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ALFAGUARA JUVENIL

El último canto de la selva


© 2013, Irina Gamayúnova
© De esta edición:
2013, Santillana S. A.
Av. Eloy Alfaro N33-347 y Av. 6 de Diciembre
Teléfono: 244 6656 Irina Gamayúnova
Quito, Ecuador Ilustraciones de Paula Terán

Av. Miguel H. Alcívar y José Alavedra Tama, manzana 201,


no 14, Kennedy Norte
Teléfono: 228 8012
Guayaquil, Ecuador

www.librosalfaguarajuvenil.com/ec

Alfaguara es un sello editorial de Santillana.


Éstas son sus sedes:
Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador,
España, Estados Unidos, Guatemala, México, Panamá, Paraguay, Perú, Portugal,
Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

Primera edición en Alfaguara Ecuador: Agosto 2013

Editora: Annamari de Piérola


Edición y corrección de estilo: María de los Ángeles Boada
Ilustraciones: Paula Terán
Diagramación: Roque Proaño

ISBN: 867-9942-05-837-9

Impreso en Ecuador por Publiasesores

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni
en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en
ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético,
electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso escrito previo de la editorial.
Para los niños que creen en la magia.
Índice

Antonio ............................................................. 11
Sofía .................................................................. 17
Pamela ............................................................... 19
Pancho ............................................................... 21
Camila .............................................................. 23
Antonio ............................................................. 25
El camino de Pancho .......................................... 51
El camino de Antonio ......................................... 55
El camino de Camila ........................................... 69
El camino de Pamela ........................................... 73
El camino de Pancho .......................................... 79
El camino de Antonio ......................................... 85
El camino de Camila ........................................... 95
El camino de Pamela ......................................... 105

9
El camino de Pancho ......................................... 119 Antonio
El camino de Antonio ........................................ 125
El camino de Camila ......................................... 137
El camino de Pamela ......................................... 145
Pancho ............................................................. 151
Antonio ........................................................... 157
Camila ............................................................. 161
H ola, soy Antonio Maldonado. Estoy súper
desilusionado, es que jamás me imaginé
que podía traicionarme mi mejor amigo. Era más que
Pamela ............................................................. 165 un amigo. Éramos como hermanos, pues ya nos co-
nocíamos desde antes de nuestro nacimiento; estre-
Pancho ............................................................. 171 chamos nuestros primeros lazos en las barrigas de
Antonio ........................................................... 175 nuestras madres que asistían juntas a los cursos pre-
parto. Mientras ellas estaban sentadas barriga con
Camila ............................................................. 185 barriga y aprendían ejercicios de respiración, nosotros
también establecíamos un contacto, una comunica-
Antonio ........................................................... 189
ción, compartiendo las sensaciones de nadar en la
Pancho ............................................................ 195 cálida piscina de la barriga, absorber comida por el
cordón que salía de nuestro ombligo y dar vueltas
Camila ............................................................. 197 ingrávidas como los astronautas en el espacio. Pan-
Pamela ............................................................. 201 chito exageró un poco con sus trampolines y casi se
ahorcó con su cordón umbilical. Por eso, Panchito
nació primero; a su madre tuvieron que practicarle,
de urgencia, una cesárea.
—¡Eres más viejo que yo! —lo molestaba.
—¿Querrás decir más sabio? —se defendía él.

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Siempre nos habíamos llevado súper bien con —Prefiero dormir con las luces apagadas que ver
Pancho.Teníamos el mismo don para la magia. A ve- la cara media transparente y deformada de un fantasma.
ces vemos cosas que otros no ven. Para nosotros, la —¿De verdad hay fantasmas en tu casa? —pre-
magia no son cuentos de hadas, sino una ciencia guntó él, acercándose a mí.
oculta, que no todos poseen. —¿Y qué crees? ¿Que una casa en donde mata-
Cada sábado nos reuníamos en mi casa.Yo vi- ron a un joven, donde se suicidó una monja, donde
vo en el centro de la ciudad, en una de esas casas envenenaron a una condesa y donde decapitaron a
antiguas que tienen por lo menos 200 años. Es una un patriota está libre de fantasmas vengativos? De
casa vieja con paredes tan anchas que no puedes hecho, uno está justo acostado a tu lado derecho. ¡No
escuchar lo que pasa en la otra habitación, una te muevas!
casa de techos muy altos con lámparas de bronce Pancho se quedó pálido e inmóvil. Una fantasma
llenas de telas de arañas, con puertas de madera que gris estaba sentada en su almohada, inclinando su
chillan cuando las abres como si fueran viejas que- peluda cabeza y oliendo sus cabellos. Yo sentía que
jándose, con una pileta de piedra en el patio inte- un poquito más y a Pancho le podía dar un paro
rior que sólo de vez en cuando escupe agua y cardíaco, así que decidí ayudarlo.
sirve más como un nido para las palomas, con es- —Relájate, Panchito, esta fantasma no es tan
caleras en forma de caracol y con un altillo lleno agresiva como los otros. Ella sólo quiere chupar un
de cosas antiguas. Una casa donde los fantasmas son poco de tu fuerza vital y nada más. Te vas a sentir
parte de tu familia; por eso, a nadie le asombra que débil un par de días, tal vez te dé fiebre y vómito,
a la hora del desayuno el pan desaparezca de re- pero nada más.
pente, nadie presta atención cuando chillan miste- La fantasma se acercó aún más hacia el cuello de
riosamente los peldaños de las escaleras, y para Pancho y lo lamió con su lengua fría y áspera. Pancho,
todos es normal que a medianoche se caiga una a pesar de todas mis indicaciones de quedarse quieto,
taza o se parta algún espejo aunque nadie se haya dio un brinco y corrió disparado hacia la puerta, que
movido de su cama. no se quería abrir, por más que la empujaba, pateaba
—¡No sé cómo puedes dormir con las luces apa- y golpeaba.
gadas! —me dijo una vez Panchito cuando se quedó —¡Por Dios, que alguien me ayude, auxilio!
a dormir en mi casa. —gritaba él, mientras unas lágrimas brotaban de sus ojos.

12 13
En ese momento ya no pude resistir más, me caí
al piso, subí las piernas y, abrazando mi barriga, casi
me muero de la risa.
—¿Qué te pasa? —gritó él enfurecido.
—Mira a tu fantasma —le dije, mostrándole a
nuestro «Frankenstein», un viejo, gordo y peludo gato.
—Estúpido —dijo Panchito regresando a su co-
lor natural—. Casi me matas del susto.
—Nunca había gozado tanto, fue tan divertido
verte todo pálido mientras el gato lamía tu cuello—.
No pude terminar la frase y me caí de nuevo al piso
convulsionando por las carcajadas.
—¿Vas a seguir riéndote o nos preparamos para
nuestro ritual del «corpus secreto» de mañana? —me
interrumpió Pancho, un poco avergonzado por haber
quedado como un pendejo.
Nuestro «corpus secreto» era una orden de ma-
gia que se dedicaba a descubrir los poderes ocultos
de las cosas. Éramos cinco amigos: Pamela, Camila,
Sofía, Pancho y yo. Cinco, como los dedos de la ma-
no, como puntas de una estrella. A cada uno de no-
sotros le había pasado algo extraordinario en la vida.

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Sofía

L a abuela de Sofía era una verdadera bruja.


Sabía muchos juramentos y cantos curativos,
pero su nieta era la única en su familia que creía en
sus poderes.
—Usando la sabiduría de la Madre Tierra uno
puede curar cualquier mal —le decía ella con su bo-
ca desdentada a la gente que desde distintos rincones
del país llegaba a su casa en Ibarra.
Recuerdo que un día Sofía llegó al colegio con
los ojos hinchados.
—¿Qué te pasó, Sofi? —le pregunté preocupado,
porque Sofía no lloraba fácilmente.
—Nada, Antonio, los doctores descubrieron que
esta bola que tengo sobre el hombro izquierdo es can-
cerígena y hay que operarla.Y me da mucho miedo.
La abuela de Sofía raptó a su nieta por dos se-
manas y la llevó a su casa de adobe. Todos los días
entonaba sus cantos y aplicaba sobre el hombro de
Sofía unas yerbas que antes masticaba con los pocos
dientes que le quedaban.

17
—¿Saben? Mientras mi abuela hacía sus cura- Pamela
ciones con danzas, cantos y golpes de ramas, siempre
encendía una vela y me ordenaba mirar a la llama
para sentir cómo iba desapareciendo la bola. Me de-
cía que si yo no creía en mi curación ella no sería
capaz de hacer el milagro.Todo dependía de la inten-
sidad de mi propio deseo —nos contaba Sofía.
Después de esas dos semanas, los doctores del
hospital no lo podían creer, la bola que antes estaba
en el hombro izquierdo de Sofía desapareció sin de-
jar rastro alguno. Desde entonces, Sofi se empeñó en
L a experiencia de Pamela era sorprendente
para todos nosotros. Un día nos fuimos con
todo el grado a la Mitad del Mundo y entramos a
volverse aprendiz de su abuela hechicera. Tenía un una choza, la típica casa de nuestros antepasados:
cuaderno lleno de plegarias, hojas y yerbas secas pe- hecha de barro y con techo de paja. Dentro de ella
gadas con anotaciones de sus poderes curativos. nos sentíamos frescos, oliendo las yerbas colgadas del
techo y tropezando con los cuyes. Cuando el guía
nos preguntó si sabíamos algo sobre las costumbres
de nuestros ancestros, para la sorpresa de todos, Pa-
mela levantó la mano y explicó que las yerbas que
estaban sobre su cabeza se usaban para exterminar
las pulgas, que la que estaba colgada en el centro
servía para hacer una bebida ritual y pronunció su
nombre en quichua, y contó que ese tipo de casas
son muy resistentes a los terremotos porque están
hechas de tierra y estiércol de animales que se pegan
sobre redes de madera que se llaman bareque. Tam-
bién nos contó que nuestros antepasados creían que
todas las cosas tienen su alma propia, y que las vasi-
jas de barro representan a animales mágicos que se

18 19
aparecían a la gente de entonces y eran protectores Pancho
de sus hogares.
—Todo lo que dijiste es cierto —afirmó el guía.
Parecía que a nuestra amiga le había agarrado
una marea de sabiduría, y que podía seguir contando
otras historias más, pero nuestro tiempo de excursión
estaba por terminar.
Cuando salimos, Pamela nos confesó que le ha-
bía pasado algo raro: apenas entró a la choza tuvo la
sensación de haber estado allí antes; todo le parecía
familiar, y ni ella se explicaba de dónde habían salido
P ancho, en cambio, desde niño fue atrapado
por los conocimientos ocultos. Le atraían
como imanes los libros antiguos de alta magia. A sus
sus conocimientos sobre las yerbas colgadas y sus 12 años ya había leído El libro escondido del mago Mer-
nombres raros. Pamela era una niña que no leía mu- lín y La tabla esmeralda, que es un libro secreto de
cho, así que no podía estar mintiendo. conocimientos egipcios. Sabía interpretar las runas,
piedras sagradas de los celtas a través de las cuales
puedes ver tu futuro. Hasta podía hacerte un horós-
copo personal basado en los conocimientos astroló-
gicos de los mayas, unos indígenas que vivieron hace
tiempo en México y Guatemala y que construían
pirámides como los egipcios y conocían mucho de
astronomía. Esta cultura desapareció de repente sin
dejar ningún rastro, sólo quedaron las ruinas de sus
ciudades; nadie sabe con certeza qué ocurrió pero
hay distintas hipótesis que tratan de explicarlo.

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Camila

C amila era una niña especial que hipnotiza-


ba con su encanto, no sólo porque era gua-
pa, delgada y con unas pestañas muy largas, sino por
el espíritu liviano que tenía. Ella decía que nosotros
llegamos a esta vida para divertirnos y para nada más
y que el sufrimiento y el dolor nos distraen de nues-
tro propósito. En compañía de ella uno siempre es-
taba muy feliz. Ella creía mucho en la fuerza de la
madre naturaleza. Una vez elevó una pluma que es-
taba sobre la mesa sólo con la energía de sus manos.

23
Antonio

¿ Y yo? Creo que desde mi nacimiento confié


más en la magia que en la realidad, como mi
padre, que sin quererlo hacía lo mismo aunque fue-
ra físico.
—¿Crees que esto que tienes frente a ti es una
mesa? ¿Cómo puedes tener esa certeza si lo que estás
viendo no es más que un aglomerado de moléculas
que crean la ilusión de ese objeto? —me preguntaba
sonriendo.
La vida en nuestro planeta llegó del cosmos, to-
dos los elementos vitales como el carbono y el nitró-
geno llegaron en el bombardeo de meteoritos cuan-
do se estaba formando nuestro planeta. ¡Acaso no es
eso magia!
Además, en nuestra familia pasaban las cosas más
raras, en particular con mi padre; en nuestra casa los
fantasmas se sentían como que fueran los propietarios.
Lo increíble de nuestro grupo es que siendo
amigos desde la primaria, ninguno sabía de las expe-
riencias mágicas de los otros:

25
—Nada es casual, desde antes estábamos predes- —No es que estemos contra los adultos —expli-
tinados a estar juntos —dijo Sofía—. ¡Todo ocurre có Sofía—, lo que pasa es que su espíritu con el tiem-
por algo! po se ha vuelto tan duro como una roca, por tantos
El 21 de junio, en una noche de luna llena, deberes y trabajos que les toca cumplir, y ya no pueden
decidimos fundar nuestra «orden secreta de magia» ver las cosas asombrosas que están a su lado.
en la casa de campo de Pancho. Escribimos nuestros —Creo que no le debemos contar sobre nues-
nombres sobre un papel blanco e hicimos el jura- tra orden a nadie, porque podrían burlarse de no-
mento que nos convertía en servidores de la alta sotros y poner en ridículo nuestro conocimiento
magia de la luz; todos nuestros poderes serían usados —dijo Camila.
sólo para la salvación de la Tierra y en beneficio de —Estoy de acuerdo —apoyó Pancho—. Por esa
la humanidad. razón los grandes conocimientos siempre están ocultos.
—Deberíamos escribir un reglamento —dijo So- El reglamento estaba concluido. Para terminar
fía—, porque antes cada uno era responsable de sus el ritual quemamos el papel con nuestros nombres y
actos, pero ahora que hemos formado nuestra orden esparcimos las cenizas por el aire. Nos quedamos un
secreta, lo que haga cada uno afecta también al resto. tiempo en silencio, nuestras caras estaban blancas y
—Creo que el primer punto del reglamento serias, como las de los muertos, sólo iluminadas por
debería ser: la absoluta confianza entre nosotros y que la luna. Sentíamos que lo que habíamos hecho no era
nadie oculte sus conocimientos a los otros miembros ningún juego de niños. Que ese acto podría traer
de la orden —dijo Camila. consecuencias. Nos pusimos de acuerdo en vernos
—Yo también quiero proponer que nadie inven- cada viernes en mi casa, porque quedaba en un pun-
te experiencias o que mienta sobre ellas —añadió to céntrico.
Pancho. —Además, la casa de Antonio es una casa que
—Que todos seamos iguales, nadie podrá elevar- tiene un alma antigua, llena de historias, de fantasmas.
se sobre los otros —propuse yo. Las casas modernas ya no tienen personalidad —co-
—Nuestro «corpus secreto» debe estar oculto, ni mentó Sofía.
a nuestros padres podemos revelar su existencia —di- Y así fue cómo empezamos nuestras reuniones
jo Sofía. periódicas. Siempre iniciábamos con el mismo ritual:
—¿Y por qué no? —preguntó Pamela. poníamos en la mitad del cuarto una alfombra, sobre

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ella una vela, una planta, un vaso de agua y una plu- —Quiero contarles sobre un documental que vi
ma. Cada elemento tenía su significado. La vela re- por la tele —nos dijo—. ¿Recuerdan que la semana
presentaba el fuego; la planta, la tierra; el vaso de agua pasada les comenté que mis plantas me escuchan, que
representaba el elemento líquido y la pluma el aire. tienen sentimientos, y todos ustedes me creyeron a
Nosotros nos sentábamos alrededor formando un medias? Bueno, ayer vi un programa científico don-
círculo. Cerrábamos la puerta con llave, por si acaso de demostraron que las plantas escuchan y sienten.
los padres metiches quisieran molestarnos, encendía- Hicieron un experimento: a las plantas les conectaron
mos incienso y nos dábamos las manos. Un día se unos sensores y le pidieron a un jardinero que entra-
formó una energía tan fuerte entre nuestras manos ra para cortar sus hojas, ahí fue cuando empezó lo
que la vela empezó a agitarse, la pluma se elevó y increíble, las plantas vibraban de miedo ante la pre-
cayó dentro del vaso de agua y los pétalos de la flor sencia del hombre; después entró un sujeto que las
que coronaba nuestra planta se desprendieron. acarició y les pidió permiso para cortar sus hojas, y
—Algo grave va a pasar entre nosotros las plantas vibraban de felicidad estirando sus ramitas.
—dijo Sofía.
—Debe ser sólo un viento que movió las cosas
—dudó Pamela.
—¿Acaso ves alguna ventana o puerta abierta?
—le reclamó Camila.
Pamela no dijo más, tampoco nosotros. Era muy
claro que los objetos nos decían algo, algo que sólo
con el tiempo se nos revelaría.
Después del ritual, alguien hablaba siempre sobre
sus experiencias extrañas o sobre descubrimientos
asombrosos. La primera en tomar la palabra fue Ca-
mila, estaba vestida con una camiseta blanca y una
falda de jean. Sus mejillas estaban rojas como manza-
nas porque llegó atrasada y tuvo que subir una cuadra
empedrada a trote.

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Así que queda comprobado que no es sólo mi sen- cuando haga falta. Pero al mismo tiempo me preocu-
sación; apenas mis plantas empiezan a enfermarse, a pa que algún doctor loco pueda hacer un ejército de
ponerse amarillas y débiles, yo las curo hablándoles clones asesinos.
con mucho amor. —¡Qué miedo!, parece una película de terror
—¡Así que lo que parecía ser un cuento de hadas, —comentó Pamela.
en nuestro siglo, gracias a los descubrimientos de la —Tienes razón, Antonio, eso da miedo. Depen-
ciencia, se convierte en un hecho! —resumió Sofía, de de quién tenga en sus manos la varita mágica de
a quien siempre le gustaba sacar alguna conclusión. la ciencia y para qué fines la va a usar —concluyó
—Eso es cierto, la ciencia está alcanzando a la Sofía—. Bueno, ¿quién toma la palabra ahora?
fantasía —dijo Pancho—. Acabo de leer en un re- —Es mi turno —dijo Pamela—. Descubrí cómo
portaje que a una mujer le pusieron un implante de luchar contra los espíritus traviesos.
mano y en su cerebro insertaron un biochip, como a —¿Espíritus traviesos? —preguntó Pancho
una computadora, y ella puede manejar su mano im- sonriendo.
plantada como si fuera suya; sólo pensando que quie- —¡Sí! ¿No les ha pasado que a veces están bus-
re mover el brazo, lo mueve. cando algo y no pueden encontrarlo aunque lo que
—¡O sea que en el futuro lo importante será busquen esté debajo de sus narices? Eso es lo que
tener la cabeza con cerebro, porque los otros pedazos hacen los espíritus traviesos, les gusta mucho jugar y
del cuerpo pueden ser falsos! —exclamé. para encontrar rápido las cosas sólo tienes que decir
—¡Así es! Seríamos la raza de las cabezas vivien- en voz alta: «Espíritu travieso, deja de molestarme y
tes —dijo Camila riendo y todos nos contagiamos regresa lo que me pertenece».
de su espíritu burlón. Todos nos reímos de Pamela, que se quedó un
—A mí me parece que el futuro es fascinante, poco ofendida porque no nos habíamos tomado en
pero al mismo tiempo me preocupa mucho —dije serio su descubrimiento.
yo después de que todos se callaron. —Ahora te toca a ti, Pancho —ordenó Sofía.
—¿A qué te refieres? —preguntó Pancho. —Está bien —dijo Pancho, acomodándose sobre
—Por ejemplo, esa cosa de la clonación. Me la silla—. ¿Ustedes creen en los sueños clarividentes?
parece muy bien que todos podamos tener una re- —¿Qué significa clarividentes? —preguntó
frigeradora llena con órganos de repuesto para usarlos Pamela.

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—Son sueños que se cumplen en la realidad patas en forma de leones. Me acerqué y quise leer
—explicó Pancho. su solapa, pero estaba en latín. Abrí las primeras pá-
—Yo sí creo —dijo Camila—, porque hay per- ginas y me quedé hipnotizado por los dibujos do-
sonas que con su intuición pueden conectarse al fu- rados de unas serpientes que mordían su propia
turo y ver más allá del presente a través de sus sueños. cola y de un hombre con dos cabezas. Mis manos
—Bueno, yo no sé si puedo conectarme al fu- temblaban por el placer de tener un libro tan espe-
turo, pero tengo a veces unos sueños muy raros, al cial cerca. Miré a mi padre, que estaba muy entre-
principio no los entiendo pero después de que se tenido en su conversación con el viejo, quien no
cumplen puedo comprender su significado despegaba sus ojos de la cara de mi padre, mientras
—dijo Pancho. removía el azúcar en su taza de porcelana. Era el
—¿Cómo así? —Pamela se quedó con los ojos momento perfecto. Sentí cómo galopaba mi cora-
redondos. zón, mientras escondía el libro bajo mi camisa.
—Una vez soñé que íbamos con mi padre a «Creo que es tiempo de irnos, ya está oscureciendo»,
visitar a su amigo. Yo no quería acompañarlo, pero dijo mi padre y se levantó. El viejo, al despedirse,
conociendo mi lado débil, él me comentó que su acercó su cara de pergamino hacia la mía y susurró
amigo tenía la biblioteca más grande del país con en mi oreja: «Todo lo escondido se revelará algún
libros antiguos y únicos. Al llegar, nos recibió un día». Sentí que mi cara se ponía roja de vergüenza…
hombre canoso, vestido con una bata ancha que pa- y justo en ese momento sonó el maldito desperta-
recía una túnica y que sonreía pícaramente. Nos hizo dor, interrumpiendo mi sueño.
entrar a su casa de tres pisos, era redonda y de adobe. —Creo que el viejo se dio cuenta de que le
Todos los muebles estaban hechos de madera oscura habías robado su libro —comentó Pamela.
y las paredes llenas de estantes con libros. «Ésta es mi —Espera, Pame, no interrumpas. ¿Y qué pasó en
guarida», dijo él, invitándonos a sentar. realidad? —preguntó Sofía.
Yo me quedé de pie mientras mi padre consul- —El domingo nos fuimos con mi padre a vagar
taba un hecho histórico a su viejo amigo; me puse por la ciudad y entramos en una librería casi vacía,
a curiosear los libros gordos y empolvados. De pron- sólo atendía un viejo que estaba tan ocupado ubi-
to, me llamó fuertemente la atención un libro de cando los libros en estantes que ni siquiera miró a
cuero rojo que estaba sobre una mesa que tenía nuestro lado cuando entramos. Mi padre se fue a la

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sección de Historia, mientras yo a la parte esotérica. beneficios». ¿Qué les parece? —terminó Pancho
Había estado como media hora viendo los títulos mirándonos.
sin encontrar nada interesante, sólo libros tontos de —Increíble —comentamos todos juntos.
autoayuda, cuando de repente me quedé aturdido —Y ayer tuve un sueño aún más raro —conti-
al ver un libro que estaba acostado debajo de otro. nuó él.
Era muy gordo y sobre su solapa estaba escrito: Los —¡Cuéntanos! —suplicó impacientemente
saberes ocultos de los magos medievales. Miré el precio Pamela.
y sólo pude suspirar. El libro costaba sesenta dólares. —Estaba caminando perdido en un bosque de
De una entendí que jamás me podrían comprar un árboles secos y podridos, el sol estaba por ocultarse,
libro tan caro.Vi que mi padre estaba hundiendo su la única compañía que tenía era mi sombra alargada.
nariz en una revista, que el vendedor seguía de es- Realmente no sabía cómo salir de ese bosque, porque
paldas, y en vez de poner el libro de regreso lo es- por más que caminaba, regresaba siempre al mismo
condí bajo mi saco. Mi padre se acercó al vendedor sitio: a un lago que tenía el agua tan quieta que re-
y le dijo que quería comprar la revista. El vendedor flejaba como un espejo los sauces llorones que rodea-
se volteó y pude ver por primera vez su cara: era el ban su perfecto círculo. Me incliné para mojar un
mismo viejo de mi sueño, vestido con una bata gris poco mi frente llena de sudor. Pero, ¡Dios mío!, mi
tan ancha que parecía una túnica. «Muy buena com- reflejo mostraba una cara sarnosa con unas costras
pra —dijo el viejo entregándole el cambio a mi horribles, los ojos llenos de sangre como los de un
padre—. ¿Y usted, joven, va a comprar algún libro?». toro, los labios partidos y con furúnculos y de las
El viejo me miró fijamente con una sonrisa astuta. orejas salía un pus amarillento. No lo pude soportar
En un instante saqué el libro escondido y se lo en- y me alejé corriendo. Por suerte sonó el despertador.
tregué. «Es demasiado caro, será en otra oportuni- —¡Eso fue sólo una pesadilla! —dijo Sofía—.Yo
dad», tartamudee. «Creo que no se fijó en el cartel también veo a veces monstruos horribles.
promocional, estamos dando el cuarenta por ciento —Es que no entendiste, Sofía, al que vi en el
de descuento», añadió el viejo. «Entonces nos lleva- espejo era a mí —casi le grita Pancho—, era mi cara
mos también el libro», dijo mi padre. Cuando nos como la de un leproso. Y presiento que este sueño
despedimos, el vendedor susurró: «Bien hecho, mi- me está diciendo algo —terminó él, mirando a la
jo, la mentira da vergüenza y la verdad nos brinda ventana, como si allí estuviera la respuesta.

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Camila se acercó a Pancho y le dio unas palma- —¡Que dibujo tan extraño! —dijo Pancho, mos-
das en el hombro. trándonos un perro sin cabeza que aparecía en varias
—Tranquilo, Pancho, no olvides que estamos a páginas que él sostenía en la mano.
tu lado y con nuestra energía somos capaces de com- —¿No será un libro de alta brujería en vez de
batir cualquier mal. alta magia? —dudé, porque yo siempre quise ser un
—Gracias, Cami —dijo Pancho volviendo a mago blanco y me daban pavor las brujerías.
sonreír—, contigo no tengo miedo de nada. —No —dijo Sofía—. Si fuera de brujería, no
Eso sonó como una declaración y todos nos sen- daría recetas para eliminar a los malos espíritus como
timos un poco incómodos. consta aquí. —Y señaló una página—. Y, además, el
—Bueno, ahora es mi turno —decidió Sofía con libro no se titularía A. M., que significa alta magia,
su voz llena de orgullo—. Tengo algo súper podero- sino A. B., «B» por brujería.
so que mostrarles. —Y sacó un libro muy desgasta- Sus argumentos eran muy convincentes.
do—. Lo encontré en el baúl de mi abuela, es un libro De verdad que el libro era súper fascinante. Deci-
de alta magia. dimos probar sus recetas una por una. La primera era de
Todos nos quedamos escudriñando las páginas autoprotección, pero resolvimos probarla la siguiente
amarillas del voluminoso y envejecido libro. Su pas- semana, porque el manual decía así: «Para ser afortunado
ta era de color verde y sólo tenía como título dos se tomarán cinco hojas de encina, cogidas en el día
letras mayúsculas: A. M. En ningún sitio constaba el domingo; se quemarán y se reducirán a polvo. Este pol-
nombre del autor. Apenas cogimos el libro, se des- vo se guardará en una bolsita de seda amarilla y se lle-
prendieron sus hojas y cayeron al piso. De una nos vará encima. Cogida esta planta por la noche, constitu-
pusimos a levantarlas. ye un poderoso amuleto contra toda clase de sortilegios
—Mira, aquí está descrito cómo curar las mal- y demonios». (Copiado de un antiguo grimorio latino).
diciones usando ciertas palabras especiales —dijo —Yo quisiera tener un amuleto como éste —di-
Pamela levantando una de las hojas y curioseando jo Pamela suspirando—. ¿Por qué no recogemos las
su contenido. hojas esta noche?
—Escuchen esto, aquí se explica cómo preparar —Porque hoy es viernes —explicó Sofía.
una pócima para que te proteja de todo mal —co- —¡Qué pena! Yo quisiera tener un demonio do-
mentó Camila leyendo otra hoja. minado, dócil como un perro.

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Todos nos reímos de Pamela. —¡No puede ser! —grité sin querer y todos me
—Le daría cada día mucho chocolate y lo mi- miraron con asombro.
maría, para que después le diera vergüenza hacer —¿Qué pasa, Antonio? —preguntó Sofía.
maldades. Yo creo que los demonios y los espíritus —Escuchen esto —les dije, y empecé a leer el
fantasmales son almas que fueron maltratadas en la papel que estaba temblando en mis manos—: existen
vida y por eso se quedaron resentidas. Porque si una varios objetos mágicos en el mundo que son al mis-
persona se siente feliz y amada jamás sería vengati- mo tiempo imanes y guías espirituales; a través de
va y maliciosa. Así que si a un demonio lo tratas ellos sus dueños pueden descubrir el significado ocul-
bien, podría convertirse en un tierno cabrito. —La to de las cosas, se llaman talismanes. Son las ventanas
sonrisa de Pamela fue tan amplia que se hubiera hacia otras dimensiones. Con sus poderes se puede
podido tragar el sol entero. romper el débil hilo del presente. Los talismanes son
—Tienes toda la boca llena de razón, Pamela objetos hechos de metales y piedras preciosas y pue-
—dijo Sofía—. Estoy plenamente de acuerdo en den tener la forma de un espejo. El talismán ayuda a
que no existen las personas que son sólo buenas o su dueño a reforzar sus propias vibraciones biológicas
malas, como nos muestran en los cuentos y pelícu- con el fin de ponerlas en concordancia con la fre-
las. Hasta el mismísimo Lucifer al comienzo fue un cuencia de las vibraciones cósmicas.
ángel; sólo que se cayó del cielo por la vanidad. Así —No entendí nada… —suspiró Pamela —. ¿Al-
que también tiene un poco de alma angelical. Sin guien me puede traducir?
embargo, nunca es bueno subestimar las cosas. Un —Lo que dice aquí es que si tienes un talismán,
demonio es un demonio, con una astucia y fuerza él te activa tus propios poderes; te ayuda a conectar-
inmensas, y tiene guerreros oscuros y despiadados. te con el cosmos, ¿entiendes? —le pregunté impa-
Así que no es aconsejable cruzarse en su camino. ciente a Pamela.
—A no ser que encuentres su punto débil. Ahí —¡No soy tarada! Sólo que no entiendo por qué
tendrás la llave de su corazón —musitó Camila. es tan importante, ¿o es que alguno de ustedes ya
Mi atención se desvió hacia una hoja del libro encontró uno de esos talismanes? —Me miró con sus
que se encontraba junto a mis pies, escondida bajo ojos redondos.
el asiento. La cogí y me puse a leer. Casi me da —No sé si es un talismán, pero tiene todas las
un patatús. propiedades de uno —dije, y saqué de mi mochila

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Mi madre me había contado que nuestra bisabuela
nunca se despegaba de este espejo, era como su con-
suelo. Un día, después de mirar en su interior, les
ordenó a sus hijos, entre ellos a mi abuelo, recoger
rápidamente las cosas más indispensables; luego de
eso, precipitadamente huyeron de Ambato a Quito.
Dos días después ocurrió un devastador terremoto
que destruyó toda la ciudad. En otra ocasión, el es-
pejo le hizo a mi padre coger otro vuelo. ¿Recuer-
dan el famoso caso del avión desaparecido en los
Andes? Era ese vuelo». «¡Increíble! —susurró mi tía
Abigail—. Pero a mí me contaron que su tío había
muerto al día siguiente de mirarse en este espejo».
«Sí, pero también pudo ser una casualidad. Yo sólo
puedo contarle mis propias experiencias —trató de
una antigua caja de madera, dentro de la cual había tranquilizarla mi padre—. Cuando después de varios
un espejo del tamaño de la palma de mi mano. Su años volví a encontrar este espejo entre las cosas
marco estaba incrustado de coral rojo. El espejo se empolvadas de mi madre, decidí guardarlo sin mirar
hallaba volteado, escondiendo su lado reflexivo. en su interior, pero cuando iba a colocarlo en una
Todos se acercaron al adorno como si fuera un repisa, el espejo se resbaló y cayó al piso. No pude
meteorito caído de otra galaxia. evitar mirarlo… el espejo sólo reflejaba una nada
—Este espejo es muy raro y pertenece a mi oscura y penetrante. No sé cuánto tiempo me que-
familia desde siempre. Unos días atrás, me levanté dé mirando dentro de él, fue devastador, era como
de noche para ir al baño y al pasar por la sala escu- ver dentro de un agujero negro. Desde entonces
ché sin querer una conversación. Mi madre le mos- decidí no tentar al destino y guardar esta reliquia de
traba este objeto a mi tía Abigail, que ni siquiera la familia en el último cajón de nuestro armario».
quería tocarlo, como si fuera una maldición. «Es que En este momento de la historia de mi padre, quise
este objeto no sólo trae desgracias —dijo mi padre—. cambiar de posición porque estaba súper incómodo,

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parado ahí, inmóvil como una estatua, inclinando —¡Paren! ¿Acaso están locos? —gritó Camila,
mi oreja hacia la sala, pero las tablas del piso me separándonos.
traicionaron, hicieron tanto escándalo con su chilli- —¿No se dan cuenta de que se está cumpliendo
do que tuve que huir con la velocidad de un me- la profecía? —dijo Sofía e indicó los pétalos de la flor
teorito a mi cama. No pude dormir toda la noche que estaban regados sobre el mantel blanco—. Les
pensando en esa conversación y al final decidí traer- dije que algo grave iba a pasar entre nosotros. El mun-
les este raro espejo para investigarlo juntos —con- do entero está tan lleno de energía negativa, hay tan-
cluí. to odio y guerras, que nosotros deberíamos mante-
—¡Qué objeto tan increíble! —dijo Camila con nernos unidos y no pelearnos. ¡A ver!, dense las ma-
un brillo especial en sus ojos—. Es la historia más nos para generar un círculo de energía positiva. De-
fascinante que he escuchado. jemos por un momento este espejo que nos trae
—¡Así es!, pero me da cosas… —exclamó Pamela. problemas. Más bien escuchen, les quiero leer una
—¿Cuánto tiempo te tomó inventar esta histo- historia que está en las últimas páginas de mi libro de
ria? —me dijo Pancho sonriendo. alta magia, pero antes de eso voy a traer los panque-
—¿Por qué piensas que la inventé? —le pregun- ques que estaba preparando la mamá de Antonio,
té aturdido. huelen delicioso.
—¡Para impresionar a alguien! —me contestó. Apenas salió Sofía de la habitación, Pancho rom-
—¿Pero, a quién? —se metió Camila. pió el círculo del silencio:
—¡A ti! —disparó Pancho. —Les voy a demostrar que éste no es más que
—¿Pero, para qué? —preguntó atónita. un simple espejo. ¿Espejito, espejito, quién de todos
—¡Porque está enamorado de ti! —contestó es el más bonito?
Pancho. Tras decir estas palabras, tomó el espejo y lo
—No seas tonto —dije yo—. ¿No será que estás volteó, poniéndolo en el centro de la mesa. Sin que
celoso? alcanzáramos a impedirlo, la superficie cristalina ya
—¿Quién? ¿Yo? —se estremeció Pancho y acto estaba reflejando nuestras caras asustadas, con las
seguido se abalanzó sobre mí y me pegó en la nariz. pupilas agrandadas. En ese momento, el vaso de agua
Yo perdí la paciencia y le puse un moretón bajo empezó a moverse y se regó sobre la vela prendida,
el ojo. que botó tanto humo al apagarse que en pocos

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minutos el cuarto se llenó de una neblina tan espe- —¿Sofía, dónde estás? —gritó ella, pero nunca
sa que ni siquiera podíamos divisar la cara de la llegó la respuesta de Sofía.
persona a nuestro lado. Nos quedamos hundidos en —¡Pamela! Estamos aquí con Antonio, tranqui-
esa viscosa blancura. Me dirigí hacia la ventana pa- lízate —gritó Camila.
ra abrirla, pero no la encontré, ni siquiera sabía dón- —¿Dónde están? ¡Es que no los veo! —gritó
de estaba la pared. Parecía como si el cuarto se hu- Pamela—. Tengo miedo de caminar, siento algo hú-
biera estirado. medo bajo mis pies.
—¿Por Dios, qué está pasando? —pregunté, tro- Sólo podíamos escuchar nuestras voces, la corti-
pezando con algo. na de humo hacía imposible ver algo, hasta nuestros
Al caer no sentí el piso duro de mi cuarto, pies eran invisibles. Me agarré de la mano de Cami-
sino una superficie suave y húmeda. Olía a podri- la con todas mis fuerzas, tenía miedo de perder su
do. Escuché cómo crujía la madera y alguien se contacto, sentía el aire caliente de su respiración, y al
acercó a mí. voltearme hacia ella pude ver su rostro pálido. Miré
—¿Quién eres? —grité. hacia arriba y vi mecerse unos árboles enormes llenos
—Soy yo, Camila, Antonio, dame tu mano que de musgo y hojas secas. La neblina se desprendía po-
no veo nada. co a poco. Me di cuenta de que nos encontrábamos
No fue fácil atrapar su mano a ciegas, finalmen- en un bosque enorme, silencioso, con olor a putre-
te agarré la palma de su mano caliente. facción, lleno de hojas muertas. A varios metros de
—¿Antonio, qué pasó? ¿Dónde estamos? —su- distancia estaba Pamela agachada. Apenas nos vio,
surró Cami y se pegó a mí. corrió a nuestro encuentro.
—No sé, Camila, todo es muy extraño, por más —¿Por qué estamos en un bosque?, ¿dónde está
que camino no puedo encontrar la ventana, ni la Sofía?, ¿qué está pasando? —nos abatió con preguntas.
pared, y el piso está suave y lleno de algo podrido. —No sé, Pamela, pero tranquilízate, todo va a
—Esto no me gusta para nada, Antonio. estar bien —trató de apaciguarla Camila, pero fue peor.
—A mí tampoco. —¿Cómo quieres que me tranquilice? ¿Y si no
De repente escuchamos la voz aterrorizada de podemos regresar a casa? ¡¿Cómo salimos de aquí?!
Pamela, se la oía bastante lejos, como si estuviera en —preguntaba ella, mientras su voz subía de tono,
otro cuarto. convirtiéndose en llanto.

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De repente, detrás de un árbol apareció Pancho. —¡Qué posible futuro ni qué ocho cuartos! —por
Sus ojos estaban desorbitados, mirando con pavor a fin abrió la boca Pancho—. No se puede viajar en el
su alrededor. tiempo, es imposible, suena a película de ciencia ficción
—¿Qué hiciste,  Antonio? —me gritó enfurecido. barata. Todo es una ilusión —dijo, y para demostrarlo
— ¿Yo? ¡Yo no hice nada! —le respondí. arrancó la rama de un árbol, pero la soltó inmediata-
—¿Cómo que nada? Por culpa de tu espejo es- mente gritando de dolor. Su mano estaba sangrando.
tamos aquí. Camila se acercó, sacó un pañuelo y le vendó
—¿Cómo que por culpa de mi espejo? ¡Tú la palma.
mismo dijiste que no funcionaba, que todo lo que —¡No toques nada! No sabemos qué tipo de
había dicho era una mentira, que era un simple árboles son éstos. Lo único que está claro es que no
espejito! son ninguna ilusión.
Pancho se quedó mudo, sin saber qué responder. —¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Pamela
—¡Ya dejen de pelear! ¿No les parece que éste con su voz desvanecida.
no es un buen momento para rendir cuentas? —in- —Primero tenemos que encontrar a Sofía y des-
terrumpió Camila. pués ver dónde acampamos para pasar la noche.
—¡Por Dios! ¡Antonio, sácanos de este horrible —¿Acampar para pasar la noche? No quiero
bosque! —pidió Pamela. dormir en este horrible bosque, quiero ir a mi casa
—¡Es que no sé cómo, Pame! —le contesté. —estalló Pamela, con un grito que voló como un eco
—¿Cómo que no sabes? —gritó irritada. por el bosque.
—¡No sé!  Yo tampoco entiendo lo que ha pasado… —¡Cállate, Pamela! —dijo Pancho—. ¿Acaso ves
—Espera, Antonio, recordemos los poderes de tu alguna señal que diga «Camino a casa»?
espejo, qué hace, cuáles son sus dones mágicos —me —Todos estamos asustados, por eso tenemos
interrumpió Camila. que mantenernos más unidos que nunca y no pe-
—Como les dije, a través del espejo uno puede learnos —ordenó Camila—. Tenemos que concen-
ver las cosas del futuro —traté de resumir los poderes trarnos en nuestra supervivencia, en estar vivos y
del talismán. sanos; después encontraremos el camino de regreso.
—Eso quiere decir que podemos estar en un La desesperación no nos llevará a ningún sitio. ¡Va-
posible futuro —concluyó Camila. mos a buscar a Sofía!

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—Lo más efectivo será que cada uno vaya en una —¿Y qué hora es? ¿Alguien tiene reloj? —pre-
dirección distinta llamando a Sofía y recuerde el ca- guntó Pamela.
mino de regreso —propuse yo. Pancho, Camila y yo miramos nuestros relojes.
—¡Por Dios! No quiero irme sola —suplicó —Mi reloj está parado, aunque hace diez minu-
Pamela. tos estaba funcionando perfectamente —dijo Pancho.
—Está bien, tú vienes conmigo —la tranquilizó —El mío también —confirmé yo.
Camila. —¡Qué raro! Aunque las manecillas del reloj
—Bueno, es hora de separarnos, tenemos que están paradas se escuchan sus movimientos —dijo
apurarnos porque el sol está bajando —les apremié. Camila acercando el reloj a su oreja.
Ninguno de nosotros quería separarse y quedarse —El mío también está caminando —dijo Pancho
a solas en ese bosque seco, pero no había otra solución mientras comprobaba el descubrimiento de Camila.
si queríamos encontrar pronto a Sofía. Camila fue la —¿A dónde puede caminar el tiempo? Sólo ha-
primera en poner su mano, yo puse mi palma encima, cia adelante o hacia atrás. Pero las manecillas no avan-
adelantándome a Pancho, que no quiso poner su mano zan ni retroceden, siguen en el mismo sitio —re-
sobre la mía y esperó a que Pamela pusiera la suya pri- flexionó Camila.
mero. Cuando por fin nuestras palmas formaron una —Eso confirma que no estamos en ningún po-
montaña, Camila empezó a recitar nuestro juramento: sible futuro —replicó Pancho— sólo estamos en una
—El gran Espíritu del Universo encienda su pesadilla.
vela para que podamos encontrar el camino de re- —¿Y qué tal si el tiempo camina para adentro?
greso. Para no perdernos en las tinieblas de nuestro —preguntó Pamela.
miedo y encontrar la luz de la sabiduría. Protégenos —¿Adentro? Estás loca —dijo Pancho riéndose.
y guía nuestro camino. Lo que tengamos que en- —Espera, no hay nada descabellado en esa idea.
frentar lo enfrentaremos, lo que tengamos que sufrir Nadie sabe si el tiempo es lineal. Los mayas decían que
lo sufriremos y por lo que tengamos que pelear, el futuro es nuestro pasado y la física cuántica cree que
pelearemos. Todo está en tu voluntad. Sólo acudi- pueden existir tiempos paralelos —dijo Camila.
mos a tu protección, nosotros, tus cinco alumnos de —¡Oigan, tenemos que apurarnos! Aunque las
la orden secreta. manecillas del reloj no caminen, el sol sí.  Y ya es
—Nos vemos aquí en dos horas —propuse yo. casi mediodía —repuse inquieto.

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—¿Cómo sabes? —me interrogó Pancho. El camino de Pancho
—Si te fijas en tu sombra puedes adivinar aproxi-
madamente la hora. Por ejemplo, nuestra sombra es
enorme al amanecer y también muy larga al atardecer,
sólo que se estira al otro lado, pero al mediodía está
casi junto a nuestros pies. —Todos miraron sus som-
bras y comprobaron que eran enanas—. Si estuviéra-
mos en el solsticio no podríamos ver nuestra sombra,
porque estamos en la mitad del mundo y ese día el Me molestaba todo: los árboles peludos llenos de
sol está totalmente perpendicular sobre nuestras ca- musgo, con lianas largas como si fueran las trenzas de
bezas al mediodía. una bruja; el lodo espeso que atascaba mis zapatos
—Las personas que perdieron su sombra al me- como cemento fresco; las ramas de los árboles que sin
diodía —dijo Camila sonriendo—, un buen título compasión me rasgaban la ropa o rasguñaban mi ca-
para un cuento. ra; pero lo que más me hería eran mis pensamientos:
—Así que en tres horas nuestra sombra tendrá «¿Qué había pasado? ¿Sería una pesadilla o un truco
el tamaño de nuestro cuerpo. Ésa será la señal para de Antonio? ¿De verdad tendría poderes mágicos su
regresar a nuestro punto de encuentro —comenté yo. espejo? A Camila le pareció que la historia de Anto-
—¡Qué chévere idea, Antonio! —dijo Camila y nio era la más interesante, como si el libro de alta
me sonrió. magia de Sofía fuera una porquería, o mis sueños
—¡Vamos! Parecemos unas gallinas. Lo que está reales no valieran nada y sólo la historia del espejito
pasando es una pesadilla, nada más —dijo Pancho y fuera asombrosa…».
Sin darme cuenta, estaba cami-
se dirigió al bosque. nando sin parar hacia la profundidad del bosque sin
—No te olvides, en tres horas nos vemos aquí recordar el camino de regreso. Sólo paré cuando fren-
—alcanzó a gritarle Camila, pero Pancho no le respondió. te a mí apareció un lago. El agua era tan quieta y
Lentamente, todos nosotros tomamos una direc- transparente que se podía ver el fondo, con sus plan-
ción distinta. tas subacuáticas que se movían como en cámara len-
ta y con sus peces de distintos colores que tenían
aletas y colas tan largas que parecían bailarinas japo-

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nesas moviendo sus abanicos-cola dentro del agua.
Me arrodillé para mirar más detenidamente a esas
criaturas acuáticas. Me pareció ver dentro del agua
una multitud de colores que se mecía al ritmo de
alguna música. Pero me quedé atónito al descubrir
que los que se mecían al ritmo de los tambores no
eran ningún tipo de peces, eran humanos: hombres,
mujeres y niños que bailaban y cantaban en una fies-
ta. V
  i claramente las casas de bambú con techos de
paja, una banda de pueblo que marcaba el ritmo jun-
to a una iglesia y en la mitad de la plaza habían dis-
puesto una mesa enorme llena de platos festivos.
¿Acaso puede vivir gente bajo el agua? Qué sor-
presa me esperaba cuando quise hundir mi mano en
el líquido. Mis dedos se toparon con una superficie
dura y fría, como hielo, como si fuera un cristal. Con
mucho cuidado, puse mi pierna derecha sobre el hie-
lo transparente que no se movió para nada, era firme.
Cuando coloqué mi pierna izquierda sentí la agita-
ción del agua bajo la superficie vidriosa. Me dio mie-
do seguir avanzando, pero mi curiosidad fue más
grande, así que me deslicé lentamente hacia el centro
del lago, observando la vida del pueblo hundido.Vi a
una novia muy bella con un velo largo y unos perros
que corrían junto a los danzantes; escuché sus ladri-
dos desesperantes, que eran ignorados por sus dueños.
Fue muy raro ver que la gente no paraba de bailar ni
por un momento, la música de la banda no cesaba

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nunca: apenas acababa una pieza, ya comenzaba a El camino de Antonio
sonar otra canción. Di unos pasos más y casi se me
corta la respiración, ya estaba en la mitad del lago
congelado sintiendo cómo la superficie dura se mo-
vía, agitando el agua bajo mis pies. «¿Y si se rompe
este vidrio y me caigo dentro del lago? ¡Sería muy
difícil llegar hasta la orilla, además, soy un pésimo
nadador!». Ni siquiera esos pensamientos tenaces me
hicieron cambiar el rumbo; quería ver más.
Descubrí que las mujeres no se detenían a tran-
quilizar a sus bebés que lloraban desconsoladamente,
N o era nada fácil caminar rápido por ese
bosque tupido y tan podrido, pues las
ramas se desprendían de los árboles con sólo el leve
seguían cantando y bailando mientras los amamanta- soplo del viento; caían a mi lado, a veces golpeando
ban. Me pareció una fiesta un poco exagerada. Aun- mi cabeza y dejándome un chichón de recuerdo. Mi
que la música fuera muy alegre, las caras de los habi- garganta estaba seca por gritar sin parar el nombre
tantes se veían cansadas y agotadas, como si estuvieran de Sofía.
forzados a estar en ese gran banquete. De repente, Hacía un buen rato que había dejado de escu-
sentí el crujido del hielo bajo mis pies, entendí que char los gritos de mis compañeros: de Camila y de
perdía la superficie estable y que me estaba hundien- Pamela, porque a Pancho nunca lo escuché. Me dolía
do en el agua helada. Traté de mover mis brazos, pe- mucho el cambio repentino de mi mejor amigo que
ro el agua era tan pesada que mi cuerpo siguió des- parecía convertirse en un enemigo que quería con-
cendiendo hacia la profundidad.Vi por última vez el tradecirme y enfrentarme.
bosque húmedo y mi cara se hundió en el lago. Sólo una vez lo vi así: después de un concurso
intercolegial de declamación en el que yo había ga-
nado el primer premio y estaba rodeado de chicas de
segundo y tercero de bachillerato firmándoles autó-
grafos. Ese día Pancho ni siquiera se acercó a felici-
tarme, se fue sin despedirse y cuando lo llamé para
invitarlo a mi casa a jugar al PlayStation me contestó

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muy molesto: «¿Por qué mejor no invitas a todas tus trataban de rescatar a su reina, pero la red pegajosa
admiradoras?». No lo entendí. No sabía qué mosca le no aflojaba ni un milímetro de su cuerpo. Las hor-
había picado. Al día siguiente volvió a ser él mismo, migas al final se rindieron y abandonaron a su com-
mi pana del alma. Nunca más tuvimos enfrentamien- pañera, quien se convertiría en la suculenta presa de
tos, hasta el día de hoy. Me pareció muy extraño una araña. Me agaché y liberé a la hormiga de su
cómo negó los poderes de mi espejo. pegajosa prisión.
Las hojas secas amontonadas empezaron a levan- —Estoy en deuda contigo —escuché su voz,
tarse con el viento formando torbellinos que me aunque ella no había movido su diminuta boca.
golpeaban el rostro. Los árboles mecían sus peludos —No tienes por qué ser mi deudora, creo que
brazos llenos de musgo. Eran tan altos que ni siquie- tú harías lo mismo si yo fuera una hormiga y tú un
ra podía divisar sus copas. Me sentía tan diminuto a ser humano —pensé yo mirando a la reina.
su lado, como si fuera un bicho. El bosque estaba —Tienes un corazón noble y si llegas a encon-
totalmente mudo, sólo mi ronca voz animaba su si- trarte en peligro estaré a tu lado —me respondió la
lencio espeso. De repente me sorprendió una mana- hormiga y retomó su huida.
da de monos que con sus bebés pegados a sus pechos No me sorprendió mucho poder conversar con
saltaban entre los árboles alarmados, chillando des- una hormiga. En la casa me pasaba lo mismo con
consoladamente. Casi tropiezo con unos armadillos mi perro. Apenas me sentaba para hacer los deberes,
que ni siquiera se escondieron por mi presencia, sólo él no paraba de dar vueltas a mi lado, distrayéndome
se apartaron de mi camino y continuaron su huida. con su pensamiento de ir al parque a pegarse un
«¿Por qué están huyendo todos los animales? ¿Quién partidito de fútbol. En una ocasión, al pasar con mi
o qué los ha espantado?», pensaba yo, y casi piso una perro al lado de la carnicería escuché una voz ron-
larga fila de hormigas rojas con cabezas negras, tenían ca que decía:
el tamaño de una nuez y también huían precipitada- —¡Dios mío, qué delicia! ¡Qué no daría por po-
mente, llevando sobre sus hombros las blancas larvas: der dar un mordisco a ese chorizo!
sus futuros hijos. Regresé a ver quién había hablado pero no vi ni
Una de ellas, que era dos veces más grande que un alma, estábamos sólo yo y mi cachorro. Lo miré a
las otras y tenía alas, quedó atrapada en una red de los ojos y le dije:
araña, el resto de hormigas, con todo su esfuerzo, —¿Qué pasa, Pelusa, tienes hambre?

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Mi perro se quedó tan contento de que un hu- Sofía de verdad era la chica más alta del grado y
mano pudiera escuchar por fin a su mascota que me sacaba veinte en todas las materias. Podría ser nerd,
soltó de una todo el monólogo de su vida. pero era demasiado aventurera y comunicativa.
—¿Por qué llegas tan tarde? —me preguntó mi —¿Usted vio a Sofía? —Casi salto de alegría.
madre cuando regresé del paseo después de tres horas. —Claro que la vi, sígueme, te mostraré su para-
—Tuvimos una charla muy densa con Pelusa —le dero —me dijo la mujer. Dio media vuelta y empe-
contesté a mi madre, que me miró con desconfianza. zó a caminar tan rápido con sus pequeñas piernas que
Así que no me sorprendió para nada poder es- me costó mucho trabajo seguirla.
tablecer contacto telepático con una hormiga. Pero —Por favor, espéreme, no puedo ir tan rápido
me pareció muy torpe de mi parte haberla dejado ir —le supliqué a la mujer peluda, pero ella ni siquiera
sin preguntarle la razón de su huida. ¿Qué estaba me miró y siguió su veloz caminata.
pasando en el bosque? ¿A quién temían tanto todos No tuve otra opción, si quería ver a Sofía de
los animales? Mientras reflexionaba apareció frente a nuevo, tenía que esforzarme y continuar esa maratón.
mí una mujer; casi me caigo del susto y choco con Temía tanto perderla de vista que me olvidé por
ella por su aparición tan inesperada y brusca. Esa completo de registrar el camino de regreso.
mujer lo único que tenía era pelo. Un pelo negro, —Ya llegamos. — La mujer se detuvo de golpe.
lacio y largo que le llegaba hasta los pies y cubría su Yo miré a todos lados, pero no vi la figura de Sofía.
espalda como un chal. No podía ver sus ojos detrás — No la veo. ¿Dónde está? —le pregunté.
del cerquillo tupido que le tapaba toda la cara y tan —Atrás de ese árbol, ella siempre está escondida
sólo dejaba descubierta su boca carnosa, que me ata- —murmuró la mujer peluda a mi oreja.
có con preguntas: Frente a nosotros, como a cinco pasos, se encon-
—¿Acaso eres ciego?, ¿a dónde diriges tu cami- traba un árbol tan grande y frondoso que jamás me
nata tan de prisa?, ¿estás perdido? —me preguntó la imaginé ver algo así en mi vida, sus raíces eran in-
boca con una voz muy ronca, como la de un hombre. mensas. Para abrazar el tronco de ese árbol se nece-
—Estoy buscando a una amiga —le respondí. sitarían, por lo menos, veinte personas. Me acerqué a
—¿Una amiga? ¿Y cómo se llama? ese arbolote y di una vuelta completa alrededor de
—Se llama Sofía. su tronco, pero no encontré a Sofía, sólo vi una la-
—Es imposible perderla si es tan grande y luminosa. gartija verde sobre su corteza. «¿Qué le pasa a esta

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mujer?, ¿sólo quería despistarme o burlarse? Qué traen los alimentos y la alegría. Nadie podría tener
estúpido fue de mi parte creerle y seguirla. Podría ser otro nombre porque no sería lo que es.
una bruja o una vampiresa. Ahora ni siquiera recuer- —Pero Sofía es una chica muy inteligente y sabia.
do el camino de regreso», pensé. —Si fuera tan sabia no estaría en problemas. Su
—No sé quién es usted ni qué quiere de mí, nombre todavía no le pertenece. Es decir, su espíritu
pero no me gusta cuando me engañan. —Miré fija- y su nombre no forman la misma esencia. Lo lleva
mente a la boca rodeada de pelos. sólo como un apodo. Pero estás perdiendo tu tiempo.
—¿Me estás diciendo que soy una mentirosa? Estás junto a la verdadera Sofía y no acudes por su
¿Cómo te atreves, mocoso, a insultarme? Yo te mos- ayuda. ¿Qué esperas? Acércate y pregunta lo que ne-
tré el camino hacia la ilustre Sofía. ¿Acaso estás cie- cesites —me exigió la mujer y lamió su boca.
go y no la ves sentada ahí sobre el árbol? —se re- Le obedecí y me agaché al lado de la lagartija
torció la boca. verde que ni siquiera se movió ni entreabrió sus ojos.
—No veo a nadie, sólo a una lagartija… —Disculpe, seño… —No sabía cómo hablarle,
—Es la ilustre lagartija de la sabiduría y la filo- era difícil adivinar su edad y estado civil.
sofía, por eso la nombran Sofía. ¿Acaso no sabes qué —Señorita —me ayudó la mujer peluda.
significa el nombre «Sofía»? —me interrogó la mujer —Disculpe señorita lagartija, quisiera preguntar-
peluda. le si usted ha visto a mi amiga Sofía.
Ahí me di cuenta de mi grave confusión. La lagartija abrió sus ojos redondos como dos
—Es que en donde yo vivo a la gente le ponen platos de color amarillo y me miró un rato, después
nombres sólo porque le gustan a los padres, sin saber bostezó y se viró, dándome la espalda. Me sentí como
su significado. un estúpido parado frente a una lagartija prepotente
—¿Cómo puede ser eso? Uno no puede llevar y solicitando su ayuda.
un nombre que no le corresponde. Aquí todos tienen —No me contesta tu «sabia» lagartija —me di-
nombres que pertenecen a su naturaleza. Le nombran rigí irritado a la mujer peluda.
Arútam al ser espiritual que protege a la gente; Etsa, —Lo que pasa es que ella es muy vanidosa. Tie-
al espíritu luminoso, procreador de la vida; Iwit al ser nes que rogarle más.
oscuro, espíritu devorador, sembrador de la muerte y —¿Rogarle más? —me enfurecí yo—. No voy
desconsuelo; Nunkui le llaman a los espíritus que a humillarme frente a un insignificante reptil.

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—Como quieras. Entonces no sabrás nunca el
destino de tu amiga —musitó la mujer peluda.
No tuve más opción que tragarme el orgullo y
arrodillarme frente al árbol.
—Ilustre lagartija —empecé a alabarla—, ¿po-
dría ser tan amable de indicarme el paradero de mi
amiga Sofía? ¿Dónde puedo encontrarla?
—Así está mucho mejor —me contestó la lagar-
tija, mirándome con sus ojos amarillos.
Sin mover su cuerpo, la lagartija estiró la cola
y agarró una de las hojas del árbol sobre la cual
brillaba una gota de lluvia. Se quedó paralizada,
mirando fijamente el líquido azul. La gota frente a
sus ojos empezó a aumentar de volumen convir-
tiéndose en una burbuja, dentro de la cual se refle-
jaba el mundo externo, el bosque podrido y mi
cara llena de curiosidad. La lagartija se acercó aún
más a la bola que ahora sólo reflejaba su enorme
ojo amarillo, como en una lupa. El interior de su
pupila empezó a moverse, convirtiéndose en una
gran masa de color café, en cuyo interior aparecían
enormes incendios y huracanes, paisajes del desier-
to y silencio, gente gritando en un terremoto…
todo surgía por un instante y volvía a hundirse en
la masa de su ojo.
—¿Qué es eso? —salió de mi boca.
—Todo lo que ocurre en este momento en la
Tierra —me explicó con voz baja la boca carnosa.

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—Tu amiga no está en este mundo —concluyó De repente vi que se rompía el hielo y Pancho
la lagartija muy cansada después de investigar la bola se hundía en el lago, que Pamela estaba frente a un
de agua. tigre totalmente indefensa, y que Camila corría bajo
—¿Cómo que no está? ¿Acaso está en otro pla- una tormenta de lluvia escapando de algo tan inmen-
neta? —me burlé de la respuesta de la lagartija. so y poderoso que se erizaron los pelos de mi cuerpo.
—Todo puede ser —me cortó ella. Entonces apareció un ser asqueroso: su cuerpo era
Y arrancó con su pata de uñas largas una campa- obeso, lleno de llantas de grasa, y su cara era arrugada
na de la flor de floripondio y echó una gota de agua como la de un bulldog, sus ojos estaban llenos de
que estaba en el interior de esta flor sobre la esfera de sangre y de ellos salían unas espesas lagañas verdes. El
agua. Ésta se puso de color amarillo. No pasó ni medio monstruo gritaba como si estuviera herido.
segundo y dentro de la bola apareció la mesa de mi —¿Quién es? —pregunté.
cuarto, con mi espejo en medio y yo sentado junto a —Eres tú —contestó la lagartija con un tono
mis cuatro amigos. De una sentí el olor de los panque- totalmente tranquilo.
ques que estaba cocinando mi madre. —¿Cómo que yo?
—¡Sí, es mi casa! —grité yo. Que no hubiera —En poco tiempo te va a pasar una desgracia
dado en ese momento para poder saltar dentro de la muy dolorosa —musitó la lagartija.
bola de agua y aparecer en mi casita, lejos de ese —¿Cuál?, ¿por qué? ¡No es cierto! —fue lo úni-
bosque silencioso. co que salió de mi boca asustada.
La lagartija suspiró profundamente y escupió —Como te podrás dar cuenta, tu amiga tampo-
sobre la bola, que se hizo de color morado. En ella co está en el futuro —dijo la lagartija reventando con
apareció Pancho, que caminaba sobre un lago con- su uña la burbuja de agua. Entonces se dio la vuelta
gelado; vi a Pamela, que estaba tratando de poner y se marchó sin contestar mis preguntas.
unos lentes diminutos sobre su nariz; y vi a Camila, —¿A dónde va? —grité yo—. No es de buena
que sostenía un pájaro muy raro. educación irse así sin despedirse ni explicar las co-
—¡Son mis amigos! —grité feliz al ver a mis com- sas —traté de lanzar mi voz irritada en dirección
pañeros vivos y sanos—. ¿Dónde están, qué hacen? a la lagartija.
—Estás viendo el futuro —me aclaró la mujer —¡Qué estúpido que eres! ¿Cómo puedes exigirle
peluda. algo a la sabia lagartija? —me reclamó la mujer peluda.

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—¡No soy ningún estúpido! —me defendí. Ella se sentó a mi lado, sacó una peinilla negra
—Tienes que ser más tranquilo. Pareces un fósforo. que parecía una fruta seca llena de pequeños pinchi-
—¿Y cómo quieres que esté? ¡Si tu «sabia» la- tos, como las agujas de un puercoespín, y cepilló con
gartija me muestra en su bola un asqueroso y repug- ella mi pelo. Mi cabeza se puso muy pesada, la mujer
nante monstruo y con toda tranquilidad me dice que acarició mi pelo de nuevo con su peinilla y yo no
en poco tiempo me voy a convertir en eso y después tuve fuerzas para apartarme de ella. Mis parpados se
desaparece sin dar ni la más mínima explicación! hicieron tan pesados que no pude abrirlos más.
—¿Quieres una explicación? —Como si salie-
ra de la tierra, apareció frente a mí la cara de la la-
gartija—. Dime, ¿acaso uno quiere saber la fecha de
su muerte? —me recriminó.
—No lo creo —tartamudeé.
—¿Acaso uno quiere saber de las torturas o en-
fermedades que le esperan? —siguió ella.
—¡No!
—Entonces dame las gracias y prepárate para
algo inevitable como un hombre —dijo la lagarti-
ja y se fue deslizando entre las hojas secas.
Me quedé mudo, aturdido, escuchando el susu-
rro de las hojas sacudidas por el viento como si
fuera la música de algo inevitable. Sentí cómo tem-
blaban mis piernas, no era de miedo, era de caminar
tantas horas sin parar. Me deslicé y caí sobre las
hojas secas, arrimando mi espalda sobre el árbol. Me
parecía tan absurdo lo que había pasado. Podría ju-
rar que todo era mi imaginación, a no ser por la
mujer peluda que era fiel testigo de las predicciones
de la lagartija.

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El camino de Camila

R ealmente era insoportable avanzar por el


bosque en compañía de Pamela. Se asus-
taba de cada ruido y confundía las plantas con cria-
turas extrañas.
—¡Mira, Camila, nos está siguiendo un hombre-
cillo verde y peludo!
—¿Dónde, Pamela? Es un simple arbusto.
—No, él se esconde apenas lo señalo.
—El miedo tiene los ojos grandes. ¡Camina más
rápido, la sombra está casi a la mitad de nuestros
cuerpos! Pronto tendremos que regresar y todavía
no hemos encontrado ni una pista de Sofía —mi
voz estaba irritada.
—No puedo, me duelen los pies. Creo que ten-
go ampollas.
—Entonces quítate los zapatos, Pamela.
—¿Y cómo quieres que camine con medias
blancas?
—Si te das cuenta, Pamela, no estamos caminan-
do por el piso de mármol de un palacio, sino sobre

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un bosque putrefacto, y no podemos preocuparnos espérame aquí —dije yo y me alejé rápidamente, pen-
por la forma estética del asunto. sando en que Pamela podría cambiar de idea.
—¿Qué quieres decir? —Pamela se quedó atónita. Caminaba tan ligera como una pluma. En el
—Olvídalo, lo que quiero decir es que te apures, camino hallé un pedazo de carbón. Me serviría para
por Dios, si no nunca vamos a encontrar a Sofía por marcar los troncos de los árboles y poder encontrar
tu lentitud —casi le grito. el camino de regreso. Aceleré el paso gritando sin
—Está bien, no te enfurezcas conmigo —dijo parar el nombre de Sofía. El bosque era muy húme-
ella y se sentó sobre el tronco para desamarrar sus do, como un sauna. Por mi cara chorreaba sudor y mi
zapatos con la lentitud de una tortuga, después se garganta estaba súper seca. Un árbol atrajo mi aten-
sacó las medias, las limpió y las dobló. ción. Sus raíces eran rojas, su tronco de color morado
Casi exploto de las iras.Yo tengo bastante pacien- y las hojas amarillas. Me acerqué y raspé una cruz con
cia, pero me desespera cuando estoy con una persona mi carbón sobre su carne morada. Me quedé aturdi-
que no ayuda en nada, al contrario, se convierte en un da al ver que mi cruz empezó a sangrar. De la corte-
estorbo. Por esa misma razón no me gusta hacer las za del árbol goteaban pequeñas gotas rojas. Me acer-
tareas en grupo que nos manda la profe de sociales. A qué y las toqué, eran tibias y tenían olor a sangre.
veces te tocan unos compañeros tan vagos y brutos ¡Qué raro! En el colegio nos enseñaron que dentro
que es perder un montón de tiempo y además recibir de los árboles fluye savia y no sangre. Di unos pasos
malas notas. Así que de una les propongo hacer yo la y sentí que alguien jalaba mi falda de jean. Brusca-
investigación, la maqueta y la presentación, pero igual mente me di la vuelta pero no había nadie.
anoto sus nombres en la participación. —¡Qué raro! —dije y aceleré el paso.
—¿Qué te parece, Pamela, si te quedas a descan- Cada vez me rodearon más los árboles raros, has-
sar un ratito sobre este tronco y yo me adelanto a ta que me quedé caminando por una alameda de
buscar a Sofía y máximo en una hora estoy de regre- troncos morados. Me daba asco tocarlos, pero seguía
so? —le pregunté lo más cariñosamente posible. marcando mis cruces, que se llenaban de sangre como
—¿Pero, y si de nuevo aparece ese hombrecillo llagas. Sentí bajo mis pies un riachuelo de sangre.
verde? —preguntó Pamela. Empecé a correr, queriendo salir de esa prisión de
—Alégrate de que sea un simple duende y no árboles morados. De repente, un árbol con un tronco
un monstruo de cinco cabezas. Bueno, ya regreso, tan inmenso y ancho que parecía la muralla china,

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cerró mi camino. Su corteza era del mismo color. El camino de Pamela
Sentí que empezaban a agitarse las ramas de los
árboles, pero no era por el viento, era por un grito
espantoso que sacudía al bosque. Vi a unos monos
asustados saltar por los árboles cerca de mí, vi cómo
huían unos puerco espines, los insectos voladores y
terrestres también emprendían su huida y sólo yo me
quedé quieta, paralizada. No podía mover mis pies,
se sentían tan pesados como si estuvieran atornillados
a la tierra. El grito se acercaba cada vez más a mí. Me
daba pavor no saber a quién debía enfrentar. Desde
N o podía creer que Camila me hubiera de-
jado sola. Apenas ella se alejó, apareció de
nuevo, por detrás del tronco del árbol, el hombrecito
siempre las cosas desconocidas me han paralizado. Si verde que me había seguido durante todo el camino.
supiera, por ejemplo, que esperaba ver un dragón de Medía más o menos como mi dedo índice y parecía
tres cabezas o un alienígena, estaría mucho más tran- ser goloso, porque era muy flaco pero su barriga salía
quila, pero ese grito desesperante espeluznaba mi bastante adelante de sus piernas flacuchas, que termi-
alma. Mis ojos vislumbraron una masa negra del ta- naban en unos zapatos tres números más grandes que
maño de una montaña que se acercaba hacia mí con él. Su cara era verde, con nariz achicada, los ojos re-
pasos tan pesados que la tierra temblaba. Aplasté mi dondos, las orejas alargadas. Su pelo era totalmente
espalda contra el tronco del árbol. De repente sentí blanco y despeinado. Lo que me molestaba de él es
que su corteza se hizo suave, como una plastilina, y que me remedaba todo el tiempo. Fruncía la cara,
poco a poco mi cuerpo se hundió dentro de su piel, suspiraba y gemía como yo.
como si el árbol me estuviera tragando. Primero des- —¿Qué quieres de mí? —le grité y le lancé un
aparecieron mis manos, después mis pies, mi barriga palo seco.
y mi pecho… por último sentí que mi cara se hundía El hombrecillo, esquivando la rama, se escondió
en la corteza. Alcancé a tomar un último bocado de detrás del árbol, pero de repente apareció sobre mi
aire y desaparecí. hombro, tirando de mi oreja.
—¿Qué te pasa? ¡Déjame en paz! —grité, tra-
tando de atraparlo.

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—¡Déjame en paz! —imitó mi voz, burlándose aquí. Puede ser que lo que estoy viendo no exista,
de mí. ni tú tampoco.
—¿Acaso no tienes nada más que hacer que mo- —¿Yo? —se sobresaltó el hombrecillo del sus-
lestarme? ¿Quién eres? to—. ¿No existo? —puso una carita muy triste y
—¡Nunkui! —exclamó él y se sentó dentro de sacó de su bolsillo unas pequeñas nueces—. ¿Quieres
la copa de una flor. un maní que no existe? —Me estiró su diminuta
—¿Nunkui? ¡Qué nombre tan raro! No lo he mano con dos manís. Sentí cómo crujía de hambre
leído en ningún cuento mágico. mi estómago.
—¿Qué es un cuento mágico? —preguntó él —Bueno —dije yo, devorando las semillas
alzando las cejas. deliciosas.
—Un cuento mágico es una historia donde pue- El hombrecillo seguía triste, sin mirar en mi
de pasar de todo. Uno puede volar sobre una alfom- dirección.
bra, encontrarse con seres extraños, luchar contra un —Gracias por los manís tan ricos que no existen.
malvado mago. En pocas palabras, es algo que no —Acaricié con mi dedo su espalda peluda.
puede ocurrir en la vida real. —¿Quieres más? ¡Tengo cosas sorprendentes!
—¿Y por qué? —se quedó asombrado el hom- —Su carita se iluminó de alegría.
brecito, con la boca abierta, donde se veían dos dien- —Bueno —acepté su propuesta.
tes de leche. Nunkui desapareció, pero no pasaron ni cinco
—Porque en la vida no existe la magia. Sólo en segundos y ya estaba de vuelta cargando sobre su
esos cuentos uno puede ver seres como tú. espalda un baúl dos veces más grande que su cuerpo.
—¿Entonces estamos en un cuento mágico? —Toma. —Empujó el baúl sobre la palma de
—preguntó él, saltando sobre una hoja del árbol co- mi mano.
mo si fuera un trampolín. Con cuidado, levanté su dorada tapa. Dentro del
—No —negué yo—. Realmente no sé cómo baúl encontré unos dáteles, unos lentes, una pluma y
te puedo ver.Yo soy una niña de verdad. Me llamo un imán. Aunque los pequeños maníes cesaron mi
Pamela, vivo en Quito y tengo once años. Sólo que hambre, lo primero que cogí fueron los dáteles.
por culpa de Antonio y Pancho, que se pelearon —No te los comas, son especiales —me advirtió
por los poderes del espejo, pasó algo raro y estoy Nunkui.

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—¿Y para qué sirven?
—Ponte mejor estos lentes —me indicó.
Los lentes eran tan pequeños que quedaron en
la mitad de mi nariz. Así que decidí sacármelos y
acercarlos a uno de mis ojos.
—¡Guau! —exclamé al ver un bosque hermo-
so, verde, lleno de plantas y flores exóticas. Me
mareaba mirar tantos pájaros de distintos colores,
que aunque cantaban diferentes melodías, forma-
ban un solo coro celestial—. Parece un paraíso
—dije.
Tenía muchas ganas de entrar en ese hermoso
paisaje, pero, de repente, vi a Nunkui saltando por el
verde pasto.
—¿Cómo puedes estar dentro de lo que veo?,
¿traspasaste los lentes? —Me quedé sorprendida.
—¡Porque no existo! —dijo él sonriendo, des-
lizándose por una hoja del árbol como si fuera un
tobogán—. Tú también puedes —dijo, y me estiró
su manito.
Toqué sus dedos peludos y aparecí caminando
por el bosque de ensueño lleno de sol y del coro de
pájaros. Eran tantos: loros de colores chillones que
adornaban las ramas de unos árboles verdes que pa-
recían de Navidad, pericos amarillos que enjuagaban
sus picos en un pequeño riachuelo, también había
cacatúas y muchas otras especies de las que ni siquie-
ra conocía sus nombres.

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—¿Dónde estamos? —le pregunté al hombreci- El camino de Pancho
llo—. ¿Dónde estábamos antes?
—En una selva —respondió él.
—No es cierto, antes estábamos en un bosque
putrefacto, horrible y silencioso. ¿Cómo puedes com-
pararlo con una selva tan preciosa?
—Estamos en lo que era este bosque unos años
atrás —me explicó el enanito.
—¡No puede ser! —No podía creer sus palabras.
—Con estos lentes puedes ver las cosas hermo-
sas que desaparecieron con el tiempo. ¿Quieres ver
M is pies tocaron tierra firme; me encontra-
ba en el pueblo sumergido. Sentí que
podía respirar bajo el agua sin ninguna dificultad,
cómo era la selva unos siglos atrás, en sus primeros pero nadie me prestaba atención, nadie podía escu-
años de nacimiento? charme cuando saludaba por el volumen excesivo de
—¡Claro que sí! —acepté su invitación. la música de la banda de pueblo; la gente no paraba
—Entonces, acércate los lentes de nuevo de bailar. Me acerqué a un hombre y toqué su brazo,
—me ordenó. tratando de llamar su atención, pero él ni siquiera me
Apenas miré dentro del cristal del lente, me que- miró. Me di cuenta de que su cara se veía agotada y
dé pasmada. Frente a mí estaba un tigre inmenso. Mi pálida, y de que la sonrisa en sus labios era como una
cuerpo se contrajo por el miedo de ver un animal mueca. A pesar de la multitud, me sentía totalmente
salvaje frente a mí, sólo una vez en mi vida había solo, yo era el único que podía caminar y estar quie-
visto un tigre y fue en el zoológico. El animal se to entre esa gente triste y cansada, tan cansados esta-
acercó, olió mis pies descalzos con su nariz húmeda ban que algunos seguían bailando con los ojos cerra-
y después siguió su camino. dos, como si estuvieran embrujados. ¡Qué fiesta tan
—No tienes que tener miedo, si nadie hace extraña! ¿Qué era lo que les pasaba?
daño a nadie no necesitarán defenderte, entra —Están castigados —me asustó con su respues-
—me dijo el hombrecillo estirando de nuevo su ta un viejo sarnoso que apareció sentado a mi lado.
mano peluda. —¿Castigados? —le pregunté al viejo con barba
Sólo dude un momento y entré. larga y pelo muy canoso. Su cuerpo era como un

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palo flaco y seco, y su cara estaba deformada por las se convirtió en una mujer hermosa que despertó la
horribles infecciones en su piel, que ya se habían envidia de los hombres del pueblo. Mi niña bonita
convertido en una costra. me quería mucho, pero la gente del pueblo la con-
—Así como escuchaste. La gente no valora la venció de dejarme. Al final, me quedé nuevamente
bondad. Yo vivía en mi choza, alejado del pueblo, solo —dijo el viejo y otra lágrima sólida corrió por
porque todos se reían y se burlaban de mi apariencia, su mejilla, cayendo en la palma de su mano arruga-
me insultaban llamándome perro sarnoso —dijo el da—. La chica nunca vino a visitarme, pero en poco
viejo y por su mejilla resbaló una lágrima que él tiempo la gente del pueblo me trajo a otra niña aban-
atrapó en su mano. El líquido se convirtió en un donada que nadie quería cuidar porque estaba flaca
pequeño cristal, como de sal—. Un día, una mujer y enferma. Días y noches le daba leche de cabra para
llevó a mi casa a una chica huérfana que era muy fea curar su tos, le preparaba papilla de avena mezclando
y enferma, tenía muchas llagas en los pies. Yo tenía las yerbas milagrosas, y al pasar de los años la niña
fama de curar cualquier enfermedad, porque conocía floreció, convirtiéndose en una preciosa y sana joven.
el poder curativo de las plantas. Por eso la mujer me Me encariñé mucho con ella. —Resbaló otra lágrima
entregó a la niña, diciéndome que cuando fuera gran- de sal—. La envidia no se hizo esperar. Otra vez me
de, ella se preocuparía por mí. Lo primero que yo quitaron a la chica y me quedé solo. La joven ni si-
hice fue lavar los pies de la chiquilla con unas yerbas. quiera me invitó a su boda. —El viejo atrapó en el
Así, en pocos días, su cuerpo estaba totalmente sano. aire otra lágrima dura con su mano—. Un día invité
Pero su alma seguía triste porque había sido siempre a todo el pueblo a mi casa. Contraté a los mejores
rechazada por sus compañeros. Así que antes de dar- músicos, compré la mejor comida; la gente vino apro-
le de comer, escupía sobre su comida. vechando un festín gratuito, y cuando estaban bailan-
—¿Para qué? —le pregunté al viejo, retorciendo do y cantando convoqué a los espíritus malignos. Al
la cara del asco. sacrificar un gallo, exclamé: «Para que bailen y canten
—Porque mi saliva tiene poderes curativos y ci- sin parar hasta su muerte, gente mal agradecida». En
catriza las heridas tanto por fuera como por dentro ese momento la tierra se abrió y la casa con toda la
—dijo el viejo cogiendo mi brazo y lamiendo mi gente se cayó a este abismo. Las lluvias constantes
rasguño, que sangraba. La herida quedó cicatrizada y llenaron el hueco convirtiéndolo en lago. Desde en-
dejó de doler—.Varios años la curé, la alimenté, y ella tonces están bailando y cantando sin parar.

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—¿Pero no le da a usted lástima? —le pregunté —Toma —me dijo el viejo estirando su mano
al viejo sarnoso. con los cristales, el último cayó de su ojo derecho
—¿Acaso ellos tenían lástima de mí, dejándome cuando me estiró sus lágrimas congeladas—. Son es-
solo y abandonado después de todo lo que hice por peciales, sólo tienes que coger uno de ellos y acercar-
ellos? —El viejo me miró con los ojos llenos de do- lo a tus ojos. Lo que pienses en ese momento se
lor y la quinta lágrima cayó convertida en un blanco cumplirá al instante.
cristal junto a las otras que sostenía en su palma—. Mi mano se estiró y cogió los cristales brillantes
No dejes que te maltraten, muchacho, y tienes que de la palma arrugada del viejo. Los acerqué a mis ojos
destruir a quien quiera quitarte a tu enamorada. y me quedé hipnotizado por la luz que emanaban.
—¿Y cómo sabe usted que tengo una enamora- —¿Y usted no necesita uno de estos cristales
da, o sea, una chica que me gusta? —Me enrojecí. para cumplir sus deseos? —le pregunté al viejo.
—No es difícil darse cuenta. Basta con mirar —¡Yo puedo tener tantos como me dé la gana!
tu cara de bobo. Todos los enamorados tienen la El problema es que no sé qué pedir para ser de nue-
misma cara. vo feliz. Cualquier cosa que pido no llena mi corazón,
—¡Pero quien me la está quitando es mi mejor que está vacío de amor —dijo él, y otro cristal rodó
amigo! por su mejilla. Con las justas pude acercar mi mano
—¿Acaso hay mejores amigos en el amor? Lo y atrapar el grano antes de que se perdiera en la hier-
dudo mucho. La amistad se termina donde pasa la ba—. Primero tengo que ir al túnel de luz para en-
serpiente del amor. ¿Acaso eres inferior a tu amigo? contrar la respuesta.
—No lo creo. Hasta creo que en muchas cosas soy —¡Túnel de luz! ¿Qué es eso? —exclamé yo
mejor —dije yo, asombrado de mis propias alabanzas. dirigiéndome al viejo que ya no estaba a mi lado,
—No te avergüences nunca de tus dones, ni me- como si hubiera desaparecido.
nosprecies tus cualidades. Demuestra que eres mejor. Me sentí un poco avergonzado conmigo mismo
¿O acaso lo dudas? por despreciar a mi amigo frente a un desconocido.
—No, para nada. Antonio es muy mentiroso y Pero de verdad Antonio últimamente andaba muy
sobrado. Me cansa que siempre quiera ser el punto sobrado y, lo peor de todo, yo le había confesado que
de atención, y que invente aventuras raras —terminé me gustaba Camila, pero él traicionó mi confianza
mis palabras. tratando de acercarse a ella, de conquistarla con sus

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cuentos mentirosos. El viejo tenía razón, tenía que El camino de Antonio
ponerlo en su sitio. De nuevo abrí mi mano y vi los
cristales. Realmente no podía despegar la vista de esos
brillantes granos que me atraían.
—¿Así que puedo pensar lo que quiera y se
cumplirá mi deseo? —murmuré, sosteniendo un
poder increíble en mis manos. Me sentía como un
mago con una capacidad sobrehumana a su alcan-
ce—. Así que puedo pensar lo que quiero —seguía
murmurando mi boca, mientras mi mano atrapó un
cristal y lo acercó a mis ojos.Traté de concentrarme
C uando abrí los ojos me encontraba sentado
en un campo iluminado sólo por la luna, que
proyectaba una luz tenue sobre los seres espantosos que
en la imagen de Sofía, pero dentro del cristal apare- me rodeaban, mirándome con suprema curiosidad, co-
ció la cara de Antonio que estaba junto a Camila, mo si fuera yo el ser raro y no ellos: tenían dos cabezas,
que lo miraba con admiración—. Así que puedo cuerpos humanos y caras de animales, manos retorcidas
cumplir lo que quiero —seguía aumentando el vo- y dedos alargados como las ramas de los árboles.
lumen de mi voz, mientras mis ojos observaban que —¿Dónde estoy? —pregunté, y me asombré de
Antonio se sentaba al lado de Camila, que ella son- la voz ronca y baja que salió de mi garganta. Como
reía por sus bromas, encantada por su compañía. No si no fuera mía. Como si perteneciera a un persona-
pude resistir más y mi boca gritó una maldición—. je de cuento de terror. Bajé la vista y me di cuenta
¡Quiero que desaparezca Antonio de mi vista, que de que no estaba tan lejos de la verdad. Mi cuerpo se
no se cruce en mi camino, que pierda sus encantos había convertido en una masa de gelatina sin forma
y se convierta en un espantoso monstruo! —En ese alguna cubierta por un pelaje escaso. Me topé la cara
instante el cristal se evaporó, dejando la palma de mi con las manos y sentí una superficie reseca y arruga-
mano un poco húmeda. da, mis palmas tocaron algo baboso, eran unas lagañas
No podía creer lo que acababa de pronunciar verdes que traté de limpiar inmediatamente. Sin du-
mi boca. da me había transformado en ese monstruo que había
visto en la burbuja de la lagartija. ¿Pero, quiénes eran
esos horribles personajes?

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—¿Dónde estoy? —gruñí. —Uuuh… No debes poner las manos sobre el
—Bienvenido al mundo de los malditos, al mun- fuego por nadie —susurró la mujer en mi oreja.
do de repugnancia, violencia, sangre y vómito, donde —¿Además, por qué Pancho me desearía un
se engendra toda clase de porquerías. ¡Aquí hay tan- mal? Es cierto que a veces nos peleamos, pero deci-
ta diversidad! —gritó la mujer barbuda y se puso a mos las cosas de frente, así es una verdadera amistad.
bailar, saltando con sus patas de cabra. Todos a su al- En ese momento, la mujer golpeó las palmas de
rededor empezaron a aplaudirle y a aullar. De repen- las manos y un enano con cara de chancho y con una
te, la mujer paró en seco y se acercó a mí, rosándome inmensa joroba, vestido como un arlequín medieval:
con su aliento de cebolla podrida—. ¡Bienvenido, con camisa amarilla con campanitas cocidas abajo y
Antonio! Ahora formas parte de esta pesadilla, eres un gorro largo y puntiagudo, sacó al centro a una
uno de los malditos. niña que estaba vestida de blanco y llevaba un velo.
—¿Cómo que maldito? —Porque está perdidamente enamorado de ella
—Dale las gracias a tu mejor amigo, Panchito, —dijo el enano y levantó el velo.
quien te maldijo con tanta facilidad —se burló la No lo podía creer: era Camila. Me levanté y
mujer y todos los monstruos a su lado esbozaron una corrí hacia ella.
forzada sonrisa. —¿Cami, qué haces aquí? —Toqué su brazo y
—¡Eso no es cierto! Es una mentira —grité. en ese instante ella se convirtió en ceniza y se desva-
—¿Una mentira? —preguntó abriendo mucho neció bajo mis pies, mientras todas las bestias se re-
sus ojos la mujer cabra—. ¿Acaso a alguien le llega volcaban de la risa al ver mis ojos llenos de espanto.
una maldición por su propia voluntad? —preguntó —¡Ay, qué tierno, qué romántico! —seguía bur-
ella a sus bestiamigos. lándose la mujer barbuda.
—¡No! —gritaron todos juntos. —Déjenme en paz —grité yo, derrotado por el
—¡Así es! Sólo la gente que ha sido maldecida dolor de saber que mi mejor amigo había sido capaz
por un ser querido puede pasar la frontera hacia este de maldecirme por una chica. Además, Camila era
lado de oscuridad. Y creo que Panchito es tu mejor sólo una amiga.
amigo, ¿no? Me tapé la cara para esconder mis emociones.
—¡Por eso mismo, Pancho es incapaz de desear- Cuando retiré mi brazo, de nuevo vi que todos esos
me un mal! —traté de defender a mi amigo. seres espantosos estaban sentados a mi alrededor en

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silencio absoluto, como si estuvieran en un ritual y —¿Quiénes son ustedes?, ¿qué hacen?, ¿cómo
yo fuera el centro de ese círculo. viven?, ¿en qué creen? —disparé mis preguntas sin-
—Una gota más de dolor y desesperación llena- tiendo el corazón lleno de curiosidad.
rá nuestra copa de oscuridad —anunció un viejo —¡No, primero juguemos! —gritaron todos.
ciego con pupilas blancas y vidriosas y estiró la palma —Si ganas, responderemos tus preguntas —con-
de su mano hacia mí. firmó un hombre tan flaco que parecía un palo de
Del centro de mi pecho salió una luz verde os- escoba—. ¿Estás listo? ¿Te gusta jugar fútbol?
cura y se dirigió hacia una copa de vidrio transpa- Yo era el mejor defensa del equipo del colegio
rente que estaba llena hasta la mitad. Mi luz la llenó y del barrio así que no dudaba de poder ganar el
por completo. parido. Al centro se desplazó una mujer que tenía
—Brindemos por el odio majestuoso y el dolor ocho pies de araña. En su peludo pecho estaba col-
que son nuestro pan de cada día, que nos alimentan gado un pito de árbitro. A un lado del campo apare-
y prolongan nuestra espeluznante existencia —dijo ció un arco de madera. El arquero era realmente in-
el viejo ciego y todos gritaron de felicidad, pasándo- vencible, tenía en su arsenal ocho manos: era un
se la copa del uno al otro y tomando sorbos pequeños hombre pulpo. Su fútbol consistía en meterle un gol
para que alcance para todos ese elixir de la vida. Era al pulpo. La mujer araña miró a su alrededor y seña-
increíble ver que apenas sus bocas tomaban un sorbo ló al enano.
de mi dolor, sus cuerpos aumentaban de peso. —¡Córtenle la cabeza! —dijo, y dos hombres
—¡Mira, me creció un sexto dedo! —gritó el con rostros de chacal lo decapitaron de un golpe.
enano con cara de chancho mostrando un dedo sobre El enano no tuvo tiempo de gritar. Su cuerpo
su peluda mano. quedó arrimado sobre el árbol, como un saco de
—Querido, estás a punto de ganar el primer papas, mientras su cabeza se puso a rodar sobre la
lugar de disfraces de Halloween —se rió la mujer hierba como una pelota. Ésta les daba consejos a
barbuda. los jugadores que la pateaban sin ninguna piedad:
Después de tomar ese elixir verde y espeso de «¡Cuidado molusco, casi me pegas en el ojo! ¡A
un sabor agridulce, sentí que mi cuerpo se llenaba de dónde me mandas, tuerto, si el arco está al otro
una energía increíble, era capaz de arrancar un árbol lado! ¡Lávate los pies, puerco, apestas! ¡Dale un
de la tierra. chance al invitado!».

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Cuando por fin la cabeza rodó hacia mis pies, El espacio oscuro dentro del templo estaba
me quedé un rato inmóvil. Es que la verdad me iluminado por antorchas sostenidas por gárgolas,
daba cosas patearla, pero mi posición era perfecta, las bestias que colocan en las fachadas de las iglesias
en línea recta hacia el arco. Así que pateé la cabeza para que espanten a los malos espíritus, sólo que
con todas mis fuerzas. Ésta dio vueltas en el aire, en este caso estaban dentro del templo, alumbran-
pasó entre las múltiples manos del pulpo y se metió do el camino de los túneles. Caminamos en abso-
en el interior del arco. Un grito de gloria bestial luto silencio hasta llegar a una sala inmensa con
estremeció el bosque. Sólo que, en vez de abrazos, piso de mármol de cuadrados negros y blancos. En
todo el mundo me daba golpes y palizas para expre- el centro de la sala, sobre un pódium y dentro de
sar su agradecimiento. una cúpula de cristal, crecía una extraña planta: la
—Nadie gana tan fácilmente a los seres del otro mitad era de color blanco y la otra totalmente ne-
lado. ¡Eres digno de obtener la sabiduría de nuestro gra. Mientras que el lado negro era muy frondoso,
mundo maldito! —Apareció frente a mí un hombre lleno de flores oscuras, el lado blanco estaba cu-
muy alto con un abrigo blanco que cubría su cuerpo bierto de hojas secas. Cuando me acerqué más me
robusto. En su frente crecía un cuerno largo, como el di cuenta de que al lado de la planta había un
de un unicornio—. Ven conmigo —dijo él, dio la huevo, sobre su cascarón blanco estaba dibujada
vuelta y se encaminó hacia una montaña.Yo caminé una pluma.
tras su imponente figura. —Es la planta del universo —me dijo el hombre
Mientras nos acercábamos a la montaña, ésta se de blanco—. Tiene dos lados: el de la muerte y el de
iba convirtiendo en una pirámide perfecta. Sin du- la vida, el mundo de la luz y el de las tinieblas, el del
da era un templo. Las paredes de la pirámide estaban bien y el del mal; un lado de la planta se alimenta del
cubiertas de múltiples dibujos de hombres con ca- otro. Así también, nuestro mundo de las tinieblas se
bezas de animales. La pesada puerta estaba coronada alimenta del odio del mundo de la luz. Si te das cuen-
por dos serpientes entrelazadas y no se podía distin- ta, el lado negro de la planta es mucho más grande y
guir dónde empezaba la una y terminaba la otra. frondoso que el lado claro. Eso quiere decir que el
Una sostenía en su boca el sol y la otra, la luna. Las lado de luz cada vez tiene más porquerías y odio que
puertas se abrieron de par en par apenas se acercó bota a nuestro lado de oscuridad. Somos el basurero
el hombre. de sus maldades reprimidas.

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—Pero creo que el mundo de las tinieblas es más
honesto, por lo menos aquí las cosas son más claras
que al otro lado —reflexioné.
—¡Qué rápido obtienes nuestra sabiduría!
El hombre unicornio atrapó en ese instante una
mosca, abrió la cúpula del cristal y apretó la hoja
blanca entre sus dedos. Un líquido espeso cayó sobre
el insecto, que al instante se quedó tieso. Pero el hom-
bre arrancó la flor negra y espolvoreó a la mosca con
su polen. Sus pequeñas alas se movieron y la mosca,
asustada, emprendió su vuelo.
—El lado venenoso y el lado curativo realmen-
te no se pueden separar, viven y se alimentan juntos.
El hombre sacó un cuchillo y separó la planta
por la mitad, después arrancó una hoja blanca y me
la dio a mí.
—¡Come! —me ordenó. Realmente yo no tenía
ni la más mínima intención de obedecerlo, recordan-
do la reciente muerte de la pobre mosca—. ¡Come!
—insistió el hombre y apuntó con la punta del cu-
chillo mi palpitante corazón. No tenía otra opción:
o me tragaba esa planta venenosa o me penetraba un
cuchillo. Pero no pasó nada, sólo sentí el sabor de
menta en mi boca—. Te das cuenta de que si separas
el lado venenoso del lado sano la planta pierde sus
poderes y se convierte en una yerba común.
—Sí, es increíble —tartamudeé yo, recuperán-
dome de la reciente experiencia y viendo cómo la

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planta juntaba de nuevo sus dos lados—. Dime, ¿qué El camino de Camila
significa este huevo?
—¡Qué curioso que eres! Pero no te puedo con-
tar de una sola vez todos nuestros secretos bestiales.
Todavía tienes que ganarte mi confianza. Sólo te pue-
do adelantar que tus amigos estarían encantados de
poder tenerlo en sus manos. Últimamente las cosas
del lado de la luz están pasando peores tiempos y
puede ser que en un rato llegue su fin. Sólo hay que
dar tiempo al tiempo y nada más. ¡Los de la luz son
mejores destructores de sí mismos! —El hombre de
M e había caído dentro de un túnel ancho
por donde pasaba el río de sangre que
me llevaba por otros múltiples túneles interconec-
blanco sonrió mostrando sus dientes negros, comidos tados entre sí. Las paredes eran de color morado, con
por las caries—.Vamos, te quiero mostrar otras cosas. textura de madera. Por un largo tiempo la corrien-
Mientras seguíamos caminando, yo no podía te del río me llevó por túneles rectos, pero de re-
sacar de mi cabeza los presagios del hombre sobre la pente me caí en unos múltiples toboganes que ba-
pronta destrucción del lado de luz. No podía que- jaban sin parar. Al final me quedé atascada en un
darme con las manos cruzadas, tenía que averiguar el túnel muy estrecho. Mi barriga y mis pompis que-
secreto oculto de ese huevo. daron aplastados entre paredes viscosas. Me daba
pavor quedarme atrapada en ese sitio. De seguro que
nadie me encontraría allí jamás. Tuve que aguantar-
me las ganas de llorar. Debía concentrarme en mi
salvación. Con todas mis fuerzas, apoyé mi mano
sobre la pared del túnel tratando de empujar mi
cuerpo hacia abajo. Finalmente, mi cuerpo resbaló,
pero mi mano tenía un corte muy profundo. La
pared del túnel no era lisa, al contrario, tenía una
corteza puntiaguda e irregular que partió la delica-
da piel de mi mano. Se veía la carne de mi palma y

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los hilos de tendones blancos. Mi mano sangraba sin atrás o lo que va a pasar en el futuro? Como, por
parar, manchando mi blusa blanca. ejemplo, cómo se llamará tu hija o cuándo va a
—¿Y ahora qué hago? Una cortada tan grande erupcionar un volcán.
y sin ningún desinfectante al lado. — ¿Pero si usted es tan sabio, por qué necesita
Recordé que mi madre siempre me obligaba pri- mi ayuda? —le pregunté.
mero a lavar la herida. «¿Pero dónde la lavo?, ¿en este —Lo que pasa es que puedo ver las cosas de los
río de sangre? No tengo nada más», pensé, y no sé por otros, pero no puedo ver mi propio destino. El mis-
qué metí mi mano en ese líquido espeso, rojo y tibio. terio más grande es uno mismo —dijo, suspirando
Cuando la saqué me quedé sorprendida. Mi palma con tristeza, el viejito.
tenía la llaga totalmente cerrada, con una costra im- —¿Y cómo lo podría ayudar? —traté de
perfecta. «¡Qué raro!, ¿un río de sangre milagrosa?». Mi tranquilizarlo.
cuerpo se quedó reposando sobre una superficie que —Solamente tienes que entrar en ese túnel que
estaba en la mitad de todos los túneles, era como un está a tu izquierda. —De una se animó el viejo—.
nudo, como una bola de plástico, porque no era dura. Adentro hay un cuarto. Si alguien de corazón noble
¿Qué podría ser eso? No tuve tiempo de investigarlo entra en ese cuarto puede encontrar la respuesta a
porque me cegó una pequeña luz que salió desde el cualquier pregunta. Quiero pedirte que hagas la pre-
túnel de en frente, volando hacia mí. Parecía ser una gunta en voz alta: «¿Qué debe hacer un viejo sarno-
luciérnaga, o un insecto… Finalmente, frente a mí so para ser feliz?», eso es todo.
aterrizó un anciano. Sí, un viejo muy bajito, con pelo —¿Y por qué usted mismo no puede ir y hacer
blanco y largo, su piel era tan blanca como la sal, su esa pregunta? —dudé un poco.
rostro estaba lleno de sarna, sobre su cuerpo flaco y —Mírame, soy demasiado viejo y me duelen mis
huesudo estaba colgado sólo un trapo roto, como pon- piernas cuando me muevo mucho. —El viejo alzó su
cho. Realmente parecía un mendigo enfermo. poncho y vi dos piernas muy hinchadas, llenas de
— ¡Hola, Camila! —me saludó el viejito sonrién- venas azules sobresalidas, como las de mi abuela, que
dome con su boca desdentada—. ¡Necesito tu ayuda! tenían várices—. Además, a veces los túneles de la
—¿Cómo sabe mi nombre? vida se ponen tan estrechos que sólo las criaturas
—Saber el nombre de uno es de lo más senci- flaquitas como tú pueden pasar.
llo. ¿Qué me dices si te cuento lo que pasó cien años —¿Dijo «túneles de la vida»?

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—¿Acaso no sabes dónde estás? —se asombró
el viejito.
—¡No! Me tragó un árbol morado y me caí en
el río de sangre que me trajo por los túneles hasta acá
—le hice el resumen de mi viaje.
—¡Qué suerte que tienes! Muy poca gente pue-
de llegar a la mitad de la Tierra y estar parada sobre
su corazón.
—¿Cómo? —Miré con pavor bajo mis pies y me
di cuenta de la forma que tenía la bola.
—Estos túneles son las arterias que nutren al
corazón con la sangre oxigenada de los árboles. Fun-
ciona exactamente como el corazón humano.
Sentí en ese momento cómo se tambalearon
mis pies y escuché el sonido de un tambor inmen-
so. En ese momento salieron los riachuelos de san-
gre desde el corazón y corrieron de regreso por
los múltiples túneles. Me daba pavor y al mismo
tiempo fascinación el estar parada sobre el corazón
del planeta. Siempre había querido saber si en el
centro de la Tierra había algo, si era líquido o du-
ro, por ejemplo, pero el profesor de Ciencias Na-
turales me daba una contestación ambigua: «Nadie
sabe exactamente cómo es la Tierra por dentro,
sólo existen hipótesis».
—Pero el corazón late cada vez más lento y un
día va a detenerse —comentó el viejo.
—¿Y por qué?

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—Cada vez bombea menos sangre oxigenada me puse a mover las manos, como si fueran alas, para
por un simple hecho: se están acabando los árboles, poder desplazarme en el interior del túnel. Era tan
los únicos pulmones de la Tierra. chévere nadar en esa luz tan cálida. Miré hacia abajo
De una recordé los periódicos que hablaban y vi a unos diez metros unos esqueletos de animales,
sobre el calentamiento global y a nuestra profe, que hasta alcancé a divisar una calavera humana. Moví mis
nos pedía traer brotes de árboles para sembrar en manos más rápido para alejarme de ese cementerio.
el colegio. ¿Así que yo no era la única que había cruzado el
—¿Usted se refiere al calentamiento global, al túnel? Deseé no tener el mismo destino que los otros.
hueco del ozono? —pregunté. Me elevé cada vez más, hasta llegar a un sol. Era un
—Me estoy refiriendo al bloqueo mental —me sol inmenso, sólo que no me quemaba. Tenía un ojo
cortó el viejo—. La gente hace tiempo perdió su en su frente que me miraba fijamente, sin pestañear,
voluntad y están trabajando para el espíritu Iwit. y una boca café. De repente, sus labios se estiraron
—¿Cómo que perdimos la voluntad, acaso so- hacia mí, como si quisieran darme un beso, pero en
mos zombis? vez de eso me succionaron. Quedé atrapada en un
—¡Casi! Pero es una historia aparte que te pro- cuarto blanco.
meto contar si primero me haces el favor que te —¿Dónde estoy?
había pedido. —Estás dentro de la mente universal —escuché
—Está bien —dije yo y me dirigí al túnel de una voz.
la izquierda. —¿Mente universal?
Apenas di unos pasos, las paredes del túnel se —Así es, sólo las criaturas de nobles corazones
iluminaron con miles de luces diminutas, como si pueden entrar en este espacio y obtener la respuesta
estuvieran cubiertas de luciérnagas, mientras que de- a cualquier pregunta.
trás de mí todo se quedó en penumbra, ni siquiera —¿A cualquiera?
podía divisar la figura demacrada del viejo sarnoso. —A cualquiera.Tienes poco tiempo. Haz tu pre-
Al cruzar la entrada del túnel sentí que algo raro gunta —me ordenó la voz.
pasaba con mi cuerpo, como que perdía peso poco a ¡Dios mío! Es que no podía creer que estaba
poco; mi cuerpo se elevó y de repente me quedé dentro de la mente universal, o sea, podía preguntar
flotando en el aire, como un globo. Instintivamente lo que quisiera. No sé qué me pasaba, en vez de hacer

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la pregunta del viejito, mi cabeza daba vueltas: «¿Qué «¡Dios mío! ¿Qué le digo?», no se me ocurría
tal si pregunto sobre el cosmos, de qué está hecho, nada. Ni una mentirita blanca.
cómo se formó el universo, qué es primero: el huevo —¿Qué te dijo? —apuraba mi respuesta el vie-
o la gallina, a dónde nos vamos cuando morimos, jito muy estremecido.
quiénes somos, qué pasaré después de mil años?». Pe- Antes de contestarle me empezó a picar la nariz
ro no, tenía que cumplir mi promesa. Mi palabra es y, de golpe, estornudé.
mi palabra. Pero les juro que en el momento en que —¡Disculpa! —le pedí perdón por el estornudo
abrí mi boca y quise preguntar sobre la felicidad del tan escandaloso.
viejito, por mi mente pasó la cara muy preocupada —¿Disculpa? —exclamó de repente el viejo—.
de Sofía y mis labios pronunciaron: ¿Te contestaron que tengo que disculpar? ¿Pero cómo
—Quiero saber cómo podemos salvar a Sofía. puede ser tan cruel la respuesta? ¿Después de que me
—No te preocupes, Camila, Sofía está a salvo trataron tan mal, de que me hicieron tanto daño, ten-
—pronunció la voz—. Los que corren verdadero pe- go que disculparlos? Eso es imposible —gritó él fu-
ligro son tus amigos Antonio y Pancho. Sólo tú po- rioso.
drás ayudarlos. Su cara era irreconocible, de sus ojos saltaban
—¿Pero, cómo? chispas de indignación.
—Sólo puedo contestarte una pregunta. Apú- —¡Nunca podré perdonarlos! —dijo él con voz
rate y escucha a tu corazón para tomar cualquier muy irritada, se levantó y se puso a caminar hacia el
decisión. túnel que estaba a su derecha, sin despedirse de mí;
—Es que… —sólo alcancé a pronunciar eso y siguió quejándose hasta que desapareció.
ya estaba de nuevo parada en la entrada del túnel Yo me quedé pasmada todo ese tiempo sin decir
luminoso. Ahí estaba el viejito mirándome desespe- nada. Es que me pareció tan inesperado que el viejo
radamente. «¿Y ahora qué le digo?», pensé, si lo había aceptara mi disculpa como la contestación a su pre-
engañado y no hice su pregunta. Sentí cómo ardían gunta. ¡Mejor salida no podía ser! Aunque me daba
mis mejillas al acercarme a él. un poco de lástima que un simple «perdón» le pro-
—¿Qué te ha contestado? —me preguntó. vocara tanta irritación. Pero realmente no podía re-
—Me dijo —desvié mi mirada, realmente no flexionar mucho sobre él, me preocupaba más la si-
puedo mentir mirando a alguien a los ojos. tuación de mis amigos. ¡En qué peligros estarían

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metidos! Tenía que buscarlos. «¿Cómo salgo de aquí?», El camino de Pamela
sentí de nuevo los golpes de tambor del corazón que
tenía bajo mis pies y en ese momento salieron los
riachuelos de sangre desde su interior. Sin pensar
mucho, salté al río rojo que me llevaría de regreso a
la superficie.

N unkui estaba sentado sobre mi hombro,


indicándome el camino entre los árboles
inmensos, llenos de orquídeas que abrazaban con sus
raíces las ramas. De repente salimos a un campo lleno
de flores y yerba alta, que me llegaba hasta la cintura;
frente a nosotros apareció un pueblo con casas de
caña construidas en círculo, alrededor de las casas
estaban echados sobre la yerba hombres y mujeres
con piel de color canela, con pelo largo y negro, sin
ropa, sólo tapados con las hojas de los árboles ama-
rradas en su cintura. Los niños, como cachorros, se
resbalaban sobre sus robustos cuerpos, mientras los
adultos se reían de sus torpes caídas. Unos jóvenes
apuntaban al tronco de un árbol con un tubo de
caña del cual, apenas ellos soplaban por un extremo,
volaba una pluma con terminación afilada.
—Es una cerbatana, un arma de la selva, es muy
poderosa. A veces ponen veneno sobre la punta de la
flecha emplumada —me explicó Nunkui—, pero en
estos tiempos sólo la usan para juegos deportivos.

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—¿Y con qué cazaban a los animales? aromáticos alimentos, colocándolos en el centro. En
—No cazaban. Nos tenían a nosotros a su lado: pocos minutos apareció una montaña de todo tipo
Nunkui, Trinsas y Mumiks. —Me indicó con su de nueces, frutas secas y frescas, y refrescos hechos de
dedo peludito el árbol de floripondio, lleno de miel y de yerbas aromáticas. La gente, antes de comer,
flores blancas; en las campanitas descansaban mon- colocó sus manos sobre los hombros de otra persona
tones de bichitos. Pero si te acercabas al árbol los y moviéndose de un lado al otro empezaron a cantar
bichitos se convertían en hombrecitos que jugaban una canción muy alegre.
al escondite, otros dormían tapando su cuerpo con —Es una canción de agradecimiento a la Ma-
un pétalo, y otros saltaban de hoja en hoja usándo- dre Tierra por brindar tantos alimentos para todos,
las como trampolín. para que sean felices y contentos con las panzas
También descubrí a otros de color azul, con alas repletas de tanta variedad de sabores. También nos
transparentes, que volaban sobre las cúpulas de las agradecen a sus protectores, los espíritus silvestres
flores y tomaban su néctar. Uno de ellos aterrizó de la selva, por cuidarlos y llenar sus corazones con
justo sobre la palma de mi mano. Su cara era redon- el néctar de sabiduría.
da, con una pequeña nariz y unos ojos cafés como Apenas acabaron su canto, atacaron la montaña
dos botones, sobre su labio tenía un bigote amarillo comestible. En pocos minutos no quedó ni una mi-
por el néctar que acababa de tomar. Él me sonrió, gaja sobre la yerba. Muchos de ellos se retiraron
limpió su bigote y saltó al aire. bajo las sombras de los árboles a tomar una rica
—¡Cuidado! —me advirtió a tiempo Nunkui, siesta, los demás se quedaron a conversar, tomando
porque casi piso a un hombrecillo de color café, todo sorbos de refrescos helados. Su idioma era muy ex-
arrugado y con piernas muy anchas, quien, para mo- traño, pero al mismo tiempo muy comprensible. Por
verse, se agachaba y juntaba su cabeza con sus piernas, ejemplo, el sonido «trrrup» significaba trueno; el
convirtiéndose en una bolita, y rodaba por la tierra. sonido «pupik», niño; «shushu», insecto; «splach» se
De repente vi a un hombre que cogió un caracol y usaba cuando alguien caía al agua. Así que uno, aun-
sopló en su interior. Un sonido poderoso estremeció que no conocía su idioma, podía entenderlo en
la selva. En ese instante toda la gente se sentó sobre pocos minutos sin problema. Me llamó la atención
la yerba formando un círculo y toda clase de hom- una mujer que cogía unos pedazos de arcilla blanca
brecillos aparecieron llevando sobre sus hombros y la amasaba, después moldeaba con sus manos unas

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vasijas muy lindas: redondas abajo y alargadas arriba, sus sueños; al día siguiente era voluminoso y más
con unos dibujos simétricos y agarraderas en forma blanco que nunca. Las mujeres no le creyeron al
de animales. Una tetera, por ejemplo, tenía la forma principio, pero apenas amasaron un poco de arcilla,
de un pájaro y cuando caía el agua de su pico, la de sus manos empezó a salir todo tipo de vasijas,
tetera cantaba como canario. unas más bonitas, porque así las imaginaban. Desde
—¿Cómo pueden hacer cosas tan lindas sólo con entonces las mujeres alaban a Sesénk como el pro-
las manos? —Me quedé encantada. tector de su arte, venerado desde el antiguo Egipto
—No sólo con las manos, también con su fan- —terminó Nunkui.
tasía y la ayuda de Sesénk, el escarabajo místico. Realmente me dio muchas ganas de poder ama-
—¿Cómo con la ayuda del escarabajo? sar ese barro con mi fantasía.
—Lo que pasa es que a una mujer no le salían —Toma. —Nunkui me estiró una nuez.
los platos de arcilla, se partían en la mitad y estaban —Gracias —le dije, y nos sentamos bajo la som-
muy chuecos, se regaba la sopa cada vez que llena- bra de un árbol para disfrutar la comida.
ban el plato. «¿Por qué no me salen los platos boni- Esas nueces no sabían a nuestras nueces, sino
tos como los imagino? —decía la mujer triste—. que obtenían el sabor de lo que nos provocaba comer.
¡Ojalá me pudiera ayudar alguien para que mis ma- Yo, por ejemplo, devoré una nuez con sabor a choclo
nos y mi fantasía se reconcilien!». Los lamentos de con queso, llapingachos y helado de paila, la comida
la mujer fueron escuchados por Sesénk, quien le que prepara mi abuela que vive en Riobamba y que
dejó un pedazo de barro especial. Apenas la mujer es mi favorita. Realmente era lindo ver a esa gente
cogió el barro blanco, de sus manos empezaron a divirtiéndose todo el tiempo. Parecían unas eternas
salir las formas más encantadoras. Con su fantasía vacaciones. Al ver a esas familias felices, botadas sobre
ella no sólo creó platos, sino también jarrones, vasi- la yerba, divirtiéndose con sus hijos, recordé los mo-
jas, teteras, muñecas para sus hijas y hasta collares. mentos más chéveres de mi vida, cuando pasaba en
Las otras mujeres se quedaron sorprendidas por su la playa con mis padres. En esa época ellos eran otros,
arte. Ésta les contó sobre el escarabajo que le había relajados y contentos, sin esa palabra horrible que nos
traído ese pedazo de barro que, además, nunca se roba la felicidad:
acababa: apenas el barro disminuía, la mujer le ponía —Mija, no moleste a su madre, no ve que
de noche bajo su almohada y éste se alimentaba de está estresada.

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—No puedo jugar, chiquita, tengo tanto traba-
jo… Me mata este estrés.
Por fin el horrible estrés quedaba enterrado bajo
la arena, mientras mis padres, quitándose la ropa pe-
sada, caminaban conmigo por la playa. Mi padre sal-
taba conmigo las olas más grandes y mi madre me
ayudaba a construir un castillo de arena. Pero esto
sólo duraba dos semanas y el resto del año el estrés los
dominaba de nuevo.
—¿Oye, Nunkui, y qué le pasó a esta gente?
—Recordé que estaba en el pasado de la selva.
—Lo que pasó fue que el Iwit, el espíritu de
la oscuridad y de la destrucción, se puso celoso por
el amor y respeto que la gente tenía hacia nosotros
y quiso vengarse. Iwit es muy astuto y su arma es
el engaño.
—¿Y qué hizo? —le pregunté. culebra se encontró con una muchacha hermosa, de
—Es una historia muy triste, cada vez que me pelo naranja y ojos azules, pero estaba adolorida por
toca contarlo se me cae un gran mechón de pelo el golpe del hombre. Arrepentido, él quiso explicar
—dijo Nunkui apagado. su error, pero se dio cuenta de que la chica no lo
En su cabecita, justo sobre la nuca, se movía por reprochaba, tampoco decía nada, sólo hablaba con
el viento el último puñado de pelo blanco. señas porque era muda. El hombre la llevó a su casa
—El hombre más sabio del pueblo se fue un día para curarla. La mujer era tan hermosa que si la mi-
a recoger yerbas curativas en la selva y en el camino rabas por mucho tiempo a los ojos quedabas alucina-
encontró una vasija grande. Cuando miró en su in- do, y además era tan cariñosa y dulce, como agua del
terior vio moverse algo parecido a una culebra. Sin río, que toda la gente del pueblo la recibió como
pensar mucho, el hombre sabio cogió un palo y rom- parte de su gran familia. Como obviamente ocurriría,
pió la vasija. ¡Qué sorpresa lo esperaba! En vez de una el hombre sabio se ahogó un día en la belleza de los

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ojos de la chica y la tomó por esposa. Pero desde su panza se infló como un globo y estaba a punto de
casamiento empezaron a pasar cosas extrañas en el reventar. Sólo entonces la comadreja miró a un lado
pueblo. Cada vez, nosotros, los espíritus silvestres, en- y al otro y se puso en marcha, con su cola peluda
contrábamos menos comida en los árboles frutales y barriendo sus huellas en la tierra. Yo me levanté y
la gente se quedaba con más y más hambre. «¿Por qué corrí tras ella. ¡Pero qué sorpresa me esperaba! Vi
nos esconden la comida?, ¿por qué no nos traen todos que el animal entró a la casa del hombre sabio. Me
los frutos de la tierra?», reclamaban ellos enfurecidos. asomé por la ventana y vi cómo ella se acercó a unas
«¿Cómo pueden acusarnos si somos sus protectores?» cestas y vació toda su bolsa, hasta que las canastas
tratábamos de defendernos nosotros. «Pero si la tierra quedaron repletas de comida. Después, saltó con
siempre ha sido justa y nos ha brindado alimento toda su fuerza y se estampó contra el piso convir-
suficiente para todos sus habitantes, ¿por qué ahora tiéndose en la muchacha hermosa de pelo naranja.
nos deja con hambre?», nos preguntaban irritados, Se deslizó entre las cobijas del hombre sabio y se
pero nosotros no teníamos la respuesta. Entonces, quedó dormida a su lado.
decidimos poner un guardia de noche, en el jardín —¿Y qué hiciste? —pregunté impaciente.
de árboles frutales.Yo me quedé en la parte norte del —Me puse tan furioso que en la mañana me
jardín. Pasaban horas y horas y… planté en el círculo de las casas y les grité a sus habi-
—¿Qué pasó? —le interrumpí. tantes: «Ustedes nos habían culpado a nosotros, sus
—Nada, no pasaba absolutamente nada. Ya me protectores, y no se dan cuenta de que tienen un
había acomodado en la campana de una flor y esta- ladrón en su propia casa». «¿Cómo así?», preguntaban
ba a punto de caer en el sueño cuando, de repente, mientras salían de sus casas recién despertados y con
escuché unos pasos. Me agaché, quedándome quie- cara de asombro. Entonces yo les conté mi aventura
to en mi escondite, desde el cual vi llegar con trote de la noche. Sin dejarme terminar la historia, la gen-
suave a una comadreja, pero tenía una cola ancha te corrió a la choza del hombre sabio e interrumpie-
anaranjada. Ella se paró en dos patas y se puso a ron su privacidad revisando las cestas, pero no encon-
sacudir los troncos de los árboles. Los frutos y nue- traron ni una fruta, ni una cáscara de nuez. «¡Este
ces caían a la tierra y la comadreja los guardaba Nunkui es un mentiroso! ¿Cómo pueden creerle a
dentro de la bolsa que tenía en la barriga, como las esta plaga silvestre? ¡Esto es el colmo!», se defendió el
que tienen los canguros y otros marsupiales. Su hombre sabio.Yo quedé como mentiroso frente a la

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gente de todo el pueblo, se enfurecieron tanto que gente, enloquecida, talló un tótem en honor a ese dios
nos empezaron a apedrear. Ésa fue la primera vez en y lo veneraban siempre. Pero nosotros sabíamos la
siglos que la gente nos maltrataba. Nos dolía más el verdad y una noche decidimos poner una trampa.
golpe de su ira en nuestros corazones que las piedras Cavamos un hueco hondo, lo tapamos con ramas, y
en nuestras cabezas. al lado pusimos una montañita de nueces. La coma-
—¿Y los tuyos te seguían creyendo? —le pregunté. dreja apareció sigilosamente a la medianoche y su
—Sí, porque nosotros nunca podemos mentir y olfato la llevó hacia nuestra montaña. Apenas la men-
si alguien trata, empieza a tartamudear tanto que to- tirosa cayó al hueco salimos de nuestro escondite y
dos se matan de la risa. Mientras tanto, el hombre empezamos a apedrearla. Ella, aullando, saltaba de un
sabio, parado sobre el tronco de un árbol, le dijo a su lado al otro, tratando de esquivar los golpes, pero al
pueblo: «¡Llegó el tiempo de dejar de creerles a estos final se agarró de la rama de un árbol y pudo liberar-
espíritus inútiles y ser los dueños de la tierra! ¡De se de la trampa, huyó cojeando del jardín.  Al otro día
ahora en adelante nosotros mismos nos encargaremos encontramos a la mujer del sabio caminando con
de recoger todo el alimento!».Todo el mundo lo apo- muletas y con la cara tapada. «¿Por qué no le pregun-
yaba con gritos de victoria, como si hubieran venci- tan a la mujer la razón por la cual está patoja y con
do a un feroz enemigo.
Nunkui se quedó en silencio por un rato, como
si se hubiera quedado atrapado en su recuerdo.Vi en
ese momento cómo se desprendieron unos pelitos de
su cabeza y se fueron volando con el viento.
—¿Y qué pasó? —lo devolví a la realidad con
mi pregunta.
—¿Qué más podía pasar? La gente en las maña-
nas recogía las frutas y nueces, pero no eran suficien-
tes y empezaron a pelear entre ellos. Entonces el
hombre sabio y su esposa traían más alimento, dicién-
doles que habían orado toda la noche al dios bonda-
doso Iwit y que éste les había entregado más. La

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la cara golpeada?», le sugerimos a la gente y les con- a morir de trissssteza», susurró el gusano y se deslizó
tamos lo que había pasado la noche anterior, pero entre los arbustos de la selva, dejándonos un sabor
nadie nos prestó atención, todos seguían orando a amargo e irreversible, como una maldición. Cuando
Iwit y dándonos la espalda. Nosotros decidimos de- regresamos al pueblo, la gente estaba de luto, vene-
mostrarle a la gente que eran unos ciegos completos. rando a la esposa muerta del hombre sabio, a quien
Sabiendo que a las comadrejas les encanta la leche de habían encontrado en la entrada de la choza, y las
cabra, pusimos en el jardín un plato lleno de leche. ultimas señas de sus dedos nos culpaban a nosotros
La comadreja no apareció durante dos noches, pero de su muerte. «Todos los tipos de seres mágicos son
la tercera llegó saltando de árbol en árbol. Con des- entes de brujería, de superstición, son una plaga de
confianza acercó su cara al plato, pero no se tomó la inútiles envidiosos, debemos atraparlos y eliminarlos»,
leche y se fue a sacudir los árboles. Estaba a punto de gritaba el hombre sabio. Desde entonces nos escon-
irse, y al final no se resistió y tomó un sorbo de dul- dimos por siempre, sin traerles regalos ni proteger sus
ce leche. Empezó a convulsionar y se quedó tiesa, hogares, ni contar las leyendas y los mitos, las historias
porque en la leche habíamos puesto una yuca verde más antiguas de esta Tierra —dijo Nunkui suspiran-
rallada, que es un fuerte veneno. Salimos de nuestro do resentido—. La gente había roto los lazos con el
escondite y empezamos a saltar de alegría, sabiendo mundo mágico de la naturaleza. Antes ellos podían
que la gente, por más que orara a su dios Iwit, no escuchar las conversaciones de los animales, sentir los
tendría más comida y se arrepentiría de maltratar a poderes ocultos de las plantas, vernos a nosotros, sus
sus fieles amigos y protectores. Pero en ese momento diminutos protectores. Pero ellos mismos se quedaron
de las entrañas de la comadreja salió un enorme gu- solos en esta tierra, pensando que son sus absolutos
sano, con los ojos rojos y tan furiosos que los Nunkuis dueños. Desde entonces, la gente venera ciegamente
que estaban más cerca de él quedaron cocinados por a Iwit, dios de la destrucción. Robando, exterminan-
el miedo. «¡Antesssss del tiempo esssstán ustedessss do los bosques, matando a los animales, saqueando el
cantando su gloria! —susurró el gusano arrastrando oro y el petróleo e ignorando nuestra presencia, que
las eses—. Nunca podrán vencer a Iwit, porque cada vez es más escasa, porque cada hora un Nunkui
sssssoy inmortal. Iwit tiene pacto con los diossses, muere de tristeza —acabó su historia el hombrecito.
nunca podrá ser vencido por ningún esssspíritu, ni En ese instante, de su cabeza se desprendieron
animal. Pero ustedessss van a morir poco a poco, van los últimos pelitos, dejándolo totalmente calvo.

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El camino de Pancho

E l primer cristal se derritió apenas pronuncié


mi deseo. Pero la palma de mi mano estaba
sosteniendo los otros cristales. Mi corazón palpitaba
de ganas por pedir el segundo deseo, que podría cum-
plirse en un instante. ¿Y cómo sé que el viejo no me
ha engañado? ¿Cómo sé que Antonio desapareció
para siempre de mi camino? Bueno, no perdería na-
da por pedir mi segundo deseo, que estaba por salir
de mi boca.
—¡Quiero que Camila esté a mi lado y… —ba-
jé un poco la voz— y que esté enamorada de mí!
—apenas terminé la frase, vi a Camila sentada sobre
la yerba, escribiendo algo en su cuaderno—. ¿Cami,
cómo estás? —Corrí a su encuentro.
—¡Panchito! Súper bien, gracias. Estoy entre-
tenida anotando todos tus descubrimientos de la
magia. —Y me estiró el cuaderno de pasta dura
lleno de mis frases.
—¿Y por qué sólo anotas los míos?
—¡Qué pregunta, Panchito! Si los de los otros

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no valen para nada, son unos inventos tontos y al- —Te invito a un lujoso restaurante —dije yo
gunos son hasta mentirosos. En cambio los tuyos son y apreté otro cristal mágico con mi mano izquier-
de primera, son increíbles, soy tu fan número uno da, porque la derecha seguía sosteniendo la mano
—exclamó Camila con tanto fanatismo que si no de Camila.
fuera por su sincera mirada de admiración, pensaría En ese momento, sin que se mueva ni un pelo
que estaba burlándose de mí—. ¿Por qué no me de mi cabeza, aparecí en una terraza con vista al mar,
cuentas más de tus descubrimientos de magia? —me con los meseros vestidos de blanco y una mesa re-
pidió, acercándose a mi lado, tomando mi mano con pleta de todo tipo de platos. Camila atacó unas pa-
la suya y mirándome a los ojos con extrema aten- pas fritas y alitas de pollo y yo me fui de combate
ción, sin pestañear. con toda una variedad de pizzas. Después de devo-
Realmente me sentía muy alagado de poder rar el mousse de chocolate, pie de manzana y helado
estar al lado de Camila y ella prestándome toda la de vainilla, nos quedamos arrimados sobre los espal-
atención del mundo, pero al mismo tiempo era muy dares aterciopelados con absoluto empacho. Por fin
extraño verla tan dócil, ella había sido siempre una Camila soltó mi mano para ir al baño. Suspiré ali-
persona que mandaba y tomaba la palabra. ¿Será que viado. ¡No! No es que no estuviera feliz de estar
el amor hacia mí la había cambiado tanto? Por más junto a ella, sólo que no sé… me faltaba algo. Pue-
que trataba de recordar algún nuevo descubrimien- de ser que esa intimidad inesperada me hubiera
to, no me salía nada, como si mi cabeza estuviera puesto incómodo, porque siempre estábamos en
vacía como una cacerola después del almuerzo. La compañía de los amigos. ¡Eso es! Ya sé qué me hace
pausa se alargaba demasiado, en los ojos de Camila falta, mis amigas del alma.
empezaron a brotar lágrimas por no poder pestañear Apenas apreté el cuarto grano de sal, dos amigas
tanto tiempo. De repente, se escuchó un sonido pro- aparecieron a mi lado, sentadas a la mesa. No les
veniente de las tripas de Camila que me sacó de la parecía nada extraño comer los ricos bocadillos, co-
embarazosa situación. mo si todos los días almorzaran en ese restaurante
—¿Quieres comer? —le pregunté. de lujo.
—¡Sí! —exclamó, pero de una se corrigió—. —¡Oye, Panchito, te quería decir que eres mi
Aunque si tú no quieres, no te preocupes, yo mejor amigo! —dijo Sofía metiéndose un pedazo de
me aguanto. torta de chocolate en su boca—. ¡Tú sabes que te

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quiero un mon…—no pudo pronunciar bien el res- —¡Pero no es cierto, ninguna tiene razón, por-
to de la frase por tener la boca llena del pastel. que la que más quiere a Pancho soy yo! —dijo Ca-
—Yo te quiero aún más, Panchito, siempre esta- mila y me miró con los ojos de un peluche.
ré a tu lado —dijo Pamela tragando una salchicha Las otras dos nos miraban con ternura, suspiran-
embarrada de mostaza. do. Sólo me faltaba arrodillarme al lado de ella y
—Bueno, Panchito, todos sabemos que Pamela estirar el anillo de compromiso. ¿Acaso no estaba
es una chupamedias, pero conmigo puedes contar en soñando todo eso? ¿Acaso no tenía los granos de sal
las buenas y en las malas —dijo Sofía, devorando el para hacer de ese sueño una realidad y conseguir el
flan de caramelo. anillo más precioso? ¡Por supuesto que sí! Pero mi
—¿Chupamedias? —dijo enfurecida Pamela—. cabeza daba vueltas sin concretar el deseo y al final
Si la cepilla completa eres tú, amiga —gritó y acto hizo algo espantoso, optó por el deseo más estúpido:
seguido le botó un pedazo de torta a Sofía, que ni «Quiero regresar al principio», pronunció mi boca y
siquiera pudo esquivarla y quedó con la cara emba- en un segundo estaba de nuevo en absoluta soledad,
rrada de crema pastelera. parado en la mitad del bosque podrido, donde había
Enseguida, Sofía exprimió la salsa de tomate que, empezado a oscurecer. En vez de enfurecerme, res-
como una serpentina, adornó toda la camisa blanca piré con alivio. Es que esa situación con Camila era
de Pamela. tan empalagosa. Claro que yo estaba enamorado de
—¡Chicas, esperen! —Traté de separarlas, pero Camila, pero no de ésa, de la otra, de la que no era
era demasiado tarde, un verdadero combate empezó tan fácil de conquistar, que uno debía hacer malaba-
entre las dos guerreras, sólo que las municiones eran res para poder llamar su atención, que siempre tenía
comida. No sé cómo hubiera acabado esa batalla si tanta fantasía y decisión propias… y no de esa que
no aparecía a tiempo Camila. me adoraba ciegamente y se convertía en mi sombra.
—¡Oye! ¿Qué pasa aquí? —gritó ella. Me gustaba competir por ella, enfrentarme con An-
—Lo que pasa, Cami, es que yo le dije a Pancho que tonio para ver quién era el mejor rival. ¡Antonio!
lo quiero mucho y Sofía se puso celosa —le dijo Pamela. ¿Dios mío, dónde estará? Estaba clarísimo que las
—¡Mentirosa! —interrumpió Sofía—. Todos bolitas de cristal cumplían los deseos de uno apenas
saben que yo soy su verdadera amiga y siempre estoy eran pronunciados. Pobre Antonio, ¿dónde estaría
a su lado. Nadie lo quiere a Panchito como yo. metido por mi culpa? ¿Cómo los celos habían podido

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borrar nuestra amistad? Tenía que arreglar lo que ha- El camino de Antonio
bía hecho, era sólo cuestión de apretar un cristal y
regresar a Antonio de nuevo.
Metí mi mano al bolsillo y ¡Dios mío!, estaba
vacío. Había utilizado los cinco cristales en deseos tan
estúpidos. Pero debería quedar uno, estaba seguro de
que el viejo me había entregado seis granos de sal.
Por más que rebusqué en mi bolsillo, el cristal no
aparecía. ¿Y ahora qué hago? Sólo a mí se me podían
ocurrir esos deseos tan turros. Tantas cosas útiles que
podría haber hecho con esos granos mágicos. Soy un
A l regresar, vi que las bestias estaban recos-
tadas en la yerba al lado de un lago, muy
entretenidas, parecía que jugaban. Cuando me
burro, no, un perro. Soy una verdadera bestia sin ca- acerqué vi que uno de ellos tocaba el agua firme
beza, porque la mía no sirve para nada. De repente, como si fuera una pantalla de teléfono iPhone:
sentí que mi zapato aplastaba algo, no podía creerles moviendo la superficie del agua y mirando toda la
a mis ojos: era el último grano de sal que tanto había selva y a sus habitantes, que aparecían en la super-
buscado, pero el deseo estaba pronunciado. Mi cuer- ficie cristalina.
po se cubrió de un pelaje gris y yo estaba parado —No hay ningún cuento de hadas que no se
sobre cuatro patas, sin incomodidad alguna; atrás mío convierta en una pesadilla —exclamó la mujer ca-
se movía una cola bastante larga que tropezaba a ca- bra—. Mira, por ejemplo, a éste —dijo ella señalando
da rato con mis patas traseras y mi cuello terminaba a un hombre gordo de unos cincuenta años, tenía la
en nada, en un corte, porque era un perro descabe- frente fruncida ya que estaba concentrado haciendo
zado. El corte era una llaga, todavía fresca, de la cual cuentas, sentado en la terraza de su hotel—. Un hom-
escapaban unas gotas de sangre. Ese retrato de mi bre ejemplar, una especie de buey que trabaja maña-
espantosa apariencia se reflejaba en el lago frente al na y tarde para el bien de su familia. Desde chiquito
cual estaba parado. tuvo que sacrificar los juegos por el trabajo y recién
¿Y ahora qué hago? Era extraño poder verme obtuvo un miserable negocio, su hostería, a la cual
sin tener cabeza ni ojos. llegan tan pocos visitantes que tiene más gastos que
ganancias.Y mira a éste.

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La mujer cabra señaló a un borracho que esta- —¡Tengo mucha plata, vecino, tanta como nun-
ba botado sobre la yerba con una botella a medias ca he soñado, me hice rico de la noche a la mañana!
de aguardiente y dirigía sus palabras al dueño —dijo el mendigo y le estiró al dueño del hotel un
del hotel: fajo de billetes.
—¡Deja de trabajar tanto, ñaño! Pareces un bu- —¿Cómo así? —preguntó perturbado el due-
rro, hay que disfrutar la vida que se esfuma tan rápi- ño, recogiendo los billetes y comprobando que no
do. Si recién yo estaba chupando la leche de mi ma- eran falsos.
dre y ahora estoy chupando esta botella. —Rió él, —¡Es un regalo de Dios! Acabo de encontrarlo
mostrando su boca desdentada. a mi lado.
—No soy ni alcohólico, ni vago —le contestó —¡No puede ser, qué suerte la tuya! —dijo el
molesto el dueño del hotel, perdiendo de nuevo su dueño limpiando el sudor de su frente.
cuenta—. Estoy trabajando todos los días por el bien —Como está haciéndose de noche… alquílame
de mi familia. el cuarto más amplio, con los edredones más suaves
—¡Qué aburrido que eres! —dijo el borracho y y tráeme buen vino —ordenó el mendigo y con el
se pegó otro trago. paso de un nuevo rey subió por las escaleras del hotel.
En ese momento la mujer cabra sacó del bolsillo —Claro, hermano, pasa no más, tu cuarto es el
de su camisa una gorda billetera y la botó al lago y primero a la izquierda, enseguida te traigo el mejor
de una apareció al lado del borracho, el cual tardó vino —se puso al servicio el dueño.
bastante tiempo en darse cuenta de semejante tesoro En pocos minutos, el mendigo estaba roncando
que estaba a su lado. Las bestias, por un momento, como un rico. Al lado de su cama estaban formando
empezaron a impacientarse. Al final, su nariz llena de una fila, como soldados, las botellas verdes de vino.
pecas se topó con la billetera. Mientras, el dueño del hotel daba vueltas en su pro-
—¡Oiga! —exclamó él, cogiendo la billetera y pia cama.
escudriñando con sus ojos ansiosos su interior lleno —¿De quién es el turno? — preguntó de repen-
de billetes grandes—. ¡Oiga, vecino! Tráigame el me- te la mujer cabra.
jor vino que tenga y sírvame la mejor comida. —¡Mío! —gritó un hombre tan flaco que pa-
—¿Qué te pasa, estás chuchaqui? ¿Acaso estás recía una escoba. Éste se arrodilló sobre el lago y
delirando? se puso a soplar con sus diminutos pulmones en

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dirección al posadero, que inmediatamente abrió posada entró el mendigo. El dueño se persignó—.
los ojos: ¡Aléjate de mí, muerto! —gritó.
—¿Dios mío, por qué eres tan injusto? Le be- —¿Qué estás diciendo, ñaño? ¿Acaso no me
neficias a un ser tan inútil, que vive su vida como reconoces? Sólo salí un rato a la calle para hacer
un parásito, sin ningún propósito. Y te consta mi mis necesidades. No entiendo de qué muerto me
lucha diaria por conseguir el pan de cada día. Nun- estás hablando.
ca olvido agradecerte por lo poco que me das. ¿Di- —¿Cómo?, ¿entonces quién estaba dormido en
me qué hará él con toda esa plata? ¡En cambio yo tu cama? —se sobresaltó el dueño y corrió escaleras
podría darle buen uso, invertir en mi familia, en el arriba. Cuando destapó el edredón vio en la cama el
pueblo, hasta construir una iglesia en tu nombre! cuerpo tieso de su hermano—. ¡Oh, Dios, qué he
Además, pensándolo bien, el mendigo encontró la hecho! No merezco misericordia —estalló.
billetera justo al lado de mi hotel. O sea, si él pasa- —¡Qué buen chasco! —se aterró de risa el hom-
ba cinco minutos más tarde yo podría haber encon- bre pulpo a mi lado.
trado primero ese tesoro. ¡Por simple lógica esa —Parece una telenovela mexicana —se burló
plata debería pertenecerme a mí! ¿Pero, cómo se la contento el enano con cara de chancho.
quito? Él es un bocón y si cuenta a todo el pueblo —¿Y por qué estabas soplando? —le pregunté
que le he robado, manchará mi nombre. —El dueño al hombre flaco.
se levantó y con sumo cuidado se encaminó al cuar- —La maldad y la bondad están en proporciones
to de su huésped. El mendigo roncaba cubierto con iguales en cualquier ser viviente —me dirigió la palabra
la cobija hasta la cabeza—. Su vida no vale para el hombre vestido de blanco con el cuerno en la fren-
nada, si desapareciera un día nadie se daría cuenta te—. Con un solo soplo uno puede cambiar la posición
ni soltaría una lágrima —dijo el dueño, cogió una de la balanza. En poco tiempo, el lado de luz desapare-
almohada y la apretó contra la cabeza del mendigo. cerá para siempre. Su espíritu es cada vez más débil. No
El otro luchó poco tiempo y se quedó quieto. El hay que esperar mucho. La planta de la vida está cada
dueño cogió la plata y corrió por las escaleras al día más frondosa del lado negro y seco mientras que el
comedor. Sacó todos los billetes y se puso a contar- lado blanco se hace más y más débil. Además, el huevo
los. Pero en ese momento la puerta pesada de la está en nuestras manos. ¿Dónde está el hombre piedra?
entrada se abrió y para el espanto del dueño, en la Es su turno de cuidar la pirámide.

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—Aquí estoy —dijo un pedazo de roca con un —Realmente me he olvidado, tengo la memoria
cuerpo deformado, lleno de diminutos lunares ne- de piedra. Puedo guardar los secretos para siempre y
gros. Sólo dos ojos rojizos le daban aspecto humano. no recordarlos nunca —dijo él, rascando su frente y
—Bueno, llegó la hora del descanso. Tiempo de bostezando—. Bueno, apúrate, cuéntame algo.
entrar en nuestras cavernas y ver sueños sangrientos. Realmente no sabía qué historia podría narrar-
Apenas terminó sus palabras, el hombre de blan- le, porque todos mis pensamientos giraban alrededor
co y todas las bestias corrieron a sus alberges, como del huevo.Tenía que saber qué tenía, por qué era tan
si estuvieran atrasados para ver el estreno de una pe- valioso. En eso recordé un cuento que me contaba
lícula de terror gratuita. mi abuela sobre otro huevo:
Me quedé solo por un instante, hasta que la oc- —Un hombre se enamoró de una mujer her-
tava mano del pulpo me arrastró a su cueva. mosa… —empecé mi cuento.
—Ven, puedes compartir conmigo mi casita —¡Me encantan las historias de amor! —co-
—dijo él, metiéndome en una caverna húmeda y fría. mentó el hombre piedra acomodándose al lado de
Me acosté sobre una escasa montaña de paja. la pirámide.
Esperé a que el pulpo se quedara dormido. Me levan- —Ella, de día, era como todas las mujeres, pe-
té despacio y fui hacia la salida. Sin pensar mucho, ro de noche se convertía en un pájaro de alas do-
corrí hacia la pirámide. radas. En la mañana guardaba sus alas en un baúl.
—¿Qué haces aquí? —preguntó asustado el El hombre tenía miedo de que alguna noche ella
hombre piedra descubriéndome a su lado. se fuera volando y quemó sus alas. «¡¿Qué has he-
—¡Sabes, no tengo ni pisca de sueño! —le cho?! —gritó la mujer viendo sus alas convertidas
contesté. en ceniza—, sólo debías esperar un mes más para
—¡Qué suerte la mía, entonces tienes que en- que se terminara el hechizo de la calavera inmortal
tretenerme, porque yo estoy a punto de caer en los y podríamos estar juntos para siempre». «¡Es que
brazos del sueño, y no puedo hacer eso por nada del tenía miedo de que me abandonaras algún día!»,
mundo, ahora los tiempos son más peligrosos que trató de justificarse el joven. «¡Si tú sabes que te
nunca, decisivos, tengo que cuidar el huevo! amo, nunca deberías dudar! Ahora no podré ser
—¿Oye y qué tiene ese huevo? —le pregunté tuya, regresaré al palacio de la calavera inmortal.
pretendiendo no darle mucha importancia. ¡Adiós, tendrás que buscarme en el fin del mundo!»,

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apenas dijo esto, entró por la ventana un torbellino no tengo ni una pista de dónde está el reinado de
y se la llevó. El hombre quedó destrozado, sabiendo una tal calavera inmortal», dijo el joven decepcio-
que por su duda había perdido a la mujer que más nado. «¿Y de qué te servirá encontrar su reinado si
amaba. Sin pensar mucho, se puso las botas, cogió no podrás vencerlo? ¡Es inmortal!», dijo el pez.
el arco con flechas y una red y se fue a buscar a su «¿Entonces qué hago para rescatar a mi amada?».
amada. Caminó durante días, semanas, meses hasta «Tienes que descubrir dónde está escondida la
que las suelas de sus zapatos se rompieron. Estaba muerte de este inmortal». «¿Y cómo la encuentro?».
muy débil, comía sólo las frutas silvestres del bos- «Tienes que buscar un árbol muy alto y frondoso
que. De repente, vio a un cisne blanco en el cielo. sobre las ramas del cual está amarrado un baúl de
Cogió su arco y disparó la flecha. El cisne cayó a metal», dijo el pez, y se fue a las profundidades del
sus pies. «¡No me mates, hombre bueno, te podré agua. El joven se dio cuenta de que estaba apoyado
ayudar cuando me necesites, déjame volar!», supli- sobre el árbol, pero éste era tan alto y liso, casi sin
có el pájaro. «Es que no he comido nada de carne ramas, que el joven se resbalaba por su tronco sin
en estos últimos meses. Bueno, vaya con Dios», di- poder subir. Se sentó exhausto, pensando que jamás
jo él y soltó el pájaro al aire. El ave se fue volando, podría bajar ese baúl, y en ese momento apareció
la flecha había dañado sólo levemente su ala. De el cisne y con su pico desatascó el baúl, que cayó a
repente, el joven vio pasar a un conejo. Le puso una los pies del joven. Pero el candado era tan fuerte
buena trampa y el animal quedó atrapado en la red. que no pudo romperlo, y en ese momento apareció
«¡Buen hombre, te podré ayudar cuando me nece- la liebre y con sus dientes filosos se puso a roer el
sites, déjame libre, tengo crías pequeñas!». «No ha candado, dejándolo destrozado. Del baúl cayó un
sido mi día de suerte, no puedo comerme ni el huevo, pero éste rodó hacia el río, desapareciendo
pájaro asado ni un conejo frito», dijo el joven y en las profundidades del agua, entonces apareció el
soltó al conejo. Entonces, el hombre botó su red en pez grande en la superficie con el huevo en la bo-
el río. En pocos minutos, un pez enorme estaba ca. El joven rompió el huevo y encontró en su in-
atrapado. «¡No me comas, buen hombre, cuando me terior una aguja de metal. «En la punta de esta
necesites te sería de gran ayuda, déjame libre!». aguja está la muerte de la calavera inmortal —dijo
«¿Qué les pasa a todos ustedes, acaso me quieren el pez—. Ahora ella está en tus manos. Pídele que
matar de hambre? Estoy caminando meses y todavía te regrese a tu amada…».

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—¡Acabo de acordarme! ¡Dentro de nuestro Me quedé totalmente quieto, pidiendo a Dios
huevo está escondida la salvación del otro lado y la que el hombre de piedra no se despertara antes de
muerte del nuestro! —dijo el hombre piedra cayén- tiempo. ¿Cuánto tiempo podría tomarles a esas pe-
dose de sueño. queñas hormigas atravesar el inmenso corredor ilu-
—¡La salvación del otro lado! Eso es lo que ne- minado por gárgolas, levantar la pesada cúpula, sacar
cesito. Aunque me cueste la vida, tengo que obtener el huevo y traerlo con sumo cuidado? Mi pensamien-
ese huevo. ¿Pero, cómo abro la puerta pesada de esta to fue interrumpido por la aparición de las hormigas
pirámide? rojas que bajaban con una pesada carga, sosteniendo
Di vueltas alrededor de la pirámide tocando sus sobre sus hombros el huevo.
piedras, esperando que alguna de ellas fuera la clave —Toma —me dijo la reina—.Y apúrate, no de-
para que se abriera la puerta de entrada con el ador- jes que te quiten este tesoro.
no de dos serpientes enlazadas. El huevo era tibio y sobre su cascarón blanco
—Nada es imposible. —Apareció frente a mí como la nieve estaba dibujada una pluma negra.
una enorme hormiga—. Soy tu deudora, me salvaste «¿Y ahora, cómo puedo entregarles el huevo a
la vida. —Inmediatamente reconocí a la reina de las mis amigos?». Me quedé medio perplejo, pero de una
hormigas que había liberado bajo la rama de un árbol. se me ocurrió una idea genial. Guardé el huevo en
—¡Pero ahora no podrás ayudarme! —la desanimé. mi pantalón y fui corriendo hacia el lago.
—No cometas el mismo error que el joven ena- Alrededor no había ni un alma, todas las bestias
morado, que dudó de la fuerza del amor de su amada. estaban en sus salas de cine privadas, pero el cielo
La duda construye muros, mientras que la confianza estaba aclarándose: del negro azulado se desteñía un
destruye las murallas —dijo la reina hormiga y silbó. rosado violeta. Me arrodillé al lado del lago y
En un instante aparecieron un montón de hor- empecé a mover su pantalla cristalina donde apare-
migas rojas que en fila india escalaban las paredes de cían montones de animales, criaturas extrañas, indí-
la pirámide, subiendo hasta las serpientes enlazadas, y genas nativos; pero no aparecían mis amigos. ¿Dón-
entraban por el orificio de los ojos de las serpientes de están? El sol aparecía en el cielo iluminando el
hacia el interior de la pirámide. otro lado. Por favor, aparezcan, en pocos minutos se
—Espéranos aquí. No tardaremos mucho y te van a despertar y me van a cachar en este acto de
traeremos el huevo —dijo la reina y me guiñó un ojo. robo. ¡Camila! Sí, no podía creerlo, en todo ese ca-

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lidoscopio de rostros apareció la cara de Camila. Me El camino de Camila
estaba mirando fijamente. Estaba inclinada al lado
de un lago. Cómo me gustaría mirar más tiempo su
rostro tan querido, pero debía actuar rápido. Saqué
con cuidado el huevo y lo puse sobre el agua, el
huevo se hundió inmediatamente haciendo burbu-
jas. ¡Misión cumplida! Ahora no me importaba el
castigo, por feroz que pudiera ser.

C uando salí a la superficie del túnel ya no


estaba en la alameda de árboles morados.
Estaba oscureciendo. A pocos pasos vi un lago. La
herida de mi mano estaba cicatrizada completamen-
te, sólo un poco manchada de sangre. Me acerqué al
lago. Su agua era tan refrescante. Llené mis palmas
con el líquido transparente y helado. Qué delicia era
tomar esa agua. Cuando me agaché para llenar mis
palmas de nuevo, vi que mi reflejo tenía el cabello
despeinado y mi cara estaba sucia.
—¡Dios mío, parezco una bruja! —dije y lavé
mi cara.
De repente sentí que alguien me estaba miran-
do desde la profundidad del agua. Debía ser mi ima-
ginación. ¿Quién podría vivir dentro del lago?
Cuando quise llenar de nuevo mis manos con el
agua, apareció un huevo flotando sobre la superficie.
Parecía el huevo de un pájaro. Lo miré detenida-
mente y vi una pluma que estaba dibujada sobre su
cascarón. «¿Y ahora qué hago con este raro huevo?».

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Una gota de agua cayó desde el cielo sobre mi nariz.
«Tengo que encontrar el camino de regreso antes de
que empiece el diluvio». Metí el huevo en el bolsi-
llo de mi camisa y me puse a buscar los árboles
marcados con mi cruz, encontré algunos troncos
con mi marca, pero la lluvia aumentó su intensidad,
borrando las pistas para mi regreso. «¿Y ahora, cómo
encuentro el camino? Qué irresponsable que soy,
pobre Pamela, ¿va a morir de miedo quedándose
sola en el bosque?». La lluvia aumentaba su fuerza,
yo estaba totalmente empapada. Vi al lado mío una
cueva y decidí meterme para esperar a que cesara
un poco la lluvia.
Un olor fuerte, como el de la jaula de un animal,
golpeó mi nariz. La cueva era bastante grande, el piso
estaba cubierto de paja, en el centro encontré la cás- Con los pasos suaves y pesados entraron tres ti-
cara de un coco partido lleno de agua. En una esquina gres a la cueva, dos grandes y uno chiquito. Un tigre
estaba el hueso de un animal. Mientras curioseaba la se acostó sobre la paja al lado del tigre pequeño y se
cueva, sentí un fuerte movimiento en mi bolsillo. puso a lamer sus orejas, el otro daba vueltas inquieto
Cuando miré en su interior descubrí un pichón muy por la cueva, rugiendo con disgusto.Traté de quedar-
hermoso que había salido del cascarón: era de color me como estatua, aguantando mi respiración. Cono-
dorado y alas moradas, su cabeza era negra y sus ojos cía el extraordinario olfato de esos felinos salvajes. ¡Lo
redondos, como dos canicas de color azul profundo. El único que me faltaba era ser el bocado de su cena!
pájaro escudriñaba todo a su alrededor con mucha —Que casería tan mala —dijo el tigre quitán-
curiosidad. En ese momento escuché unos pasos que dose la piel y convirtiéndose frente a mis ojos en un
se acercaban a la cueva. Metí de nuevo al pichón en humano desnudo cubierto sólo por taparrabos.
mi bolsillo y rápidamente me escondí dentro de la El otro tigre, que estaba junto al pequeño, tam-
paja, dejando un hueco para respirar y espiar. bién se sacó la piel y se convirtió en una mujer de

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pelo largo y cuerpo delgado que amamantaba a su eso somos presa fácil para él. Un pueblo dividido es un
hijo de dos años. pueblo vencido —terminó el hombre.
—No te preocupes, querido, los tiempos van a —¡Pero no podemos quedarnos con los brazos
mejorar —contestó ella, acariciando a su hijo, que cruzados, viendo como él está acabando con la vida!
impacientemente trataba de sacar leche de sus senos —suplicó la mujer y separó a su hijo de sus pechos
desinflados. vacíos.
—No va a mejorar nada, mujer, el espíritu de- El niño empezó a llorar. El hombre sacó un hue-
vorador pronto nos dejará sin provisiones. Está aca- so y se lo lanzó a su hijo. El niño saltó sobre el hueso
bando con la selva. y se puso a morderlo con ansiedad.
—¡Hay que luchar contra él! Todas las tribus de —Deberías guardar los huesos para ti —dijo la
distintas especies: los hombres tortuga, hombres mur- madre y quiso separar al niño de la presa.
ciélago, hombres cóndor, deberíamos unirnos. En —Déjalo, de todas formas el hueso no tiene na-
este momento hay que dejar de lado nuestras peleas da de carne —ordenó él y se puso a tomar agua del
territoriales y nuestro orgullo, si no, acabaremos en coco partido.
una desgracia —pronunció la mujer. —Lo que más me asusta es que el bosque está
—Tienes toda la razón, pero el espíritu devorador silencioso, hace algunos días que no escucho el can-
es muy astuto, él conoce el orgullo de cada tribu y le to de los pájaros —dijo la madre abrazando a su hijo.
encanta ponernos trampas para que nos peleemos unos —Los sabios dicen que con la muerte del último
contra otros. ¿Acaso has olvidado cómo aquel día des- pájaro empieza la era de desolación y silencio abso-
aparecieron las flechas de nuestra tribu, las que tenían lutos —suspiró el tigre padre.
nuestras iniciales, y cómo las encontraron clavadas en «¿Será que el pájaro que yo tengo en mi bolsillo
el cuerpo de una mujer tortuga embarazada? ¡La úni- es el último pájaro de la selva? ¿Será que lo que cabe
ca que podía darles hijos! Por más que tratamos de en mi pequeño bolsillo es la salvación de toda la
convencer a sus parientes de que un tigre nunca se Tierra?», pensé, y mi corazón galopó de alegría.
comería a una tortuga, sus iras los cegaron por com- —¿Y qué tienen los pájaros que no tengamos
pleto y sin esperar nos atacaron y mataron a mi padre. los felinos? ¿Por qué con su muerte el espíritu de-
Sin duda ésa era una trampa del espíritu devorador. vorador dominará la Tierra? —preguntó la mujer
Desde ese momento nuestras tribus son enemigas. Por tigre a su marido.

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—¿Dime, mujer, cuando tú estás muy feliz, cuando hará ningún daño. ¡Me muero de miedo! —seguía
te estoy acariciando, qué haces? —preguntó su marido. burlándose el tigre.
La mujer pensó un rato y le contestó plácidamente: Pero de golpe cortó su risa y saltó al lado mío
—Ronroneo. apretándome con su pata de uñas afiladas.
—Exactamente, tu cuerpo vibra con ese sonido —No juegues conmigo, pequeña mocosa, con
de felicidad, pero no es muy fuerte. Los pájaros, en un solo rasguño puedo aniquilar tu vida. Dime quién
cambio, con sus cantos hacen vibrar todo a su alre- eres de verdad y de qué tribu eres, espía.
dedor, llenando los corazones de todos con esperan- —Es que no soy de ninguna tribu, soy humana,
za y amor.  Al espíritu devorador le irritan los sonidos vivo en la ciudad…
armónicos, porque su corazón vibra sólo con el odio —¿Y cómo pudiste chillar como un pájaro?
y la angustia. Su felicidad es el caos y el silencio. —me interrumpió la tigra.
En ese momento, el pájaro se movió dentro de —No fui yo —le contesté, pero realmente du-
mi bolsillo y soltó un fuerte y alegre chillido que daba sobre si mostrarles o no el pájaro.
hizo vibrar a toda la cueva. El hombre y la mujer se En ese momento, el tigrillo se acercó y metió su
convirtieron de nuevo en animales y se dirigieron nariz en mi bolsillo.
despacio en mi dirección, estirando sus narices. Me —Aquí hay un pájaro —exclamó asombrado.
levanté bruscamente y les dije: —¿Pájaro? —repitieron en coro los padres.
—Me llamo Camila, soy vegetariana, soy comple- Despacito saqué al pichón de mi bolsillo y lo
tamente humana y no pertenezco a ninguna tribu, no puse en la mitad de la cueva. Ellos se acostaron a su
como tigres, no me tengan miedo, no les haré ningún alrededor viéndolo como si fuera un milagro.
daño —terminé y se produjo una larga pausa. —¿De verdad eres una humana? —El tigre di-
Yo miraba desconcertadamente a los ojos re- rigió su cabeza peluda hacia mí.
dondos de los animales y ellos me miraban asustados. —Sí —contesté yo, vivo en la ciudad y aparecí
De repente, el tigre padre se puso a reír, dando re- en este bosque con mis amigos.
volcones en el piso. La madre y el hijo se unieron a —¡No puede ser! —exclamó la tigra con los ojos
sus carcajadas. llenos de felicidad—. ¡Aún queda un pájaro!
—Esta pequeña mocosa nos advierte que no le —No te alegres tan rápido, mujer —gruñó el
tengamos miedo, que no nos comerá, que no nos tigre—. ¿Qué vamos a hacer con él? Si el espíritu

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devorador escucha el canto del pájaro vendrá a bus- El camino de Pamela
carlo con sus sirvientes y nosotros no somos capaces
de enfrentarlos.
—¿Y cuál es la solución? —se estremecieron los
ojos de la tigresa.
—¿Por qué ustedes, los tigres salvajes, no pueden
enfrentarlo? ¿Acaso son unos gatos cobardes y no los
reyes de la selva? —Miré fijamente al tigre padre.
—No se trata de nuestra fuerza, es que el espí-
ritu devorador es inmortal, nadie lo puede vencer,
sólo… —el tigre no había acabado su frase cuando
C uando cayó el último pelo de la cabeza de
Nunkui, yo no pude resistir y besé su pe-
luda mejilla.
una flecha voló por la cueva y cayó junto al pájaro, —Yo sí creo en tus poderes, no tienes que morir
justo al lado de mis pies. de pena.
Apenas los animales vieron la flecha de color ro- —¡Eso yo ya lo sabía! —dijo Nunkui sin gran
jo con punta negra, salieron despavoridos de la cueva, entusiasmo.
dejándome sola con el pájaro, que tenía su cresta do- —¿Cómo que ya lo sabías? —le pregunté a ese
rada alzada y los ojos agrandados por el susto. sobrado.
—Si no creerías en mis poderes jamás podrías
verme —explicó él—. Los humanos que no creen en
la magia tienen sellado el tercer ojo.
—¡Yo siempre he creído en la magia! Hasta for-
mamos un club de magia con mis amigos —le con-
firmé—. Pero yo no podría haber imaginado que
existan criaturas vivientes como tú —añadí.
—¿Cómo que no me imaginabas? —se ofen-
dió—. Estás mintiendo, si me conociste hace mucho
tiempo. Que no te acuerdes es otra cosa.

144 145
—Primero, yo nunca miento —me ofendí—.Y
no creo haberte visto antes…
—Vamos —me ordenó Nunkui y me estiró los
lentes—. Póntelos de nuevo —me dijo con tanta fir-
meza que lo obedecí.
Apenas me puse los lentes vi una fogata alrede-
dor de la cual estaban sentadas distintas criaturas en
absoluto silencio, mirando a una mujer de pelo largo
y muy negro, vestida con una túnica morada. Ella
levantaba sus blancas manos hacia el cielo estrellado
y se dirigía a la luna con una voz suave, entonando
una canción en un idioma desconocido:
«¡Vi amm, Huria ve, ve, oooo, da in sug!
Abarad , lite nocik
Pajarad bal ya
Cosmo veredik!».
Terminó la canción y de pronto me quedó claro
su significado, como si yo supiera esa canción de me-
moria: «Ven, amor, ilumíname con tu sabiduría, ven
hacia mí, abrázame, entrégame tu mensaje. ¡Soy pájaro
blanco que llevará tu mensaje a través de la eternidad!».
De repente, la mujer se puso a temblar, vi claramen-
te cómo una energía luminosa descendía desde el cielo y
entraba a través de su nuca, cómo sus ojos se ponían
azules y su pelo largo se movía aunque no hubiera viento.
—Me veo a través de los siglos —pronunció ella
mirando fijamente en mi dirección—. Allí estoy,
disfrazada de niña.Ven. —Me estiró la mano.

146 147
Todas las criaturas que estaban sentadas alrededor niña de once años, porque llevas la sangre de la
del fuego me miraron. Nunkui estaba al otro lado poderosa bruja Arau. Debes entender que una bru-
estirándome la mano. No cabía ninguna duda de que ja no es la que elabora mezclas encantadoras o pue-
la mujer se dirigía hacia mí. Había algo en ella, su de hacer mal de ojo, una bruja es una mujer que
mirada me atraía como si ella fuera mi hermana, co- puede comprender el lenguaje de las estrellas, el
mo si la hubiera conocido desde hacía años. Di un susurro del agua, el canto del viento. La que sabe
paso y ya estaba caminando por la yerba húmeda escuchar e interpretar la magia viva de la naturaleza.
hacia la fogata. La que siempre lleva en su bolsillo a unos seres di-
—¡Abrázame! —La mujer estiró sus manos. minutos y peluditos como yo. ¡Eres una bruja, Pa-
Nuestros brazos se enlazaron y en ese momento sen- mela! —gritó Nunkui en mi oreja.
tí que ella entró dentro de mí y susurró en mi oreja. —¡Pero, yo no me siento tan poderosa! —dudé.
—Tienes la fuerza de la Tierra para enfrentarte —Un mago verdadero jamás podría sentirse po-
contra Iwit, pero sola no tendrás el poder necesario, deroso, sería un vanidoso.Y la sabiduría y la vanidad
debes encontrar tres elementos más —fue lo último no se llevan juntas. Un mago verdadero es quien tie-
que pronunció antes de desaparecer. ne el corazón de un niño, como tú, Pame. Cuando
De pronto yo estaba sola con los lentes y Nunkui tengas dificultades sólo tendrás que recordar tus po-
a mi lado. deres y dirigirte al cielo, que te dará la clave —ter-
—¿Qué fue eso? —lo ataqué con la pregunta. minó Nunkui.
—¿Acaso no te diste cuenta? ¡Te encontraste Realmente me quedé alucinada por saber que
contigo misma! —casi gritó Nunkui, como si yo yo, Pamela, llevaba la sangre de Arau, una podero-
fuera una tarada—. ¿Ahora entiendes de dónde sale sa maga.
tu don de entender los idiomas antiguos, de saber —¡Arau! —pronuncié en voz alta su nombre,
los poderes de las yerbas y las creencias de tus ante- mi nombre, nuestro nombre, y de repente sentí que
pasados con los cuales sorprendiste a tus amigos en mi corazón se puso a sonar como un tambor, que
el museo? Un hombre puede no recordar sus vidas todo mi cuerpo se llenaba de una fuerza indescrip-
pasadas, pero su sangre lleva el código de la sabidu- tible—. ¿Dónde tengo que encontrar a esos cuatro
ría astral, el ADN de los poderes escondidos. Sólo elementos para poder enfrentarme con Iwit? —le
tienes que darte cuenta de que no eres una simple pregunté a Nunkui

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—¿Acaso crees estar en una novela policiaca Pancho
donde te dan las pistas? ¡Estas caminando por la selva
mágica, donde la única brújula es tu corazón! —me
reclamó Nunkui.

R ecordé haber visto ese perro decapitado en


algún lado. «¿Cómo voy a vivir metido en
este horrible disfraz? ¿Y ahora qué voy a hacer?».
Mientras pensaba en eso, mis patas ya estaban co-
rriendo por un sendero, sin saber a dónde me llevaría.
Sentí mi espalda húmeda por haber corrido una ho-
ra sin parar. El cielo se puso oscuro y un rayo dibujó
una equis sobre su fondo. Sobre mi cabeza voló una
flecha y ésta entró en una cueva, de la que inmedia-
tamente salieron despavoridos unos tigres, casi trope-
zando conmigo. Con suerte, pude saltar a un lado. Un
viento feroz doblaba los árboles hacia el suelo, mien-
tras las hojas secas se levantaban como un torbellino
hasta el firmamento. Sentí la presencia de una fuerza
desconocida que se acercaba hacia mí aplastando mi
alma contra el suelo. De repente, escuché dentro de
la cueva una voz conocida: ¡era la voz de Camila!
Corrí al interior de la cueva con el corazón exal-
tado. Pero qué decepción me esperaba, en vez de
alegría, su cara, apenas me vio, se llenó de asco.

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—¡Apártate de mí, espíritu maligno! —gritó ella, —¡El castigo por el robo del huevo de la pirá-
sosteniendo un pichón contra su pecho. mide! —anunció y todas las bestias se pusieron a
Claro, me había olvidado de mi apariencia. golpear el suelo con sus piernas y a aullar como ani-
¡Cómo podría demostrarle a Camila que era yo, males heridos.
Pancho, dentro de ese horrendo pelaje! Sin querer Dos guardias como de tres metros de altura, con
di un paso más hacia ella y sentí el golpe de un cabeza de pez y con un solo ojo que no parpadeaba,
palo sobre mi espalda. sacaron al centro de esa incontrolable muchedumbre
—¡Desaparece de mi vista, bestia horrible! a un monstruo con cuerpo deforme y con ojos llenos
—fueron las últimas palabras de Camila. de sangre, como los de un toro… ¡No puede ser! ¡Yo
Vi un palo enorme que sostenían sus manos. sabía quién era! Lo había visto en mi sueño: el mons-
Todo empezó a moverse, cada vez más rápido. Cami- truo era Antonio, y no yo. Cuando soñé caminar por
la se triplicó, las paredes de la cueva perdieron su un bosque podrido y quedar frente a un lago crista-
firmeza y se movieron como agua. Sentí que me lino, vi de repente aparecer a mi lado a Antonio, me
estaba jalando un túnel oscuro. puso su mano sobre mi hombro y se sentó a mi lado.
—¡Bienvenido al otro lado! —me dijo una Cuando miré mi reflejo en el agua había un mons-
mujer con pies de cabra que de repente apareció a truo a mi lado que arrimaba su pata peluda sobre mi
mi lado, cerca de una fogata, y rodeada de una hombro. No le había contado a Antonio sobre su
manada de bestias tan feas como yo—. ¡Un maldi- horrenda transformación porque no quería preocu-
to! Cada vez somos más, pronto formaremos un parlo, sabiendo que mis sueños son clarividentes.
ejército bestial. Sólo que entonces no sabía qué me querían decir.
—¿Cuál es segundo punto de la noche? —inte- Ahora el sueño tenía un significado muy claro: ¡Gra-
rrumpió la euforia de la mujer cabra un hombre alto, cias a mí, Antonio estaba en este lado, metido en el
vestido de blanco y con un cuerno en su frente. cuerpo de esa bestia!
Era el único que estaba sentado sobre un trono —¡Hay que matarlo!
adornado de calaveras, que iluminaban con sus cuen- —¡Cortarlo en pedacitos!
cas el entorno de esa reunión nocturna. Un enano —¡Desangrarlo!
jorobado con cara de chancho y vestido como un —¡Dejarlo morir lentamente!
bufón apareció con un pergamino en sus manos. Opinaban las bestias entusiasmadas.

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—Antes de elegir su muerte quiero preguntarle meter a los dos en el calabozo de la pirámide y con
por qué robó el huevo y a quién se lo dio —dijo el elaborados instrumentos de tortura sacarles la verdad
hombre con cuerno. —ordenó él, y en un instante nuestros cuerpos esta-
Todas las bestias giraron sus hocicos hacia Antonio. ban siendo arrastrados, como sacos de papas, al hú-
—¡Él no ha robado el huevo! —grité yo de re- medo calabozo. Apenas se cerraron las metálicas puer-
pente y todos los ojos me miraron con asombro y tas de nuestro encierro y los guardias se alejaron,
perplejidad—. ¡Sí! El huevo lo he robado yo —afirmé. Antonio me atacó con sus preguntas.
—¿Tú? —me miró con desconfianza el hombre —¿Por qué quieres tomar mi culpa? ¿Alguien
con cuerno. te ha mandado para salvarme? ¿Qué quieres de mí?
—Sí, durante la madrugada un amigo mío me —me preguntaba, y yo no sabía cómo empezar mi
maldijo especialmente para que apareciera en este explicación.
lado y robara el huevo —inventé.
Antonio me miraba sin entender quién era y por
qué estaba mintiendo para salvarlo.
—Así que soy yo y no esta bestia quien tiene que
llevar todos los castigos de ese robo —declamé como
si estuviera en un congreso.
Los guardias se acercaron para encadenarme,
mientras a Antonio le zafaban unos pesados candados
de los pies.
—¡Esperen! —gritó el hombre de cuerno—.
Algo no me está cuadrando: Si éste también había
confesado el robo —dijo él, apuntando a Antonio—,
entonces, ¿quién es el ladrón verdadero y quién es el
falso? ¿Quién está mintiendo? Pero mentir significa
tener beneficio a costa del otro, ¡y aquí el único be-
neficio sería una terrible muerte! ¡Aquí hay gato
encerrado! Antes de resolver este acertijo hay que

154 155
Antonio

—¿
cabezado.
Por Dios, quién eres? —trataba de sa-
carle alguna respuesta a ese perro des-

— Antonio, soy yo, Pancho.


—¿Cómo? —no podía creer lo que escuchaban
mis oídos.
—Así es —confirmó el perro.
—¿Pero qué te ha pasado?
—Me maldijeron, como yo lo hice contigo.
—¿Pero, por qué has hecho eso, Pancho? Hasta
ahora me cuesta creerlo. —Lo miré fijamente.
—Discúlpame, Antonio, me siento como el ser
más miserable del planeta, no sé qué me pasó. Desea-
ría desaparecer en este momento para siempre. No sé
cómo podría mirarte a los ojos, por suerte no tengo
cabeza. ¡Para mí, la muerte sería una salvación!
—¡No seas tan patético, Pancho! Tenemos que
salir de aquí sea como sea. Camila y Pamela necesi-
tarán nuestra ayuda. Será otro el momento para ren-
dir cuentas entre nosotros —le corté el discurso.

157
Realmente me dolía mucho enterarme de la —¡Es que nunca vi a una bestia que quisiera
traición de mi mejor amigo. Sentía que estaba hir- morir por la otra! Creo que mi corazón estallaría
viendo por dentro, pero traté de mantenerme de felicidad si alguien quisiera sacrificarse por mí
a raya. —comentó él con un tono melodramático y se
—El otro lado está en graves problemas. Por esa limpió una lágrima—. Puede ser que los vea por
razón robé y entregué el huevo a Camila, porque en última vez, y quisiera contarles a mis hijos su asom-
su interior tenía la salvación. brosa historia, mostrándoles sus últimos escritos en
—Realmente no vi que Camila tuviera ningún mi pergamino.
huevo —comentó Pancho. —Espera, si tienes tanta compasión por nosotros,
—¿Has visto a Camila? ¿por qué no nos ayudas a escapar de este calabozo?
—¡Sí! Fue ella quien me maldijo sin querer, se —le propuse al chancho enano.
asustó de mi apariencia y protegía un pichón en —Es que es imposible, además sería un traidor
sus manos. —dudó él.
—¿Un pichón? Será que el huevo era de —¡No! Serías un héroe, al otro lado podrían
un pájaro. escribir tu nombre en los libros de los libertadores
¿Pero, cómo podía ser un simple pájaro la salva- y en este lado serías la víctima de un asalto —le
ción del otro lado? No me cabía en la cabeza. Mis propuse al chanchito, sus ojos le brillaron de am-
pensamientos fueron interrumpidos por el chillido bición y placer al imaginar su retrato en los libros
de la puerta. Era el jorobado enano con cara de chan- de estudios escolares.
cho que nos traía la comida, un «festín» de carne Cuando salimos de la cárcel, los guardias no sos-
podrida y un coco lleno de agua estancada. El enano pecharon absolutamente nada.Yo me puse la camisa
jorobado, después de servirnos esa cena tan apetitosa, floja amarilla con campanas y caminé en cuclillas,
con una sonrisa tímida se acercó hacia nosotros y nos mientras Pancho se subió en mi espalda, formando
hizo una inesperada petición: una joroba. La gorra de bufón me cubría por com-
—¿Les podría pedir un autógrafo? —dijo, esti- pleto la cara. El chancho enano quedó desnudo y
rando un pergamino y una pluma. amarrado en el calabozo, «víctima de un asalto».
—¿Y por qué quieres nuestros autógrafos? —¿Y ahora qué piensas hacer? —me preguntó
—le pregunté. Pancho.

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—Sólo tenemos que llegar al lago. El agua es Camila
como la ventana entre estos dos mundos. De esa ma-
nera le entregué el huevo a Camila —murmuré.
Todo marchaba perfecto, estábamos a diez pasos
del lago, cuando se cruzó en mi camino, inesperada-
mente, la mujer cabra.
—¿Oye, chanchito, a dónde vas tan de prisa?
—me preguntó.
Le indiqué con mi mano el lago.
—¡Qué bueno! Por fin tomarás un bañito, por-
que apestas como un perro. Después de eso quiero
E l perro descabezado desapareció apenas lo
golpeé con el palo que encontré, por suerte,
a mis pies. Sentía cómo temblaba el pájaro en mis
charlar contigo sobre un asunto personal sobre mi manos y yo con él. Si hasta los tigres le tenían miedo
viejo que está a punto de morir, lo vi en el lago, y al tal Iwit, ¿cómo podría enfrentarlo yo, que era una
tenemos que cranear para hacerle una última fiesta niña? ¿Qué otro espíritu maligno vendría a visitarnos?
sorpresa —dijo ella sonriendo, mostrando sus dientes —Vamos, pajarito, parece que se acabó la lluvia,
amarillos de cabra. tenemos que buscar a mis amigos.
—¡Bueno! —salió sin querer la contestación de Metiendo el pajarito en mi bolsillo salí de la
mi boca con una voz grave y muy diferente a la voz cueva. Apenas caminé cinco pasos me arrepentí de
aguda del chancho. haber dejado aquel refugio y entrar en ese tormen-
—¿Quién eres? —se estremeció la mujer cabra. toso bosque, pero no me asustaba tanto el huracán
En ese instante me incorporé y corrí con todas que doblaba los árboles, ni los relámpagos sobre el
mis fuerzas hacia el lago, saltando dentro de él con cielo, sino la presencia densa de algo desconocido que
Pancho en mis hombros y con la mujer cabra, quien se acercaba hacia mí lentamente, dejándome sin vo-
se agarró con toda su fuerza a mi camisa de bufón. luntad alguna. Mis pies no obedecían mis órdenes, se
quedaron clavados al suelo.
—¡Deja a ese pájaro y márchate! —escuché una
voz tan ronca y baja que parecía salir desde las pro-
fundidades de la Tierra.

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Mis manos obedecieron su orden, sacando al
pichón del bolsillo y dejándolo solo, sobre el suelo.
El pobre se veía tan desprotegido, mirándome con
sus ojos redondos llenos de pánico y sin entender lo
que estaba pasando.
—¡Márchate! —ordenó la misma voz infernal.
Mis pies se dieron vuelta mientras mis ojos, por
última vez, miraron a ese pájaro con tanta súplica y
tristeza en sus ojos. Seguí caminando sin mirar atrás.
Sabía que lo que estaba haciendo era irreversible. Que
cada paso mío estaba aumentando el poder del otro,
oscuro e invencible. «¡No puedo hacer eso! ¿Qué me
pasa? ¡Basta, no me importa morir!».
Me di la vuelta y corrí a recoger al pájaro, que
por suerte todavía seguía allí. El pájaro se puso hipe-
ractivo de felicidad, como si hubiera escapado de la
boca del diablo.
—¡No te voy a dejar, pájaro! Sé quién eres, sé
que este pájaro sería el trofeo de tu triunfo de silen-
cio, soledad y oscuridad. Pero no seré tu cómplice,
¡tendrás que matarme primero! —grité con todo mi
coraje hacia esa presencia oscura y aterradora.
En este momento un grito muy fuerte sacudió el
bosque, era tan espeluznante que mi corazón dejó de
latir por un par de segundos. Era un grito parecido al
de un gigantesco animal herido. Cerré los ojos y apre-
té el pájaro contra mi pecho. Mi piel se erizó al sentir
que el dios de la oscuridad estaba acercándose a mí.

162 163
—¡Mírame! ¡Enfréntame si eres tan valiente! Pamela
—escuché su ronca y arrastrada voz a mi lado.
Presentí ver algo descomunal, temía desmayarme
de miedo.
—¡No la mires! No abras los ojos por nada del
mundo —escuché la voz tan conocida de Pamela.
Su tono era tan firme y potente que apreté mis
párpados con todas mis fuerzas.

E n el momento que grité mi nombre:


«Atau», sentí una fuerza enorme dentro
de mi cuerpo. Vi todo a mi alrededor con colores
intensos y vibrantes, pero lo que más me asombró
fue darme cuenta de que mis orejas podían captar
muchos sonidos y voces. Podía escuchar tanto la
conversación de unos grillos como la de unas ba-
llenas, o sea, mis orejas eran capaces de captar ul-
trasonidos. Estaba en el mismo mundo, pero todo
era tan distinto, tan alucinantemente mágico
y hermoso.
—Nunkui, no sé qué me pasa, hasta puedo ver
cómo corre la savia dentro de un árbol —le comen-
té a mi amigo peludito saltando de alegría.
—Antes toda la gente era capaz de ver y escu-
char como tú, ser parte de este mundo encantado del
universo y no su opositor y consumidor. Mira esta
planta —me indicó Nunkui.
Vi una flor de un color azul intenso, pero aunque
crecía de la tierra, al lado de un árbol, su violeta

164 165
energía volaba hacia mí, cubría mis hombros como la imagen del cuerpecito flaco de mi amiga con un
si fuera un pañuelo. pájaro en sus manos, a su lado vi una masa alargada,
—Le caíste bien a esta planta, te regaló un poco como si fuera una inmensa culebra, llena de odio y
de su poder de invisibilidad —me comentó Nunkui. muerte, su olor era putrefacto. Si sólo con verla de
—¿Cómo así? —me quedé sin entender. lejos daban ganas de gritar de dolor, si la miraras de
—Si necesitas protegerte de algo, sólo tienes frente te llenarías de terror, de una soledad tan abru-
que sacudir tus hombros y quedarás invisible por mante como quedarte solo para siempre nadando en
un tiempo. ese inmenso e interminable universo. Me escondí por
—¡Qué chévere! Cómo me gustaría compartir un rato en otro túnel para tomar un poco de aire.
lo que veo y escucho con mis amigos. «¡Mírame! ¡Enfréntame, si eres tan valiente!», rozó mis
—¡Adelante! —me contestó Nunkui. tímpanos un tono lleno de astucia y veneno. No hay
—¿Pero, cómo? tiempo que perder, de repente me quedó todo claro,
—Ay, a veces me desesperas, Pamelita. Tienes a con toda mi voluntad salté del laberinto al espacio
tu voluntad todos los poderes del mundo, sólo con- tridimensional de la realidad y le grité a mi amiga.
céntrate en uno —me contestó otra vez Nunkui —¡No la mires! No abras los ojos por nada del
mientras yo seguía mirándolo sin entender para nada mundo. —Mientras Camila seguía con los ojos ce-
su respuesta—. Concéntrate en el poder de tu oído, rrados, sacudí un poco de polvo violeta sobre ella
por ejemplo, si te concentras de seguro podrás escu- para que se volviera invisible como yo, y aprovechan-
char la voz de tus amigos y encontrar su paradero. do que Iwit nos había perdido de vista, corrí con mi
Cerré los ojos y me puse a desenredar la red de amiga, alejándola de su muerte.
sonidos entrantes. Era como correr por un laberinto. No sé cuánto habíamos corrido, pero yo ya no
De repente, muy lejos, escuché la voz de Camila, sí, podía moverme más. De repente vi una choza. La
era su tono de voz; corrí hacia la vibración de su casa estaba totalmente deshabitada, en el centro del
sonido: «No… dejar… pájaro», pude por fin definir cuarto sólo había una montaña de leña seca y en una
unas palabras, entré en otro túnel y corrí con todas esquina estaban arrimados unos troncos cortados. El
mis fuerzas, antes de que desapareciera de nuevo la polvo de la flor poco a poco empezó a perder su
cálida voz de mi amiga. «¡Pero no seré tu cómplice, efecto y las dos quedamos totalmente visibles.
tendrás que matarme primero!». Frente a mí apareció —¡Dios mío, qué frío! —dijo Camila.

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—Espera —dije yo, acordándome del encende- sepas que estabas frente a Iwit, el espíritu de la
dor que me había dado Camila antes de que nos oscuridad.
separáramos. —¿El devorador de vida que es inmortal? —me
La leña se encendió en un instante, como si es- interrumpió Camila.
tuviera ansiosa de convertirse en una fogata. —Sí, sólo que él no es inmortal. Nunkui me ha
—¿De dónde apareciste, Pamela? ¿Por qué me contado que el espíritu devorador hace tiempo pac-
ordenaste que me quedara con los ojos cerrados?, tó con los dioses que no sería vencido ni por la ma-
¿cómo llegamos hasta aquí? —me preguntaba Cami- no de semidioses, ni de garras, ni de colmillos de
la muy agitada, sentada frente a la fogata calentando animales, pero no pidió ser invencible para la mano
sus manos, mientas el pájaro escondido bajo su falda de un humano, porque hace siglos los había conver-
miraba el fuego con asombro. tido en sus esclavos. Por esa razón, él no puede ma-
En ese momento me acordé de Nunkui. Lo en- tarte, sólo atraparte en las redes del miedo. Por eso te
contré congelado en mi bolsillo. ordené que no abrieras los ojos.
—¿Quién es él? —preguntó Camila viendo có- —Espera, pero si el pacto de Iwit con los dioses
mo mi peludito amigo se acercaba al pichón estirán- es cierto, nosotros somos capaces de derribarlo —ex-
dole unos pequeños dáteles. El pajarito se los tragó clamó Camila.
de una sola. —Sí y no. Uno no puede enfrentarlo, tu energía
—Es mi amigo Nunkui —le dije—. El que apa- es como una vela en la inmensa oscuridad. Pero si se
recía en el bosque a cada rato y tú no me creías. unen varias… —no pude acabar de explicarle lo que
—¡Qué lindo! Parece un duende de verdad me había revelado Atau, porque escuchamos unos
—exclamó Camila acariciando con el meñique su pasos que se acercaban a la choza—. Escondámonos
cuerpo peludo. detrás de esta leña —propuse.
—Nunkui, para servirle. —Mi amigo se inclinó Antes de correr a nuestro escondite me acerqué
como un caballero. y soplé el fuego, pero de mi boca en vez de aire salió
Un viento sacudió a los árboles y a las frágiles una ola de arena que apagó la llama.
paredes de la choza.
—Mira, Cami, no tengo tiempo para contarte
todo lo que me ha pasado, lo importante es que

168 169
Pancho

P or fin estábamos al otro lado, sólo que se-


guíamos en los mismos disfraces monstruo-
sos y con una compañera más: la mujer cabra que
saltó tras nosotros para atraparnos. Estaba oscurecien-
do y un viento helado corrió por nuestros pelajes.
—¡Tienen que regresar, ladrones! Los denuncia-
ré, serán castigados —exigía la mujer cabra
—Mire, señora, ya estamos al otro lado y aquí
gobiernan otras leyes —le contestó amablemente
Antonio.
—Además, nadie nos puede obligar a regresar de
nuevo al lado de oscuridad —añadí.
—Si usted desea regresar a su tierra natal puede
ir cuando le apetezca, respetamos su voluntad —iro-
nizó Antonio.
—¿Tierra natal?, ¿ustedes acaso creen que yo
he nacido tan fea? ¿Y qué me dirían si supieran que
yo era la princesa más hermosa del reinado de los
Siete Vientos?
Nos quedamos con caras alargadas.

171
—Sólo que en este lado nadie me extraña, en el mundo a través de un hueco. ¿De qué poderes
cambio en el lado de la oscuridad por lo menos soy estás hablando?
alguien y me tienen respeto —añadió ella—. Pero —Lo que pasa es que el disfraz no viene con un
antes de regresar tengo que resolver unas cuentas manual de poderes. Tienes que descubrirlos tú solo.
pendientes con mi padre. Antonio se acercó a la fogata y sopló también.
De repente, sin previo aviso, se desplomó un Pero de su boca no salió nada de fuego, en cambio
aguacero. se produjo un torbellino tan fuerte que elevó nues-
—Escondámonos en esta choza —propuse yo, tros cuerpos y al final se escapó por el techo dejan-
indicando una casucha que estaba sobre una monta- do un huecazo.
ñita al lado izquierdo. —¿Qué fue eso? —preguntó Antonio, asustado
Parecía estar abandonada. En su interior no en- de su inesperado poder, que lo dejó botado al lado
contramos ni un mueble, ni un objeto, sólo en el de la puerta.
centro de la casa, sobre el suelo de barro, había una —Lo que pasa es que estás muy atormentado
montaña de leña consumida a medias. por dentro y por eso te salen torbellinos. En cambio
—Perfecto —dijo Antonio—. Una fogata sería yo estoy muy irritada, estoy llena de fuego interno.
lo máximo en este clima. Veamos qué tiene adentro este perro. —Dirigió hacia
Pero por más que buscaba y rebuscaba los fósfo- mí su mirada pícara la mujer cabra.
ros por toda la casa, no los encontró. —Es que no creo que tenga algo —traté de de-
De repente, la mujer cabra se acercó a la leña fenderme, porque realmente no quería mostrar en
y sopló sobre los palos secos. En un instante, la público cómo estaba por dentro.
leña se encendió convirtiéndose en llamas danzan- —¡Inténtalo! —me ordenó Antonio.
tes, la luz roja del fuego iluminó la casa y nuestras Sentí que no me dejarían en paz. Así que me
caras asombradas. acerqué y soplé a la fogata.Todos quedaron asustados
—¿Cómo lo hiciste? —le pregunté. al ver que me convertía en una pileta, del hueco de
—¿Acaso ustedes todavía no descubren los po- mi cuello salía sin parar tanta agua que parecía un
deres que poseen por tener estos disfraces? diluvio, todo el piso de la casa estaba inundándose.
—¿Poderes? ¡Ningunos! Sólo incomodidad de —¡Para! —trató de ordenarme Antonio, pero yo
caminar en cuatro patas, tener pulgas y sarna y mirar tampoco sabía cómo apagar esa fuente.

172 173
La mujer cabra saltó a mi lado y me dio unas Antonio
palmaditas sobre la espalda. De golpe, la fuente cesó.
—Mucho llanto retenido, mucho arrepenti-
miento —dio su dictamen la mujer cabra.
—¿Y tú, por qué estás tan llena de fuego? —pre-
guntó Antonio.
—Porque uno se quema por dentro cuando vi-
ve una injusticia —dijo ella y de sus ojos salieron
chispas.
—¿Por qué no nos cuentas tu historia? —pro-
puso Antonio—. La noche es larga —dijo él, miran-
L a mujer cabra concentró su vista sobre la
fogata y empezó su historia:
«Yo era la hija del rey Chanutan, del reinado de
do el cielo estrellado por el hueco del techo. los Siete Vientos, donde la gente vivía siguiendo las
Me di cuenta de que él se acostó al otro lado de enseñanzas del dios de los vientos, Seumul: “El vien-
la fogata para no estar a mi lado. to siempre sopla a todas las direcciones, sin tener
—¿De verdad quieren escuchar mi historia? preferencias”. Mi padre nunca usaba vestimentas dis-
—preguntó sorprendida la mujer cabra—. Bueno, allí tintas que las de la gente de su pueblo y caminaba
les va. por el reinado sin ser reconocido. Así sabía de prime-
ra mano cómo vivía su gente. Mi madre murió cuan-
do yo tenía cuatro años, decían que era la mujer más
luminosa y bella y que yo era su fiel copia. Mi padre,
como estaba siempre al servicio de su pueblo, casi no
pasaba en la casa.Yo me quedaba contenta en el jardín,
escuchando las historias de las plantas. Pero la gente
del pueblo murmuraba que no estaba bien que una
niña creciera sola, sin madre. El rey Chanutan decidió
escuchar sus consejos y casarse de nuevo.
Un día, él se sentó en el campo, bajo un árbol.
No había nadie a su alrededor, sólo un pájaro daba

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vueltas, un gallinazo, buscando un animal muerto. Esa mujer se convirtió en mi madrastra. Parecía
Estirando sus brazos al cielo mi padre suplicó a los ser una mujer muy buena para mi padre, él estaba
dioses de la creación que lo ayudaran a encontrar a todo el tiempo encantado con su presencia y ella
una mujer de buen corazón, que le dieran alguna contrató para mí bastantes profesores que realmente
señal. En pocos minutos, el rey vio caminar bajo sus no me daban nada de sabiduría, sólo me obligaban a
pies a un escarabajo. Cuando lo cogió y lo acercó a memorizar datos. Nadie sospechaba nada de mi ma-
su cara, vio que sobre su caparazón negro estaban drastra, sólo mis plantas me decían que esa mujer no
trazadas unas letras blancas: “Nadie conoce tu cara. era como trataba de aparentar. Pero yo pensaba que
Sólo un corazón noble reconocerá a otro igual”. Mi mis flores estaban celosas porque pasaba más tiempo
padre sabía entender las señales de los dioses. Al día con los libros que en su compañía.
siguiente, el rey anunció su deseo de encontrar a la Mi madrastra le pidió a mi padre que construye-
mujer de su corazón. Una cola de mujeres se agolpó ra un palacio muy alto desde el balcón del cual él
en la puerta de su humilde palacio, que más se pare- podría ver todo su reinado y vigilar sus tierras sin se-
cía a una casa. pararse de sus abrazos. A él le pareció una idea encan-
El rey ordenó que pusieran diez sillas y sobre tadora e inmediatamente ordenó la construcción del
ellas se sentaron diez hombres jóvenes y muy apues- palacio más alto que existiera en la Tierra. Para cons-
tos. El rey se ubicó entre los sirvientes. Las mujeres truir ese palacio tan alto, talaron todos los bosques de
deberían entrar a la sala y adivinar quién de esos diez nuestro reinado y aun así la construcción no llegaba ni
hombres era el ilustre soberano. Todas las mujeres se a la mitad de su altura. Los campesinos se quedaron sin
equivocaban y elegían a los jóvenes esbeltos como casería, porque los animales huían a otras tierras bus-
rey. De repente, en la sala entró una mujer muy gua- cando bosques frondosos. Sin los árboles, la tierra se
pa, vestida de negro. Pasó rápidamente su mirada de convertía en un desierto y el pueblo sufría de hambre».
ojos verdes por todos los hombres y se detuvo sobre —¿Y tu padre no hizo nada? —le interrumpí a
mi padre, que estaba parado en la esquina. La mujer la mujer cabra.
se acercó y se arrodilló frente él: —Mi padre estaba encantado por mi madrastra.
—Es muy grato estar frente a nuestro ilustre rey Un día la vi levantarse muy temprano e ir a mi jardín.
—dijo ella—. Sólo un corazón ciego puede no ver Allí, ella arrancó las flores de floripondio, esa flor que
esta luz de nobleza que emana su presencia. adormece la conciencia del hombre y hasta puede

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matarlo, y se puso a prepararle el té a mi padre. Al ver lo ha agobiado, sólo que no se lo contaba a nadie.
que ella introducía los pétalos blancos de esta flor en Porque conozco el corazón de tu padre, que no puede
la tetera, corrí a la habitación de mi padre y le supli- dejar a su pueblo sin su supervisión, y como no puede
qué que no tomase de ese té, que la reina lo embru- caminar mucho, como antes, decidí construir este pa-
jaba, pero en este momento se abrió la puerta pesada lacio desde el cual él podrá observar sus tierras.
de su cuarto y entró mi madrastra llevando sobre el —¡Pero por eso nos quedamos sin bosques! —le
charol dorado la taza de té con aroma perfumado. interrumpí yo—. No le creo a usted ni una palabra.
—¿Qué pasa aquí? —musitó ella con su voz dul- ¡Mis plantas hace tiempo me advirtieron sobre su
zona—. ¿Acaso la pequeña soñadora inventa otro de maldad y su apariencia mentirosa!
sus cuentos fantásticos? —Pobre niña, ¿cómo puedes creer en las palabras
—Así es, mi amor —le contestó mi padre—, mi tontas de unas plantitas? Te quiero aclarar que prime-
hija tiene una fantasía desbordante. —Y estiró su ma- ro llegó la sequía y por esa razón murieron tantos
no para coger la taza. árboles. ¿Acaso crees que yo quisiera destruir mi pro-
Yo quería impedirlo y me acerqué a la bandeja, pio reinado? —dijo ella y me sentó sobre sus rodillas.
pero mi madrastra agarró mi mano y, sin perder la Sentí el olor tan rico de su cuerpo, que me re-
sonrisa de su cara, me ordenó: cordaba al olor de mi madre. La abracé arrepintién-
—¿Creo que la niña está atrasada a sus clases de dome de mis sospechas. La esposa de mi padre me
la mañana? —Y golpeó sus palmas tres veces. visitaba cada día. Compartimos largas horas paseando
De inmediato aparecieron los profesores y me juntas. Ella era encantadora, me enseñaba el arte de
arrastraron a la biblioteca. Pero yo no podía concen- la cocina, a cantar y a domesticar animales salvajes.
trarme en mis clases, sabía que mi padre estaba en Pasábamos juntas horas y horas. Pero un día entró mi
peligro con mi madrastra. Como si ella hubiera es- padre muy furioso a mi habitación.
cuchado mis pensamientos, se deslizó a la biblioteca, —¡Hija mía! No esperaba que tengas tu cora-
se acercó a mí con su cara llena de ternura y arregló zón duro como una roca. ¿Cómo puedes impedir
con su mano perfumada mi pelo. mi felicidad?
—La gente es muy miedosa y tratan de ver cosas —¿Cómo puede pensar eso de mí, padre? Si lo
tenebrosas donde no están. Este té ayuda a tu padre a que más que quiero en la vida es su felicidad —traté
calmar el dolor de su espalda, que durante varios años de tranquilizarlo.

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—¿Entonces por qué le impides a mi mujer que
me visite? ¿Por qué quieres que me abandone? ¿Por
qué la obligas a acompañarte todo el tiempo?
—Pero si nada es verdad, padre mío —le con-
testé—. Nada de eso es cierto.
—Tranquilízate, mi amor —tomó la palabra
mi madrastra y yo me sentí aliviada de que todas
las acusaciones injustas de mi padre pronto serían
desvanecidas.
—Tú sabes que tu hija perdió a su madre a tem-
prana edad, así que no la juzgues con tanta severidad.
Por esta razón, no me acepta como su segunda madre
y no quiere vernos juntos.
—¡Cómo puede decir eso! Usted es una menti-
rosa. Las flores del jardín de mi madre decían la ver-
dad, usted no es quien aparenta ser. ¡No escuches a
esta bruja, papá! ¡Te ha embrujado!
En ese momento, mi madrastra estalló en llanto.
—Si tu hija no quiere que esté a tu lado, me voy,
amor mío. Pero no quiero que me ofendan.
Sin que pudiera decir algo en mi defensa, mi
padre volteó hacia mí con su rostro lleno de rabia
y gritó:
—¡No quiero verte nunca más, no eres mi hija,
eres un verdadero monstruo!
En ese instante, mis lindas piernas se deformaron
y se transformaron en patas de cabra, mi cuerpo se
cubrió de este horrible pelaje, y mi cara se hizo así

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de fea, con dos cuernos como de diablo; las sirvientes maldecirías a tu amigo. ¡Por supuesto que yo gané!
que estaban a mi lado gritaron del susto. En ese mo- —dijo ella sonriendo.
mento, la mujer de mi padre movió sus brazos tres —¿Y si sabías quiénes éramos, por qué no nos
veces y al instante se convirtió en un gallinazo y se delataron al hombre canoso del cuerno? —le disparé
fue volando por la ventana, esparciendo su sonrisa por mi pregunta.
el aire. —Fue una petición de chancho enano. Me cos-
—¡Qué hice! —gritó mi padre, entendiendo su tó tener la lengua apretada todo este tiempo. Bueno,
error. Entonces quiso abrazarme, pero no pudo, sus ¿qué fue, Antonio, vas a disculpar a tu mejor amigo?
manos sólo pudieron sostener el aire, mientras yo ya —retomó ella.
estaba lejos del palacio, caminando al otro lado, en el —¡Es que no puedo considerarlo como mi
lado de la oscuridad. mejor amigo! ¡Porque parece que nunca lo fue!
—¿Pero tu padre te maldijo porque fue engaña- —Con mucha ira boté estas acusaciones direccio-
do y al final se arrepintió? —le pregunté. nadas a Pancho.
—¿Y qué quieres? ¿Que lo perdone como si no —¡No es cierto, Antonio! Yo siempre seré tu
hubiera pasado nada? ¿O le agradezco por conseguir- amigo, no sé qué me pasó, qué mosca me picó. Es que
me un hospedaje gratuito en el mundo de las bestias? estaba tan celoso.
¿Si eres tan generoso por qué no disculpas a tu ami- —¿Celoso de quién?
go? —Me clavó su mirada. —¡De ti y Camila, porque ella vive encantada
Sentí que sus palabras entraban como una flecha con lo que tú dices y lo que los demás decimos no
en la llaga de mi corazón. Todavía me costaba creer le importa nada! —disparó Pancho.
que mi mejor amigo hubiera podido maldecirme, —¡Pero si no es verdad! Tú sabes que yo y Ca-
convertirme en un horrible monstruo. mila sólo somos amigos —exploté.
—¿Qué fue, Antonio? ¿Acaso Panchito no es tu —¡Sí, yo sé!
mejor amigo? —me llamó la mujer por mi nombre. —¿No te parece monstruoso maldecir a tu ami-
—¿Pero, y cómo sabe de nosotros? —se adelan- go sólo por celos de una chica? —le grité a Pacho.
tó Pancho. —¡Es que no es una chica cualquiera, es Camila!
—Los vi en el lago apenas ustedes aparecieron —me contestó gritando él.
en la selva y apostamos con el chancho enano que

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Camila

A penas nos escondimos detrás de los tron-


cos, la puerta se abrió y entraron tres re-
pugnantes monstruos, uno sin duda era el espíritu
maligno sin cabeza que me había atacado en la cue-
va de los tigres. Me quedé perpleja viendo los po-
deres que ellos mostraron, uno tras otro, y casi me
da un patatús cuando me enteré de que esos horri-
bles monstruos eran mis queridos amigos. Pero no
aguanté al escuchar sin cesar mi nombre, como si
yo fuera la culpable de esa maldición.
—Un momento. ¿Qué tengo que ver yo en es-
ta historia? —Salí de mi escondite.
—¿Camila? —preguntaron ellos al unísono.
—¡Sí, la misma que viste y calza! Por lo menos
igual que antes y no como ustedes, convertidos en
unas bestias.
—Cuenten, por Dios, ¿qué les ha pasado? —Sa-
lió también de su escondite Pamela con Nunkui so-
bre su hombro derecho y con el pichón sobre su
hombro izquierdo.

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—¡Pamela! ¿Que están haciendo aquí? —gritó La tierra empezó a temblar bajo nuestros pies,
el monstruo que era Antonio. como si fuera un terremoto, pero eran los pasos pe-
—Es una larga historia —contesté, estirando mi sados de Iwit que se acercaba hacia nosotros. Un
mano sobre la cual aterrizó el pájaro—. Estábamos viento helado abrazaba nuestras almas, la respiración
salvando a este pichón de su muerte. de la muerte rosaba nuestras mejillas. El pájaro estaba
—¿Así que dentro del huevo había un pájaro? temblando, su corazón latía más rápido que el mío,
—exclamó el monstruo Antonio. presenciando su inevitable muerte.
—¿Y tú cómo sabes del huevo? —me quedé —¡Esperen! —gritó Pamela—. La bruja Atau me
pasmada. dijo que si se unen los cuatro elementos, juntos po-
—Es que fui yo quien te lo di. Se lo robé al dríamos vencerlo.
otro lado. —¿Y de dónde sacamos esos cuatro elementos?
—¿Qué otro lado? No entiendo nada. —preguntó Antonio.
—Del lado donde vivimos nosotros, las bestias —¡Sí los tenemos! Tú tienes el viento, su amiga
más repugnantes —me contestó una mujer con patas el fuego, yo la tierra y Pancho el agua.
de cabra. —¡Qué genial! ¿Y qué tenemos que hacer?
—¿Y quién es ella? —preguntó Pamela. —preguntó Pancho.
—Nuestra amiga —contestó el Pancho descabezado. —Me conectaré con el alma del universo
—¡Muchas gracias! Hace tiempo que nadie me —dijo Pamela, cerró los ojos y estiró sus manos
llamaba así —pronunció ella, sonrojándose. al cielo.
En ese momento, un viento feroz arrancó el te- Todos vimos cómo una corriente la atravesó
cho de la cabaña y las paredes cayeron como naipes. desde sus pies hasta la cabeza y se descargó al aire. Un
Una voz muy potente e infernal estremeció nuestros túnel se abrió en el cielo oscuro. Pero en ese instan-
oídos, congelando nuestros corazones. te vimos una sombra inmensa que aparecía sobre las
—Es Iwit —grité yo, apretando el pichón contra coronas de los árboles por el lado derecho. Todo mi
mi pecho—.Viene por el pájaro. cuerpo empezó a temblar sin querer.
—¿Y cómo lo enfrentamos? —se sobresaltó la —Apúrate, Pamela, Iwit está a veinte pasos
mujer cabra—. ¡Nadie es capaz de vencerlo! Hasta en —gritó Antonio.
el mundo de la oscuridad le tienen pavor. Pero Pamela seguía quieta.

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—¿Por Dios, qué hacemos? —salió un grito Antonio
ronco de mi boca—. ¡Por favor, Pame, reacciona!
Pero ella seguía como poseída.
—¡Creo que no tenemos ninguna salida! —pro-
nunció muy seriamente la mujer cabra—. Máximo
en cinco minutos estaremos nadando en los jugos
gástricos del espíritu de la oscuridad.
Todos sentimos lo mismo, un final inevitable,
mirándonos por última vez.
—Camila, ubícate con el pájaro en el centro
—pronunció Pamela por fin—. Nosotros tenemos
A penas apretamos nuestras manos sentí una
ola de energía que recorría nuestros cuer-
pos, como si fuera electricidad. Era algo físico. La
que formar un círculo, enlazando las manos —orde- palma de mi mano sentía unas cosquillas de calor,
nó abriendo los ojos. como chispas. De repente vi que los cuerpos de mis
Despegué con dificultad mis pies que parecían amigos emanaban una luz amarilla muy intensa, en-
echar raíces en la tierra. Apenas los otros formaron cerrándonos en una burbuja de luz. Casi me da un
un círculo, el pájaro se puso muy contento, movien- patatús cuando empezamos a elevarnos cada vez más
do sus doradas alas como si estuviera totalmente pro- y más arriba. Tenía cosquillas en el estómago por
tegido. estar suspendido sobre las coronas de los árboles, sin
—Ahora no se suelten las manos por nada del piso firme bajo los pies.
mundo —dijo Pamela. —Camila, no seas gallina, abre los ojos —se bur-
ló Pamela.
—¡Es que tengo miedo a las alturas! —se justi-
ficó Cami.
Apreté con más fuerza las manos de mis com-
pañeros, presintiendo que si nos soltábamos, la bur-
buja se estrellaría a gran velocidad contra la tierra. El
pájaro, de repente, lanzó un chillido y otro más; todo
el bosque resonó con su canto alegre y hermoso.

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—¡Miren que colores tan locos! —exclamó la reinado de tinieblas —exclamó Pamela como si fue-
mujer cabra. ra el final de un cuento.
Nuestra burbuja desprendía polen de luz por —¡Esperen! No podemos eliminarlo completa-
donde pasaba volando, convirtiendo el bosque po- mente, se estremeció la mujer cabra.
drido en una selva exuberante de colores sicodélicos —¿Por qué? —la enfrentó Pamela.
y fosforescentes. Era impresionante ver cómo los —Porque si matamos a Iwit desaparecerá tam-
habitantes de la selva salían poco a poco de sus es- bién el lado de oscuridad, con todos mis amigos bes-
condites, estirando sus cuerpos encogidos por el tiales —explicó la mujer cabra.
miedo. No me imaginaba que ese bosque estuviera —¡Pero hay que eliminar el mal para siempre!
sobrepoblado de toda clase de animales, pájaros, in- Sacarlo de raíz para que no renazca nunca más —re-
sectos, criaturas extrañas y de indígenas nativos. To- clamó Pamela.
dos miraban el cielo anonadados; nuestra bola de luz —¿Acaso no están convirtiéndose ustedes en
flotaba por el canto libre y hermoso del pájaro do- asesinos, justificando la matanza en el nombre de la
rado. Al principio, unos pocos lanzaron sus gruñidos luz? —la enfrentó la mujer cabra.
con sumo cuidado. Pero la canción del pájaro era Sentimos cómo se perdía la fuerza entre nuestras
coreada cada vez más fuerte por toda clase de aulli- manos y la burbuja de luz empezó a descender poco
dos, silbidos, gritos. Camila tampoco resistió y se a poco. El pájaro fue el primero en percibir este cam-
puso a tararear al compás de la canción del pájaro. bio e interrumpió su canto.
Era tan contagioso ese ritmo que en pocos minutos —¿Y qué propones, entonces? ¿Cómo quieres
todos nosotros estábamos gritando a todo pulmón ganarle a este espíritu de oscuridad? —seguía indig-
con nuestras voces afónicas una canción que no te- nada Pamela.
nía ni música ni letra, era un himno de felicidad, un —Disculpen —soltó Camila.
himno de la vida, de libertad. —¿Disculpen? —Se quedó asombrada Pamela y
Casi toda la selva estaba iluminada, sólo una todos nosotros también. Esa respuesta era muy extraña.
tercera parte del lado izquierdo quedaba todavía —Así es, disculpen. Hay que usar el arma, pues
en tinieblas. Iwit no espera. Lo que él quiere es llevarnos otra vez
—Pronto será el fin de Iwit, el dios de la oscu- a su trampa. Si lo matamos tendríamos su sangre so-
ridad y el silencio. Será eliminado para siempre su bre nuestras manos, sin querer llevaríamos su espíritu

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de violencia en nuestras almas, pero si lo perdonamos puede un espíritu de luz gobernar el lado oscuro y
estaría derrotado, humillado y debilitado. ser el rey de las bestias?
—Estoy de acuerdo con Camila —dije yo—. —Tuve que pasar un tiempo escondido en el
Cuando estaba al otro lado, en la oscuridad, vi allí la otro lado, en la oscuridad, porque no tenía suficiente
planta de la vida que tiene dos lados: el del bien y el fuerza para poder enfrentarme contra Iwit. No tenía
del mal, que conviven juntos y se alimentan uno del suficientes guerreros a mi lado. Cada año hay menos
otro. Estos dos lados contrarios restablecen la armonía gente que me busca, que desea aprender de mí. Lo
de la vida y están en permanente lucha. No se trata de material poco a poco destruye lo mágico.Y uno solo
eliminar el mal para siempre, como nos enseñan las no puede hacer mucho. Date cuenta, sólo en la unión
películas de acción o los libros de ficción, porque es con la fuerza espiritual de tus amigos pudiste enfren-
imposible. Apenas matas a Iwit tú te convertirás en su tar a Iwit y debilitarlo. Creo que deberían unir de
seguidor, porque usarás su propia arma. nuevo sus manos y activar su energía. Su pájaro do-
—Tienes razón,  Antonio. —De repente apareció rado ha estado demasiado tiempo callado.
el hombre vestido con una túnica blanca con el cuer- —Creo que no podremos reactivar la energía
no sobre su frente—. Por eso mismo te enseñé la porque no estamos de acuerdo entre nosotros —dijo
planta de la vida. La victoria está en sus corazones. Camila dirigiendo su mirada a Pamela.
Mientras más gente en la Tierra proyecte luz, más —¡Sí, no estoy de acuerdo con que sólo con el
iluminado estará el universo; si tienen menos luz en perdón uno tenga que enfrentar al enemigo!
sus corazones, más guerras reinarán. —Tienes toda la razón, uno siempre tiene que
—Si no creyeran en la magia, se quedarían sor- tener la postura de guerrero y estar dispuesto a luchar,
dos para escuchar la voz de la sabiduría —de repen- pero sin usar la violencia, sino con la sabiduría y la
te pronunció el duende de Pamela, saliendo de su astucia —corrigió Etsa.
bolsillo—. ¿Estoy en lo correcto, venerable Etsa, es- —Con eso estoy totalmente de acuerdo —dijo
píritu luminoso, procreador de la vida? Pame y estiró sus brazos.
—Absolutamente —le respondió el hombre Juntamos de nuevo nuestras manos con alegría.
de túnica. La burbuja se elevó una vez más y el cantautor dora-
—¿Cómo que Etsa es el espíritu luminoso, pro- do retomó de nuevo su canción.
creador de la vida? —me quedé perplejo—. ¿Cómo

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Pancho

T oda la selva estaba patas arriba, una gran


fiesta que no ocurría en años. Los habitan-
tes nos llamaban para que fuéramos los invitados es-
peciales de su festín. Sus manjares apetitosos despren-
dían un exquisito olor que golpeaba nuestras narices.
Desde la altura de nuestra burbuja de luz se veía sólo
un pedazo oscuro, diminuto, en el lado izquierdo de
la selva. De repente, Pamela pronunció en voz alta:
—Creo que es tiempo de unirnos a la fiesta.
Realmente todos esperábamos eso, porque nues-
tras barrigas daban alaridos de hambre. Sólo aflojamos
un poco nuestras palmas y de una descendimos en el
centro de la fiesta. Me parecieron conocidas las caras
de esos habitantes. Sin duda era la gente del pueblo
hundido que estaba descansando sobre la hierba. Al
lado de ellos mecía sus adoloridas piernas el viejo
sarnoso, sirviéndoles agua.
—Tomarán agua, boniticos. Perdonarán al viejo
vengativo. El perdón es mágico —dijo él y de sus ojos
salieron lágrimas como una fuente, pero eran lágrimas

195
de verdad y no los granos de sal como antes—. Parece Camila
que yo tenía dentro de mí un lago detenido. —Se rió,
limpiando el riachuelo salado—. ¿Qué te pasa, Pancho?
Me pareció raro que el viejo me hubiera reco-
nocido aun con mi disfraz.
—¿Por qué estás triste? Espero que hayas disfru-
tado de tus deseos.
—No lo creo, porque lo que quería de verdad
no lo he pedido.
—¿Y qué quisieras pedir si tuvieras de nuevo un
cristal mágico? —me preguntó.
A penas aterricé, los hombres tigre corrieron
hacia mí, levantándome en sus manos y
llevándome a su baile. Todo el mundo danzaba a mi
—Pediría que seamos de nuevo amigos con An- alrededor y de vez en cuando me lanzaban al aire con
tonio, para siempre. gritos de victoria. Cuando me lanzaron por décima
—Pero creo que ese deseo está cumplido. —El vez pude ver desde arriba las figuras de mis amigos
viejo se quedó medio desubicado mirando detrás Antonio y Pancho, que eran como antes y estaban
de mí. caminando juntos, gritando mi nombre y el de Pa-
Me di la vuelta y vi a Antonio, que estaba sin mela. Aproveché el momento en que los hombres
disfraz. Miré mi cuerpo y descubrí que era de nuevo tigre me bajaron y huí entre sus peludas piernas.
yo, sin el pelaje de ese horrible perro. —¿Y este milagro? —le pregunté a Pancho al
—¿Pero qué ha pasado? —Me quedé perplejo. ver el cambio de mis amigos de bestias a criaturas
—¿Sabes qué, Pancho? Te propongo un trato. Lo humanas.
que pasó queda en el pasado y nuestra amistad será —Es la potencia del perdón —aclaró Pancho,
duradera y para siempre. Pase lo que pase. —Estiró su aunque no entendí a qué perdón se refería.
mano Antonio. —Vamos, Cami, llegó el tiempo de regresar a
—¡Por supuesto! —exclamé y abracé a mi pana. casa —dijo Antonio.
Un lago de lágrimas reventó de mis ojos.Y como —¿Y Sofía? —me estremecí.
a mí no me gustan las cursilerías, le paso la palabra a —Sé que ella no está aquí —me dijo con evi-
Camila. dente seguridad.

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—¿Y cómo sabes eso? —lo interrogué.
—Me lo dijo una lagartija sabia, a la cual tene-
mos que buscar. ¿Dónde se metió Pamela? —me
preguntó.
Volteamos las cabezas y vimos a Pamela, que
estaba sentada sobre la hierba compartiendo unos
diminutos maníes con su Nunkui.
—Pame, tenemos que irnos —le grité.
—Ya voy, esperen un minuto —contestó ella—.
Te voy a extrañar mucho —se dirigió a su amigo
acariciando su cabecita calva—. ¡Mira! Te está cre-
ciendo otro pelito —gritó ella.
—¿Dónde? —Nunkui miró su reflejo en un
charco—. Eso quiere decir que están naciendo nue-
vas esperanzas —dijo él alegre, pero pronto cambió
el tono—. Hagamos esta despedida más rápida. An-
da, bruja Atau, pero nunca olvides que tienes a tu
fiel sirviente Nunkui —dijo él y desapareció antes
de que Pamela pudiera estrecharlo en sus brazos por
última vez.
Nos llevamos a Pame, que sollozó todo el cami-
no hasta llegar a un árbol enorme, sobre la corteza
del cual estaba sentada una lagartija con una burbuja
inmensa que sostenía su cola.
—¡Por fin llegaron! —dijo indignada—. Debían
haber estado aquí hace media hora, ya estoy cansada
de esperarlos tanto tiempo. Métanse en su presente
—exigió ella muy molesta.

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Era impresionante ver cómo se agrandaba la bur- Pamela
buja y dentro de ella aparecía el cuarto de Antonio.
—¡Tenemos que entrar antes de que explote la
burbuja! —dijo Antonio.
—¡Por Dios, apúrense! —gritó la lagartija—. Si
no cierro el negocio y me voy a almorzar.
Primero atravesó Antonio la pared transparente,
después desapareció Pancho, y luego la burbuja se
tragó a Pamela. Yo miré la selva por última vez y vi
allí parados a la mujer cabra, que estaba sosteniendo
la mano de un viejo que parecía ser su padre; a Etsa,
A penas entramos en la burbuja aparecimos
de nuevo en el cuarto de Antonio, senta-
dos en las mismas posiciones de antes. Sofía estaba
el espíritu luminoso, con Nunkui sentado sobre su entrando a la habitación con un plato lleno de
hombro; a los hombres tigre; y al pájaro dorado. Me panqueques.
daba mucha pena abandonarlos cuando apenas los —Aquí les traigo la mayor delicia del universo
había conocido, pero mis amigos estaban esperándo- —dijo ella y puso el plato al lado del espejo que,
me, así que me metí en la burbuja. como antes, seguía al revés.
Las caras de mis compañeros estaban alargadas
por el asombro, mirando a Sofía como si fuera un
espejismo.
—Oigan, ¿qué les pasa? —preguntó ella—. ¿Se
volvieron locos? —trató de defenderse cuando los
cuatro nos abalanzamos sobre su cuello, ahorcándola
con nuestros abrazos—. ¡Qué exagerados!, sólo les
traje unos panqueques. A ver, siéntense, me alegra que
estén todos de buen ánimo, así les puedo leer la his-
toria final de mi libro.
Y comenzó a describir las páginas amarillas con
dibujos: un perro descabezado, un hombre con túnica

200 201
blanca y un cuerno sobre su frente, un duendecito Irina Gamayúnova
peludo… Pero todos nosotros ya sabíamos cómo iba
a terminar esa historia, porque los cuatro ya la había-
mos vivido en carne propia. Para nosotros estaba
claro que no se trataba de un simple cuento, era una
historia mágica en la que habíamos sido protagonis- Nació en Rusia, pero se inspira desde el volcán
tas y la cual nos había cambiado el destino. Pichincha y se nutre de los mitos de la selva. Ella dice
que durante el día vuela como cóndor y de noche se
transforma en un puma. Es actriz de teatro y televisión,
así como escritora de obras teatrales y guiones de cine
y televisión. Irina cree que la imaginación no tiene
fronteras y la magia es la realidad. El último canto de la
selva es su segundo libro para el público infantil.

202 203
La niña azul
Ana Catalina Burbano

«Al otro lado del espejo está la niña azul. Para


llegar hasta ella sólo hay que ver despacio y con cui-
dado. Primero debes cerrar los ojos, como mirando
hacia dentro de ti. Después los vas abriendo suave-
mente…». La niña azul nos lleva al lugar donde se
encuentran todas las palabras, aunque siempre hay
alguna que está por llegar.

205
Encuentros inquietantes
Leonor Bravo Velásquez

«La muerte se sienta suavemente en el borde de


la cama y espera…». En estos cuentos para jóvenes,
Leonor Bravo, con una voz insospechada, recorre
caminos cercanos al terror, a lo inexplicable, al dolor,
a la violencia; a esos encuentros no esperados ni de-
seados que pueden sorprendernos en medio de la
cotidianidad y dejarnos exhaustos con su presencia.

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