En mi infancia, con ocasión de la fiesta del “Corpus”, se organizaban y celebraban
tradicionalmente las solemnes procesiones con una ricamente ornamentada custodia, llevada en alto por un sacerdote revestido de una elegante capa pluvial y bajo un baldaquino que sostenían cuatro vigorosos varones. Otros piadosos caballeros acompañaban por los costados con unas lámparas, tipo faroles de cobre bien lustrado y con velas encendidas. ¡Cuán lejos estaba ese ceremonial de lo que Jesús hizo y pidió que hiciéramos en el evangelio! De su vida y enseñanza ¿cuanto se percibe y visualiza en la celebración de la Eucaristía, mal llamada ‘Misa’?, palabra derivada del latín cuando el sacerdote anunciaba, dándose vuelta y de cara al pueblo: “ite misa est”, literalmente: ‘váyanse, se acabó’. La gente, ignorante del latín, se quedó con la última palabra: ‘Misa’. La poca feliz evolución del sacramento de la Eucaristía, nueva palabra griega (= acción de gracias) que introdujo el concilio Vaticano II, es consecuencia de una profunda y hermosa espiritualidad que la religión transformó paulatinamente en culto y rito. Así, cualquier evento importante como celebración de un aniversario etc., tiene que celebrarse empezando por una Misa, para darle más realce. Por lo tanto, el mayor desafío ya no pasa solo por una seria reforma litúrgica, sino por tomar consciencia (o recuperar) del significado tal como aparece en los evangelios y especialmente, lo que Jesús nos dejó en la última cena. Ha sido un tema recurrente en estos comentarios aquello de volver al Dios de Jesús que está en severo contraste con el Dios del antiguo testamento, o Él de los teólogos y tradiciones religiosas. La Tradición, elaborada y vivida en estadios de consciencia mágica y mítica, nos ha dejado hasta el día de hoy con esos niveles de consciencia que nos apartan del significado evangélico de la Eucaristía. En efecto, los signos del pan y del vino diluyen su significado en nuestros actuales ritos de la misa. Hace muy pocos años atrás, se llegó a poner a tal punto el acento en la fiel y rigurosa observancia de los ritos y de las palabras, que la conferencia episcopal de Chile, por solo un voto, decidió que no se podía usar el ‘ustedes’ durante la consagración sino el ‘vosotros’. ¡Cuan perplejo habría quedado Jesús! La teología, la Tradición y los rigorismos han terminado por‘cosificar’ lo que Jesús nos dejó. Siempre es más fácil elaborar doctrinas que dejarse interpelar por un estilo de vida y un modo de ser. Tal vez por eso se sigue entendiendo el ‘hagan esto en memoria mía’ con una consciencia mágica-mítica donde el pronunciar las palabras, por parte del sacerdote, ‘este es mi cuerpo entregado por ustedes’ y ‘esta es mi sangre derramada por ustedes’ transforman ‘ipso facto’ el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús. Al comer ‘su cuerpo’ y ‘beber su sangre’, nos transformamos en otro Cristo. A ese nivel está la catequesis actual siguiendo fielmente la elaboración dogmática del concilio de Trento del siglo XVI. No es de extrañar que ya en pleno siglo XXI, esa concepción y celebración de la Misa ha dejado de atraer y convocar, porque la mayoría de las veces, no produce ni la más mínima chispa de vida. Las nuevas generaciones no se manejan con un estado de consciencia mágico-mítico, sino racional y ahora sobre todo postmoderno que se caracteriza por la bella evolución hacia un nivel de consciencia transpersonal e integral. Los jóvenes buscan la autenticidad, todo lo que significa compromiso con un mundo nuevo, un mundo que calza con aquello anunciado y promovido por Jesús: el Reino de Dios. Ese nuevo y más elevado nivel de consciencia que vamos percibiendo en las nuevas generaciones, nos permite acercarnos mejor a lo que Jesús vivió y nos dejó. Jesús no nos dejó una religión nueva, no nos dejó una doctrina nueva. Nos dejó un modo de estar en el mundo, un modo de relacionarnos los unos con los otros. No nos pidió que adoráramos a Dios ni que lo adoráramos a él. En lugar de ‘adorar’ nos pidió un nuevo modo de estar en el mundo, no un modo religioso y menos clerical, sino, como diríamos hoy, un modo más bien laico, sin privilegios, sin sentirse superior a nadie. “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” es su único mandamiento nuevo. Nos dejó los signos del pan y del vino para celebrar y practicar ese mandamiento. Que cada uno de nosotros seamos como pan de vida para los demás, para los hambrientos y todos los sufridos de este mundo. Que seamos como sangre derramada para la vida del mundo. Esa fue la vida de Jesús y ese fue su última recomendación: “hagan esto en memoria mía”. ¿Podremos algún día volver a celebrar la Eucaristía con el sentido que le dio Jesús? Aquel sentido lo tenía el P. Pedro Arrupe cuando decía: “la Eucaristía es incompleta mientras haya hambre en el mundo”. Refleja fielmente el mensaje y la vida de Jesús.