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Mientras bebía este vino tranquilamente y soplaba una suave y fresca brisa
bajo la sombra del árbol, comenzó a preguntarse: "Qué está pasando?
¿Estoy soñando o hay fantasmas que están jugándome una broma?" Y
aparecieron fantasmas feroces, horribles, nauseabundos. Comenzó a
temblar y pensó:
"Seguro que me matan!" Y lo mataron.
Con la misma dulzura el niño le contestó: "Ah, estoy haciendo un tazón para
ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos."
Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a sus
padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaban por sus
mejillas.
Los niños son altamente perceptivos. Sus ojos observan, sus oídos siempre
escuchan y sus mentes procesan los mensajes que absorben.
Si ven que con paciencia proveemos un hogar feliz para todos los miembros
de la familia, ellos imitarán esa actitud por el resto de sus vidas. Los padres
y madres inteligentes se percatan que cada día colocan los bloques con los
que construyen el futuro de su hijo. Seamos constructores sabios, y
modelos a seguir. La gente olvidará lo que dijiste y lo que hiciste, pero nunca
cómo los hiciste sentir.
He aprendido que puedes decir mucho de una persona por la forma en que
maneja tres cosas: un día lluvioso, equipaje perdido y luces del arbolito,
enredadas. He aprendido que independientemente de la relación que
tengas con tus padres, los vas a extrañar cuando ya no estén contigo. He
aprendido que aun cuando me duela, no debo estar solo. He aprendido que
aún tengo mucho que aprender y que deberíamos pasar esto a todos los
que nos importan. Yo acabo de hacerlo.
Dueño mío: apenas nuestro gran Padre San Francisco dio la orden, apareció
un ángel, brillando, alto como el sol; vino hasta llegar delante de nuestro
Padre, caminando despacio. Detrás del ángel mayor marchaba otro
pequeño, bello, de luz suave como el resplandor de las flores. Traía en las
manos una copa de oro.
¿Y entonces? – repitió el patrón.
“Ángel mayor: cubre a este caballero con la miel que está en la copa de oro;
que tus manos sean como plumas cuando pasen sobre el cuerpo del
hombre”, diciendo, ordenó nuestro gran Padre. Y así, el ángel excelso,
levantando la miel con sus manos, enlució tu cuerpecito, todo, desde la
cabeza hasta las uñas de los pies. Y te erguiste, solo; en el resplandor del
cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como si estuviera hecho de oro,
transparente.
Así tenía que ser – dijo el patrón, y luego preguntó:
¿Y a ti?
Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro Gran Padre San Francisco volvió a
ordenar: “Que de todos los ángeles del cielo venga el de menos valer, el
más ordinario. Que ese ángel traiga en un tarro de gasolina excremento
humano”.
¿Y entonces?
Un ángel que ya no valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban
las fuerzas para mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran Padre;
llegó bien cansado, con las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro
grande. “Oye viejo – ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel -,
embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en
esa lata que has traído; todo el cuerpo, de cualquier manera; cúbrelo como
puedas. ¡Rápido!”. Entonces, con sus manos nudosas, el ángel viejo,
sacando el excremento de la lata, me cubrió, desigual, el cuerpo, así como
se echa barro en la pared de una casa ordinaria, sin cuidado. Y aparecí
avergonzado, en la luz del cielo, apestando…
Así mismo tenía que ser – afirmó el patrón. – ¡Continúa! ¿O todo concluye
allí?
No, padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro
modo, nos vimos juntos, los dos, ante nuestro Gran padre San Francisco, él
volvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti ya a mí, largo rato. Con sus
ojos que colmaban el cielo, no sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando
la noche con el día, el olvido con la memoria. Y luego dijo: “Todo cuanto los
ángeles debían hacer con ustedes ya está hecho. Ahora ¡lámanse el uno al
otro! Despacio, por mucho tiempo”. El viejo ángel rejuveneció a esa misma
hora; sus alas recuperaron su color negro, su gran fuerza. Nuestro Padre le
encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera
El juicio del gallo y el pucu pucu
MINA DE YAURICOCHA
Había una señora que tenía mucha fe en los difuntos. Iba todos los días al
cementerio a orar en las tumbas. Buscaba, de preferencia, las tumbas
caídas, de hacía mucho tiempo. Rezaba muy devotamente arrodillándose al
pie de cada tumba.
- Dios no me recibe en el cielo porque fui rico. Tengo mi casa en tal parte (y
le indicó el lugar en que se encontraba la casa), pero está encantada y nadie
puede entrar en ella: yo estoy viviendo ahí porque no puedo ir al cielo.
Tengo también chacras, cerdos, y también dinero escondido. Te dejaré todo
eso. Los papeles están en tal parte (y le señalo el sitio donde estaban las
escrituras de sus propiedades). Todos tienen miedo de ir a mi casa porque
está encantada, pero tú no tengas miedo, anda no más saca los “papeles”,
no te haré nada. Una vez que te hayas dueña de todos mis bienes, yo podre
irme al cielo.
La señora fue a la casa y saco los “papeles” del lugar indicado por el
caballero. Y tal como éste lo dijera, al día siguiente la señora era rica,
poseedora de casas, chacras, cerdos y dinero. El caballero no volvió a
presentársele más.
Mientras tanto nadie sabía cómo se había hecho rica la señora que un día
antes era pobre.
Paseábanse dos jóvenes por las afueras del pueblo en una noche de luna
muy clara. Llegaron de pronto a una capilla en donde vieron a un alma que
rezaba de rodillas. Ambos jóvenes juzgábanse muy valientes y como tales
resolvieron burlarse del alma. Cogieron una mata de espinas y,
aproximándose en silencio, se lo arrojaron a la espalda.
El joven llego a la casa de sus padres, todo asustado y pálido. A los pocos
días murió a consecuencia del susto que sufrió durante la persecución del
alma.
Una de sus tretas favoritas era disfrazarse de alma cuando alguien moría en
el pueblo. Lo hacía con el maligno propósito de asustar a las gentes
sencillas. Y de tal modo se comportaba en esto que la gente llego a crearse
un verdadero complejo de miedo. Pues si alguno moría, todos vivían
asustados pensando encontrase con el alma del muerto. Y, efectivamente,
muchos se llevaban un gran susto.
Cierta vez murió en el pueblo un hombre de malos instintos. Toda su vida
se la paso renegando. Odiaba a sus semejantes y por cualquier motivo les
armaba lío tras lío. Con lo cual terminó por ser odiado por todo el mundo.
- ¿Cuál es tu casa?
Antes de que el joven pudiera contestar, salía del nicho un alma y decía:
- ¡Esta es mi casa!
Los sobrevivientes al bajar por el flanco este del Pumampi, encontraron una
meseta pequeña pero estratégica que domina el valle y las riveras del rio
Tarma y del rio Palcamayo, antes de confluir. Allí decidieron quedarse y
construir Naupamarca.
La vida de los naupas fue penosa aquellos primeros años. Las madres
derramaron muchas lágrimas al no poder nutrir a sus guaguas, con
alimentos que dan inteligencia y vigor.
Al ver ondear los sembríos de sus hostiles vecinos, recordaban sus chacras
y sus cosechas abundantes y los manjares que ellas sabían preparar.
Pensaban que si no hubiera tanto odio y mezquindad podrían intercambiar
las quinuas, el ulush nutriente del dulce llacón, de la técnica para fabricar
artesanía útil y de la experiencia para construir leguas de acequias. Si no
habría odio ellos no tendrían por que vivir en las frías cimas de estos
lugares.
Con una soga larga, desde la cumbre del cerro de caliza, colgaron maniatada
a la joven, hasta la cueva que, como boca huihspa, tiene el farallón del
borde oeste, para sorpresa de los voraces killichos que habitan hasta hoy
esa oquedad.
Los amigos que tuvieron los j6venes amantes en sus pueblos, supieron
aquilatar esta triste pero hermosa historia y, cuando les toco dirigir a sus
comunidades, labraron una paz digna con los Incas y con todos los vecinos.
De esta forma, los naupas bajaron sus moradas de las frías alturas al valle
abrigado.
Unidos dominaron las rocas y la hidráulica. Allí sus obras que ahora nos
hablan: Hatunsequia y Naupamarca. Y en memoria de sus viejos valores lo
recordaron a través del tiempo con las danzas de Auquish Tuco y el
Jarculito.
Si en alguna oportunidad te detienes en Matará, encontrarás dos puquiales
fascinantes que germinaron de los ojos del joven amante. Y si alzas la
mirada hacia la cavidad que bosteza en la cúspide de caliza –borde oeste
del Picoybamba- observarás que allí pende una estalactita cónica, blanca,
perpetuendo el mensaje de aquel gran amor: una huayunca. Por ello a este
cerro los abuelos lo nombraron Huayuncayog