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A partir de ahí mis complejos aumentaron, no eran sólo físicos, también recaían en el hecho
de no sentir que fuera lo suficientemente inteligente, capaz y con alguna característica
especial que pudiera caracterizarme (valga la redundancia).
Siempre pensé que la salud mental era igual de importante a la salud física, pero yo no me
sentía saludable. Tuve una época en la cual pasaba la mayoría de tiempo en mi habitación.
No siempre me sentía bien, y tenía la tendencia a pensar demasiado cuando me encontraba
sola. A partir del 2011 la enfermedad de mi padre comenzó a tener más percances, además
que por tener personalidades similares teníamos varios problemas en nuestra relación
padre-hija. Esto produjo que me sintiera estresada y saturada.
La mayoría del tiempo me encontré frente a situaciones donde pensaba en el suicidio, pero
me encontraba de frente con el miedo a morir y no saber que hay después de la muerte, y
entonces este miedo terminaba siendo aún más fuerte que las ganas de quererme suicidar.
La idea de sentirme encerrada, la idea de sentirme poco y de no ser capaz de hacer cosas
grandes, las peleas con mi padre, su enfermedad me llevó a asistir a unas cuantas sesiones
con una psicóloga durante un mes, lo cual me ayudó bastante, sin embargo, no resolvió en
su totalidad mis problemas.
Tuve cumpleaños tristes debido a ciertos momentos sobre todo por culpa de la enfermedad
de mi padre, pues a pesar que peleábamos seguido, ese hombre siempre fue el mejor padre
que pude desear. Pero después de su muerte la vida me dio un cambio drástico y fuerte. He
tratado de lanzarme al agua y tomar riesgos que hasta el momento han salido bien, pero
siempre vuelvo a encontrarme frente a situaciones donde siento que recaigo en mi tristeza
y en mi inseguridad.