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EDWIN FABIÁN AVENDAÑO ACOSTA

Código 446625.

MUERTE EN VENECIA

Si bien una de las cualidades del arte, quizá la más importante de todas, es la capacidad de
afectación (ya sea negativa o positiva) que tiene sobre el espectador; al tiempo, otra de sus
características es la multiplicidad en las interpretaciones o recepción emotiva que produce.
Desde la segunda mitad del siglo pasado, y a partir de los estudios de teóricos como Jauss
con sus aportes en cuanto al sujeto cultural, de George Steiner con sus apreciaciones sobre
la muerte de la tragedia y de Umberto Eco quien comienza a afianzar la idea de “obra
abierta”, nos encontramos en un estado de libre interpretación de la obra de arte. Sin
embargo, esta libertad debe seguir cierta coherencia y justificación; sin duda alguna, se
permite que el espectador complemente y devele aquello que el autor intenta expresarle por
medio de sus capacidades de apreciación artística, del nivel intelectual de sus juicios y del
contexto social en el que se desenvuelve. No obstante, existe un eje primordial en todo
trabajo “poético” que le permite ser concebido, criado y parido por su creador: La trama.
Esta trama conocida como premisa permite al artista un marco referencial que no lo limita
sino que le da un punto de partida y una ruta posible para su creación. Teniendo en cuenta
que las impresiones labradas por la sensibilidad de la obra pueden llegar a variar
considerablemente en cada espectador, en las siguientes líneas intentaré justificar las
premisas y metáforas presentes en “Muerte en Venecia” del magnífico Thomas Mann y su
representación cinematográfica por el gran Luchino Visconti.

Siempre tuve la impresión de que las adaptaciones al cine de los trabajos literarios que
había visto eran inferiores en su calidad, más exactamente, en su posibilidad de transmitir
emociones. Hoy entiendo que son dos sensibilidades distintas unidas por una misma fuente:
el arte. No puedo negar que el papel y la tinta ofrecen infinitas ocurrencias con grados
complejos de elaboración subjetiva que pueden ser representadas, con cierta facilidad, por
la imaginación del espectador; esto es algo con lo que no cuenta la pantalla grande que basa
su poderío arrasador en la posibilidad de utilizar, sino todas las bondades del resto de artes,
si al menos las más emotivas de la música, la danza, la literatura, la poesía, la pintura, y en
cierta manera plana, los efectos de la escultura y la arquitectura. Todo esto existe también
en una novela, un cuento, o un poema pero limitado por las capacidades del lector. Es
evidente que algo cambia irremediablemente en una traducción de dos lenguas cercanas
como lo son el cine y la literatura, pero el mensaje sigue siendo el mismo, el efecto de la
catarsis se mantiene intacto.

Thomas Mann en la “Muerte en Venecia” nos presenta a Gustavo Von Aschenbach como un
artista comprometido con su labor, entregado por convicción a eso que es su vida, resuelto a
ofrecer su existencia a la dura labor de crear, interpretar y desenmascarar realidades,
sociedades. Ese es Gustavo Von Asenchbach para sí mismo, para el resto de la humanidad
es apreciado como una artista “iluminado” en el sentido de que su inspiración es la única
fuente de su talento. Pero Aschenbach es en realidad un aristócrata antipático (valga la
redundancia), un artista ensombrecido por el reconocimiento social, un egoísta de afectos y
un escritor que interpreta desde la inteligencia sin buscar nada en la experiencia más
próxima. Con toda su calidad de artista y la sensibilidad que esto encierra, Thomas Mann
nos muestra un escritor excéntrico, insensible en muchos campos, cansado y deteriorado
por su proceder incansable, un novelista recto, un artista que creyó vencer los designios del
arte. La premisa clara, sencilla y tajante: El artista sigue un camino, que tarde o temprano,
de esta u otra forma, lo hace perderse.
No es extraño: el arte es especial por su dificultad; los artistas son seres sociales difíciles
por especialidad. Todo artista, por más comprometido (como Sartre), por más erudito
(como Borges), por más noble (como Rulfo), por más refinados (como Wilde) etc, termina
siendo una cosa socialmente rara, un excéntrico sin remedio, un incomprendido de su
tiempo. Muchas de estas situaciones las inventa la sociedad, los seguidores, y el artista
termina siendo víctima de demonios ajenos; pero en la mayoría de los casos, todo esto no es
más que otra creación del mismo autor. La perdición de Aschenbach se puede tratar desde
dos puntos. El primero nos muestra que Aschenbach ya estaba perdido, el escritor luchando
contra los placeres mundanos que nos alejan de lo espiritual, ignorando mandatos
primitivos tan vitales como el respirar, cortando con ferocidad los lazos más elementales de
la existencia humana, soportando su vida en la noble misión de crear. El segundo puede
considerar la perdición de Gustav a partir de la aparición de un morbo tardío, la
materialización de tantos deseos reprimidos sobre un objeto prohibido, la locura que
traspasa la sensatez del artista y lo hace buscar la belleza, ya no en su obra, sino en la
creación de Dios.

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