablemente;
cuando vacilaba, se le administraban unos garrotazos y en seguida comenzaba
una carrera desenfrenada contra la bestia que huía y qué de patadas recibía el
asno, antes de lograr su victoria; su cuerpo estaba cubierto de cicatrices. El cura
recibía una piastra (cinco francos) por cada logro del burro y en los buenos
momentos, cuando se le daba maíz, producía hasta 12 piastras en un día, lo cual
era todo para los pobres. Hoy día, cuando en una iglesia de París el sacerdote me
tiende su bolsa para la limosna y dice: “para los pobres y los gastos del culto”, no
puedo evitar pensar en el burro del cura de Río Sucio.
Cuando el padre Bonafonte iba a mi casa, lo que más admiraba eran mis
instrumentos; el teodolito, las brújulas, el sextante, los barómetros y los
termómetros. Su sorpresa fue extrema cuando al mostrarle el higrómetro de
Saussure le dije que el pelo tendido que veía, indicaba la cantidad de humedad
contenida en el aire y que si éste se alargaba más o menos, se podía predecir la
lluvia o el buen tiempo; en efecto, yo había observado que desde el despuntar del
sol hasta mediodía, a la una o aún a las dos, con un cielo puro y poco nublado, la
aguja del higrómetro andaba con gran regularidad indicando “seco” y que cuando,
la aguja, hacia las diez o las once, en vez de seguir avanzando hacia “seco”, es
decir hacia el 0 de la graduación, permanecía estacionaria y con más razón aún, si
retrocedía, se debía esperar lluvia o tempestad.
Algunos días después vi llegar al cura con aire preocupado y me preguntó qué
334
decían los instrumentos en relación con el tiempo. Terminó al fin por confesarme
que reinaba una sequía muy perjudicial para los cultivos y que sus feligreses
insistían en que se hicieran plegarias y procesiones con el fin de recibir la lluvia; el
buen padre añadió: “mi iglesia se halla bajo la protección de San Sebastián y no
tendría ningún inconveniente en hacer lo que se me pide, si no temiera
comprometer la reputación del santo, así que don Juan, cuénteme si de acuerdo
con sus instrumentos tendremos lluvia”.
Antes de llegar a Río Sucio, ya se está sobre el aluvión aurífero, que cubre el
fondo del valle con altitudes de 500 a 600 metros por encima del Cauca.
335
Después de haber pasado el llano, se llega a la ramificación que lo separa del
Cauca. Al dejar este depósito al Norte, se encuentra y se sigue la sienita porfídica
hasta su punto culminante, la boca del monte, en donde uno se encuentra sobre
una roca esquistosa, esquisto micáceo y esquisto sienítico, el cual un poco más
336
abajo, descendiendo por el río, está en contacto con el pórfido. La roca esquistosa
parece engastada en la roca cristalina; se la puede seguir hacia el riachuelo de
Cascadel, por encima del cual, subiendo hacia Marmato, aparece la sienita
porfídica que baja hasta la hacienda de Muruyá*.
Las rocas dominantes del terreno del distrito de La Vega, comenzando por su
parte inferior, el Cauca, son entonces:
Las minas son explotadas en galerías que se abren sobre el río de Santa Inés y el
trabajo se ejecuta con barra, instrumento de hierro que tiene en su extremidad una
337
punta para picar y en la otra un filo cortante, herramienta de los mineros en toda la
América meridional, que manipulada por un hombre robusto, reemplaza
ventajosamente los picos que se usan en Europa.
Los trabajos ejecutados sobre algunos filones de poca riqueza no tienen más de 1
metro de altura; se trabaja acostado y el techo se sostiene con troncos de madera
muy dura, cuando la poca cohesión de la roca así lo exige. El minero apenas
puede respirar en la posición en que se encuentra, lo que pude confirmar al
examinar un filón muy rico.
Cuando me encontraba en el valle del Supía, los negros del señor de Lema,
trabajaban en la extracción de oro, encauzando una toma del río para atacar el
aluvión. Al abrir varias trincheras, los restos arrancados por la impetuosidad de la
corriente del agua, con la ayuda de barras, eran dirigidos en canales; cuando los
cantos habían sido arrastrados por la corriente quedaba arena fina, negra, la cinta,
338
de donde los negros retiraban el oro por lavado. Este oro tenía un color rojizo por
lo que se le conoce con el nombre de “oro colorado”.
El aluvión aurífero del valle debía ser explotado por lavadores de estaño de
Cornualles, pero viendo a los negros pasar la mayor parte del día con las piernas
entre el agua fresca del Supía y la cabeza expuesta a un sol ardiente, pensé que
los europeos jamás soportarían un régimen semejante, como sucedió más tarde: a
los pocos días los lavadores ingleses eran víctimas de las fiebres y varios de ellos
sucumbieron, por lo cual hubo que llamar de nuevo a los negros.
339
terreno plano suficiente para construir 2 o 3 habitaciones por lo pendiente de la
montaña.
Era un curioso espectáculo el del cerro de Marmato con las pobres chozas como
suspendidas a la entrada de cada excavación y sus habitantes negros ocupados
en la molienda y lavado de la pirita.
El oro que se extrae tiene un tinte pálido porque contiene una notable proporción
de plata. Al subir por encima de la casa Moreno, llegué a uno de los puntos más
elevados de la loma de Marmato, el alto de la Candelaria (altitud 2.210 metros)
cerca de 1.500 metros sobre el nivel del Cauca, en el paso de Bufú. A una altitud
de 1.757 metros encontré la acequia del Obispo, canal que suministra
olgadamente el agua necesaria e indispensable a los trabajadores, porque la que
sale de las galerías, cargada de sulfato de hierro, no puede servir sino para el
lavado de las menas. La larga trinchera hecha para llevar las aguas de la
quebrada del Obispo a las minas, permite formarse una idea de la relación del
pórfido y del esquisto micáceo en los terrenos auríferos.
En La Vega, la sienita está mucho más desarrollada que el esquisto, sin embargo
el esquisto micáceo no es estéril y allí se explotaba antiguamente la mina de La
Candelaria. En una larga galería abierta en la quebrada de la Cascabela, en la
parte baja del alto de la Boca del Monte, el filón iba encajado entre el esquisto y el
pórfido; este corte no es suficiente para establecer el orden de sucesión de las
rocas; sin embargo es posible que el esquisto haya sido levantado por el pórfido;
esto resulta especialmente de observaciones recogidas en varias localidades de la
Cordillera Central.
340
Una vez terminado el reconocimiento del terreno, procedí a visitar los trabajos
subterráneos, pertenecientes a los registros de la señora Moreno. Hacia la parte
baja del cerro se encontraban las minas del Salto y un poco por encima y más al
norte, las minas del Candado. Entré a 10 galerías superpuestas que atacaban un
filón vertical “la veta de Cruzada”, cuya dirección y contenido están indicados por
la dirección y anchura de las galerías que tienen alrededor de 2 metros de altura.
No.Nombre LargoAncho OrientaciónObservaciones
1 La Caparrosa 40 1 EO
2 El Principal 233 1 a 2 "
3 200 1 a 1,50" Inclinación al norte
4 De abajo 43 " "
5 100 1 a 2
6 20 " Potencialidad con-
7 200 " siderable, punto
8 135 " " de intersección
9 Poco avanzada " " de varias vetas
10 " " Inclinación al sur.
No.Largo DirecciónObservaciones
1 Poca extensiónSO Inclinación al Norte
2 50 metros EO Filón vertical
3 60 metros " " "
4 70 metros " " "
5 40 metros " " "
6 40 metros " " "
272.022
Este producido no es considerable, pero hay que tener en cuenta que fue obtenido
por unas pocas cuadrillas de esclavos.
Piastras
Total 60.709
342
Por una determinación de Acarnas E. 6° 33’
(1)
Para la inclinación 27° 17’
Al día siguiente a las 9 salimos de Maragá para costear la ribera izquierda por un
343
camino muy accidentado. Después de haber atravesado el torrente del Arquía,
que corre sobre un esquisto talcoso verdoso, pronto llegamos al Paso Real de
Bufú (altitud 633 metros, temperatura 28°). Este paso se halla 3 leguas más abajo
que el de Velásquez o sea a 1.668 metros, al adoptar la legua marina de 20 por
grado. La diferencia de altitud entre Velásquez y Bufú es de 91 metros, y por lo
tanto se tendría 0,005 m por metro como pendiente de este tramo del río Cauca.
Abejorral tiene una población muy numerosa y se halla a una altitud de 2.198
metros, temperatura 14,5º. Allí nos alojamos en casa de un anciano de una
increíble alegría, pero afortunadamente escapamos del baile. Por la noche vimos
el cometa que había perdido todo su brillo. Para ir de Abejorral a Río Negro en
donde debíamos dormir, pasamos el río del Buey (altitud 2.195 metros,
temperatura 18°) desde donde se domina la explanada donde está edificada la
ciudad. En el alto del Peladero ya no marchábamos sobre rocas esquistosas y el
terreno estaba cubierto de una arcilla roja, tan sumamente resbalosa que nuestros
caballos cayeron varias veces. El camino habría sido impracticable para jinetes
menos acostumbrados que nosotros a las dificultades que presenta la marcha por
las cordilleras en tiempo lluvioso; sin embargo, desde el caserío de la Bomitú,
donde nos vimos forzados a pasar la noche, necesitamos siete horas para pasar la
corta distancia que nos separaba de Río Negro.
Río Negro, de acuerdo con una altura meridiana del Sol, está por 6°13’ a 1°16’ al
oeste del meridiano de Bogotá. La altitud es de 2.125 metros sobre la plaza
mayor; la temperatura promedio 17 durante la estación de lluvias con una
inclinación de la aguja imantada de 28°12’.
Tuve que dejar las delicias de Río Negro para inspeccionar el norte de la
provincia. Algunas recaídas de la fiebre que me había afectado desaparecieron, y
por esa razón decidí salir por Envigado hacia Titiribí. Subí al alto de San Ignacio
(altitud 2.730 metros), luego bajé al valle de Medellín, bonita ciudad en la que no
me detuve, hasta llegar finalmente a Envigado (altitud 1.568 metros, temperatura
16°). Me alojé en la casa cural, en donde por necesidad tuve que asistir a un baile
porque estaban en fiestas. Al salir de la población encontré el granito con granos
más gruesos que en Río Negro; más arriba se podía ver el esquisto micáceo. A
mediodía llegué a Amagá para alojarme, como siempre, en la casa cural (altitud
345
1.423 metros temperatura 23°). El presbiterio estaba lleno de los más grotescos
penitentes.
Algunos muebles traídos de Río Negro hacían que la residencia fuera agradable.
Me acosté muy cansado, después de haber dado algunas órdenes para el día
siguiente. En la mañana me despertó un ruido poco común; se oía a Walker
perorar afuera, pronunciando mi nombre y gritando: “entren ciudadanos y
ciudadanas y así podrán verlo. Es la primera vez que un francés de París ha
llegado a estas regiones; entren, entren con su ofrenda”. La puerta se abrió y vi
llegar el público; las señoras se sentaron familiarmente en mi cama y todos traían
frutas y flores, el precio de la entrada. ¡Walker había resuelto hacer una exhibición
de mi persona! El gravamen estaba bien puesto y no tenía forma de enojarme. El
resultado fue una gran abundancia de piñas, mangos, chirimoyas, cebollas, ajo,
yuca y tortas de maíz para la casa.
346
(1) En los primeros días del mes de octubre de 1825 se vio un cometa en el
hemisferio austral; su cola era bastante extendida y muy brillante.
Las excursiones a las minas presentaban mucho interés. Los trabajos del cerro de
La Candela se encuentran a media legua al oeste de la población; es una
acumulación considerable de bloques desprendidos de sienita porfídica más o
menos alterada atravesadas por delgadas venas de arcilla y de óxido de hierro
hidratado (paco) de donde se extraen notables cantidades de oro lavándolas
después de haberlas triturado. No se pueden considerar de aluvión las minas de
La Candela; están formadas por un amontonamiento de bloques que se explotan
de la misma manera que si la roca hubiese permanecido en su puesto. Esos
fragmentos aislados cubren un espacio muy extenso; algunas veces esas minas
ambulantes son de una riqueza excepcional; me mostraron a un viejo negro,
ocupado en rajar leña, quien en muy corto tiempo había retirado 4.000 piastras de
oro al explotar un bloque de roca y que había despilfarrado todo en fiestas de
iglesia.
La mina del Zancudo se halla a una legua al norte de Titiribí y mucho más abajo.
Allí encontré mineros ocupados en hacer descender, con la ayuda de una caída de
agua, algunos bloques con el fin de desnudar un esquisto anfibólico, casi vertical,
que encajaba un filón o depósito de arcilla, en apariencia estratificado, formado
por arcilla amarillo azufre con venas de óxido de hierro.
Los “pacos” que hice moler y lavar en mi presencia, rindieron una satisfactoria
cantidad de oro. En el esquisto descubrí varios afloramientos de un mineral gris
metálico, probablemente plata antimónica.
Después de haber subido durante casi una hora desde la mina del Zancudo,
llegamos a Otramina, sobre un aluvión de guijarros de cuarzo y de arcilla rojiza
que reposaba sobre el esquisto anfibólico en descomposición que entonces tenía
el aspecto de una arcilla verde. Allí se vuelven a encontrar los mismos yacimientos
de arcilla amarilla y de “pacos” del pie de la montaña. Había varias galerías
bastante profundas: me dejé resbalar dentro de una de ellas, la más extensa, y
tuve que reconocer el hecho curioso de que en esos trabajos no se puede decir
que se camina, sino que se arrastra a la manera de una serpiente, sobre la roca
descompuesta con el aluvión como techo; las galerías están dirigidas hacia una
delgada capa de arcilla aurífera muy rica, que se extiende en la superficie de la
roca in situ.
347
Muy cerca de Titiribí en los parajes de Otramina, abundan las venas de “paco” con
una dirección general este-oeste, encajadas en la roca alterada. Este “paco” se
reemplaza con la pirita, la blenda, donde la roca está inalterada: una sienita
porfídica perfectamente caracterizada; el cuarzo es muy común en algunos filones.
A las dos subimos a la balsa y nos sentamos allí con los pies en el agua. Tan
pronto se cortó la amarra, la embarcación salió como flecha; esta situación era
novedosa y deliciosa para mí; nuestro balsero tomaba los remolinos para cortar la
velocidad de la bajada. Felizmente pasamos sobre los dos escollos que temíamos
en esta navegación desenfrenada; ni siquiera tuvimos tiempo de ver los bancos de
Mocua y la Cara de Perro, debido a la altura de las aguas. A las cinco habíamos
salido de la estrecha garganta y con la corriente ya menos rápida, pudimos ver a
la izquierda la población de Anzá; a las seis la balsa se detuvo en una playa de la
hacienda de Abejuco, en donde fuimos bien acogidos por la propietaria, la señora
348
Juliana, quien explotaba la mina de Oro de Qiuna; al día siguiente tomamos la
balsa a las ocho, con el río más pacífico; dos veces encontramos islas de
pedruscos que atravesamos a pie, con el agua a la rodilla, mientras la
embarcación las bordeaba.
Lo que más nos hacía sufrir eran los ardores del sol y teníamos que mojar
frecuentemente nuestros sombreros para aminorar el efecto de la insolación. El
valle se ensanchaba más y más y a las tres nos detuvimos en el Paso Real de
Antioquia; el barómetro indicaba una altitud de 538 metros, con temperatura de
29,7°. Habíamos navegado durante ocho horas; no tengo ninguna noción de la
distancia que pudimos recorrer; veo solamente al comparar las altitudes hasta el
paso de Antioquia, que la caída del Cauca es de 128 metros; por debajo del Paso
Real el río deja de ser navegable, aún para balsas. Cerca del río Espíritu Santo,
pocas aguas abajo de Paso Real, se encuentran las cataratas de Juan García y
más lejos, la espantosa garganta de Orobajo, en donde el ancho del Cauca se
reduce a 15 o 20 metros.
Tras algunos días de reposo, inicié la exploración de las minas indicadas en mis
instrucciones. Comencé por Buriticá, pequeño villorio de 1.200 almas, situado 4
leguas al norte. Llegué cuando festejaban a San Antonio, un santo a quien
veneraban y cuya estatua se hallaba en la iglesia; su tamaño iba a causar un
desaguisado pues era muy difícil moverlo por lo cual se les ocurrió hacer un santo
de menor volumen, portátil, en realidad una versión reducida de la primera estatua
que pudiera ser llevada por los caminos menos practicables y así llegar hasta
donde los mineros que reclamaban su intercesión. Sucedió que pronto nadie más
le hizo caso al grandote y pesado que pasó de moda. Especialmente los indios no
querían volver a oír de él diciendo que el santo chiquito sabía más que el santón.
Al oeste de Buriticá, en el alto de San Antonio, entré a una galería perforada sobre
un filón vertical encajado en una clase de roca que hasta entonces no había
encontrado: una especie de jaspe de un hermoso gris y suficientemente duro para
producir chispas al ser golpeado. Esta roca, en relación con la sienita porfídica y el
esquisto anfibólico, domina en la región y la volví a encontrar en los trabajos de la
mina de Solimán que se encuentra encima de la de San Antonio. Allí estaban
atacando un filón o más bien, una vena de 1 a 2cm. de espesor, formada de
carbonato de magnesia y de carbonato de calcio blanco cristalino, en los cuales se
349
distinguía la pirita y el oro a simple vista. Esta vena debe ser muy rica si se tiene
en cuenta el hecho de que en el momento en que cortaba una muestra destinada
a mi colección, nuestros guías se disputaban los fragmentos que caían al suelo.
350
muchas atenciones. Su hija mayor, Rosita, era la criatura más encantadora que yo
haya jamás encontrado, había sido abandonada por su marido, un ruso. Su
hermana Eleonora había cautivado seriamente al capitán Walker y las tres
señoras fumaban con una gracia inigualable.
El conglomerado tiene tan poco espesor en Guaca que se debía pensar que el
agua salada no hace sino atravesarlo. En efecto, al elevarse por encima de la
estrecha garganta en donde se encuentra la salina, se ve la superposición del
depósito arenáceo sobre la sienita porfidica; es allí en donde se capta el agua
salada de la salina de Matasano. Por lo demás, Antioquia presenta numerosas
salinas análogas a las de Guaca. En una memoria que dirigí al ministro de guerra
en 1830, constaté un hecho inesperado y que se hallaba en contradicción con las
ideas aprendidas en geología: la sal que se consume en la provincia provenía de
fuentes saladas que manaban de rocas cristalinas, del granito, del neis, de los
esquistos micáceos, de la sienita, de los grünstein porfídicos y como también lo
reconocí más tarde, de la traquita y de la dolerita.
Estas salinas singulares son útiles no solamente por la sal que producen sino
también por las propiedades que poseen contra el coto, algo muy valioso puesto
que en toda la cadena de los Andes, el hombre sufre generalmente de esta
enfermedad, cuya consecuencia inmediata es el cretinismo, a pesar de todo lo que
se haya dicho sobre esto. En las localidades en donde se usa la sal que proviene
de rocas cristalinas, esta horrorosa deformidad es desconocida. Además de lo
anterior observé que los cotudos dejan de serlo al permanecer algunos meses en
la Provincia de Antioquia, en donde no se consume sino sal yodífera.
351
Bromuro de magnesio 0,3556
Yoduro de magnesio 0,3556
Sulfato de potasio 7,5324
Sulfato de cal 0,2966
Sulfato de soda 0,0257
Magnesia en exceso 0,3000
Litina rastros
30,4914
En el trabajo que publiqué sobre las salinas yodíferas de los Andes destaqué la
analogía del “agua-madre” de Guaca con el agua del Mar Muerto o lago Asfaltita.
Antes de entrar a Santa Rosa vi cerca de un río un cono formado por una roca que
no había sufrido la profunda alteración que presenta el terreno circundante*. La
ciudad cuenta con 3.000 habitantes y su altura es más o menos la de San Pedro:
2.621 metros; temperatura 14° a 15°, latitud norte 6°26”; longitud oeste de Bogotá
1°16”. Esta población tiene la misma altitud de Bogotá, pero se afirma que hace
352
más frío en Santa Rosa, debido a que se encuentra en un altiplano aislado y sin
abrigo. Al no estar dominada por montañas, el horizonte es muy amplio y también
la radiación es muy fuerte, suficiente para congelar pequeños charcos de agua
durante la noche. Al salir el sol con tiempo tranquilo, algunas veces queda uno
envuelto en una nube congelada, una caída de escarchas, según dicen los
habitantes.
Los trabajos de los mineros en los alrededores de Santa Rosa han ocasionado
profundos y peligrosos escarpes. La roca dominante es la misma que se observa
desde San Pedro: una sienita cuyo feldespato ha sido transformado en caolín. El
anfibol ha sufrido un cambio similar, es caolín anfibólico. La extensión de los
trabajos se debe a una modificación en la constitución de la sienita, pues la roca
modificada al perder su cohesión, se presta fácilmente al ataque del agua o del
hierro. Así se pone al descubierto una retícula o venas de piritas y de ‘‘pacos’’ que
se entregan al lavado cuando se dirigen a un canal. Esto es exactamente el
yacimiento de vetas auríferas de Titiribí.
El oro obtenido del lavado final en la batea, está mezclado con hierro, titanio, rubí,
con hierro oligisto y con galena; me mostraron algunos granos de platino dentro
del oro en polvo que yo mismo vi retirar. Por primera vez se pudo verificar un
yacimiento de este metal “vagabundo”, que hasta ahora no se había encontrado
sino en las arenas de aluvión. El oro que sale de los filones de la roca alterada de
Santa Rosa, encierra platino en una mínima proporción; sin embargo suficiente
para que en los lingotes fundidos dieran resultados de este metal al ser analizados
por la administración de moneda.
353
lignito proviene de la madera de encina, lo cual es muy posible ya que allí se
encuentran bellotas carbonizadas.
354
decía siempre, en los mismos términos: “mi hijo tiene su edad y está en el ejército
del Perú, pero hace 3 años que no me escribe, sin duda porque debe llegar de un
momento a otro; yo lo espero todos los días y también ruego a Dios para que
apresure su regreso. Don Juan, Ud. es católico y yo tengo una bonita capilla en
donde rezo; Ud. debe venir alguna vez a rezar conmigo”. Yo no me atreví a
rehusar: el oratorio se encontraba en una pieza retirada.
La señora me hizo arrodillar; ¡pobre mujer, con cuánto ardor rezaba! A pesar del
recogimiento que las conveniencias me imponían, me costó mucho trabajo no reír
cuando me di cuenta de que sobre el altar, en el sitio principal, había un grotesco
cascanueces de Nuremberg que representaba a un hulano con una chaqueta
amarilla, su gran gorro de pelo y una larga cola que funcionaba como palanca.
Este objeto que me recordó a Alsacia, probablemente fue traído a la Nueva
Granada por mineros alemanes. Cuando dejaba a la buena señora, ella me
deslizó en la mano dos onzas de oro y me dijo: “es para mi hijo, sé que Ud. va al
sur y no puede dejar de encontrarlo”. No quise tomar el oro y le prometí entregar la
misma suma a su hijo, a quien siempre esperaba y nunca volvería a ver, pues
supe más tarde que había sido muerto en Bolivia.
355
CAPÍTULO XV
Ibagué goza de un clima delicioso y no sin tristeza deja uno ese gran pueblo. Es
un oasis de agradable temperatura en el centro de las regiones ardientes del valle
del Magdalena y de los lugares fríos de las montañas que alcanzan la altura de
nieves perpetuas, sobre los nevados de Tolima, Santa Isabel y Ruiz. En Ibagué se
dispone de víveres en abundancia y cantidades considerables de agua limpia.
356
enganché y que reproduzco como documento interesante, porque allí se
encuentran los precios que se pagaban a los que transportaron nuestros
equipajes.
Nombre Carga
Antonio 3 bulto
357
Para el transporte de una persona, un carguero exige 16 piastras y la comida; “el
sillero” debe tener un paso suave, pues su carga viva está sentada sobre una silla
de caña, suspendida por una banda que lleva sobre la frente el portador. El
transportado debe permanecer inmóvil, mirando hacia atrás y con los pies
reposando en un travesaño; en los sitios escabrosos como al atravesar un torrente
sobre un tronco a manera de puente, el sillero recomienda al patrón que tiene
sobre la espalda, cerrar los ojos. Es cierto que nunca sucede un accidente, pero
da lástima ver al carguero sudando gruesas gotas a la subida y oírlo respirar,
emitiendo un silbido tremendo; a pesar de las ofertas que me hizo un sillero de los
más reputados preferí pasar la cordillera a pie.
He tenido la ocasión de cruzar tres veces el paso del Quindío, y daré detalles del
diario de esta primera experiencia, reservándome el hacer conocer, como
complemento, los incidentes sobrevenidos en el curso de los otros dos viajes.
358
uno queda separado de la ciudad por un profundo valle por donde corre el
Combeima. Cuando sopla el viento del Este aparecen masas de vapor y sobre una
de estas nos vimos proyectados y rodeados, el señor Goudot y yo, de una
magnífica aureola irisada. “Es como una gloria”, dijo Bouguer, quien observó este
fenómeno sobre el Pamba marca. En este sitio estábamos rodeados de bellas
palmeras de cera (ceroxylon andícola), quinquinas blancas descritas por Mutis y
helechos arborescentes. Vino una fuerte tempestad del Sur y llovió toda la noche
sobre el campamento, lo que no me impidió dormir profundamente.
Desde mi visita anterior se había trabajado mucho y los azufreros fundían el azufre
extraído de una galería perforada en un esquisto micáceo carburado, donde
estaban obligados a contener la respiración mientras trabajaban, para no
asfixiarse con el ácido carbónico. Establecí mi campamento, por encima del
Azufral, en Buenavista (altitud 2.100 metros, temperatura 14°) sobre el esquisto
micáceo, en un pequeño sitio en donde me incomodaron cruelmente los
mosquitos. No cesaba de llover y percibíamos un olor de letrinas que indicaba el
vecindario de un azufral. Es posible que los esquistos micáceos empujados hacia
arriba por la traquita del volcán del Tolima, contengan azufre.
359
Al dejar a Aguacaliente se sube por una pendiente suave hasta el alto del Machin
(altitud 2.435 metros, temperatura 17°). El camino era muy resbaloso, un esquisto
descompuesto que formaba un barro espeso. Al llegar al alto sentí una sed
ardiente y mis guías me dijeron que conocían una fuente cerca de allí, pero que no
era posible beber de esa agua por su sabor picante (ácido), es decir, “que sabía a
ají”. Cuál no fue mi alegría cuando pude calmar mi sed con un agua muy gaseosa,
ligeramente ferruginosa. Mis cargueros no se decidieron a beber pues les
repugnaba esa agua.
Del alto se baja al río San Juan, al sitio en donde se une con la quebrada de
Machin (altitud 1.955 metros, temperatura 19°); este torrente toma el nombre de
Coello antes de entrar al Magdalena, bastante más abajo de Ibagué.
Cuando llegué a acostarme me puse una camisa seca, pero al día siguiente volví
a utilizar la húmeda de la víspera; es posible andar con ropa mojada sin que sea
perjudicial para la salud, a condición de no detenerse pues el peligro no se
manifiesta sino cuando se siente el frío; si uno va a caballo, debe apearse y
caminar. A pesar de lo triste de mi estado, visité una fuente gaseosa caliente,
cerca de San Juan, en la orilla derecha. La abertura tenía un metro de largo por
medio metro de ancho; el agua parecía hervir, pero al meter allí la mano la
temperatura era poco elevada, pues la agitación del líquido provenía de un fuerte
desprendimiento de gas carbónico. El termómetro se mantenía a 35,6° y encontré
que el agua era agradable para beber, con un sabor ligeramente agrio parecido al
de la fuente del alto del Machin; no se veía la salida del agua, pero los cargueros
decían que el pozo era profundo porque no habían alcanzado el fondo hundiendo
allí guaduas de 13 metros de largo; yo no encontré en el agua gaseosa de Toche
sino rastros de protóxido de hierro y de sales alcalinas.
360
provisiones; bajo esta ramada abierta por todos lados, quedamos expuestos a un
viento acompañado de ráfagas de lluvia.
361
habíamos recorrido 10 leguas de 6.660 varas, de acuerdo con una medición de la
ruta, llevada a cabo por orden del gobierno. La cima del páramo está formada por
esquistos micáceos, parecidos a los de la Vega de Supía. Después de haber
almorzado en El Alto, comenzamos a bajar con lluvia y por caminos tan estrechos,
profundos y cerrados, que en ciertos sitios uno hubiera creído estar en la galería
de una mina. Después de 4 horas de una marcha fatigante al más alto grado,
llegamos a Mataficua (altitud 2.200 metros, temperatura 15°) en donde reconocí
un esquisto talcoso que alternaba con el esquisto micáceo, el esquisto anfibólico y
el grünstein que observé un poco más abajo. Alcanzamos al Contadero de
Cruzgorda (altitud 1.950 metros, temperatura 13°) en donde debía pernoctar;
infortunadamente no había llegado el portador de las hojas de bijao, de manera
que la lluvia me obligó a tomar abrigo momentáneo en el tronco hueco de un hura
crepitams, el reloj de arena de la Antillas.
362
existe confusión de nombres, ya que cada uno le da el suyo, pero en definitiva es
la unión de las aguas que bajan de la vertiente Oeste del Quindío. Para llegar del
Magdalena al Cauca, remontamos el lecho del río San Juan y llegados al punto
culminante del camino, al páramo, bajamos por el lecho del río del Quindío. Ya lo
he dicho: las rutas naturales para atravesar una cadena de montañas, son los
torrentes que bajan de sus picos.
Llegué a Cartago por la tarde con la más extraña vestimenta que había ideado
para evitar la lluvia: parecía un individuo que saliera de un baño de barro; mi
ayudante, a quien había enviado adelante, había tomado en alquiler una casa
espaciosa de estilo morisco, con galerías interiores que daban sobre el patio; las
habitaciones que daban a la calle estaban ocupadas por personas encantadoras
entre ellas una sirena de ojos azules. Del páramo a Cartago, midiendo con
cadeneros la distancia, se encontró que hay 12 leguas de 6.660 varas y yo había
necesitado 9 días para recorrer esta distancia. Me limitaré a contar algunos
incidentes:
En enero de 1830 pasé el Quindío montado sobre una mula con tiempo muy
favorable. En esta época, una división del ejército colombiano regresaba del Perú;
el general Bolívar que la había precedido me dio algunas indicaciones. El 26 de
enero fui de Ibagué a las Tapias, el 27 pasé la noche en el Tambo del Toche;
cerca de Aguacaliente encontré un sillero muerto por los golpes que le había dado
un miserable oficial para obligarlo a andar; ¡nadie se preocupó de este asesinato!
A las 3 llegué a la fuente de agua gaseosa. El 28 de enero llegué al punto
culminante de páramo; durante la subida encontré una compañía de lanceros,
camino de Ibagué, y los oficiales y soldados, andando a pie, quedaron muy
sorprendidos de verme montado; cuando los dejé, entré en uno de esos caminos
sombreados que ya he descrito, cuando de repente mi mula dio un salto
prodigioso a tal punto que con mucha suerte pude agarrarme de una rama y
mantenerme suspendido, mientras que mi asistente lograba hacer pasar a la
bestia el sitio en donde se había espantado; el animal había metido su pata en el
abdomen de un soldado enterrado y de allí había salido un gas de extrema fetidez;
fue la jornada de las tristes aventuras.
Al llegar allí, donde termina la vegetación arborescente, noté una fosa que había
sido tapada recientemente y observé que la tierra se movía por debajo:
inmediatamente salté de la mula y, con la ayuda de mi asistente, me dediqué a
desenterrar el muerto que se agitaba; apenas habíamos comenzado, lo vimos
sentarse: era un granadero, tenía los ojos fijos y volteaba lentamente la cabeza a
izquierda y a derecha; lo apoyamos contra un arbusto y acerqué a sus labios mi
cantimplora que contenía ron, pero no tuvo tiempo de tomarlo porque cayó otra
vez pesadamente; su pulso ya no se sentía y lo volvimos a colocar en su tumba
sin cubrirlo de tierra. Pasé la noche cerca de él en el Paramillo, en donde sentimos
frío: el termómetro bajó a 8º.
363
El 29 de enero pasé la noche en el Araganal. El 30 estaba en La Balsa, el 31 entré
a Cartago a las 2 de la tarde. Montado en una mula había pasado el Quindío en 5
días y medio.
El interior de la casa del señor de la Roche puede dar una idea de la vida en
América meridional: construida en adobe y recubierta de teja, no tenía sino un
piso, con una sala inmensa, sin cielo raso, en donde no había sino una mesa,
algunos sillones macizos, recubiertos de cuero de Córdoba, un tinaja gigantesca
colocada en corriente de aire, en donde el agua por efecto de la evaporación,
tenía constantemente una temperatura inferior —en varios grados— a la de la
atmósfera; dos alcobas en las extremidades de la sala, cuyas puertas se abrían
sobre el patio interior. La señora y sus hijos andaban descalzos; no se usaban las
medias sino para ir a la iglesia, seguidos de un esclavo que llevaba un tapete para
sentarse a la manera oriental. Las señoras llevaban, todo el día, flores en sus
magníficas cabelleras. El marido comía solo en la mesa, servido por un niño. El
resto de la familia tomaba sus alimentos en la cocina, en el suelo, cerca del fogón.
En cuanto a la alimentación, era la misma que yo tenía en la selva: tasajo,
bananos, tortillas de maíz y chocolate y agua clara para beber, la cual se obtenía
en el río de La Vieja que baja de los nevados del Tolima.
Cartago se halla sobre la orilla derecha del Cauca y un poco por encima de su
nivel, cuya altura es 978 metros, la temperatura es de 24,5°. En distintas
oportunidades he permanecido bastante tiempo en esta ciudad que cuenta con
algunos millares de habitantes, hacendados y comerciantes; los esclavos eran
muy numerosos. Allí la vida es fácil y ociosa para los blancos. Conocí poca gente,
la mayoría en los vecindarios de la casa donde vivía. Las mujeres graciosas más
que bonitas, agradables con sus cabellos entremezclados de flores.
364
Este adorno puede tener inconvenientes; yo tenía muy buena amistad con una
muchacha joven, fresca, gordita, con hoyuelos al sonreír y bellos ojos negros y
que tenía la increíble facultad de ver, sin anteojos, el primer satélite de Júpiter. Un
día iba yo a cenar a una hacienda a algunas leguas de Cartago y le di un abrazo a
mi bonita amiga, como era costumbre y luego monté a caballo. Por la tarde, al
regreso, le di otro abrazo, cuando de pronto se enojaron todos conmigo y se
alejaron como si yo fuese un leproso, haciendo unas expresivas muecas, corno las
saben hacer las mujeres de las tierras calientes. Pregunté la razón de esta
acogida tan singular y la respuesta fue la siguiente:
Debo callar la razón, pues parece que el efecto atribuido al café está
generalmente admitido por las señoras de la América meridional.
Las señoritas del Valle del Cauca son excelentes bailarinas, como lo son las
damas españolas. Hay que verlas, dentro de un vestido liviano, con su talle
esbelto sin que esté aprisionado por un corsé, bailando un bolero, un fandango, un
molé-molé, sin otra música que la de un negro que agita su alfandoque, un tubo de
bambú que contiene piedritas, improvisando al mismo tiempo canciones, algunas
veces eróticas o historietas escandalosas; para refrescarse, ron, del que rara vez
se abusa. No es fácil describir la animación de las bailarinas, ni la vivacidad de las
jóvenes en estas reuniones nocturnas: es algo así como una embriaguez.
El suelo del Valle del Cauca entre Cartago y Anserma Nuevo, es un relleno
depositado en el fondo de un lago. Llaman la atención sobre toda la llanura,
montículos aislados formados de estratos de arena y de arcilla arenosa con la
superficie recubierta por 30 centímetros de una sustancia blanca, la “tierra blanca”,
utilizada para blanquear las casas cuando se ha disuelto en agua, previamente
hecha pegajosa por medio de la savia de algunas plantas, casi siempre el cacto.
Esta tierra, muy liviana y quebradiza es un sílice impalpable, casi puro, parecido al
que depositan las aguas calientes del Quindío y no es improbable que también
365
tengan un origen termal; la extensión superficial de este yacimiento de sílice es
considerable y su espesor es muy pequeño.
Entre los personajes originales que conocí en Cartago, citaré dos: el uno era un
joven sacerdote, quien en su infancia había caído desde lo alto del campanario de
Anserma Nuevo y se había desplazado la mandíbula en tal forma que la boca se
encontraba en el sitio de la oreja, de manera que cuando comulgaba parecía que
se ponía la hostia detrás de la cabeza. El otro era un fiscal acusador público quien
había perdido la razón a consecuencia de un hecho trágico: gracias a su
requisitonía un asesino había sido condenado a muerte y cuando el hombre iba a
ser ejecutado, una columna española entró en la provincia; el condenado era un
realista exaltado que esperaba ser puesto en libertad por el comandante ibérico,
contando como único motivo que la sentencia había sido proferida por un tribunal
republicano; el acusador público estaba persuadido de que sería acusado ante los
españoles y por ende perseguido y condenado y estaba tan convencido de ello
que llegó a la cárcel y mató al prisionero de un lanzazo así que el juez se convirtió
en verdugo. La impresión que tuvo fue tremenda y perdió la razón sin poderla
recobrar jamás; ¡el pobre hombre era un alucinado! Cada vez que me encontraba
preguntaba si no había cumplido con su deber matando al asesino juzgado por el
tribunal. Naturalmente yo siempre aprobaba su resolución para tranquilizarlo, pero
era en vano; el miserable a quien había matado se convirtió en un espectro que lo
persiguió por todas partes.
366
además de que tuvieron la frescura de invitarnos. Por la tarde nos pusimos
nuestros uniformes con una banda negra en el brazo para ir a la invitación; una
vez dentro de la sala y habiendo dado francamente nuestra opinión sobre la
inconveniencia de esta fiesta en un día de duelo público, desenfundamos nuestras
espadas y apagamos las velas. Las mujeres se pusieron a llorar y los caballeros a
gruñir, pero en un instante la sala quedó evacuada. ¡Acabábamos de cometer una
imprudencia que podía habernos costado la vida, pero no hay nada como la
audacia!.
Dejé a Cartago para ir al distrito de la Vega de Supía por la selva que bordea la
orilla izquierda del Cauca; éste es un trayecto difícil puesto que hay que atravesar
torrentes impetuosos y barrizales y además es el camino de las recuas de mulas
que van de la Provincia de Popayán a la de Antioquia.
Extraigo de mi diario un trayecto entre Cartago y Río Sucio, con tiempo favorable:
367
6 Alto de Villalobos 2.007
6 Pasé el río Opirama 1.276
6 Población de Quinchía 1.776
6 Alto de Quinchía 1.672
6 Alto del Higo 1.717
6 Quebrada del Higo 1.691
6 Alto del Aguacatal 2.128
6 Torrente del Río Sucio 1.698
8 Llegada a Río Sucio de Engurumí 1.818
El punto más elevado de la ruta es el alto del Aguacatal, cerca de Río Sucio de
Engurumí. Los numerosos cursos de agua que se encuentran, bajan de la
Cordillera Occidental. Se pasa a poca distancia de su desembocadura en el Cauca
y si el camino no está más cerca a este río es con el objeto de evitar los
guaduales, los barrizales y también para encontrar vados que los cargamentos
puedan pasar sin demasiado peligro.
La impetuosidad de los torrentes es tal que arrastra a una mula cuando el agua le
llega a la cincha; el animal da una vuelta sobre sí mismo y no siempre puede ser
salvado. Algunas veces sucede que el viajero debe demorar varios días debido a
las crecientes del Cañaveral, del Apía, del Sopinga y del Opirama.
Las rocas que se pueden observar son aquellas de las que ya hablé en la
Cordillera Central y la Vega: esquistos, sienitas y grünstein porfídico. Las
observaciones geológicas, por consiguiente, no presentan sino un mínimo interés;
nada tan monótono como el recorrido de esta gran selva que cubre los
contrafuertes de la Cordillera Occidental; el viajero se encuentra en la soledad,
luchando contra los torrentes y los pantanos, cerca de Anserma Viejo y del
Quindío.
Anserma Viejo “el dueño de la sal” fue en otro tiempo una localidad importante.
Los caciques hacían explotar sus aguas saladas que salían de las rocas
porfídicas; de allí también se extraía oro de la Mina Rica, cuyo rastro se perdió; allí
me alojé en casa de un alcalde indígena, quien me dio lo que vanamente había
buscado hasta allí, es decir, la fecha de la famosa lluvia de cenizas que venían del
Este y que cayó también en Cartago y en el Chocó: 14 de marzo de 1805, entre la
1 y las 3 de la tarde, cuando el cielo, de una gran pureza se oscureció de pronto.
En Anserma se esperaba una lluvia muy fuerte, pero lo que cayó fue una ceniza
negra de olor sulfuroso, lanzada por un volcán del páramo del Ruiz que cubrió
toda la región. Dos años después, en 1807, se transfirió la Anserma fundada
durante la Conquista, al sitio en donde se encuentra hoy día con el nombre de
Anserma Nuevo. Los indios de raza pura permanecieron en la antigua localidad;
368
Quinchía, cerca de Río Sucio, estaba habitado por tribus antropófagas, de acuerdo
con la tradición.
He sido testigo de una fuerte aparición de rocío inclusive fuera de la selva: era en
el litoral del océano Pacífico, en una zona donde no llueve jamás. Un poco antes
de la salida del sol el rocío caía y se podía recoger en suficiente cantidad, de las
hojas de un plátano; los habitantes de la región creían que la planta extraía el
agua del suelo, pero ésta es una condensación de vapor de la atmósfera por
medio de las hojas que se enfrían y que además tiene el papel importante de
contribuir a formar los ríos. A una cierta altitud en las montañas, gracias al agua
condensada y por su extensión, los pantanos que se hallan en la base de lo
páramos del Quindío y de Herveo, son realmente las fuentes de estos torrentes.
Las regiones boscosas al tiempo que llevan a la tierra la humedad que las hojas
sustraen al aire, atenúan también la evaporación con su sombra. Así dan
nacimiento y conservan el agua de los meteoros que han caído al suelo.
369
La lluvia redoblaba y el trueno se oía a lo lejos; era absolutamente indispensable
atravesar el Apía o correr el riesgo de quedar demorado por una creciente; casi
anochecía cuando llegué al río, el agua estaba alta y el mugido que se oía río
arriba y las piedras que se desplazaban anunciaban la creciente; no había un
instante que perder y empujé resueltamente mi mula que cayó al agua para
levantarse de inmediato; el agua no le llegaba a la cincha y mantenida por mi
ayudante llegó a la orilla opuesta sin accidentes. La noche era profunda, los rayos
nos alumbraban y completamente mojados no encontramos otro abrigo que un
rancho; la tempestad reventó en forma violenta y nos protegimos habiendo
amarrado sólidamente la mula a un árbol. Después de una marcha tan fatigante,
no teníamos nada qué comer y ni siquiera la posibilidad de fumar pues mi morral
se había mojado. Nuestro olor atrajo una nube de zancudos y para proteger de las
picaduras mis pies desnudos, se me ocurrió envolverlos en la tela encerada que
protegía mi sombrero. En esta triste situación, empapado, muriendo de hambre,
permanecí 12 horas sentado sobre una piedra y expuesto a la tempestad; fue una
de las noches más tristes que pasé en el curso de mis viajes.
Por la mañana salí del lecho del Apía sobre mi mula, para seguir una cuesta en
suave pendiente, que llevaba a Anserma Viejo. La niebla obligaba a andar al paso,
cuando de pronto apareció una banda de indios armados, quienes se detuvieron,
lo mismo que hice yo, sable en mano con mi asistente armado de su húmedo fusil;
nos observábamos cuando un indio avanzó hacia mí llamándome “compadre don
Juan”; era el cacique de mis buenos amigos los chami, de Río Sucio, quienes iban
de cacería; les hice comprender por un gesto que estábamos sin recursos e
inmediatamente todos nos dieron galletas de casabe; desfilaron delante de mí con
ese porte digno que tienen los hombres de su raza. Así quedé abastecido por
estos buenos indios, mis compadres.
Al salir del Apía se enrumba hacia el Este para acercarse así a la Cordillera
Central; el camino empapado y resbaloso me impidió llegar al río Sopinga, en
donde tenía la intención de acampar, lo que fui forzado a hacer en el torrente del
Diablo, viejo conocido y llamado así por su impetuosidad y por los bloques de una
fanolita, roca negra y sonora que arrastra. Nada más curioso que esos enormes
fragmentos que dan a la playa un aspecto lúgubre; parecen menhires y algunos de
ellos tienen las formas más raras. Había claro de luna y estábamos acostados, sin
abrigo, mojados, con frío y con hambre al pie de una roca, estado favorable a las
alucinaciones. Creímos ver un hombre escondido detrás de una roca espiándonos
a unos 100 metros de nuestro fuego; envié mi asistente a mirar y resultó ser una
ilusión. Las apariencias de movimiento de este ser fantástico provenían del
desplazamiento de las sombras originadas en la luz de la luna; la fatiga era la
causa de esas impresiones; tranquilizados hubiéramos podido dormir si no
hubiese sido por una invasión de jejenes, moscas microscópicas, cuyo ataque es
incesante.
370
Al día siguiente salimos de El Diablo; llovía, yo iba a pie y llegados al río Sopinga,
que encontramos en plena creciente; tuvimos que esperar 6 horas para que
bajaran las aguas. Allí estaba esperando, desde hacía 2 días, un mulero que
llevaba una carga de cacao. Cuando el torrente me pareció vadeable me desvestí
y me arriesgué: la mula vaciló al principio, pero al fin llegó sin accidentes a la orilla
opuesta; también logramos pasar la carga del mulero y el buen hombre me llenó
de bendiciones y me recomendó a todos los santos. La demora que sufrimos en el
río Sopinga me impidió ir hasta Quinchía y entonces me alojé en la estancia de
Juan Romero, en donde mi mula pudo llenarse de caña de azúcar. La buena
bestia se merecía un forraje de esa calidad.
Después de haber atravesado a pie los barrizales profundos, llegué con fuerte
lluvia a un alto de donde bajé al valle del río Opirama, dejándome resbalar, por lo
cual quedé cubierto de una arcilla rojiza y en un estado indescriptible; una india de
edad madura, de unos 25 años, ayudó a desvestirme y logró desembarrarme;
luego llamó a su marido para que pudiera admirar la blancura de mi piel, en lo cual
no había ningún inconveniente, ya que los tres estábamos en el mismo estado de
desnudez.
Estaba tan cerca de alcanzar el objetivo de mi viaje que era Río Sucio, que no
tenía afán de ponerme en camino; además tenía que hacer secar mi ropa. Había
dormido bien, aun cuando acostado en una simple estera, utilizando como sábana
un periódico inglés el “Morning Herald” que había preservado de la humedad
durante mi viaje; allí se leía la lista de los alimentos consumidos en el curso de un
banquete ofrecido al alcalde por la corporación de los sastres: sopa de tortuga,
roast-beef, patés, etc.; era como una ironía... un bizcocho de casabe y una tortilla
de maíz me parecieron también muy agradables, además tenía chicha, el vino de
los indígenas, y tabaco.
Algunos indios me hicieron una visita; su fisonomía era bastante ruda porque sus
antepasados eran antropófagos, pero eran buena gente y muy serviciales.
371
Antes de salir de Quinchía fui a ver la salina, luego la iglesia, donde tuve una
sorpresa inesperada que me puso de buen humor. Cuando por primera vez, hace
dos años, atravesé la selva de Anserma, pasé la noche en Quinchía. Tenía entre
mis equipajes una cantina de oficial que contenía todo lo necesario para cocinar y
servir a la mesa en un campamento: marmita, tetera, platos esmaltados, frascos
para licores, etc. y, objeto de mis predilecciones, un par de candeleros de latón
muy portátiles, pues se ajustaban como una tabaquera: una verdadera joya. Al día
siguiente, en el momento de la partida, eché de menos los candeleros de latón.
Me di cuenta también que me habían robado una bufanda roja en seda de las
Indias y mi cepillo de dientes. Las investigaciones para descubrir al autor del hurto
fueron inútiles ese año. Cuál no sería mi sorpresa al entrar a la iglesia y ver mis
candeleros sobre el altar al lado de una imagen de la Virgen, esculpida en madera,
que llevaba mi bufanda como manto; también estaba el cepillo de dientes que la
Virgen inmaculada apretaba contra su corazón. Recuperé mis candelabros, pero
no quise despojar a Nuestra Señora de su manto; también la dejé en posesión de
mi cepillo de dientes. Se ve que el ladrón había actuado con buena y santa
intención.
372
procedimientos, pero nos vimos forzados a hacer rellenos para establecer las
trituradoras, los molinos y, ante todo, los talleres de construcción porque
necesitábamos ruedas de canjillones de gran diámetro. Yo hubiera debido estar en
todas partes: para facilitar la vigilancia construí tres residencias muy modestas con
ayuda de los obreros europeos: armazón de guadua y helechos arborescentes y
tejado en hojas de palmera; mis muebles consistían en mesas y taburetes y me
encontraba por lo demás muy a gusto en la desnudez de esos apartamentos.
1o. Río Sucio de Engurumí, cerca de las minas de Quiebralomo, (altitud 1.828
metros, temperatura promedio 20°).
2o. Vega de Supía, residencia principal sobre el aluvión aurífero; (altitud 1.225
metros, temperatura promedio 23°).
3o. Marmato, sobre los trabajos dirigidos en los yacimientos de piritas (altitud de la
casa en donde habitaba, 1.426 metros, temperatura promedio 21°)
Mientras estaban listas las casas donde debía alojarme, me establecí en una
dependencia de las minas de plata abandonadas de Chachafruto (altitud 1.709
metros, temperatura promedio 20,5°) que es una casa aislada en plena selva, a
mitad de camino entre Marmato y Supía, cerca de un bonito riachuelo. A la
entrada de los subterráneos encontré buena cantidad de “pacos” de donde retiré,
por medio de lavado, mercurio argentífero.
Allí tenía un vecino singular, una serpiente de metro y medio de largo, una traga-
venado, especie de boa; la veía deslizarse, generalmente por la mañana en el
torrente, cuando después de una cacería nocturna regresaba al sitio que había
escogido en una galería de la mina. Varias veces tuve la idea de matarla, pero
como no me molestaba para nada y como probablemente limpiaba los alrededores
de animales incómodos, la dejé vivir.
En América meridional las grandes serpientes son menos peligrosas que las
especies más pequeñas que tienen, con frecuencia , colmillos venenosos como
pude comprobarlo: me encontraba en Supía y ofrecía una comida a los oficiales de
minas y cuando estábamos en los postres, el sirviente apoyó de repente su
servilleta sobre el plato lleno de frutas: “una serpiente”, gritó asustado y nos
mostró un delgado reptil, bastante fuerte llamado “atabacado” debido a su color;
se le puso en alcohol y ahora figura en las colecciones de Historia Natural de
París; es una serpiente cuyo veneno actúa con una gran prontitud, según me han
asegurado.
373
en la región ecuatorial, el higrómetro de cabello mantiene una marcha muy
regular. Durante un bello día, desde la salida del sol, la aguja avanza
gradualmente hacia el punto de sequía y luego de permanecer estacionaria se
dirige hacia los 100, máximo de humedad hasta por la noche. Si por la mañana su
movimiento hacia ese punto se interrumpe, si la aguja permanece estacionaria y
con mayor razón, si marcha hacia la humedad, se puede estar muy seguro de que
sea cual sea el estado del cielo, lloverá en la tarde; el barómetro no hace prever
nada y es al higrómetro que yo consultaba cuando tenía algún consejo para dar al
San Sebastián del padre Bonafonte para saber si había llegado el momento de
pedir la lluvia o la sequía. El Rodeo fue para mí un sitio de delicias; esa soledad
era mi paraíso, con una serpiente y, hay que confesarlo, con una Eva encantadora
que me asistía en mis observaciones.
Creo que ya he dicho cómo era el trabajo ejecutado por los negros para extraer el
oro de la pirita; un lavado y una trituración con molino movido por rueda de
canjillones, luego el mineral en un estado de pulverización era arrojado en una
especie de canal de madera que recibía un débil chorrito de agua; el lavador
devolvía la pirita hacia la cabeza del canal hasta que la juzgaba suficientemente
374
concentrada y enriquecida y entonces se extraía el oro en polvo, lavando en
pequeñas cantidades en un plato cónico de madera llamado batea.
¿Cuál era la pérdida del oro en este proceso de una lentitud desesperante? Es
imposible saberlo; algunas de las tentativas que hice para enterarme dieron
resultados que no inspiraban ninguna confianza. Para tomar de nuevo el asunto
en las manos, esperé a que una trituradora estuviera terminada y conduje
entonces una larga y penosa serie de investigaciones hasta que,
independientemente de la trituradora, instalé un laboratorio bien organizado,
provisto de sus instrumentos de precisión, de manera que pudiera llevar a cabo los
ensayos de oro y plata con la misma exactitud con que lo hacían en los
laboratorios de las casas de moneda.
Sobre los “tyes” ingleses, mesas o cajas para lavar el material triturado, este
contenido subía a 0,00012; sin embargo la ventaja de este enriquecimiento
desaparecía durante el lavado final hecho a mano, de manera que esta operación
fue reemplazada por la de amalgamar la pirita concentrada en un “arrastre”
mexicano. Se redujeron las pérdidas por este medio, pero aún no se retiraban sino
0,60 del oro contenido. Fue lo que se estableció por medio de un experimento
llevado a cabo sobre 4.113 toneladas inglesas salidas de las minas del Salto. El
rendimiento máximo fue de 0,71 y el mínimo de 0,30. La pérdida promedio en oro
de 0,40 es la suma de las pérdidas parciales que sucedieron al total de las
operaciones: por el procedimiento de trituración, por el lavado sobre las mesas o
“tyes” y amalgamación en el arrastre.
375
de esclavos, vimos surgir una fábrica que producía mensualmente en 1832, 32
libras de oro en lingotes.
376
5 de la tarde, el rayo cayó a 200 pasos de mi habitación, sobre unos matorrales:
yo me hallaba precisamente en mi puerta, admirando el espectáculo; durante 10
minutos oí claramente, entre trueno y trueno, un chasquido que recuerda el de las
chispas que salen de una poderosa máquina eléctrica. En el Valle del Cauca las
tempestades llegan a tener proporciones grandiosas y aterradoras, desde
Popayán hasta Antioquia, en donde los siniestros causados por el rayo son muy
comunes. La cantidad de personas que mueren a causa de las tempestades es
verdaderamente considerable si se tiene en cuenta la poca densidad de la
población.
Las oscilaciones de la tierra son tan frecuentes que puedo afirmar que de las
montañas de California a las de Chile, la tierra está en un estado de agitación
incesante. Las trepidaciones fuertes son las que se notan, porque son las únicas
que se perciben claramente; pero la aguja imantada, suspendida de hilos de seda
no trenzados, evidencia los movimientos de la tierra casi todos los días, como lo
observé al ver las variaciones magnéticas diurnas con una brújula de Gambey,
instalada primero en El Rodeo y luego en Marmato. Únicamente mencionaré dos
temblores de tierra notables por su duración y su intensidad: ya describí la terrible
situación en que me encontré cuando inspeccionaba los trabajos de las minas de
oro de El Salto, en donde tuve la buena suerte de lograr mantener el orden y de
sacar a la superficie a unos 100 mineros, aterrados, haciéndolos pasar, uno a uno
por una estrecha galería de 300 metros de largo donde habrían muerto todos si yo
no hubiera podido disipar el terror que les causaban los bramidos siniestros y los
ruidos subterráneos a los cuales se unían los clamores, los rezos y los cantos
fúnebres de una multitud enloquecida. Un temblor de tierra, en una mina, es
todavía más aterrador al considerar que uno está rodeado y envuelto por una
masa de rocas en movimiento; ¡el minero tiene ante sí la imagen de la tumba
donde quedará sepultado!.
Los dos temblores de tierra de que hablaré ahora fueron observados por mí, en La
Vega, en plena tranquilidad, ya que mi casa estaba cubierta con pamiche y no
corría ningún peligro. El primero tuvo lugar el 10 de octubre de 1827 a las 4:25; la
sacudida fue instantánea y sumamente fuerte; el movimiento parecía venir del
sureste al noroeste; el segundo se presentó el 16 de noviembre del mismo año, a
las 6 de la tarde. Yo me hallaba escribiendo y mi casa se remeció; como el
movimiento continuaba salí y vi a mis sirvientes rezando y entonando el famoso
cántico: “Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, líbranos de todo mal...”.
377
Regresé a la casa y comencé a contar el tiempo en mi cronómetro; la tierra
todavía tembló durante 3 minutos; no creo exagerar diciendo que las oscilaciones
horizontales de sureste a noroeste duraron 6 minutos en total. Después supe que
en Bogotá, a la misma hora, había temblado, durante 8 minutos.
Apenas había llegado, un sirviente me pidió que saliera porque el cielo producía
un ruido que no era de trueno. Efectivamente oí detonaciones parecidas al ruido
lejano del cañón, pero secas. No se veía ningún resplandor; el intervalo de tiempo
entre dos detonaciones era muy regular: alrededor de 30 segundos, conté 10
detonaciones y la gente que estaba afuera, había oído 6 antes de que yo las
oyese; el cielo estaba despejado.
El correo que llegó del Sur el 25 de noviembre me informó que el temblor de tierra
había sido muy fuerte en Cartago, Buga y sobre todo en Popayán. De Cartago me
escribieron que cada detonación sonaba como un cañonazo de 24. Más al sur, la
intensidad del sonido fue menor y no hubo señales de erupción en el volcán de
Pasto. La causa de estos ruidos en el aire no ha sido explicada.
Prometí contar la triste historia del perro que dormía durante el temblor de tierra.
Hela aquí: es el primer caso de rabia canina que yo haya visto: Azor había
acompañado una partida de mineros que venía de Inglaterra y había remontado el
Río Grande de la Magdalena y atravesado la Cordillera Central por la ruta del
páramo de Herveo; era un magnífico danés amarillo, muy manso, que se había
convertido en el amigo de todo el mundo, pero vivía especialmente conmigo y
tenía gran cariño por mi caballo. Un día lo encontré acostado bajo un banco en mi
casa de El Rodeo: lo llamé y el animal de ordinario tan obediente, no se movió;
quise entonces echarlo afuera y se abalanzó furioso contra mí, mordiendo el palo
de que me había servido y lo hizo tan fuertemente que pude alzarlo y arrojarlo con
todo y palo; mi buen caballo se hallaba afuera, como de costumbre, esperando
que le permitiera entrar al comedor porque cuando yo estaba solo cenábamos
juntos y él se comía todo el postre. Azor se botó sobre la pobre bestia mordiéndola
cruelmente en el cuello, luego perro y caballo desaparecieron a toda velocidad;
por el camino el primero mordió a un niño negro y a varias vacas que pacían en la
378
pradera. Yo había dado orden de matar al perro, lo que hizo un minero inglés.
Visité al pobre negrito, quien murió de la rabia al cabo de algunos días, lo mismo
que varias vacas; a mi excelente caballo no lo volví a ver y solamente a los 2
meses se encontraron sus restos, que pudimos identificar por ser el único caballo
herrado en la región y las herraduras estaban entre sus huesos.
Pasé algunas horas en medio de una gran inquietud y fue con viva satisfacción
que comprobé que no faltaba nadie, al llamar a lista después de la borrasca.
Estábamos en un estado indescriptible: totalmente mojados y cubiertos de barro,
pero tuvimos la suerte de que la lluvia que nos inundó no era fría pues su
temperatura no bajaba de 19° y la del aire era de 22°.
379
Los trabajadores bajo mis órdenes eran negros esclavos, negros libres, mulatos y
mestizos, lo cual, en mi aislamiento, me daba un gran sentido de seguridad:
gentes sobrias, sumisas y leales que mantenían a respetuosa distancia los 150
obreros europeos, hombres turbulentos, aficionados al licor en su mayoría. Con
ellos tuve dos asuntos desagradables: en una oportunidad los ríos crecidos en la
cordillera de Herveo impidieron que llegasen a tiempo los correos que traían los
fondos enviados desde Bogotá, para el pago de los obreros. Los mineros y los
obreros ingleses se declararon en huelga y me enviaron una delegación para
reclamar su dinero; en ese momento me encontraba en El Rodeo y los vi subir la
pendiente que los llevaba a mi casa; los recibí en ropa de casa y les pedí que se
detuvieran y botaran los palos en los que se apoyaban, lo cual obedecieron.
Expliqué entonces a su portavoz, una mala persona, la causa de la demora en el
pago y se retiraron murmurando que no volverían al trabajo hasta que se les
pagara. Los fondos llegaron dos días después del reclamo y en el momento del
pago se les retuvo lo correspondiente al tiempo durante el cual se habían
ausentado de sus trabajos.
El segundo asunto fue mucho más serio: a las 4 de la mañana, hallándome en Río
Sucio de Engurumí, fui despertado por un alcalde que llegó al galope de la Vega
de Supía. Los ingleses querían quemar el pueblo y se paseaban por la calle
principal y única, con antorchas encendidas; no esperaban para ahorcar al cura
sino haber incendiado la iglesia.
—“Pero, el capitán Walker está en Supía, por qué no se dirigió a él; creo que
habría restablecido el orden”, le dije al alcalde.
—“No lo crea, don Juan, el capitán encabeza a los revoltosos y está tan borracho
que casi no puede tenerse en pie. Si Ud. se demora Supía será destruido, la
iglesia y los santos quemados y el cura ahorcado”, contestó el pobre magistrado
con voz temblorosa.
380
hice buscar por auxiliares que yo había organizado para el caso de que los
obreros extranjeros hubiesen puesto resistencia.
¡Yo no había salvado nada! Había sido un desorden causado por hombres
borrachos que sedujeron a uno de sus jefes, quien en lugar de hacerlos entrar en
razón, se había asociado a su mala conducta. Walker, una vez en su juicio, me
escribió una carta muy emotiva. Lo hice poner en libertad y lo envié a Sonsón para
que vigilara el transporte del material. Algunos meses después el desdichado
joven murió a consecuencia de sus excesos y tuve la ocasión de verlo una vez
más, antes de su muerte. Estaba irreconocible, al punto que escribí a un amigo
común: “Walker ya no es más que una masa de carne impregnada de alcohol”.
381
escondido y bien tratado por mis sirvientes. Debo confesar que yo lo ignoraba e
insistí en que debía alejarse y le di algún dinero; partió y no lo volví a ver sino dos
años después, en la Provincia de Socorro, donde se había establecido y había
cambiado su nombre; tenía éxito en los negocios y era un hombre muy apreciado;
entonces prometí darle noticias de él a su padre y el muchacho estuvo encantado
de poder pasar algún rato conmigo.
El tribunal se mostró más indulgente de lo que había sido con Vanegas, en otro
asunto que tenía realmente menor gravedad. Se trataba de un considerable robo
de oro, cometido por un mulato libre, jefe de los lavaderos de Marmato: escondía
el oro en polvo en el cabello de su cabeza y también en el de otras partes del
cuerpo de las negras lavadoras. El sistema piloso, por su contextura de lana
crespa formaba un escondite en donde se podía tener en reserva notables
cantidades del precioso metal y después del trabajo, peinaba a las mujeres. Hice
vigilar al miserable y constatamos el delito; las negras confesaron todo y delante
de mí se llevó a cabo un baño de esclavas doradas. El oro disimulado en esa
forma, llegaba a 3 o 4 onzas, en una sola mujer. Mandé al mulato a la cárcel y se
le siguió un proceso y los documentos fueron enviados a Popayán; el tribunal
consideró que un mes de prisión preventiva era ampliamente suficiente para
castigar a un hombre por haber robado un “poquito” de oro y declaró suspendido
el proceso. En cambio, la justicia local me reprendió por haber actuado como lo
hice, pues de acuerdo con el alcalde se debía dar de azotes al culpable, hasta que
hubiese restituido el metal robado.
Cuento aquí un incidente: cuando se decidió mi salida una vieja negra de nombre
Juana me contó que quería comprar su libertad; era la esclava de una
congregación y pasaba su vida sentada en una silla; la mantenían bien sin pedirle
382
el menor trabajo; me pidió que la evaluara de acuerdo con la ley de manumisión
que permitía recomprarse a todo esclavo; la evalué en 5 piastras, pero le aconsejé
permanecer en donde estaba, pues era libre de hecho, pero la vieja no quiso
aceptar. Después de haber puesto el grito en el cielo sobre el poco valor que le
atribuía, me dijo que una vez que yo me hubiese ido, no quería quedarse con los
ingleses heréticos. Le entregué su carta de libertad.
383
CAPÍTULO XVI
El Chocó está situado al oeste de la Cordillera Occidental de los Andes, entre los
4° y los 8°, en la desembocadura del río Mira; 1°35’ en el Golfo del Darién; 8° de
latitud norte. Esta provincia está bañada por el océano Pacífico y el mar de las
Antillas. El terreno es pantanoso, atravesado por una multitud de ríos que forman,
al reunirse, dos ríos navegables, el Atrato con dirección norte y el San Juan, con
dirección sur-oeste.
El Chocó obtiene sus alimentos del Valle del Cauca y de la Provincia de Antioquia
y los trae por caminos o trochas que atraviesan la Cordillera Central. Las
mercancías de origen europeo suben el río Atrato y por el San Juan se introduce
el tasajo que se prepara en los alrededores del puerto de Chirambirá. La carne de
res, de cerdo, el maíz y la panela son la base de la alimentación de los negros
empleados en los trabajos de las minas.
La exploración del Chocó comenzó por la costa del océano Pacifico que Pizarro y
Almagro reconocieron desde el Golfo de San Miguel hasta la desembocadura del
río Mira. Balboa y Colmenares visitaron el Golfo del Darién y penetraron en una
ramificación del río Grande o Atrato; es probable que no pasaran más allá del
punto llamado la Altura del Vigía. Esto debió ser un poco antes de que Balboa
descubriera el Mar del Sur, al atravesar el istmo; más adelante el licenciado
Pascual de Andagoya llegó a la bahía de San Buenaventura y después de un viaje
a España fue nombrado, en 1539, gobernador de San Juan, es decir, de la parte
de la costa comprendida entre el Golfo de San Miguel y el río San Juan; llegó a la
desembocadura del río Dagua y subiendo la cordillera por el Valle de El Salado
llegó a la ciudad de Cali, situada en el Valle del Cauca.
384
En las crónicas no se encuentra ningún informe sobre el origen de la ocupación
del interior de la región. Sin embargo, parece indudable que el Chocó fue invadido
progresivamente por negros pertenecientes a propietarios de minas en las
provincias de Antioquia, del Cauca y de Popayán, que enviaron sus esclavos a
explotar los ricos aluviones auríferos que allí habían sido encontrados. Puede
decirse que el Chocó jamás ha sido ocupado por los criollos españoles, en el
sentido de que en ese entonces, como en nuestros días, no tenían sino reales de
minas en donde no hacían sino cortas residencias.
El Chocó propiamente dicho, las tierras bajas, calientes y pantanosas, tal vez no
haya sido jamás habitado por los indios chocós. Estos indígenas vivían
generalmente, como lo hacen ahora, sobre la pendiente de la cordillera, a una
altitud en donde la temperatura es menos elevada. Claro que recorrían la región
baja, como todavía lo hacen, para pescar y cazar, teniendo en cuenta que el
pescado con la caza y el maíz, que cultivan en la montaña, son su alimento
habitual.
El clima del bajo Chocó es de los más insalubres. Es muy caliente y llueve, puede
decirse, sin interrupción. Caldas atribuía esas lluvias persistentes a que el vapor
acuoso traído por el viento del mar, se condensaba por el enfriamiento que sufría
al llegar a la Cordillera Occidental, formando como una barrera al aire saturado de
humedad. La verdad es que la pendiente de las montañas está casi siempre
cubierta de espesa niebla que nunca pasa al otro lado de las cimas.
385
lana debido a las lluvias constantes a que iba a estar expuesto y además varias
mudas de ropa liviana para soportar el calor.
386
Sin este calzado especial nos habría sido imposible avanzar: son botines de cuero
de venado, tal como se le quita al animal; pronto este calzado entra en
putrefacción y emite un olor fétido; para acostarse uno se los quita y al día
siguiente, en el momento de salir, vuelve a ponérselos, aún mojados y exhalando
la misma fetidez; ¡nada tan desagradable como la sensación que se experimenta!.
A las 3 y media logramos calmar la sed con el agua límpida de la quebrada de las
Vueltas. En el punto donde nos detuvimos, la altura era de 1.569 metros y la
temperatura de 22°. Esquistos. Acampamos a la orilla de la quebrada, en una
garganta de aspecto salvaje, conocida con el nombre de El Bejuco; el torrente de
las Vueltas se une al río Garrapata, el que, después de un recorrido de 54 millas
entra en el Sipi a 12 millas del San Juan. La quebrada de las Vueltas queda a 8
millas al oeste de las cabeceras. Se puede ver la lentitud con que habíamos
caminado.
De un momento a otro quedamos envueltos por una niebla espesa. Mis hombres
sostenían que habría sido suficiente silbar para hacer llover; la lluvia debía ser casi
continua en la selva, si juzgamos por los pozos de agua que se encuentran aquí y
allá, sobre el terreno, por lo cual no se puede uno acostar sin haber armado una
especie de tarima formada por troncos de guadua. Vimos a un hombre negro
profundamente dormido y escurriendo sudor; sobre su enorme pecho reposaba un
sapo gigantesco y no lo despertó el ruido que hacían mis hombres tumbando
guaduas para organizar nuestra pernoctada. Al despuntar el día, seguía
durmiendo con su sapo, cuyo contacto probablemente le daba sensación de
387
frescura. Los árboles que circundaban nuestro campamento estaban invadidos por
una banda de monos negros, afortunadamente silenciosos. De haber sido
gritones, nos habrían dado un concierto que nos hubiese quitado el sueño, del
cual estábamos tan necesitados.
15 de febrero. A las 8, al dejar Las Cruces, entramos por un camino profundo que
recordaba una galería de mina; salimos a Los Cajones de Barra-Blanca. De allí
fuimos a Portachuelo y a mediodía encontramos altitud de 2.387 metros,
temperatura 24°, esquistos alterados. A las 3 nos detuvimos en el Chorro de Poya,
cabaña aislada en la selva, habitada por un negro viejo que permanecía sentado a
la morisca, sobre una barbacoa. El hombre sacaba un excelente partido de su
finca, pues sus precios eran considerables: 1 huevo, un real; un pollo flaco, 2
piastras. Allí la altitud es de 883 metros, temperatura de 21°.
388
17 de febrero. Del Caucho que dejamos a las 8, subimos hasta Contadero del
Hormiguero en donde nos detuvimos a las 10. Todavía se veía el esquisto
pizarroso, parecido al del río de las Vueltas, (altitud 894 metros, temperatura 24°).
En una fuente el termómetro indicó 21,7°. Avanzábamos con dificultad debido a la
presencia de raíces que la lluvia había descubierto; saltábamos de raíz en raíz
para encontrar un punto de apoyo y cuando lo fallábamos, nos hundíamos en el
barro hasta media pierna. A mediodía almorzamos en el alto del Pozo. (altitud
1.132 metros, temperatura 22°); un poco más abajo emerge el chorro de Iparrá en
donde el esquisto se inclina en 45º al suroeste, (altitud 989 metros, temperatura
22°). A las 3 acampamos en Guadualejo, antes de que llegara la lluvia (altitud 711
metros, temperatura 22,3°). Por el camino nos encontramos con una piara de
puercos que venía de Cartago; uno de estos animales, que allí cuesta 8 piastras,
se vende por 16 en el Chocó. Habíamos marchado al oeste-noroeste.
389
donde lo habían dejado sus padres, pero tenía la cara profundamente lacerada por
las garras de la bestia.
9:25 NO Remolinos
9:30 O Río Virabuba
9:33 OSO Quebrada Suagara entra a la izquierda
9:35 NNO Rápidos muy fuertes de Boquío
9:4 OSO Rápidos
9:45 SO Rápidos
9:48 NO Rápidos
9:52 NO Quebrada Marta entra a la izquierda
9:55 OSO Rápidos
10:00 NO Rompientes peligrosas. Se desembarca para hacer pasar la
canoa
10:05 SSO Rápidos
Desembarcamos a las 10:10 sobre la orilla izquierda, pues las piraguas no podían
continuar debido a las cascadas. Seguimos el curso del Tamaná por la orilla hasta
el río Guayabal, en donde encontramos una bella platanera; antes de llegar
habíamos pasado sucesivamente sobre la orilla izquierda del río de las Cabeceras
de las Piedras, hasta alcanzar el río Guayabal; aquel era suficientemente profundo
para tener que atravesarlo a nado. Tuvimos que esperar en la hacienda de
Guayabal antes de poder encontrar bogas para que nos llevaran al Real de Aguas
390
Claras. Guayabal es el embarcadero del Tamaná y la navegación, a partir de este
sitio no ofrece tantas dificultades. Eran más de las 3 cuando salimos; el negro que
dirigía mi piragua era un magnífico ejemplar humano, pero tenía en el muslo un
enorme tumor escrofuloso o venéreo, enfermedades muy comunes en los sitios
por donde atravesábamos. De Tamaná se sigue bajando; embarcados a las 3:50
navegamos oeste-nor-oeste.
Durante mi viaje al Chocó tuve otra ocasión para constatar la indiferencia de las
mujeres por la desnudez; en uno de los sitios a la orilla, entré en una casa para
esperar que mi canoa hubiera pasado un rápido; una mujer todavía joven me
recibió y me hizo sentar; yo estaba tan escasamente vestido que mostraba lo que
391
se debía esconder; mi secretario John Lane, quien me acompañaba, me hacía
toda clase de señales que yo no entendía y al fin resolvió cubrirme con un
pañuelo; la joven señora viendo lo incómodo que se encontraba mi púdico
secretario, dijo: “¡Oh!, eso no tiene importancia, no se preocupe, yo veo de lo
mismo todo el día, solamente que son negros. Encontré 127 metros de altitud en
Aguas Claras y temperatura de 24,4°.
392
10:26S SSE
10:35 SSO
10:45 NO
A las 11 llegamos a la bodega de Nóvita, sobre la orilla izquierda (altitud 100
metros, temperatura 29,4°). Desde las Juntas habíamos bajado 69 metros,
diferencia de nivel considerable si se tiene en cuenta la poca extensión de camino
recorrido: 13 o 14 millas. Hubo necesidad de subir una cuesta fuerte para llegara
la ciudad de Nóvita, en donde nos alojamos en casa de Joaquín Hurtado, hijo de
doña Petronila (altitud 180 metros, temperatura 26,4°). ¡Triste estancia allí! Las
casas son de guadua, cubiertas de hoja de palmera, construidas sobre un pantano
y como apiladas las unas sobre las otras. Las tiendas estaban repletas de
mercancías de toda clase y el terreno totalmente desbaratado, pues Nóvita está
construida en medio de antiguos lavaderos. Comenzaba a llover y sentíamos un
calor sofocante; a las 2, a pesar de la lluvia, el termómetro se mantenía en 28°.
Nóvita tiene una casa de fundición, establecimiento a donde llega la mayor parte
del oro en polvo que sale de los Reales de Minas para ser transformado en
lingotes que son enviados a las casas de moneda de Popayán o de Bogotá, para
ser convertido en onzas de oro amonedado, que valían de 15 a 16 piastras fuertes
de plata.
393
13 de largo y 8 de ancho; tan pronto están al rojo, se coloca una de ellas sobre un
ladrillo, luego el disco de amalgama que se cubre con la segunda placa de hierro
también al rojo y sin perder un instante, se encierra todo en una marmita boca
abajo, cuya abertura, como es lógico, llega hasta el fondo de la bandeja donde se
ha puesto el agua; el mercurio emite vapores que se condensan en metal líquido
que se recoge bajo el agua. Al terminar la operación se retiran los discos que se
han convertido en oro poroso. Algo así como una esponja metálica, obtenida por
los medios empleados en Bogotá y que ya he descrito.
De Nóvita se descubre un pico aislado, del cual se habla en toda la región: el cerro
de Torrá que se deja ver rara vez debido a la permanente niebla; tuve la suerte de
poderlo medir en el Sur-Este, por medio de una rápida operación y considero que
se halla a 6 o 7 millas de la ciudad. La leyenda dice que es un volcán, también que
una mina de plata; nadie nunca se ha acercado a él y me aseguraban que los
navegantes del océano Pacífico lo ven desde una gran distancia de la costa.
394
ciudad que se parecía a una pradera en donde pululaban los batracios; yo llevaba
la ropa bajo mí sombrero y mis botas y el sable en la mano y llegado a la puerta
de Su Señoría, vestí mi uniforme y me calcé; después de una amable recepción
que me hizo el imbécil que gobernaba la provincia, volví a poner mis efectos bajo
el sombrero y regresé a mi vivienda.
395
A las 9 y media dejamos la Bodega de Nóvita, para entrar al río San Juan que
debíamos remontar para llegar a Tadó; en cada canoa teníamos dos remeros,
indios Chocós, que no sabían ni una palabra de español, El juez Político de Nóvita
les había dado instrucciones:
En ese punto hay un arrastradero, o sea un sendero por el que se puede arrastrar
una canoa. En 3 horas de marcha llegamos a la entrada del Cértegui, en el río
396
Quito (1) , donde uno se embarca para llegar a Quibdó. El arrastradero puede tener
14 millas y su dirección es al norte del Cértegui; se baja el río Quito por 22 millas,
en dirección norte. Entre Nóvita y el río Quito no hay divisoria visible.
Hora Dirección
5:00 ENE
5:15 NNE
5:30 ESE
(1)N. del T. Aquí hay una equivocación pues los ríos Quito y Cerlegue son
afluentes del Atrato.
Desde que salí de la bodega de Nóvita me pareció que el lecho del río es una
grauvaca; de todas maneras es una roca esquistosa.
397
de que traerían una embarcación más estrecha. La superficie de la roca donde
estábamos era tan exigua que nos obligó a apretarnos el uno contra el otro;
estábamos rodeados de espumas y el ruido era tan intenso que impedía oírnos: la
situación era crítica, pues ni siquiera podíamos pensar en llegar a la orilla a nado,
porque habríamos perecido. Agachándome con precaución, sostenido por John
Lane, pude soltar un fragmento de la roca sobre la que estábamos trepados y la
encontré descompuesta, gris, con láminas de mica; es probablemente un
grünstein de grano fino lo que constituye el terreno de Mojarra; después de 20
minutos de espera vimos con una satisfacción fácil de entender, que llegaban
nuestras embarcaciones: la piragua grande seguida de la canoa que llevaba mis
hombres y en la cual se había trasbordado el equipaje. Así aliviada, gracias a la
destreza de nuestros indios, la piragua atravesó el paso peligroso.
A las 8:50 habíamos atravesado las Mojarras. Por fuerza habíamos tenido que
quedarnos a bordo porque las orillas muy escarpadas y llenas de vegetación, no
presentaban facilidades para bajarnos.
398
cuyo curso es NO. Su altitud es de 127 metros, temperatura 29,4°, es decir 27
metros más alto que la bodega de Nóvita, sobre un aluvión depositado sobre una
diorita de un verde muy oscuro, rico en cristales de anfibol. Tomé en alquiler una
tienda, verdadera celda. El cura a quien yo iba recomendado estaba ausente, pero
fui recibido amablemente por su vicario, el padre Cerizo. Tan pronto me instalé
tuve varios visitantes insoportables que me enloquecieron con preguntas
imposibles.
Tadó es tal vez el punto central de la región platinífera; el padre Cerizo pretendía
que las minas de oro de los alrededores podían producir grandes cantidades de
platino y me aseguró que había algunas en las que se encontraba ese metal,
mezclado en una proporción insignificante de oro. Como me permitiera dudarlo,
ofreció mostrarme una de esas minas; no había necesidad de desplazarse para ir
a verla: ¡estaba en la huerta de la casa cural! Se hizo que una negra lavara tierra
vegetal en una batea y para mi sorpresa, sacó platino en granos que tenían
solamente algunas partículas de oro. Existen, sin duda, en los alrededores de
Tadó, lavaderos que dan mucho platino; pero en el jardín del cura, la tierra
producía sólo ese metal; hice continuar el lavado y sucedió que en la batea se
descubrió un anillo de oro con un rubí, junto a los granos de platino. El misterio fue
explicado por un negro viejo que vigilaba el trabajo: el huerto estaba sembrado
sobre un antiguo lavadero, explotado en una época cuando no se recogía el
platino y por consiguiente se botaba el que se encontraba mezclado con el oro.
Esta era la razón para que el platino se encontrase acumulado en la superficie.
De Tadó me embarqué para el Real de Minas de Santa Lucía, sobre el río que
había pasado el día anterior; una vez en tierra, se necesitó cerca de 1 hora a pie,
por terreno fangoso, para llegar al Real, cuyo terreno examiné con atención. La
Barranca, donde se ejecutaban los trabajos, presentaba de arriba a abajo: 3 pies
de tierra vegetal; 30 pies de sienita porfídica y de anfibolita, 7 a 8 pulgadas de una
delgada capa de arcilla arenosa y “la cinta” de los mineros en donde se
encuentran el oro y el platino. La cinta reposa ordinariamente sobre la roca; sin
embargo no la cubre totalmente, hay puntos en donde no se encuentra. La roca
que soporta el aluvión de Santa Lucía está tan alterada que es difícil definir su
naturaleza, pero a alguna distancia es negra, de grano fino, granular, micácea y
con estructura esquistosa.
Por medio del lavado de la cinta se obtiene una arenilla que contiene oro y platino
mezclados con zircones, rubíes y piritas. Todo el valle de río San Juan es rico en
esos metales preciosos. No se puede dudar que las aguas de ese gran río
arrastren continuamente arenas auríferas y platiníferas a tal punto que no se oye
hablar sino de proyectos para cambiar el curso del río para lograr explotar el
fondo, obra que me parece imposible de llevar a cabo. Creo que sería menos
costoso explotar la arena arrastrada por las aguas, que un aluvión; no se
necesitaría retirar la enorme masa de escombros que cubre la cinta.
399
Me divertía mucho ver a las negras hundirse en el San Juan para sacar la arena;
llevaban a la altura de sus riñones, sostenida por un cinturón que sujetaban con la
mano izquierda, una gran piedra que ayudaban a soportar sus enormes nalgas;
así lastradas entraban resueltamente en el agua hasta la mitad del cuerpo y con la
mano derecha sacaban la arena sobre la batea y entonces dejaban caer la piedra
de lastre aflojando el cinturón y se dirigían a la orilla derecha, donde lavaban la
arena así recolectada.
400
9:00 NNE
9:15 NNE
10:00 N
10:15 NE
10:30 NNE
11:00 E
11:30 NN
11:45 NNE
12:00 E
12:45 ENE
401
12:20 SE Orilla derecha, quebrada Chebadé
Los indios chocós, sin decirnos una palabra ni hacer un gesto, colocaron su
piragua y bajaron el San Juan a fuerza de remo; yo noté que se llevaron varios
atados de una planta parecida a las solanáceas; me aseguraron que la usaban
para pescar. Parecían estar recelosos. Yo había remitido su salario, 2 piastras, al
alcalde de Tadó quien probablemente no les había dado nada. La desconfianza de
los chocós con los hombres blancos, es consecuencia de los procedimientos poco
delicados que se usaban con ellos. Me contaban que un gobernador de Nóvita,
enamorado de la mujer de un indio, imaginó encargarlo de un despacho para una
autoridad de Charambirá, en el Pacífico, para alejar al marido; al día siguiente el
indio se presentó en su canoa con su mujer:
—“¿Pero por qué llevas a tu india? Irás mucho más despacio”, dijo el gobernador y
el indio se contentó con responderle:
Ya era muy tarde para ir a los lavaderos de oro platinífero del Real de Minas de
Pureto; tuvimos que acampar en las orillas del San Juan, en una ribera estrecha
se veían los vestigios de otro campamento. Nuestros hombres estaban
empeñados en establecerse allí, lo que yo no consideré prudente, pues
estábamos a nivel de las aguas y la menor creciente nos alcanzaría. El cielo
estaba oscuro y el trueno se oía a lo lejos, así que decidí acampar en la selva, a 8
o 10 metros por encima de la orilla y como se verá, fue una resolución muy
prudente.
402
La roca estratificada de La Angostura es idéntica a la de Tadó y se podría
confundir con arenisca: su aspecto cristalino es lo que la asemeja a una grauvaca;
se le encuentra en todo el valle del Tamaná y su color es gris sucio; al examinarla
con más atención de lo que antes había hecho, me inclino a pensar que constituye
un verdadero pórfido. Con la lupa, se le reconoce un facies cristalino, como ya lo
he dicho; se funde muy fácilmente con el fuego del soplete en un vidrio negro en el
cual se distinguen algunos puntos blancos; su masa es evidentemente
feldespática y está coloreada por partículas de anfibol diseminadas, es un
grünstein dispuesto en estratos, cosa muy rara. Todas las rocas presentan una
ligera efervescencia cuando entran en contacto con un ácido; ésta es una
característica general de los pórfidos metalíferos de los Andes. Esos grünstein me
parecen superpuestos a los esquistos en Juntas de Tamaná y estoy inclinado a
equipararlos al grünstein estratificado que soporta la sienita porfídica de la Vega
de Supía, lo mismo que en la Provincia de Antioquia y que algunas veces he
tomado por una roca arenácea; estos grünstein se parecen a una arenisca.
Al subir el San Juan desde Tadó, había notado capas de cantos, de guijarros
rodados, intercalados en los estratos de grünstein, pero no había visto ningún
perfil donde la disposición fuera tan clara como en La Angostura; en ese lugar
encontré por altitud 151 metros, temperatura 24,4°.
403
Pasamos allí una noche terrible: al anochecer el cielo estaba cubierto y numerosos
rayos anunciaban por el Norte una tempestad en las montañas a la 1 y media, uno
de mis hombres me despertó gritando que el río iba a entrar al campamento. La
tempestad era violenta y pude ver, a la luz de los rayos, que el agua no se
encontraba sino a 4 o 5 pies por debajo de nuestro alojamiento; el río había
crecido más de 20 pies desde la tarde y seguía subiendo.
Ordené inmediatamente atizar el fuego para tener luz; el agua ya estaba a 3 pies,
los mugidos del San Juan eran espantosos y con ansiedad caí en la cuenta de que
no podíamos subir sino 10 o 12 pies hacia la selva, pues detrás del filo de terreno
que ocupábamos, pasaba otro torrente tan impetuoso que no era posible cruzarlo.
Estábamos completamente encerrados entre dos enormes masas de agua
animadas de una increíble velocidad. La lluvia seguía cayendo a cántaros; el
campamento estaba inundado y la situación era cada vez más crítica. Mis
cargueros, desesperados, entonaron cantos religiosos invocando a los ¡santos del
cielo! Entonces di orden de tumbar algunas palmeras y de cortar bejucos para la
construcción de dos balsas, con el objeto de escapar, bajando el San Juan hasta
el océano, si no podíamos detenernos antes. A los que inmovilizaba el miedo les
apliqué algunos planazos con el sable, gritándoles, porque había que gritar —tal
era el ruido de las aguas que se podía rezar y trabajar al tiempo—. El río seguía
subiendo; la selva estaba espléndidamente iluminada por un fuego eléctrico
incesante; el trueno sonaba permanentemente y era una escena grandiosa,
terrible, imposible de describir. A un árbol gigantesco, de la orilla opuesta, le cayó
un rayo y todas sus hojas se volvieron luminosas en un solo instante, lo que me
pareció un efecto mágico y alrededor de nosotros, varias palmeras quedaron
fulminadas; el temor a la muerte, cuando no paraliza las facultades, es un
poderoso estimulante; nunca he comprendido cómo, en tan poco tiempo, nuestras
dos grandes balsas quedaron casi terminadas, los maderos cortados, los bejucos
listos para ser utilizados, faltando solamente hacer las ligaduras para ponerlas a
flote, lo que no fue necesario, pues la creciente cesó y el agua bajó rápidamente.
El 1 de marzo a las 9, el río que nos había inquietado porque cortaba nuestra
retirada hacia la selva, estaba casi seco. Para ir al Real de Minas del Puerto, que
yo debía visitar, no tenía sino una información, de siempre marchar al norte, es
decir, caminar, remontando el San Juan y atravesando sus numerosos afluentes.
En realidad nos encontrábamos dentro de un dédalo de riachuelos, que podían ser
lo mismo las fuentes del San Juan, o las del Atrato: en efecto, un riachuelo cuya
agua va al Pacífico, no está sino a 2 o 3 millas de otro que lleva al Atlántico. Esta
404
corta distancia es la que separa el chorrito de agua de Caramanta que va al San
Juan, de uno de los chorritos de agua de la Aguita, afluente del Atrato. Después
de haber recibido el río Tatamá, el San Juan pierde su nombre: se encuentra uno
entonces sobre un punto bastante elevado de la pendiente occidental de la
cordillera.
Jamás olvidaré lo que sufrimos sobre un suelo tan húmedo, en donde nos
enterrábamos en el barro; después de 3 horas de una marcha así de penosa, nos
detuvimos cerca de un riachuelo en donde pudimos calmar nuestra ardiente sed.
Poco después llegamos al río Pureto, muy cerca del punto en donde desemboca
el que seguiré llamando el San Juan. Allí el Pureto cae en una magnífica cascada
que atravesamos no sin dificultad; debajo de la caída de agua la corriente es tan
fuerte que, de haber sido arrastrados, no habría quedado rastro de nosotros. Fue
a 3 o 4 metros más arriba de la caída, donde pudimos atravesar; era bastante
profundo y no se encontraba pie. El negro Vicente fue quien me ayudó a pasar
agarrándome yo de su cinturón de cuero y flotando hasta la otra orilla. Eran las 2
cuando toda la expedición atravesó el Pureto. Después de 4 horas de marcha,
encontré a un negro joven que iba en una pequeña canoa, camino hacia las
minas; el agua era tan poco profunda que se me ocurre que nos encontrábamos
en presencia de una derivación del Pureto; monté en la canoa, que no flotaba sino
que rodaba sobre los cantos; más tarde revisé esta manera singular de utilizar los
gijarros rodados que el agua escasamente cubría y caí en la cuenta que habría
podido adoptar este medio de transporte desde La Angostura.
Cuando me levanté, una vieja negra, una “curiosa”, un verdadero doctor, me curó
las heridas de las piernas con ciertos jugos de hierbas y así me encontré en
estado de visitar los lavaderos. Había llovido toda la noche en el Real de Pureto,
donde no pasa ni un solo día del año sin llover.
El aluvión del Real de Pureto reposa sobre un grünstein de granos finos, los
metales preciosos están diseminados en una delgada capa arcillosa llena de
hierro titanáceo. Los gijarros rodados que cubren la cinta son idénticos a los de
todos los aluviones del valle del San Juan. El oro que se extrae de Pureto por
medios que ya no debo repetir, es pobre en platino. No se obtienen más de 10
libras anuales de ese metal; todo el Chocó no produciría más de 4 quintales. Es
cierto que la producción aumenta cuando sube el precio del platino y que se vende
405
la libra a 25 piastras, pero entonces ya no es por el metal extraído por lavado, sino
el que se va a buscar en las minas abandonadas. Así se obtiene platino sin oro,
como lo observamos en el jardín del cura de Tadó.
El 3 de marzo a las 6 de la mañana remontamos a pie las orillas del Anime, el cual
atravesamos varias veces; realmente marchamos en el río avanzando al ENE. A
las 7 y media llegábamos a la unión de la quebrada del Lavadero (altitud 281
metros, temperatura 25,5°). La roca es un grünstein alterado. Del lavadero
subimos hasta el alto de Aramuguera (altitud 370 metros, temperatura 25°).
Seguimos durante un tiempo el Aramuguera de donde salimos para llegar al río
San Juan, o si se quiere uno de los afluentes de este río en la desembocadura de
la quebrada del Arrastradero, a donde llegamos a las 11 (altitud 218 metros,
temperatura 26,7°). El arrastardero acarrea cantos de grünstein porfídico. El San
Juan corre al oeste y seguimos su curso remontando por la playa; a mediodía
llegamos al alto del Arrastradero, sobre roca porfídica (altitud 378 metros,
temperatura 25,5°). Hacia la 1 atravesamos una quebrada llamada Aguaclara,
sobre sienita porfídica descompuesta (altitud 302 metros, temperatura 27,2°). A las
2 pasamos el riachuelo Aguaclara, a las 3 el río Mombú, en donde hay un
grünstein casi compacto, verde oscuro en el cual se ven como concreciones de
sienita porfídica; a las 4 nos alojamos en el tambo de Mombú, construido en donde
el río Mombú corre al oeste, pertenece a la cuenca del Atrato. Habíamos salido del
406
San Juan, caminando hacia el Norte; el espacioso valle nos pareció muy
agradable, debido a que ya habíamos salido de los pantanos y de la humedad
permanente. Este terreno es muy accidentado. El oro que se retira del Mombú
contiene platino, según nos aseguraron (altitud del Tambo 248 metros,
temperatura 24,4°); la noche fue buena allí, pero infortunadamente, debido al cielo
muy nublado fue imposible obtener una latitud.
El 5 de marzo, a las 8, al salir del tambo después de haber atravesado el río Gitó,
encontramos el primer riachuelo, el Sinto; el camino no presentaba ningún
obstáculo, el tiempo era bueno, John Lane ya no tenía la fiebre que había
contraído en Nóvita y la expedición sentía un gran bienestar después de haber
permanecido húmeda durante un mes; a las 4 nos encontrábamos frente al río
Aguita que venía del Norte y desemboca en el San Juan un poco por encima del
torrente de las Piedras, precisamente en el punto en donde sobre la orilla
izquierda entra el río Tatamá (altitud 465 metros, temperatura 25,1°). El río Aguita
es uno de los más importantes afluentes del alto San Juan.
Los pocos indios que pude consultar me aseguraron que este río, especialmente
hacia sus fuentes, es muy rico en oro en polvo y que contiene granos de platino,
mientras que en esta localidad las arenas del San Juan son pobres en oro y no es
platinífero. Si estos hechos estuvieran bien constatados, tendría importancia: de
ello se podría concluir que El Aguita sale de las montañas porfídicas, como la
mayoría de los ríos que habíamos visto sobre nuestro camino, mientras que el San
Juan, o más bien, los riachuelos que forman sus fuentes, nacen en terrenos no
auríferos. Cerca del Aguita volví a ver capas casi verticales con inclinación hacia el
Sur-Oeste, de un cuarzo muy frágil, que pertenece a la formación esquistosa que
se desarrolla en la Cordillera Occidental; sin embargo en Aguita no se observan
esquistos. Aun cuando el río estaba muy bajo, tuvimos dificultades en atravesarlo
debido a la rapidez de la corriente; nos hospedamos en el tambo de un indio y la
407
noche fue buena a pesar de una fuerte tempestad.
Al salir del lecho del Aguita subimos una cuesta que nos llevó al alto de la
Horqueta (altitud 735 metros, temperatura 25°). Nos hallábamos sobre un esquisto
arcilloso, parecido al de las Juntas de Tamaná; a continuación bajamos al lecho
del río San Juan, riachuelo esquistoso, que habíamos seguido y que separa el
Aguita del San Juan y a las 11 teníamos una altitud de 542 metros y una
temperatura de 25,5°. Nos hallábamos en un pueblito cerca a la desembocadura
del Tatamá en el San Juan; allí no había nadie: los indios estaban todos en la
selva, en donde cultivaban pequeñas plantaciones de maíz. Después de haber
comido frugalmente, pues nuestras provisiones se habían reducido, comenzamos
un ascenso de los más penosos pues estábamos a pleno sol y faltos de agua. El
suelo totalmente seco, era tan quemante que escasamente se podía poner el pie.
Llegamos:
A la 1 al Alto de San Juan Altitud 1.082 Temperatura 240
A las 2 a Cienagüita Altitud 1.382 Temperatura 240
A las 4 a Humacá Altitud 1.500 Temperatura 230
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temperatura 19°); esquistos. Dejé a mis hombres en el tambo y tomé la delantera;
no hice sino subir y bajar hasta una altura que dominaba el poblado de los chami.
Allí me encontré en medio de unos 30 indios, pintados y tatuados, que estaban
descansando; llevaban ramas de palmera destinadas a renovar la techumbre de
su iglesia; todos eran mis amigos y me rodearon afectuosamente llamándome
“compadre”; era la 1 cuando llegué y me hospedé donde el misionero, quien me
acogió amablemente y me sirvió un almuerzo ¡que bien necesitaba! Chami es una
misión como las hay en las regiones montañosas; las cabañas están diseminadas
sobre la pendiente; yo había apresurado la marcha para pasar el domingo con los
indios; ese día se les obligaba a asistir a la misa y a la doctrina, lo que poco les
importa; el resto de la semana se retiran a sus chacras o se van a cazar y a
pescar; los alrededores de Chami son muy boscosos.
El domingo 8 de marzo por la mañana había muchos indios: sabían que verían a
su amigo el comandante don Juan, quien para ellos y ellas era una gran atracción:
¡don Juan podía llevar 3 indios, uno en cada brazo y el tercero montado sobre sus
hombros! Los hombres estaban desnudos; las mujeres llevaban la “pampilla”,
pedazo de tela de algodón de dimensiones exiguas, tanto que al desbaratar una
de mis bufandas, vestí decentemente a 10 de ellas, quienes mostraban una
felicidad infantil al estrenarlas. Para mostrar su nuevo vestido, lo levantaban con
gran indiferencia y yo no había sido generoso sino con las jóvenes. La mujer del
cura, porque vivía maritalmente con una mestiza de la Vega de Supía, lamentaba
que no le hubiese dado mi bufanda en vez de dividirla en pedazos, para darle
alegría a unas idólatras. La mayoría de los indios e indias estaban pintados de rojo
con achiote o de azul con el jugo de una fruta de carne blanca, que gradualmente
se torna azul oscuro cuando se aplica sobre la piel. Después de que sonó la
campana, los indios llevados por el cacique y el gobernador, entraron todos a la
iglesia, en donde no había sino 3 personas vestidas: el cura, su mujer y yo. Todos
los asistentes se arrodillaron y cuando el sacerdote les indicó que debían besar la
tierra yo estaba en el mejor sitio, la puerta de la iglesia, para mirar sin cometer
indiscreciones, los traseros desnudos de las indias, ¡singular exhibición en un
templo!. Primero el cura hizo practicar a los neófitos el signo de la cruz, lo que
hicieron bastante mal, luego pronunció un sermón en español, idioma que a los
indios no entendían con la excepción del cacique y el gobernador; al fin comenzó
la misa sin que la asistencia prestara ninguna atención al servicio divino; reían y
charlaban y el cacique los reprendía para que se mantuvieran dignos, aplicándoles
bastonazos en los hombros.
Los chamis llevan una existencia vagabunda: aman la selva y las corrientes de sus
ríos, donde pescan. Durante semanas dejan a sus mujeres el cuidado de cultivar
el maíz y la yuca; el primero es la base de su alimentación vegetal, como en toda
Sur América y México. Cuando la mazorca no está madura todavía, la ponen a
cocinar bajo ceniza y entonces es un alimento harinoso, ligeramente dulce,
llamado “choclo”; cuando los granos están maduros, los mojan en agua y los
trituran en una piedra, para hacer una pasta que modelan como una galleta y que
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cocinan en un plato de barro: así obtienen la “arepa”, especie de pan ácimo.
También acostumbran tostar el grano maduro, molerlo y convertirlo en una harina
de color carmelita, que diluyen en agua fría y lo usan preferentemente durante sus
viajes; con frecuencia los he visto, después de una marcha forzada, detenerse
cerca de un río, sacar de una bolsita una manotada de esta harina, meterla en una
calabaza, añadir el agua y tomar esa mezcla. También preparan la chicha, de uso
general en los Andes, con maíz tierno y me aseguraron en Chami, porque no lo he
visto, que el maíz destinado a esta bebida, no es molido sobre piedras sino
masticado por las mujeres, quienes lo escupen en una gran olla de barro. La edad
de las masticadoras no debe sorprendernos, porque los indios, tanto hombres
como mujeres, conservan sus dientes hasta una edad muy avanzada; lo que sí
creo yo de esta historia es que si se añade maíz masticado al maíz molido, se
provoca la fermentación.
Por la noche el cielo estaba cubierto y fue imposible tomar la altura de ninguna
estrella; felizmente el 8 de marzo, al salir de la misa, pude ver el Sol. Tan pronto
410
instalé mi teodolito, me rodearon hasta casi ahogarme, todos los indios; el cacique
hizo formar un círculo alrededor de mi instrumento, distribuyendo palo a sus
administrados: indudablemente era un curioso espectáculo el de verme apuntar y
seguir la ascensión del Sol, hasta su llegada al meridiano; yo debía parecer un
escamoteador operando en una plaza pública y obtuve para la latitud norte de
Chami 5°30’, un poco más al sur de Supía.
Chami está sobre una loma, en la cuesta que separa el torrente de Chami del río
San Juan, cuyo valle se abre al oeste; el Chami viene del Sureste y después de
haber hecho una vuelta se une al San Juan, al occidente del poblado. Los indios
que excursionan frecuentemente por las fuentes del San Juan, están de acuerdo
en decir que este río nace en las montañas de Caramanta, al oeste del Cauca, a la
altura de Armá, situada alrededor de 5º35’ de latitud norte, lo que no está de
acuerdo con la posición del río Chami, indicada sobre el mapa del Chocó, muy
confuso, entregado por el señor Ponce de León. Mientras yo observaba el paso
del sol por el meridiano de Chami había oído el sonido de una trompa, instrumento
que consiste en una gran concha marina de la que se obtienen sonidos muy
lúgubres; luego vi, con gran sorpresa a un indio haciendo vibrar una “gumbara”
fabricada en Saint-Etienne; la tomé y con gran satisfacción del músico toqué
varios aires muy variados de mi repertorio; obtuve un gran éxito y cuando regresé
a la iglesia continuando con mis melodías, me seguía un centenar de indios que
no sabían cómo demostrar la admiración que les causaba mi talento.
El cura me había hecho preparar una cama en un sitio en donde pude aislarme y
descansar a gusto. Apenas extendido sobre una barbacoa, vi aparecer la cabeza
de una joven mestiza que no me retiraba la mirada. Era la hija del cura, una niñita
de 10 años, y tuve un gran trabajo para sacarla de mi lugar; yo tenía sueño,
después de haber oído una misa, practicado astronomía y ejecutado algo de
música; al despertarme volví a ver a la niña, sentada cerca de mi cama; desde
entonces me siguió por todas partes, como un perrito; la utilicé como intérprete,
pues hablaba muy bien español y chami:
A mediodía encontré en la iglesia 23° y la altitud siendo de 1.060 metros, creo que
es el límite de temperatura en que el hombre puede vivir en total desnudez. En el
Chocó el aire es generalmente poco agitado y ésta es una condición favorable, ya
que el viento es una causa poderosa de enfriamiento. Más arriba, en las
411
cordilleras, cuando la temperatura promedio y constante se mantiene cerca a los
20, el indio lleva algunos vestidos de algodón, como una camiseta y un poncho, un
pantalón y una especie de mantilla enrollada al cuerpo, desde la cintura hasta las
rodillas. En las altas montañas de Ecuador, el poncho está tejido de lana de llama
para los pobres y de vicuña para los ricos. En la altitud y temperatura de Chami,
en épocas húmedas, por la noche vi a los indios acostarse muy cerca unos de
otros y al despertar se notaban como entumidos.
Siempre sentía un vivo placer de encontrarme con los chamis; con frecuencia
grupos de estos indios se instalaban en mi casa cuando me encontraba en Río
Sucio de Engurumí; todos me conocían y a mí me gustaba observarlos porque
representaban el estado en que fueron encontrados los indígenas cuando se
presentó la invasión de América por los españoles. No habían cambiado de
costumbres porque, felizmente para ellos, habían escapado gracias a su
aislamiento, de ser conquistados primero por los grandes civilizadores de los
Andes, los incas y luego por los europeos. Los chamis viven en familias o clanes
que hablan lenguas diferentes, aun cuando las poblaciones se hallen con
frecuencia, muy cerca unas de otras. Esos clanes estaban muy extendidos sobre
toda la superficie de América meridional y en realidad no hay sino que mirar el
mapa de Venezuela, trazado por el coronel Codazzi y el de la Nueva Granada, del
coronel Acosta, para estar seguro de ello. Se habían establecido particularmente
en la pendiente de las cordilleras, en las tierras calientes y templadas, en las
selvas que atravesaban los grandes ríos. La civilización indígena, en la parte
meridional del Nuevo Continente, se había desarrollado, sobre todo, en las altas
mesetas, de climas suaves, por ejemplo de incas, desde el Lago de Titicaca hasta
Quito y por los zaques de Tunja en la Cordillera Oriental. En realidad esta
civilización era una conquista, pues consistía en apoderarse de las tribus
independientes, contra su voluntad. Se buscaban estas pequeñas poblaciones
diseminadas, para recogerlas, someterlas a un poder absoluto y con ellas formar
verdaderos falansterios que en el Perú han suscitado la admiración, no sé por qué,
del ilustre historiador Prescott.
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En un informe secreto dirigido al gobierno español, don Antonio Ulloa, uno de los
oficiales adscritos a los trabajos de los académicos franceses que medían el
meridiano terrestre en el Ecuador, dice que todos los quechuas de un pueblo
importante de los alrededores de Riobamba, huyeron llevando con ellos a su
misionero a quien querían mucho y le trataron con tanto afecto, que él no quiso
dejarlos a pesar de las órdenes reiteradas del arzobispo de Quito.
Bajo el imperio teocrático de los incas, lo mismo que bajo el reino de los zaques
de Tunja, el indio trabajaba en común para la realeza, para la clerecía y un poco
para sí mismo; se le empleaba en los grandes trabajos públicos que todavía hoy
producen admiración: la vía abierta de Quito a Cusco, los canales de irrigación, la
institución de los chasquis, correos pedestres que llevaban las noticias con una
increíble velocidad y los monumentos grandiosos que han resistido la dura mano
del tiempo. La subsistencia del indio estaba asegurada; no tenía ninguna
preocupación: había reservas y almacenes de víveres y de vestidos que permitían
proveer todas las necesidades de la vida. A primera vista, uno queda encantado
del bienestar que debían sentir las poblaciones sometidas a tal régimen, pero el
individuo perdía toda iniciativa, el sentimiento más vivo y más útil de la humanidad;
el hombre se embrutecía y vivía como la abeja en la colmena o como la hormiga
en el hormiguero. Las masas actuaban bajo el impulso de una inteligencia única y
superior que emanaba de una aristocracia ante la cual tenían que prosternarse y
obedecer. Sin duda el indio no tenía qué temer ni el hambre, ni el frío, lo cual era
suficiente para el bruto, pero insuficiente para el hombre, aun cuando no está muy
lejos del estado salvaje. Es verdad que al indio lo alimentaban con el maíz que él
cultivaba, pero no comía nada más; se le racionaba como al ganado, al cual
reemplazaba en las regiones en donde no existían los animales de trabajo.
La raza cobriza, como todas las demás, teme ser coaccionada, aun cuando ello
contribuya a su bienestar; yo he vivido suficiente tiempo en las misiones para
saber que esta raza no soporta, sin ser obligada a ello, ni siquiera a la autoridad
eclesiástica. No creo que jamás se haya obtenido un buen cristiano de un indio;
413
las ceremonias religiosas los divierten, nada más. Mi excelente amigo el padre
Bonafonte, el viejo y venerable misionero, estaba persuadido de ello; me contaba
que su sacristán, nacido en Chami robaba el vino destinado a la misa, rindiéndolo
con agua, lo que lo hacía avinagrar y riendo me decía: —“Ese bandido me ha
hecho pasar más de una vez el Cuerpo de Cristo a la vinagreta”. El indio, cuando
el clima le permite vivir desnudo, detesta vestirse; he aquí una prueba: yo tenía
una carta de recomendación del padre Bonafonte para el señor Novoa, un blanco
establecido en Chami; este hombre se había casado con la hija del cacique, quien
había aportado como dote algunas libras de oro en polvo. Novoa estaba ausente
cuando me presenté en su casa y su mujer me recibió desnuda, tendida sobre su
cama; era una mujer gorda, deformada por la obesidad, se levantó y me acogió sin
el menor embarazo y pensando que yo debía estar sorprendido de ver a la esposa
de un caballero blanco sin otro vestido que la “pampilla”, me dijo que no se
encontraba cómoda, sino desnuda, la única manera que convenía a una india; ella
hablaba bastante bien el castellano, aun cuando con un acento gutural muy
pronunciado y abriendo un cajón, sacó un surtido de vestidos, de medias, de
camisas y de zapatos para probarme que gracias a la generosidad de su marido,
los medios para vestirse correctamente no le faltaban; llamó luego a sus hijos, un
niño y una niña, quienes se hallaban vestidos a la europea; la escena era
divertida: la señora Novoa me ofreció un cigarro y siguió hablando con ciertos
conocimientos; el señor Novoa llegó durante esta conversación, leyó la carta que
le entregué y me ofreció sus servicios. Era un individuo seco como un leño y hacía
contraste impresionante con su compañera que estaba tan bien provista de carne
y de grasa.
Las indias chami, en su juventud, son esbeltas, bien proporcionadas, con senos
que miran al cielo, como bonitas estatuas y se mantienen así, mientras no les
venga la menstruación, ya que inmediatamente después engordan muy
rápidamente; están en el apogeo de su belleza cuando van a convertirse en
mujeres; la obesidad se vuelve a veces excesiva, sin que hayan tenido un
contacto regular con los hombres, porque esa relación todas las han tenido antes
de la edad de la pubertad. Esto tiene de singular que aun cuando engorden el
abdomen no les crece, de manera que su obesidad no tiene nada de deforme; la
señora Novoa era un ejemplo. El chami es bajito, como todas las razas que viven
en las cordilleras. Yo no he encontrado adulto de más de 1,70 m y menos de 1,50
de altura y su configuración es más fina que la de los muiscas de la meseta de
Bogotá. No sé si pueda decirse que los chamis se casan; cuando una pareja ha
vivido unida, el cura exige que haya matrimonio, a lo que los interesados se
someten, con mucho entusiasmo, si se tiene en cuenta que la ceremonia es una
fiesta seguida de una borrachera.
sol pieza
luna edoco
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estrellas caincain
fuego tíbucha
tierra yerro
agua baniga
aire naun
hombre ambera
mujer nuena
niño guarra
tigre ibama
serpiente tama
rana basó
pescado retá
pájaro ipanachaqué
dolor ipana
paíz pe
banano parta
trueno ba
calabaza salm
hablar bedea
vivir trua
morir binsuna
río do
casa te
Este idioma no es desagradable al oído y el indio lo habla rápidamente con voz
suave; el sistema de numeración es sencillo: se cuenta hasta 5, que es la cantidad
de los dedos de una mano. Yo he visto pocos indios ancianos, pero ninguno con
canas. Sus medicinas provienen del reino vegetal: cada médico (curandero) tiene
la reputación de ser brujo; es lo que sucede en todo el Chocó, en donde los
negros, especialmente, son consultados en casos graves como mordeduras de
serpientes, muy frecuentes en esas selvas pantanosas; el remedio que aplican en
esta circunstancia es la hoja de una planta descrita por el botánico Mutis, “el
guaco”; se aplica en cataplasma sobre la herida y también se hace beber la
infusión, pues es un poderoso sudorífico. Los curanderos son muy charlatanes y
cuando no pueden ir de inmediato cerca del enfermo, envían su “montera” que es
un gorro, para que con él se cubra la herida hasta su llegada.
415
Las poblaciones diseminadas sobre la pendiente de la Cordillera Occidental
conservaron su independencia, pero el destino de la raza americana era el de
pertenecer a los más audaces: allí, como en todas partes, una minoría dominaba a
una mayoría indiferente; el indio conquistado se transformaba en el esclavo del
conquistador y es curioso ver la invasión española frenar la ambición de los jefes
que surgían en la montaña. En definitiva, por todas partes las poblaciones indias
estaban en permanente estado de guerra, ofensiva o defensiva, que no cesó sino
al llegar la potente dominación extranjera. Fue así como los chocós escaparon de
la esclavitud.
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Prescindiendo de las necesidades superfluas desarrolladas por una civilización
avanzada, tales como la ambición, el lujo, la necesidad de hacer hablar de sí
mismo y de dejar una reputación adquirida por la inteligencia y el trabajo, lo que
sería, de acuerdo con Humboldt, el presentimiento de la inmortalidad del alma, por
intuición se reconoce que en todas partes el móvil de la actividad del hombre está
determinado por la necesidad de proveer tanto a su subsistencia como a la de su
familia. Veamos lo que sucede en una gran ciudad: se va, se viene, se lucha por
los negocios y se hacen los oficios más penosos... Los que se agitan en ese
torbellino, con frecuencia no tienen más objetivo que el de proveer a sus
necesidades; el trabajo incesante es una de las condiciones de la humanidad.
El indio de los grandes ríos, de las selvas y de los llanos pasa todo su tiempo
cazando y pescando con un ardor increíble; se detiene, se duerme cuando está
satisfecho y si a su despertar regresa a su febril actividad es porque tiene hambre.
Poco me queda por contar sobre los chamis; el cura y el caballero Novoa los
ocupaban como cargueros, pero los indios no tomaban sino cargas livianas: una
damajuana de vino de España, algunas telas, carne salada que buscaba en
Quibdó y se les pagaba miserablemente con cinturones, vidriería, piedras falsas y
algunos adornos de baratija. Si no se les pagaba mucho, hay que reconocer que
evitaban fatigarse y nunca marchaban sin sus flechas y sus elementos de cacería
y pesca y se detenían en donde encontraba oportunidad de practicarlas. Rara vez
hay más de un niño en la casa de un chami, sin embargo nunca he oído que las
mujeres abortaran, como tampoco se constató en el Orinoco. Estos indios no
parecen tener propensión al acto sexual y así me lo aseguraba una señora de Río
Sucio, Ana de Chaves, ama de llaves del cura y supongo que debía saber algo
sobre el tema, porque los indios a quienes con frecuencia ofrecía hospitalidad,
dormían con un sueño profundo al pie de su cama.
¡Un personaje original era la señora Manuelita! Tenía en ese entonces unos 25
años y su hija, a quien ella sustraía sobre todo a las miradas de los extranjeros,
tenía por padre a mi buen amigo el cura Bonafonte, como lo indicaban sus ojos
azules. Manuelita era de un trato agradable, bien formada, bailaba con gracia y a
la perfección el bolero, el fandango y, en una palabra, era apetitosa: tenía un
corazón de oro y se prodigaba para aliviar las enfermedades; más de una vez ella
me hizo beber sus famosas infusiones sudoríficas de las que los indios tenían el
secreto, cuando yo estaba resfriado al regreso de mis excursiones; ella se prendó
417
locamente de uno de mis oficiales, quien estaba “amañado” con una mujer blanca,
una niña de 16 años, fresca como una rosa, que él había importado para su uso,
como estaba permitido entre nosotros. El teniente se dio cuenta de las piruetas de
Manuelita para atraparlo y le hizo una propuesta amigable: —“Con gusto, pues yo
lo deseo a usted, pero si se lo doy (2) es con la condición de que apartaremos la
muchacha del medio”, dijo ella, lo que literalmente significaba “despacharemos a
la muchacha”—, pero en boca de doña Manuelita esta frase tenía un sentido
criminal y quería decir: “mataremos a quien está de por medio”. El joven oficial
rechazó con indignación semejante propuesta, al contestar lacónicamente: “Eso
no”. Así, pues, no sucedió nada de lo que deseaba Manuelita.
Me puse en camino a pie, a las 9, con un solo zapato; bajamos en media hora
hasta el río Chami, (altitud 901 metros, temperatura 22,2°); en seguida subimos
hasta el Asomadero (altitud 1.242 metros, temperatura 22,2°). En el estrecho valle
del río Chami el esquisto constituye todo el macizo principal de la cordillera. De allí
continúa la pendiente poco sensible hasta el alto del Paramillo, a donde llegamos
a mediodía (altitud 2.285 metros, temperatura 17,2° Esquistos que buzan al este;
es la cuchilla de una ramificación que separa las aguas que van al río Chami y al
río San Juan de las que se dirigen al Oquía.
418
El valle de Oquía se abre al sur; el río se une al Guática y forma el Sepinga; la
unión tiene lugar un poco antes del pueblo de Anserma viejo. Pasamos la noche
en la tumba de un indio y sentí frío, aunque al salir el Sol el termómetro marcaba
13,9° y es que el organismo se vuelve muy sensible a las caídas de temperatura
después de una corta estancia en una región caliente.
El 10 de marzo a las 7 seguimos a algunos indios que nos llevaron por un sendero
abierto en la espesa selva hasta Guática; a las 10 habíamos llegado al alto de
Quebradagrande (altitud 2.209 metros, temperatura 20°). A mediodía habíamos
bajado al río El Salado, en donde se explota agua salada que sale de un pórfido
parecido al del Río Sucio; después de haber pasado y repasado El Salado,
llegamos a las 2 al río Guática (altitud 1.608 metros, temperatura 25,5°) grünstein
porfidico. El valle del Guática se abre al SSO. Entramos a la población de Guática,
después de un ascenso muy penoso para mí, puesto que seguía descalzo de un
pie; los indios estaban ausentes y yo tomé posesión de la casa del cura; las nubes
me impidieron medir una altura meridiana de Canopus (altitud 1.971 metros,
temperatura 18,3°).
El 7 de mayo (3) a las 7 nos dirigimos hacia Río Sucio, pasando por la selva de El
Oro. Este camino es más corto que el que va por el Quindío; desde esta población
localicé a Ansermaviejo, exactamente al sur magnético.
419
(2) En español en el original.
Llamé al doctor Jervis, el médico de las minas, para que me tratara las cortaduras
y raspones que tenía en las piernas: me ordenó completo reposo y luego tuve la
visita del padre Bonafonte, quien me obligó a relatarle mi penosa expedición.
Millas
A añadir a esas estancias rectilíneas por lo menos un tercio por las vueltas, o sea
39 millas, se hubieran recorrido, en 34 días, 157 millas o sea 4,6 millas.
420
Trataré ahora dos temas que no pueden dejar de ser comentados cuando se ha
recorrido el Chocó:
Estos son, sin duda, los puntos más elevados del relieve del terreno comprendido
entre San Pablo y el río Cétegui, el cual va al río Quito, afluente principal del
Atrato.
421
En 1788, el cura de Nóvita hizo cavar el pequeño canal de la Raspadura a los
indios de su parroquia, en una zanja natural que periódicamente llenan las aguas
de las inundaciones. En las épocas de sequía se va en pocas horas de Santa
Lucía al río Cétegui, ruta que generalmente siguen los indios de chami cuando van
a buscar mercancía a Quibdó.
Las caídas y los rápidos, tanto en el San Juan como en el Atrato, serán obstáculos
insuperables para establecer por el Chocó, no una línea de navegación oceánica,
sino una comunicación accesible a pequeñas embarcaciones, como se pudiera
realizar al canalizar el pasaje de la Raspadura, en cuyo caso habría ya cierta
facilidad para el comercio del interior, por cierto no muy importante. En cuanto a
las grandes vías que no exigen trasbordos, es evidente que tendrán que ser
abiertas, ya sea en Tehuantepec o en Nicaragua o por último en la bahía de
Cupica. Estos canales al unir al Atlántico con el Pacifico, evitarían a los
navegantes tener que doblar el cabo de Hornos.
Para completar mi estudio geológico sobre el Chocó tengo que regresar a los
yacimientos platiníferos. Los aluviones que encierran el platino mezclado con oro,
ocupan un pequeño lugar sobre el inmenso terreno aurífero que se encuentra
hacia el Occidente, desde la cima de la Cordillera Central hasta el borde del mar
del Sur.
El platino de aluvión ofrece, excepto por el color, el mismo aspecto que el oro: los
granos parecen como gastados en la superficie y son generalmente de pequeño
volumen, aun cuando a veces se encuentran de buen tamaño; Humboldt regaló al
Museo de Mineralogía de Berlín, una pepita de platino que pesaba 67,8 gramos;
en el Museo de Madrid se conserva una con peso de 653,18 gramos; una pepita
de oro encontrada en la misma provincia, pesaba 25 libras españolas.
En los libros más informados se lee que las minas de platino fueron descubiertas
en 1735, en el Chocó, cuando es evidente que el descubrimiento de ese metal
data de 1520 a 1530, cuando se empezaron a explotar los aluviones
auroplatiníferos en esta provincia, es decir, poco después de la conquista de la
Nueva Granada por Jiménez de Quesada, y cuando llegaron los esclavos
422
importados de África al continente americano. Si el nuevo metal permaneció
desconocido en Europa durante tanto tiempo, fue porque como no tenía ningún
uso y ningún valor, no se recolectaba y los lavadores lo botaban; sin embargo la
gran cantidad de granos de oro blanco que se separaban de los granos de oro
amarillo en el lavado final, llamó la atención y se comenzaron a utilizar. Los
catadores lo usaban como pequeña munición de cacería y en las ciudades se le
guardaba en sacos, para que sirviera como contrapeso a los relojes públicos.
Pronto se denunció al gobierno que este metal, hoy día tan precioso, podía servir y
en efecto así se hizo, para producir moneda falsa; por medio de fusión se le
añadía al oro que se transformaba en moneda en los establecimientos del Estado;
llegó a tanto esta falsificación que las autoridades hicieron arrojar al río Bogotá
varios quintales de platino. Añadiré que muchos años después cuando este
mineral adquirió valor, se le buscó en el río y no se encontró, probablemente por la
buena razón de que los agentes encargados de llevar a cabo las órdenes del
virreinato, lo habían robado.
En Europa se tuvieron las primeras nociones sobre el oro blanco, o sea el platino,
cuando llegaron al Perú los académicos franceses enviados en 1731, para que
midiesen, bajo el ecuador, 3 del meridiano con el objeto de determinar la forma de
la tierra. Los químicos se entregaron con ardor a experimentar con el nuevo metal.
De 1741 a 1752, Schoefer en Suecia y Lewis, Margraf y Macquer publicaron una
serie de trabajos notables que revelaban sus propiedades principales; pero
únicamente en 1790 fue cuando un orfebre de París, Jeannetty, al tratar el mineral
del Chocó con arsénico, logró obtener platino maleable que estiraba en barras con
el cual fabricó utensilios de química y de física. Fue el encargado de preparar en
platino la regla con la cual se hizo el patrónmetro que se conserva en los archivos
nacionales.
Con el tratamiento ideado por Jeannetty se estaba lejos de obtener el platino puro,
pues retenía el arsénico y los metales que después fueron descubiertos: el
paladio, el iridio, el sodio, el rutenio y el osmio. El doctor Wollaston perfeccionó la
extracción del platino, tratando el mineral con ácidos.
423
Son acumulaciones, en depósitos de rocas y cantos, cuya constitución geológica
es idéntica a la de las montañas de donde se han desprendido: de la sienita
porfidica, del grünstein y menos frecuentemente del granito de mica negra. Los
cantos de esquistos son raros, lo cual se debe, sin duda, a la facilidad con la que
se desmorona toda roca esquistosa. Es sobre todo en la cuenca muy circunscrita
de la Vega de Supía, donde se puede asegurar que el depósito aluvial ha sido
producido por la desagregación de las rocas vecinas, ricas en filones metálicos. Es
el caso para el oro del llano de la Vega de Supía, donde se nota que los granos de
ese metal son más grandes a medida que salen de aluviones más cercanos a las
montañas; parece que se debe a que no ha “viajado”, según la opinión de los
lavadores y que por lo tanto se ha desgastado menos por la falta de rozamiento y
no es raro ver pequeñas pepas que todavía se adhieren a la ganga o sea oro
“sobre venero”.
424
Monacita (cerio y lantano fosfatados)
El señor Boussingault también encontró:
Este metal lo encontré por primera vez en el valle del Tamaná, al atravesar la
cordillera y se manifiesta constantemente en los aluviones del San Juan y es
posible considerar que Tadó es un centro platinífero. Los Reales de Minas de los
alrededores de esta población producen el oro más rico en platino y se puede
pensar que éste existe más al norte, hasta los afluentes superiores del Atrato.
Como ya tuve la ocasión de decirlo, en el dédalo de riachuelos donde se
encuentran también dos picos montañosos, los cerros de Momboa y de Pojuarrá
se debe considerar que comienza el terreno platinífero que se extiende al sur en el
valle del San Juan. De Nóvita hacia el Sur es tierra que no se ha explorado y por
lo tanto se ignora si se encuentran aluviones auríferos.
En Barbacoas, cerca del río Patía, se explotan aluviones de gran riqueza y el oro
no contendría platino, aun cuando se hayan publicado análisis de ese metal donde
se afirmaba haber sido recogido allí a 4 ó 5 miriámetros de la costa. En cuanto a
las arenas arrastradas por el San Juan, contienen oro acompañado de platino,
proveniente, sin duda, de la parte alta del río. El aporte de estos metales es
continuo en las regiones bajas, puesto que si al cabo de cierto tiempo y aún
después de una gran creciente se lava de nuevo una playa cuyos metales
preciosos han sido agotados por las lavadas, se puede conseguir una buena
cantidad de metal.
En resumen, la principal extracción de platino tiene lugar en el valle del Alto San
Juan y este metal está siempre mezclado con oro en proporción de algunos
425
centésimos. Es verosímil que en los yacimientos metálicos de las montañas en
donde nace el San Juan y el Atrato, se encuentra el platino en filones. Yo pude ver
oro con algunas partículas de platino en un “paco” (óxido de hierro hidratado) de
las minas de Santa Rosa de Osos, cerca del punto culminante de la Cordillera
Occidental.
(N. del T.) En este viaje por el Chocó encuentro errores de geografía y de tiempo,
pero los he dejado como los anotó el autor).
426
CAPÍTULO XVII
Viaje al Ecuador- Estudios sobre la región
volcánica.
Cuando me resolví a explorar el Sur de Colombia, la república parecía próspera;
ya en 1822, cuando desembarqué en La Guayra, los españoles vencidos en los
llanos del Apure y del Orinoco, así como en la Cordillera Oriental de los Andes, no
ocupan sino dos puntos importantes del litoral: Puerto Cabello y Maracaibo. La
plaza de Cartagena, todo el curso del río de la Magdalena, Bogotá y la Provincia
de Popayán, en una palabra el territorio de Venezuela y de la Nueva Granada
estaban libres hasta Pasto.
Puerto Cabello y Maracaibo capitularon, pero las provincias de Pasto y del Patía
permanecieron mucho tiempo como un obstáculo infranqueable que detenía la
marcha del ejército republicano hacia el Sur. Los pastusos después de una terca
resistencia en los desfiladeros de Juanambú, fueron atacados y derrotados varias
veces, pero reaparecían prontamente. No fue sino después de una sucesión de
combates sangrientos, seguidos de terribles represalias, como Bolívar pudo llegar
a Quito. Sin embargo el sentimiento realista persistía en Pasto y desgraciado del
oficial colombiano que se aventurase por esas montañas sin escolta.
Por ese entonces una gran parte del territorio de la América meridional estaba
libre de la dominación española y ya no se trataba sino de consolidar la Conquista
para organizarla. Un movimiento de insurrección contra España provocado por el
general San Martín, estalló en Lima y Bolívar fue llamado para establecer allí la
república. El Libertador se apresuró a responder el llamado de los peruanos, lo
que fue un error, pero él no era un político y no soñaba sino con la gloria militar.
Con la vista puesta hacia el Perú, nosotros podíamos prever las situaciones que
traería un ejército indisciplinado comandado por jefes incapaces. Las tropas
auxiliares de la II División abandonaron su bandera; varios regimientos se
rebelaron contra sus oficiales a quienes enviaron prisioneros al Ecuador y el
ejército quedó completamente desorganizado. Bolívar, de regreso a Quito,
encontró su poder tambaleante en Colombia. La dictadura era imposible y se
dirigió hacia Bogotá en donde un congreso debía presidir la elección de un
presidente. No sin peligro atravesó el Libertador las provincias de Patía y de
Pasto, ya bastante agitadas desde que se había conocido lo que se podría llamar
el desastre del Perú, confirmado por la fuga del general Sucre, herido en una
revuelta en Bolivia. Venezuela, en donde se había logrado mantener el general
Páez, se separó de la Nueva Granada, lo mismo que Quito.
Al desaparecer Bolívar, la anarquía fue general. Cada jefe militar apareció como
una especie de potentado. Yo viví durante un tiempo en el centro de esta
tempestad política. Es cierto que tanto el general Flórez, al tomar el poder en
Quito como lo había hecho el general Páez en Caracas, lograron mantener el
orden en los dos extremos de la antigua Colombia. Los miserables conflictos que
tuvieron lugar durante el efímero reino de esos pequeños déspotas, no merecen
mención alguna. Este fue un caos indescriptible que no vacilo en atribuir a la
indiferencia absoluta de lo que llamamos el pueblo americano, por tal o cual forma
de gobierno. Los indios, los mestizos, los zambos y los negros tienen tendencia de
someterse al más fuerte y así se convierten en los instrumentos inconscientes de
las castas superiores, a las cuales obedecen mientras no les sea posible escapar.
Triste país aquel en donde no se encuentra la clase media reguladora que es la
verdadera fuerza de una nación.
428
No contaré por orden cronológico los incidentes de los que fui algunas veces
testigo y algunas veces actor, pero hablaré de ellos a medida que el recuerdo
llegue a mi memoria, es decir que trazaré un simple itinerario de mi travesía del
Valle del Cauca al Ecuador, recordando que tenía por principal objetivo el estudio
de los fenómenos naturales y, como accesorio, la descripción de la sociedad
mezclada con la que conviví en las cordilleras. Esas serán, si se me permite
decirlo, las indiscreciones del viajero.
Con el objeto de reprimir las tentativas que Obando pudiese hacer para tomar el
poder como resultado de esta aclamación el general Mosquera marchó sobre
Ibagué con una columna que debía reunirse con las milicias del Valle del Cauca,
comandadas por Murgueitio y hostiles a Obando y a López. Pero sin pérdida de
tiempo estos generales habían conseguido partidarios desde el Patía hasta
Popayán, contra lo que llamaban la tiranía y la usurpación de Urdaneta. Así
lograron reunir y armar una columna de 600 hombres, formada por infantería y
caballería, a la que fueron incorporados los antiguos e intrépidos guerrilleros
realistas que siempre habían conservado relaciones con Obando.
429
"lanzadera" que los combatientes de América practican con tanta frecuencia,
desde la Conquista. Sesenta infelices quedaron en el campo de batalla de la
hacienda el Papayal, cerca de Palmira.
Obando era el más encantador de los asesinos que yo haya conocido ¡que no son
pocos! De estatura elevada, esbelto y a no ser porque tenía cabellos y bigotes
rojizos, nuestro parecido hubiera sido perfecto y nos habrían podido confundir. Su
humor era divertido, de lo cual tuve pruebas un día que lo acompañaba cuando se
dirigía sobre Buga y marchábamos los dos, delante de un escuadrón de patianos
que nos seguía a media legua de distancia. Al llegar cerca de una población cuyo
nombre he olvidado, vimos salir una mujer asustada y cargada de petacas; el cielo
estaba oscuro y el trueno sonaba amenazante; el general le dijo: -"¿A dónde va
usted, buena mujer? ¡La tempestad va a estallar!". Ella le respondió: -"No voy a
ninguna parte, huyo de Obando, ese asesino que debe llegar". El general me miró
sonriente: -"¡Vea don Juan la clase de reputación de que gozo!", y botándole una
piastra a la mujer, seguimos nuestro camino.
Su fama se fundaba en que él había tomado parte activa en todos los movimientos
de insurrección del Patía y de Pasto. Nacido en Popayán de un padre que ejercía
la profesión de barbero, especie de cirujano a la manera de Fígaro, había recibido
una educación clerical; muy joven se distinguió en las bandas realistas sostenidas
por la clerecía. Los hombres que comandaba antes de la guerra de
Independencia, cuan do no había ni realistas ni republicanos, robaban y mataban
a los comerciantes que no tenían una escolta suficiente para protegerse en los
desfiladeros por donde era obligatorio transitar en el Sur porque en Pasto se era
bandido, contrabandista, o guerrillero. Así pudo organizar fácilmente una banda
que más de una vez persiguió y desmanteló columnas del ejército colombiano.
Hubo de procederse con vigor contra este bandidaje.
430
Bolívar logró conquistar a Obando al admitirlo en el ejército republicano. Gracias a
su conocimiento de la región de Pasto y a sus continuas relaciones con los
montañeses, pudo prestar servicios en algunas circunstancias, pero nunca rompió
sus relaciones con los enemigos de la república; las disimuló.
"Yo me dejaba estimar del Libertador", me decía un día y me contó que cuando
Bolívar lo encontró en Popayán, de regreso del Perú, lo abrazó y pareciendo
extrañado de verlo solamente como comandante, le puso las insignias de coronel.
A pesar mío había pasado tres meses entre Cartago y Anserma, sin aburrirme, es
cierto y varías veces he dicho que el tiempo no pasa en los países donde no hay
estaciones. Además tenía amigos y especialmente amigas que me vieron partir no
sin una cierta tristeza.
25 de marzo. A las 9 salí hacia Roldanillo; durante algún tiempo se sigue el río que
arrastra guijarros de grünstein compacto y de esquistos arcillosos, de la misma
clase que se encuentra desde Anserma nuevo hasta Nóvita; antes de llegar a las
Juntas de Tamaná en el Chocó, se pasa un río Toro, en el punto llamado la cueva;
¿será la fuente del Toro que desemboca en el Cauca? Esto parece dudoso, pero
es cierto que es la misma roca de que está formada la Cordillera Occidental. Antes
de llegar a Roldanillo, salió de un bosquecillo, como una aparición, una bonita y
vigorosa mestiza quien me invitó a reposar junto a ella. ¡Qué reposo! A las 4 llegué
a Roldanillo, situado entre dos riachuelos que parten del Sipi, afluente del San
431
Juan. La roca dominante es fonolita, de las más sonoras que contiene muchos
cristales de pirita. Nos encontrábamos sobre la vertiente occidental de la cordillera
del mismo nombre, de lo cual yo no tenía ni idea. La cordillera tiene que estar muy
deprimida en esos parajes, de allí sale un camino que lleva a San Agustín, Chocó,
el cual es poco frecuentado. A las tres, al noroeste, pasamos por la población de
Cajamarca junto al río cuyas aguas desembocan en el San Juan.
El río Buga sale de las montañas situadas al este y arrastra guijarros de sienita.
432
Palmira, cuya posición fue fijada por Humboldt, determiné la inclinación de la aguja
imantada, así como la intensidad del magnetismo. Me alojé en una gran casa
cubierta de teja; en el suelo el termómetro indicaba 23° y la temperatura del aire, a
las 11 de la mañana era de 24, 2°.
4 de abril. Mandirá. A las 8 de la mañana me dirigí del río Palo a Caloto, miserable
caserío en donde gracias al salvoconducto que me había otorgado Obando pude
cambiar las mulas de carga sin ninguna dificultad, ya que el jefe político me tomó
por un horroroso obandista. De allí salí a las 10 y necesité dos horas para llegar a
Quilichao, en donde quería examinar los lavaderos auríferos. El oro que se retira
de un terreno porfidico descompuesto tiene una ley muy elevada, de 21 a 22
kilates; estos lavaderos me recordaban las de Santa Rosa de Antioquia y me
pesaron los trabajos que sufrí para llegar allí, donde fui testigo de una tempestad
espantosa. De todas maneras, tuve la oportunidad de verificar un hecho
interesante: se trataba de una arenisca estratificada superpuesta, en capas poco
espesas, a la roca de grünstein porfídico, exactamente como en Supía y en
algunos lugares de la Provincia de Antioquia. Ese granito, especie de ortosa,
encierra un esquisto extremadamente carburado y es tan fiable que fue imposible
tomar una muestra. Mandirá: altitud 1.427 metros, temperatura 24,4°. Llegamos a
la quebrada en donde me alojé en una cabaña.
5 de abril. Venta del Cabuyo. Antes de partir, constaté que la quebrada Mandirá
corre al noroeste, hacia el Cauca. Al pasar la quebrada de Cascabel se ve una
arenisca estratificada, cuárcica, que reposa sobre una roca porfidica
descompuesta. Este terreno es aurífero, pero infortunadamente falta casi siempre
el agua necesaria para establecer los lavaderos. A mediodía pasé la quebrada
Mondomó, después de haber atravesado un barrizal donde sufrí una peligrosa
caída de la mula; tuve la fortuna de poderme soltar a tiempo, puesto que de otra
manera habría sido aplastado por mi montura. A la 1 y media atravesé el río
Ovejas (altitud 1.363 metros, temperatura 26,7°), afluente del Mondomó; a las 4 y
media el río Pescador; subí al alto del Fabullo, donde me alojé en una venta
(altitud 1.637 metros, temperatura 20,5°).
433
6 de abril. Durante la noche hubo una tremenda tempestad en Cabullo, de donde
salí a las 9 bajo una fuerte lluvia. Almorcé a las 2 y media en Piendamó y de este
lugar (altitud 1.974 metros, temperatura 19,4°) llegué a las 6 completamente
mojado, a la venta de Cajibío en donde no encontré nada para comer (altitud
1.919 metros, temperatura 16,6°). El río Piendamó sale del páramo de Guanacas,
se une con el de Aguas Claras y va al Cauca.
Popayán me hizo el efecto de una ciudad muerta y contaba en ese entonces con
4.000 almas. Me alojé en donde un viejo original, Manuel Varela, a quien iba
recomendado; allí dormí la primera noche. Al día siguiente me apresuré a buscar
habitación distante, por las siguientes razones: en primer lugar me desagradaba
dormir en la misma alcoba donde lo hacía Varela, a quien una negra friccionaba
continuamente para calmarle los dolores reumáticos y en segundo lugar porque la
señora de Varela se permitía conmigo familiaridades comprometedoras. Continué
tomando mis alimentos en casa de estas buenas personas, pero me alojé en una
casa grande, cuyo único habitante era una pobre señora muy enferma, cuidada
por una negra que jamás dejaba de persignarse cuando me veía, por temor a la
presencia de un hereje. Una mulata joven, de la familia Varela, se había venido a
esta casa, en su calidad de sirvienta para atenderme.
434
Yo pasaba agradablemente mi tiempo: el clima de Popayán es delicioso con una
temperatura permanente de 18° a 19°, mi instalación era conveniente y cuando
regresaba en las noches, mi sirvienta me hacía la cama que consistía en una
hamaca cubierta por un cuero de oveja; mi mobiliario, increíblemente sencillo,
consistía en una mesa coja, un platón y una jarra de barro cocido, una silla y un
canapé en cuero de Córdoba, sobre el que se extendía perezosamente Juana, con
su pelo crespo y sus 14 años.
Los popayanejos no parecen ser muy sensibles a las picaduras de estos insectos;
por ejemplo, Juana tenía el cuerpo lleno de picaduras, excepto en los senos. Mi
negro primero se enfureció con las pulgas, porque no lo dejaron dormir durante
varias noches y luego ya se acostumbró a ellas. He notado esta particularidad
porque la he comprobado por mí mismo; cuando era presa de las garrapatas o de
los piojos, terminaba siendo insensible a su ataque por lo cual deduzco que un
individuo puede quedar vacunado por el veneno de algunos insectos. Para
demostrar el color sanguinolento que toma la ropa interior de un hombre atacado
por las pulgas, es suficiente contar que el señor Mollien, cónsul general de Francia
en Colombia, llevó como curiosidad a París, una camisa que había tenido puesta
en Popayán.
Cada vez que terminaba las observaciones sobre los fenómenos magnéticos y las
observaciones barométricas, salía a hacer visitas, a hablar y pedir algunas
informaciones. Fue así como pasé algunas veladas con la familia de Obando, cuya
esposa era muy amable, aun cuando se descubría una huella de tristeza en su
fisonomía que se explicaba por el papel que desempeñaba el general. Esto fue
poco después del asesinato del gran mariscal Sucre, en el que se decía en voz
baja, Obando había tomado parte. Todavía veo a la joven señora, sentada con
435
nosotros, vigilante, pero silenciosa, y sin aprobar todos los proyectos que se
comentaban delante de ella.
Olvidaba decir que cuando lo encontré en Palmira, pocos días antes de que
llegase al Cauca la columna enviada por el general Urdaneta, me senté a su
mesa. Sabía que varios oficiales del ejército de Bogotá eran sus prisioneros y se
me ocurrió decir, por interés hacia esos desdichados, que después de la insigne
victoria obtenida por los soldados de la libertad, convenía mostrarse generoso con
los vencidos y le recordé lo que acababa de suceder en Francia durante las
jornadas de julio. Un joven alférez, mi vecino de mesa, no cesaba de darme
codazos para hacerme callar, cosa que hice. Obando aprobaba la conducta de los
jefes de las 3 jornadas (1) gloriosas cuando mi alférez me dijo a media voz:
"cállese, por Dios, que ya los pasaron por las armas".
436
(1) Se refiere a la revolución de 1830, que puso fin a la Restauración e implantó en
Francia la monarquía constitucional de Luis Felipe.
Fue durante una de sus ausencias que recibí la visita de una ñapanga célebre por
su belleza y por su inmoralidad, a quien llamaban “Bayonetica”. Trabajaba con su
madre, otra ñapanga todavía joven, llamada “Bayoneta”. Vicente, quien no era un
cancerbero, se divirtió mucho con su presencia, aunque temiendo el regreso de la
sirvienta, quien tuvo la buena idea de demorarse hasta que la visitante se había
retirado, sin conseguir el préstamo que había venido a hacerme. Tan pronto entró
en mi habitación, Juana cayó en la cuenta, por el perfume, que una mujer acababa
de salir y Vicente le dijo quién era la ñapanga. Nada tan divertido como la furia de
la mulata encargada de protegerme. —“Es la más despreciable de la mujeres,
figúrese usted don Juan, que el obispo se acuesta entre ‘Bayoneta’ y ‘Bayonetica’.
Qué monstruosidad, madre e hija”. No logré convencerla de que lo que decía era
una calumnia y Vicente no logró callarla sino mostrándole mi fusta. ¡Singulares
costumbres! Otro ejemplo:
437
rumor de una atroz venganza llevada a cabo por este miserable. He aquí los
hechos perfectamente comprobados:
Los temblores de tierra son muy frecuentes en Popayán, debido a la vecindad del
volcán Puracé y en el curso del siglo pasado llegaron a contarse 120. El 17 de
mayo de 1831 a las 4:05 de la tarde, la tierra tembló durante varios segundos y la
sacudida fue suficientemente intensa para alarmar a la población. Era una
invitación a salir de la casa: el gentío afluía a la plaza mayor con el terror pintado
en los rostros; los rangos y las castas se confundían; se rezaba y se entonaban
cánticos; unos besaban la tierra, otros se confesaban en voz alta; era una escena
digna del fin del mundo; grandes damas y ñapangas fraternizaban a los pies del
obispo. Después de la oscilación el temor se disipó y cada uno regresó a su casa.
Encontré a Juana rezando fervorosamente cerca de mi baúl, pues decía ella que
no había querido abandonar el tesoro que se imaginaba, estaba confiado a su
cuidado. A las 7 y media de la noche la tierra tembló de nuevo, tan suavemente
que nadie se alarmó. La gran sacudida de las 4:05 que movió la tierra en sentido
vertical, no causó ningún daño sino el de desplazar los muebles en las casas.
438
de pasta terrosa, de gris claro, que encierra cristales de feldespato vítreo y de
mica negra hexagonal. La roca está fracturada en todos los sentidos y no pude
reconocer la relación de este yacimiento con el de los pórfidos de Popayán. Hacia
la tarde, con un magnifico cielo que dejaba ver las nieves del Puracé, tomé desde
la plaza un ángulo de altura del nevado: 5° 50’.
Yo tenía gran interés de confirmar si el pico del Sotará era realmente un volcán:
salí a las nueve hacia Pisimbalá y marchando al sur, después de haber atravesado
dos quebradas, seguí el camino de las Estrellas. A mediodía había llegado a la
hacienda de Chiribío (altitud 2.096, temperatura 20,5°) cerca del riachuelo de los
Robles. Al salir de allí se entra en la montaña por el más horrible camino que
hubiese tenido que usar, sin exceptuar los pantanos del Quindío; no se entiende
cómo pueden pasar las mulas por tales barrizales y trepar una pendiente bastante
fuerte, formada por una fila de hoyos llenos de agua. Gracias al vigor de mi mula a
las 2 había llegado al alto de las Estrellas (altitud 2.664 metros, temperatura
17,7°). La lluvia no había cesado y este alto parece ser la continuación del alto de
los Robles. La bajada de las Estrellas es tan mala como la subida, un poco menos,
quizás; estaba sobre un esquisto en tal estado de alteración que no se podía
especificar su naturaleza. A las 5 me detuve para pasar la noche en el molino de
Pisimbalá: la lluvia y la fatiga me habían producido una fuerte fiebre. Una mujer
me instaló en una especie de cocina y me dijo: —“si el señor blanco viene, lo
podremos alojar en la casa”. El “blanco” llegó; pasé a la hermosa casa a la que le
faltaban puertas y ventanas, me acosté sobre una tierra húmeda y el señor blanco
se apellidaba Caldas y era sobrino del infortunado mártir, que había sido llevado a
Bogotá en donde los españoles lo pasaron por las armas. No pude dormir por la
fiebre, las pulgas, el frío y la lluvia que el viento empujaba dentro de la habitación.
Los alrededores de Pisimbalá son muy arborizados; a las 9 me puse en camino
hacia la hacienda de Sotará, a pesar de la fiebre que no me había dejado. En el
riachuelo de la chorrera se ve el grünstein porfidico y a las 11, al pasar el río de
Danta Salada, encontré un esquisto micáceo, con concreciones de cuarzo; el
esquisto estaba dispuesto en capas verticales en dirección este-oeste.
439
torrente. A mediodía, llegamos a la quebrada de las Flautas, en donde se observa
la traquita. Después de haber atravesado la región de los pajonales, se descubre
el pico del Sotará como una masa oscura; dejando un sendero que lleva al pueblo
de Rioblanco, nos dirigimos en línea recta hacia el pico. A mediodía nos
desmontamos y a la una y treinta estábamos en la base traquítica del Sotará. Al
explorarlo pudimos verificar que ese cono no es un volcán, ni siquiera un volcán
apagado. Al pie del Sotará: altitud 3.544 metros, temperatura 13°.
440
precio inestimable. No logré desengañarlo y le dije: “si esto es diamante, venga
conmigo a la casa de moneda y si arden y desaparecen en la mufla de los
encargados de los ensayos, admitiré que sí son diamantes”. El no quiso ensayar
esta prueba y terminó ofreciéndome por 50.000 francos los cristales que me
mostraba y que valían, a su parecer, varios millones, lo que me convenció de que
se trataba de un alucinado.
Cuando me fui para Pasto, el señor Varela me entregó una caja que contenía un
kilogramo de cuarzo, cuyo valor, decía él, era 1’000.000. de piastras, pidiéndome
que yo sacara de él el mejor partido posible cuando lo llevara a Francia. Como el
paquete aumentaba inútilmente el peso de mi equipaje, boté ese tesoro en el río
Molino. Pero aquí comienza la estafa: yo había depositado en la casa de moneda
un pequeño lingote de oro para hacer fabricar unas medallas y autoricé a Varela
para retirarlas y enviármelas a donde yo le indicara; algunos meses más tarde, en
la mesa del general Flórez, me entregaron una cajita con fragmentos de cuarzo y
una carta de Varela, en donde me informaba que me reembolsaba el producto del
lingote de oro , con varias libras de diamantes de la mejor calidad. Los presentes
se rieron mucho, cada uno cogió algunos “diamantes” para utilizarlos como
piedras de yesca. Esta gracia me costo algunos centenares de francos.
Una excursión interesante fue la que hice a los Ubales, para ver la Tetilla de
Julumito. Después de haber atravesado el torrente de Pandiguando, cerca al lugar
en donde desemboca el río Molino, llegué al Cauca que corre dentro de un canal
muy profundo, en una hora de marcha; dos horas después entraba en la hacienda
de los Ubales, sobre terreno porfídico descompuesto. En la tierra de todos los
campos cultivados se encuentran cantidad de pequeños trozos de obsidiana, cuyo
origen es difícil de establecer: el Puracé no los lanza, el Sotará tampoco y los
indios pretenden que estas curiosas esquirlas cayeron de “arriba” y les dan el
nombre de “piedras de rayo” de las cuales hice una bonita colección. Entre esas
obsidianas hay algunas absolutamente incoloras, transparentes, de un bello reflejo
y que por su dureza podrían ser utilizadas en joyería.
441
CAPÍTULO XVIII
Ascensión al volcán del Puracé.
La cima nevada del volcán se ve desde Popayán con el aspecto de una masa
semiesférica y se calcula que se halla a 27 kilómetros al este de la ciudad.
He aquí la comparación de las cifras del señor Humboldt con las mías:
442
Año Mariara Las Trincheras
Gramos
Carbonato de manganeso —
Nitrógeno
443
Gramos
Carbonato de manganeso 21
Carbonato de magnesia 4
Total 100
444
Allí tenía a mi servicio a una anciana negra, de pelo blanco, mujer excelente que
me cuidó como sí yo hubiera sido un niño. Después de haber montado mi
laboratorio, comencé el análisis del agua de Cobaló. En el Puracé sentí frío aun
cuando me acostaba sobre muy buenos colchones de lana. Mis sondeos indicaron
que la temperatura promedio era de 12,8° y en el aire de La Trocha, el termómetro
se mantenía entre l6° y 18°, altitud tomada en la granja del cura, un poco más
abajo que la plaza de la iglesia, 2.651 metros, temperatura 16,2°. Por una altura
meridiana del Sol, tomada con teodolito, obtuve para el Norte del Puracé una
latitud de 2°19’14”.
Fui al río Pasambió o del Vinagre que baja del volcán y que está profundamente
encajado en una traquita. La cascada del Pasambió cae en una sola cortina,
desde una altura calculada en 80 metros y es un espectáculo extraordinario. Como
el terreno está cortado a pico, para llegar al hemiciclo pasé el río bastante aguas
abajo de la caída, luego lo remonté por un camino muy escabroso trazado a 20
metros por encima de su nivel. Para llegar al pie de la cascada tuve que
descalzarme porque el terreno era muy resbaloso; al llegar al fondo me mojó una
lluvia fina acidulada, incómoda para los ojos, que era el resultado del agua
arrastrada por el aire. Aforé el río Vinagre que vertió ese día 34.765 metros
cúbicos en 24 horas (400 litros por segundo). A mi regreso a la finca comencé el
análisis del río Vinagre con gran admiración de mi buen cura, quien me decía
viéndome trabajar: “así trabajaba el señor barón...” inmediatamente me di cuenta
de la fuerte acidez del agua, pues al dejarle caer limadura de zinc, inmediatamente
soltaba hidrógeno (2).
445
El 20 de abril comencé mi ascensión al volcán, a las 8 de la mañana , en vista de
que los indios habían juzgado que el tiempo sería bueno. Me acompañaban 2
guías y yo iba a caballo: nos dirigimos hacia el Este y después de haber pasado a
Belén y el Tabor, penetramos en una selva que era un verdadero barrizal. Todas
las selvas de las tierras frías son semejantes y comunican al viajero un profundo
sentimiento de tristeza: árboles torcidos, enclenques, cubiertos de líquenes y
musgo. A las 9:30 entramos y salimos a las 10:30 para subir una cuesta que
llevaba a Pajonales. La vegetación arborescente había desaparecido y fue
necesario apearse, como lo había hecho en la selva y andar penosamente en un
barro espeso. Al salir de las gramíneas, encontré la traquita in situ y pronto
llegamos a la región de las espeletias fraylejón, en cuyo centro podíamos ver
bloques de rocas traquíticas; ese lugar es conocido como Cascajal y
avanzábamos en dirección SE. Apenas entrábamos allí, donde pude volver a
montar, fuimos sorprendidos por una tempestad que soltaba torrentes de lluvia y
granizos de más de 1 centímetro de diámetro y el viento soplaba del Sur con tal
violencia, que casi me arrastra.
Es curioso que 30 años antes en ese mismo lugar, Humboldt estuviera en otra
terrible tempestad de granizo y que 24 años después, siempre en la misma
localidad, el coronel Codazzi fuera sorprendido por otra parecida.
Más allá de Cascajal bajé del caballo para subir la pendiente que llevaba la
azufrera del Boquerón de donde salían columnas de vapor: marchábamos sobre
azufre y yo estaba en un triste estado, porque después del granizo había
sobrevenido una nieve, lanzada por un viento impetuoso que me enceguecía;
avanzábamos hacia el Sur y para poder respirar era necesario mirar hacia el
Norte; al fin, al mediodía suspendimos la marcha en el azufral, sintiéndonos bien
pues nos calentábamos y secábamos al calor que salía del volcán. Por debajo del
suelo se oía el ruido que hubiera producido un líquido en ebullición.
La pendiente nor-oeste del Puracé, debajo de la línea de las nieves, está llena de
fisuras, especie de orificios, por donde salen vapores con un ruido aterrador; estos
vapores están mezclados con gas de ácido carbónico y azufre que se deposita en
numerosos cristales.
Una vez caliente y seco, procedí a llevar a cabo los experimentos: primero sobre
un punto en donde el chorro de vapor salía por una abertura de 30 centímetros de
diámetro, coloqué la superficie exterior de un vaso lleno de nieve y observé que el
agua que se condensó tenía una particularidad notable al no tener rastros de ácido
clorhídrico, contrariamente a lo que Gay-Lussac había encontrado en el Vesubio.
Un termómetro sujetado por un alambre y suspendido en la corriente de vapor,
marcó 86,5° de temperatura; nos encontrábamos en una altitud de 4.360 metros y
el mercurio en el barómetro se sostenía a 459 milímetros, la tensión del vapor se
reconoce en 458,7 milímetros de mercurio. Así que el vapor emitido en ese lugar
del Boquerón estaba a la temperatura del agua hirviendo. A la altitud en que
446
estábamos, el terreno trepidaba incesantemente. A 5 metros del re3piradero el
termómetro se mantenía en 49, como se ve, a 86 no fue fácil recoger el gas que
acompañaba el vapor acuoso, pero logré hacerlo y encontré que ese gas está
formado, en su mayor parte por ácido carbónico mezclado con un poco de ácido
sulfhídrico y de nitrógeno: eso ya lo había comprobado yo en el Tolima y después
en los volcanes del Ecuador. Estos resultados generales han sido confirmados por
los viajeros que han observado las bocas ignívomas y las solfataras. En América,
desde California hasta Chile, en Europa y en Asia, se encuentra constantemente
en los cráteres y en las fumarolas, el vapor acuoso asociado al ácido carbónico, al
ácido sulfhídrico y al ácido sulfuroso; algunas veces, como en el Vesubio, al ácido
clorhídrico y a gases combustibles.
Mis guías se negaron a subir al glaciar, pero al final uno se decidió a seguirme; la
ascensión era más y más difícil: dos veces me tumbó el viento hasta que después
de muchos trabajos llegué a 200 metros de la cima del volcán. La nieve estaba tan
sólida y resbalosa que habría sido imprudente continuar el camino ascendente y la
pendiente era tan fuerte que una caída me habría costado la vida. Allí abrí el
barómetro y encontré una altitud de 4.669 metros y una temperatura de 7,8°
aceptando que la cima esté a 5.000 metros de altura absoluta, me encontraba
entonces a 300 metros de la boca del volcán. Por debajo del límite de las nieves,
muy bajas en ese entonces, se encontraban bloques de traquita estratificada.
El azufral del Boquerón, incluyendo los varios respiraderos que lo rodean y que
lanzan con un ruido a veces formidable, gases y vapores, no presentaba ningún
caso de ignición: era una solfatara. Los bloques de traquitas con aspecto de
escoria y fundidos en algunos puntos, era lo único que mostraba la intervención
del fuego. Ahora bien, en la cordillera, una solfatara no es un volcán muerto, es un
estado de reposo al que puede suceder, sin que nada lo haga presentir, una
terrible y prodigiosa actividad. Así que el Puracé, tan calmado cuando lo visité, en
447
el curso del año 1859, tuvo una serie de erupciones. Los terrenos circundantes
fueron inundados por un barro líquido que al consolidarse formaba una cerca
circular de unos cien metros de diámetro, en el punto de emisión, un verdadero
cráter de derrame. En los años siguientes los temblores de tierra fueron frecuentes
en la Provincia de Popayán, siendo los precursores de la catástrofe del 4 de
octubre de 1869.
Ese día, a las 3 de la mañana, el Puracé tuvo una erupción formidable: piedras
incandescentes y cenizas fueron lanzadas a muchas leguas de distancia. Los
lechos del Anambió y del Pasambió se llenaron de barro sulfuroso; la misión de
Puracé fue destruida y dos días después, el 6 de octubre a las 3 de la tarde hubo
una segunda erupción: los proyectiles llegaron a la ciudad de Popayán, situada a
más de 27 kilómetros, a vuelo de pájaro. Masas considerables de materias negras,
mezcladas de azufre, devastaron toda la región. Estas emisiones de lodo, estas
“mogas”, no son raras y los montañeses de los Andes dicen que sus volcanes
lanzan fuego y agua a la vez.
A las 3 el cielo tomó un color azul oscuro y hubo que pensar en regresar al punto
de partida. Tratamos de ir a una fuente caliente, sulfurosa, situada más allá de una
hondonada profunda, cortada por masas de traquitas que tenían aspecto de ruinas
de castillos, marchamos por largo tiempo sobre los bordes de un precipicio. El
sendero, o más bien la cornisa, se hizo tan estrecha que no se podía avanzar sino
muy lentamente y con muchas precauciones debido a la espesa escarcha. Nos
vimos obligados a abandonar nuestro proyecto, pues ya se avecinaba la noche y
así volvimos a los Pajonales, en donde tomé la altitud que fue de 3.546 metros y la
temperatura de 12,2°. A las 5 llegamos a la misión, después de haber gozado un
instante de la vista que se tiene desde el alto de Belén. Al cura le encantó yerme y
tan pronto me divisó gritó: “La negra le va a servir tres platos”. Verdaderamente yo
los necesitaba pues había sufrido un gran desgaste en mi excursión. Al día
siguiente continué el análisis del agua ácida del río Vinagre.
Gramos
Ácido sulfúrico 1,1 monohidrato 1,34171
Ácido clorhídrico 1,2117 cloro 1,1784
Aluminio 0,4028
Cal 0,1333
Sílice 0,0237
2,8715
A mediodía miré el barómetro colocado sobre la plaza de Puracé que estaba
situada un poco más abajo de la granja. Altitud 2.720 metros, temperatura 16,6°.
448
16,8°). A la 1 dejé este lugar al este ya las 10 atravesé el torrente de Las Piedras;
a las 5 llegué a Popayán bien mojado, pues la lluvia no había cesado desde
Purace.
(2)Anales de Química y Física, segunda serie, Tomo LI, página 107. Análisis
del río Vinagre.
449
CAPÍTULO XIX
Viaje de Popayán a Pasto — Estancia en Pasto.
Me dirigí a Pasto, pasando por Timbío a donde llegué después de 4 horas de
marcha al paso de las mulas. El cura me recibió bien, pero estando yo sin comer
desde Popayán, me pareció que cenaba mal y muy tarde; la mesa estaba puesta
con un espléndido servicio de plata en el cual no vi sino una sopa aguada y un
pedazo de tocino. Cayéndome de fatiga pude, al fin, extenderme sobre un
camastro (altitud 1.860 metros, temperatura 19.9°). La población está construida a
media ladera, sobre la orilla izquierda del río Timbío y rodeada de encinas
gigantescas (Quercus Humboldii).
Nace en el pretendido volcán del Sotará y, sobre su largo total que no es menor de
500 kilómetros, recorre 80 kilómetros con el nombre de río Sotará y de Quilcacé;
no toma el nombre de Patía sino después de la entrada del Timbío; entonces corre
entre dos cadenas de montañas en donde recibe sucesivamente el Guachicono,
Mayo, Juanambú y Guáitara y, como si allí hubiese roto un dique, sube de pronto
hacia el NNO para desembocar en el océano Pacífico.
450
más tarde, que en la hacienda de Quilcacé hay fuentes saladas. Caminando a lo
largo del torrente, atravesamos la quebrada de Salvaleta, cuya arena que proviene
de escombros porfídicos, parece ser aurífera. También se ven, en el lecho de la
quebrada, estratos de ese peculiar depósito arenáceo, que ya señalé en la Vega
de Supía y que cubre las rocas que contienen oro. Seguimos marchando sobre un
suelo árido, expuestos a un Sol muy ardiente y solamente a las 2 de la tarde
llegamos al sitio de los Árboles, en donde había un rancho rodeado de algunos
árboles que habían crecido en plena sabana; allí acampamos después de haber
tenido buen cuidado de preparar las armas y de alistar la carta del obispo, porque
temíamos un ataque de los bandidos que infestaban la región. Después de haber
apostado a un centinela, dormí profundamente, gracias al silencio y a la frescura
de la noche. En los Árboles (altitud 1.475 metros, temperatura 29,9°), localicé la
Horqueta al NNE. Al este se ve el camino que conduce a Almaguer.
Me hizo un gran elogio de la nación española, la más rica y la más poderosa del
mundo y me dijo: “Si mañana yo gritara ¡viva el rey! vería usted comandante, que
todos los habitantes del valle del Patía me rodearían y con este grito los muertos
resucitarían”, y para mi gran sorpresa me preguntó si había leído a “Telémaco” y
habiéndole traducido “Calypso no podía consolarse de la partida de Ulyses”, el
cura gritaba: “Ha leído Telémaco”.
Sobre la ruta que seguí, varios curas me hicieron la misma pregunta: “¿Ha leído a
Telémaco?”, cosa que me sorprendía, pero la explicación fue fácil cuando supe
que un vendedor que me había precedido llevaba un cargamento de
“Telémaco” (1) que vendía por el camino. El cura de Patía parecía un espectro,
efecto del clima, según él: hacía meses que no podía montar a caballo debido a
encordes (hemorroides); le aconsejé un tratamiento que le haría un gran bien.
Rehusé la cena que me ofreció este poco agradable personaje y fui a acostarme
451
en la cabaña de un viejo guerrillero; antes de subir a la hamaca reemplacé,
delante de él, las cargas de mis armas. El Bordo (altitud 1.011 metros,
temperatura 23,5°).
Todo fue a tiempo: si nos hubiésemos demorado algunos minutos, nos habríamos
ahogado. Apenas habíamos llegado a la orilla opuesta, la playa de donde salimos
estaba inundada y los tres brazos formaban uno solo y el torrente crecía a ojos
vistas con un terrible rugido causado por las piedras que rodaban. La lluvia caía
con acompañamiento de truenos: era una escena espantosa. Al huir de la
inundación encontramos en el centro de un barrizal, una cañada miserable donde
vivía la familia de un negro: el padre, la madre y los niños estaban afectados de
una enfermedad venérea y cubiertos de horribles “bubas”. Logramos colgar mi
452
hamaca en el rancho y fue una gran suerte, pues en el suelo croaban asquerosos
sapos.
453
colocado sobre una mesa, rodeado de flores y con su madre acongojada sentada
cerca de él, mientras que se bailaba un “fandango” endemoniado y se bebía en
exceso para celebrar el viaje del alma del querubín hacia el paraíso. Nada más
triste que el contraste que hace un dolor profundo y una loca alegría; varias veces
me tocó asistir a esta triste escena del “angelito”. Hacia medianoche oí gritar:
“¿quién vive? y una voz desde el exterior contestó: “el rey”. Comprendí en seguida
que me encontraba en medio de una partida de realistas y que esto era un
conciliábulo de pastusos insurrectos. Discutieron con vehemencia, pero a través
de la puerta de mi cuarto no pude comprender nada de lo que dijeron; una hora
después todos se habían ido. Cuando desperté, la buena posadera me anunció
que podía salir a desayunarme y añadió que quien había contestado “el rey” era el
famoso Erazo. El hecho fue que la excelente mujer había tenido mi vida en sus
manos y más tarde supe que había pasado la noche en la misma habitación en
donde se había acostado el gran mariscal Sucre, la víspera de su asesinato. A
propósito de este terrible acontecimiento debo remontarme algunos años:
Después de los desastres del Perú, los Estados que por su unión constituían la
República de Colombia—Venezuela, Nueva Granada y Ecuador— manifestaron la
intención de separarse para formar tres estados independientes. Venezuela tuvo
su congreso y luego Bogotá. El Ecuador, administrado por el general Juan José
Flórez, resolvió también emanciparse y además asimilar al nuevo Estado la
Provincia de Pasto. El general Mosquera, elegido presidente de la República del
centro (Bogotá), ordenó al comandante general de Popayán, ocupar lo más pronto
posible a Pasto con el regimiento Varylas, para dar al traste con los proyectos de
Flórez. Sucre, el gran mariscal de Ayacucho, se encontraba en Bogotá
disponiéndose a ir a Quito para reunirse con su familia. Prometió al vicepresidente
Caicedo, utilizar toda su influencia para evitar la separación de los departamentos
del Sur y salió de la capital por la ruta de Popayán a Pasto, aun cuando varios de
sus amigos le aconsejaron tomar el camino del Valle del Cauca y embarcarse en
Buenaventura con destino a Guayaquil; temían por su vida si atravesaba las
provincias de Pasto y de Patía, llenas de miserables entre los cuales se contaban
muchos enemigos personales, debidos a la implacable guerra de 1822 a 1823. El
gran mariscal fue inflexible; llegó sin problemas a Popayán y después supo que
tan pronto llegó allí, el estado mayor envió un correo al comandante general de
Pasto, Obando. Se solicitó de nuevo a Sucre ir por Buenaventura, pero el deseo
de volver a ver a su mujer y a su hija, le hizo rechazar esta sensata proposición y
sin pedir una escolta, se puso en camino acompañado solamente por García
Trelles, diputado de Cuenca y de dos sirvientes. Debo añadir que fue gracias a
circunstancias especiales que yo no me hallaba con el gran mariscal, pues
habíamos convenido en que yo le seguiría a Quito.
En el salto del río Mayo, el 2 de junio Sucre pasó la noche en casa de Erazo; no
había recorrido sino dos leguas, cuando llegó a la venta y le sorprendió encontrar
a Erazo, a quien había dejado atrás. Algunas horas después llegó el comandante
Zarria que venía de Pasto; Sucre comprendió rápidamente que el encuentro de
454
esos dos miserables no era fortuito y que su vida estaba amenazada y aun cuando
Zarria le aseguró que iba a Popayán en una misión urgente, le ordenó a sus
asistentes preparar las armas. El 4 a las 8 de la mañana, Sucre y su compañero
salieron de la venta para entrar en la espesa selva de Berruecos; apenas habían
recorrido media legua, cuando en la angostura de la Jacoba en donde el camino
es muy angosto, salió un disparo de fusil de la espesura y el mariscal gritó: “una
bala” y en el mismo momento hubo tres disparos más, hechos de los dos lados del
camino. El infortunado general cayó golpeado por cuatro balas, su asistente
principal que le seguía de cerca, voló a su socorro pero lo encontró muerto; bajó a
la venta para buscar hombres y llevar allí el cuerpo del infortunado; los asesinos le
seguían ocultos en la selva y le gritaron que no tenía nada que temer; de la venta
nadie osó seguirlo para entrar al monte y solamente a la mañana del día siguiente,
Sucre fue enterrado muy cerca del sitio en donde fue atacado; allí se colocó una
cruz sobre su tumba. Su muerte produjo gran conmoción y se le atribuyó, no sin
razón en mi opinión, a los generales Flórez y Obando, quienes tenían interés en la
desaparición del gran mariscal; Zarria y Erazo fueron los ejecutores.
Sucre fue uno de los hombres realmente más importantes entre los libertadores de
América del Sur. Poseía, en el mayor grado, el espíritu militar. La victoria sobre los
españoles de Ayacucho, fue decisiva; el ejército castellano comandado por
Espartero, entregó las armas y por su capitulación obtuvo la facultad de
embarcarse hacia la madre patria; los oficiales que así lo desearon pudieron entrar
al ejército de la República.
El descenso fue difícil porque seguimos una hondonada llena de cantos rodados
de grünstein.
455
poncho se vende entre 16 a 20 pesos (80 o 100 francos); hablando de la tintura
debo decir que el azul proviene del añil, el rojo de la cochinilla, el amarillo de una
planta muy común en la región y como alcalificante usan orina fermentada. En
cuanto al alumbre utilizado como mordiente, se encuentra por todas partes en
abundancia. Cerca de la cabaña se veían muros inaccesibles, de una roca de
blancura enceguecedora y de la cual se encontraban bloques en el riachuelo
vecino; yo nunca había visto una roca similar. Estaba compuesta de una pasta de
un grano muy fino, en la que se encontraban diseminados cristales de feldespato
alterado y de cuarzo. En Olaya (altitud 1.800 metros, temperatura 19°).
5 de junio. El humo me hizo salir de mi hamaca, pero no pude salir de Olaya antes
de mediodía, debido a que dos mulas se habían extraviado en el monte por la
noche. Seguimos la cresta de una cuhilla que llevaba al torrente, muy encajonado,
de las Mazamorras, en donde se ve entrar la quebrada de Olaya. A la 1:30
comimos un estupendo sancocho de papa en La Cañada, casa de bella
apariencia. Hasta el torrente de las Mazamorras no habíamos dejado de caminar
sobre sienita porfidica, rica en piritas, probablemente auríferas; nos volvimos a
encontrar con el poderoso y singular aluvión estratificado del Patía (altitud de La
Cañada 1.517 metros, temperatura 29,7°). Temperatura subterránea de La
Cañada 200. Me fue imposible salir ese día, pues mi equipaje no llegó sino a las 4.
6 de junio. Había llovido toda la noche. La creciente del Juanambú era tan fuerte
que el arriero no se atrevió a tratar de pasar; pernoctamos de nuevo en La Cañada
y supe que el propietario de esta casa y su hijo habían sido asesinados.
7 de junio. Ya había escampado y el Juanambú podía ser vadeado por las mulas;
necesitamos una hora para bajar al Paso. El torrente viene, puede decirse que
cae, del páramo de Apunto. Corre ruidosamente entre dos muros de pórfido,
perpendiculares, que forman un estrecho canal; su rapidez es tal que el agua,
violentamente agitada por las rocas que arrastra, parece una masa de espuma. Es
un espectáculo seductor que es frecuente en las cordilleras y que no deja de
admirarse, como sucede con las cataratas. El Juanambú se atraviesa con ayuda
de tarabitas, diferentes de aquellas que ya he descrito y que por un accidente del
terreno son en realidad dos, colocadas paralelamente y que van en sentido
contrario, cada una con su punto de salida más alto que el de llegada, es decir que
las cuerdas, o más bien, las tiras de cuero están tendidas, formando un plano
inclinado, único, por encima del río: el pasajero, una vez colocado en la silla se
desliza de una orilla a otra, muy rápidamente. Por mi parte, experimenté una
sensación agradable con este sistema de transporte, mientras que en las tarabitas
ordinarias, la cantidad de tiras de cuero tendidas horizontalmente, no permiten
sino deslizarse primero por el efecto del peso hasta el centro de la carrera, sitio a
partir del cual el pasero de la playa opuesta, tira de una cuerda para que el
pasajero pueda llegar. La tarabita de Juanambú, como plano inclinado, podría
encontrar otros usos (altitud 1.179 metros, temperatura 23,3°).
456
Los hombres y el equipaje pasan por la tarabita y los caballos y las mulas
atraviesan el torrente. Se debe obligarlos a pasar por entre el agua; nunca pensé
que pudieran luchar contra la impetuosidad de la corriente; primero desaparecían
por un instante para aparecer en seguida del otro lado, pero mucho más abajo del
sitio por donde se habían lanzado. Los pobres animales no solamente deben
vencer la rapidez del torrente sino que también están expuestos a golpearse
contra las piedras que se hallan en la corriente; mi buena mula, la infatigable,
sufrió un accidente de esa clase; se hirió en el casco de una de sus manos y hubo
que hacerle una sangría y desde luego no pude volverla a montar hasta que
estuvo completamente curada. El arriero a quien le pregunté sobre el peligro de
ese paso para las bestias de carga me aseguró que no había ningún accidente
que temer, mientras que el animal no estuviera ensillado. A las 3, ascendimos una
cuesta de las más fatigantes, debido a los pedruscos; nuestras mulas quedaron
cojas; yo subí a pie muy difícilmente y llegados a una explanada desde donde se
ve el curso del Juanambú, divisamos a Ortega donde se cultiva la caña de azúcar.
Esquisto inclinado hacia el Este (altitud 1.836 metros, temperatura 18,9°)
temperatura del suelo 12,4°).
8 de junio. A las 9 llegamos a una explanada, gracias a que hicimos una rápida
subida desde donde vi el esquisto que buza hacia el Este, inclinado en 80°; es
plateado y abundante en capas de cuarzo granular blanco y se hunde bajo los
aluviones. Estuvimos en Meneses a la 1:30, ya en la tierra fría (altitud 2.503
metros, temperatura 14,4°). Un riachuelo corre cerca del camino y a poca distancia
de allí, emerge de la tierra vegetal una masa de traquita. La entrada de la choza
en donde pasé la noche en Meneses, estaba cerrada por un cuero de buey.
Siempre el hogar al centro de la pieza, salía el humo por una abertura hecha en el
techo. Me encontré en compañía de una pava y de una gallina con sus polluelos,
del indio y de su mujer, de 4 niños y de 6 extranjeros, sin yo entrar en la cuenta.
Por primera vez caí en la cuenta de que había una numerosa familia de cerdos de
las Indias. La superficie de la cabaña era de 16 metros cuadrados, tal como el
Arca de Noé, con sus piojos y sus pulgas; allí hice extender mi hamaca, la noche
estaba muy bella y por consiguiente, fría: el termómetro suspendido a 1,50 m. Por
encima del suelo, marcaba 6,7°. Otro, depositado sobre la hierba cubierta por un
fuerte rocío, indicaba 4,4°. Esta baja temperatura se debía a la irradiación
nocturna.
9 de junio. A las 8 salimos de Meneses, dejando allí mi mula coja que recomendé
al indio. Pronto penetramos en la selva para subir continuamente por un camino
pedregoso y espantoso. A las 10:30 estábamos en el tambo del Obispo (altitud
2.931 metros, temperatura 16,1°). Perdimos una hora mientras desfilaba un
convoy de mulas que llevaban a Popayán harina de trigo y de maíz. A las tres
llegamos al alto de Aranda (altitud 3.076 metros, temperatura 16,5°) una bella vista
sobre una vasta extensión de pradera, desde donde se puede ver a Pasto.
Después de una bajada tan penosa como lo había sido la subida, hice mi entrada
en la ciudad. Eran las 4:30. Las ciudades de las regiones frías siempre me han
457
parecido tristes. Pasto estaba entonces en un estado lamentable. La población
estimada en 20.000 almas en la época de su esplendor había quedado reducida a
8.000. Por todas partes las mismas ruinas que yo había visto en una época
anterior en lo más fuerte de la guerra; las casas tienen sin embargo una bella
apariencia y la mayoría de ellas estaban deshabitadas. La industria del tejido de
las telas de lana, la confección de sombreros de paja antaño tan activas, estaban
lejos de ser prósperas.
Fundada hacia 1539 por Belalcázar, uno de los tenientes de Pizarro, Pasto
encierra edificios bastante notables; la iglesia de Santo Domingo, la catedral de la
plaza mayor y varios conventos. Por su altura y su posición, el clima de Pasto se
acerca bastante al de Santa Fe de Bogotá (altitud 2.610 metros, temperatura
promedio 14,7°, latitud N 1° 13’ 5”, longitud 0,79°41’40”). Al día siguiente a mi
llegada a las 6 de la mañana, el termómetro se mantenía a 6,7°.
Presenté la carta del obispo de Popayán al cura, quien me dio una agradable
acogida y me dijo: “lo esperaba”. Decididamente yo estaba bajo la protección de la
clerecía. Me había hecho preparar una gran casa y puso a mi disposición a un
antiguo soldado español, para que la cuidase durante mis ausencias. Mis comidas
debía tomarlas en el convento de los Agustinos: todo estaba previsto.
458
Algunos meses más tarde me encontraba en Quito en donde se festejaba yo no sé
qué aniversario de un acontecimiento político. Durante 8 días hubo corridas de
toros en la plaza mayor, transformada en un amplio anfiteatro, ocupado por la
gente elegante; hubo en esos días en casa de Flórez, presidente del Ecuador, una
gran recepción: yo pertenecía a su estado mayor y debí permanecer en gran
uniforme; me encontraba al lado del jefe del Estado cuando un religioso llegó a
presentarle sus respetos: era el prior de los Agustinos de Pasto, el padre Urbano.
Cuando levantó los ojos que había mantenido bajos en señal de humildad, se
manifestó un poco sorprendido al reconocer, bajo mi brillante uniforme, al oficial
que había hospedado en su monasterio, enseñándole las cosas más mundanas;
luego ofreciéndome la mano en la forma más afectuosa, me recordó los momentos
felices que había pasado conmigo. Admiré al buen padre, pero una vez terminada
la recepción, le conté toda la historia al general Flórez, cosa que lo divirtió
muchísimo.
Visité en Pasto las raras industrias que todavía estaban en actividad: tinturas y
textiles; una de ellas me interesó vivamente. El barniz de las obras de madera con
el sistema conocido como “de Pasto”. La sustancia conocida con el nombre de
“barniz” es traído por los indios de Mocoa, es verde y tiene la apariencia de una
goma que dicen ser producida por la Elaega utillis de la familia de las rubiáceas.
No se puede pulverizar y para poderla analizar tuve que rasparla con cuchillo. Esta
goma no se disuelve en el alcohol, ni siquiera en el éter, pero sí infla enormemente
como si fuera caucho. Tiene una característica específica curiosa: pierde la dureza
con el calor, pero no se disuelve y la aplican aprovechando esta plasticidad que
permite estirarla en una membrana delgada transparente, cuando está caliente.
He aquí la forma como operan los indios para barnizar: los objetos de madera
como calabazas, cajas y recipientes dedicados a guardar vino o aguardiente, se
pintan de diversos colores. El barniz, tal como viene de Mocoa, se somete a la
acción del agua hirviendo; al cabo de un instante está lo suficientemente blando
para ser estirado en una lámina delgada que se aplica cuando todavía está
caliente, teniendo cuidado de afirmarlo con un trapo para que adhiera a la madera;
luego, con un carbón al rojo, sostenido con una tenaza, que se pasa muy cerca del
objeto decorado, se hacen desaparecer las burbujas: en esa forma se obtiene una
superficie unida, brillante y transparente, a través de la cual aparecen las pinturas
con toda la vivacidad de sus colores, mejorados con oro y plata algunas veces.
Este barniz es de una solidez notable, ya que es resistente al agua, al alcohol y a
los aceites fijos y volátiles, lo que lo distingue del caucho.
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Carbono 71,4
Hidrógeno 9,6
Oxígeno 19
100
operarios que conocí eran de raza india y los procedimientos de aplicación del
barniz, lo mismo que el arte de hilar la lana, de tejerla y de teñirla, seguramente
son anteriores a la Conquista. Las telas confeccionadas en Pasto no dejan nada
qué desear. Poseo un poncho de una gran belleza, que fue regalado a Bolívar por
los pastusos; el general se lo regaló a Manuelita, quien me lo lanzó sobre los
hombros como un recuerdo, el día que montaba a caballo para dirigirme hacia el
Sur.
Hice mis preparativos para llevar a cabo la ascensión al famoso volcán de Pasto y
para ello fui a entenderme con el cura a quien estaba recomendado, para que me
procurase guías y he aquí lo que fue convenido: cuando yo dejara la ciudad, mi
soldado español vigilaría mi equipaje y no lo dejaría ni un solo instante; yo iría a
pie acompañado de mi asistente hasta el sitio de Genoy, situado en la base de la
montaña donde encontraría cuatro hombres de toda confianza: responderían de
mí y suministrarían los víveres necesarios. Así fue: dos días después me puse en
camino; el padre Urbano, un hermano, don Pedro Gallardo y el gobernador de
Pasto, el coronel Gutiérrez, habían resuelto acompañarme con gran entusiasmo,
460
pero afortunadamente ninguno se presentó. A las 4 de la tarde tomé un
encantador camino que lleva a Genoy, a lo largo de la orilla izquierda del río
Pasto, que desemboca en el Juanambú, a una legua de la ciudad. Mí equipaje se
componía de un barómetro, una brújula y un laboratorio portátil; dos horas
después de mi salida llegué a Chorrera de Genoy, algo maravilloso: me
encontraba en presencia de la caída de una enorme masa de agua, casi tan ácida
como la del río Vinagre, que se precipitaba desde una gran altura formando 4
cascadas superpuestas que saltaban de roca en roca, produciendo un ruido
ensordecedor; no podía retirar la vista de este espectáculo, pero tenía que llegar a
mí posada; el Sol ya se había escondido detrás de las montañas gigantescas que
nos dominaban. En la casa a donde entré había, en una sola habitación, una
fábrica de sombreros, una cocina y un corral de gallinas, sin hablar de una
verdadera carnada de cerdos de las Indias. El bastimento no faltaba, cosa bien
importante, pero lo que más me llamó la atención fue una india, muy anciana, que
apenas tenía aspecto humano, acostada cerca al fuego dentro de una nube de
humo y quien era el fuelle de la cocina; la pobre mujer tenía la piel apergaminada
y los ojos ulcerados; me dijo que estaba acostumbrada y que dormía sobre un
cuero que me mostró pues hacía más de 30 años que no había cambiado de sitio
y me dijo que ni siquiera iba a la misa, pues estaba muy lejos para sus piernas. La
cocinera fuelle preparó una espléndida cena compuesta de una mezcla de pollo,
de cerdo de las Indias y de papas, todo muy picante, preparado con ají; tomamos
chicha a discreción, pues el cura de Pasto había dispuesto muy bien las cosas.
Comí todo revuelto, sentado en el suelo, cerca de la pobre anciana y manifesté mi
sorpresa por la abundancia de la cena, a lo cual “el fuelle” contestó que todavía
faltaban otras personas para comer; me volví y vi en la oscuridad a cuatro
mocetones de buena estatura: los hice acercar y vi que eran mulatos o zambos,
envueltos en trapos sucios con fisonomías verdaderamente patibularias; cada uno
tenía un machete y eran los guías que habían sido enviados por el cura.
Mientras devoraban los restos, bastante copiosos, de mi cena, les hice algunas
preguntas: “¿quiénes son ustedes? ¿De dónde vienen?” Uno de ellos contestó:
“somos antiguos soldados del rey, nos escondemos en las cavernas del volcán
desde la ‘rebusca’ (desde que nos persiguen); recogemos azufre que llevamos a
vender”. Después de darlas gracias, dichas por uno de estos hombres al margen
de la ley, se acostaron en el suelo, yo al lado del viejo “fuelle” que olía fuertemente
a creosota. Pronto se durmieron todos los presentes. Excepto yo que fumaba un
cigarro pero al fin también dormí, arrullado por los ruidos que hacían los curíes
que habían escapado de formar parte de mi cena; muy por la mañana mis guías
dieron la señal de salida, los puse en fila y le dije al primero: “tú llevarás mi sable”,
al segundo le confié mi bolsa y la caja de reactivos, al tercero le confié el
barómetro y al cuarto una brújula y las cobijas; yo me reservé mi abrigo y en
cuanto a los víveres, los repartí. Al entregarles a esos bandidos mis armas y mi
dinero, procedí prudentemente: era una muestra de confianza que daba a aquellos
a cuya merced me iba a encontrar. Después del chocolate nos pusimos en camino
a las 5:15; el viejo “fuelle” dándome la bendición me prometió rezar por mí, lo que
461
le agradecí afectuosamente. Como la noche había sido clara, hacía frío y
anduvimos a través de unos matorrales donde los guías abrieron una trocha con
sus machetes: ese era un trabajo rudo y subíamos lentamente.
Tres horas después, a las 8, habíamos logrado pasar lo más espeso de la selva y
nos encontrábamos en un claro llamado El Salado; luego vimos los pajonales y
más arriba, con gran sorpresa mía, entramos a un lugar de helechos
arborescentes. A las 9 habíamos llegado a la base de un muro de traquita, la
piedra Rumichaca, con fisuras en todos los sentidos, especialmente en forma
horizontal, de manera que a distancia aparecía estratificada. La piedra está
cubierta de bloques de roca y la traquita en este punto es una pasta negra,
compacta, brillante que contiene cristales de feldespato blanco vidrioso; sobre
algunos fragmentos la roca tiene el aspecto de pómez y contiene agujas de
piroxenos; allí nos detuvo una hondonada muy profunda llena de bloques de roca
y teníamos que atravesar este obstáculo para llegar, por una pendiente muy
suave, hasta el volcán. La dificultad consistía en bajar al abismo, empresa que no
dejaba de tener peligros, debido a la profundidad que calculé en 400 metros.
La opinión de los guías se hallaba dividida. De acuerdo con unos debía atravesar
por donde estábamos, pero los otros calculaban que era peligroso caminar por un
piso tan movedizo, así que pensaban que era preferible llegar hasta el Guáitara
que se alcanzaba a divisar en el Sur y de allí subir, por el lecho del torrente, por
una pendiente relativamente suave que terminaba en el volcán y creían que una
jornada sería suficiente para llevar a cabo sus proyectos. En el estado de
incertidumbre en que me encontraba, pedí a 2 guías que ensayasen el paso
directo: a gritos nos avisarían cuando hubiesen llegado al fondo del precipicio. Los
dos hombres comenzaron a bajar sin ninguna vacilación y una hora después de su
salida, la señal convenida anunció que podíamos seguirlos, lo que hicimos
marchando con mucha precaución. De pronto se soltaron algunas piedras que se
veían rodar a una velocidad increíble hasta el fondo del abismo; los guías
enviados adelante y que ya se hallaban al lado opuesto, nos observaban; con la
voz y el gesto trataban de indicarnos la dirección que debíamos tomar, pero poco
los oíamos porque en las regiones elevadas la voz pierde intensidad y sus gestos
se distinguían mal, debido a la distancia. Al seguir caminando nos encontramos,
de pronto, en un paso escabroso arriba de un lugar escarpado de mas de 60
metros de altura; una saliente, especie de cornisa permitía el paso; pero estaba
compuesta de arcilla mojada y resbalosa: uno de los guías que se aventuró por
ahí, no se pudo mantener sino hundiendo con fuerza los dedos de sus pies en el
barro y no se atrevió a dar un paso mas hacia adelante. En ese momento los
guías que se encontraban al otro lado, lanzaron grandes gritos de alarma y
gesticularon de manera de hacernos comprender que había que pasar mas arriba.
En efecto, seguimos sus indicaciones y nos dimos cuenta de que por encima de
nosotros había una roca en donde nos fue posible apoyarnos y agarrarnos, lo que
nos permitió llegar al fondo de la hondonada del Rumichaca.
462
Recogí diversas variedades de traquitas, entre otras una roca blanca, compacta,
que toma las características de la alunita y procedentes de un espeso yacimiento
de mineral de alumbre. Tuvimos más dificultades en salir de la hondonada, de las
que habíamos tenido al bajar; en efecto, el piso era poco estable y la pendiente
más fuerte. Necesitamos 2 horas para ascender. Nos encontrábamos sobre el
volcán: se veían surgir los vapores y las rocas estaban pintadas de azufre y lo que
era más curioso, se veían masas enormes de yeso anhidrita granular, con
estructura sacaroidal; se podrían haber confundido con bloques de mármol de
carrara; el yeso contenía azufre, de manera que el sulfato de calcio es un producto
del volcán de Pasto. Continuando la ascensión llegamos al cráter, que no es de
erupción, formado por la expansión de la lava; esta cavidad que se encontraba
entre muros de traquitas, tiene una dirección NE-SO. Describir este sitio sería
imposible; en una longitud de varias centenas de metros hay una acumulación de
fragmentos de roca de toda dimensión, entre los cuales aparecen grandes fisuras,
verdaderos orificios, de donde salen chorros de vapor de azufre con un silbido
formidable; el suelo temblaba bajo nuestros pies. La situación era singular: un
cielo azul oscuro, una atmósfera sulfurosa que hacía difícil la respiración, una
calma perfecta y, a pesar del calor subterráneo, un aire frío, pues a una veintena
de metros de las fisuras, el termómetro marcaba 3,9° y el barómetro indicaba una
altitud de 4.085 metros, con temperatura de 6,1°.
Allí me instalé a conveniente distancia de una fumarola, para sentir calor sin correr
el riesgo de quemarme. Mis bandidos me cuidaban como si fueran nodrizas y
después de haber tendido mis cobijas procedieron a cocinar prendiendo fuego con
leña cortada en el bosque de helechos; luego uno de ellos bajó, no sé a dónde,
para tratar de encontrar agua que no fuera sulfurosa. Dormí profundamente
durante una hora y luego almorcé: eran las 2. Habían pasado 9 horas de violentos
ejercicios, sin que hubiera tomado más que una taza de chocolate antes de salir
de Genoy. Una vez reposado, examiné el terreno: cerca del orificio principal, las
traquitas, excesivamente porosas, están constituidas en parte por una
aglomeración de tenues cristales de piroxeno mezclado con feldespato vitroso; por
todas partes se encuentran pedazos poco voluminosos de una especie de pómez,
de gris sucio, de una densidad superior a la del pómez ordinario; con frecuencia la
roca tiene cristales de azufre de color naranja cuando está caliente que recupera
su color amarillo pálido al enfriarse. Aquí y allá, recogí obsidiana negra y
translúcida; algunos fragmentos tenían la particularidad de que estaban
tumefactos. La traquita in situ no difería mucho de la que habíamos visto. Era tal el
calor en la boca del orificio principal que no logré obtener gases; tuve que
limitarme a reconocer que los vapores emitidos estaban evidentemente
sobrecalentados por su contacto con las rocas del interior porque a la altitud en
que me encontraba, el mercurio se sostenía en el tubo barométrico a 472
milímetros y a esta presión el agua hierve a 87°. Un termómetro colocado en el
vapor, subió rápidamente a 102° y se habría roto sino lo hubiese retirado
inmediatamente; tuve que reconocer que a muy poca profundidad el estaño
entraba en fusión, lo que no sucedía con el plomo que tenía preparado. Como
463
resultado encontré que la temperatura fue un poco superior a los 235° sin llegar a
332°. Para obtener gas necesité apelar al vapor de un orificio menos caliente, ya
que el vapor no pasaba de 91°, tuve la seguridad de que estaba mezclado con aire
frío; sin embargo, contenía 78 panes por 100 de gas de ácido carbónico gaseoso y
muestras de ácido sulfhídrico. No encontré ácido clorhídrico en el vapor, lo que me
demostró que, como en los volcanes del Tolima y de Puracé, las emanaciones
gaseosas son formadas por vapor de agua, ácido carbónico y ácido sulfhídrico.
Para tomar la temperatura de los orificios, me había colocado sobre una gran
piedra que formaba un puente sobre la fisura; quise hacer cocer un pedazo de
carne amarrado a una pita, al calor del volcán; la piedrapuente se movía
constantemente y estábamos rodeados de fumarolas, nos ensordecían los rugidos
y los bramidos subterráneos que es el ruido que procede o acompaña los
temblores de tierra. El guía cocinero mostraba su inquietud y me dijo a media voz:
“¿y si escupiese?” Le contesté que estaríamos perdidos y entonces con una calma
absoluta me contestó: “es lo que me parece”. No había duda: además todo
anunciaba una gran actividad volcánica: el movimiento continuo del suelo, los
silbidos de los chorros de vapor, el ruido del agua hirviente que alcanzábamos a
oír debajo de nosotros, parecían anunciar una catástrofe: mis hombres, habitantes
de Pasto, sabían del asunto, pero no se veía ningún indicio de un fenómeno ígneo.
Parece que es durante las erupciones propiamente dichas, cuando el fuego se
manifiesta.
El volcán de Pasto lanza también cenizas que los vientos llevan a grandes
distancias durante ciertas erupciones; las plantas están recubiertas de ellas. Yo
me había instalado confortablemente entre los bloques de roca, sobre un piso
caliente y al abrigo del viento a más de 4.000 metros por encima del nivel del mar;
muerto de fatiga y mecido por el canto de mis guías, caí en un profundo sueño.
Puedo decir, sin metáfora, que dormí sobre un volcán. Al terminar mis
observaciones resolví bajar por una pendiente diferente a aquella por donde había
subido. A las 3 encontramos una fisura muy profunda en donde, afortunadamente
existía un puente de piedra construido antes de la Conquista, según me
aseguraron el puente de Rumichaca, muy cercano al abismo que habíamos
atravesado con tantas dificultades: por este camino, debíamos haber subido,
haciendo sin duda una gran vuelta, pero de más fácil acceso. Si no lo hice así, fue
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porque mis guías de raza india, prefirieron marchar en línea recta, sin dejarse
detener por los obstáculos.
Así que por una pendiente bastante suave habíamos bajado a metros por debajo
del punto de nuestro volcán: 2 horas después entrábamos en el pueblo de Genoy.
La traquita sobre la que habíamos andado presentaba un aspecto distinto de la del
cráter, una pasta gris claro con cristales alargados de feldespato azul. Para
reposar bien, fui a dormir a la cabaña del indio; el viejo “fuelle” encantado de
yerme, atribuyó a sus rezos una buena parte de mi feliz viaje, alegría de la cual
fueron víctimas los curíes pues tuvimos un excelente sancocho. Al día siguiente, a
las 7 me despedía del indio y de la vieja india. Hice poner en fila a mis guías y a
cada uno le di una piastra; estos pobres proscritos me agradecieron con una
efusión que me emocionó; me rogaron acordarme de ellos si regresaba al volcán;
yo había sido su huésped y estos hombres endurecidos por el sufrimiento y
quienes me colmaron de los más afectuosos cuidados, habrían robado y
seguramente hasta asesinado sin el menor escrúpulo, al oficial republicano si no
les hubiese sido recomendado por el obispo de Popayán.
Me dirigí lentamente a Pasto después de haberme detenido para admirar una vez
más la fantástica cascada de Genoy y la espléndida vegetación que la enmarca.
Encontré que la altitud en la base de las cascadas es de 2.631 metros y la
temperatura de 12,8°. El viento venía del Este, dirección que había observado en
la cima del volcán; por lo demás me parece haber tomado nota de que, con buen
tiempo, los vientos alisios reinan constantemente en las altas montañas
intertropicales.
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agite los sentidos como esto. Venga conmigo a Jesús y verá...” Le respondí:
“¿Pero me flagelarán?”, y me contestó: “Sí pero sin mucha fuerza”. El prior
deseaba presentarme a la abadesa de Santa Clara y yo rehusé debido a que
había logrado, hasta ese momento, mantener mi incógnito pues yo no era un
extraño en el convento: he aquí las circunstancias por las cuales había conocido a
la madre abadesa, mujer muy respetable tanto por su edad como por su carácter.
Pero para ello tendremos que retroceder unos años.
Fue en 1827, poco después de la fatal expedición que hice por los llanos del
Apure y del Meta y cuando mi salud estuvo tan comprometida. El ministro del
interior, Manuel Restrepo, me había encomendado la tarea de levantar el curso del
Río Grande de la Magdalena de Honda a Neiva, misión que no pude cumplir por
haber sido llamado por las autoridades militares para nivelar los desfiladeros del
Juanambú y del Mayo, tan célebres por los combates que el ejército patriota había
tenido con los insurgentes de las provincias de Pasto y del Patía. Hacia el año de
1827, el Libertador derrotó a los realistas en una batalla sangrienta: el enemigo
había cometido atrocidades y había asesinado a algunos prisioneros; el castigo
que en 1823 Sucre infligió a los pastusos al destruir una parte de la ciudad, no
había producido ningún efecto; las bandas de insurrectos eran difíciles de
capturar, pues al ser derrotadas, se dispersaban en las montañas, para
reagruparse de nuevo. Después de una acción de las más violentas, Pasto fue
ocupada y Bolívar, quien deseaba hacer un escarmiento, decidió que la ciudad
sería sometida al pillaje durante dos horas. Los habitantes, consternados, enviaron
al cura para que suplicase al vencedor que protegiese, por lo menos, al convento
de Santa Clara, en donde vivían en paz unas cuantas religiosas inofensivas y en
donde las mujeres y las jóvenes de las principales familias encontrarían un asilo.
El Libertador acogió la solicitud y prometió enviar como salvaguarda a un oficial
para que protegiera a la comunidad. Fue así como momentáneamente dejé mi
barómetro y mis brújulas y salí con el cura en compañía de un lancero; me
presentaron a la superiora y me alojaron en una habitación confortable y pusieron
a mi disposición y servicio a una hermana conversa, mientras mi soldado quedó
de vigilante en la puerta del monasterio. No describiré las escenas de desorden a
las que asistí: felizmente para todos pronto la soldadesca se emborrachó al asaltar
todas las chicherías. Esta fue una orgía tremenda; al terminarse el tiempo
señalado para el saqueo, tocaron a retirada y cesó el desorden. Parecía que mi
misión hubiese terminado, así que ordené a mi lancero que ensillara y fui a
despedirme de la madre abadesa: la buena religiosa no quiso dejarme ir, pues por
miedo a los asaltantes, deseaba que permaneciese algunos días más. La
tranquilicé y le recordé las instrucciones que yo había recibido y debía obedecer,
pero como ella había previsto todo, me contó que a solicitud suya el cura me había
autorizado a diferir mi partida. Así que seguí en mi celda, sin ninguna inquietud y a
falta de oficio, me puse a observar a la hermana conversa; era una morena pálida,
mate, con ojos y cejas negros, lo que le daba una fisonomía extraña y además
poseía un bigote de lo mejor que yo había visto; su carácter era alegre y me
contaba en forma divertida, las insensatas descripciones que hacía de mí a las
466
otras religiosas que no dejaban de inquirirle. Al preguntarle si en vista de sus
excelentes bigotes, no tendría ante mi a un muchacho en vez de una mujer, soltó
una gran carcajada: ¡evidentemente era una mujer!.
467
CAPÍTULO XX
Viaje de Pasto a Quito.
Dejé a Pasto el 19 de junio, después de haber pasado allí 11 días. No me gustaba
esa ciudad y con satisfacción volví a tomar el camino del Sur. Había determinado
la temperatura promedio de 12,5° por la inclinación y declinación de la aguja
imantada. Teniendo en cuenta que había permanecido en medio de una población
tan hostil al ejército republicano, si alguien me hubiese preguntado cómo me había
ido, le habría respondido como Sieyés, después, de “El Terror”: “Viví”.
Abracé a los monjes de San Agustín jurándoles una amistad eterna y monté mi
mula para dirigirme a Muechisso (sic); eran las 9:30 cuando salí. Atravesamos el
monte de Piedra pintada, paso muy peligroso porque era el refugio de una banda
de malhechores; al salir del monte antes de comenzar el descenso, vi a dos
oficiales de uniforme rojo, dos alféreces que subían a pie y se dirigían hacia mí;
cuando estuvieron a corta distancia les hice señal de detenerse, siguiendo el
saludable principio de que un jinete no debe dejar jamás que un infante se
acerque a su montura; esperé que me hicieran el saludo debido a mi rango y les
pregunté hacia dónde iban:
La ruta de la Piedras Pintadas en ese momento era más segura que de costumbre
debido a los movimientos de tropa; por ejemplo encontré al batallón de Quito, que
iba a relevar la guarnición de Popayán.
468
le dan, en algunos puntos, la apariencia de una galería de mina. La sombra y el
ruido del agua, que repercute como el trueno, dan a ese lugar un aspecto
siniestro. Cerca del puente reconocí perfectamente la roca sobre la cual reposa el
enorme depósito aluvial; es un pórfido de pasta feldespática, carmelita oscura con
cristales blancos. La roca tiene fisuras en todos los sentidos y hay algunas que
llegan a tener tal tamaño, que se convierten en cavernas; todo indica que el
pórfido ha recibido choques violentos. En el puente del Guáitara la altura es de
1.551 metros y la temperatura de 21,6°. De manera que, desde Yacuanquer y
Muechisso hasta el torrente, el espesor del aluvión estratificado llega a 1.300
metros.
El camino que se toma para salir del Guáitara es tan tortuoso y presenta tantas
dificultades como el que baja, saliendo del Muechisso. Llegados a un sitio desde
donde se distingue el curso del torrente, me hicieron ver, sobre la orilla izquierda,
enorme cantidad de piedras. Me dijeron que allí había un gran trapiche, La Argolla.
Un día, en 1813, a las 8 de la mañana, la montaña que dominaba la hacienda se
derrumbó, sepultando bajo sus escombros a la propietaria, hijos y esclavos, 80
personas en total. Durante un momento se pudo ver correr como locos a los
desgraciados habitantes de La Argolla elevando sus brazos al cielo, tratando de
huir y luego desaparecer bajo una avalancha de piedras. Allí están todavía, añadió
el narrador, testigo ocular de este triste suceso que me recordó el derrumbe del
cerro de Tacón, en la Vega de Supía. Seguimos subiendo y a las 2 atravesamos la
quebrada de Santa Rosa, que desemboca en el Guáitara, un poco más abajo del
puente. A las 4 entrábamos en la hacienda de Imues y como también se
encontraban allí los enfermos de viruela, pasé la noche al aire libre, a pesar del
frío bastante fuerte (altitud 2.967 metros, temperatura 9,4°). Al día siguiente, 23 de
junio, salimos a las 7 y llegamos a Túquerres a mediodía (altitud 3.107 metros,
temperatura 11 ,9°).
469
armas, pero fue en vano, porque más tarde supe que no tenían ninguna intención
hostil, sino que habían sido maltratados por oficiales. Esperé más de dos horas en
ese sitio encantador, al borde de un riachuelo límpido, extendido sobre la hierba y
ya comenzaba a inquietarme, cuando vi a mi ordenanza salir del monte, llevando
la mula, sobre la cual venía mi desayuno de una sencillez extrema: una porción de
tasajo frío, una tortilla de maíz y un pedazo de panela, todo envuelto en un lienzo,
sobre un plato de lata, además de un aditamento: un frasquito de aguardiente. Yo
tenía apetito y me satisfacía la comida que iba a hacer. Mi soldado, sin decir
palabra, colocó delante de mí un ave asada, pan de centeno, mermelada, una
botella de vino de España, un plato de plata, todo cubierto por una servilleta
bordada. Me llamó mucho la atención y comencé a comer copiosamente y
después de haber desocupado la botella, prendí un cigarro y comencé el
interrogatorio, mientras el ordenanza comía los restos:
470
exagere. Más allá hay otras dos más pequeñas, la una con agua de apariencia
negra, color que refleja frecuentemente el agua a grandes alturas; la otra con agua
cristalina azulosa, lo que prueba que el tinte aparente del líquido depende del color
del fondo donde reposa. Así que el agua del “Lago Verde” de tan vivo color
esmeralda, al ser colocada en un vaso y vista trasluz, es tan incolora como la de
cualquiera de las otras dos lagunas. El color verde es causado, indudablemente,
por el azufre puro que, en bloques considerables, reposa en el fondo del lago.
El agua del lago me pareció tan ácida al gusto, como la del río Vinagre del volcán
de Puracé, con un sabor estíptico, que indica la presencia de una sal de aluminio.
Se observa, en efecto, sulfato de alúmina depositado sobre las rocas
circundantes. Reconocí la presencia de esta sal en el residuo de la evaporación
del agua del lago y sentí no haber podido sondear para reconocer su profundidad,
pero al arrojar una piedra pude observar que es bastante hondo. Al evaluar en 5
metros esta profundidad, se llegarían a obtener 400.000 metros cúbicos como
volumen de agua del Lago Verde, lo que debe variar considerablemente porque no
se distingue ninguna salida de escape y es conveniente recordar que en las
471
regiones altas de los trópicos, la cantidad de agua meteórica que se mide
anualmente en el pluviómetro, llega a 1 y a veces hasta 2 metros. El Lago Verde
del Azufral contiene cantidades considerables de ácido sulfúrico y de sulfato de
alúmina, lo cual no es un ‘hecho aislado. Esas aguas ácidas las he encontrado en
la pendiente del Pasto, las que caen en cascada en Genoy y resbalan en el
Puracé, formando el río Vinagre, y se manifiestan en abundancia en fuentes
termales en las cimas del páramo del Ruiz, en la Cordillera Central y el ácido
sulfúrico que todas estas aguas contienen en cantidades prodigiosas, es el
resultado de una acción volcánica.
Tomé todas las disposiciones necesarias para ir a conocer esta curiosa reunión de
hielo y de fuego. El alcalde y los indios consideraban imposible mi expedición.
Partí, sin embargo, recordando lo que Fernando Cortés decía a los soldados que
enviaba a la cima Popocatépetl: “vayan, se trata de descubrir el secreto de ese
humo”.
A las 7:30 me puse en camino por una trocha muy averiada por la lluvia y casi
impracticable. A las 9:30 pasamos cerca de Sapuyes (altitud 3.080 metros). La
población se encuentra cerca del torrente del mismo nombre, que va al Guáitara;
continuamos subiendo la orilla derecha del Sapuyes y durante la marcha veíamos
los nevados de cuando en cuando; se oscureció el cielo y cayó granizo; nos
encontrábamos en la pampa de Chillanquer que es una llanura en donde observé
una especie de túmulo ,“una sola” con apariencia de tumba india que había sido
profanada con la esperanza de encontrar oro y estos trabajos mostraban que esta
giba era nada más que un domo de traquita. Los rayos se sucedían rápidamente y
redobló la intensidad del granizo, que era del tamaño de alverjas, de formas
esferoides aplanadas y opacas; calculé que al llegar a tierra caían con una
velocidad de 5 metros por segundo. Las nubes de donde venía este granizo se
hallaban a más de 4.800 metros de altura, a juzgar por el límite inferior de las
nieves perpetuas; a la 1 atravesamos la quebrada de Chillanquer, a las 3 la del
Muerto, que ambas van al río Sapuyes, como las quebradas de Chaquilul y de la
Calavera, que encontramos un poco más lejos. Durante todo el camino recibimos
alternativamente granizo y lluvia, hasta la población de Guachucal, en donde el
mal tiempo nos obligó a suspender el camino a las 4 de la tarde; nos
encontrábamos en un triste estado, casi congelados. Me hospedé en casa de una
472
mujer cuyos 5 niños acababan de pasar una viruela. La mortalidad causada por
esa enfermedad era considerable desde hacía unos meses.
Había oído decir que los indios comían los piojos y charlando con mi huésped, una
mestiza casi blanca, la vi ocupada en buscar piojos en la cabeza de una niñita y
tan pronto como un insecto caía en sus dedos, lo hacía traquear en sus dientes.
25 de junio. Cumbal es una población grande; al SO vi las nieves del volcán que
iba a escalar y obtuve 5°32’ como ángulo vertical de la cima.
Ascensión al cumbal. A las 7:30 de la mañana, con muy buen tiempo, me puse en
camino, aun cuando el alcalde y varios caballeros considerasen mi tentativa como
insensata, añadiendo que me debía estimar feliz si únicamente llegaba al sitio en
donde los indígenas iban a buscar nieve, pero que llegar a “Las bocas del Volcán”
era una empresa imposible. Me acompañaban 2 indios y mi negro: los caminos
eran excelentes al salir de la población; apenas una pendiente insensible. Primero
uno se dirige al oeste y permanecí a caballo hasta llegar a la región de los
fraylejones. No hay nada más monótono que la subida de la pampa y sentí el
efecto del “soroche” en su más alto grado: se me dificultaba mantenerme despierto
y mi mula se habría dormido también, de no haberla espoleado; caminábamos
sobre un tapete verde, el silencio era absoluto y un zorro que salió corriendo fue el
único ser viviente que vimos en la llanura. Llegados a los fraylejones, los indios me
mostraron un sendero que lleva al Lago de las Tocas; a las 10 nos encontrábamos
en el centro de un laberinto de rocas desprendidas y tuve que bajar de mi mula.
Los indios, cuando van a buscar nieve, tienen el cuidado de colocar hojas de
fraylejón sobre las rocas a corta distancia una de otra, a manera de puntos de
referencia, con los cuales se ayudan en caso de niebla, para encontrar el camino.
La prudencia obliga a tomar esa precaución; el dejar de hacerlo ocasiona el
peligro de perderse. Así lo hicimos y subimos en silencio, en fila, hasta una
hondonada que llevaba al glaciar; una vez allí hubo una viva oposición de parte de
mis dos indios, quienes rehusaron seguirme ya que no querían desviarse de la
ruta que tomaban generalmente para buscar hielo; les expliqué que al llegar a una
roca que les mostraba probablemente se nos facilitaría la subida a la cima y por
consiguiente, el cráter del volcán, pero no quisieron oír razones. Efectivamente, yo
había visto desde la llanura, algo así como una solución de continuidad en la nieve
y por encima una especie de cúpula bastante elevada; luego caí en la cuenta de
que de allí se veía salir humo de día y fuego de noche, como lo afirmaban, no digo
473
mis guías, sino las personas con quienes yo había consultado. En realidad yo era
quien guiaba a mis guías, y ellos no tenían el menor deseo de acercarse al cráter.
Una vez tomada mi determinación obligué a los indios a marchar conmigo y
comencé a subir hacia el muro de traquita. Se debe haber escalado las montañas
escarpadas de las cordilleras para poderse formar una idea de las dificultades que
teníamos que superar. Marchábamos sobre piedras de todas dimensiones,
mezcladas con gravilla lo que hacía el piso movedizo y a veces había que saltar
de un bloque de roca a otro; también se debía hundir fuertemente el pie en la
gravilla para obtener un escalón. Por estos medios, bastante difíciles, logramos
subir pendientes muy abruptas y en realidad, la dificultad y el peligro de una
ascensión de esta clase, se presentan donde el terreno es demasiado resistente
para que se pueda imprimir una huella. Avanzamos lenta y difícilmente hasta
arriba de la gran peña: a derecha e izquierda nos rodeaba la nieve y si el camino
que seguíamos estaba desprovisto de ella, es porque la pendiente no lo permitía.
Llegué de primero a la peña y allí esperé a mi negro y a uno de los indios que él
llevaba como si fuese un prisionero: el otro había desertado.
474
metros por encima de la población de Cumbal). La cúpula tenía numerosas fisuras
en todas direcciones, orificios de donde salía ácido sulfuroso, mezclado sin duda
con ácido carbónico y vapor acuoso, cuando la temperatura era suficientemente
elevada, porque entonces el azufre volatilizado y el gas sulfhídrico entraba en
combustión. Cuando la temperatura es más baja, el ácido sulfhídrico que no se
quema, no produce ácido sulfuroso, de manera que la plata puesta en la corriente,
se negrea. Se notaban espacios circulares de donde el gas y chorros de vapor
salían en mayor cantidad y sobre los que había fragmentos de traquita
escorificados y corroídos, era suficiente enterrar un bastón en el piso para que
salieran llamas y arriba del sitio donde yo me hallaba, por el lado sur, se veían
elevarse torbellinos de vapor que al principio tomé por niebla, pero el viento lo trajo
hacia nosotros y el olor del ácido sulfuroso fue tal, que tuvimos que alejarnos para
evitar asfixiarnos.
El residuo que no era absorbido por el álcali, debía ser en gran parte de nitrógeno,
pero no tenía los medios para constatar si éste tenía gases combustibles. Así
como en los volcanes de Puracé y de Pasto, los principales fluidos elásticos
emitidos por los orificios cuya temperatura no es suficientemente elevada para
determinar la combustión del azufre, consistían en:
Vapor de agua
Ácido carbónico
Ácido sulfhídrico
Sobre los sitios negros que mostraba el suelo se veían, aquí y allá, grandes
pedazos de azufre y en un punto recogí laminillas de una sustancia brillante que
tenía aspecto de plomo. Creo que era arsénico metálico y el tinte rojizo que
mostraban algunos pedazos de azufre me hizo pensar en la presencia de rejalgar,
o sulfuro de arsénico.
475
cráter tenía por origen la nieve y ésta se había convertido en una verdadera roca
transparente que reflejaba un tinte azul y en la que se notaban grandes fisuras que
provenían de las sucesivas compactaciones ocasionadas por la fusión de las
partes inferiores que reposaban sobre la traquita. El espesor de esta agua
congelada no era más de 6 u 8 metros, por lo menos en donde la pude observar.
Este límite al espesor del hielo que cubre las cimas de las cordilleras, se debe a
un fenómeno que explicaré más adelante.
Llegado a la laguna de las Tocas tomé la altitud 2.558 metros, temperatura 15°.
Sonaban las 6 cuando entré en Cumbal con un gran pedazo de azufre en la mano,
para probar al alcalde ya los señores de la localidad, que había llegado a la cima
del volcán.
476
CAPÍTULO XXI
Ecuador.
26 de junio. Antes de dejar a Cumbal en donde el frío me impidió dormir, tomé la
temperatura del suelo: 10,6°. Salí a las 11 y después de 2 horas de marcha llegué
al río Carchi; a las 2 llegué al río de la Juntas, tributario del primero; cerca de las 4
entré a Tulcán, población situada en la extremidad sur de la Nueva Granada, con
0°53’ de latitud norte y 80° 12’ 30” de longitud oeste. Altitud 3.019 metros,
temperatura 11,6°.
28 de junio. De Tusá, de donde salí a las 8, el camino no ofrece nada que valga la
pena y seguía siempre sobre la traquita, cuyos escombros forman aluviones
bastante gruesos. Después de haber atravesado las quebradas de Tusá, Capulí y
Honda, me detuve a mediodía en la venta de Guesaca, cerca de la población de El
Puntal (altitud 2.783 metros, temperatura 23°). El suelo es de extrema aridez. A las
5 me detuve en la hacienda de Pucará, propiedad de los padres dominicos, (altitud
2.995 metros, temperatura del suelo 13,3°, bastante elevada si se considera la
altura del sitio).
477
29 de junio. A las 8 dejé la triste hacienda y pronto comenzó una rápida pendiente
que me llevó al río Chota. A mediodía, llegué al ingenio de San Vicente, en donde
reposé una hora y seguí mi camino; a las 2 pasé el puente de Chota (altitud 1.622
metros, temperatura 26°); desde allí envié mi equipaje a Ibarra y tomé el camino
de Salinas; un poco más abajo del puente el río Chota se une al Mira donde pierde
su nombre y se vuelve importante; seguí la orilla izquierda de este nuevo río por
un sendero resbaloso, trazado sobre un terreno escarpado y después de una hora
de marcha se sale del valle para entrar en el de Ambi, y bordear, subiéndolo, el
curso de este torrente, a cuyo lecho se baja por otro camino muy accidentado y
verdaderamente aterrador en muchos sitios. Desde Puracá me había mantenido
sobre este aluvión traquítico y sobre las orillas del Mira vi un horno de cal que
sirve para calcinar un calcáreo sedimentario, parecido al de Pasto y depositado
por una salina yodífera que sale de una traquita negra de pasta fina que contiene
cristales de feldespato vítreo. Esta roca, muy agrietada, soporta el aluvión del que
hacen parte la arena y la arcilla salífera del Mira. Después de haber pasado el
Ambi, alcancé la explanada de la población de Salinas, donde llegué un poco
antes de las 6. El alcalde me ofreció alojamiento en su casa.
Salinas de Mira es triste y árido: arena sin árboles, pero sin embargo reina allí
cierta animación, debido a la extracción de la sal marina por un proceso de los
más primitivos. La tierra, tomada de la superficie del suelo, apenas tiene un sabor
salobre y se la lava a través de filtros hechos de cuero de res; cuando se juzga
que el agua tiene suficiente sal, se le evapora en calderas de cobre (fondos). El
residuo salino es granulado, de color gris y se le moldea en pequeños sacos de
tela, para darle la forma de panecillos oblongos, que pesan de 2 a 3 libras; para
consolidar estos panes de sal se les cocina en un horno a una temperatura que
me pareció que es apenas comenzando el rojo y así adquieren una dureza
suficiente para soportar el transporte sin desbaratarse. Se les exporta hasta Pasto,
en donde no se consume otra clase de sal y es posible que se deba a su uso la
carencia de cotos entre los pastusos, pues la sal del Mira es yodífera. La carga,
que pesa 10 arrobas, se vende a 10 piastras en las salinas, venta que produce
anualmente alrededor de 40.000 piastras. La tierra lavada se devuelve al suelo y
se asegura que algunos meses después se la puede volver a lavar con buena
utilidad. De acuerdo con los indios salineros la sal se formaría espontáneamente,
pero lo más lógico es suponer que no habiendo sido completa la lavada, la masa
contenga todavía sal que, en razón de sus propiedades “trepadoras”, se reúne con
el tiempo en la superficie de la arena. En cuanto al mismo origen de la sal, la
atribuyo a fuentes producidas en las traquitas que soportan el aluvión. Estas
aguas saladas penetran en las partes terrosas por empapamiento, ya que se
opera en la superficie del terreno a consecuencia de una evaporación, una
especie de concentración salina. Los llanos salados están circunscritos al centro
de la enorme planicie del nevado de Cotocachi, que yo veía por primera vez.
Como no tenía mi barómetro no pude determinar la altitud del Mira.
478
Es curioso que el clima de las salinas sea malsano: las fiebres son frecuentes de
acuerdo con el clérigo que me acompañaba; habrían muerto allí 5 curas en 8
años. ¿Será debido a la humedad que impregna el suelo? Lo cierto es que los
habitantes tienen muy mal aspecto, sin exceptuar al alcalde que me había ofrecido
su hospitalidad: el pobre hombre sufría de una grave enfermedad en el hígado.
Después de la cena me invitó a acostarme, mostrándome una especie de cama de
campaña sobre la cual se tendió medio desnudo para que su mujer le aplicara,
sobre el lado derecho, un gran cataplasma de olor penetrante; luego, habiendo
fajado al paciente, se acostó cerca de él, invitándome a tomar el lugar de la
derecha, lo cual hice conservando mi uniforme, mis botas y mis espuelas. Gracias
a mi poncho tuve una cobija: el hombre y la mujer comenzaron a recitar las
letanías y todos nos dormimos.
30 de junio. Al día siguiente ensillé mi montura y sin despertar a nadie salí antes
del amanecer, a las 5 de la mañana. El camino estaba en buen estado porque lo
frecuentaban los salineros. Pasé el río Ambí mucho más arriba de donde lo había
atravesado al dirigirme a Mira. A la 1 todavía en ayunas, hice mi entrada en Ibarra,
en donde me encontré con mis mulas de carga que llegaron simultáneamente
conmigo. Esta población fue fundada en 1606, en una bella planicie entre los ríos
de Taguando y Agavi, por 0° 24’ de latitud norte y 80° 37’ 30” de longitud oeste,
del meridiano de París; sus calles son anchas y rectilíneas y las casas,
generalmente construidas en adobe, están cubiertas de teja; contiene algunos
edificios importantes que son: la matriz (catedral) que forma un lado de la plaza
mayor, los conventos de la Compañía de Jesús, de Santo Domingo, de La Merced
y de San Francisco en donde se encuentra el colegio, el monasterio de las
Concepcionistas, escuela primaria para niñas, la casa del gobierno y un hospital.
Se calcula que la población es de unas 14.000 almas.
479
solteras como en las antiguas posesiones españolas. Los “amancebados”, gentes
que viven en concubinato, se ven en todas las clases de la sociedad.
Ibarra me recordó una historia bastante curiosa que hizo algún ruido en una época
y que no había sido olvidada. Era cuando el ejército de la República de Colombia,
enviado para dar la libertad al Perú, comenzaba a encontrarse con decepciones:
en las provincias del Sur había un cambio de opinión en favor de los peruanos; se
temía un levantamiento que no se realizó. El gobierno colombiano, deseando
conocer el estado de los espíritus en las ciudades importantes del Ecuador,
aprovechó una misión científica confiada a un joven ingeniero para encargarlo de
llevar al mismo tiempo una especie de encuesta sobre las tendencias políticas de
la población. Naturalmente Ibarra fue designada como uno de los puntos de la
encuesta. Las instrucciones ya estaban redactadas cuando el general Bolívar
añadió verbalmente una singular posdata: “a propósito, hay en Ibarra un
funcionario casado con una señora de lo más agradable y quien podrá
comunicarle información útil. Por necesidad será usted recibido en esta casa”.
Pero era difícil hablar en serio de asuntos públicos con la señora en cuestión,
encantadora, pero poco comunicativa y se trataba de hablar con ella sin testigos.
El ingeniero se encontró muy embarazado para llevar a cabo una relación íntima,
ya que había resuelto no escribir una sola línea, cuando recibió, muy
oportunamente, a una de esas visitantes que, en las ciudades americanas,
esperan a los extranjeros para hacerles ciertas propuestas: son las alcahuetas,
generalmente vestidas con hábito de alguna orden religiosa; la intermediaria de
que tratamos llevaba el hábito de la Concepción. El ingeniero, después de haber
pasado una pieza de oro a la mano de la beata proxeneta, que es el nombre que
se da a esta especie, le pidió conseguirle una cita con la dama en cuestión, a lo
cual la beata se persignó varias veces y le dijo que esto era algo de lo cual no
podía encargarse:
Pasado algún tiempo, nueva visita de la beata para anunciarle que la dama había
reflexionado y que el joven ingeniero debía asistir a la misa del domingo siguiente
y arreglarse de manera de ofrecerle agua bendita después del servicio divino y
que si aceptaba quería decir que consentía en una entrevista. Así se hizo: apenas
el sacerdote pronunció el Ite Misa est que el enamorado, o más bien el
diplomático, dio una gratificación al repartidor de agua bendita y agarró el hisopo
que presentó a la dama a la salida de la iglesia. Bajando la esquina de su mantilla
con el arte que únicamente poseen las mujeres del Sur y lanzando una mirada
oblicua sobre el joven, parecía vacilar: al fin, mojó su dedo e hizo el signo de la
cruz. La causa había sido ganada. Fue entonces cuando sobrevino un incidente
lamentable: en la felicidad excesiva en que se hallaba, podríamos decir su delirio,
el ingeniero mojó varias veces el hisopo en la pila del agua bendita, se puso a
rosear en tal forma al sacristán, que lo empapó y el efecto de esta ablución
exagerada fue que el pobre viejito pegó un estornudo formidable. ¡Nunca había
480
visto ni oído estornudar en esa forma! La gente rodeó al pobre hombre y costó
enorme trabajo tranquilizarlo. El joven loco que había ocasionado este accidente,
temiendo una manifestación hostil, juzgó prudente, de acuerdo con el consejo de
sus amigos, desaparecer durante algunos días, yéndose al campo. El asunto no
tuvo consecuencias, pero de él se habló largo tiempo en Popayán y en Quito. El
resto no merece ser contado: la diplomacia no sacó ningún provecho de los
coloquios de la señora con el oficial, pues no tenía ninguna idea de la opinión del
país, o si la tenía, no reveló nada. Fue amable y eso fue todo.
Después de mi paso por allí, la ciudad de Ibarra fue destruida totalmente por un
temblor de tierra (1) . Más de 5.000 de sus habitantes quedaron sepultados entre
las ruinas y entre ellos, muchos de mis buenos amigos. Salí de allí a las 10 de la
mañana y pasé la quebrada de San Antonio; una hora después, hacia mediodía,
almorcé en la población de ese nombre (altitud 2.475 metros). Se tiene la
impresión de estar rodeando al Imbabura (altitud 4.930 metros) montaña que
parece estar aislada de la cordillera, a 9 millas al SSE. de Ibarra y que se
considera como un antiguo volcán como parece indicarlo su nombre indígena. En
lengua quechua “imba” significa “pequeño pez negro” y “bura” criadero. Se
asegura que durante las erupciones acuosas del volcán, salían de allí cantidades
de peces (preñadillos) del Ecuador. Que yo sepa, jamás se ha hablado de una
erupción volcánica del Imbabura y en cuanto al nombre del pequeño pez, proviene
sin duda de que los “preñadillos” son abundantes en las aguas que corren sobre la
vertiente de la montaña.
481
merinos que en todas partes de las regiones altas, han hecho desaparecer las
llamas.
482
4 de julio. Dejé Las carretas a las 9 de la mañana (altitud 2.773 metros,
temperatura 16°). El camino es muy monótono y después de 2 horas de marcha
divisé Quito. En la calle principal encontré a muchas personas que se detenían
para observarme. Estaba limpio y nadie podía pensar que acababa de hacer tan
largo viaje; antes de mediodía me apeé en casa del señor Valdivieso, ministro de
Relaciones Exteriores. Allí vi a una dama encantadora, quien me miró de pies a
cabeza, luego llegaron los paseantes, que me habían observado, mis futuros
amigos y amigas: el coronel Demarquet, primer edecán del Libertador y la señora
Demarquet, bella mujer, el general Barriga, cuya familia yo había conocido en
Zipaquirá y que acababa de casarse con la viuda del gran mariscal Sucre, quien
se hallaba allí completamente consolada. La señora Dumarquet, era una mujer
hermosa y nada más. Se había puesto a mi disposición el palacio del arzobispo de
Quito en la plaza mayor, el señor Lasso, que había visto en Bogotá en el
congreso, un hombre santo de una perfecta ignorancia; acababa de morir, de
manera que estuve solo en su inmenso palacio: una cama magnífica, sin colchón,
algunos sillones y una mesa. Ningún otro lujo.
La señora Valdivieso me dijo, con una gracia encantadora, que no debía dejar de
ir a comer a su casa en donde no se sentarían a la mesa sin mí. Yo conocía hacía
bastante tiempo la reputación de esta dama, de quien tendré la oportunidad de
hablar algunas veces. Su fisonomía me pareció simpática desde el principio; sin
ser bonita en el verdadero sentido de la palabra, era agradable, tenía una piel
mate y ojos azules o verdes, de acuerdo con la luz; mediana estatura con pies
microscópicos; sus manos no dejaban nada que desear y tenía la elasticidad
andaluza, con un cuerpo que no está aprisionado por un corsé; sus cabellos eran
de bella tonalidad; difícil de describir, parecían de un bello castaño dorado.
Todas estas personas formaban una curiosa asamblea que la casualidad había
reunido a mi llegada a Quito; todas ellas ya han muerto, con excepción creo de
Barriga. He pronunciado algunas palabras de despedida sobre la tumba de mi
camarada el coronel Demarquet, en el cementerio del Pére Lachaise; así mismo vi
morir a su esposa en París y supe que los esposos Valdivieso murieron algunos
años después de mi regreso a Francia.
483
Era una adhesión espontánea, en absoluto incómoda. La muchacha podía tener
de 16 a 17 años y por ella supe, cada mañana, lo que sucedía en la ciudad. Lo
divertido fue que corrió el ruido, desde que yo habitaba el palacio, que el arzobispo
aparecía por la noche envuelto en una gran capa blanca y el portero juraba que lo
había visto varias veces. La joven mestiza se cubría con una mantilla o rebozo
blanco para sus expediciones nocturnas. En el arzobispado me hallaba
cómodamente instalado y mi negro dormía en la antecámara que abría sobre una
galería exterior; las ventanas de mi apartamento daban a la plaza mayor, en el
centro de la cual se elevaba una fuente, donde también se encuentra la catedral.
La señora Valdivieso había enviado algunos objetos de cocina, lo que permitía a
mi negro preparar el desayuno con chocolate y espléndidos trozos de carne,
fuertemente condimentados.
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Quito, como todas las ciudades situadas en las cordilleras, tiene un carácter
profundamente monástico. Aun cuando su población se asegura es de 60.000
habitantes, no se encuentran en las calles sino monjes y sacerdotes. El coronel
Demarquet se apresuró a advertirme que, por mi propio interés, debía hacer acto
de presencia en la iglesia, aun cuando no fuera sino una sola vez, con el fin de
establecer que, aunque extranjero, no era un herético. El siguiente domingo, en
gran uniforme, acompañé a Demarquet a la misa mayor en la catedral; lo mismo
que en Caracas y que en Bogotá, las señoras se sentaban al estilo morisco, sobre
un tapete con los pies debajo del trasero, acompañadas de una esclava negra o
de una india que no parecían convencidas con el servicio divino. Allí estaba yo
bastante incómodo conmigo mismo, pero todo llega a su fin: a la salida,
Demarquet me presentó algunas de las amigas de su familia, muchas de ellas
lindísimas.
Creo que Quito es una de las ciudades de los Andes más ricas en edificios: en
primer lugar la catedral con un bello portal, luego el arzobispado (mi residencia), la
casa de Gobierno, el convento de la Compañía de Jesús, el Colegio de los
Jesuitas que comprende algunos establecimientos importantes; la universidad
donde se encuentra grabado sobre una pieza de mármol el resultado de las
observaciones llevadas a cabo por los académicos franceses en 1736 y en donde
se ve un cuadrante solar construido por los mismos sabios, pero que las
oscilaciones del suelo debidas a los temblores de tierra han desplazado de la línea
meridiana. Una parte de la inmensa construcción ha sido entregada al seminario
de San Luis y contiene una biblioteca de 15.000 volúmenes. Más lejos se ha
establecido la casa de moneda. En la época de mi visita se fabricaba allí,
ostensiblemente, moneda falsa; el director falsario era un excelente anciano: en
una palabra, el convento había sido utilizado de varias maneras y no faltaban sino
los jesuitas que habían sido expulsados, ya no sé en qué año (2) .
485
donde encuentran mayor placer. Yo conocí más de una bella pecadora que me
decía confidencialmente: “Yo peco, me ponen una penitencia, no la cumplo y
vuelvo a empezar”. Todo se reduce a práctica exterior y estoy seguro de que
especialmente las mujeres, no tenían la menor idea de la religión que practicaban
con tanta devoción; muchas de ellas no adoraban a la Virgen María; en cuanto a
Dios, las tenía sin cuidado.
Quito está en la base oriental del volcán de Pichincha a 0° 3’ de latitud sur y 81° 5’
de longitud oeste, del meridiano de París. Su altitud en la plaza mayor es de 2.990
metros y su temperatura promedio de 15° aproximadamente. El suelo es muy
desigual y en varios puntos se han visto obligados a cubrir las hondonadas para
aplanar el terreno. La ciudad tiene agua abundante gracias a varios torrentes, el
principal de los cuales es el Machangara que recibe los riachuelos que nacen en
las pendientes del Pichincha y recibe en Quito, el río Jerusalén. El Machangara,
después de reunirse con los ríos San Pedro y Chicha, forma el Guaillabamba que
más al norte, después de haber tomado el nombre de río de las Esmeraldas,
desemboca en el océano Pacífico. A pesar de la abundancia de agua, los
habitantes raramente se bañan y los indios jamás lo hacen, así que es difícil ver
una población más sucia, que se complace en sus parásitos. Cuando don Quijote
le decía a Sancho Panza que les sería fácil reconocer su llegada a la línea
ecuatorial, porque no encontraría un solo piojo sobre su persona, se equivocaba.
Para darse uno cuenta de la cantidad de piojos que cubrían a la clase baja de
Quito, he aquí el siguiente relato: la cárcel tenía una abertura enrejada que daba
sobre la plaza mayor y por la cual los prisioneros pedían limosna a los viandantes:
desgraciado aquel que rehusaba darles un óbolo pues recibía una descarga de
piojos y qué descarga, que le lanzaban por medio de una pluma de cóndor que
servía de cerbatana. En un extremo de la ciudad se encuentra el «Panecillo” (pan
de azúcar) de una altura de 200 metros; es el “Yavirá” de los indios; allí se había
establecido el depósito de pólvora. Al norte y al sur se extienden dos grandes
altiplanos: Ina Quito y Los Ejidos y también espacios considerables de
rumipampas, campos de piedras cubiertos de bloques de traquitas que la tradición
atribuye a erupciones del Pichincha.
Instalé mis instrumentos en una pieza del arzobispado y comencé por determinar
la inclinación de la aguja imantada. El 15 de julio de 1831 a mediodía, la encontré
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marcando 16,32°. Mi vida pasaba muy agradablemente: cada noche una tertulia;
mi negro permanecía en mi domicilio porque sabíamos que los ladrones de Quito,
de los que tendré ocasión de hablar más adelante, eran muy audaces. Después
de un buen descanso, resolví llevar a cabo una expedición al Pichincha: Humboldt
ya había visitado este volcán y después de mí lo hicieron los señores Visse y
Moreno que llegaron al cráter. En la ciudad tenía como compañeros a 2 señores
con quienes hice muy buena amistad durante mi permanencia en el Ecuador, dos
seres originales, pero muy instruidos: el coronel Hall y el doctor Jameson. Siguen
unas palabras sobre mis dos amigos. Hall llegó al servicio de Colombia como
coronel del estado mayor; tenía unos 40 años, bajo de cuerpo, muy vivo, con la
fisonomía parecida a Sócrates, algo sardónico y había pertenecido al ejército
inglés y como corneta había hecho la guerra en España; fue herido gravemente
por un sablazo que le pegó un dragón francés; estaba casado con una mujer a
quien había dejado por incompatibilidad de humor, pero conservaba con ella
buenas relaciones, como su correspondencia muy activa lo confirmaba; sostenía
pues un amor platónico. El coronel también tenía un amor en Quito, de lo cual me
di cuenta un día cuando le pregunté por qué venía a verme al arzobispado
siempre en viernes y se quedaba todo el día; me respondió en forma sincera y
muy divertida:
—“Usted sabe que vivo en una casa en las faldas del Pichincha con la bonita
mestiza que usted conoce y ella es la que atiende la casa: Ana es la mujer de un
zapatero, muy buen hombre y muy devoto, quien consintió en alquilarme a su
esposa legítima con la condición de que un día por semana podría pasarlo con ella
y que ese día yo me iría, saldría de casa y no regresaría sino después de la
‘oración’ y escogimos el viernes para ese efecto”.
Hacía tres años que el convenio estaba vigente con gran satisfacción de los
interesados. Hall dejó el servicio activo de Colombia, para convertirse en
periodista “de la oposición”.
Confieso que al pronunciar estas palabras estaba muy lejos de pensar que mi
predicción se realizaría. ¡Pobre y excelente Hall!
En cuanto al doctor Jameson diré que era un hombre que no vivía sino para las
plantas; un coleccionista agente de la sociedad botánica de Londres. Obtuve de él
487
un herbario casi completo de los vegetales de la meseta de Quito, el cual envié a
Berlín por intermedio de Humboldt. Jameson hablaba poco, contestando
lacónicamente a las preguntas que se le dirigían. Hizo llegar a Europa verdaderos
tesoros, una gran cantidad de plantas desconocidas hasta ese entonces; vivía al
aire libre y se acostaba en donde le cogía la noche. En alguna oportunidad Hall lo
recomendó a una familia de Latacunga a donde llegó un día y golpeó a la puerta y
como no le contestaran se acostó a la entrada y así lo encontraran por la mañana,
profundamente dormido. Una joven le aseguró que la había pedido en matrimonio
y se casó con ella y siguió viviendo sin perder independencia. Creo que él aún vive
en Quito y añadiré que los dos ingleses eran amigos inseparables y Jameson era
conocido como “el loco” por la singularidad de su existencia y por su mutismo.
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CAPÍTULO XXII
Ascensión al volcán de Pichincha.
Los picos más elevados en el centro de los cuales se halla el volcán, llevan el
nombre de Rucu Pichincha (Pichincha el viejo); sus cimas siempre están cubiertas
de nieve y la altitud del punto más elevado sería, de acuerdo con Caldas, de 4.736
metros. Un poco al este del Rucu se ve el pico de Guagua Pichincha (Pichincha el
joven). Sobre la pendiente del volcán tuvo lugar el famoso combate de Pichincha,
a una altitud cercana a los 4.000 metros; tal vez la primera vez que se combatió a
tan gran altura.
El 16 de julio, a las 10, subimos al oeste por un camino muy inclinado, hasta una
gran cruz de piedra que se puede ver desde todos los rincones de Quito; luego
siguiendo una pendiente suave, llegamos a la base de un cinturón de rocas, de las
que sobresale el Guagua Pichincha. Marchábamos lentamente deteniéndonos de
cuando en cuando para esperar a los indios portadores de nuestros equipajes y
provisiones; tan pronto pasamos el Guagua, cayó una granizada tan abundante
que toda la tierra quedó cubierta; felizmente se trataba de granizo seco, sin lluvia y
sin rayos; una de esas nevadas tan comunes en las altas regiones, de manera que
no nos incomodó, ni siquiera nos mojó. A las 5 de la tarde, después de 7 horas de
un continuo ascenso, nos detuvimos en “El Machai” de San Diego, en la base de
una enorme masa de traquita que presentaba una excavación. Machai en quechua
significa esas especies de abrigos en donde se puede acampar a refugiarse al ser
sorprendido por un temporal. Nuestros indios trajeron madera, prendimos fuego y
encontramos que las provisiones eran excelentes pues Catita de Valdivieso nos
las había enviado. Después de una buena cena y de una excelente charla,
tendimos las mantas a las 9 de la noche y nos acostamos fuera del machai,
teniendo por encima de nosotros un cielo magnífico lleno de estrellas tan brillantes
que iluminaban el campamento.
Para llegar a las bocas del Pichincha habríamos tenido que seguir el riachuelo por
donde bajan las aguas fluviales que reciben los terrenos donde se hallan los
cráteres. El recinto está limitado por muros de traquita muy elevados que parecen
cortados verticalmente y cuyas cimas he recorrido para reconocer la constitución,
que por cierto difiere poco de la que presenta la roca del machai. Los cristales de
piroxeno son más numerosos y dispuestos por bancos de tal simetría que la roca
parece formada de cintas. En los bloques de rocas aisladas, dispersos sobre el
arenal, se reconoce la traquita y acercándose al Mirador, desde donde se ve el
fenómeno volcánico, son pedazos de piedra pómez, de tamaño suficientemente
reducido para constituir la gravilla móvil sobre la cual es tan difícil caminar. Es
impasible indicar el origen de esas traquitas de pómez que no se ven in situ en
ninguna parte. ¿Serán fragmentos que han sido dejados en ese sitio por el
volcán? Para gozar de la vista de los cráteres es necesario llegar al Mirador muy
temprano en la mañana, porque a menudo después de levantarse el Sol, la gran
cavidad donde quema el azufre se llena frecuentemente de una espesa niebla que
fue lo que sucedió cuando me pescó Hall. Más allá del Mirador, desaparece esta
niebla, como si se hubiese disuelto en el aire.
490
puede calcular que la altura total de 4.400 metros, se encuentre a 1.480 metros
por encima de la plaza mayor de Quito, pero esas cifras son aproximadas.
491
cima de una roca, desde donde divisaron con facilidad la boca del volcán, una
abertura redonda, del lado oriente (La Condamine estimó su diámetro entre 800 a
900 toesas) bordeadas de rocas escarpadas, cuyas cimas estaban cubiertas de
nieve. Esta gran hondonada estaba separada en dos por una especie de muralla y
no se distinguían rastros de humo. Un viento glacial que les helaba los pies y las
manos, obligó a los científicos a regresar a su tolda; después de haber asistido a
una erupción del Cotopaxi, regresaron a Quito. Como cosa curiosa se debe anotar
que cuando la ascensión de Bouguer y La Condamine, los bordes del Pichincha se
hallaban bajo la nieve, mientras que en julio de 1831, no la había. Los académicos
notaron sobre esta nieve huellas de algunos animales especialmente los leones.
Yo recuerdo que cuando acampaba en la base del Tolima fui importunado, durante
una noche, por los rugidos de los tigres.
492
fracasó ante el prejuicio de que había entrado al ejército como soldado raso. No se
tuvo en cuenta el afecto a su madre: si había entrado así, era que se había
vendido. Habiendo expirado su contrato, Visse se retiró del servicio y después de
haber trabajado en el laboratorio del College de France, entró como jefe de obras
en Puentes y Calzadas; ocupaba esta posición cuando Regnault lo presentó a
García Moreno, entonces presidente del Ecuador, quien se había dirigido al
gobierno de Francia para conseguir un ingeniero instruido. Visse llevó a su familia
a Quito, donde vivió algunos años en excelente situación; aprovechando sus
conocimientos científicos hizo llegar al museo una bella colección geológica del
nuevo país y envió a Regnault muestras de aire atmosférico, obtenido de las
cordilleras, el cual fue analizado por el ilustre físico. En medio de sus trabajos y
cuando gozaba de una honorabilidad muy bien adquirida, y de una vida muy
activa, sufrió una congestión cerebral que lo llevó a la tumba. Sus últimos
pensamientos fueron para mí en agradecimiento a los modestos servicios que le
había podido prestar; no tuvo tranquilidad sino hasta cuando consiguió los
pescaditos “preñadillos” (pimelodes cyclopum) que viven en los riachuelos que
bajan del Cotopaxi y que Humboldt ha descrito: era una promesa que me había
hecho cuando yo le conté, un día en París, cómo me había perdido las muestras
que me disponía a llevar a Europa. Yo había puesto buena cantidad de
“preñadillos” en un bocal con ron,. pero al atravesar las selvas del Chocó, el indio
a quien se los había confiado, no pudo resistir el deseo de beber el ron y según lo
confesó, encontró tan delicioso el primer pescadito, que acabó por comérselos
todos. Tal vez tenía razón el indio: los peces “al licor” deben ser un alimento muy
delicado. Hay que tener en cuenta que los japoneses son de paladar menos
refinado, ya que se comen los peces crudos. Mientras tanto y gracias a Visse, hice
muy felices a los naturalistas de Estocolmo y de Cristianía, al hacerles llegar
especimenes de los “preñadillos”.
494
El francés contó 70, que arrastraban gas de ácido sulfuroso y gas sulfhídrico; creo
que se debe añadir gas de ácido carbónico y vapor acuoso que mi amigo no
especifica por no tener a su disposición otro sistema de análisis que el olfato. Los
vapores salen de algunos orificios con silbidos comparables a los que provienen
de las locomotoras. La superficie de las rocas en contacto con los gases
producidos por el fuego volcánico, estaba tapizada de cristales aciculares de
azufre o recubierta de azufre fundido en una especie de escoria de color verde,
depositada en placas semividriosas de 2 centímetros de espesor. Visse y García
Moreno salieron del cráter occidental a las 3 de la tarde con tanta niebla que les
fue imposible reconocer el camino que habían seguido en la mañana; para colmo
de desgracias comenzó a caer una lluvia que duró el resto del día y toda la noche.
Al subir una hondonada el último corrió un serio peligro: un trueno espantoso
retumbó en las alturas e inmediatamente pasaron a dos metros de su cabeza,
fragmentos de roca disparados como proyectiles con silbidos horribles; podría
haber sido arrastrado por este alud que el rayo había desencadenado desde la
cima de la montaña. Aquí recordaré que sobre la pendiente del Tolima, Goudot y
yo corrimos un peligro análogo, pues durante los 10 minutos que nos costó
atravesar un espacio abierto, estuvimos expuestos a los proyectiles que parecía
lanzar la nieve del volcán; a las 5 de la tarde Visse y García se hallaban en el
cráter oriental, teniendo por toda comida pedazos de hielo; la lluvia no les permitió
acostarse, pasaron la noche acurrucados cerca de una roca, con la cabeza entre
las rodillas, al estilo de los indios. El 16 tomaron de nuevo el camino al despuntar
el día y llegaron a las 9 a la cima del volcán y en la tarde se hallaban de regreso
en Quito.
De acuerdo con las observaciones hechas por Visse, resulta que el diámetro total
de los dos cráteres es de 1.500 metros en la parte superior y de 700 metros el del
fondo. Las paredes gigantescas del volcán ennegrecidas por el tiempo, la débil luz
que recibe el fondo del abismo en donde los rayos del Sol no penetran sino de las
9 de la mañana a las 3 de la tarde, los vapores que salen de una profundidad de
750 metros dan al Pichincha un aspecto siniestro característico. ¡Un volcán en el
fondo de un pozo! La piedra pómez en fragmentos y las cenizas, debido a su
liviandad, pueden ser lanzadas por encima de los muros de traquita y arrastradas
a grandes distancias; en cuanto a los bloques de roca, si admitimos aún que
pueden ser lanzadas a grandes alturas en las erupciones, vuelven a caer al sitio
de donde salieron y allí se amontonan. En esta interesante descripción del
Pichincha, caigo en la cuenta que no se hace mención de incandescencia. De los
orificios sale un vapor recalentado, determinado por la combustión de azufre, ya
que hay formación de ácido sulfuroso; pero la combustión tiene lugar en el interior;
en una palabra, el vapor del azufre quemaría por dentro, para emplear la
expresión usada en los laboratorios para indicar que en una boquilla el gas quema
sin luz aparente en la parte superior. De manera que estos exploradores no dieron
cuenta de las luces errantes, parecidas a fuegos fatuos, ya señaladas por
Humboldt, ni de las llamas que Hall y yo podíamos ver claramente desde lo alto
del Mirador, en el cráter occidental. Es así como en el volcán de Pasto no observé
495
ningún fenómeno ígneo, aun cuando el vapor de los orificios fuera la
suficientemente caliente para fundir el estaño, pero no el plomo. El Pichincha tiene
sus analogías con el Azufral de Túquerres por la producción de azufre y de gas,
sin ninguna apariencia de fuego. El único volcán, verdaderamente incandescente
que he observado, es el de Cumbal, de resto los volcanes tienen su estado de
reposo y sus paroxismos.
Las aguas que recibe el Pichincha corren hacia el Noroeste y entran en el Yana
Yacu (río de fuego), en el Nambilbo y se reúnen en el río Blanco, uno de los
afluentes del Guaillabamba, que desemboca, como ya lo he dicho, en el mar del
Sur.
2.796 Chinguillina
2.797 Ina Quito
2.821 La Carolina
Se puede decir que Quito está en la base del Rucu Pichincha y que la distancia en
línea recta no excede de 10.700 metros que es lo que explica la frecuencia con
que se sienten temblores en esta ciudad y también cuando se conoce la singular
conformación del volcán se entiende la rareza de las erupciones, que hubieran
ocasionado grandes desastres. Independientemente de lo que digan las crónicas,
es posible que nunca haya habido erupciones volcánicas, diferentes a las lluvias
de piedra pómez y de cenizas. Humboldt dice que cuando se trata de discutir la
veracidad de los fenómenos de los que se conservan recuerdos en el Nuevo
Continente, es difícil remontarse más allá del Descubrimiento y de la Conquista
española. Estas fechas sí podrían darse por ciertas cuando los sucesos tuvieron
lugar bajo el reino de los incas. En lo que se refiere al Pichincha, se citan
erupciones de 1534 a 1660.
496
en su rápido camino para llegar a la meseta de Quito, Alvarado a quien los
mexicanos llamaban “el hijo del Sol”, debido a sus cabellos rubios, fue
dolorosamente impresionado al ver huellas de herraduras sobre un terreno
arenoso; perdió la esperanza de ser el primero en llegar a robar los tesoros de
Quito; otros aventureros que seguían a Belalcázar lo habían precedido. El 17 de
octubre de 1566, el Pichincha vomitó durante 24 horas una lluvia de cenizas que
cubrió todas las llanuras de la provincia; un mes después del 17 de octubre, las
cenizas cayeron más abundantemente; los indios se refugiaban en las montañas
para escapar de esta calamidad y durante todo el siglo XVI todos los Andes, Chile,
Quito y Guatemala, se encontraron en un estado temible de irritación volcánica.
497
el valle del Magdalena, en diversos puntos, tuvo que sufrir por torrentes de lodo y
de nieve fundida que bajaban de los volcanes del Tolima y del Ruiz. En los
cataclismos atribuidos a fuegos subterráneos se agita generalmente el suelo y en
el curso de los desastres a los que se asiste, no siempre se distinguen los efectos
ocasionados por las materias volcánicas y los que han sido resultado de las
trepidaciones del suelo causadas por temblores de tierra.
De acuerdo con Ulloa, el Pichincha estaría a 25 leguas de las costas del mar del
Sur. Quito está construido entre dos llanuras: al norte la de Maquito y al sur la de
Turubamba. Son vastas llanuras de un largo de dos a tres leguas; al llegar a la
ciudad, ambas se estrechan y es cerca de la protuberancia del Panecillo, donde
tiene lugar la unión. La Provincia del Ecuador se extiende sobre esta llanura de los
Andes, siguiendo bien una línea única, o bien sobre tres líneas paralelas, unidas
por estrechas cadenas que forman cuencas de una altitud promedio de 2.600
metros, pero dominadas por montañas de tal elevación, que ofrecen el curioso
espectáculo de cimas cubiertas de nieve, junto con las llamas de los volcanes.
Considerado en conjunto el estado ecuatorial, comienza al norte de Popayán y se
extiende al sur hasta Piura, presentando la zona volcánica, cuya existencia está
marcada por el Puracé, el Pasto, el Túquerres, el Tunguragua, el Pichincha, el
Antisana, el Cotopaxi y el Sangay, línea que se ve interceptada por el Cayambe y
el Chimborazo.
498
La base de la alimentación de los quechuas es el maíz en arepas o transformado
en “machea”, obtenido al tostarlo después de haberlo molido; el maíz es el
alimento de la raza cobriza. Lo he visto consumir por los indios del Cauca durante
los viajes; llevan la “machea” en un taleguito de tela, llamado “cicrito”. Se llevan a
la boca, sucesivamente, dos o tres cucharadas y la pasan, después de haberla
conservado algún tiempo; en seguida beben agua o chicha. El idioma de los incas,
el quechua, es todavía el de los indios que no hablan español cuando viven
aislados y que sólo hablan con dificultad en las ciudades. En Quito, los hijos de los
blancos no comprenden sino el quechua por la razón de que sus nodrizas y
generalmente los sirvientes, son de raza india.
Los matrimonios de los quechuas tienen lugar como los de los muiscas de Bogotá:
el indio vive algunos meses en concubinato con su novia; si les conviene, el cura
los casa y si no, se separan para un nuevo ensayar. El indio es ladrón y el
quechua es, sobre todo, un pillo hábil; por la tarde puede robarle el sombrero a un
viandante y robar en la iglesia, mostrando en la abertura anterior de su poncho un
par de manos juntas en cera, mientras le roba a su vecino. La habilidad del
quechua es grande cuando de robar se trata; así sucedió que el coronel Hall y yo
estando sentados a la puerta de un potrero, vimos pasar dos indios que llevaban
una magnífica mula blanca, parecida por su tamaño y su aspecto a la mula negra
que yo había dejado allí; así se lo comuniqué a Hall, quien de inmediato arrestó al
indio. Era mi mula negra, sobre la que habían aplicado una capa de pintura
499
blanca. Después de haberla hecho lavar, el color negro reapareció y los ladrones
se retiraron no sin haber recibido un buen castigo.
El artesano, indio o mestizo, ejerce su oficio con una seriedad increíble. He aquí
un ejemplo: una bella dama cuyo marido comerciaba con la China, me regaló una
pieza de lino de Nankin. Hice venir un sastre quechua, pura sangre, vestido a la
usanza de los incas; pantalón, poncho negro, camiseta y sombrerito de paja, y le
pregunté si podía hacerme un pantalón. Contestó en tal forma que creí que me
decía que podía hacer dos. “Con la mayor facilidad”, me respondió. Viéndolo como
con tanta facilidad y no teniendo ninguna idea del tamaño de la pieza, contraté con
el maestro la hechura de cuatro pantalones. Estuvo de acuerdo y como le dijera
que tomara mis medidas me aseguró que no era necesario: diré que debía tener
un excelente ojo y ocho días después el artista estaba en mi casa, abriendo un
paquete en el que había cuatro pantalones para niño. Le di las gracias y le pagué
lo convenido. Admiré la impasividad de este indio. La raza cobriza disimula
perfectamente sus sentimientos. Ulloa cuenta que iban a ahorcar en Quito a dos
malhechores, un criollo y un indio; mientras que el blanco se desesperaba ante el
cadalso, el quechua no manifestaba la menor emoción.
500
Lima. La viruela hacía su agosto en las costas del mar del Sur cuando el “Santo
Domingo de la Calzada” que iba de España a Manila con alimentos conservados,
atracó en el Callao, el doctor Unanue, profesor de anatomía, tuvo la feliz idea de
vacunar a varios individuos en Lima. No se vio crecer ninguna pústula: el virus
parecía alterado. El doctor Unanue observó que los que habían sido vacunados
tuvieron una viruela especialmente benigna y se sirvió de esta vacuna para tratar
que la epidemia fuera menos funesta por inoculación ordinaria. Reconoció así, por
vía indirecta, los efectos de una vacunación que se había creído fallida. Así
comprobó que la vacuna conservada no producía pústulas en la piel, sino una
erupción comparable a la de una ligera varicela y fue con estos enfermos que el
doctor Unanue trató con éxito la viruela. Humboldt dice que si la vacuna o la
inoculación ordinaria hubiesen sido conocidas en el Nuevo Mundo desde el siglo
XVI, varios millones de indios no habrían perecido víctimas de esta epidemia.
Sílice 76,67
Alúmina y hierro 14,23
Cal 1,44
Magnesio 0,28 100
Potasio 3,20
Soda 4,18
Se dosificó en:
502
el rojo blanco, se infla de pronto, se vuelve esponjosa, incolora y llena de
cavidades; se parece a la piedra pómez. A una temperatura más elevada, el
producto inflado cae y filtra en fusión. Esta forma de inflarse de la obsidiana ha
sido comprobada desde hace tiempo: en Quito, Humboldt hizo ensayos
interesantes a ese propósito, con el señor Larrea. Por mi parte, tuve la ocasión de
comprobar que al inflarse la obsidiana no pierde sino una pequeña cantidad de
materia.
504
CAPÍTULO XXIII
Ascensión al Antisana.
Uno de los sitios más curiosos de la ramificación oriental que limita el valle de
Quito es la hacienda de Antisana, situada al pie de una montaña considerada
como un antiguo volcán. El Antisana se halla a 5 leguas al sur del ecuador y para
llegar se pasa por Piñantura.
El 5 de agosto, a las 10, salimos de Quito para bajar al valle del Chillo, dejando a
nuestra izquierda las aguas termales de Allangazi, cuya temperatura es de 34°.
Pasamos el río Machangura que más al norte toma el nombre de Guaillabamba;
íbamos hacia el Este y el terreno no ofrecía ningún interés: siempre el mismo
aluvión con grietas profundas. Pronto descubrimos la hacienda de Piñantura en
donde entramos a las 4; es un viejo castillo, un patio rodeado de pilares de los
cuales colgaban cabezas de ciervos, dantas y leones, en una palabra, una de
esas construcciones que los conquistadores levantaban para defenderse de los
ataques. Piñantura tiene pequeñas ventanas y en el exterior hay torrecillas para
dispararle al enemigo; en el interior balcones de estilo morisco, sobre los que se
abren las habitaciones.
505
El 6 de agosto, el aire al exterior era de 1,7°. Nevaba y no se veía el pico del
Antisana; a pesar de esas condiciones desfavorables, resolvimos llevar a cabo la
ascensión. A las 8:30 nos dirigimos al NNE; la pendiente de lo que parece ser la
base de ese cono nevado es de alrededor de 30° a 35°. En el momento cuando
me iba a apear, tuve una caída peligrosa: la silla se volteó y mi pie quedó
prisionero en el estribo, pero felizmente no solté las riendas. Este accidente fue el
preludio de lo que sucedió en el curso de la expedición. La consistencia de la
nieve era tal, que nos vimos obligados a tallar escalones con la ayuda del martillo,
de manera que subíamos con una extrema lentitud. El señor Hall, decepcionado,
bajó para buscar una vía más fácil; yo continué el trabajo porque me sostenía la
esperanza de que a una cierta altura la pendiente disminuiría, lo que
efectivamente sucedió. Pronto pudimos mantenemos en pie y llegar rápidamente a
la parte superior de la cuesta. La mayor dificultad había sido vencida y nos
hallábamos a la vista de una planicie que se elevaba gradualmente hacia el punto
más alto. Eran las 11. Yo había hecho observaciones en la vecindad de los
nevados como en el Tolima, el Puracé y el Cumbal, pero la extensión interrumpida
de esa meseta nevada, era para mí un espectáculo nuevo. En lontananza se veían
algunas montañas; ocasionalmente había sol y un fino granizo caía casi
continuamente; el cielo, cuando se le podía ver, tenía el color negro muy profundo
que llamó la atención de Saussure durante su ascensión al Monte Blanco. Al
acercarse a la cima del Antisana la pendiente era mucho más fuerte y yo sentía la
molestia característica de la respiración en lugares muy elevados. Mi pulso batía a
mis de 130 pulsaciones por minuto, pero al detenerme unos instantes pasaba la
molestia. El indio que me seguía se sintió mal, tuvo vértigo y lloraba a moco
tendido; lo dejé acostado sobre la nieve y al subir un poco más, alcancé a divisar a
Hall, quien había seguido nuestro rastro. Una nube lo escondió y yo llegué cerca
de una enorme grieta, cuya profundidad deber ser considerable y cuya entrada
tiene todo el aspecto de un portal. Me detuve al pie de una masa sólida y
compacta de hielo transparente que me pareció tener de 30 a 40 metros de altura.
Me fue imposible alcanzar la cima. El barómetro indicó 4.871 metros y una
temperatura de 0,7°. Recordemos que otras observaciones astronómicas dan
4.072 metros para la hacienda (altitud absoluta del pico 5.878 metros). En un
hueco de 0,38 metros abierto en el hielo, un termómetro se mantuvo a 1,7°.
La parte superior del Antisana está llena de fisuras en un hielo azul pálido por
reflexión e incoloro por refracción. La masa de hielo está recubierta de 30 a 40
centímetros de granizo. Caí en una de esas fisuras a 1 metro de profundidad.
El regreso fue rápido y fácil; a la 1:30 estábamos al pie del nevado. Marchamos al
oeste, sobre la pampa y a las 4 tuve una segunda caída del caballo, cuando
perseguíamos dos ciervos en un pajonal. Muy poco después llegamos a Lysco en
donde pasamos la noche; apenas me había acostado sentí un horrible dolor en los
ojos, añadido a una fuerte inflamación. El coronel Hall y mi negro sufrían del
mismo mal. El accidente había sido causado por el reflejo de la luz en la nieve:
habría sido prudente usar máscaras. Al levantar el día yo estaba ciego y resolví
506
regresar a Quito vendado sobre mi caballo, guiado por el indio. Al llegar a
Piñantura, los encargados de la hacienda me aplicaron ají sobre los párpados, lo
cual calmó la inflamación, aunque llegué a la ciudad todavía enfermo y el doctor
Dast me prodigó sus cuidados. Gracias a las atenciones de mis amigas, mi
residencia del arzobispo presentaba un lujo sorprendente: todo giraba alrededor
del enfermo y se podía observar en un rincón del salón a una espectadora inmóvil
que miraba todo con inquietud: era la mestiza, mi primera conocida en Quito. El
accidente que sufrí no me permitió continuar las observaciones barométricas que
había comenzado en la hacienda y yo consideraba que estudios de esta
naturaleza, hechos en un sitio a tal altitud sobre el ecuador, ofrecían mucho
interés. Felizmente, algunos años más tarde, pude convencer a un joven
americano, el señor Carlos Aguirre, discípulo distinguido de la Escuela Central,
para que estableciera un observatorio en el Antisana. Indudablemente esta es la
primera serie de las observaciones hechas a una altitud igual a la del Monte
Blanco. He aquí un corto resumen: la altura promedio del barómetro, deducida de
las máximas y de las mínimas durante 364 días, fue de 471,27 mm. La
temperatura por hora, entre las 6 de la mañana y las 6 de la tarde fue:
507
Promedio 5,44°
Mi ocio me permitía pasar parte del día cerca de Catita, pasatiempo muy
agradable. Un día, me sorprendió saber que se iba a pasar varias semanas a la
gran hacienda de Pomasqui y quedé mucho más sorprendido cuando su marido
me pidió ¡que la acompañara! El coronel Dast, a quien conté este hecho, me dijo
riendo que el señor Valdivieso me condenaba a un mes de trabajos forzados;
lógicamente esto era un chiste. La caravana compuesta de mestizos y de mulatas,
salió para Pomasqui y nosotros tomamos la delantera. La señora estaba
encantadora; nunca antes la había visto a caballo e íbamos a una velocidad de
miedo. A mediodía nos detuvimos en Cotocoya y a las 3 volvimos a montar bajo
una fuerte lluvia que mojó del todo la ropa ligera de la amazona y la mostró
moldeada tal como si estuviese desnuda. A las 5 llegamos a la hacienda y Catita
se desvistió y se acostó delante de mí sin ningún reato.
508
Las ocupaciones diurnas y nocturnas fueron casi las mismas durante 9 o 10 días.
Yo ayudaba a la dueña de casa a desempeñar sus trabajos y un día, preparando
confituras, el fuego prendió su vestido de lana verde, teñido con una sal de cobre.
La tela se inflamó como la yesca y los asistentes quedaron estupefactos cuando
yo, sin perder ni un minuto, le rasgué el vestido y se lo quité.
Mis relaciones en Quito eran de lo más agradables. Allí encontré a varios de mis
antiguos camaradas. En el palacio, brillantes recepciones y comidas de gala; todo
iba a pedir de boca cuando sobrevino un grave accidente: la revuelta del batallón
Vargas. Fue una consecuencia de la situación política ocasionada por la muerte
de Bolívar. La República de Colombia había sido dividida en tres estados
independientes: Venezuela, administrada por el general Páez; la Nueva Granada,
bajo la dirección de Urdaneta y el Ecuador, gobernado por Flórez. En la noche del
10 al 11 de octubre de 1831, por instigación de un sargento mayor, el negro
Arboleda, los oficiales del batallón Vargas, con excepción del comandante White,
fueron arrestados; el 11 por la noche, una bala que vino de la plaza mayor, mató al
asistente de Flórez, quien se encontraba en el palacio en una pieza que daba a la
calle. De inmediato comprendió el general que había un movimiento de
insurrección y habiendo salido a caballo por una puerta trasera, fue a la ciudad
509
para dar órdenes a un regimiento de húsares, acampado a algunas leguas, de
marchar contra los insurgentes. El 12 por la mañana se notaba una fuerte
agitación en la plaza: el batallón Vargas había tomado las armas.
Hice enterrar en el jardín del arzobispado mi “tesoro” y mis papeles; luego logré
salir sin ser visto y a pesar de los consejos que se me daban, monté a caballo y
me coloqué al lado del general Flórez. En ese momento se parlamentaba con los
insurgentes, quienes declaraban que era cierto que no se les había pagado y
reclamaban su sueldo para regresar a las provincias centrales. Se decidió darles
dinero y el coronel Demarquet y yo fuimos los encargados de la repartición; él
tomaba de un saco algunas piastras que ponía en manos de los soldados y yo
asistía como testigo y mi papel no fue inútil porque hubo un momento cuando un
granadero demasiado impaciente, colocó la trompa de su trabuco sobre la espalda
de mi camarada y apenas tuve tiempo de desviar el disparo que salió sin
alcanzarlo. Después de la indemnización acordada, se convino que antes de
autorizar la partida del batallón, el presidente de la República del Ecuador
formularía algunas propuestas y para este efecto, la tropa debía reunirse en la
plaza. A las 3 encontramos alineados a los soldados, Flórez avanzó con nosotros
a alguna distancia del frente, pero en el momento, cuando comenzaba a hablar, el
batallón disparó. Rara vez uno está expuesto a una granizada de balas como la
que fue dirigida contra nuestro grupo y jamás se olvida un ruido tan ensordecedor.
El general Flórez, con el movimiento acostumbrado por los llaneros, tenía las
piernas cruzadas sobre la silla y el cuerpo bajo el vientre del caballo; nosotros
extrañados de estar vivos todavía nos retiramos rápidamente a una calle para
protegernos; únicamente dos caballos habían sido heridos ligeramente y así
pudimos regresar a los alrededores del arzobispado. Los revoltosos se pusieron
en marcha con la intención de llegar a Pasto, para unirse al general Obando,
indudable promotor de la rebelión. El coronel White los seguía con la esperanza
de regresarlos a sus deberes, lo que le costó la vida, pues cayó en una
emboscada y fue fusilado sobre el puente de Guaillabamba.
Una vez fuera de Quito, los soldados marcharon sin orden, como sucede siempre
a una tropa obligada de proveer a su subsistencia. Los atrasados eran alcanzados
por los húsares que los perseguían y así se aprisionó al sargento mayor Arboleda,
quien fue pasado por las armas en la plaza mayor, a pesar de las solicitudes de
gracia elevadas por las señoras que se interesaban singularmente en él. Ninguno
de los soldados del batallón Vargas llegó al interior, la mayor parte fue llevada a
Quito. Fue triste ver morir con tanta resolución e indiferencia a hombres dotados
de un valor incontestable; los que lograron escapar, se dispersaron por todos
lados. Yo encontré varias veces a algunos de ellos; me hacían un saludo militar,
una especie de confesión; yo comprendía y los compadecía.
510
CAPÍTULO XXIV
Tertulias y puros.
Las tertulias de Quito eran cenas improvisadas, que tenían lugar en alguna casa,
dentro de una habitación mal iluminada por algunas velas; las conversaciones
eran parciales y a veces se oían historias muy divertidas. Estas recepciones, en
algunas ocasiones, eran reemplazadas por un «puro”, verdadera orgía, especie de
bacanal, en donde las damas de la alta sociedad que generalmente bebían
solamente agua, caían en una semiborrachera. Esta fiesta desordenada, el “puro”,
tiene lugar en circunstancias determinadas: un suceso favorable e inesperado, un
cambio de domicilio, el estreno de una casa. Pero para comprender sus fases hay
que saber cómo está organizada la vida de la familia en las grandes propiedades
del Ecuador. Se vive con los productos de las tierras cultivadas; los indios que
ocupan estas tierras dan como canje una cierta renta. El indio es libre desde la
Conquista, pero permanece en el suelo donde ha nacido; los lazos no han sido
rotos con el antiguo dueño, así que toda una familia quechua se establece en la
casa de Quito: ellos son los “guacicamas”, no se les ve, están disimulados en los
pisos bajos, pero ellos conocen a quiénes pueden dejar entrar e intervienen
cuando se presenta un desconocido.
511
una mestiza me dijo: “don Juan, no se mueva, ya se irán”, lo cual sucedió
efectivamente.
He aquí otra, cuyo final habría podido ser fatal: yo asistía a una gran comida oficial
en casa del general Flórez; entre los adornos de la mesa se veía una Venus hecha
en hielo por algunas religiosas; la estatuilla casualmente quedó enfrente de mí.
Por efectos del calor se cubrió de gotas, parecía que transpirase, y pronto el agua
acabó por correr en buena cantidad y me vi obligado a recibirla en un vaso que yo
vaciaba; esa fue mi ocupación continua, con gran satisfacción de mis vecinos. Al
salir del palacio del general, vi al coronel Dast, quien volvía de Guayaquil, seguido
de una mula cargada de cajas de vino y se detuvo para invitarnos a ir a su casa y
probar su champaña; éramos 607 oficiales extranjeros, entre ellos el mayor
Marchese, médico que venía de Bolivia, también iba con nosotros un joven
comerciante inglés, cuyo nombre yo ignoraba, lo llamábamos Breguet, a causa de
una llave de reloj que llevaba y, además, dos camaradas, los coroneles
Demarquet y Klinget. Se comprenderá cómo probamos el vino de Dast: ¡a vasos
llenos! Yo me manejé con cuidado y esto sin ningún trabajo pues daba mi copa al
joven amigo Breguet, quien tendido sobre un canapé, bebía con entusiasmo el
vaso que yo le acercaba a los labios, había perdido el sentido y dormía a pesar del
ruido; en un momento de calma Marchese propuso decir quién de entre nosotros
había tenido mejor éxito con las mujeres, cada uno contó su historia, siempre la
misma, más o menos: todo el mundo ha tenido buena suerte, incluyendo los
jorobados. El médico me reprochó no haber cortejado a una india de Paita, todavía
amable, a pesar de sus 125 años, pobre vieja que recogía con lástima y de quien
hablaré más tarde. Luego vino el asunto de Dast y Catita de Valdivieso, cuyas
peripecias yo conocía por habérmelas contado la pecadora: ella había ido a la
catedral para hablar con su confesor, pero el buen sacerdote decía misa en ese
momento y tuvo que esperarlo en la sacristía en donde Dast la encontró; me es
imposible contar todo lo que siguió. Al día siguiente Catita se confesó y por toda
penitencia hubo de leer ¡una plegaria! Dast fue proclamado por Marchese el rey de
los conquistadores, se brindó a su salud y yo daba y daba más champaña a mi
amigo Breguet, de quien pensaba que moriría. Ni muchos menos; por la mañana
lo encontré fresco como una rosa, aun cuando un poco nervioso.
512
Como sucede frecuentemente entre militares bebidos, hubo palabras inoportunas
y provocaciones y se evitó un duelo por un luto de familia.
Mi equipaje iba adelante; a las 5:30 llegamos a la hacienda de Callo (altitud 3.160
metros, temperatura del aire 13,3°). Nos alojamos entre las ruinas de un tambo,
asilo para viajeros, construido antes de la Conquista. Las piedras de traquita negra
tienen una superficie convexa y están yuxtapuestas sin cemento; en los muros
existen cavidades y sobre las paredes salientes para colocar o suspender objetos.
Tuvimos una buena comida, pero infortunadamente por la noche nos asaltó una
legión de grandes piojos blancos.
513
del volcán; ante nosotros había una hondonada muy profunda y después de haber
inspeccionado a fondo el sitio, encontramos conveniente ensayar el ascenso
siguiendo una cuchilla llamada La Plancha. La pendiente era rápida y a las 11
llegamos a la nieve; la subida se hizo más difícil, pero felizmente no hubo
necesidad de cortar escalones en el hielo. Nos cubrimos la cara con máscaras que
llevaban anteojos de vidrio de colores, para no sufrir los accidentes que habíamos
padecido en el Antisana. Continuamos avanzando sobre la nieve, muy lentamente,
porque la inclinación era muy fuerte; ocasionalmente nos encontrábamos con
pequeños espacios de rocas; los esfuerzos que hacíamos para subir una
pendiente tan pronunciada a la altitud en que nos hallábamos, convertían la
ascensión en algo muy penoso. Escasamente caminábamos 5 o 6 pasos y
teníamos que sentarnos. La respiración era difícil durante la marcha, un viento
violento añadía más dificultades; la pendiente era abrupta y ya no encontrábamos
un sitio horizontal; la nieve era más y más blanda y la fatiga era tan violenta que
varias veces, después de haber dado algunos pasos, nos veíamos forzados a
acostarnos para reposar; la sed era ardiente, aumentada por el calor del Sol y
recurrí a un medio que ya había usado en una circunstancia análoga: chupé hielo.
514
El día siguiente lo utilicé para hacer un estudio del terreno;reconocía una inmensa
acumulación de pequeños fragmentos de traquita en Impiopongo. Al acercarse al
volcán se encuentran pedazos de roca que parecen haber sido proyectados; es
una traquita negra y compacta y el suelo está cubierto de escombros de traquita
pumicea. Al lado de una pequeña laguna examiné atentamente los enormes
bloques diseminados sobre el terreno, los “rumipambas” que una tradición errónea
atribuye a una erupción de 1746, pues La Condamine los había visto antes de esa
fecha. El señor Visse midió varios de esos bloques, los que probablemente
provienen del Cotopaxi; el más grande tenía 904 metros cúbicos; en las cercanías
de la población de Mulato cantó 54, con volúmenes que variaban entre 84 y 405
metros cúbicos. No son morrenas que hayan sido arrastradas por la marcha de los
glaciares, como lo sugiere Visse, y su enorme peso no permite suponer que hayan
sido lanzados por una acción volcánica; la conjetura más probable es la de que
esos bloques provienen de los picos de las cadenas de montañas y que se han
desprendido debido a un levantamiento.
Latacunga (altitud 2.860 metros, temperatura promedio 15,6°) fue una ciudad
importante antes de ser destruida por el gran temblor de tierra de 1764; ya no es
sino un montón de ruinas. La catedral de los jesuitas era un cerro de escombros;
las paredes parecían haber sido volteadas por la explosión de alguna mina. Al
este de la ciudad se encuentra la fuente de Timbug-poyo (temperatura 17,8°); a
mediodía se veían diferentes nevados:
Tunguragua al SE
Buminave al NE
Cotopaxi al NE
Corazón al NO
Ilinisa al NO
515
inexploradas. Los datos que me dieron los pastores hicieron desaparecer todo el
prestigio que se le atribuía al lago: jamás se habían visto llamas, ni tampoco se
habían oído detonaciones, nada había cambiado desde la excursión de La
Condamine; era la misma escena con un siglo de diferencia: ovejas, un pastor y
un académico francés.
1o. de diciembre. Al día siguiente llegamos a las 3 a Pelilco (altitud 2.540 metros,
temperatura promedio 15,5°). El 2, muy temprano, fuimos a visitar La Moja, que
describiré más tarde. El 3 a las 10 salimos de Pelilco y nos dirigimos a Baños. Se
me había dicho que encontraría cerca de Tunguravilla, una cavidad de donde salía
un gas que mataba a los animales. Hall y yo llegamos allí a mediodía y nos
presentamos al cura para obtener algunas informaciones: el buen monje nos miró
sorprendido y juzgando que, de acuerdo con nuestros uniformes, éramos
incapaces de interesarnos en ese fenómeno, nos volteó la espalda; mi compañero
se sintió profundamente humillado sin embargo nos dirigimos hacia el sitio
indicado y encontramos que debajo de un tronco de árbol que se veía, acostado y
casi enterrado, existía una pequeña cavidad de donde sale ácido carbónico, lo que
pude comprobar, porque había algunos pájaros muertos en el suelo y se
apagaban los cuerpos en combustión y nos costaba trabajo mantener quietos a los
caballos. Ese gas es perfectamente inodoro, característica que lo distingue del que
sale en el Tolima, en el Quindío y que contiene ácido sulfhídrico. A las 2:30
pasamos el pintoresco puente de Cusua, sobre el profundo valle del río Achambo,
en donde vimos una linda caída de agua. Este puente está formado por dos
troncos botados a gran altura a través del lecho y unidos con guaduas para formar
516
el piso; tiene cerca de 14 metros de largo por 1,50 de ancho. Su altitud es de
2.146 metros (temperatura promedio 21,1°). La caída de agua se encuentra un
poco más arriba y debe tener de 25 a 30 metros de altura, corre con un ruido
ensordecedor y lleva un volumen de agua superior al del río Bogotá.
Continuamos por la orilla izquierda del torrente y llegamos al miserable sitio de los
Baños (altitud 1.910 metros, temperatura promedio 16,7°). El 3 la lluvia nos impidió
salir antes de las 3 de la tarde para ir a visitar el puente y el salto de Agozán, a
donde llegamos a las 4, después de haber seguido el curso del río Achambo. Este
puente es más peligroso que el del Cusua y se halla a más de 60 a 67 metros de
altura y la base de la caída está cubierta de vapores; a las 4 regresamos a Baños,
en donde visitamos la fuente termal cuya temperatura es de 50°. El gas que sale
de allí está formado de ácido carbónico mezclado con algunas centésimas de aire.
El 4 salimos a las 10 y una hora más tarde estábamos al pie de Tunguragua, allí
donde en otros tiempos hubo un derrumbe considerable. Siguiendo nuestra
marcha llegamos al caserío de Puela (altitud 1.418 metros). Para llegar allí se
atraviesan los restos de traquitas que rodean la base del Tunguragua y se alcanza
a ver la cima cubierta de nieve, cuya altura es de 5.200 metros y hubiera subido si
mis cálculos no me hubieran hecho presumir que duraría varios días de ascenso.
El alcalde de Puela no estaba de acuerdo conmigo y me aseguraba que llegaría a
las nieves en pocas horas. Hizo llamar a un cargador de hielo, indio idiota que
escasamente hablaba español, para que fuera mi guía; sin tener en cuenta la
distancia que me separaba del volcán, yo tenía la certidumbre de que era
necesario subir una vertical de cerca de 4.000 metros y sin embargo ensayé la
exploración.
A las 8 del día salí de Puela y a las 10 llegué a una selva. El vigor de la vegetación
probaba que estábamos muy por debajo del nivel inferior de las nieves; le dije
entonces al indio que había que regresar a la aldea y él trató de hacerme
comprender que debíamos seguir subiendo. Yo insistí y desapareció gritando:
“subir, hielo”. Una media hora después volvió con nieve: el cretino tenía razón;
estábamos a una altura de 3.660 metros y la nieve había caído del Tunguragua en
una cavidad del Grandisagua, formando una gran cúpula de donde corría agua a
4,4°. La masa de nieve tenía un espesor de 6 a 7 metros, sobre una extensión de
1 kilómetro y terminaba al pie de un muro formado por bloques de roca que no
pudimos escalar. El barómetro indicaba una altura de 4.080 metros. El
Tunguragua se halla en actividad desde tiempos inmemorables. Una de sus
erupciones más notables tuvo lugar en 1677(?). En 1669 violentas sacudidas
destruyeron casi todas las casas de Latacunga y mataron a 12.000 de sus
habitantes. Las nieves reunidas en el Grandisagua recuerdan exactamente los
glaciares de los Alpes y de los Pirineos, con la diferencia de que debido a la
igualdad de la temperatura, éste es estático y no se mueve como los europeos,
siguiendo las líneas de pendiente y empujando las morrenas hacia adelante.
Marchando hacia el Sur pasamos por el valle de Pecipe, en donde es notable el
517
gran puente colgante, obra de los incas. A las 3 atravesamos el río Blanco que
baja del Condorato y a las 8 llegamos a Riobamba Nueva, en donde yo tenía
interés en demorarme para estudiar los grandes fenómenos volcánicos que han
tenido lugar en el Ecuador y tomar algunas disposiciones para la ascensión al
Chimborazo.
En los Andes se tiene la idea deque el suelo no vuelve a oscilar cuando ha habido
una sacudida, pero como lo ha dicho Humboldt, en la ciudad de Riobamba que fue
construida en 1798 sobre el llano de Tapia, se contradice esta opinión popular.
518
CAPÍTULO XXV
Ascensión al Chimborazo (1831).
Después de 10 años de trabajos continuos yo había realizado los proyectos de mi
juventud que me llevaron al Nuevo Mundo. La altura del barómetro había sido
determinada en el puerto de La Guayra, se había fijado la posición geográfica de
las principales ciudades de Venezuela y de la Nueva Granada, varias nivelaciones
hacían conocer el relieve de las cordilleras y yo llevaba los datos más precisos
sobre los yacimientos de oro y del platino de Antioquia y del Chocó. En fin, mi
laboratorio había sido establecido sucesivamente en los cráteres de los volcanes
vecinos del Ecuador y había tenido la suficiente suerte de poder continuar mis
investigaciones sobre la disminución del calor en los Andes intertropicales hasta la
enorme altura de 5.500 metros.
520
general son muy malos guías porque ellos casi nunca pasan el límite de las nieves
y por esto conocen muy poco de los caminos que llegan a la cima de los glaciares.
Para subir seguimos remontando el río encajonado entre dos muros de traquita;
pronto dejamos esta hondonada para dirigirnos hacia Mocha, a lo largo de la base
del Chimborazo. Subíamos insensiblemente; nuestras mulas andaban con
dificultad entre los restos de roca que se habían acumulado al pie de la montaña.
Debido a que la pendiente era muy rápida, el piso no era firme y las mulas se
detenían a cada momento para una larga pausa; la respiración de los animales era
rápida y entrecortada; estábamos a 4.808 metros, altura del Monte Blanco.
Después de habernos cubierto la cara con caretas de tafetán liviano, comentamos
a ascender una cuchilla que llega a un punto bastante elevado del glaciar. Era
mediodía; subíamos lentamente y a medida que entrábamos en la nieve, se hacía
sentir más apremiante la dificultad de respirar mientras caminábamos;
restablecíamos las fuerzas deteniéndonos, sin sentarnos cada 8 o 10 pasos; creo
haber anotado que a una altura igual se respira más difícilmente sobre la nieve
que sobre una roca y trataré de explicar esto más adelante. Pronto llegamos a una
roca negra, que se elevaba un poco más adelante y continuamos ascendiendo un
poquito durante unos instantes, pero sintiendo mucha fatiga ocasionada por la
poca consistencia de un suelo nevado que se hundía bajo nuestros pies, llegando
a hundirnos hasta la cintura. A pesar de todos nuestros esfuerzos, nos
convencimos de la imposibilidad de seguir adelante; en efecto, un poco más allá
de la roca negra la nieve tenía más de 4 pies de profundidad. Fuimos a reposar
sobre un bloque de traquita que parecía una isla en el centro de un mar de nieve.
Nos encontrábamos a 5.115 metros de altura; la temperatura del aire era de 2,9° y
era la 1 y media. Así que, después de muchas fatigas nos habíamos elevado
únicamente 307 metros sobre el punto en donde nos habíamos apeado. En ese
lugar llené una botella con nieve con el objeto de hacer un examen químico del
aire encerrado en sus poros y pronto se verá con qué objeto llevaría yo a cabo esa
investigación.
Sabíamos que el señor Humboldt había subido por ese lado y desde Riobamba
nos habían mostrado el punto a donde él había llegado; nos fue imposible obtener
información exacta sobre la ruta que había seguido, pues los indios que
acompañaron a este intrépido viajero, ya no existían. A las 7 de la mañana del día
siguiente tomamos la ruta del Arenal; el cielo estaba clarísimo y al este podíamos
521
ver el famoso volcán de Sanyay, en la Provincia de Machas, el cual había sido
visto por La Condamine en estado de permanente incandescencia, un siglo antes.
A medida que avanzábamos, el terreno se elevaba de una manera sensible; en
general las mesetas traquíticas que soportan los picos aislados se inclinan, poco a
poco, hacia la base de esos picos. Las hondonadas que cruzan por todas partes,
parecen venir todas de un centro común; no se podrían comparar mejor que con
las fisuras de un vidrio que ha recibido un impacto. A las 9 nos detuvimos para
almorzar a la sombra de un enorme bloque de traquita al que dimos el nombre de
Piedrón del Almuerzo. Allí hice una observación barométrica y tenía el deseo de
repetirla a las 4 de la tarde, para anotarla y conocer a esta altura la variación
diurna del barómetro. El Piedrón tiene una elevación de 4.335 metros y pasamos
el límite de las nieves montados en nuestras mulas. Nos encontrábamos a 4.945
metros, cuando nos apeamos. El terreno era totalmente impracticable para los
animales que parecían hacemos comprender el cansancio que sentían; las orejas,
ordinariamente rectas y atentas, estaban abatidas y durante las frecuentes pausas
no cesaban de mirar hacia la llanura. Pocos jinetes han llevado a sus monturas a
tal elevación.
Después de haber examinado la región, nos dimos cuenta que para llegar a un filo
que iba hacia la cima del Chimborazo, primero teníamos que subir una pendiente
excesivamente rápida, formada en su mayor parte por bloques de roca de todo
tamaño, cubierto de hielo en algunos sitios. Claramente se veía que esas piedras
reposaban sobre la nieve endurecida; esas caídas de rocas que son frecuentes en
los glaciares, son peligrosísimas porque de allí se desprenden los aludes en los
cuales hay más piedras que nieve. Eran las 10:45 cuando dejamos nuestras mulas
y mientras caminábamos sobre las rocas no había muchas dificultades, se podría
decir que subíamos por una escalera en mal estado y lo fatigante era la necesidad
de una atención continua para escoger la piedra sobre la que se pondría el pie;
hacíamos pausas cada 6 u 8 pasos, pero sin sentamos y a veces ese descanso se
utilizaba para desprender muestras geológicas; cuando llegábamos a una
superficie nevada, el calor del Sol era sofocante, nuestra respiración se hacía
difícil y por consiguiente eran necesarios los descansos más frecuentes.
522
un indio que no atendió esta orden en el Antisana y llamó al coronel Hall con toda
la fuerza de sus pulmones, mientras atravesábamos una nube, sufrió de vértigo y
de un principio de hemorragia. A poco llegamos al filo que debíamos seguir y que
era diferente a como lo habíamos supuesto desde lejos; tenía poca nieve, pero
presentaba dificultades para ser escalado: se necesitaban esfuerzos increíbles y la
gimnasia es penosa en esas altitudes; al fin llegamos cerca de un muro de traquita
cortado a pico, de varios centenares de metros de altura; tuvimos un momento de
desfallecimiento cuando el barómetro nos mostró que estábamos solamente a
5.680 metros, lo que era poco para nosotros, puesto que en el Cotopaxi habíamos
subido más, lo mismo que Humboldt en el Chimborazo. Los exploradores de
montaña cuando pierden su valor, siempre están dispuestos a sentarse y fue lo
que hicimos en la estación de Peña Colorada y era el primer descanso que nos
permitíamos; teníamos una sed atormentadora, así que nuestra primera ocupación
fue la de chupar pedazos de hielo.
A las 12:45 sentimos mucho frío (0,4°) y nos encontrábamos entonces dentro de
una nube; el higrómetro de cabello indicaba 91° y cuando ésta se disipó, marcó
84°. Una humedad así parecerá extraordinaria a tal elevación, pero con frecuencia
la he observado sobre los glaciares de los Andes y tiene una explicación muy
natural: durante el día la superficie de las nieves es húmeda ordinariamente; la
roca de la Peña Colorada estaba mojada y el aire ambiente cerca del glaciar podía
estar saturado de un vapor acuoso. Saussure vio su higrómetro mantenerse entre
59° y 51°, con la temperatura que variaba de 0,5° a 2,3° Reamur sobre el Monte
Blanco. En las cordilleras, las grandes sequías se observan en las mesetas de
2.000 a 3.500 metros. En Quito y en Bogotá hemos visto el higrómetro de
Saussure bajar a 26°.
523
encontrábamos, podíamos llegar a una elevación considerable. Para hacerse a
una idea bastante clara del Chimborazo, es necesario imaginar una inmensa roca
sostenida por todas partes por arbotantes; estos son los filos o cuchillas que salen
de la llanura y parecen apoyarse en este enorme bloque para sostenerlo. Antes de
emprender este paso peligroso, ordené a mi negro “ensayar” la nieve: era de una
consistencia conveniente. Hall y el negro lograron dar la vuelta al pie de la Peña
Colorada y me reuní con ellos cuando se habían establecido convenientemente
para recibirme, porque para alcanzarlos hube de descender, resbalando más o
menos 25 pies de hielo. En el momento de ponernos en marcha, una piedra se
soltó de lo alto de la montaña y cayó muy cerca del coronel Hall, quien cayó a
tierra; lo creí herido y me tranquilicé cuando lo vi levantarse y examinar con su
lupa la muestra de roca tan brutalmente sometida a su investigación; esa traquita
era idéntica a la que teníamos bajo nuestros pies.
Los indios del Antisana nos aseguraban que sentían un ahogo cuando marchaban
durante largo tiempo en una llanura nevada y yo confieso que al considerar las
incomodidades a las que Saussure y sus guías se encontraron expuestos al
acampar en el Monte Blanco a una altura de 4.000 metros, las atribuyo, por lo
menos en parte, a la acción de la nieve, todavía desconocida, porque ese
campamento ni siquiera llegaba a tener la altura de Cajamarca y de Potosí. Sobre
las altas montañas del Perú y en los Andes de Quito, los viajeros y las mulas
sienten algunas veces y casi súbitamente, una gran dificultad para respirar y se
asegura haber visto caer a los animales en un estado cercano a la asfixia. Este
efecto no es constante; en muchos casos parece independiente del aire
enrarecido y esto se observa especialmente cuando la nieve abundante cubre las
montañas y el tiempo está tranquilo. Aquí se puede anotar que Saussure se sentía
mejor en el Monte Blanco, cuando soplaba una ligera brisa. En América se conoce
bajo el nombre de “soroche” el estado meteorológico que afecta fuertemente los
órganos de la respiración. “Soroche” en el idioma de los mineros americanos
significa pirita, nombre que indica que se atribuye este estado a las emanaciones
subterráneas, cosa que no es imposible. La sofocaci6n que yo sentí en varias
oportunidades al subir por la nieve calentada por los rayos del Sol, me ha hecho
suponer que de allí puede salir, por acción del calor, aire sensiblemente viciado.
Lo que me sostenía en esta idea singular era una experiencia de Saussure, por
medio de la cual creyó aprender que el aire que salía de la nieve contenía menos
oxígeno que el de la atmósfera y que dicho aire había sido recogido en los
intersticios nevados del paso del Gigante.
El análisis fue hecho por Sennebier por medio de gas nitroso y en comparación
con aire de Ginebra. Hacía tiempo que yo tenía deseo de repetir esta experiencia
porque al suponer que fuera cierta y admitiendo que el aire aprisionado en la nieve
de las montañas contuviese menos oxigeno que el aire ordinario, se podría
concebir cómo este aire impuro, liberado por la acción del Sol, podía al extenderse
en la atmósfera, incomodar a las personas expuestas a respirarlo. Con este objeto
llené una botella con nieve del sitio de Chillapullu; cuando llegamos a la hacienda
del Chimborazo, la nieve se había derretido completamente y el agua ocupaba
alrededor de 1/8 de la botella; por consiguiente los 7/8 restantes estaban
ocupados por el aire que provenía de la nieve; yo analicé este aire con mucho
cuidado por medio del eudiómetro de fósforo y obtuve el siguiente resultado: 82
partes dejaron como residuo 68 partes de nitrógeno, así que 14 partes de oxígeno
habían desaparecido y no quedaba por 100 partes de aire, sino 16 de oxígeno.
Los físicos han visto en las altas montañas que el color azul del cielo parece más
intenso a medida que se está a una mayor elevación. Sobre el Monte Blanco
Saussure vio el cielo color azul rey muy pronunciado y durante la noche la Luna
526
brillaba con el más vivo resplandor en medio de un cielo de un negro de ébano.
Sobre el paso del Gigante la intensidad del color del cielo era muy marcada y
Saussure había inventado un instrumento, el cianómetro, para comparar las
observaciones de esta clase. En el Chimborazo observé que el cielo era de una
pureza notable, pero no nos pareció más oscuro que en Quito; sin embargo como
tuve la oportunidad en alguna ocasión, de ver el cielo casi completamente negro
hallándome a menor elevación, informaré sencillamente los hechos como los
tengo registrados, así: sobre el Tolima el cielo tenía su tinte ordinario y yo me
encontraba a 4.686 metros, un poco por debajo de las nieves; sobre el Cumbal el
cielo estaba de un azul añil extremadamente oscuro y en ese momento yo estaba
rodeado de nieve y la cúpula del volcán termina en una corona de hielo; durante
mi ascensión al Antisana, antes de llegar a la nieve, el cielo tenía su color
ordinario, pero una vez que estuve sobre la gran planicie de hielo, me pareció
negro como tinta; por la tarde sufrimos, mi negro y yo, una inflamación de los ojos,
que nos mantuvo ciegos durante varios días. Cuando subí al Cotopaxi, tanto mi
compañero y yo, teníamos anteojos de vidrios de colores y cuando después de
haber caminado durante 5 horas sobre la nieve, suspendimos el ascenso a 5.719
metros, el cielo, a simple vista, no nos pareció más oscuro que el de la llanura, lo
mismo que ya he dicho del Chimborazo, donde reconocimos el cielo azul igual a
Riobamba y Quito.
No pretendo negar que el color del cielo parezca más oscuro sobre las altas
montañas que a nivel del mar. Yo no tenía cianómetro, pero estoy dispuesto a
admitir los resultados generales obtenidos por Saussure con la ayuda de este
instrumento; los montañeses que a él lo acompañaron en su memorable
ascensión al Monte Blanco pretendieron haber visto estrellas en pleno día, eso fue
a la subida que llevaba a la cima del glaciar. Saussure no las vio pero no duda de
la veracidad de sus acompañantes.
527
Por la mañana el instrumento se mantenía a 457 mm 6
Las observaciones recogidas durante esta excursión tienden a confirmar las ideas
emitidas sobre la naturaleza de las montañas traquíticas que forman la cresta de
las cordilleras, porque he visto repetirse sobre el Chimborazo, todos los hechos ya
señalados en los volcanes del Ecuador como el Cotopaxi, el Antisana, el
Tunguragua y en general, las montañas que erizan las mesetas de los Andes. La
masa del Chimborazo está formada por la acumulación de escombros de
traquíticos amontonados sin ningún orden. Estos fragmentos de enorme volumen
frecuentemente, han sido elevados en estado sólido y sus ángulos son cortantes;
nada indica que haya habido fusión o simplemente un estado de blandura. En
ninguna parte de los volcanes del Ecuador se ve que haya corrido un río de lava,
de esos cráteres no han salido sino deyecciones de lodo y fluidos elásticos o
bloques incandescentes, más o menos escoriáceos que a veces son lanzados a
grandes distancias. La base del Chimborazo es un altiplano que estudiamos cerca
de la hacienda. Aquí también la traquita no está estratificada sino fisurada en
todos los sentidos; esta roca es de pasta feldespática, generalmente de color gris,
que encierra piroxenos y cristales de feldespato semivítreos. La roca se eleva
hacia el Chimborazo; presenta fracturas considerables, más anchas y más
profundas a medida que se aproximan a la montaña. Se podría decir que la masa
al levantarse ha hecho abombar el altiplano que le sirve de base.
528
en infinidad de fragmentos, ha surgido en la superficie, levantada por una emisión
de vapores. Después de la erupción, la roca quebrada debió ocupar un mayor
volumen, por necesidad, puesto que todos los fragmentos no habrán podido
regresar al sitio de donde salieron y se amontonaron por debajo del orificio por
donde salen los ruidos. Precisamente es lo que sucedería si después de haber
perforado un pozo profundo en una roca dura y compacta, se quisiera rellenarlo
con los restos extraídos; pronto la excavación se llenaría y sí se formaría, por
encima de ella, un cono tanto más elevado cuanto mayor haya sido la profundidad
perforada. Es así como se puede concebir la formación del Cotopaxi, del
Tunguragua, del Chimborazo, etc.
529
recuerda la erupción pedregosa de Lysco. Parece que esta erupción del Yana-
Urcu tuvo lugar posteriormente a la de arena que cubre la planicie, porque su
superficie, en los alrededores del volcán está cubierta de esas piedras negras
escoriformes. Nuestros guías que eran indios de Calpi, nos llevaron a una
hendidura en donde se oía distintamente el ruido de una cascada subterránea; a
juzgar por la intensidad del sonido, la masa de agua en movimiento debía ser
considerable.
530
inmenso altiplano, base del Chimborazo. La roca no es estratificada, sino
fracturada en todos sentidos por fisuras generalmente verticales; a las 11 llegamos
al punto más elevado del Arenal, paso muy temido en la región por la violencia del
viento que algunas veces se lleva hombres y animales; el tiempo estaba calmado
y cubierto; allí pudimos almorzar. Las bocanadas de viento que venían de
Guaranda se cambiaban por una niebla espesa y encontré como altitud del Arenal
del Chimborazo, 4.372 metros y la temperatura del aire de 12,2°. Al bajar se ven
las rocas estratificadas de grünstein y de esquistos. A las 5 llegué a la población
de Guaranda (altitud 2.722 metros, temperatura 13,6°); allí sentimos un violento
temblor de tierra. A algunas horas de marcha se encuentra la salina de Roma-
bella, la cual produce sal cargada de yodo y por consiguiente “anti-bocio”, así que
el coto es desconocido en toda la provincia donde se consume esta sal y en
donde, de acuerdo con las condiciones geológicas, esta enfermedad debería ser
endémica. Dejé este poblado a las 8:30 y a las 9 estaba en Puente del Socavón,
sobre el río del Molino (altitud 2.604 metros, temperatura 16,7°); la roca está
compuesta de grünstein y de esquisto. A las 11:30 llegamos a Chimbo (altitud
2.514 metros, temperatura 23°) y al seguir nuestro camino llegamos a la 1 a San
Miguel de Chimbo, en donde esperé mi equipaje (altitud 2.464 metros temperatura
20°); a las 2:30, cuando el barómetro estuvo montado para efectuar
observaciones, una mujer que pasaba por allí en ese momento, aterrada, cayó sin
conocimiento; de inmediato fui a su socorro y cuando volvió en sí me preguntó con
angustia: “¿Reventará el bastón español?” A las 3:30 alto de Piscuru (altitud 3.000
metros, temperatura 21°); a las 5, tambo de la Chima, a donde llegamos después
de una caminata fatigante.
531
—“¿Por qué hemos hecho una marcha tan desordenada?”
—“Es que mi viaje debe ser disimulado; quiero lograr atrapar la caja de la tesorería
de Guayaquil y arrestar al tesorero”.
—“¿Pero cómo es posible, general, que con su independencia conserve aún el
peso de los asuntos del gobierno?”
—“Tiene razón cuando habla de la independencia que puede darme mi fortuna,
pero para conservarla tengo que mantenerme en el poder porque el día en que
deje de dirigir los asuntos públicos, seré prontamente desposeído de mis bienes”.
—Pensé entonces que más bien sería desposeído de los bienes ajenos, agregué
mentalmente.
El general Flórez procedió tal como lo había anunciado, una vez que hubo
desembarcado; la caja fue recuperada, el tesorero arrestado y Datz y yo fuimos
simples testigos. Nos alojamos en el palacio del gobierno y se puso una guardia
numerosa; mi apartamento comunicaba con el del general que tenía un centinela
interior, lo que poco me llamaba la atención. El servicio de mesa en el palacio era
suntuoso y le pregunté a Datz por que tanto lujo, a lo cual contestó muy serio:
Guayaquil se encuentra sobre la orilla derecha del Guayas, que un poco más lejos
recibe el Danlé. El 18 de enero de 1832 me hice vacunar y al día siguiente mi
nombre apareció encabezando una lista impresa de dos bebés que habían sido
vacunados conmigo, cosa que sirvió para que mis amigos se burlaran de mí.
532
27 de enero. A las 2 desembarcamos en Paita; los alrededores son de lo más
árido que uno se pueda imaginar; ni una planta, ni un riachuelo, todo es arena. El
agua potable se debe buscar en el río Colan, a más de 6 leguas de distancia. El
puerto es muy seguro y en ese momento, en la rada había una buena cantidad de
barcos, entre ellos dos balleneras de los Estados Unidos. Ocupaba una casa
aislada al borde del mar que estaba a 4 metros por encima de la marea promedio
y en donde establecí mi barómetro. Durante la noche el ruido de las olas era muy
intenso, de día con el Sol, era muy débil. Medí la temperatura del aire y encontré
que con tiempo calmado era de 36,Y y cubrí el termómetro con una sombrilla para
protegerlo de los rayos del Sol y de la radiación nocturna: a las 10 de la mañana, a
un pie bajo la tierra, marcó una temperatura promedio de 27°.
8 de febrero. A las 8 de la noche apareció una luz muy viva que iluminó durante un
instante la ciudad. Yo recibía algunas visitas nocturnas: indias más oscuras que
las de las montañas. Carmen, a quien mi asistente Vicente me la traía por la
noche.
Una vez oí ruidos de pelea y la voz de mi asistente a quien dos hombres querían
detener; salí sable en mano para ayudarlo; los dos agresores desaparecieron y
Carmen entró en mi casa; después supe que los malhechores se habían
escondido en la escalera y habían detenido, robado y ahogado a alguien que me
había precedido en la casa.
A veces llega a la playa una gran cantidad de peces que la cubren enteramente y
se refugian allí asustados por las ballenas, durante la marea baja. La bella Carmen
me dejó el 9 de febrero con buen viento SO.
Tuve también una visita muy interesante: la de una pobre india de quien decían
tenía 125 años. Todavía era vigorosa y caminaba fácilmente y sin bastón. Le
ofrecí un vaso de vino que bebió con gran gusto. En su juventud asistió al
desembarco de la flota inglesa comandada por el vicealmirante George Anson.
Esto sucedió el 24 de noviembre de 1741 cuando “El Centurión” entró en el puerto
de Paita; la ciudad fue saqueada e incendiada y los marineros partieron en dos, de
un sablazo, la imagen de la Virgen que se hallaba suspendida en una iglesia; la
india me contó que había asistido a esta escena.
533
l6 de febrero. A la vista del Cabo Manglar. En un espacio de una milla cuadrada el
agua del mar está roja por reflexión e incolora por transmisión.
534
1 de marzo. Llegamos a las Juntas del Dagua en donde pasamos la noche (altura
barométrica 734,1 mm, temperatura en el aire 24°, altitud 321 metros).
Allí dejé a mi negro con la misión de llevar mi equipaje hasta Cartago y seguí mi
camino. Durante 2 horas estuve descendiendo y me encontré con el río Dagua, el
cual atravesé varias veces. Toda la roca es grünstein en masas redondas.
Después de una caminata muy fatigante llegué a las 8 de la noche al caserío de
Papagallero, donde cené miserablemente.
3 de marzo. Al día siguiente salí a las 7 y a mediodía llegué a una venta donde
almorcé y después de haber pasado la montaña arribé a Cali a las 6 de la tarde,
después de haber atravesado el río de ese nombre. La distancia de esta ciudad a
Juntas, donde me encontraba la víspera, es de 11,5 leguas. El gobernador me
recibió muy bien y me alojó en una casa vecina a la suya, cuyos dueños estaban
ausentes.
4 de marzo. Domingo. Pasé el día en Cali, ciudad triste, grande y bien situada y de
clima muy ardiente. Allí no es endémico el coto, pero existe en los alrededores en
donde hay pantanos.
21 de marzo. Cartago. Altura barométrica 683,6 mm; temperatura del aire y del
agua 23°, altitud 977 metros. A un pie bajo tierra, después de 24 horas, el
termómetro marcó 24,5°.
535
5 de abril. Por la mañana a las 8 estalló una tormenta, cosa rara, de acuerdo con
lo que dicen los habitantes. En las regiones cálidas como Honda, Mariquita, la
Vega de Supía, Cartago y todo el Chocó, las tempestades tienen lugar de noche,
entre las 11 y las 12; en las regiones elevadas y por consiguiente frías, como
Santa Fe, Sonsón y Quito, tienen lugar generalmente entre las 3 y las 5 de la
tarde. En los sitios muy elevados como la hacienda de Antisana, o el páramo de
Herveo, las tempestades son muy raras y duran muy poco; casi siempre la lluvia
redobla su fuerza después de un tremendo trueno, con frecuencia se detiene de
repente, pero después de un momento de silencio se oye una violenta detonación.
8 de mayo. Siguiendo mi viaje llegué al río de Quimbaya, (altitud 979 metros) por
un camino horrendo me vi obligado a atravesar los Guaduales, sobre la espalda
de un sillero. Pasamos la noche en la Balsa.
12 de mayo. Pasé al páramo con pésimo tiempo y llegué a las 4 al contadero del
Volcancito (altitud 3.203 metros).
16 y 17de mayo. Tomé la altitud 1.323 metros, temperatura del suelo a un pie bajo
tierra 21,5°.
536
18 de mayo. A las 8 salí de Ibagué para llegar a las 6 al callejón de Caima. Por el
camino recogí varias arañas “coya” que tejen su tela sobre el suelo, entre las
piedras; en el recorrido desplegué mi barómetro en Alvarado (altitud 269 metros,
temperatura 30°). En Callejón de Caima (altitud 393 metros, temperatura 27,7°).
Ese día pasamos la quebrada de Caima que lleva a la China. Este río estaba tan
crecido que tuvimos que buscar prácticos para pasarlo; yo lo atravesé nadando
entre dos hombres; mi equipaje fue llevado sobre la cabeza de los indios. A la 1 el
río de la China (altitud 367 metros, temperatura 30°); a las 2 pasamos el Totare,
que desemboca en el anterior. A las 3 llegué a Venadillo; mi amigo, el cura
Mantilla, había muerto de una fiebre inflamatoria, enfermedad muy común en esos
llanos. A la salida de la población atravesamos el Venadillo, sin accidentes, aun
cuando estaba muy crecido (altitud 344 metros, temperatura 31,5°). Nos alojamos
en una casa en La Sierra y no olvidaré jamás la impresión que sentí al ver la
horrible familia que la habitaba: todos cotudos, bobos y cretinos. Los moradores
de la Sierra beben malas aguas de los pantanos casi todo el año y algunos meses
agua de un riachuelo que desciende de los glaciares de Santa Isabel.
11 de junio. Salí a las 6 y llegué a San Pablo a las 5, sobre la orilla izquierda del
río.
12 de junio. Salí a las 8:30 y llegué a las 6 a Badillo, sobre la orilla derecha.
537
15 de junio. Habíamos salido el 14 y llegamos a Mompós el 14 a la 1 de la
mañana y nuevamente embarcamos a las 4 de la tarde.
Permanecí allí hasta el 11 de julio, día en que me embarqué a bordo del “Medina”,
que debía llevarme a Nueva York donde efectivamente desembarqué el 7 de
agosto.
538
Correspondencia 1818 - 1826
I
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
Deseo para ti y toda la familia una buena salud y los abrazo de todo corazón,
Boussingault
II
539
Auxerre donde desayunamos y partimos en seguida, tratando de que nos trajeran
por 7 francos a Chalon que queda a 43 leguas.
Quisiera estar ya en vacaciones para poder abrazarlos tanto a ustedes como a mis
hermanos y a toda mi familia; confío en que Vaudet no esté adelgazando.
Boussingault
III
Boussingault a sus padres
Siento cierta desazón que no se calma, al pensar en las estrecheces que ustedes
padecen y que pueden aumentar por los gastos que exige mi mantenimiento. Ya
540
he preguntado a muchos jóvenes que viven en pensión por el costo de su
mantenimiento y me han dicho que pagan 53 francos mensuales, lo que sería muy
costoso para ustedes. Todas esta consideraciones me preocupan
insoportablemente, sentimiento que ha sido aumentado por no haber recibido
noticias de ustedes a mi llegada a Saint-Etienne. Benoist sí encontró carta.
Les ruego reflexionar seriamente sobre lo que yo deba hacer, si, como me figuro,
mi mantenimiento fuera demasiado costoso, podría regresar y entrar en una casa
de comercio en París; si consideran que pueden pagar mi pensión, deberían
enviarme pronto mis pertenencias y sobre todo, mis libros y mi estuche de
matemáticas y lápices de dibujo, lo que necesito urgentemente.
Por ahora me resigno a esperar sus órdenes; temo solamente que su buen
corazón los haga sacrificarse por mí; deben pensar en mi hermano y en ustedes
mismos; además, después de mi salida de la escuela, tal vez pueda conseguir una
colocación de 1.200 francos, lo mismo que podría ganar al entrar al comercio o en
una fábrica.
Espero una respuesta positiva en relación con esta carta para saber si debo
permanecer en Saint-Etienne; desde Chalon no me siento bien de salud y me
molestan considerablemente los insomnios.
Yo les abrazo de todo corazón, así como a mis hermanos, mis tías y toda mi
familia.
Su hijo,
Boussingault
IV
Mi querido hijo:
541
dinero necesario para tu mantenimiento; tu baúl y los objetos que pides, saldrán el
20 del presente.
Tu carta, que por un aspecto me preocupó por tu estado de salud, por el otro me
consoló al ver que reflexionas sobre tu posición y la mía. Sin embargo, a pesar de
la tristeza que me ha causado tu partida, quiero asegurarte que encontrarás en mí
un padre amante y que si el peligro y tu salud te impidieran quedarte, puedes
regresar, pero te pido que medites sobre las ventajas de la carrera que has
elegido; yo haré todos los esfuerzos posibles para que la termines con éxito.
Boussingault
Queridos Padres:
542
Mi manera de vivir es la más económica posible, pero a pesar de lo cual es
costosa: la habitación nos cuesta 19 francos mensuales, o sea 9,50 para mí; para
comer compramos un pan de varias libras (vale 20 céntimos la libra), almorzamos
con papas o queso, a las 5 de la tarde ponemos nuestra cena al fuego y hacemos
guiso de carne con papas y como tenemos dos platos y dos tenedores, no hay
ningún problema. La sartén en que cocinamos es muy cómoda, sirve para todo,
desde huevos fritos hasta ensalada, pasando por puchero. Conocemos ahora a un
joven condiscípulo que vive en Saint-Etienne y su madre tiene la bondad de
cocinar en su horno lo que nosotros llevamos; hoy, por ejemplo, somos los felices
propietarios de un enorme y excelente pernil de cerdo que nos costó 1,60 francos
y mañana compraremos por 15 céntimos papas guisadas con mantequilla; en
cuanto a la bebida, existe una fuente a nuestra puerta y puedo asegurarles que
nunca he tomado tanta agua en mi vida como en esta ciudad, en donde me
prometieron poder tomar vino en cantidades. El domingo nos tomamos un litro de
vino que cuesta 40 céntimos. Al principio pensamos en beber medio litro diario
entre los dos, pero nos dimos cuenta que al cabo de un mes esto nos habría
costado 3 francos, así que economizando lo más posible no podemos vivir con
menos de 80 a 90 céntimos diarios, sin contar lavandería, mantenimiento de
zapatos, papel, plumas, etc.
El señor Beaunier nos entregó hoy la patente de alumnos y nos dijo nuevamente
que al salir de la escuela nos será muy fácil encontrar buenos trabajos, pero que
será muy distinto para los que vengan dentro de 3 o 4 años. Ruego a ustedes, mis
queridos padres, retener 2 o 3 tres francos de mis mensualidades para comprar la
segunda edición del Tratado de Química de Thénard, que es muy necesario.
Les ruego abrazar en mi nombre a mis hermanos, a mis tías Colombe y Duhamel
y a mis primos. Si ven a Loubry, muchos recuerdos.
Boussingault
VI
Enero 1819
Mi querido hermano:
543
Tú sabes que guardo dinero y cuando vi que tenía suficiente para hacerte un
regalo de Año Nuevo te compré un gorro de algodón. Te deseo una perfecta
salud.
Cadet
VII
Debía haber escrito al principio de este año, para agradecerles y desearles mucha
felicidad. Lo habría hecho, pero habiendo sabido que había en correo un paquete
para mí, esperé la carta que habría podido contener; sin embargo, hace 8 días que
no me ha llegado ninguna noticia, lo cual me inquieta y si he demorado en
escribirles es porque esperaba la carta de Uds. para contestarla. Así que les ruego
me perdonen y tengan en cuenta que todos mis pensamientos son para ustedes y
toda mi familia.
Pocas son las amistades que he hecho, pero he conocido a un joven de Saint-
Etienne, alumno como yo, hijo de un rico propietario de minas de carbón, con
quien algún día planeamos hacer algo juntos.
No tengo nada más para contarles, sino que creo haber adquirido buena
estimación de mis profesores y de mis compañeros. Les ruego también desear
buen año a todo el mundo, abrazar a mi hermana y a Vaudet sobre todo a mi
hermanito, a quien llevaré alguna cosa cuando salga de vacaciones.
Tampoco olvido a mis tías Colombe y Duhamel, lo mismo que a toda la familia.
Como no sé qué contiene el paquete que me han enviado, les rogaría que si no
han despachado el tratado de química del señor Thénard, me lo manden lo más
pronto que puedan.
544
Si el costo de mi pensión es excesivo, les ruego me lo digan para regresar y
trabajar con mi hermano.
Boussingault
VIII
Tu carta, querido hijo, me inquieta al ver que no has recibido ninguno de los
objetos que te anuncio y te incluyo el recibo del baúl que te fue enviado el 17 de
diciembre pasado. Ahora te toca a ti reclamarlo al señor Duprez en Lyon y todo
debe llegarte libre de porte, hasta tu residencia. También te envío una carta
fechada el 14 del presente, con un bono de la tesorería; estoy esperando que se
presente una ocasión para conseguir los libros de química que necesitas.
Boussingault
Un pantalón
Un chaleco
Tres camisas
1 corbata lila
545
1 corbata de perca
4 pañuelos
IX
También recibí tu última, sin fecha, en la que me informas haber recibido los
objetos de la lista, menos los libros de química que debes tener ya en tu poder.
Estoy muy satisfecho del interés que tienes por instruirte; trata de merecer la
estimación de tus profesores y la amistad de tus camaradas. Acabo de alquilar mi
casa número 18 en donde estaba mi comercio de tabaco, el cual pasé al número
20, lo que lo hará menos fatigante y permitirá a Cadet regresar donde el señor
Caulon. Toda la familia bien, incluyéndome a mí. Tu padre,
Boussingault
Querido hijo:
546
Recibí a tiempo tu carta del 13 de marzo, la cual nos tranquilizó sobre tu situación:
los detalles que nos das son satisfactorios y te invito a que continúes, sin
imprudencias, mereciendo la estimación de tus profesores y la amistad de tus
nuevos compañeros. Me habría gustado, mi querido Boussingault, que hubieras
dado algunos detalles sobre los motivos que indujeron tu separación del señor
Benoist, hijo; si es por economía o por una mejor alimentación, tu antiguo amigo
habría podido seguirte a esta pensión. Te confieso que esta separación me ha
sorprendido tanto como al señor Benoist, pero de resto, eso es asunto tuyo;
cuéntame algo sobre este problema, en la carta en que me avises haber recibido
ésta. Yo te guardaré el secreto.
El joven primo Boussingault murió el 2 del presente; había leído tu carta con
mucho placer; recibí noticias de tu tío Luis, de Quebec, Canadá; parece que
demorará allí algún tiempo y que se encuentra bien.
Toda la familia bien y te desea salud y éxitos y te abraza lo mismo que yo.
Boussingault
547
Correspondencia 1818 - 1826
XI
Boussingault a su padre
Aprovecho de dos horas de descanso para contestar su carta del 5 del presente.
Habría contestado antes pero me encontraba en Saint-Bel cuando ella llegó.
Supe con tristeza la prematura muerte de mi joven primo, aun cuando desde hace
meses su salud no era muy buena.
Las noticias sobre mi tío me han traído sentimientos diferentes, como se lo podrán
imaginar, yo desearía que no se fuera tan lejos, pero confiemos en que regresará
con la misma salud que tenía antes de este viaje.
548
Estas fueron las sensaciones de esta travesía; sin embargo dejamos la parte
agradable para entrar a una montaña estéril en donde los únicos que podían
lamentar el cambio en este panorama, éramos los mineralogistas.
Al llegar a la mina por el camino de Besnay, saliendo de esos sitios áridos, uno se
encuentra de repente a la orilla de un río encantador, orlado a lado y lado por
magníficos álamos y el cambio repentino es verdaderamente espectacular. El
espíritu todavía entristecido por la impresión recibida en los terrenos estériles que
se acaban de atravesar, experimenta un sentimiento de alegría con las escenas
de vida y de movimiento que se pueden contemplar.
La vista del hermoso castillo que habitan los directores, las de los talleres y de las
casas que los rodean, las espesas columnas de humo que salen de las chimeneas
de la fundición y se elevan al aire, el ruido de las máquinas y de las formas, todo
esto unido a la agitación de los obreros, forma un contraste singular con el silencio
y el aspecto triste de la región que hemos dejado.
Esta última pregunta fue la que nos costó más trabajo. El cura de Saint-Bel nos
ayudó en lo que pudo y en lo que le permitían las conveniencias, en cuanto a la
moralidad de las gentes de ambos sexos.
Mi amigo se quedó 12 días más para observar las costumbres; yo regresé a Saint-
Etienne donde había sido llamado por el ingeniero Gueynivaud, profesor de
549
química, para que le ayudara a presentar las clases, cosa conveniente para mi
bolsillo.
Los abrazo, lo mismo que a toda la familia; mis recuerdos a Loubry y a Enault y a
todos mis amigos.
Boussingault
XII
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
Recibí tu carta del 6 del presente con el giro, del que me apresuro a acusar recibo;
si he olvidado esta formalidad para otras cosas recibidas anteriormente, ha sido
inadvertencia; si olvidé hablar sobre mí mismo en mi última carta, fue por el poco
espacio del papel; preferí llenarlo con la narración de un viaje que fue muy
satisfactorio para mí, puesto que nuestro informe sobre Saint-Bel y Chessy acaba
de ser laureado en el último examen, pero me siento feliz de que me hayas
reclamado ligeramente esta negligencia a propósito de mí mismo, pues me
demuestra que tu cariño prefiere las noticias de Lolo propiamente dicho, a las de
un aspirante a director de mina.
550
cenar. En cuanto a mi presentación todavía es pasable, aún suficiente, porque ya
no frecuento la sociedad, lo que no me preocupa. Es cierto que pasábamos tardes
agradables donde el sub-prefecto, lo mismo que donde el dueño de una fábrica
que ayudé a prosperar en Andrezieux, a las orillas del Loira. Todas estas gentes
encantadoras, aun cuando provincianas, pero ¡qué le vamos a hacer! la estación
cambió y la enorme levita no se transformó en un traje de etiqueta.
Algunos de los alumnos de primera división ya tienen ofertas para directores, sub-
directores o inspectores.
Boussingault
P.D. Por ahora creo que no debo cambiar mi manera de firmar, pues así está
registrada en la Dirección de Minas y teniendo la seguridad de que existirán
negocios con esta administración, podrían presentarse dificultades.
Te ruego informarme lo que la gente piensa de los misioneros en París, aquí son
el hazmerreír de las gentes sensatas; fui a oírlos predicar en Saint-Chamond; le
escribiré a Vaudet sobre estos vendedores de oraciones.
XIII
Boussingault padre a su hijo.
551
París, mayo 24 de 1819
En cuanto a los misioneros, aquí es al contrario y son los tontos los únicos que los
ridiculizan porque tienen la mala suerte de no comprenderlos.
Toda la familia está bien y desea que continúen tu buena salud y los progresos
que haces.
Boussingault
XIV
Cadet Boussingault a su hermano
Mi querido hermano:
Veo con placer que te gusta Saint-Etienne y en cuanto a mí te digo que quisiera
verte y me parece muy agradable que vengas a nuestra casa en vacaciones por
dos meses. Te contaré que Loubrie está prestando servicio militar y papá te
552
informará de su suerte. Mi querido hermano, es preferible no volver a hablar de
misioneros, porque papá no está muy contento y esto ocasiona disgustos con
mamá; cuando vengas de vacaciones encontrarás muchos cambios en la casa y
me gustaría que nos enviaras una muestra de tus dibujos ya que Benoist ha
enviado dos y esto alegraría mucho a papá y a mamá. Quisiera hablarte de un
gorro de algodón que quemaste; dentro de él había una carta y 15 francos que te
había enviado para tu cumpleaños; dudo que los 15 francos se hayan quemado y
no he sabido de ellos.
Te abraza tu hermano,
Cadet Boussingault
XV
Cadet Boussingault a su hermano
París, julio.
Mi querido hermano:
Estoy muy contento de saber que regresarás el mes entrante; pero noto que tratas
de prolongar tu ausencia con tus viajes y no tendrás mucho tiempo para quedarte
con nosotros; mamá no quiere enviarte la levita y el pantalón para que cuando
regreses te los hagas hacer a tu gusto y si no te has mandado confeccionar una
chaqueta de cacería con la levita de mi tío, hazlo porque está muy de moda en
París con una fila de botones; mamá me pidió decirte que no olvidaras comprar
botones para traerlos a París; te envío 20 francos; ella también quiere que
compres un pantalón liviano para el camino. Te pido el favor de traerme un
cortaplumas para mi cumpleaños y no olvides una muestra de tus dibujos.
Mamá y yo te deseamos buena salud y mi tía Duhamel quisiera que tuvieras
buenos sueños y que se los contaras.
Cuando hayas recibido los 20 francos pon una R en la carta que envíes a Papá;
esto querrá decir recibido.
Cadet Boussingault
553
XVI
Boussingault padre a su hijo
París, agosto 3 de 1819
Recibí oportunamente tu última carta y dentro de esta respuesta te envío un giro
de 70 francos y que aun cuando sea para el 22, creo que fácilmente pudieras
cobrarlo el 15 o el 16 por medio del encargado de la oficina.
Como temo que estés inquieto por el retraso, te cuento que a pesar mi buena
voluntad, me ha sido imposible enviarlo antes.
Desde el 23 de julio tu madre ha estado en cama debido a una enfermedad
nerviosa; tengo la satisfacción de contarte que ya está fuera de peligro y que
comienza a levantarse, lo cual nos reconforta. Debido a este accidente, Cadet dejó
su escuela durante un tiempo y se porta muy bien. Tus tías y tu hermana, quien
trabaja mucho, te abrazan, lo mismo que madre y yo.
Boussingault
XVII
Mi querido hermano:
Cadet Boussingault
554
XVIII
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
El año escolar acaba de terminar y salgo hoy mismo de Saint-Etienne; creí poder
partir antes, pero los exámenes generales fueron más largos de lo que se
pensaba.
Segundo año
Primer año
555
Tercer premioBourlyAlumno de la Loire
Después de la premiación fuimos a comer, los seis premiados, a casa del señor
Beaunier. Sobra decir que la comida fue admirable y se brindó por la prosperidad
de la escuela y la de todos sus alumnos.
En seguida fuimos a casa del padre de Remmel, director de una mina de los
alrededores; jugamos bolos, escondidas, etc. hasta por la noche; luego nos
sentamos a comentar los acontecimientos del día y nos retiramos.
Aquí está haciendo mucho calor y hay una gran sequía; la ruta que vamos a tomar
será pesada; de todas maneras, en 8 días estaremos en París.
Te abrazo de todo corazón lo mismo que a mamá, mis hermanos, tías, primos,
etc.,
Boussingault
XIX
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
Llegué a mi destino en muy buena salud; este fue un feliz viaje y te voy a dar
algunos detalles. Como tú sabes, salimos el 15 y llegamos a dormir a Melun; el 16
tomamos los coches en Montereau y nos llevaron a Roigny; el 17 fuimos a pie a
Auxerre donde desayunamos; allí, un coche nos llevó a Vermanton; el 19 pasamos
la noche en la Roche-en-Brenil; el 20 caminamos hasta Autun y salimos por la
mañana para llegar a Creuzot con el objeto de ver a nuestro camarada. Lo
encontramos vivo de milagro, porque según el accidente que acababa de ocurrir,
debíamos haberlo encontrado muerto y enterrado. En las minas se hablaba mucho
de este suceso cuyos detalles siguen: En Creuzot se baja por escaleras colocadas
verticalmente dentro de pequeños pozos; cada 40 o 50 pies se encuentra un
descanso para tomar una nueva escalera; así bajaban nuestro camarada
Fourneyron, el señor Chagot, hijo del propietario y director, finalmente un minero;
los dos últimos se hallaban ya en la última escalera que tiene cerca de 80 pies,
cuando Fourneyron que creía haber llegado al final, perdió el apoyo, cayó sobre
Chagot y éste sobre el minero y los tres descendieron una distancia de 80 pies en
3 segundos. El minero cayó al fondo del pozo sin conocimiento, Fourneyron se
detuvo a 4 pies del fondo porque su pierna se enredó en la escalera y habría
seguido a no ser que Chagot en su bajada quedó aprisionado por el cuerpo de
556
nuestro amigo y ambos se detuvieron. El hijo del propietario reunió fuerzas, subió
la escalera que había bajado tan rápidamente y pidió socorro a los mineros,
quienes los sacaron en vagonetas por el gran pozo de extracción, los auxiliaron y
al día siguiente todos tres estaban listos para volver a bajar. Cuando llegamos,
tuvimos el placer de acompañarlos por esas mismas escaleras, todavía
manchadas de sangre.
Fuimos muy bien recibidos en el Creuzot; el señor Chagot nos invitó a almorzar a
su casa, en donde todo fue servido en vajilla de cristal, puesto que es propietario
de la fábrica de Montcenis.
Boussingault
XX
3o. El accidente que me sucedió al sufrir un derrame del que estoy mejor, en
parte, todo esto exige un poco más de consideración de tu parte para con
nosotros; estoy convencido de que tú no puedes ser indiferente con quienes te
quieren y no dejarán de quererte. Así que tememos que algo malo te haya
sucedido. Para sacamos de este incómodo estado, escríbenos ya o por medio de
alguno de tus amigos para enviarme el boletín. A propósito, aprovecha para
557
informarme si llegó tu baúl que debías haber recibido el 2 de diciembre. Madame
Benoist tuvo la bondad de hacer algunas diligencias en ese sentido. Te ruego
encontrar adjunto un giro de 50 francos para diciembre y si te apuras podrás
cobrar el de noviembre dentro de 8 días.
Toda la familia está bien, tu mamá un poco mejor lo mismo que yo.
Boussingault
Recibirás el libro que pediste por medio de la diligencia de Lyon, lo mismo que un
pequeño paquete para el señor Benoist, cuyos padres se encuentran bien.
XXI
Boussingault a su padre
Querido papá:
Cualesquiera que fueran los accidentes que me pudieran ocurrir, si quedo con
salud, me río de ellos, querido papá, ni me sentiré infeliz, pues ya sé un oficio. Si
estando colocado perdiera el empleo, si tuviera reveses de comercio y no me
quedase sino mi fuerza como única fortuna, tampoco tendría importancia; me hago
minero.
558
futuro? Yo le aconsejo que estudie el primer libro de aritmética de Bezout; cuando
lo haya aprendido en dos meses, que vaya al Liceo Carlomagno como externo
para aprender las matemáticas y leerá tratados sobre el tema; al final de su
segundo año entrará a la escuela de alta industria que el rey acaba de crear; si
trabaja bien podrá obtener una beca de 1.000 francos anuales. Una vez haya
terminado lo traigo a las minas y me hago cargo de él, me podrá ayudar en la
posición que espero ocupar; sobre todo que aprenda bien la aritmética y dentro de
un mes me cuente en qué está.
Boussingault
Benoist acaba de entrar tan negro y lleno de aceite que no lo reconocí; les manda
saludes a sus padres a quienes yo también saludo; cuéntales que él trabaja
mucho y que sus profesores están muy contentos.
P.D. Escribiré a Vaudet tan pronto haya visto al director Baude; quisiera saber la
dirección de Loubry.
XXII
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
559
Perdona mi negligencia involuntaria al no haberte enviado los buenos deseos que
tengo para ustedes; infortunadamente dejé pasar enero, pero creo poder reparar
mis olvidos en febrero.
Tan pronto sea posible te enviaré una muestra de nuestros productos. Esperamos
noticias de Lyon y si los destiladeros y los hospitales lo adoptan, mis compañeros
se mostraron dispuestos a montar una fábrica que podría ofrecer buenas
utilidades, pero para ello sería necesario que yo la dirigiese; además, iría unida a
una fábrica metalúrgica que se ha propuesto establecer para el afinamiento del
hierro fundido y la fabricación de limas, al estilo alemán. Yo aceptaría la dirección,
pero con la condición de que por lo menos pudiese comprar una acción. En cuanto
a las limas si ese proyecto se lleva a cabo, se lo contaré a Vaudet a quien podría
interesarle para sus negocios. En cuanto a mi acción, tú me dirás si puede
prometer comprarla.
560
tengo que cambiar de alojamiento, ya no necesitaré tomarlo con muebles, así que
si te es fácil te ruego me envíes estos objetos.
Tu devoto hijo,
XXIII
La salud de mamá no es muy buena, pero la mía sí; tus hermanos y hermana
están bien lo mismo que tus tías.
En cuanto a los objetos que me pides, creo que sería mejor esperar un tanto antes
de comprarlos. Además la carta que espero de ti a principio del mes entrante, me
decidirá sobre el particular y te invito a enviarme algunos detalles sobre tu
situación en la escuela.
561
Te ruego de nuevo que no demores tanto en escribirnos y recibe un abrazo de tu
padre,
Boussingault
XXIV
Vaudet a Boussingault
Mi querido Boussingault:
Estaba esperando noticias tuyas y al fin las recibimos y con gusto veo que estás
bien de salud. Tenía la esperanza de tener alguna noticia sobre el barco de carbón
que te había pedido negociar para mí; me dices que el dueño (quien de acuerdo
contigo es más dificil que los negociantes de París) está ausente. Sin embargo
hace más de tres meses que regresaste a Saint-Etienne; ¿no habrá forma de
escribirle o de tratar el asunto con uno de sus empleados o con su esposa? Te
ruego no olvidar este asunto porque tengo mucho interés en él y desearía saber
cuánto vale una embarcación puesta en las minas de Charenton. Tan pronto
reciba esa noticia, te contestaría para que tú consigas, por cuenta mía, el mejor
carbón para forjas.
Vaudet.
XXV
Querido hijo:
562
Recibirás con ésta un giro de 60 francos pagadero el 5 de abril; yo esperaba tu
respuesta a mi última carta, para enviártelo, pero sabiendo tus necesidades pasé
por alto tus negligencias.
La carta que has escrito a Vaudet demuestra que supiste de mí, pero no
mencionaste las observaciones que te hacían, relacionadas con el tiempo que
transcurre para cobrar el giro, lo cual creo que te cause incomodidades o si has
encontrado algún medio para conseguir el dinero inmediatamente y sin ninguna
pérdida. También quiero saber cuál es tu forma de vivir y en dónde estás alojado.
Si continúas progresando, ¿qué perspectiva habrá al final de los cursos? Estas
son algunas de las cosas que quisiera saber porque confío en que harás un
esfuerzo para satisfacerme al respecto, ya que siempre he pensado que las cartas
merecen una respuesta; también en esta forma, me dejarás complacido y se
terminarán mis inquietudes.
Tu mamá, aun cuando mejor, sigue delicada. A Cadet le cuesta trabajo estudiar,
ha regresado a las calificaciones de "pasable" y no progresa en absoluto, cosa
que me inquieta.
Desde el asesinato del duque de Berry, nuestro negocio va muy mal. Cierro a las
10, como todos mis vecinos. La señora Charles quiere vender su almacén y temo
que una parte de lo que me debía su esposo, se va a perder.
Luther hace rato que no tiene nada que hacer; la señora Duhamel se queja,
Vaudet va regular, ahí tienes el resultado de este crimen funesto.
Boussingault
XXVI
Boussingault a su padre
Ahora estoy bien, lo cual no era así hace unos días y me impedía contestarte;
durante algunas noches tuve fiebre, por las mañanas me sentía mejor y durante el
día no me molestaba sino un catarro espantoso que era la causa de todos mis
males. Felizmente volvió el buen tiempo que logró mejorarme, lo que las
medicinas no habían hecho. Olvidemos las enfermedades, ya que me siento bien.
Te habría escrito a propósito del dinero, pero no tuve fuerzas, pues todo me
aburría.
563
Con mucha tristeza me enteré de la baja del comercio en París; infortunadamente
Saint-Etienne no se libró de esta desgracia. Las Cámaras fueron las culpables; la
libertad individual indigna a todo el mundo y se espera con ansiedad la supresión
de la libertad de prensa...
Otro minero que salía corriendo cuando el agua comenzó a subir, tuvo el valor de
regresar para salvar a algunos de sus camaradas que ya no tenían fuerzas. Los
otros 10 mineros murieron irremediablemente, pues conocemos la disposición de
los socavones; la mayor parte de estos infelices son padres de familia y hay un
joven minero de 17 años que era el sostén de su padre lisiado.
Tan pronto se supo del accidente, todos corrimos para ofrecer nuestros servicios,
pero fue inútil pues no pudimos entrar a los socavones; al día siguiente
regresamos y ya el agua había desaparecido; allí encontramos el cuerpo de
Chavanne maestro minero; había muerto a dos pasos de la salida, lo que nos
causó fuerte impresión, aumentada por la luz pálida de la lámpara y la vista del
subterráneo. Chavanne había bajado con varios de nosotros hacía algunos días y
su hermano también murió. Regresamos a Saint-Etienne con mucho dolor por no
haber podido auxiliar a nadie; volvimos a la mina al día siguiente y encontramos el
cuerpo de otro de los mineros. Se está trabajando en el desagüe con la esperanza
de encontrar gente con vida, pero los mineros que conocen bien su lugar de
trabajo aseguran que todos deben haber muerto.
564
El curso de química comienza y el ingeniero jefe que vino de París para dirigirlo,
me ha rogado que lo prepare. No tengo mucho tiempo para ello, pero no me atreví
a rehusar.
Boussingault
XXVII
Vaudet a Boussingaul
Mi querido Boussingault:
Hablemos ahora de algo distinto: estamos todos bien y a ese respecto no hay
novedad, pero tengo varias solicitudes para hacerte.
¿Cómo vas allá? ¿Qué haces? ¿Qué esperanzas tienes? ¿La fábrica de aceros y
de limas entregará pronto sus productos al comercio? Las fábricas de esta buena
ciudad de París suspiran por tener buenas limas; yo, como francés, quisiera no
necesitar comprar a las fábricas alemanas e inglesas. Líbrennos ustedes, señores,
de esta clase de impuesto y no permitan que salga más nuestro dinero por esa
vía. Tenemos en París a un excelente fabricante, pero solamente hace limas para
relojería; valen menos que las inglesas y también tenemos la manufactura de
Saint-Brix que las produce de toda clase y muy buenas, pero solamente en la
superficie son de verdadero acero y el carbono no llega al centro, de manera que
se podría comparar con hierro templado y eso está mal.
565
Cuéntanos de tu amigo Benoist; sabes que su madre le ha escrito a nuestro
prefecto del Sena (me explicó de cuál de ellos, puesto que tenemos dos prefectos)
para saber si tú y su hijo serían dispensados del servicio militar y él tuvo la
amabilidad de contestarle que aun cuando ambos están obligados a prestarlo,
serían exentos.
Vaudet
P.D. Hubiera deseado poder esperar un depósito de limas. Con gusto me volvería
accionista con esta condición.
XXVIII
Querido hijo:
Recibirás con ésta un giro pagadero el 2 de mayo. Te lo habría hecho llegar antes,
pero temí que te sucediera el mismo accidente que con las cartas del señor
Guillemin, lo que no nos convendría a ninguno de los dos; trata de ser más
prudente en el futuro y si puedes cobrar antes del vencimiento, dímelo en
respuesta que darás a la presente, para poder informar a la tesorería.
Recibí tu carta el 27 del mes pasado y te invito a continuar con entusiasmo y valor
tu instrucción, tomando las precauciones necesarias para evitar las desgracias
que han sufrido estos infortunados mineros, tal vez víctimas de la imprudencia de
sus jefes.
Todo está muy tranquilo por aquí: el comercio renace y la construcción va muy
bien; Vaudet hace buenos negocios, los malhechores se han escondido y todo va
a la perfección en París. Cadet fue recibido al fin en la escuela; recibirá su Primera
Comunión el 4 de mayo, en Notre Dame y confío en que las gracias que reciba le
traigan más aplicación pues va muy lentamente y nada le entra en su pobre
cabeza.
566
Tus hermanos, tías y el resto de la familia se encuentran bien, así como yo que te
abrazo cariñosamente.
Tu padre,
Boussingault
XXIX
Boussingault a su hijo
Me habría gustado saber cómo lo recibiste, si se vieron varias veces, etc. Habrías
podido darme algunos detalles a este respecto.
567
Me desagrada que las circunstancias nos priven de verte, pero tenemos que
conformarnos y mi tristeza disminuye al saber que te comportas como un hombre
honrado y que continúas aprendiendo lo que es necesario para ser feliz.
Cadet, cuyo profesor está muy contento con él, lo mismo que yo, te reemplazará
en la pila del bautismo; tu madre está mejor y el médico ordena un baño diario.
Toda la familia está bien y te abraza, lo mismo que yo. Tu amante padre,
Boussingault
XXX
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
Creo poder aceptar el padrinazgo, si eso les causa placer, inclusive podría estar
en París en julio, porque ahora, de acuerdo con una decisión del consejo
administrativo, ya no pertenezco al alumnado. Ya no estoy sometido a la disciplina
y dependo únicamente del señor ingeniero jefe De Rosiere, profesor de
metalurgia; esta resolución del consejo está a la espera de la ratificación del señor
Becquey y fue tomada porque mis obligaciones en el laboratorio eran
incompatibles con las de alumno y era imposible que yo pudiera rivalizar con los
que recibían mis instrucciones. En consecuencia el consejo decidió que del 20 de
abril en adelante, sería considerado "alumno graduado" y que estaría
especialmente dedicado al laboratorio, para preparar las clases y dirigir los
discípulos en los experimentos. Esto me ha dado un gran gusto, como podrás
imaginarte, porque he terminado mis estudios de minería, es decir, que ya sé
suficientes matemáticas, que estoy en condiciones de levantar planos sobre el
terreno y en las minas, que los conocimientos que tengo en mineralogía están más
allá de los exigidos y que puedo dedicarme durante 3 meses a la química
únicamente y es una posición que muchos jóvenes envidiarían; además, siento
que soy útil a un establecimiento con el que indudablemente tengo obligaciones.
Dentro de muy poco termina el año lectivo y tendré que estar colaborando en
alguna parte, aun cuando no sé en dónde. Si me atengo a mi presentimiento y de
acuerdo con lo que me ha dicho el señor Beaunier, estaré en Grenoble en una
568
fábrica de sulfato de alúmina, de sulfatos hidratados y de ácido sulfúrico; allí me
encontraría a la orden del director, un ingeniero de minas. El señor Beaunier,
cuando se habla de esto, termina siempre por decirme que le gustaría mucho que
me quedara en Saint-Etienne. En seguida viene el señor De Roziere, quien quiere
meterme en la fabricación de limas de todas formas, pero como esto sería un
negocio que tomaría mucho tiempo antes de estar listo, y que es necesario que yo
te descargue de obligaciones para conmigo, rechazo la proposición.
Luego viene otro profesor, el señor Thibaud, joven ingeniero de minas quien ha
sido mi compañero de laboratorio durante todo el invierno y que acaba de ser
despedido por el todopoderoso ingeniero jefe, señor De Roziere, con quien anda
muy mal debido a asuntos de trabajo; yo lo reemplazaré en sus funciones hasta
que me vaya y entre otras cosas, esa es la causa de que yo ya no sea alumno. El
señor Thibaud quien es de Grenoble, me insiste mucho en que yo vaya allá para
que no nos perdamos de vista y que podamos algún día llevar a cabo todos
nuestros proyectos que tenemos sobre los experimentos que hicimos en el curso
del invierno pasado y creo que seguiré su consejo, de manera que el 15 de julio
tendré el placer de darte un abrazo personalmente y después de las vacaciones
me radicaré al pie de los Alpes.
Debes imaginarte cómo trabajo en química: todos los días me levanto a las 4,
subo al monte a tomar leche con uno de mis mejores amigos, Besqueut, de Cluzel;
llego al laboratorio a las 6 o 7 en donde me quedo hasta mediodía y luego
almuerzo; nos reunimos varios para cantar un rato y luego paso una hora en la
mina del señor Tivet y después regreso al laboratorio hasta la noche.
Envío a tu dirección una carta para el señor Guillemin, puesto que perdí mi cartera
con su carta y todos mis papeles, y aun cuando en esa había cosas que podrían
hacerme víctima de arbitrariedades, estoy tranquilo porque te cuento cómo la
perdí.
Al bajar al pozo del señor Tivet, acompañado del joven Besqueut, fuimos
violentamente sacudidos por la máquina que bajaba a gran velocidad; temí por mi
compañero y al agarrarlo solté mi cartera con algunos papeles y el plano de la
mina; afortunadamente pude recuperar mi sombrero que nadaba en el fondo.
Espero que mi hermana continúe bien de salud y te ruego dar un abrazo a mamá y
a toda la familia. Te abrazo y sigo como tu hijo amantísimo,
Boussingault
569
XXXI
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
Mi primo vino a verme justamente el día que mi horno estaba prendido y pasó
algunos momentos conmigo en el laboratorio al tiempo con un armero de la región
y con el señor Beaunier que había venido a verme trabajar. El calor del horno era
extraordinario y de acuerdo con el señor Beaunier, superior al que él obtiene en su
fábrica de acero fundido. Después de 3 horas de fuego, dejé apagar el horno,
cerré todas las llaves de la chimenea y me retiré. Al día siguiente, impaciente por
conocer el resultado de mi experimento, me dirigí a las 5 de la mañana al
laboratorio y encontré un profesor quien me dijo haber olido humo toda la noche.
Entramos en el salón de clases y apenas abrimos la puerta vimos una llama en
medio del humo que llenaba el local. Llamé inmediatamente al portero, reuní a los
alumnos y en dos horas dominamos el fuego y la compañía de seguros pagó los
daños.
El incendio fue causado por el hecho de que la chimenea no había sido hecha
para un horno de fusión y una viga que soportaba el tablado del primer piso se
prendió por la noche; felizmente la puerta del salón de clases estaba cerrada y
mejor aún, yo había tenido el cuidado de cerrar el horno antes de irme, sin lo cual
es seguro que la Escuela de Mineros ya no existiría.
Tan pronto apagamos el fuego fui a buscar mis crisoles y tuve la satisfacción de
ver el platino fundido; en otro crisol encontré el platino combinado con carbón,
formando una amalgama semejante a una amalgama de hierro fundido. En vista
de ese resultado, cementé dos piezas de platino como si fuera hierro y así obtuve
acero de platino.
570
venturoso? En otros tiempos yo permanecía al lado de ustedes, ahora comienzo a
entrar en el mundo, puedo decir, inclusive, que frecuento la buena sociedad. ¿Es
venturoso? Creo que no. Para presentarse allí se necesita estar convenientemente
vestido; a donde el señor Tivet voy de gris; ayer por la noche comí donde él y así
fui vestido, pero cuando la señora no está en Lyon, uno no se presenta de gris;
además a otras casas a donde voy llevado por mis compañeros, debo
presentarme decorosamente. Los negociantes de Saint-Etienne son ricos y
provincianos, por consiguiente les llama la atención la etiqueta; todo esto quiere
decir que necesito un pantalón y un saco de tela, ya no tengo botas, etc., etc.: Si
crees que no es posible enviarme con qué completar mi vestimenta, me instalaré
en el laboratorio y no volveré a salir; puede que esto no sea para mal, sin embargo
es muy agradable pasar un domingo en el campo.
Con frecuencia voy donde un armero que tiene muchos negocios con Fouché-
Séguimard y me deben algunos favores puesto que rectifiqué el plano de una finca
que acaban de vender y encontré que les iban a hacer un daño de 1.000 francos y
ya te imaginarás lo que se debe a quien ha hecho ganar esa suma.
19 de mayo. Creo que me será imposible ir a París como lo pensé ayer para llevar
a tu nieto a la pila bautismal. El señor Beaunier me va a enviar dentro de un mes o
mes y medio a las Acerías del Rives (departamento del Isère), donde asistiré
como alumno para observar el tratamiento del acero que se deteriora día a día.
Solamente iré a examinar; es un puesto que me gusta mucho y que completará los
conocimientos que tengo en metalurgia. Rives es el sitio que contiene las más
bellas acerías y a 10 leguas de allí se construyen los altos hornos; debo
considerarme feliz de poder asistir a estas construcciones; allí seré hospedado y
me pagarán de 75 a 80 francos mensuales. Prefiero esto a la posición de
Grenoble porque aprenderé cosas nuevas y que al ser alumno, recibiré un sueldo
que puede ser suficiente si logro hacer algo en favor de ellos o si solamente
muestro mi interés.
Un abrazo a mamá, mis hermanos y a Vaudet y demás familia. Gran abrazo para ti
de tu devoto hijo.
Boussingault
XXXII
De Boussingault a su padre
571
Querido papá:
Si no voy al departamento del Bajo Rin iré a Grenoble o más bien me quedaré en
Saint-Etienne, bien como agregado a la escuela o bien en una empresa de la cual
me ha hablado el señor Beaunier.
Boussingault
XXXIII
572
París, 19 de junio de 1820
Mi querido hermano:
Cuando regreses a París encontrarás tus minerales tal como los dejaste a tu
partida. Mi costumbre es la de enviarte algo, pero mi bolsa está baja, puesto que
he gastado para el cumpleaños de mi hermana y se aproxima el de mi padrino,
pero me quedan 10 francos que viajarán a Saint-Etienne como te imaginarás.
Cadet Boussingault
XXXIV
Mi querido hijo:
Ya que tu bienestar exige que nos privemos de verte este año, nos resignamos
con la esperanza de que continúes instruyéndote y portándote correctamente.
573
dejado de estudiar algunas cosas importantes, por negligencia? ¡Querido amigo,
no hay que hacer castillos en el aire! Al releer tus cartas me he dado cuenta que
varías mucho de intereses: primero escribes sobre vinagre, después sobre
azúcar... y esto me desconsuela. Hoy estoy más contento puesto que te vas a
dedicar a las forjas y que vas a adquirir conocimientos que te hacen falta en ese
campo.
Me parece que dos años son suficientes para instruirse. Confío que en tu curso del
primer año me indiques positivamente tu salida de Saint-Etienne, las notas que
tendrás como alumno y si ellas serán aceptables.
Ves, amigo mío, el triste ejemplo para quien se aparta de sus deberes estos
jóvenes aturdidos trajeron, sin preverlo, el duelo en el corazón de sus padres.
Confío en que no tenga nada que temer de tu parte, por ese aspecto. Respeta tu
opinión, pero no te mezcles en nada.
Como comprenderás, los señores Guillemin no tenían nada que ver en este
asunto y pasaron con nosotros los días de peligro.
Deseo que el señor Popule sea bien recibido en Saint-Etienne, pero las gentes del
lado izquierdo de París son unos. Además son los derrotados del 9 de junio y ya
no se habla ni de izquierda, ni de derecha y se consideran como cobardes a los
que abandonan la Cámara en el momento del presupuesto.
Los vestidos irán en la diligencia del 24, así que los recibirás el 1 de julio en tu
escuela. Cadet está restablecido y yo estoy muy contento con él. Te enviará una
carta con la encomienda y recibirás el giro para el 9 de julio.
Boussingault
574
XXXV
Querido hijo:
Hace tiempo deseaba charlar contigo y aprovecho que tengo un momento para
hacerlo. Esperé que hubieras podido venir para tener al niño de tu hermana sobre
la pila de bautismo y tu negativa los incomodó mucho; cuéntanos cuándo podrás
venir; créeme que tendría un gran placer si lo haces, especialmente en este
momento, puesto que no ignoras lo que sucedió con varios jóvenes. Confío,
querido amigo, que nunca tendré que hacerte un reproche de esta clase; piensa
que un solo error de juventud con frecuencia influye en el resto de la vida; nunca
te ocupes de asuntos políticos, permanece en tu laboratorio y goza de los placeres
de tu edad; trata de merecer la estimación de tus jefes y de todas las personas
honorables y respeta sus opiniones. Conoces a tu padre y él no te perdonaría si
supiera de algo que tú hicieras contra sus principios y lo harías desgraciado en su
vejez.
He aquí, hijo mío, lo que yo quería decirte y espero que te des cuenta del temor
que siente una madre por un hijo que ama.
Ahora hablemos de otras cosas: te envío tres pantalones, dos chalecos, dos
camisas, dos corbatas y cuatro pares de medias. Ten cuidado con tu dinero y tu
salud. Creo que tus comidas cuestan más que aquí en casa, pues sin duda
ustedes juegan y no se gana siempre. Adiós, querido Lolo, contéstame a vuelta de
correo, dirige tu carta a donde la tía Colombe, quien te abraza lo mismo que toda
la familia y termino abrazándote de todo corazón.
F. Boussingault
XXXVI
Boussingault padre a su hijo
575
Querido hijo:
Como no conozco la ruta que hayas escogido, no puedo aconsejarte nada; ojalá
sea la menos peligrosa.
Tu última carta me dio mucho gusto y veo que el señor Beaunier continúa con sus
bondades y sus cuidados para contigo; trata de merecerlos. Tendré el honor de
escribirle para agradecerle sus atenciones.
Tu hermana dio a luz el 1º de este mes a una niña quien en este momento está
muy bien; la mamá no está muy bien tampoco y la pequeña bautizada con el
nombre de Josefina Isabel; tu madre y Cadet la tuvieron sobre la fuente bautismal.
Estoy bastante satisfecho de la conducta de tu hermano, como también lo está su
institutor.
Vaudet sigue dedicado a sus trabajos. Tu mamá, algo delicada de salud; el resto
de la familia se encuentra bien, lo mismo que yo, tu devoto padre que te abraza.
Boussingault
XXXVII
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
En este instante recibo tu carta del 21; estoy esperando todavía la respuesta de la
compañía de Lobsann, retrasada, sin duda, debido a las deliberaciones de la
sociedad; este retraso es muy desagradable para mí porque de no estar a su
espera, ya habría aceptado la otra propuesta del señor Beaunier y que todos los
profesores me aconsejan aceptar. Yo prefiero ir a Lobsann y es probable que así
sea y espero en Saint-Etienne la ansiada carta; si tu quieres que la espere en
París, envíame en una semana el dinero para hacer el viaje; 50 a 60 francos serán
suficientes; además necesitaré 8 días para terminar mi trabajo sobre el platino, el
cual me ha llevado a hacer experimentos sobre el acero; este trabajo ha sido muy
difícil, me ha demandado una cantidad infinita de experimentos, me ha hecho
576
prenderle fuego al laboratorio, dislocarme la muñeca y pasar noches en blanco
leyendo todo lo que ha sido hecho a este propósito. Creo que si he llegado a
descubrir algo nuevo, lo he pagado bien, pero era necesario para negar lo que
Lavoisier y tantos otros químicos han establecido sobre la transformación del
hierro en acero. Sin embargo, expongo mi opinión con la reserva que conviene a
un joven que puede equivocarse. Todos mis profesores participan de mi opinión
sobre el acero y el señor De Roziere, profesor de metalurgia, tiene tanta fe en lo
que yo sospecho, que acaba de empezar el análisis de una cantidad considerable
de aceros de Alemania, Inglaterra, Francia etc. persuadido de encontrar lo que yo
hallé en los aceros fabricados por el señor Beaunier.
Boussingault
XXXVIII
Al contestar tu carta del mes pasado, mi querido hijo, veo que tu situación futura
es más bien inquietante. La demora de esta compañía en decidirse puede provenir
de las circulares del señor Becque, director general de Puentes y Calzadas. La
relacionada con los alumnos externos de la Escuela de Minas de París ofrece
personal para directores de minas o de fábricas y la de escuelas como la tuya,
ofrece jefes de talleres o mineros. Tú deberías haber escrito a la compañía ante la
incertidumbre de no haber sido aceptado, diciéndoles que necesitabas definirte.
Así que no puedo, querido amigo, darte un consejo en estas circunstancias; no
ignoras el placer que la familia, lo mismo que yo, tendríamos al verte si esto no
perjudica tus intereses, pero no creo que haya mucho pedido de mineros en París;
además, si la compañía se decide por alguna otra persona, ¿sería necesario que
regresaras a Saint-Etienne para encontrar otro empleo? En vista de esto, tú debes
pensar y tomar lo seguro, en vez de lo incierto.
Parece que ya no hay nada qué hacer en cuanto a la oferta de Grenoble; ¿no
consideras buena la del señor Beaunier y que tus profesores te aconsejan? De
acuerdo con lo que me has contado varias veces, me parece que las amabilidades
que han tenido contigo estos señores, prueban que ellos desean lo mejor para ti.
Además, amigo mío, cuenta con la seguridad de que siempre encontrarás un lugar
en mi casa.
577
Adjunto a ésta recibirás un giro para mejorar tu ánimo. En caso de ausencia del
señor Vignon, jefe de la oficina de pagos se me ha asegurado que en vista de que
la suma que te envío es módica, el cajero te pagará.
Confío en que dentro de poco reciba alguna carta tuya o tu visita para discutir
contigo tu futuro. No olvides enviarme alguna noticia sobre el señor Jules, pues he
reservado una suma para llevarlo a comer al campo con el señor y la señora
Benoist, el día que resulte tu empleo.
Boussingault
XXXIX
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
Así que mañana me voy a las minas du Parc, cuyo dueño es un rico inglés. El
señor Cavane, ingeniero jefe de puentes y a quien no conozco, tuvo la bondad de
darme una carta en la cual me recomienda vivamente el señor Taylor. No sé a qué
atribuir la forma excesivamente honrosa como me recibió, tal vez se deba a los
martillos y picas de los botones de mi uniforme.
578
De Saint-Etienne salimos 5 condiscípulos para ir a Lyon y era curioso vernos a
todos en uniforme sin bordados, con un sombrero redondo, el morral a la espalda
y un martillo sobre el pecho y lo más curioso es que el más pequeño de nosotros
mide 5 y medio pies. Antes de salir el señor Gallois, ingeniero jefe, me dio una
carta de recomendación para el señor Pecht, químico distinguido y primer
farmaceuta de Estrasburgo y otra para el señor Joly, ingeniero de minas de esa
ciudad.
El señor Lelu, alumno minero quien sale para inspeccionar los trabajos de Létry
(Calvados) uno de mis mejores amigos, irá de paso a nuestra casa; es un joven de
magnífico corazón con quien tengo algunas obligaciones y estoy seguro de que lo
recibirás como se debe.
Tu devoto hijo,
Boussingault
XL
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
Cuando salí de Lyon para ir a las minas del Parc, creí estar muy cerca de ellas,
pero me equivoqué; están situadas en el extremo del departamento del Ain, es
decir en el extremo de Francia.
579
Remontando el Ródano a una legua adelante del Parc, yo vi su desaparición bajo
tierra, cosa que no vale la pena y de la cual se habla mucho. Tenía muchos
deseos de ir a Ginebra ya que dista 3 o 4 leguas de aquí, pero tuve miedo de
encontrar a los soldados suizos.
Después de haber pasado algunos días en las minas del Parc en donde fui muy
bien tratado (bebía vino de Hermitage con todas mis comidas), me dirigí al
departamento del Isère y regresé a Saint-Etienne como si fuera a mi casa; allí
permanecí varios días.
Ahora ya hace algún tiempo que me encuentro en Auvernia, en donde estoy muy
contento; me acompaña un ingeniero de minas, profesor de la escuela.
Visitamos todos los volcanes, parece que estuvieran vivos todavía; en este
momento estoy todavía estropeado por haberme subido ayer hasta la cima del
Puy de Dome; hoy voy a abrazar el Puy de la Roche llorando y, despedirme para
siempre.
Espero salir mañana para París; recibí el adelanto de viaje que me da la compañía
y su autorización para viajar al departamento de Aisne.
Boussingault
XLI
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
Llegué aquí el 18 por la noche; el motivo de este retardo fue que nos volcamos
después de Chateau-Thierry por la rotura de una rueda; fuera de eso mi viaje fue
muy bueno.
580
Tan pronto llegué a Estrasburgo vi al señor Dournay, quien me recibió con la más
franca y viva amistad. Paso mis días conociendo toda la familia y me encuentro
sorprendido de oír un idioma que no comprendo.
No quieren dejarme ir a las minas hasta tanto hayan pasado las fiestas de
Navidad. Las minas de Lobsann se encuentran a 9 leguas de Estrasburgo, Rin
abajo, y a una distancia bastante grande del pueblo.
Como ahora estoy muy cansado no te contaré nada más; abraza a mamá y a mis
hermanos y a toda la familia por mi cuenta.
Tu hijo,
Boussingault
P.D. Mis recuerdos para el señor Guillemin y he aquí mi dirección: "Al señor
Dournay, calle de la Chame, Estrasburgo. Para entregar al señor Boussingault".
XLII
581
los experimentos con la leche del "árbol de la vaca". El señor Humboldt ruega al
señor Boussingault colocar estos volúmenes entre sus libros para leer a bordo;
infortunadamente no puede ofrecerle la obra completa por fallas del editor. Si el
señor Boussingault no sale para Londres mañana domingo, le recuerda su amable
promesa de venir a comer con el señor Humboldt mañana entre las 5 y las 6. Si
sale para Londres le dará el placer al señor Humboldt de pasar por su casa
durante algunos minutos, ya sea hoy entre las 3 y las 5 o mañana por la mañana,
entre las 9 y las 10.
Humboldt
XLIII
Estoy muy satisfecho de la recepción que te hizo el señor Dournay como estoy
persuadido de que harás todo lo que de ti dependa para seguir mereciendo la
estimación que te muestran, esto disminuye la tristeza que me causa tu ausencia.
Te incluyo unas notas del señor Guillemin y de la señora Benoist. Toda la familia
está bien y te abraza de corazón tu padre,
Boussingault
582
XLIV
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
Nuestras minas penetran dentro del bosque de manera que puedo decir que vivo
en un bosque. Hay que ver los alrededores de mi vivienda para darse cuenta de
que es uno de los sitios más bellos de Alsacia.
Los trabajos de las minas de Lobsann son diferentes de lo que pensaba porque
son inmensos y las galerías muy bellas; me costó trabajo levantar el plano general
que comprendía 34 años de trabajos.
Según me decían los parisienses, aquí debería tomar mucha cerveza pero hasta
ahora no la he probado. Tomo un excelente vino blanco del país y el aguardiente
(kirsh-wasser) y fumo un tabaco que no es malo que cuesta 80 céntimos la libra.
En este momento mis ocupaciones son múltiples porque tengo que ver con
carpinteros, cerrajeros, el ministerio de marina y los bandidos, sí, los bandidos;
esto no tiene nada de extraordinario cuando se sabe que vivo en un bosque;
además cuando se goza de sus ventajas, se debe también soportar los
inconvenientes; sin embargo hablando francamente la situación no es agradable.
He aquí los hechos: mi comisionado venía de Soultz a donde había ido a buscar el
correo llegado de Estrasburgo y ya cayendo la tarde fue detenido, a un cuarto de
legua de Lobsann, por dos hombres que lo esculcaron; afortunadamente esa tarde
no tenía sino 2 cartas y un pan (el día anterior traía 600 francos), así que lo
dejaron pasar intacto y lo único que sufrió el pobre diablo fue un buen susto; de
todas maneras esto me inquietó y esa misma tarde declaré la mina en estado de
sitio y dormimos perfectamente tranquilos. Esa noche, siguiendo una costumbre
583
que ya no abandonaré, coloqué dos pares de pistolas sobre mi mesa de noche.
Me desperté en medio de la noche porque repentinamente se abrió la ventana,
cosa que me sorprendió, pero tuve calma para coger mis armas, salté de la cama
y no vi nada sino que el viento me había jugado es chanza pesada; no habría sido
raro que fuesen ladrones porque supe esta mañana que la gendarmería acaba de
arrestar a 9 de ellos. Son gitanos mezclados con desertores. Se busca el resto de
la banda que parece ser considerable.
Aun cuando en el centro de un bosque no tengo nada que temer, puesto que sería
suficiente una voz de alerta para ver salir mi ejército subterráneo que a golpe de
pico y de masa, destruiría rápidamente toda la gitanería.
Termino, querido papá, con un fuerte abrazo para ti, mamá, mi hermana y toda la
familia.
Boussingault
2a. P.D. Es una cosa terrible esos atentados que se renuevan. Dile a mi sobrinita
que no fui yo el que prendió el petardo y aprovecha para abrazarla; aquí estamos
indignados de esos horrores.
584
He aquí mi dirección: "Boussingault, director de las Minas de Lobsann, cerca a
Soultz-sous-Forèst, departamento del Bajo Rin".
XLV
Boussingault a su hijo
Tu última carta que recibí el 15 pasado con noticias sobre tu posición y tu clase de
trabajo nos ha causado, tanto a mí como al resto de la familia, un gran placer. Me
enorgullezco de que tu conducta nunca será causa de problemas en una situación
tan agradable, al portarte como lo has hecho hasta ahora y no dudo de tu
completo éxito.
Los detalles que me das sobre tu forma de vivir me indican que debe ser costosa a
pesar de que tus entradas sean buenas porque una cocinera y un sirviente no
trabajan gratuitamente, pero por ese lado estoy tranquilo pues conozco tu
economía y me siento seguro de que pondrás siempre equilibrio en tus gastos
para no gastar más de lo que recibes.
Parece que si estás contento por un lado, los bandidos los inquietan por el otro; sé
que no se puede tomar a la ligera lo que hacen estas gentes necesario tomar
precauciones, no salir solo durante la noche y siempre estar armado y
acompañado. Te confieso que me inquietó esa parte de la carta.
Te había contado que iba a vender mi negocio, pero no ha sido posible habrá que
esperar una mejor oportunidad.
El señor Beaunier estuvo en París hace unos días y siguió para Inglaterra de
donde regresará el 15 de abril. El señor Benoist fue a verlo para pedirle un
certificado de la escuela que la municipalidad le pide para su hijo, debido a su
servicio militar; es necesario que la escuela certifique que se han hecho dos años
585
de estudios y que allí mismo les consiguieron empleo. Vamos a ver el resultado de
esta diligencia porque el próximo me tocará hacerla a mí.
Termino con un abrazo de todo corazón lo mismo que el que te envía la familia,
que está muy bien. Tu devoto padre.
Boussingault
XLVI
Mi querido amigo:
En este momento me hacen una propuesta, que a primera vista es atractiva, pero
merece reflexión. El director general me propone una misión en Egipto, de
acuerdo con la solicitud que le ha hecho el virrey de ese país, para reclutar 2
franceses instruidos, uno en mineralogía y otro en la fundición de metales, por un
término de 2 a 3 años. Este príncipe les promete un futuro halagüeño, por el
tiempo que dure el contrato. Un agente egipcio en París tiene autorización para
tratar sobre las condiciones y se compromete a pagar todos los gastos de viaje.
Adiós, su amigo,
Thibaud
586
P.D. No hable de este asunto hasta que haya terminado.
XLVII
Mi querido Boussingault:
Los gastos de viaje, ida y regreso, a cargo del gobierno egipcio. Pido además,
permanecer algún tiempo en París para conseguir las informaciones, libros y
materiales que considere útiles al éxito de la misión.
Si todas las condiciones que propongo son aceptadas, seríamos 4, a saber: uno
de mis amigos íntimos, alumno de la Escuela Politécnica, muy versado en asuntos
mecánicos y de construcción, quien estaría a cargo de la disposición y
construcción de plantas, maquinarias, etc.; otro joven familiarizado con las
explotaciones, buen geómetra, muy hábil para levantar planos y muy apropiado
para manejar a los obreros y sus trabajos; en cuanto a usted querido amigo, su
parte sería la de los ensayos químicos, de lo cual también yo me encargaría y creo
que Egipto nos ofrecerá una gran cantidad de oportunidades útiles para poner en
práctica nuestros conocimientos, aprovechando tanto los productos naturales que
ofrece en su superficie, como los que encierra en su seno, todo lo cual considero
como el objetivo más importante de nuestra misión.
587
Así reunidos los cuatro en posesión de los diversos conocimientos útiles para
nuestro objetivo y entendiéndonos bien, es fácil que lleguemos a algo satisfactorio.
En esto ando: ya estoy seguro de los otros dos compañeros y creo poder contar
con usted. Espero impaciente que me dé su confirmación al respecto.
Thibaud
XLVIII
De Boussingault a su padre
Mi querido papá:
588
bien. No hay que creer querido papá, que yo paso estrecheces por economizar, al
contrario, me podrían reprochar de no ser lo suficientemente económico porque
siempre tengo tres platos diferentes en cada comida como por ejemplo ayer, a la
hora de comer (las 4) me serví carne de res, asado de cordero y repollo con cerdo;
hoy reemplazaré el cordero y repollo por ternera y fideos; todos los días como un
cocido alemán y dentro de lo posible el repollo que me encanta, bebo vino blanco
y tengo el proyecto de hacer traer cerveza de Estrasburgo.
Cuando llegué había una vieja sirvienta que tuve que despedir porque como era
católica-romana iba con gran frecuencia a confesarse o a misa, de suerte que el
servicio de mi cocina fallaba mucho. Ahora tengo una joven protestante; es la
única manera de tener sirvientas fieles.
Como es muy probable que me radique aquí, me gustaría que mamá viniera a vivir
conmigo; sería maravilloso para su salud porque el bosque es tan bello que no les
puedo dar una idea; los pájaros hacen sus nidos hasta en los talleres. Además
mamá me sería muy útil para traducir mis órdenes y estaría cerca de Wetzlar, ya
que de Wissembourg no hay sino 48 leguas. Termino con un gran abrazo de todo
corazón para ti, mamá, mi hermana y toda la familia; te ruego decirle a mamá que
como cuando tu me escribes siempre dejas una gran cantidad en blanco, ella
podría acabar de llenarlo y si lo hiciera en alemán escrito claramente, me
encantaría.
Boussingault
XLIX
Mi querido hijo:
Tu carta sin fecha me llegó el 23 del mes pasado y no la contesté antes por haber
estado enfermo de los riñones; me apresuro a hacerlo para no darte el ejemplo de
negligencia en mantenernos informados. Confío en que no pasarás, otra vez,
cinco meses sin escribirnos aun cuando Guillemin y Vaudet me han participado de
589
sus cartas. Estoy muy contento querido Boussingault, de que tu situación actual te
siga gustando; también lo estoy por las reflexiones que has hecho sobre las
diferentes posiciones en las que te has encontrado; estas reflexiones te harán
evitar errores que a tu edad son frecuentes y de esa manera vivir feliz. Cuando
uno está más o menos bien, vale la pena continuar así y de acuerdo con lo que
nos cuentas, sería difícil encontrar algo mejor que el señor Doumay. Así que mis
deseos son los de que continúes allá, hasta que esto te convenga y lo que me
cuentas sobre tu manera de vivir, me parece bueno; sin embargo es necesario
vivir bien, pero, amigo mío, es peligroso algunas veces, crearse necesidades; de
repente viene un revés, en cuyo caso el hombre acostumbrado a muchos platos,
sufre más que el que no ha tenido sino uno solo. Tu bien sabes que para mí es un
placer que tu hermano relea tus cartas, así que me he visto obligado a tachar las
expresiónes poco convenientes en que mezclas el servicio divino con el de tu
cocina. Era suficiente haber dicho que habías despedido a tu sirvienta porque no
tenía tu confianza, sin necesidad de ridiculizar una religión que es la tuya y
especialmente la mía.
Ya van dos veces que hablas sobre el deseo que tienes de que tu madre vaya a
vivir contigo y que te sería muy útil, pero ella es igualmente útil aquí y tu hermano
la necesita más que tú; además, mi querido amigo, no estás en tu casa y no hay
ningún contrato con el señor Dournay como para que consideres que puedes vivir
para siempre allá. También debes considerar que tu madre ahora vive en su casa
y que a pesar del placer que tendría volviéndote a ver, no puede dejar lo seguro
por lo incierto.
Todos los que forman la familia están bien y te abrazan lo mismo que yo que soy
tu amante padre.
Boussingault
Querido Lolo: estoy muy contenta de que estés aprendiendo mi idioma, así que
podamos ir juntos a Wetzlar. Adiós. Dios te libre de todo lo malo; tu padre casi
siempre está enfermo; escríbeme en alemán. Tu madre. (En alemán, en el
original).
590
L
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
Ya es tiempo, mi querido papá, que llegue a los hechos porque con las reflexiones
que se me han escapado, podrías considerarme como un loco.
591
actúa, lo que prueba que me conoce bien. Es cierto que si en Saint-Etienne me
hubieran hecho una propuesta parecida por la mañana, habría deseado partir esa
misma tarde.
Cuando reflexiono que a los 23 años habré visto tanto países y que me habré
asegurado una existencia feliz, me dan ganas de partir ya. En mi mente se libra
continuamente un combate entre el deseo de irme a Egipto y el de quedarme en
las minas.
Hace algún tiempo supe por el señor Guillemin que pensabas retirarte; esta noticia
me dio mucho gusto, pero de acuerdo con tu última carta parece que esto no es
así, pero ojalá que lo hicieras.
Recibí una carta de Guillemin informándome que remitió el bono para Vaudet al
señor Pouillet, calle Cléry número 16. Tal vez viajaré a Suiza para examinar varias
fábricas.
Me cuentas que mi hermano cambió de escuela; esto no prueba nada sino que no
sabe aprovechar de los medios de instrucción que existen en París, en donde
puede uno hacerlo gratuitamente, tan pronto se sepa leer; con frecuencia te he
hablado de hacerlo entrar en el conservatorio, en donde por lo menos aprenderá
algo positivo.
LI
Del señor Thibaud a Boussingault
592
Videsac, junio 26 de 1821.
Mi querido Boussingault:
Supongo que mi última carta del 27 de mayo le habrá aclarado todas sus dudas y
lo habrá dejado satisfecho. El asunto está en buen pie y el director general, por
medio de su carta del 19 de este mes, me anuncia que ha dado cuenta de mi
determinación al ministro del interior y le informa de las condiciones que he
puesto; me dice que me avisará sobre la respuesta, tan pronto la reciba y creo que
será rápida y favorable. Como ve, mi querido amigo, ya no se puede echar para
atrás.
Procúrese todas las informaciones posibles, anote y dibuje lo que crea que nos
será útil en un país en donde dependeremos de nosotros mismos y esté listo. Yo
pediré, probablemente, dos o tres meses de tiempo para conseguir todo lo
necesario, visitar algunos establecimientos y comprar los instrumentos, libros, etc.
que nos sean indispensables.
Primero iré a París en donde imagino que tendré el placer de verlo. Allí
concertaremos las medidas a tomar para asegurar nuestro éxito. Naturalmente
que una de las primeras cosas que conseguiremos será todo lo que compone un
laboratorio además de los libros de química.
Adiós, lo abrazo de todo corazón y no hable todavía con nadie de esto hasta que
haya decidido definitivamente.
Su amigo,
T.
Le escribí a Burdin para consultarle esta misión; me dice que Le Boulanger estaría
dispuesto a venir conmigo; pero, entre nos, no tiene suficiente salud para una
misión de esta clase y además, como químico no nos sería útil sino en la época
cuando hubiéramos resuelto el objetivo de nuestros trabajos.
593
Entonces, si tuviéramos necesidad de un colaborador como él, se lo pediría al
bajá. Burdin es útil en un laboratorio o en un taller; habría que esperar a que
hayan sido creados. Para trabajar en el campo no podemos contar con él.
(1)La fecha de esta carta debe estar equivocada pues en 1821 Humboldt no
conocía a Boussingault. Debe ser 1822.
LII
Querido hijo:
No le veo ninguna seguridad al contrato que te ofrecen; los turcos rara vez
sostienen sus promesas y una vez que llegues con tus compañeros al país, los
pueden abandonar a su triste suerte y entonces es cuando sentirás haber dejado
lo que hoy día tienes. Así que, mi querido Lolo, quédate con nosotros y la única
pena que tendrás, será la de ver a tus amigos, correr hacia su perdición. Piensa y
madura lo que te escribo y si a pesar de mis observaciones persistes en tu idea,
no me quedará más que la tristeza de haberte educado para que te exilies
corriendo mil peligros que puedes evitar. Por favor contéstame tan pronto recibas
594
la presente, para informarme de la decisión que hayas tomado y no dudo que será
la de quedarte en donde estás.
Tu tía Colombe ha mejorado; toda la familia está bien, lo mismo que el negocio,
cuya venta falló, pues era necesario que el comprador desembolsara 1.500
francos más; todavía estoy tratando de venderlo, lo mismo que la casa donde
vivimos, concediendo muchas ventajas.
Boussingault
LIII
Mi querido hermano:
Deseaba, tanto como tú, haber tenido una correspondencia continua entre
nosotros, pues tú sabes que me gusta mucho leer las cartas tuyas. Siento que ello
haya comenzado en el momento en que se va a hacer difícil, casi imposible. Tu
carta que recibí es la segunda en tres años y no debes hablar de la pereza de los
demás.
Veo con pena que lo has aceptado porque es un viaje largo y difícil; el clima es
muy diferente del nuestro y tu salud podría afectarse y no recuperarte. ¿De qué te
servirán los conocimientos que hayas adquirido allí si esto altera tu salud a tal
punto que no puedas llevarlos a la práctica? A los 23 años habrás visto mucho y
regresarás como persona importante, lo cual es muy llamativo; pero ¡qué de
peligros para lograrlo! Tú piensas poder estar de regreso dentro de 4 años; el
señor Monval se fue por 4 años hace ya nueve y los dos últimos no se ha sabido
nada de él.
595
compañeros de viaje instruidos a quienes tú participarás de tus observaciones y
ellos a ti de sus descubrimientos, lo cual puede ser fructífero y si regresan, no
dudo que serán recibidos con honores.
Has hecho muy bien en copiar esa carta y la he leído por lo menos diez veces,
siempre con placer. Estoy encantada de saber que utilizaste bien tu tiempo; me
apresuré a mostrársela a papá a quien le gustó mucho; él dice que es una lástima
que dejes a esa gente que te quiere tanto.
Mamá ha estado enferma, pero va un poco mejor. Papá se encuentra bien y siente
mucho tu ida. Confío en que mi hijita pronto se encuentre en estado de reemplazar
al gato, cerca de papá. Cadet no aprende gran cosa y juega mucho. Toda la
familia está bien y te abraza. Soy tu hermana,
Señora Vaudet
LIV
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
Los consejos que me das, querido papá, son por mi bien y nunca los olvidaré, pero
no se aplican a las circunstancias en que me encuentro. En efecto, de acuerdo
contigo, iría a Egipto como un verdadero aventurero, lo cual no es así; si voy a ese
país, seré enviado por el gobierno francés, quedaré en libertad al terminar mi
contrato y tendré allí un grado de acuerdo con mis funciones. Tampoco me iría sin
que me paguen el viaje por anticipado y no hay sino una cosa que me incomoda:
lo bien que estoy aquí. Me considero loco cuando pienso dejar esta buena Alsacia.
596
Con la llegada del verano me he divertido mucho; hemos ido a las aguas de
Niederbronn. Hace días estoy en Estrasburgo en donde puedo decir que he
pasado los mejores momentos de mi vida.
Mañana a las 5 salgo para el país de Bade, en viaje de negocios; allí permaneceré
varios días para visitar diferentes fábricas. Este recorrido lo haré con los señores
Voltz y Pecht, a quienes fui recomendado. A mi regreso me quedaré algún tiempo
en Estrasburgo y luego saldré para un corto viaje hasta la frontera de Baviera.
Posiblemente estaré cerca de Wetzlar y si tengo tiempo lo visitaré. Después de
este viaje vendré a encerrarme en Lobsann por todo el invierno o saldré para
Egipto en donde, de acuerdo con la información que he recibido, se están llevando
a cabo búsquedas importantes de minas de carbón, en el Alto Nilo.
Para quedarme aquí tengo dos motivos: uno de ellos es el placer que tendré de
ver a mamá conmigo, estoy seguro que le encantaría tomar baños y le sentaría
muchísimo.
Confío en que mamá esté bien de salud. Si me quedo en Alsacia la voy a buscar y
la traigo conmigo; esto ha sido decidido con el señor Dournay. Si me voy para
Egipto se quedará un tiempo más en París, pero tan pronto regrese vendrá a
Alsacia porque en esa región deseo radicarme algún día.
Espero noticias de mi hermana por el primer correo y que Cadet y toda la familia
estén bien. Un abrazo de mi parte a mi sobrinita.
Boussingault
LV
597
Saint-Etienne, 30 de agosto de 1821
Estaba en Londres cuando allí llegó el número de "Los Anales de Química" que
contiene su memoria sobre el acero. Este fue el primer tema del que hablamos
con el doctor Wollaston: parecía un poco dudoso y encontré que creía que usted
no había buscado bien el carbono en el acero Clouet; tenía idea de que usted
había empleado ácido nítrico en sus experimentos y que el carbono había pasado
disfrazado en la fundición de combinación que Muschett "creo" ha llamado tanita.
Le contesté que usted no había usado en absoluto ácido nítrico. Además el acero
Clouet se fabricaba en Francia en una época cuando estábamos totalmente
separados de los ingleses y estos no lo conocían. Yo busqué, con el señor
Faraday, las memorias científicas francesas de la época y él va a repetir en el
laboratorio del Instituto Real todos los experimentos de Clouet y estoy seguro de
que esto será una verdadera gloria para usted.
Siento mucho no haber hecho una visita a su respetable familia durante mi última
estancia en París, pero negocios serios absorbieron todo mi tiempo.
Beaunier
LVI
598
Dos motivos, querido hijo, fueron la causa del largo tiempo que tomé para dar
noticias nuestras. El primero: me contaste de un viaje que tenías que hacer a
Alemania y esperaba, razonablemente, una carta a tu regreso pero supe por el
señor Benoist de tu accidente y que permanecerías en tu residencia. Podrías
habernos informado sabre el particular para habernos tranquilizado. El segundo:
desde hace tres meses se han presentado cuatro posibles compradores para el
negocio y la casa. El más razonable me ha ofrecido 27.000 francos con plazo de 8
años para pagar 20.000, lo que yo había aceptado; pero cuando fuimos ante el
notario, resultó que la casa que me daba en garantía está hipotecada por 12.000
francos, razón por la cual no fue posible el negocio; te confieso que yo habría
quedado satisfecho si se hubiera llevado a cabo, teniendo en cuenta la mala salud
de tu madre, mi edad y sobre todo, que tu hermano no parece dispuesto a
reemplazarme.
Hazme el favor de contar cómo andan tus finanzas y tu ropa, pues demasiada
cantidad de ella incomoda para viajar.
Sin mi conocimiento tu madre había escrito al señor Dournay quien tuvo la bondad
de contestarle una carta muy amable.
Toda la familia está bien y te abraza, lo mismo que yo que soy tu amante padre.
Boussingault
LVII
599
Tu madre olvidó en su carta hablarte de los papeles necesarios para tu
conscripción que tendrá lugar el mes entrante y creo mi deber recordarte que
necesitas un certificado de la administración de la Escuela de Saint-Etienne para
que, en el caso de que la suerte te sea adversa, puedas eludir el compromiso. Te
incluyo una nota del señor Benoist, en la cual te informa lo que hay que hacer.
Veo con satisfacción que sigues contento con tu empleo y con las personas a cuyo
servicio estás. Me complazco en pensar que esto continuará así por mucho
tiempo. En cuanto a nosotros, seguimos en lo mismo. Trato de salir del negocio y
sobre todo de las casas, pero hasta el presente mis diligencias no han dado fruto y
sigo esperando.
Toma muchas precauciones para entrar a las minas que no conoces, durante el
viaje que vas a hacer; es así como se evitan los accidentes.
Boussingault
LVIII
(Incluida en la precedente).
Querido hermano:
C. Boussingault
LIX
(Incluida en la LIV)
600
Querido hijo:
Te deseo un buen viaje y sobre todo te recomiendo tener mucha prudencia en las
minas que no conoces.
Adiós. Dios te proteja de todo mal. Escribe a tu padre para el día de su santo.
Tu madre,
C. Boussingault.
LX
Mi querido hermano:
Siendo tú el más joven debías haber comenzado por desearme un buen año,
buena salud y todo lo que puedas desear, es lo que se usa, especialmente con
una hermana mayor, pero nada y voy a hacerlo yo deseándotelo de todo corazón.
Confío en que no estés disgustado por no haberte contestado la última; sabes que
di a luz el día que llegó y cuando mejoré encontré mi niñita en un triste estado; me
dio mucho trabajo volverla a su plena salud y espero que continúe así.
Me encantó saber que no crees que las alemanas valen más que las francesas,
especialmente que las parisienses; esto me habría desagradado leerlo porque
amo a mi país y a mis conciudadanas y creo que valemos más que otras. Me
habías contado sobre las cualidades de tus queridas alemanas, cuéntame también
por qué cambiaste de opinión. ¿Algún amor desdichado sería la causa?
601
Santa Genoveva a donde acude todo el mundo y se cantan cánticos espirituales
compuestos por ellos y aquí va una copla de muestra:
Buena raíz,
rábanos y rabanitos,
zanahoria y apio,
pastinaca, salsifì,
buena raíz.
Siento no poderte decir más, pero este cántico tiene por lo menos coplas que
tratan sobre los repollos, cebollas, lechuga, achicoria, etc. Te lo envío si quieres
porque papá lo tiene; fue a verlos y rió mucho de observarlos llorando; creo que te
haya perdonado lo que escribías hace algún tiempo; el señor Monginot es uno de
los asiduos y tiene por menos, una docena de rosarios; creo que van por este
regalo, solamente. Papá no ha logrado vender sus propiedades, cosa que desea
tanto como yo. Me entristece ver que Cadet, a los 15 años, no se interesa por
nada. No me has vuelto a hablar de los esposos Dournay; siempre tienes nuevos
empleos a la vista. ¿Ya no estás satisfecho como antes?
No nos quedan sino 23 meses y seis días para ir a vivir a nuestro Chambord,
como nos haces el honor de llamarlo; estamos muy ocupados y los obreros no
pueden trabajar todos en la casa, lo que molesta a Vaudet quien a pesar de ello
no adelgaza; te contestó hace 8 días, creo que olvidó poner la carta en el correo;
fue una lástima porque hablaba sobre política y te cuento que lo enojaste bastante
al no contestar en alemán, lo que tuvo tanto trabajo de escribir.
P.D. Vaudet te manda saludes lo mismo que toda la familia que se encuentra bien.
LXI
602
Amigo mío, agradezco unido al resto de la familia, los deseos que nos envías al
iniciarse este año. Los nuestros no son menos sinceros y nada faltará a nuestra
satisfacción si continúas siendo tan feliz y mereciendo más y más la estimación de
aquellos para quienes trabajas.
No dudo de que ya estés informado de que Julio pasó a ser director de las minas
de sal en Vic, departamento de Meurthe; sus padres te envían saludos. Cadet
sigue yendo a su colegio; estudia con mucha dificultad y sin embargo ha mejorado
tanto en su instrucción, como en su conducta. Vaudet continúa haciendo buenos
negocios y continúa bien, lo mismo que su esposa. La señora Luther sigue
enferma, su esposo está bien, lo mismo que nosotros y te abrazamos de todo
corazón.
Tu padre,
Boussingault
LXII
Del señor Gueyniveau a Boussingault
603
París, febrero 1 de 1822
Estimado señor:
No ignora usted las ventajas que le pueden ofrecer las dos Américas, después de
los cambios que allí han tenido lugar y que ahora son ya hechos cumplidos.
La paz ha sido restablecida y se están incrementando todas las artes; para tener
éxito en esos países no se necesitan sino buenos conocimientos, buena conducta,
juventud y salud. Usted tiene todo eso, de manera que sólo resta que examine la
propuesta y resuelva el camino a tomar.
Gueyniveau
604
Calle del Odéon, 34
LXIII
Aquí todo el mundo envía sus mejores deseos para el proyecto de la escuela de
Chile, pero también cada uno piensa que esto, por cierto muy atractivo, merece
una profunda reflexión.
Beaunier
Febrero 22 de 1822
LXIV
Julio, 1822
Aun cuando hace muy poco que lo conocí a usted, ese encuentro me dejó
recuerdos muy agradables y tengo la esperanza de que una vez establecido,
pueda yo recibirlo en mi casa y ofrecerle toda mi amistad.
Al. Humboldt
605
Si por casualidad no se fuera mañana, venga a verme otra vez.
LXV
Como usted lo deseaba, querido y excelente amigo, fui a buscar al señor Roulin
para pedirle que llevara a usted las obsidianas, el perlstein, la sienita y la arenisca
roja que encierro en una cajita. No tuve el gusto de encontrar ayer al señor Roulin,
pero creo verlo hoy. Me interesa una persona amiga suya, quien tomará parte en
su aislamiento. Las muestras son muy pequeñas pero pueden serle útiles. La
víspera de su viaje dejé en su cuarto de la calle Trainée una carta, el pequeño
nivel en estuche rojo y el horizonte, los cuales confío haya encontrado; le ruego,
sin embargo, confirmármelo por carta, ojalá que no haya encontrado tropiezo en el
trayecto de París a Amberes, aun cuando temo que los barómetros lo hayan
incomodado. Una vez más, adiós, mi querido Boussingault, que sea tan feliz como
lo merece por tantos títulos. El señor Gay-Lussac sale de mi casa, acaba de llegar
de Limoges y me ha hablado elogiosamente de usted y de sus trabajos; recuerda
haber tenido el placer de recibir a usted y siente no haber estado aquí estos
últimos días para haberle ofrecido uno de sus termómetros. Aun cuando el
porvenir esté cubierto de nubes, tengo la certidumbre de volverlo a ver, aun más,
en ese Nuevo Mundo, de poderlo instalar en mi casa y de tomar parte en sus
trabajos. Deseo que no se quede solamente en sueño el establecimiento en una
de las grandes ciudades de las cordilleras, de una bella colección de instrumentos,
de aparatos meteorológicos y magnéticos distribuidos a grandes distancias, una
centralización de observaciones, correspondencia activa desde la Plata hasta
Santa Fe de Bogotá, una reunión de jóvenes instruidos, valientes y activos,
apropiados para ser empleados por los diferentes gobiernos y con mucha
independencia, cooperación de parte de los hombres poderosos y algo de buena
voluntad en Europa para conseguir lo mejor posible. No creo que haya posición
que pueda ser más importante para el progreso de las ciencias. ¿Por qué no
pasaría usted, mi querido Boussingault, algunos años más en una casa donde
encontraría siempre amistad y la estimación a sus raros méritos y a la
independencia moral, sin la cual no hay felicidad? Si por accidentes imprevistos
usted dejara la Nueva Granada, sabría dónde sería recibido con gran felicidad.
Al. Humboldt
P.D. Envíeme sus encargos y escríbame con la confianza afectuosa que siento
por usted. Mil cosas al buen señor Rivero.
606
LXVI
Le envío, mi querido amigo, el último cuaderno de los Anales puesto que tanto el
señor Arago como yo, pensamos que le podía interesar leerlo antes de su salida y
además le queremos probar que hemos pensado en usted. Si la oficina de correos
lo acepta, añadiré la antigua memoria del señor de Fleurie-Bellevue, sobre los
volcanes; sin duda es muy antiguo, pero lleno de cosas dignas de recordarse, por
un excelente espíritu como el de usted, enfrente a los volcanes de Sotará y de
Puracé. Confio en que haya recibido las obsidianas de manos del señor Roulin. Su
protegido de Saarbruck ha venido varias veces a verme; lo colocaré en donde
Barruel y me ocuparé de él como de una persona que usted me ha legado.
Temo que se sienta incómodo en el barco; por favor escríbame desde Amberes,
me parecerá que pasa mucho tiempo sin recibir sus noticias y merezco que le
ponga atención a mi ruego. Tratemos de arreglar nuestra vidas de manera de
volver a encontrarnos. Las noticias de México me entristecen pero yo no soy
hombre que pierda el valor y no tengo ningún temor por Bolívar.
Ruego presentar mis recuerdos a los señores Rivero y Roulin y no olvidar a una
persona que esté muy cerca de usted.
Al. Humboldt
P.D. Hay un error tipográfico en mi perfil de Santa Fe. Allí encontrará usted "la
temperatura media" indicada como de 14º,3 Cent, al contrario es de casi 16º Cent.
como lo dice mi geografía en la página 103.
607
(Semanario de Santa Fe, t. I., págs. 50-83-290)
LXVII
Me ha apenado el que usted haya tenido inconvenientes. Sé, por una larga
experiencia, cuánto más cómodo es encontrarse en un aislamiento perfecto, que
con compañeros de viaje que es necesario cuidar como si fueran paquetes. No
había visto a su cura, pero el otro paquete que encontré la otra noche en su
apartamento, me pareció muy poco civilizado.
Muy de mañana fui a la casa del señor Zea y el secretario el señor Favor, insiste
en creer que el barco de usted está en Amberes y que sencillamente no lo ha
descubierto y me ha hablado de una carta en la cual el señor Zea dice que el
barco salió el 31 de julio de Londres hacia Amberes. El señor Favor me asegura
haberle enviado por medio del señor Bourdon, la dirección de la casa
consignataria del barco, señores Charles Loyaerts en Amberes, firma que tiene
también órdenes de adelantarle los fondos que le puedan ser necesarios.
Cuando se trata de una persona que me es tan cara como el señor Boussingault,
no confío en esos decires. Tenemos suficiente experiencia para considerar un
tanto incierto todo lo que provenga de la calle del Echiquier. Para mi propia
tranquilidad le envío, querido amigo, un crédito de 1.000 francos, que he hecho
expedir por los señores Delessert, banqueros en París, contra los señores Parish y
608
Agie, en Amberes, quienes pagarán a usted esta suma, en todo o en parte,
cuando la necesite.
Por nuestra amistad, le ruego no preocuparse por este dinero y aún más,
llevárselo para tener más en América. Será placentero para mí haberle podido
prestar este servicio y estoy seguro de que usted haría lo mismo por mí. No se
apure por devolvérmelo, ¡algún día me lo puede dar en México en platino y en
paladio! Quiero estar tranquilo en cuanto a su situación, con el deseo de que sea
cual sea la demora del barco, usted no pase angustias. Como ve usted, lo trato
como a un antiguo amigo y me desesperaría saber que está en problemas.
Al. Humboldt
P.D. Supe que su joven compañero de viaje tuvo dificultades con su pasaporte,
confío en que usted no haya tenido ninguna y le repito que puede tomar el dinero
que le envié y no pensar en devolvérmelo antes de México.
LXVIII
Vaudet a Boussingault
18 de agosto de 1822
Mi querido B:
609
recibido una sola carta que yo leí, de acuerdo con tu autorización, y que, adjunto a
tu correspondencia; es de tu amigo Engelhardt. No encontré ninguna de las cartas
que dices haber dejado en el bolsillo secreto de mi portafolio.
Te felicito por haber encontrado a alguien un posible amigo; tanto para ti como
para ese señor, es un recurso mutuo en una ciudad en donde ni tú ni él conocían a
nadie. Te quiero participar una reflexión a propósito de este caballero a propósito
del sablazo que a ti te pareció un certificado de valor: no sé hasta qué punto sea
prueba de coraje; pero sin negar sus proezas, creo que el que lo hirió, no es una
mala persona tampoco.
Tu hermana continúa muy enferma: tenemos un médico artista que, según se dice,
manda a las enfermedades como Jesucristo lo hacía con los elementos. Esta cita
cristiana te la hago porque considero que, a pesar de tus ocupaciones y de tus
viajes, recuerdes tu historia sagrada, tus evangelios y para que no olvides los
asuntos de la otra vida.
Nos hemos dado cuenta que habías demorado bastante tiempo en escribirnos. No
necesitábamos eso, señor, para desear recibir noticias de su querida salud.
Cuéntanos lo que sepas del señor Rivero, si es que sabes algo acerca de él.
Cuando regreses, te alojaremos en una habitación que acabamos de arreglar al
efecto.
No hay nada nuevo en París, exceptuando el Diorama, nuevo teatro abierto a los
amigos de las bellas artes, el cual presenta un espectáculo mágico que atrae
cantidades de curiosos para mostrarles la catedral de Canterbury en Inglaterra, el
valle de Saarnen en Suiza. Los magos son Daguerre, Bouton y todo el mundo está
de acuerdo en que el espectáculo es magnífico.
Ven a pasar con nosotros el poco tiempo que demorarás en la vieja Europa. Todo
tuyo,
Vaudet
LXIX
610
(En alemán en el original; incluida en la precedente)
Querido hijo:
Desearía que viajaras a Wetzlar para visitar a mis amigos y que ellos te
conocieran. Saludes a todos y quédate donde mi hermana; su dirección es
Hauptmann Regler en el Louigasse. Te abraza con todo su corazón tu madre,
Boussingault
LXX
Lo atormento con mis cartas, mi querido y excelente amigo, pero quiero antes de
que se embarque, darle esta última demostración de mi amistad y de mi recuerdo.
Ayer recibí una carta del general Bolívar, de la cual tengo "la impudicia" de
enviarle una copia. Es muy lisonjera y más aún si se tiene en cuenta que yo no le
había escrito al general desde hace 15 años y que no estaba muy seguro del
efecto que podían producir las cartas que he dado a usted. Así verá que esta
incertidumbre ha cesado enteramente. El hombre que espontáneamente ha escrito
estas líneas, lo recibirá a usted como yo lo deseo. Para mí es muy importante
estar seguro a este respecto porque esto contribuirá, así lo espero, a una
conveniente existencia en ese otro mundo.
Rivero me ha escrito una carta muy amable y llena de afecto por usted. Por esa
carta he visto que usted le ha hablado de la precaución que tomé de ofrecerle
algunos fondos en Amberes. Para evitar todo mal entendido y toda suspicacia y
quejas de parte de usted, le repetí al señor Rivero lo que es la exacta verdad: que
esta diligencia la hice espontáneamente, ya que la carta de usted no decía una
palabra más que la incertidumbre de verse sólo durante un tiempo, en una ciudad
en donde no conoce a nadie. Confio mi querido amigo, en que usted me haya
perdonado esta libertad que me tomé al enviarle los fondos. Usted sabe muy bien
mi afecto y cómo me atormentaba la sola posibilidad de pensar que estuviera en
necesidades.
Hoy enterramos al señor Delambre y el señor Fourier será sin duda el secretario
perpetuo, porque el señor Arago, quien reúne la mayoría, no le preocupa este
asunto. Usted ha dado instrucciones para recibir en Santa Fe los "Anales de
Química", ¿y su continuación? Estoy a sus órdenes.
611
Es posible que lea pronto en los diarios, que yo acompañaré al rey de Prusia al
Congreso de Verona y durante su viaje a Nápoles, cosa que me alejará algunos
meses de mis trabajos, pero no cambiarán nada los proyectos que deben reunirme
con usted en el Nuevo Mundo.
Al. Humboldt
P.D. Mi dirección en París es quai de L'Ecole, 26. Si voy al Congreso eso no será
sino el 20 de septiembre. El señor Bollmann, quien debía traerme la carta de
Bolívar, ha muerto.
Al.H.
LXXI
Mr. Bollmann, que parte mañana para Europa, ha querido encargarse con placer
de estas letras que llevarán a usted la expresión de mi recuerdo, de mi afecto y de
mi consideración. El barón de Humboldt estará siempre con los días de la América
presentes en el corazón de los justos apreciadores de un grande hombre, que con
612
sus ojos la ha arrancado de la ignorancia y con su pluma la ha pintado tan bella
como su propia naturaleza. Pero no son estos los solos títulos que usted tiene a
los sufragios de nuestros americanos. Los rasgos de su carácter moral, las
eminentes cualidades de su carácter generoso, tienen una especie de existencia
entre nosotros; siempre los estamos mirando con encanto. Yo, por lo menos, al
contemplar cada uno de los vestigios que recuerdan los pasos de usted en
Colombia, me siento arrebatado de las más poderosas impresiones. Así, estimable
amigo, reciba usted los cordiales testimonios de quien ha tenido el honor de
respetar su nombre antes de conocerlo y de amarlo cuando le vio en París y
Roma. Soy de usted con la mayor consideración y respeto,
G.B.S.M.
Bolívar (2)
LXXII
Su muy querida carta del 17, la cual recibí ayer tarde, mi excelente amigo, me
tranquilizó respecto a su situación. De manera que están reunidos y listos para
emprender viaje. Trate de escribirme algunas líneas antes de dejar nuestra vieja
Europa. Siempre hay algo solemne y grave en un viaje y me gusta conservar lo
que me llega de las personas a quienes he dedicado un gran interés. Le
agradezco del fondo del corazón el tono familiar de su carta, todavía hay un
"señor" que sobra, pero el perfeccionamiento no puede ser sino progresivo en el
mundo. Le hago esta observación porque a mí me gusta la igualdad perfecta tanto
en amistad como en cualquier otra cosa; es ésta una enfermedad que no tiene
curación a mi edad.
Rivero me pidió las tablas de Oltmans, que son las de la oficina de Longitudes que
usted ya tiene, cosa que él tal vez ignora. De toda maneras, le envío hoy otros tres
ejemplares, así como uno de la Economía Política de Say que usted me pide.
Ordene y disponga de mí, mi querido Boussingault: no hay nadie a quien le guste
más servir a usted, quien se preocupa mucho de la pequeña oferta que le hice de
algunos fondos de la casa Agie. Me atormentaba la idea de que estuviera
sufriendo estrecheces por un instante; esto lo hubiera hecho usted también por mí;
además, si no quiere emplear esta suma será porque no la necesita. ¿Cómo
podría disgustarme esto? Hónreme siempre con su confianza, lo que me hará
feliz.
613
En este mismo correo escribo al señor Rivero contándole que observo alguna
vacilación en uno de sus naturalistas en cuanto a acompañarlos en el camino de
Pamplona; puse en su conocimiento lo peligroso que sería ceder a este deseo y
que usted no podría hacer nada por la "Geognosia" en un camino tan interesante
si se complica así la existencia. Vale mucho más ir solo con el señor Rivero y creo
que usted estará de acuerdo conmigo sobre ese punto. Además, ¿cuánto sufriría
la joven señora Roulin andando a caballo en ese camino de montañas? La ruta de
las "virreinas" era más sencilla y más corta.
No me quedan sino pocos momentos antes de que salga el correo y temo que
esta carta ya no lo alcance. Querido amigo, usted se contrató por 4 años y si no se
casa en Bogotá, lo que es posible que suceda, porque usted es joven, espiritual y
amable, y yo no sería quien me opusiera a ello, pasarán otros largos años
conmigo bajo mi techo; eso es lo que yo espero.
Al. Humboldt
614
Aun cuando me causa placer volver a ver el Vesubio y que el viaje con el Rey de
Prusia a Nápoles me parezca como un viaje de Saint-Cloud, esto me contraría un
poco, pero es por pocos meses y además no había forma de rehusar. Es un
testimonio muy público de la bondad del rey y muy importante para la familia y la
situación política de mi hermano.
No tema que esto contraríe lo esencial de mis proyectos. La vida se complica a los
52 años y uno no puede hacer lo que desea, pero se puede permanecer firme
dentro de un plan general.
Puede contar a donde va, pero sin asegurarlo, que iré a la América española, lo
que puede contribuir a que lo reciban bien, cosa que para mí será muy placentera.
LXXIII
Sin duda Vaudet les habrá informado de la ocasión ventajosa que se presentó
para embarcarme.
Nunca he estado en mejor salud como ahora; el descanso que he tenido aquí me
ha dispuesto muy bien para las posibles fatigas del viaje. El señor de Humboldt
continúa con sus bondades y con su extraña amistad: cada dos días recibo
615
noticias de él y acaba de enviarme la copia de una carta que recibió del general
Bolívar, así que ahora está seguro del efecto que producirá su recomendación. En
la respuesta que va a enviar al general, me volverá a recomendar en una forma
especial; también me dice que los señores Arago y Gay-Lussac se interesan por
mí.
Ven ustedes qué tan interesante será este viaje para mí: es imposible que no
resulte y a mi regreso espero tener algunos títulos que puedan servirme para
conseguir una posición ventajosa.
Supe que estaban ustedes todos en el campo y que mi hermana había estado
muy enferma y es por culpa de ella, pues quiere hacer todo por sí misma; he aquí
el resultado de su economía; creo que el campo le sentará mucho, pero ya verán
que no querrá quedarse allí, a menos que esta carta llegue antes de que
emprendan el regreso; entonces, para hacerme quedar mal, se quedará un mes;
magnifico si eso le sienta.
Adiós mis queridos padres, los abrazo de todo corazón lo mismo que a toda la
familia.
616
Todavía puedo recibir cartas de ustedes, en Amberes. Vaudet sabe mi dirección.
Regresaré en el año de 1825.
Boussingault
LXXIV
Cómo me ha hecho de feliz su carta, mi querido amigo; estaba triste porque temía
que hubiese partido sin haber recibido mi último despacho y sin haber tenido
tiempo de darme sus noticias antes de dejar Europa. El señor Bourdon, quien ha
estado muy ocupado, me ha dicho que usted está en buena salud y me recuerda
bien; casi que me desagrada saber que usted no me recomendó algunas
diligencias que a él le hizo. ¿Cómo puede usted jamás pensar que puede abusar
de mí? Usted sabe cuánto lo aprecio.
617
Boussingault, que usted ha visto y consultado la naturaleza con sus propio ojos.
Por favor, no se deje influenciar por mis yacimientos: llame "por encima" todo lo
que yo llamo "por debajo": es la única manera de descubrir la verdad.
Le enviaré "El Carpintero de los Pirineos", tan pronto haya aparecido. Es una
buena obra, pero no se ha comenzado a imprimir y hablo del manuscrito. En
cuanto al señor Say, me gusta su persona y sus obras y lamento que no nos
hubiera relacionado antes. Qué cantidad de cosas habríamos discutido sobre las
cordilleras, si hubiera tenido el placer de tenerlo a usted cinco meses antes
conmigo.
Sigo sosteniéndome en mis proyectos y como usted lo sabe muy bien, si México
no me satisface iré a encontrarlo en Quito, pero infortunadamente ese país me
dejó crueles recuerdos.
Al. Humboldt
P.D. Es usted muy hábil si puede leer mi garrapateo, pero es posible que no sepa
que tengo el brazo derecho muy enfermo, debido a una enfermedad que me
sobrevino en el Orinoco por acostarme sobre hojas.
618
LXXV
Vaudet a Boussingault
Mi querido Boussingault:
Les transmití tu carta casi palabra por palabra y les conté del envío del retrato (que
me pareció magistral), pero no se los envié de miedo a que se pierdan en vista de
que como ya les he escrito dos cartas sin que yo reciba respuesta, se me ocurre
que pueden haber dado mal la dirección o que los correos no sirven. No me quejo
de la escasez de tu correspondencia porque me escribes en la misma cantidad en
que yo lo hago, pero sí me dolería que no me contestaras ninguno de los puntos
de las mías. Te felicito por la amistad que tienes con el señor Humboldt y de que
él te haya puesto bajo la vigilancia de una joven y bonita dama, así como a los
señores que serán tus compañeros de viaje quienes te han gustado, según dices.
Por favor, escribe antes de salir y no olvides que me has prometido enviar tu
nueva dirección. Aprovecho para enviarte el único martillo tuyo que he encontrado,
puesto que el otro se perdió. No creo que alcances a recibir carta de tus padres
porque el tiempo que gastará la mía en llegarles y el que gastará la de ellos en
llegar a Amberes, será muy considerable y no te alcanzará a llegar, si, como dices,
zarpan dentro de ocho días.
Tengo fuertes razones para temer que tu padre no quiera aceptar un apartamento
amoblado que no tendría que pagar, ni siquiera diciéndole que este apartamento
619
es tuyo, o sin decirle nada. De cualquier manera, estoy casi seguro que lo
rehusará; en este caso dime qué debo hacer, si cuando hubiésemos incurrido en
este gasto y que él no acepte, ¿qué se podría hacer con ese apartamento durante
tres años?
En mi última carta te pedía que me envíes, si la tienes, la carta del señor Dournay,
en la que acepta la disminución de la masilla.
¿Por qué diablos me aconsejas que haga lo posible para entrar en la casa del
Parc Royal? Es para tomarme el pelo. Es como si le aconsejaras a un hambriento
que coma cuando no lo puede hacer. He hecho todas las diligencias para poder
entrar y todas las propuestas de sacrificio posibles; todo me ha sido rechazado y
recibido con una nueva sorpresa. Sin embargo, dentro de 16 meses, me tocará el
turno, pero hasta ese entonces tendré que sufrir; lo que me consuela un poco es
que los alquileres están fuera de alcance y de una escasez que hace creer que no
se quedaron ahí, sobre todo cuando esté hecho el canal.
Adiós, amigo, recuérdame algunas veces y cuenta conmigo como uno de tus
mejores amigos.
Vaudet
(Dirigida a Amberes).
LXXVI
Boussingault a su padre
Mi querido papá:
Te escribo hoy aun cuando ya lo hice hoy mismo, por vía de Santo Tomás, pues
aprovecho todas las oportunidades para informarles sobre mi llegada a este país.
Llegué en muy buena salud; ya hace 15 días que estoy aquí gozando de buena
salud, dentro de lo posible. Estoy tan ocupado con todo lo que veo y sobre todo,
con nuestros preparativos de nuestro viaje a las cordilleras, que apenas si tengo
un instante para mí. Todos nuestros instrumentos de física llegaron en excelente
estado y ya hemos hecho algunos trabajos útiles: la travesía a partir de la altura de
Madeira fue muy agradable, es decir hacia el final del viaje, pues antes sufrimos
bastante: sin hablar de todos los peligros que corrimos, recuerdo que solamente
en el espacio de 3 días nos sucedieron 3 eventos deplorables: una noche a las 8
casi naufragamos en las costas de Inglaterra; al día siguiente un ventarrón terrible
que duró 10 horas, rompió uno de los mástiles; al tercer día, en el puerto en donde
620
nos vimos obligados a guarecernos, la tripulación compuesta de 100 hombres, se
rebeló contra su oficial quien, ayudado por nosotros pudo contenerla, sólo por la
fuerza de las armas.
Todas las cosas nuevas que yo veo en este país me causan un placer increíble. El
30 de noviembre será para mí un día memorable pues en el curso de una
ascensión a una montaña cuya altura medimos y fue de 800 metros, vi por la
primera vez en mi vida un bosque de naranjos, árboles de café y una plantación
de caña de azúcar; a la altura que nos encontrábamos gozábamos de una
temperatura primaveral: 19º, mientras que al mismo tiempo, en La Guayra había
28º. Te contaré todos estos detalles en otro momento: no estoy seguro de que
esta carta te llegue y en todo caso la escribo para darte señales de vida a ti y a
toda la familia. Los abrazo a todos,
Boussingault
LXXVII
Boussingault a su madre
Mi querida mamá:
Confío en que papá haya recibido la carta que envié hace unos días por Santo
Tomás y aprovecho una ocasión parecida para darles noticias mías y desearles a
todos una buena salud.
En estos últimos días vi llegar al puerto de La Guayra una fragata francesa "la
Egeria" que venía de Martinica y su misión era la de protestar contra el edicto del
general español y de anclar en Puerto Cabello para proteger a los franceses.
621
lugar de un volcán encontramos en la cima de la Silla un bonito bosque de laureles
y de granados, a cuya sombra cenamos muy bien a las 4 de la tarde el domingo
12 de enero. Eran cerca de las 8 de la noche en París. Esta vez tuvimos un
excelente guía: Ignacio Pérez y llevábamos además a 2 hombres para cargar
nuestros instrumentos y nuestras provisiones; dos negros más nos acompañaban
como aficionados. Salimos al despuntar el Sol, después de haber pasado la noche
en casa de Ignacio Pérez, en una hacienda de café; dormir es un dicho, porque de
acuerdo con la costumbre de estas personas, habíamos tomado casi un litro de
excelente café y teníamos una tabla por cama. Después de 10 horas de una
marcha excesivamente penosa, llegamos a la cima de la Silla a una altura de
8.010 pies; es cierto que hay muchas montañas mucho más elevadas, pero yo
creo que nunca se encontrará una con tantas dificultades para su ascenso y ni en
los Alpes, ni en ninguna otra parte, un precipicio tan espantoso como el que se
encuentra en el pico occidental de la Silla; no puedo definirlo en otra forma, sino
diciendo que se puede, teniéndose de un árbol y avanzando la cabeza, ver bajo
los pies una profundidad de 6.000 pies que es la altura de la montaña. Al fondo de
ese precipicio corre un río que parece un hilo de plata.
Ayer salió, al fin, nuestro equipaje para Valencia, ciudad donde debemos
permanecer algún tiempo antes de dirigirnos al cuartel general del general en jefe
Páez, uno de los hombres más extraordinarios que haya producido la revolución.
Seguiremos al ejército para lograr pasar con seguridad hasta el otro lado del
Mérida, en donde comienzan las montañas de nieves perpetuas. Después de
examinar la sierra de Mérida, nos dirigiremos a las minas de oro de Pamplona,
explotadas por el gobierno. Haremos allí algunos trabajos y luego llegaremos a
Santa Fe para descansar de un viaje que durará de 4 a 5 meses; tan pronto haya
reposado le pediré al general Bolívar que me envíe a la Provincia del Chocó para
examinar la mina de platino.
622
Me alegra la perspectiva de la permanencia en Valencia en donde podremos ver el
famoso lago de Aragna que tiene 10 leguas de largo y 2 o 3 de ancho y posee
peces interesantes. En los alrededores de Valencia podremos ver la fabricación de
azúcar y la del añil, el cultivo del algodón; tomaremos en alquiler una bonita casa
sobre la orilla del lago y todos los días haremos un paseo en bote para desarrollar
experiencias de distinta índole, con la ayuda de nuestro sirviente que es un
excelente marino. Antes de llegar a Valencia, pasaremos por Victoria; la ruta de
Caracas a esa ciudad no puede ser más agradable.
Deseo que Cadet trabaje. ¿Qué hace ahora? ¿Merece la pensión? Me encantaría
tener noticias de él. Te abrazo así como a papá, a mi hermana y a toda la familia;
recuerdos a Vaudet, quien probablemente está abonado a los "Anales" y le ruego
encontrar un medio seguro de escribirme a Santa Fe.
Espero que tu salud, lo mismo que la de todo el mundo, esté tan buena como la
mía, que nunca ha estado mejor. ¿Cómo se encuentra Poupoule? ¿Ha crecido?
Boussingault
Aquí me hago pasar por protestante; tengo dos motivos para ello: primero, evitar
las misas; segundo, otros mas serios...
LXXVIII
Mi querido hijo:
No te quepa duda del placer que sentimos al recibir tus noticias. No se necesitaron
menos de tus tres cartas para sacarnos de la inquietud en que nos encontrábamos
sobre la suerte que hubieras tenido en la navegación porque, no he dudado ni un
solo instante, de los peligros que entraña un recorrido tan largo y penoso; pero ya
que éste es tu destino y tu gusto, tienes que hacerle frente a las situaciones
desagradables que se te puedan presentar, con mucho valor y prudencia.
Vemos complacidos que soportas bien el clima y esperamos, con nuestros votos
sinceros, que la presente (que el señor Humboldt se encargará de hacerte llegar)
te encuentre en la situación que todos deseamos, es decir, contento y en buena
623
salud. Parece, mi querido Boussingault, por tu carta del 18 de enero, que no has
recibido la que tu hermana te escribió. Tus crónicas que contiene la tuya del 16 de
diciembre, última que hemos recibido, es interesante, pero este interés disminuye
para nosotros al considerar el triste recuerdo de los obstáculos que tuviste que
superar para evitar los accidentes siempre al encuentro. Será una gran
satisfacción para nosotros saber que llegaste a tu destino y que te has librado de
los peligros del viaje, especialmente en los países que recorres.
Las tías, las primas y tu madre se encuentran bien y te envían abrazos, lo mismo
que yo, quien te desea, de todo corazón, un futuro feliz.
Boussingault
LXXIX
Vaudet a Boussingault
Hace rato, mi querido Boussingault, que he creído que recibiría una carta tuya,
¡pero nada! Escribes a todo el mundo, excepto a mí. En parte me consuela haber
leído las que le dirigiste a tus padres y a tu hermana. Sin embargo, no considero
que hayas cumplido conmigo y espero que si no me escribes, por lo menos me
contestes.
624
atravesó los Pirineos para restablecer a Fernando en su trono. Parece que el plan
de los generales españoles era el de dejar llegar el ejército hasta Madrid con el fin
de que diseminara sus fuerzas en la ocupación de algunas plazas como
Pamplona, San Sebastián, La Seo de Urgel, Barcelona y otras ciudades y fuertes.
El rey de España fue llevado de Madrid a Sevilla y de allí saldrá a Cádiz. Desde el
principio de la campaña no ha habido sino escaramuzas, pero nada decisivo; Mina
se sostiene en Cataluña y se anticipa a todos los planes del general francés que
es su opositor. Nada nos puede indicar qué partido será el triunfador, pero
Inglaterra parece socorrer a la España constitucional y Francia se presenta como
auxiliar del ejército de la Fe que no es fácil reclutar y que sería desbaratado en un
instante si no fuera por la presencia de los franceses.
Sin duda sabes que tu padre trajo a París a tu primo Bepler de Wetzlar, quien vive
en la casa. Habla poco francés, es instruido e inteligente, pero no sabe a qué
dedicarse.
Hace poco vino un negociante para rogarme que te escribiera para permitirle tener
en depósito y luego proceder a vender platino que ustedes proyectan enviar a
Francia. Pienso que esto podría convenirme tanto a mí como a él, pues estoy
establecido en forma tal que puedo abrir almacenes oficinas y todo lo necesario
para explotar este género de comercio. Además nos entenderíamos mejor de lo
que tú podrías hacerlo con un extranjero y los fondos no nos faltarían. Puedo
vender, como comisionista y proceder contra el depósito de la mercancía a hacer
todos los adelantos que el gobierno colombiano pueda solicitar o también tomar
625
todas las mercancías y pagarlas, ya que tengo un excelente fiador de fondos que
colocaría a mi disposición, si fuera necesario, un millón de francos, o más.
Te ruego contestarme, darme tus noticias y las del país en donde te encuentras,
así como de los éxitos o reveses del general Morales, de tus viajes, de los
descubrimientos que puedas haber hecho y, en fin, de todo lo que te interese.
Adiós, mi querido Boussingault, no me olvides y recibe mi sincera amistad.
Vaudet
LXXX
Mi querido hermano:
Si no hubieses estado tan lejos me habría disgustado contigo por dos razones:
primera, fue un extranjero quien fue el primero en recibir tus noticias; pero bueno,
como este extraño es el señor Humboldt, te perdono; segundo, has escrito dos
cartas a nuestros padres sin enviarme uná palabra y ni siquiera un abrazo; me
parece que una hermana, sobre todo una que te quiere tanto, no se debe
confundir con toda la familia. Estaba tristísima de haberme visto olvidada tan
pronto, pero la carta que me has escrito me demuestra que estaba equivocada;
escríbeme con frecuencia, tú sabes que me gusta recibir cartas, especialmente las
tuyas.
¿Sigues en buena amistad con el señor Rivero? Supe que el doctor Roulin se
había enfermado, ¿se ha mejorado? ¿Cómo ha resistido el viaje su esposa?
Háblame del señor Goudon, pues sus padres están tristes por no haber recibido
sus noticias y me han encargado una carta, que te ruego entregarle.
¿Desembarcaron todos ustedes en La Guayra o solamente Rivero y tú? El señor
barón de Humboldt, quien fue el primero en recibir noticias tuyas, tuvo la bondad
626
de venir a contárnoslas y me ha dicho que espera verte, dentro de dos años, en
México y que de allá saldrían para un gran viaje. Ese viaje, con un ilustre viajero,
te seducirá sin duda ¿y cuándo te volveremos a ver entonces? El científico pidió
ver a Cadet, quien tuvo el honor de hacerle una visita.
El señor Mabru vino a verme para saber noticias tuyas, las cuales yo no había
recibido todavía; te tiene mucho cariño y su esposa y la señora Dournay tienen
mucho interés por ti. Renové tu suscripción a los Anales de Química y encontré
que había aumentado en 6 francos. Dime a dónde te los envío y en qué forma.
Fremy se casó y viene con frecuencia para saber noticias tuyas. Me ruega
mandarte sus recuerdos. La señora Benoist recibe noticias de sus hijos, muy rara
vez; Julio sigue en Vic y el otro en Rive-de-Coier y ahora observa buena conducta;
los Benoist se inquietan por ti y el señor llora de felicidad cuando le damos noticias
tuyas y ha leído dos veces el "Constitutionnel" porque allí se habla elogiosamente
de ti. Fíjate los sacrificios que hace.
Hace tiempo leí en el "Journal de París" que Caracas había sido tomado por el
general Morales; espero que ya te hubieras ido o que esta noticia fuera falsa. Sin
embargo, la noticia venía en una carta particular; estoy muy inquieta; te niego nos
escribas prontamente, con frecuencia y con muchos detalles. Adiós, mi querido
amigo y hermano, cuida tu salud; no trabajes por encima de tus fuerzas, ni te
excedas en nada; si en todas partes es malo, lo es especialmente en un país
cálido. Adiós, daría mucho por verte y poderte abrazar, aun cuando fuera un
cuarto de hora diario.
Tu hermana,
F. Vaudet
LXXXI
La señora Vaudet a su hermano
627
Mi querido hermano:
Te contaré, amigo mío, que ahora haces parte del número de nuestros jóvenes
sabios. Los periódicos hablan frecuentemente de todos ustedes, pero
especialmente de ti y del señor Rivero. Te copio lo que hace 8 días apareció en el
"Constitutionnel": "La Academia de Ciencias en su última sesión se ocupó de
varios trabajos muy importantes. El señor Gay-Lussac dio lectura a una memoria
de los señores Boussingault y Rivero (quienes actualmente recorren la América
meridional) sobre la leche del "árbol de la Vaca". Estos sabios viajeros, el uno
francés y el otro peruano, enviaron al instituto el análisis químico de esa leche que
encierra a la vez, la fibrina de la sangre y cera, apropiada para hacer velas: éste
es el producto vegetal más extraordinario que ofrece el fértil suelo de la República
de Colombia. El señor Boussingault, de cuyos conocimientos y de cuyas valerosas
actividades hemos informado, ha transmitido a Europa el resultado de sus
observaciones astronómicas, gracias a las cuales la geografía podrá encontrar
rectificaciones importantes para nuestros mapas. Los señores Boussingault y
Rivero visitarán sucesivamente los Andes de la Nueva Granada, el Chocó y
posiblemente el Istmo de Panamá, que no ha sido nivelado barométricamente".
Los Anales de Química traen varias páginas llenas de tus observaciones; como
puedes ver, el señor Humboldt no los olvida; te quiere realmente. Lo que más
enorgullece de los éxitos obtenidos en tu peligroso viaje, es la aprobación que le
ha dado este ilustre viajero y sobre todo, la amistad que te profesa este estimable
hombre. He interrumpido esta carta para recibir una del señor Humboldt junto con
algunos ejemplares de alguna memoria sobre ti. He aquí su carta:
Me confunden tantas bondades de este querido amigo, tanto por ti, como por
todos nosotros y no sé cómo agradecérselo. En cuanto a ti, la única manera es la
de realizar las esperanzas que ha puesto en ti, lo cual, estoy convencida, harás
todos los esfuerzos para lograrlo.
628
Cadet está todavía en el pensionado de que te hablé en mi última carta; trabaja
bien y entrará a Artes y Oficios después de las vacaciones. Ha obtenido dos
primeros premios. Lisa siempre te quiere muchísimo; habla de ti todos los días y te
escribe con frecuencia, pidiéndote que regreses pronto trayéndole un mico, un
loro, bonitos vestidos y bizcochos.
El día de San Juan le conté que era el santo de su tío, a lo cual ella dijo que le
consiguieran pronto unas flores con las cuales adornó tu retrato; piensa en ti de
una manera especial que hace suponer que te recuerda. La encontramos muy
agradable para su edad y espero que algún día estés de acuerdo conmigo; yo no
la consiento y trato de seguir el consejo que me diste en alguna carta de educarla
bien.
Papá y mamá se encuentran bien, viven en nuestra casa y quisieran verte pronto;
tú sabes que yo participo de ese deseo pensando en todas las cosas que me
podrás contar. El señor Jacquet se va el 15 de enero y nosotros lo ocuparemos el
mismo día, así que espero que en el momento de tu regreso, pueda recibirte en mi
palacio. Dios quiera que esto sea pronto y por largo tiempo.
Me acabo de dar cuenta, un poquito tarde para ti, pero cuando se le escribe a su
más querido amigo y que éste se halla en Santa Fe, es inexcusable enviar una
carta sin contenido. Recuerda esto y no escribas cartas tan cortas como tu última
del 15 de febrero; piensa que estás escribiéndole a familiares que te quieren y a
quienes lo más insignificante que te afecte, les interesa infinitamente. Adiós,
querido hermano, te abrazo con cariño y te garantizo que tus éxitos y tu gloria me
dan más placer que a ti mismo y es la única consolación que encuentro por tu
larga ausencia.
Toda la familia te envía sus parabienes; Saint Remy pide siempre tus noticias; la
señora Benoist te escribió y adjunto su carta.
LXXXII
Vaudet a Boussingault
Querido amigo:
629
Aprovecho las cartas que te escriben de todas partes para escribirte estas líneas
que ojalá te lleguen. Comenzamos a contar los meses que te faltan para volverte a
ver. Tu hermano menor comienza a dibujar y ya ha hecho algunos paisajes
pasables; cabezas y aún academias; también le hacen dibujar mapas; ya hizo el
de Francia y el de América y últimamente hizo un mapamundi. Creo que servirá
para algo y lo espoleamos sin cesar. No sé si permanecerá mucho tiempo en este
pensionado, ya que se retira el profesor en quien más confio, en cuyo caso lo haré
entrar a la escuela de Artes y Oficios.
Llevamos una vida demasiado uniforme para poderte contar cosas interesantes, lo
que no es el caso del viajero que todos los días hace nuevos descubrimientos y
por quien todos nos preocupamos, ya que corre más peligro que el tranquilo
habitante de una gran ciudad.
Utiliza, te ruego, todas las ocasiones que puedas para hacernos llegar tus noticias
porque las cartas que nos diriges desde tan lejos pueden perderse y además
nunca recibimos la cantidad que nos colme. Tu amigo,
Vaudet
LXXXIII
Me uno a tu madre y al señor Vaudet para desearte felicidad en tus viajes, que tus
operaciones tengan el éxito que deseo; todos nos encontramos en buena salud;
en mi última carta te contaba de mi viaje a Alemania, donde tus parientes desean
conocerte. Cadet no hace ningún progreso. Te abrazo de todo corazón junto con
tu madre, hermanos, tías y a la espera de tus noticias, tu amante padre,
Boussingault
LXXXIV
Ya hace un tiempo que te escribí y desde entonces recibí otro número de los
"Anales de Química" en donde hablan de ti: es un informe sobre "Las aguas
calientes del río de Venezuela". Lo leí, pero quisiera que me dieras detalles de
630
esto en tus cartas para lograr comprenderlo. Me parece que debías haberme
hablado del "árbol de la Vaca". Quisiera saber cómo se consigue esa leche: ¿se
deben cortar las ramas o perforar el tronco? ¿Esta leche se produce todo el año?
¿Puede servir como la leche animal para hacer mantequilla y queso? ¿Los
habitantes la utilizan? ¿Crees que se pueda naturalizar? Esto tendría una gran
utilidad. Te pido me escribas con muchos detalles. Cuéntame si estás contento
allá y cuando piensas regresar, éste es un punto esencial. ¿Tu ropa y tus libros se
han conservado bien? Bueno, adiós, Vaudet está esperando mi carta. Te abrazo
de todo corazón y deseo, más que nadie, tus noticias.
LXXXV
Saint-Remy
Mi querido amigo:
LXXXVI
No sé, hijo mío, si esta carta tendrá mejor suerte que las otras, puesto que, ignoro
si las has recibido, porque las que me han llegado de ti, no las mencionas en
absoluto o bien, olvidaste de hablarme de ellas en tu última de julio de 1823 y esto
631
nos hace falta para nuestra satisfacción porque ahora estoy tranquilo en cuanto a
tu posición. De acuerdo con tu última parece que te radicas en Bogotá-Santa Fe y
me encanta que le pierdas el gusto a tus viajes que no dejan de ser peligrosos.
Estoy más contento todavía con la esperanza que me das de regresar pronto a tu
patria. Que Dios te ayude a llevar a cabo lo más pronto posible este deseo. Si
hago votos por la conservación de tus días y de los míos es por tener el consuelo
de abrazarte una vez más. Entonces todos mis deseos quedarán satisfechos.
Tu mamá está bien, lo mismo que tus tías y tus primas, quienes te abrazan.
Boussingault
LXXXVII
Es con verdadero placer, mi querido sobrino, que supe de los progresos que has
hecho en las ciencias, a mi regreso a París. No me queda sino exhortarte a seguir
la brillante carrera en que estás empeñado, ya que tienes todos los elementos
posibles de éxito, entre ellos los principales en mi opinión que son: la salud, la
juventud y el amor por el trabajo.
632
También deseo, de todo corazón, que después de haber satisfecho tu gusto por
los viajes de larga duración y haber adquirido la experiencia necesaria y el
conocimiento perfecto de los países que visitas, regrese en buena salud y cargado
de documentos curiosos y científicos que le asegurarán un sitio distinguido entre
los sabios.
Estoy planeando reunirme con mi familia el año entrante, para no volver a dejarla y
es inútil añadir que su presencia aumentará mi satisfacción. Adiós, mi querido
sobrino, le abrazo, de todo corazón y cuente con que seré siempre uno de sus
verdaderos amigos.
L. Boussingault
LXXXVIII
Marzo 28 de 1824
Mi querido hermano:
Termino con un gran abrazo y los mejores deseos para que estés en buena salud.
Tu hermano,
C. Boussingault
633
LXXXIX
Vuelve pronto a tu patria. No estaré contenta sin ti. Adiós mi muy querido, quiero
darte las gracias mil y mil veces. Tu buena madre,
XC
Mi querido Boussingault:
634
Creo que cuando regreses encontrarás a tu tío reunido con nosotros; nos vamos
de la calle Boisdoré, dentro de tres meses, para tomar posesión del edificio que
hemos hecho construir en la calle de Parc-Royal, número 1, a donde puedes dirigir
tu correspondencia.
Vaudet
XCI
Mi querido hermano:
Hace 9 meses que no hemos recibido ninguna carta tuya y no sé a qué atribuir
este largo silencio porque tú no eres negligente y sabes con cuánta impaciencia
esperamos saber de ti.
Jamás has contestado ninguna de nuestras cartas; ¿será que no te han llegado?
El señor de Humboldt siempre tiene la bondad de darnos noticias tuyas cuando las
recibe y nos ha participado de tu última, del 5 de febrero, la que llegó muy a
tiempo para tranquilizarnos sobre los acontecimientos que se dice, sucedieron en
Colombia; no creo que hayan sido molestos ya que ni siquiera hablas de ellos.
Colombia ya es casi mi país y cuando leo los diarios trato de encontrar lo
concerniente. Al mismo tiempo que esa carta dirigida al señor Humboldt me
tranquilizaba, también me entristecía: ¿ya no estás contento? ¿Te aburres? ¿Ya
no simpatizas con la gente que te rodea? ¡Cuánto lo siento! Parece que te has
disgustado con el señor Rivero, ¿por qué? No has vuelto a hablar de tus otros
compañeros de viaje, como del señor Roulin, que me inquieta mucho. Anímate, mi
querido Boussingault, que tu paciencia ordinaria te ayude a soportar todas las
pequeñas molestias que se te presenten; ten la seguridad de que serás
recompensado muy ampliamente de todas tus penas, por la gloria que
conseguirás, como lo espero, por el placer que debes sentir haciendo
descubrimientos útiles y admirando la bella naturaleza, por la estimación de todos
los sabios y sobre todo por la amistad del señor Humboldt. ¡Oh! cuánto te quiere y
yo opino que la amistad de un hombre tan estimable, es preciosa. Eso no más
debe recompensarte de tus trabajos.
635
una hermana que te recibirá con gran felicidad; además toda la familia que desea
vivamente estar otra vez contigo.
Lisa crece y habla siempre de ti; cuando oye que un coche para en la puerta, dice:
"es mi tío Lolo, es él"; siempre está pendiente de tu retrato; la víspera de la salida
de mi tío Luis, fue a desearle feliz viaje y le dijo: "adiós, encuentra a mi tío Lolo y
vuelve pronto". Así que ella los éspera a ambos y ya está pensando en tu
cumpleaños y yo también y quisiera tenerte presente para desearte lo mejor.
Te he contado cómo ha cambiado papá para su beneficio: está muy bien y mamá
muy contenta de ello. Vivimos todos juntos hace dos años y nos mudaremos el
mismo día. Cuando recibas la presente estaremos todos instalados en nuestro
palacio, lo que confiamos sea a más tardar el 15 de julio. Varias veces te he
contado detalladamente sobre nuestro apartamento donde estaremos muy
cómodos; papá tendrá una casita independiente con vista sobre el jardín; tiene
comedor, sala, alcoba, cocina y todo lo que él deseaba. Vaudet ha sido el
arquitecto, el oficial, el techador, el albañil, el carpintero y el cerrajero; salió de
todos estos compromisos con muchos hombres. Espero que así lo aprecies y lo
felicites por ello.
¿Necesitas algo? ¿Botas, vestidos, ropa interior, libros? Tú sabes muy bien que
cualquiera de tus encargos los desempeñaré con gusto y entusiasmo, mientras me
des indicaciones sobre la manera de enviártelos.
636
una de Las Memorias sobre "El árbol de la Vaca", que el señor Humboldt me ha
entregado para distribuir entre tus amigos. ¿Has recibido noticias de Alsacia?
¿Cómo están las señoras Mabrú y Doumay? ¿Te escriben ellas? ¿Conservan tu
amistad? Ojalá. No nos fue bien con el señor Doumay; exigió el pago de su pasta
bituminosa antes del plazo convenido; corremos el azar con esta terraza, en
donde ya hemos perdido dinero. Tus tías, mis primas y toda la familia te abrazan y
desean tu regreso. Te abrazo de todo corazón y quisiera saber cuándo lo podré
hacer personalmente.
XCII
Bossingault a su padre
Mi querido papá:
Desde mi última que te envié hace poco tiempo, mi salud va mejorando. Ya estoy
listo para viajar de nuevo, pero me cuidaré mucho de regresar a los desiertos del
Meta. Si no me envían a Londres, saldré para la Provincia de Antioquia, con el
objeto de examinar una mina de oro; una compañía inglesa acaba de comprarla y
me pagará el viaje. Por otro lado, el gobierno me envía para llevar a cabo algunos
trabajos de servicio público. Aquí tenemos 3 comisarios ingleses enviados por Su
Majestad Británica; esperamos un comisario francés. El país está muy tranquilo, y
los ingleses llegan por todos lados con su dinero, su industria, sus costumbres y
su religión y es fácil prever que es una colonia inglesa la que se está formando
aquí.
Boussingault
XCIII
(Incluida en la precedente)
Mi querido Cadet:
637
Estoy encantado con lo que me dice tu hermana. Parece que le estás tomando
gusto al trabajo y además que estás progresando; deberías contarme algo de lo
que estás haciendo, debes ser ahora uno de mis más puntuales corresponsales;
cuando solamente se tiene un hermano y tan lejos, se le debe escribir con
frecuencia. Confío en que desde hoy, buscarás todas las ocasiones de hacerme
llegar algunas líneas. Cuéntame, especialmente a qué te piensas dedicar y cuál es
la clase de estudios que más te interesan; escríbeme largamente sobre todos
estos puntos. Es posible que pronto vaya a Europa, pero será un corto viaje para
regresar a América. Si sientes deseos de ver este bello país, te prometo llevarte a
buen puerto.
Boussingault
XCIV
Boussingault
638
XCV
Querido hermano:
Qué felicidad para mí haber recibido tus noticias y especialmente saber que estás
bien de salud después de haber tenido ataques de fiebres durante 2 semanas.
Te aseguro que jamás iré a hacerle visita a los indios, si he de pagarlo tan caro
como lo hiciste tú. Si esta carta te pudiera llegar antes de un mes, te habría
rogado de no ir a Urrao, ya que es seguro que te ataque la fiebre nuevamente;
pero como ya no hay tiempo, te deseo un buen viaje y buena salud. Yo continúo
yendo al Conservatorio de Artes y Oficios; ya comenzamos los concursos para los
premios y hago lo posible para ganar alguno. Cuando regreses a París verás mis
dibujos expuestos en el salón de papá; he ido varias veces con Vaudet a donde el
señor Humboldt para devolverle algunas visitas; jamás he visto un hombre tan
amable como este buen señor. Tan pronto recibe noticias tuyas, se apresura a
comunicárnoslas el mismo día, para sacarnos de la inquietud que padecemos por
ti y hace publicar en los diarios todos los artículos científicos que le envías. Espero
impacientemente la carta que me anuncias. Tus minerales siguen en muy buen
estado. Termino con un abrazo de todo corazón; te deseo una excelente salud y
un pronto regreso.
Cadet Boussingault
XCVI
Vaudet a Boussingault
Mi querido Boussingault:
Si esta carta te llega tendrá mucho mejor suerte que las precedentes, pues si nos
atenemos a tu última carta parece que no hayas recibido ninguna de las últimas
que te hemos escrito. Aprovechamos para hacértela llegar, la oportunidad que el
señor Humboldt ha tenido la amabilidad de procurarnos. No es posible ser más
atento a todo lo que te pueda servir y por consiguiente a nosotros: se encarga de
todo lo tuyo con gusto, hace insertar en los diarios tus artículos, nada le molesta
para ser útil a las personas que le interesan.
639
Dejamos ya la calle de Bois-Doré el 15 de julio y nuestra nueva dirección, a donde
te ruego dirigir tus cartas, es Rue de Parc Royal, 1. Hice elevar un ala de la
construcción donde tengo mi taller, mi patio particular y mi apartamento para
construir en los pisos 1o., 2o. y 3o., seis apartamentos y tres locales, todo cubierto
en la pasta bituminosa de nuestra fábrica. También hice levantar un pequeño
edificio separado, en el cual se encuentra el apartamento de tu padre: tienen una
escalera privada, un balcón, un comedor, una alcoba y una cocina, todo con piso
de parquet y convenientemente amoblado; parecen estar muy contentos; cuando
tú regreses encontrarás listo un apartamento con la sola condición de que nos
avises la fecha de tu venida.
Lisa, de quien no hablas, crece y está bien; siempre pendiente de ti, hace
proyectos estupendos para el momento de tu regreso. Creo seguramente que
cuando tú estés reunido con la familia, no nos faltará nada para ser felices; estoy
persuadido de que tu tío va a tomar un apartamento en la casa y a pesar de todo
lo que decíamos hace algún tiempo, estamos dispuestos a aceptarlo; vuelve pues
y deja allá a tus queridos indios, a quienes no veré nunca, pues cuando uno es
casado, tiene hijos y una pequeña fortuna en algún país, se convierte en un
perezoso, lo que, mi querido Boussingault, me sucede a mí lo mismo que a todos
los que están en mi lugar.
Tu amigo,
Vaudet
XCVII
640
Julio 21 de 1824
Mi querido hermano:
Estoy feliz de saber que te has restablecido, pero muy triste de saber que te vas a
las minas de platino, en donde puedes enfermarte de nuevo y en donde no estará
la buena señora Roulin para cuidarte. Cuánto aprecio a esta buena señora por
todas las atenciones que tiene contigo; dale todos nuestros agradecimientos y
ruégale, de mi parte, que venga a verme cuando regrese, ¡me encantará recibirla!
Papá espera mi carta y aun cuando tengo muchas otras cosas para contarte, te
escribiré por correo y te ruego no acusarme de negligencia si no recibes mis
cartas, porque te escribo, por lo menos, una vez al mes.
XCVIII
Vaudet a Boussingault
Mi querido Boussingault:
Hemos contestado tus cartas en forma regular y si no has recibido las nuestras, no
tenemos la culpa; nos produce demasiado placer recibir tus noticias, para no
hacerte llegar las de la familia. Así que no dejes de escribirnos por todas las vías
que se te presenten; siempre serán escasas para consolarnos de tu larga
ausencia.
Debes pagar el tributo que los europeos tienen que dar al visitar el Nuevo Mundo;
contamos y deseamos que quedes en paz en ese sentido con la enfermedad que
tuviste y que pronto, reunido con nosotros, puedas resolverte a renunciar a los
grandes viajes y resolverte a vivir contento y tranquilo con nosotros: ese es el
deseo más importante que podemos tener. Tu tío, quien está con nosotros, sale
esta tarde y nos da la esperanza, de que vendrá a radicarse en París; entonces,
como te lo podrás imaginar, nuestra felicidad será completa. Es así como en todos
641
los momentos de la vida se confía en un futuro más dichoso y uno se consuela a
medida que pasan los años.
Los diarios de Colombia te habrán informado, antes de que esta carta te llegue,
sin duda, la muerte del rey y la subida al trono de su hermano Carlos X, pero por si
no lo has sabido, te lo cuento.
Vaudet
XCIX
Mi querido hermano:
¿Sigues entendiéndote con el señor Rivero? Desearía saber cómo van uno con
otro. Cuéntame si recibes noticias de la amable señora Mabrú, de la familia
Doumay, si ya se casó el señor Engelhardt, si el señor Paul Mabrú va a reunirse
contigo, si el señor Guillemin escribe, en fin, cuéntame si recibes sus cartas, tal
vez tengan ellos más suerte que nosotros. Si escribes al señor Dournay, háblale
de lo que nos debe, pues temo que esto se haya perdido. Habiendo muerto el
señor Pouillot, nadie sabe quién nos pagará.
642
Sin duda sabes que nos mudamos y nos hemos instalado de nuevo, que papá y
mamá viven con nosotros, que estamos muy bien acondicionados, que Cadet
dibuja bastante bien y que está en Artes y Oficios. El señor Humboldt no sabe qué
quieres decir por la Escuela de Alta Industria.
Lisa crece y sigue hablando de ti y te escribe con frecuencia; imítala, amigo mio,
porque nos aburrimos de recibir tan rara vez tus noticias. Tío Luis ha tenido la
bondad de encargarse de esta carta y la entregará a alguien que sale para
Inglaterra; confío en que la recibas. Adiós, mi querido hermano, te abrazo de todo
corazón y ojalá que este sea tu último viaje.
Tu hermana,
Espero, hijo mío, que esta carta te llegue. Sale por intermedio de tu tío Luis, quien
se ha interesado mucho por ti. Tu carta del 8 de mayo la contesté también por
mediación del señor Humboldt; como es posible que nuestras cartas se queden en
el correo en Inglaterra, tu tío ha tenido la bondad de escribir a la Administración
sobre el particular. No te doy ningún detalle relacionado con el señor Vaudet,
quien sigue haciendo buenos negocios.
En fin, lo único que nos falta eres tú para nuestra entera satisfacción, o por lo
menos recibir con más frecuencia tus noticias y te invito a conservarte para
aquellos que te amamos. Te abrazo de todo corazón, en unión de tu madre quien
está en buena salud y de toda la familia. Tu amante padre,
Boussingault
CI
Mi querido Boussingault:
643
Me uno a mi hermano para desearle un feliz término de la misión en que se halla
empeñado, la que no puede ser llevada a cabo sino con una excelente salud y una
voluntad a toda prueba. Le recomiendo realmente no acobardarse: mientras más
resista fatigas y privaciones, más grande será su mérito: recuerde que una sola
vez en la vida se recorren tan grandes distancias y en consecuencia, hay que
aprovechar. Le hablo en el interés de la ciencia, puesto que si lo hiciera con mi
propio interés, le rogaría volver lo más pronto posible. Sin embargo, no abuse de
sus fuerzas y recuerde que tiene padres que estarían desolados si algo le
ocurriera. Adiós, querido sobrino, cuente con mi amistad.
L. Boussingault
CII
Vaudet a Boussingault
Mi querido Boussingault:
La pequeña Elisa crece y está bien; al fin y al cabo no nos falta sino tu presencia
para estar felices y creo que encontrarías en la casa todo lo que te puede agradar,
suponiendo que te hayas curado de la enfermedad de los viajes y que ya tranquilo
y hogareño, te sean suficientes la ciencia, los placeres de la capital y la presencia
de tu familia.
Sin duda ya sabes la muerte del rey y el ascenso al trono de Carlos X, el antiguo
"monsieur"; los diarios colombianos indudablemente te mantienen al corriente de
las noticias de la vieja Europa. Creo que ese gobierno tiene una corespondencia
activa con Inglaterra.
644
Nos entristeció mucho haber sabido de tu enfermedad, pero nos alegramos de que
ya estás restablecido y estamos contentos de que se haya pagado el tributo que
nuestros compatriotas tienen que ofrendar al visitar las regiones equinocciales.
Vaudet
CIII
Querido hijo:
Boussingault
CIV
Mi querido hermano:
645
Estoy dibujando tu retrato, o por lo menos tratando de hacer algo que se te
parezca y si puedo lograrlo se lo daré a nuestra hermana. Mi tío nos ha regalado
su retrato ecuestre que irá bien con el tuyo; sigo yendo a "Artes y Oficios"; tú le
habías hablado al señor Humboldt de la Escuela de Alta Industria, pero él no sabe
a qué escuela te refieres. Mi tío ha encontrado a varios de sus amigos, entre ellos
a uno, oficial de artillería, que estudió contigo en Saint-Etienne. Sigo esperando la
carta que me ibas a enviar. Cuídate bien, te abraza de todo corazón,
C. Boussingault
CV
Tu buena madre,
CVI
Mi querido amigo:
Señora Vaudet
CVII
646
No puedo expresarle, mi querido tío, el placer que he sentido al saber que usted
está en París. Me habría encantado ir a darle un abrazo, placer que espero tener
hacia el fin de 1826, si como usted me lo dice, se radica definitivamente al lado de
nuestra familia.
Me alegra mucho que usted apruebe el camino que he tomado; hasta el presente
no tengo ninguna razón para arrepentirme; el futuro únicamente, podrá probar si lo
que hice fue bien hecho. En esta carrera, como en cualquier otra, si uno logra
tener éxito, quiere decir que acertó al escogerla.
Si usted tuviera algunos meses enteramente libres, debería venir a pasar algún
tiempo aquí, regresaríamos juntos a Europa después de haber visitado el
Chimborazo; le hago esta propuesta porque para usted un viaje de esta categoría
es como ir de París a Saint Cloud. Adiós, mi querido tío, envíeme noticias suyas.
Lo abraza de todo corazón su sobrino,
Boussingault
P.S. He aquí la dirección que debe poner a mis cartas.: MIT I. A. Pauler Freeman's
Court, Londres, para hacer llegar a M. B. profesor en la Escuela Nacional de
Mineros en Bogotá, República de Colombia.
CVIII
647
Dices que has recibido una de mis cartas, pero yo te escribo por lo menos una vez
por mes y a veces dos y me sorprende que recibas tan pocas noticias nuestras.
No es culpa nuestra, como tú pareces creerlo, amenazándonos con no volvernos a
escribir; esto nos aflige más de lo que estamos al estar separados de ti desde
hace tanto tiempo y sin saber cuándo regresas. ¿Quieres volver a alejarte? ¡Qué
cantidad de proyectos! ¿Seguirás haciéndolos siempre? ¡El viaje que hiciste a
donde los indios debía haberte llenado de satisfacción, pero no, deseas ahora ir a
Antioquía, al Chocó, a Panamá, a Guayaquil, a Quito, a Lima! Me parece que esto
abarcaría toda tu vida y no te volveremos a ver. En fin, espero que el Congreso te
conceda una de las cosas que tú pides; entonces ese maldito viaje al sur no será
sino una ilusión, cosa que deseo de todo corazón. Desesperas del señor Roulin,
¡qué desastre! Cuánto lo siento por su pobre señora, a quien quiero sin haberla
conocido; tú nunca me has dicho cómo se encontraba ella en ese clima: ¿ha sido
ella valiente? No te pregunto si es buena; los cuidados que te dio lo prueban y
tengo con ella una gran deuda. ¿Te aburres siempre? Qué afortunado fuiste al
tener una amiga para cuidarte. Cuánto lo siento, porque el aburrimiento a mí me
destruye, pero felizmente sé hacerlo desaparecer y a ti, señor filósofo, el
aburrimiento te persigue sin cesar; ¿para qué sirve tu filosofía?
Señora Vaudet
P.S. No olvides el ejemplar del Viaje del señor Roulin, que me prometiste.
Encontrarás aquí mismo una carta que te dirige el señor Guillemin y otra de Saint-
Remi, quienes desean tener noticias tuyas. Escríbenos.
CIX
Del señor Boussingault a su hijo
648
París, diciembre 28 de 1824
Al contestar, hijo mío, tu carta del 26 de mayo, te participaba del placer que me da
saber sobre tu buena salud y además te daba noticias del tío Luis, quien te ha
escrito varias veces. Como no lo mencionas en tus cartas, ni siquiera en la del 2
de julio, la cual estoy contestando, deduzco que no recibes nuestras cartas, lo cual
me entristece lo mismo que a tu tío quien se interesa mucho por ti. Ojalá ésta
tenga mejor suerte por las precauciones que se han tomado con una casa de
Londres. Tu primera carta realizará mis esperanzas. Tu total restablecimiento,
confirmado en la última me deja satisfecho, pero no abuses y ten prudencia en los
viajes que vas a emprender. Lo que me cuentas sobre tu situación y la del país
donde te encuentras es satisfactorio y mi deseo es el de que llegues a Londres en
buen estado y confiamos en verte aquí por lo menos por algún tiempo.
Boussingault
CX
Tu buena madre
CXI
Mi querido hermano:
649
Me uno a mi hermana para darte noticias nuestras y, sobre todo, ya que lo deseas,
escribirte sobre lo que hago: voy a la Escuela de Artes y Oficios en donde aprendo
geometría y dibujo; ya terminé mi curso de geometría: en cuanto al dibujo, lo
podrás juzgar por ti mismo cuando vengas a París y examines mis obras
expuestas en nuestro salón. Estoy en ecuaciones de 2 grado en álgebra. Me
preguntas hacia qué me inclino y te diré que me aconsejan trabajar con un
contratista de albañilería, porque es un excelente puesto, se gana buena plata y si
vienes a París para montar alguna fábrica, yo podré construir para ti gratuitamente
todo lo que necesites para tu industria. Espero tu opinión sobre este punto. Me
reprochas no haberte escrito y haces mal, porque en todas las cartas que se te
envían escribo algunas líneas. En cuanto a la pensión que tienes la bondad de
darme, te diré que no la necesito para nada; sin embargo te pediría 50 francos
para ir al mar. Vuelve pues, piensa que hace cerca de 3 años que no te hemos
visto; ¡este tiempo te debe parecer tan largo a ti como nos lo ha parecido a
nosotros! En 3 días tendremos el año 1825 y te lo deseo muy bueno y con una
salud perfecta. Tu hermano,
C. Boussingault
CXII
Mi querido hermano:
650
gracias ya está bien y estamos buscando una pequeña casa de campo, cerca de
París, en donde papá y mamá irán cuando gusten. Mis tías estuvieron enfermas,
ya están bien y te abrazan y desean verte, lo que es el deseo general de toda la
familia. Lisa crece y quisiera verte, abraza tu retrato con frecuencia y le pide
muchas cosas para el año nuevo. Cadet ha dibujado un segundo retrato y resultó
bastante parecido; su profesor de pintura le puso color y hace juego con el retrato
del señor Humboldt que Vaudet compró. Te lo enviaremos, pero haces mal en
decir que yo no te escribo, porque soy yo quien lo hace con más frecuencia. Adiós,
te abrazo de todo corazón, afectuosamente tu hermana.
CXIII
Vaudet a Boussingault
Mi querido amigo:
Nuestra vida es tan uniforme que no te contaré cosas muy importantes y que aquí
todos te escriben; yo me ocupo de preparar lo que tú me has pedido para que el
señor Lanz, quien acaba de desembarcar en Francia, pueda llevarte todo cuando
regrese, lo que será muy pronto. Si todavía tienes relaciones con los señores
Dournay, escríbeles para que me paguen los útiles que me hiciste fabricar para
ellos, de quienes tengo muchas quejas; tú sabes que convinimos verbalmente con
José de darle un crédito a 10 años a un constructor para poder responder por la
pasta bituminosa; pues bien, apenas habían pasado 6 meses cuando me
amenazaron de llevarme a los tribunales, si no les arreglaba su cuenta, cosa que
hice para salir del problema.
Adiós, mi querido amigo, escríbenos con frecuencia y regresa tan pronto te sea
posible.
Vaudet
651
CXIV
Mi querido sobrino:
Me uno a toda la familia para desearle, a principio de año, todo lo que pueda
contribuir a su felicidad sobre todo para que pronto tengamos el placer de verlo
con nosotros. Sin embargo, no desearía que por regresar más pronto a Europa,
perdiera una parte de los frutos que se pueden obtener de una permanencia
prolongada en un país tan nuevo y tan interesante, al cual rara vez se viaja dos
veces y aun cuando en la carta que me ha escrito me habla de ello como de un
paseo, ya a mi edad no estoy muy interesado en llevarlo a cabo. No me molesta el
desconsuelo que usted mostró, pues habría venido a Europa para partir
nuevamente: habría sufrido la incomodidad de un largo viaje y su familia habría
pasado por la tristeza de dejarlo otra vez. Adiós, mi buen amigo, lo abraza de todo
corazón y querido como su afectuoso tío,
L. Boussingault
CXV
Tu madre y yo, mi querido hijo, gozamos de una salud perfecta, lo mismo que
Cadet, quien actualmente trabaja en donde un arquitecto que parece estar
contento con él; tus tías y primas se encuentran bien y desean, como nosotros,
que estés feliz y contento y sobre todo, prudente.
Boussingault
CXVI
652
Mi querido hermano:
Creo que una calamidad ha caído sobre la familia y deseo, de todo corazón, que la
distancia a la cual te encuentras, te haya preservado de ella. No quise avisarte de
las enfermedades, esperando poderte contar de la convalecencia y tengo la dicha
de hacerlo hoy, ya que todos están restablecidos.
Hace 6 meses que el señor Inglar no sale de la casa; papá, como cabeza de la
familia tuvo el triste honor de comenzar la fila: estuvo muy enfermo durante dos
meses y medio, lo que nos inquietó muchísimo; Cadet ha estado enfermo, lo
mismo que mamá y mi tía Duhamel tuvo una afección al pecho y a pesar de sus
69 años, la han sangrado 4 veces; mi tía Colombe tuvo una inflamación de
estómago y estuvo tres meses en cama y todavía no se ha recuperado bien; mi tío
pasó dos meses sin salir de su cuarto, pues se hirió al bajar de una montaña en
Suiza; al fin llegó mi turno y tuve una grave inflamación del pecho: me habían
desahuciado, pero felizmente me encargué de dejar mal a los que lo anunciaron.
Al cabo de tres semanas de mejoría, aun cuando no me sentía tan fuerte como lo
hubiese querido, me fui al campo con papá y Lisa (porque para hacer salir a mamá
se necesita hacer demasiados esfuerzos) y al día siguiente de mi llegada me
acostaron, moribunda, a 7 leguas de mi casa; el médico de la población vino a
visitarme y creo que me tomó por un vulgar cochero, pues quiso darme tantas
drogas que me largué rápidamente de ese sitio y regresé a París, en donde estaba
segura de que todo el tratamiento se limitaría a una infusión de cebada y
cataplasmas de linaza, que es el remedio universal; también, la pobre Lisa, se
enfermó hace 8 días y apenas nos estamos mejorando ella y yo y ya el pobre
Vaudet se tuvo que ir a cama, pero él se reserva el placer de contarte sus
enfermedades; ha sufrido mucho y está casi tan flaco como yo.
He tenido el placer de ver algunas veces al señor Lanz y a su esposa; son muy
amables y he estado contenta de haber visto a una persona que te socorrió y te
quiso en un país en donde yo te creía abandonado. Cuánto siento que te halles
tan lejos de nosotros porque si juzgo tu corazón de acuerdo con el mío, tu
ausencia me es más dura a medida que pasa el tiempo. ¡Infortunadamente
todavía pasarás 4 años más! Es largo, pero a pesar de la tristeza que esto me
causa, no me atrevo a aconsejarte el regreso, el cual, si lo puedes hacer sin
perjudicarte, nos causará un placer, como ya lo sabes.
Ayer recibí una carta tuya del 31 de marzo; nos sacó de la inquietud en que
estábamos respecto a tu salud, porque hacía ya 6 meses que estábamos sin tus
noticias. Estoy segura de que nos escribes a menudo y temía que estuvieras
enfermo, así que afortunadamente supimos de ti. Dios quiera que tu buena salud
continúe, lo mismo que la nuestra y que el día del regreso nuestras lágrimas sean
de alegría solamente.
653
Lisa te abraza; el día de San Juan tuvo buen cuidado de poner un ramo de flores a
tu retrato; le gustaría verte llegar con un loro; ha crecido mucho y es muy
razonable para su edad, aun cuando un poco consentida por papá.
Te enviaré tus libros y nuestros retratos en una caja que el señor Lanz enviará
pronto a Santa Fe. Siento hacerte esperar, pero nuestras enfermedades tienen la
culpa de esto. Nuestros padres, tías, Lisa y en fin, toda la familia, te abraza y yo
especialmente. ¡Adiós, escríbenos y cuéntanos si recibes noticias de Alsacia, si
siempre te ves con el doctor Roulin y su esposa, cómo va tu dinero, si estás
economizando, si estás gordo o flaco, negro o blanco, triste o alegre! Creo que
debo contarte que yo sigo muy flaca, que he perdido dos dientes más y que si el
pintor no me embellece, mi retrato no te parecería muy atractivo. Adiós, Cadet te
escribirá,
CXVII
Vaudet a Boussingault
Mi querido Boussingault:
Tu hermana te cuenta cuánto nos han maltratado las enfermedades, pues hasta
mí, que siempre he gozado de buena salud, pagué de una buena vez mi deuda ¡y
con intereses! Sin embargo no hubo muertos y ahora estoy volviendo a ver las
calles de París y sus construcciones, después de haber estado en casa por 2
meses. ¡Al fin puedo comer! Te puedes imaginar la privación que es para un
aficionado beber solamente infusiones. ¡Ah! mi querido amigo, nadie puede saber
cómo era de cruel esta situación, pero pasemos a historias menos dolorosas.
Tu tío ha dejado los Cazadores del Oise, donde era jefe de escuadrón, por haber
sido promovido al grado de teniente coronel de Dragones del Calvados. Allí
permanecerá 2 años, se retirará luego y vendrá a establecerse con nosotros, por
654
lo menos esos son sus proyectos. Dice que quiere gozar de una vida tranquila y
que el mundo ya no tiene atractivo para él. Creo que le gusta nuestro estilo de
vida, puesto que todos los sabios están de acuerdo en que la felicidad se halla en
una vida apacible. En cuanto a mí, que estoy lejos de ser una autoridad en la
materia, pienso que una vida demasiado tranquila no me convendría y
experimentaría mucho placer haciendo un viaje ya sea a Suiza o a Inglaterra o a
alguna otra parte y cuando dejara los negocios me consolaría de no hacer más de
ellos, permitiéndome el lujo de pequeñas excursiones que los buenos parisienses
llaman grandes viajes y que para ustedes los viajeros, no querrán decir nada.
Nos dices en tu carta que te puedes emplear con personas que ya conoces y que
te permiten permanecer en un país al cual ya te has aclimatado.
Me parece que si es necesario pasar cerca de 4 años sin verte, es preferible que
trabajes con esta compañía, teniendo en cuenta que te ofrece las mismas ventajas
que las otras. Tú sabes mejor que yo lo que debes hacer, así que obra en
consecuencia, pero no te daremos más tiempo de licencia.
Vaudet
CXVIII
Boussingault
655
CXIX
De Cadet Boussingault
Mi querido hermano:
C. Boussingault
CXX
De Vaudet a Boussingault
Mi querido Boussingault:
Recibimos una carta tuya de fecha 25 de abril de este año, no sé si será tu última.
Nos dices que te encontrabas bien y que estabas tratando de conseguir un
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contrato ventajoso con una compañía inglesa. Sigue, mi querido amigo, el curso
de tus éxitos, porque con frecuencia, cuando se deja un buen negocio, puedo
pasarse la vida esperando inútilmente uno parecido.
Desde que recibiste nuestras cartas en las cuales has podido ver que todos
estuvimos maltratados por las enfermedades, no ha habido nada nuevo en
asuntos de familia, pero en política ha sido de otra manera y el reconocimiento de
la república haitiana puede ser considerado como un suceso de gran importancia,
que probablemente traerá otros arreglos con los nuevos estados que todavía no
se encuentran en el caso de esa isla.
Adiós, querido amigo, vuelve tan pronto como te sea posible, sin perjudicar tus
proyectos y recuerda algunas veces a las buenas gentes de la calle Port-Royal,
número 1,
Vaudet
CXXI
Mi querido hermano:
657
gustaría que tu hicieras lo mismo. Temo que tus ocupaciones, diversiones y sus
nuevos amigos y los años que pasan, debilitan la amistad que me tenías y que
para mí tiene tanto valor. Para tranquilizarme a ese respecto, escríbeme con
frecuencia y en detalle lo que haces, en dónde estás y qué piensas hacer; esto me
interesa especialmente. Me parece que todavía vas a permanecer donde te hallas
y yo tenía la esperanza de verte dentro de poco; la carta en donde me anuncias
que no vienes, me ha entristecido, pero si es para tu bien tienes toda la razón; te
recomiendo, sin embargo, no ser ambicioso y te pido que regreses tan pronto
puedas, sin perjudicar tus proyectos.
No sé cómo enviarte los pedidos que me has hecho. No es nada fácil. Mi tío llega
pronto, para pasar sus vacaciones con nosotros y como tiene muchos amigos
ingleses, cuento con él. No he hecho pintar mi retrato todavía; como he estado
enferma estoy muy flaca y pálida y espero mejorar algo. He seguido tus consejos y
me cuido más que antes, trabajo menos, paseo con más frecuencia, con más
gente y sobre todo, tengo a mi disposición libros excelentes, que es lo que más
me gusta. Me encantaría podértelos prestar, pero es imposible. Añade a esto:
papá, mamá, mi hija y Cadet, personas con quienes hablo todo el día: así que
como te imaginarás, mis días pasan agradablemente. Me levanto entre 5 y 6 y me
acuesto a las 9 y nunca me aburro.
Adiós; papá quiere escribirte y yo no le dejo papel; esta carta es corta, pero la
próxima ya verás.
Tu hermana,
CXXII
658
Me uno a tu hermana para contarte cuánto siento la prolongación de tu estancia
en Colombia y confiaba, de acuerdo con tu penúltima carta, poderte abrazar en el
curso del año de 1826. Tu última que me anuncia lo contrario, destruye esta
esperanza. No entro a discutir los motivos que te obligan a quedarte y si es por tu
bien, haré el penoso sacrificio de privarme de ti durante ese tiempo; pero te ruego
no abusar de tu salud y no correr detrás de una fortuna difícil de alcanzar.
Boussingault
Mi querido Lolo, te abrazo de todo corazón. Adiós querido amigo, vuelve tan
pronto sea posible.
Tu buena madre.
CXXIII
Mi querido hermano:
659
C. Boussingault
CXXIV
Mi querido hermano:
Mamá está más alegre que otras veces, sin embargo sigue sufriendo con dolores
de la gota, pero a pesar de esto ha vuelto a reír; se halla tan contenta de haber
dejado la maldita calle de la Parcheminerie, que nunca ha regresado allí desde
entonces. Ambas nos reímos de esas épocas con frecuencia y ella está muy feliz
aquí; olvida fácilmente las penas y los sufrimientos que le llegan, lo único que se le
hace más y más difícil de sobrellevar es tu ausencia. Toda la familia opina lo
mismo. En cuanto a mí se ha acrecentado mi amor por ti, pero olvido el hilo de mi
relato; mamá siempre está ocupada; cuando se aburre de coser o de permanecer
en su cuarto, viene a donde nosotros frecuentemente y si el tiempo está bueno,
damos un paseo por nuestro jardincito. Si tenemos invitados a comer, nuestros
padres siempre están presentes; si vamos al campo o a algún espectáculo los
invitamos; mamá viene con frecuencia, pero a papá le gusta caminar solo, o con
Lisa, por el Boulevard. A propósito, hace poco fuimos a un espectáculo con el
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señor y la señora Lanz; ese día papá y Lisa fueron a ver a la señora Saquy, quien
hace una representación y a la ida encontré un reloj; no tienes idea de lo contento
que está.
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P.D. En esta carta encontrarás una de Benoist que había olvidado enviarte. Sus
padres se interesan siempre por ti y siguen en los Archivos, a pesar de que
desean salir de allí, pero no les dan sino una pobre pensión.
Adiós, querido amigo, cuéntame si recibes las cartas que yo te escribo. El señor
Lanz no ha recibido noticias de la República lo cual extraña.
Adiós.
CXXV
Mi querido hermano:
Vaudet quiere mucho a nuestra familia, la recibe con gusto y tiene mil atenciones
para todos, cosa que yo le agradezco muchísimo.
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Te contaré una triste noticia: la señora Loire murió asfixiada de una manera
horrible: yo lo sentí mucho porque era una buena amiga. El señor Guillemin vino a
vernos hace una semana: confía encontrar carta tuya en casa de su padre. Un
discípulo de Saint-Etienne acaba de escribirle que recibió carta de América para él
y después de un viaje que hará a Avesnes nos contará del contenido de esa
misiva. He recibido una carta tuya por intermedio del señor Humboldt y en ella me
dices que dejaste a Santa Fe, pero no me cuentas si regresarás allí, si continuas
al servicio de Colombia, si el viaje que vas a emprender es pagado por ese país o
por los ingleses de quienes nos has hablado. ¿Viajarás solo o con el señor
Rivero? No nos hablas del estado de tus finalizas, de lo cual yo siempre me
preocupo, pero desde que sé que de ello depende tu regreso, deseo que tengas el
mejor éxito y nos cuentes dónde depositas tus ahorros. Esta pregunta te la he
hecho varias veces y me extraña que no me hayas respondido; no sé si recibas
mis cartas, pero creo que pueden llegarte en un año o dos, mientras tanto
escríbeme con detalles sobre tu situación, tu salud, tus diversiones y tus
problemas. Debes saber que esto nos interesa mucho. Adiós, escríbenos lo más
pronto que puedas, como yo lo hago.
Lisa te abraza y te desea un buen año y buena salud; te envía gracias por el collar
de oro que le prometes; ella ha crecido y es bastante razonable. Vamos a buscarle
un pensionado, pues por ahora no conoce sino algunas letras y pocas oraciones;
¡gasté más de dos años enseñándole el Padre Nuestro y el Ave María! Como ves,
no tiene ninguna disposición y sin embargo es viva y despierta, pero le gusta
mucho jugar y la dejo que lo haga. Yo también, querido hermano, te deseo un
buen año. Papá, mamá, Vaudet, Cadet y toda la familia te abrazan. Tío Luis
llegará en los primeros días de enero para pasar 3 meses con nosotros. Tan
pronto tú vengas se alegrarán. Adiós, querido amigo, no nos olvides y regresa lo
más pronto posible. Tu hermana y amiga.
Señora Vaudet
P.D. A Lisa le parece que no hablo lo suficiente de ella; quiere que te diga que te
abraza, que te quiere con todo el corazón y quiere verte. Ven y no olvides el collar.
Con frecuencia vemos a los señores Lanz, quienes están resentidos de no recibir
noticias tuyas; escríbeles, pues son gente amable; la señora siempre está
enferma.
CXXVI
Mi querido sobrino:
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Acabo de pasar un tiempo con la familia y hoy salgo para Besancon, en donde
estoy de guarnición hasta el próximo invierno. No creo que lo veré en esa época,
porque de acuerdo con sus cartas veo que haya resuelto regresar dentro de 2
años. A pesar del placer que tendría de volverlo a ver antes, aplaudo su
determinación: es el resultado de un hombre experimentado que quiere
firmemente lo que cree más ventajoso. No necesito decirle que deseo que sus
empresas tengan un éxito total. Adiós, mi querido sobrino, su padre terminará esta
carta. Créame siempre su afectuoso tío.
L. Boussingault
CXXVII
Mi querido Boussingault:
Hace tiempo que estoy sin noticias tuyas: tu última fechada el 31 de agosto de
1825, la cual recibimos el 4 de marzo, no menciona que hayas recibido ninguna
nuestra. Parece que a pesar de la cantidad de cartas que se te escriben, te llegan
muy pocas o se te olvida participarnos su recibo. Lo mismo sucede con las cartas
que escribes al señor Lanz, a quien tenemos el gusto de ver con frecuencia y nos
aconseja atribuir esas pérdidas a la negligencia de los capitanes de barco. No te
pido que me escribas con más frecuencia porque estoy seguro que lo haces y que
como nosotros, no dejas pasar la ocasión que se presente para enviarnos noticias
tuyas. Tu tío Luis, quien pasó sus vacaciones de semestre con nosotros, partió
para su regimiento y confía en retirarse del servicio el próximo año en diciembre,
cuando esperamos tenerte con nosotros, si tú realizas tu promesa de regresar.
Cadet continúa de contratista; están contentos con él. Hasta ahora está bien de
salud. Tu tío hace compras de libros y de cuadros para su apartamento y nuestra
sala ya tiene una buena cantidad de todo ello; Cadet te ha suscrito, por tu cuenta,
a una obra completa de Buffon.
Si tenemos la suerte de que ésta llegue, cuéntanos qué ha pasado con tus
compañeros de viaje; aquí están inquietos por la suerte de los esposos Roulin;
hazme el favor de darnos algunos detalles sobre la forma como ustedes se
separaron. Sabemos que el señor Rivero está en su patria. Toda la familia está
bien y te abraza. Olvidaba contarte que tu tío va a ser padrino, cuando tu hermana
de a luz, en dos meses. Todo está bien y la industria mejora. Adiós, mi querido
hijo, cuida tu salud que es lo más precioso. El señor Vaudet acaba de recibir tu
carta de Titiribí del 12 de noviembre de 1825 y veo que continúas con la misma
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idea de venir pronto a vivir en el Marais. Dios lo quiera. Termino abrazándote de
todo corazón y soy tu amante padre,
Boussingault
CXXVIII
De Vaudet a Boussingault
Nos encantaría ver ministros desinteresados, nobles que creyeron que nosotros,
oscuros plebeyos, somos hechos del mismo pedazo de barro que ellos y que un
noble muerto no vale lo que un perro vivo y a gentes de partido que quisieran
reconocer algún mérito a quienes no piensan como ellos pero creo que antes
veremos muchos otros milagros pues esas cosas serían para algunos, como dice
la Santa Escritura, la abominación y la desolación. Fuera de esto, para mí nada
tiene importancia: soy un independiente, teniendo en cuenta que no necesito
emplearme, ya que mi pequeña industria me es suficiente. Nosotros, los
particulares, nos consolamos viendo las catástrofes que suceden a quienes nos
tratan mal: que hagan procesiones para el jubileo, que proscriban las obras de
Voltaire, las de Volney y las de Rousseau, de todas maneras ellos morirán y que el
diablo se los lleve. Amén. Vuelve a vivir tranquilo con nosotros en el Marais, tan
pronto te sea posible. Haremos lo indecible para que tu permanencia sea
agradable.
Vaudet
CXXIX
665
Mi querido hermano:
Hace un año que no hemos recibido tus noticias; te imaginas la inquietud que
sentimos. Te he escrito muchas veces, pero no he tenido respuesta. Ignoro si eres
más afortunado y si recibes las nuestras, así lo espero porque un silencio tan largo
es muy triste. Te he escrito, querido amigo, para contarte que mi familia ha
aumentado: el 2 de julio pasado nació un hermoso niño cuyo padrino debe ser
nuestro tío, pero como no puede dejar su regimiento sino hasta enero, el niño será
un pagano hasta esa época; si quieres venir para el bautizo, te invito de todo
corazón. Lisa quiere ser la madrina, ella es alta, pero anda mal de salud; sus
dientes de los 7 años le molestan y quisiera que este año terminara para hacerla
trabajar un poco porque no sabe gran cosa, pero confio que la aplicación le llegue
con el tiempo. Papá y mamá se encuentran bien: están tranquilos y contentos y si
estuvieras con nosotros no les faltaría nada a su satisfacción; pero siempre hay
que desear alguna cosa en este mundo y es cierto que ellos lo que quieren es
verte.
Cadet trabaja y como te lo he contado varias veces, quiere ser contratista; en esto
anda hace como dos años y confio en que será su porvenir; sigue en el mismo
empleo, es decir, que están contentos con él; es amable y si continúa trabajando
como hasta ahora, sin duda haremos algo de él. Me gusta que tenga un oficio que
lo haga permanecer con nosotros, posiblemente sea menos instruido que tú y no
tendrá la esperanza de que algún día lo citen entre los grandes viajeros, pero sin
duda podrá ser feliz, porque dudo mucho de que tú lo seas. Para mí, la felicidad es
encontrarme con mi familia, como ahora lo estoy y cuando todos se hallan bien, no
tengo sino la sola tristeza de no estar contigo, porque tu ausencia es lo único que
me acongoja, ya que todo ha salido mejor de lo que me atrevía a esperar; soy muy
feliz en mi matrimonio, tengo hijos que encuentro encantadores, papá y mamá me
quieren mucho, lo mismo que Cadet y si tú me conservas el cariño, como lo
espero, no queda nada más qué desear y esto para mí es mucho.
En cuanto a dinero, soy mucho más rica de lo que esperaba ser en tan corto
tiempo y sin embargo todavía trabajamos y con mucho agrado. Vaudet tiene un
ayudante y yo una cocinera y una nodriza para el bebé, como ves, ya tengo mi
casa completa y cuando nos des el gusto de regresar, podré recibirte más
agradablemente que antes, pero nunca con más cariño.
Para completar la inquietud en que nos encontramos por tu silencio, los diarios
nos anuncian un tremendo temblor de tierra, que dicen, tuvo lugar en Bogotá.
Confio en que nada te haya sucedido, ya que informan que nadie murió, pero me
temo que hayas perdido papeles o cosas importantes para ti y que esto demora tu
regreso; escribe pronto para sacarnos de la inquietud en que nos encontramos.
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ella es una excelente mujer, yo la quiero mucho. En cuanto a Julio, siempre es un
poquito original.
Saint-Remy vino esta semana para averiguar de ti, sigue muy interesado, no
tienen suerte y nada les resulta; le gustaría tener un empleo, pero es difícil de
conseguir sin recomendaciones. El señor Lanz siempre es muy amable, lo mismo
que su mujer y los visitamos con frecuencia, pues los queremos mucho. Sin duda
sabes que recibió orden de regresar, pero su salud no se lo permite y creo que
eso será por mucho tiempo, así que me duele saber que no recibe sueldo, porque
ya tienen suficientes preocupaciones.
Adiós, mi querido amigo, otro año que pasa y todavía no te veremos. Trata que el
próximo no sea igual a éste. Te deseo mucha salud, felicidad y fortuna. Adiós,
querido Boussingault, te abraza mil veces y soy tu devota hermana y amiga,
Señora Vaudet
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