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Reflexiones en torno a la pintura: Caravaggio, entre la luz y las tinieblas

http://lacuevadeloslibros.blogspot.com/2013/04/reflexiones-en-torno-la-pintura.html

David y Goliath. 1610.

Uno de los mayores genios de la pintura y de los más emocionantes y curiosos. Caravaggio fue, por encima
de todo, un personaje escandaloso preñado de talento. Sus cuadros son sencillos, puros, magistrales y entran
por los ojos con irresistible fuerza; pero también son elaborados, profundos, fascinantes. Nunca un artista
usó la luz con tanta pureza... eso sí, sus personajes oscilan entre las tinieblas de un mundo en estado de
pecado y siempre dispuesto a tentarnos. Caravaggio, con su furia creativa, me atrapó irremediablemente
cuando me situé frente a varias de sus obras repartidas por la admirable ciudad de Julio César. No obstante,
no me dejaría más admirado que a sus contemporáneos cuando, con su maestría con el pincel, dejó atrás el
Renacimiento tardío y aplicó en pintura un nuevo y llamativo estilo: el barroco.

Santo Tomás, 1602


Michelangelo Merisi nació en Milán en 1571. Pero su vida concluyó antes de los cuarenta años, en
1610. Caravaggio fue un personaje oscuro, violento, con mucha dificultad para controlar su carácter, amigo
de las disputas, orgulloso, contradictorio, terco, con pecados mortales a sus espaldas, y pese a todo, con una
sincera devoción y un profundo respeto a la fe católica. Sin embargo, lo escandaloso de su figura es que, a
pesar de su oscuro temperamento y su volcánica vida, en sus cuadros no existe una pizca de violencia. Esto
me parece asombroso después de haber paseado por las páginas de su biografía y estudiado su vida. Es como
si el maestro hubiera pretendido redimirse de sus culpas a partir del gran arte de la pintura. Como si sus
obras fueran una plegaria buscando perdón. O así lo sugiere la contemplación reposada de sus cuadros,
puesto que algunas de sus obras maestras son oraciones por su propia alma, escenas en las que el maestro se
entregó a la misericordia de Dios y consiguió pintar, con la gracia del Altísimo, cuadros rebosantes de
espiritualidad.

Tal vez Caravaggio no fuera tan levantisco como lo pintan. No sería nada extraño. En cualquier caso, todo
hombre es mucho más que lo puede consignarse de él en una biografía. El alma de cada cual tiene difícil
retrato. Por eso solo Dios conoce el fondo de los corazones.

Más allá de eso, Caravaggio es indudablemente uno de los grandes genios del arte, una de las lumbreras de
la pintura occidental, y otra más de mis debilidades pictóricas. Pero ¿por qué destaca Caravaggio sobre la
mayoría de artistas? ¿Qué hay en sus cuadros? A mí me parece que Caravaggio expresa como pocos los
jirones espirituales que lo acuciaban. Por ejemplo en la luz brutal que horada esas profundas y densas
tinieblas que envuelven a los personajes de sus lienzos. Pero, como es lógico, esa calidad técnica no es más
que una peculiaridad sustancial de su genio. Detrás se levanta todo el universo de un maestro.

Santo Entierro, 1602

La obra de Caravaggio se puede dividir en varias etapas. Algunos críticos hablan de tres, pero a mí me
parece que con dos estadios se puede entender suficientemente su pintura sin necesidad de descender a los
detalles. El primer período está marcado por la influencia de Leonardo y su técnica del claroscuro con
perfiles suaves y su luz serena; y es más colorido que en obras posteriores. Hasta que da el salto a una
segunda fase —con ensayos intermedios— para llegar al tenebrismo y la pintura propiamente barroca. Aquí,
generalmente, los paisajes desaparecen, las escenas tienen pocos personajes, los cuadros son sobrios, los
gestos expresivos, significativas las miradas, decisiva la psicología de los personajes... La composición
también es revolucionaria. A Caravaggio le despreocupa el espacio y la perspectiva, pero sus cuadros son
elocuentes. Trata de enganchar al espectador con composiciones efectistas, y para ello aprovecha como
nadie el escorzo.

Pero al margen de estos aspectos técnicos, me he esforzado bastante por tratar de definir lo que, a mí juicio,
hace especial al pintor italiano. Por lo menos a mí estas pocas claves —al principio ideas sueltas— me han
ayudado a penetrar sin temor en el embrujo de sus cuadros.

 Realismo poético

Frente al clasicismo renacentista, Caravaggio no rompe con el idealismo anterior dando el salto a un
realismo vulgar. Él es un genio, sus escenas realistas respiran poesía. Y estas escenas, aunque quizá debiera
dar más explicaciones, yo las califico incluso de épicas.

 Sobre los cuadros planea un aire de misterio

Quizá sea el carácter grave, solemne, de los personajes. Hay un gusto en Caravaggio por lo santo y a la vez
por lo sencillo. O tal vez tenga algo que ver con ese halo de misterio el agobiante tenebrismo, herido por luz
celestial. En cualquier caso, una profunda sabiduría brota del fondo de las obras del pintor italiano.

 El color queda subordinado a la luz

Caravaggio emplea pocos pigmentos en sus obras hagiográficas y tenebristas. Aunque las sombras siguen
rodeando las figuras, dominando la superficie del lienzo, como una seria advertencia para los pobres
desgraciados que queden al margen de la luz. Pero para un creyente como el maestro lombardo, «la luz luce
en las tinieblas, y las tinieblas no la sofocaron».
 Caravaggio pinta para gente sencilla y no para intelectuales

Atrás queda el Renacimiento y sus cuadros llenos de símbolos escondidos y multitud de referencias clásicas,
escenas grandiosas y composiciones llenas de personajes. ¡El arte de Caravaggio se dirige a los humildes!
Son obras sencillas. No idealiza la realidad, la enseña como es, pero lo hace con una dulce piedad. (No
obstante, en el Entierro de la Virgen yo también hubiera preferido, como sus contemporáneos, mayor
dignidad.)

Con estas breves pinceladas, y cuadros que hablan de perdón y redención, Caravaggio alcanza con su pincel
algunas cumbres de la espiritualidad en la pintura universal.

Ejemplos de genialidad barroca, tenebrismo y belleza

Vocación de San Mateo, 1601

No pudiendo resistirme a destacar unas pocas obras del artista, del tríptico de San Mateo me gusta, sobre
todo, La vocación. (Ilustra una escena evangélica: Lucas 5, 27-32.) Quizá porque en él sale Jesús, discreto y
humilde, aunque regio y divino. Pero aparece precisamente en un escenario vulgar, tabernario. Sin embargo
su presencia es poderosa y mansa. Y este conjunto de rasgos me parece asombroso.

Igual de genial que la presencia irresistible pero mansa de Jesús, me parece el detalle de la luz, que atraviesa
el cuadro siguiendo la orientación de la mano de Cristo. Una mano tendida como oferta de amistad y
reconciliación con los concurrentes. Es decir, Jesús aquí echa la red para salvar a los pecadores, y con ellos a
toda la humanidad. El cuadro, sin lugar a dudas, emociona. Es inmensamente humano.
Pero si desciendo al contenido de la escena me maravillo por la sabiduría de Caravaggio. Por un lado
está Cristo llamando a la puerta de los pecadores, tratando de salvar a las ovejas perdidas, y para eso acepta
visitar lugares que están, más si cabe, por debajo de su dignidad. Por otro, la escena es patética. En ella los
hombres, ciegos y apegados al mundo, tienen delante al Hijo de Dios vivo y ni se inmutan. Cada uno, como
se puede ver, va a lo suyo. Y el ejemplo más elocuente es el hombre que contempla absorto las monedas que
se encuentran sobre la mesa. Todos esos adornos, accesorios que separan al hombre de Dios, se identifican
con las negrísimas tinieblas que agostan al ser humano en los cuadros de Caravaggio.

San Mateo y el ángel

También son admirables los otros dos cuadros del tríptico: San Mateo y el ángel y El martirio. Y los tres
forman una obra maestra que implica distintos tipos de colores para cada pintura, un mismo foco de luz para
los diferentes cuadros, y sobre todo, el sentido del cristianismo en tres pasos, desde el llamamiento a la
conversión (seguir a Jesús) hasta el martirio en último extremo por confesarle.

Tampoco puedo dejar de lado a La Crucifixión de San Pedro. Es una obra maestra. Sin embargo, si hay una
obra que me arrebata por su sencillez e ingenio es San Francisco meditando. El famoso monje capuchino
aparece en una postura insólita y con expresión extrañada, mirando una calavera que sostiene con ambas
manos.

San Francisco está rodeado —otra figura más aislada y acosada por tinieblas— por la densa negrura que
impregna el fondo de los cuadros de Caravaggio. La sencillez de su cabello castaño, la humildad de sus
ropas, o el detalle de su mano emocionan. Pero lo que más me perturba de un cuadro que estuve
contemplando absorto un buen rato es el esfuerzo que está haciendo en la pintura el monje para comprender
el misterio de la muerte. Desde luego, la expresión que imprime Caravaggio a San Francisco no es la de un
santo; y no por eso es blasfemo en el tratamiento del personaje histórico, sino muy humano. Porque los
santos si son algo en grado elevado es precisamente humanos. Y aquí San Francisco aparece meditando,
posiblemente con el cráneo de un viejo compañero entre las manos, sobre los asuntos del más allá. Pero con
la duda en el corazón, porque tiene delante de él algo que sus ojos contradicen, como es la esperanza en una
vida después de esta, ya que sostiene los únicos vestigios que restan de nosotros cuando nos visita la muerte:
huesos y cenizas.
San Francisco meditando

En San Francisco meditando se unen, pues, lo divino y lo humano, el arte y el misterio, el genio atormentado
y su infinita sensibilidad, que ansía con más fuerza que un humano corriente la verdad última de todas las
cosas. Sed de infinito que un católico como Caravaggio identificaba en el fondo con sed de Dios.

Al fin, sin su gran fe, Caravaggio no hubiera pintado jamás cuadros semejantes. ¿Quién puede dudarlo?

La crucifixión de San Pedro

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