Un joven que deseaba aprender nuevos conocimientos y habilidades,
acudió a un sabio Monje en el Tíbet, con la esperanza de que lo admitiera como alumno. El viejo sabio le recibió amablemente y le invitó a tomar una taza de té. Puso delante del joven una taza y empezó a servir el té. Una vez la taza estaba llena, el sabio continuó vertiendo la bebida, la cual empezó a derramarse sobre la mesa. El muchacho, alarmado al ver que el monje no se inmutaba ante el derrame de té, gritó: - ¡Maestro, maestro, deje de echar té en mi taza! ¡Pero no se da cuenta de que lo está derramando! El Monje lo miró a los ojos y le respondió: - Igual que la taza, tu mente está llena de opiniones y especulaciones. ¿Cómo vas a aprender si no empiezas por vaciar tu taza? Hasta que no seas capaz de vaciarla, ni yo ni nadie podremos poner más conocimiento en ella. Y añadió: - Hay que vaciarse para poder llenarse, una taza solo sirve cuando está vacía. No hay nada que se pueda agregar en una taza llena.