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El abordaje de este estudio tiene una perspectiva más social y cultural; su objetivo no es
determinar el valor de la obra como testimonio histórico; sino poner en discusión algunos
libros históricos del medioevo. Se empezará abordando la concepción que se tiene de la muerte
en la obra y la relación establecida con el modo en que ha sido retratada por los historiadores
encargados de estudiar la sociedad de la época. El anterior tema servirá de eje para exhibir otras
la actitud guerrera, la nobleza y las fiestas medievales. Se culminará con una conclusión que
propone a los textos medievales como los encargados de retratar algunos aspectos culturales
propios de su época.
Pese a que se entiende que el poema pertenece al mundo de la ficción, al que no se le puede
exigir verosimilitud, no se desconoce, como menciona Fumagalli (1988) que los documentos
narrativos de la Edad Media han sido leídos hasta ahora solamente como repertorios de historia
política en que se proponen tratados de guerra y paz. No obstante, afirma, que si se miran con
detenimiento se encontrará que estos textos, más que tratados de batallas, son «espejo de las
relaciones del hombre con la naturaleza, aparecen como crónicas atentas y minuciosas de todo
lo que de natural sucedía sobre la faz de la tierra, en el agua y en el cielo» (Fumagalli, 1988, p.
23).
Según Menéndez Pelayo (1941), el Cid goza de reconocimiento por ser quien eclipsó a los
poesía histórica y su más alta encarnación. Lo narrado en sus versos brinda una mirada de
hazañas heroicas que dejan ver los sucesos concomitantes a las mismas y que se relacionan con
gesta y explica que el del Cid no fue el primero, pero la grandeza que se le atribuye y el hecho
de que se hayan conservado documentos históricos y poéticos, sobre las hazañas narradas en
el poema, han sido algunas de las razones que explican la conservación casi completa de los
En el enfoque propuesto sobre la relación entre el Poema de Mio Cid con el contexto artístico
y cultural europeo se procederá con cautela, porque al hacer mención de una historia social y
fragmentos de la obra y citas de manuales de historia cultural del medioevo, en los que se
cuenta la cotidianidad de las personas que vivían en la Edad Media y no solo de las batallas
que se presentaron en esta. Para Montaner (2000) dichas relaciones son posibles debido a que
la obra no se abstrae por completo de las condiciones sociales en las que se concibió y circuló;
los cantares, como la literatura histórica de todas las épocas, guardan unas relaciones complejas
con los acontecimientos que se disponen como base «dependiendo de las fuentes orales o
escritas, históricas o literarias que el poeta pudiera emplear, así como la propia inventiva de su
autor y del deseo de construir una historia coherente y apasionante» (Montaner, 2000, p. 235).
El tema de la muerte está constantemente presente a lo largo de la obra y este da cuenta de las
el final de un proceso natural, sino como una desgracia a enfrentar y de la que se están cuidando
constantemente en las batallas, por eso el Cid se siente traicionado cuando los infantes de
Carrión han planeado su muerte, después de la acogida que les ha brindado. Él lo interpreta
como una deshonra dolorosa y grave, tal como la afrenta que hicieron a sus hijas (vv. 2675-
2679):
anhelada, pero si es causada por el enemigo en las condiciones en las que los infantes de Carrión
se la pretendían causar al Cid. La situación cambia y adquiere otro sentido cuando se pasa a un
y la valentía se vuelve fundamental para quienes participan de este. «Se prefería la muerte a la
vida, cuando aquella era la prueba del valor militar o desmentía cualquier sospecha de cobardía.
Y, a menudo, en las batallas, ser valiente significaba morir» (Fumagalli, 1988, p.106). Como
La anterior concepción de honor al morir se relaciona con el vínculo que hacían las personas
entre su modo de ver la muerte y el de la Iglesia; pues morir en batalla se correspondía con
estar al servicio de Dios, si los enemigos que morían no creían en un creador diferente y no
querían convertirse para ser salvados. Fumagalli (1988) afirma que durante toda la Edad Media
se condenó el derramamiento de sangre, salvo que estuviera justificado para extender la Iglesia
de Dios, salvaguardar el orden del estado o proteger a los débiles. Estas excepciones eran las
que se vinculaban a la pérdida del miedo a la muerte y pasaban a significar una consecuencia
Sin embargo, tales licencias eran otorgadas solamente a quienes tenían acceso a un
adiestramiento militar, poseían la potestad para causar la muerte o llegar a ella legitimado por
específicas condiciones sociales. El adiestramiento militar entonces, solo aparece como tarea
de un grupo reducido de nobles. Algunos de los gestos que podían ser condenados de agresivos
en otras condiciones «se nos presentan como gestos de coraje y fuerza de los individuos,
miembros precisamente del estamento noble, o bien como característica propia de una familia
Ariès (1983) asevera que en la Edad Media se concebía a la muerte como la esperanza en una
posibilidad de una condenación. Por consiguiente, se avivaba el temor sobre el estado espiritual
al momento de morir, que prevalecía sobre la preocupación de los buenos actos durante la vida;
razón por la cual, debía procurarse más por tener segura una salvación que no exigiera gran
flexibilidad de la misericordia divina después de la muerte y, por esto, era que se invocaba
constantemente la presencia de Dios, su cuidado y perdón, cuando se topaban con un momento
cercano a la muerte o cuando alguien sufría malas condiciones de vida que no le permitirían
en el monumento resucitest [. . . . . . . . . . . . .]
Ariès precisa que a partir de los siglos XII y XIII las altas y bajas ceremonias de la Iglesia
tomaron gran fuerza por la consolidación de variedad de misas y servicios pedidos desde la
agonía del enfermo o establecidos por los difuntos en sus testamentos; con la intención de
redimir sus almas al librarlas de los pecados cometidos en la tierra. Por esto es que en los
últimos días de vida se dirigían a Dios o, al momento de salir a la batalla, le pedían su protección
o perdón en el caso de encontrarse con la muerte mientras luchaban. De aquí se conceden estos
rituales, en muchos casos, basados en el prestigio y la cantidad de dinero que pagasen los
familiares del difunto. Esto se ve en la obra cuando el Cid sale vencedor en una batalla y recoge
el suficiente dinero para destinar una parte para la Iglesia y así aportar para la redención de su
alma (vv.1795-1798):
Montaner aclara que el término diezmo es un anacronismo para la época de Rodrigo Díaz, pues
la existencia de este no está documentada en la península ibérica hasta el segundo cuarto del
impide la función que cumple este dato, pues inscribe a la obra dentro de unas dinámicas
sociales que permiten entender la muerte como un fenómeno atravesado por las condiciones
culturales de la Edad Media. Estas donaciones que se hacían en la Edad Media y que coinciden
con las realizadas por el Cid, se pueden concebir como aquellas que se realizaban por el «miedo
a la muerte y a la voluntad de conseguir oraciones para esa multitud de personas, mucho más
consistente, que dormía dentro y alrededor de las iglesias, esperando el día en que serían
Tales donaciones a las iglesias eran destinadas, entre algunos otros usos, para la realización de
misas que aseguraban la salvación del alma del próximo difunto. Por lo cual, Ariès propone
una clasificación de tres categorías para la forma en la que se disponían las misas: la primera
escalonado de tres niveles. Los dos primeros se cubrían con un paño con una cruz y en el
segundo nivel se disponía una calavera. En el tercer nivel se colocaba el catafalco en lo alto.
La misa de segundo grado, con seis velas, que se acompañaba del túmulo y catafalco. La misa
de tercer grado, la más simple, destinada a gentes con menos recursos: se disponían tres velas
y constaba únicamente del catafalco. La posibilidad de pagar por la realización de dichas misas,
solo era posible para una parte privilegiada de la sociedad medieval; así que, estas, como el
adiestramiento militar, daban cuenta del ascenso social que fue atravesando el Cid en su
actitud guerrera, la cual, relacionada con el adiestramiento militar y el coraje, era considerada
como una característica más importante que cualquier otra capacidad con la que contara el
hombre medieval en la plenitud de su personalidad. Su importancia era tal que esta actitud
guerrera estaba presente en laicos y eclesiásticos y solo debía renunciarse a ella si se hacía para
combatir contra el demonio y sus tentaciones. En la obra, los infantes de Carrión carecen de
dicha actitud guerrera y cuando los demás se enteran comienzan a rechazarlos, como en el
episodio del león o cuando los hombres del Cid se encuentran ansiosos por combatir contra
ellos en el momento en que se les está castigando ante el rey por la afrenta que hicieron a las
hijas del Campeador. Sin embargo, cuando se refieren, en la obra, a los infantes de Carrión, el
Cid deja ver la forma en que entiende la verdadera nobleza, de la que estos carecen; pues lo
que tienen no les ha llegado a sus manos por sus méritos (vv. 1935-1940):
Fumagalli (1988) asevera que los gestos de coraje, ya mencionados, en realidad eran
representaciones de la violencia en sus manifestaciones más crueles, las cuales son narradas en
la obra generalmente sin turbación alguna. En el Poema de Mio Cid, estas narraciones se
presentan, sobre todo, cuando se describen las victorias del héroe épico y se aprovecha, a su
vez, para enaltecer sus actos con la exageración de las batallas y la explicitud de los ataques
violentos. El autor agrega que las crónicas y las vidas de santos son las que más ofrecen
caracteres a punto de estallar, a los que describe como hinchados por una perenne tensión hacia
la violencia y hacia la resolución violenta de las relaciones con otros, sin importar si hubiesen
cometido actos que mereciesen de esta o no. Tal como sucedió con los campesinos a los que
tuvo que desterrar el Cid por la necesidad de la conquista de territorios, que le aseguraran la
En el fragmento anterior se hace alusión a la seña que los acompañaba en las batallas y a la que
se le adjudicaban también otros sentidos que fortalecían los ya mencionados: valentía, validez
de la muerte y superioridad de quienes participaban de las batallas. Más que descifrar el sentido
particular en la obra. Para el autor Aznar (1999) en el pensamiento medieval cada objeto
material era considerado una figuración de algo que le pertenecía a un plano superior y que se
Otra tradición medieval a la que se refiere el Poema de Mio Cid es a la de las fiestas. Uno de
los momentos del poema en que esta se puede evidenciar es en la boda de las hijas del Cid con
los infantes de Carrión. En esta fiesta asisten invitados de diferentes lugares, se hace mención
de los atuendos que llevan, tienen una extensa duración y se presta para diferentes intercambios
sociales. Aznar (1999) explica que a partir del siglo XI la dote que lleva la mujer crece y
adquiere mayor importancia que las aportaciones del marido, algunas de las cuales llegan a ser
suprimidas por la autoridad. Es la dote la que termina siendo la prestación central de los
intercambios propiciados por la fiesta. El autor agrega que la fiesta medieval tenía otras
funciones adicionales a la de una reunión para el ocio y estas permitían comprender el sistema
existencia: vivir sin trabajar. La segunda función era la de reforzar las solidaridades de grupo,
sin dejar, por esto, de establecer las jerarquías o preeminencias sociales. «También servía para
mundo iletrado. Por último, transmitía formas colectivas de pensamiento, por medio de la
Después de tejer las relaciones mencionadas entre los sucesos de la obra, con aspectos que
hacen parte de la historia social y cultural de la Edad Media, se puede concluir que, si bien el
Poema de Mio Cid no es un reflejo de la realidad medieval, los sucesos que este narra pueden
dar cuenta de algunas dinámicas sociales sucedidas en este tiempo y que fueron retratadas por
ficcional, más no como un documento histórico que relata al detalle los sucesos desde una
supuesta objetividad.
Resta decir que la mirada propuesta en este trabajo se acoge a la postura planteada en la
introducción por el autor Fumagalli, quien concibe los textos medievales como relatos que
pueden llegar a plasmar al detalle, además de las batallas y algunos hechos históricos de
personajes que existieron, los modos de relacionarse y de concebir el mundo de las personas
de la Edad Media, que, aunque se inscriban dentro de un marco ficcional, pueden ofrecer un
camino al estudiar la historia cultural y social de ese tiempo. Por esa razón, fue que algunos de
los fragmentos de la obra se pusieron en relación con libros de historia encargados de estudiar
la historia cultural en el momento en que surgió el Poema de Mio Cid; para reconstruir desde
la historia y la literatura tanto un entendimiento del momento que vivieron los habitantes de la
Edad Media, como una comprensión más cercana a la que pudieron acceder quienes conocieron
Referencias
Fumagalli, V. (1988). Cuando el cielo se oscurece: la vida en la Edad Media . Madrid: Nerea.
Menéndez Pelayo, Estudios y discursos de crítica histórica y literaria (pp. 107-161). Madrid: