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«HACIA EL DESTINO, AUNQUE SEA TROPEZANDO.

LO IMPORTANTE ES
CAMINAR»
La relación con la realidad. Julián Carrón vuelve a la clave de bóveda de todo el pensamiento de don
Giussani para responder a la pregunta: ¿cómo se puede vivir? Un encuentro sobre El sentido religiosoCarlo
Dignola10.05.2019Es que la realidad no la haces tú. Tú puedes mirarla, aprender a amarla, o bien puedes
intentar ignorarla, pero lo que no podrás hacer es falsearla, sobre todo cuando la punta del iceberg del Ser
te toca de verdad. «Puedo inventarme un mundo interior con estrellas de papel. Puedo inventarme la
magia de un encuentro robado. Pero luego, no sé qué hacer. ¿Cómo puedo inventarte a ti para poder
tocarte? ¿Cómo puedo aprender a vivir sin amor? Tus ojos, tu boca, no me los puedo inventar, tu
presencia, tu ausencia, no me las puedo inventar».

Los Ejercicios de la Fraternidad de CL en Rímini comenzaron con una conmovedora canción de Francesco
Guccini, Farewell. La velada dedicada a El sentido religioso de don Giussani organizada por Bergamo
Incontra dio comienzo con uno de los fragmentos más hermosos (e infravalorados) de Ornella Vanoni,
escrito por Gino Paoli en los años ochenta. Tan solo una guitarra y la trepidante voz de Maria
Valentini llegando a cumbres inaccesibles para el resto. El Centro de Congresos estaba abarrotado, con la
presencia del alcalde de Bergamo, Giorgio Gori. Primero se leyó el afectuoso saludo enviado por el
obispo Francesco Beschi, luego Davide Settoni, de la asociación BergamoIncontra, abre El sentido
religioso por el capítulo décimo. Doce páginas que encierran «la clave de bóveda de la concepción de
Giussani». «Es el capítulo más importante, en mi opinión –llego a decir él mismo– de todo lo que he dicho,
de todo lo que nos hemos dicho».

También Julián Carrón lleva esas páginas «especialmente en el corazón», así como la observación
existencial, tan lúcida como de costumbre, de María Zambrano: «Lo que está en crisis es este nexo
misterioso que une nuestro ser con la realidad, algo tan profundo y fundamental que es nuestro íntimo
sustento».

El diagnóstico aparece en una breve cita de Benedicto XVI, en su texto sobre la pedofilia en la Iglesia que
tanto debate ha suscitado: una micro-inserción que casi nadie ha percibido, donde el Papa emérito cita «la
advertencia del gran teólogo Hans Urs von Balthasar que una vez me escribió en una de sus postales: “¡No
presuponga al Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, preséntelo!”».

Exacto, dice Carrón. Nosotros hacemos justo lo contrario con la realidad: la damos por supuesto y, a
medida que pasan los años y la niebla se acumula para velar nuestra mirada, cada vez la percibimos
menos. Si algo extraordinariamente feo, o extraordinariamente bello, no rompe nuestra rutina es que
nos encaminamos hacia una progresiva ceguera, cómplice del “positivismo”, la gran reducción
epistemológica en la que todos vivimos inmersos desde hace varios siglos. El resultado es el derrumbe no
de nuestro “espíritu religioso” sino de la inteligencia, decía Giussani en su implacable fenomenología, como
recuerda Carrón: «Un individuo que haya vivido poco impacto con la realidad tendrá un escaso sentido de
su propia conciencia, percibirá menos la energía y la vibración de su razón».
Davide Settoni de la Asociación BergamoIncontra
Narra entonces una caminata por La Thuile, donde un brasileño iba acompañando a un amigo de
Mozambique por Val Vény, primero por el bosque y luego por el sendero hasta que de pronto aparece el
macizo del Mont Blanc. El africano entonces se queda callado ante algo que no había visto nunca, algo que
ni siquiera había imaginado. «La primera reacción ante la realidad es el estupor». Igual que para uno que
sale del coma después de meses, «lo que ve es todo menos obvio. La maravilla se apodera de nosotros
cuando uno no da por descontado la presencia de lo real».

El defecto de nuestro modo de vivir es que «no hay espacio para el dato: tenemos demasiadas cosas que
hacer», que se superponen a ese atractivo original que es «el primer sentimiento» de un estar en el mundo
consciente. Carrón vuelve al texto de Giussani para decir que «la religiosidad nace del desarrollo de este
atractivo», y no hay nada más «superficial que repetir que la religión haya nacido del miedo. El miedo no
es el primer sentimiento del hombre. El miedo surge en un segundo momento, como reflejo del riesgo
percibido de que ese atractivo pueda no permanecer». En principio se da «el apego al ser, a la vida, el
estupor delante de la evidencia».

Pero, atención, no se trata de aprender un discurso sobre el “estupor”. «Entre decir una cosa y que eso
suceda realmente en el impacto con la realidad, hay todo un mar por medio». Podemos repetir de
memoria palabras geniales, mientras que «en el fondo nuestro electroencefalograma sigue siendo plano».
La prueba, inexorable, para entender que has aprendido el discurso de memoria o en cambio has
empezado a percibir la cuestión, es «si estás agradecido y alegre por la vida que se te da, o en cambio
prevalece la queja».

«Todo cambia cuando empiezo a decir “yo” con la conciencia de que hay otro que me está haciendo». Esto
es “la oración”, no una piedad reducida, sino «la conciencia de sí llevada hasta el fondo, que termina
topándose con otro, con un Tú que nos está dando la vida. El hecho de que yo existo significa que soy
hecho».

No es fácil que esto «llegue a ser una experiencia real», y logre por tanto dar «un último equilibrio a la
vida», pero el único camino que podemos recorrer no es el pietismo, ni un moralismo “religioso” o una
teoría sobre la fe –esta es la clave que nos enseña Giussani, insiste Carrón, como vemos en este capítulo
décimo– sino «vivir lo real; vivir intensamente lo real». No será “hacer actos religiosos” lo que nos llene de
paz el corazón. «Muchas veces nos quedamos en el umbral» de las cosas, aunque el «positivismo, el
racionalismo» reducido al que estamos acostumbrados «nos ahoga», cuando un encuentro con alguien más
vivo no nos «devuelve a la vida y a la felicidad».

Al final de la noche, a las preguntas sobre cómo afrontar, por ejemplo, esos pedazos de realidad que no nos
parecen para nada “un bien”, Carrón responde hablando de sí mismo. Ante ciertas críticas recibidas –dice–
a veces «volvía a casa con una herida. Percibía el obstáculo. Pero luego acepté la provocación, y empecé a
ver que todo era para mí, independientemente de las intenciones de los demás. Si es verdad lo que hemos
dicho esta noche, significa que todo lo que sucede es positivo». El problema es pensar que no basta con
«repetir devotamente» las palabras de don Giussani, y la realidad, con sus momentos de escándalo, «se nos
da precisamente para esto. Los demás son amigos no porque tengan siempre la razón, sino porque me
provocan. Son amigos incluso más allá de sus intenciones, porque me relanzan al camino hacia mi destino».

No hay «circunstancias complicadas» que, en último término, puedan bloquear la dinámica de fondo de
la vida, si nosotros queremos. «Veo personas que florecen hasta en la enfermedad. Enfermos muy graves
que, cuando ingresan en el hospital, los médicos sonríen porque –todos lo reconocen– esa presencia
positiva llena todo el lugar. Y a ese enfermo le piden si puede ir a la planta de abajo a charlar con otro
enfermo que solo tiene una parte de los problemas que padece él pero está deprimido. Uno puede caminar
hacia el Destino hasta tropezando, ¿qué importa? La cuestión es caminar».

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