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Rescatar un pensar latinoamericano para la liberación

Aquí se debe proceder con cuidado, sin olvidar la condición en la que nos encontramos,
la del ser-latinoamericano 500 años post-conquista; si hay una búsqueda de la
liberación, implícitamente aseveramos que hay un sujeto, un ego dominante y, haciendo
paráfrasis de Dussel, la determinación de una dependencia. La dependencia del
latinoamericano. El otro es causa de mi opresión. Sin embargo, aquí nos seguimos
moviendo en terminología dual propia de los europeos, cercanamente al diagnóstico
que hace Marx sobre la tensión dialéctica entre burguesía-proletariado.
Por lo tanto, para emprender la liberación, en una analéctica más que dialéctica (y aquí
está, desde mi punto de vista, la gran jugada dusseliana) es menester escapar de la
relación dual clásica que remite al pensamiento de la totalidad. Dussel señala cuán
grande era el asombro de Occidente cuando "descubría" un otro que recusaba el
horizonte filosófico trazado por la tradición europea. Los filósofos europeos jamás
concibieron a un otro fuera de su horizonte, fuera de sus categorías, de su capacidad
perceptiva; siempre el otro era incluido y a la vez sub-sumido, esclavizado, alienado. El
otro devenía lo otro, sumándose a la totalidad.
Quiere decir que la alienación conquistadora afirma al otro desde la configuración de un
yo; el yo establece y determina al otro como diferente pero desde categorías que el yo
impone; o sea que la identidad del otro en tanto identidad originaria, como la del
latinoamericano, es no-admitida para tornarse identidad de otro oprimido y
"dialectizado". El indígena es desposeído en su identidad para devenir posesión del amo-
burgués, organizados en la clásica noción de totalidad, el todo es uno, en la que
Occidente ha caminado desequilibradamente.
Por lo tanto, siguiendo el hilo conductor desarrollado, el primer paso a la liberación
supone retornar a un tiempo latinoamericano no-occidental, de no-conquista, de no-
inclusión en dicha totalidad; para ello es necesario auto-despojarse, no violentamente,
de las categorías eurocéntricas, dejar de ser lo otro, y reconstituirnos en el
otro desconocido, indiscernible. El otro latinoamericano que afirma la diferencia
respecto de los sujetos europeos, en lugar de negarla como hicieron praxeológica y
conceptualmente los individuos de la subjetividad. En pocas palabras, liberarnos por "el
movimiento de reconstitución de la alteridad" (Dussel, 1974: 285).
Esta liberación, mediante el retornar o reconstituirnos, ya no involucra en modo alguno
al amo burgués dominante que ocupa el puesto de lo mismo (respecto de lo cual,
ocurriría lo contrario dentro de la teoría marxista en tanto y en cuanto Marx propone un
mundo utópico que estableciese acaso equilibrio dentro de la totalidad
compuesta por opresor-oprimido, y por otra parte requiere de la parcial dictadura del
proletariado).
Bien hace Dussel en remarcar que el abandono de la totalidad, del sistema europeizante,
no requiere en primera instancia de una guerra en contra de los conquistadores
dominantes a modo de venganza, no cabe semejante barbarie como la que llevaron a
cabo los españoles; sin embargo, en el momento en que el oprimido-indio inicia su
separación total del sistema europeo, este último puede no soportar el devenir otro (de
alteridad) por cuanto genera un malestar, una desestabilización, y a su vez no deja de
producir una extrañeza similar a la que sentían los primeros extranjeros en tierra
indígena, a lo cual respondería violentamente de nuevo con el objetivo de prolongar su
dominio: ahí entonces la guerra comenzaría sin más, dice Dussel a modo de conjetura. El
latinoamericano recusa la identidad oprimido-otro, alienado-otro, obrero-otro, escapa al
horizonte trazado por la tradición filosófica-europea.
Ahora bien, en cada práctica, en cada volcarse a la relación con la tierra en el
sentido mítico originario, en cada rito, como el de la Pachamama (por señalar el caso
más próximo), nos estamos reconstituyendo como el otro, en su diferencia originaria,
incomprendido e indeterminable para el europeo. Más aún, el sentido político que
implícitamente emana de esta liberación es el de rechazar cualquier forma de
cosificación de las prácticas o formas de vida indígenas. La conquista, sus formas de
violentar, de usurpar la tierra, se ha extendido hacia nuestra época. Y esto se aclara
cuando vemos que los pueblos originarios, incluso cuando son pocas familias, se
encuentran en la posibilidad de sufrir una expropiación de sus tierras, para luego crear
algún paseo turístico, o simplemente intereses que responden a ideas de esa índole,
produciendo una objetivación siempre explícita del indígena, cuya visión capitalista
responde a la funcionalidad instrumental alienante.

En esto consistiría entonces, por un lado el des-encubrimiento de la conquista en sus


distintas formas, la anulación de la noción de “encuentro”, y la propuesta de liberación y
consolidación de la diferencia. Desposeer al otro, ya no obligándolo a resignar su
identidad, sino afirmándola en su complejidad; puesto que emprender la búsqueda de la
realidad latinoamericana, su pensamiento, es empezar la liberación de un pueblo.

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