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La representación de las aves en la literatura

Cuando la pluma vuela


 BLOG, DERIVAS LITERARIAS 
18-06-2019

Edgar Allan Poe, Emily Dickinson, Gonzalo León, Jorge Luis Borges, Margaret Atwood, Samuel Taylor Coleridge, William Shakespeare

De Wordsworth a Samanta Schweblin, pasando por Edgar Allan Poe, Leopoldo


Lugones, J.A. Baker y Emily Dickinson, un recorrido de la mano de Gonzalo León.
Borges y el cargo de inspector de aves y la visita de Margaret Atwood a Argentina para
observar pájaros: viaje sobre las alas que cruzaron los versos y las historias de la
literatura.

Por Gonzalo León.

A partir del siglo XIX –aunque también


antes– la representación de las aves en la
literatura es algo que se puede ver
claramente. Algunos dicen que se debió a
los lake poets, que salían a contemplar la
naturaleza como modo de inspiración para
sus poemas. Es decir el romanticismo como
movimiento estético heredero de la
Revolución Francesa, aunque en el plano
individual, fue determinante, ya que desde
ese momento se puede rastrear más
nítidamente esta presencia, o al menos de
forma continua y constante. Wordsworth,
por ejemplo, en "Aves acuáticas" escribió:
“Ved cómo los plumosos habitantes del
agua, /con tal gracia al moverse, que apenas se diría /inferior a la angélica, prolongan /su
curioso placer. Describen en el aire /(y a veces con volar osado, que se cierne /hasta las
mismas cumbres), /un círculo más amplio que el lago…”.

El crítico estadounidense Harold Bloom en su ensayo La compañía visionaria:


Woordsworth, Coleridge y Keats señala que el amor a la naturaleza del primero de estos
poetas “lo condujo hacia el amor al Hombre; el amor al Hombre, a la fe revolucionaria en el
Hombre; y la imposibilidad de esa fe, a este abismo antinatural”. Este crítico, entre otras
cuestiones, intenta determinar el papel de la naturaleza y la Revolución Francesa en la
poesía de esos tres poetas. Se trata de fijar una conciencia individual a través de poemas
que trabajan con la memoria. O, como el mismo Bloom apunta: “No recordará para
siempre aquello que su alma sintió en los distintos encuentros con la naturaleza”. De ahí
que una forma de recordar la experiencia espiritual de estar en contacto con la naturaleza
sea a través de la escritura de poemas. No está de más señalar que esa naturaleza era
pródiga en lagos, cielos, ríos, lluvias, animales y aves.

Samuel Taylor Coleridge tiene un poema sobre aves llamado "El ruiseñor": “Hasta que la
luna /emergiendo, despierte tierra y cielo /al mismo tiempo, y los pájaros alerta /estallen
en un coro de juglares”. Para Bloom los ruiseñores expresan “la música lunar del amor”.
También tiene su ruiseñor Keats, de hecho es un poema más famoso que el de Coleridge.
Borges en Otras inquisiciones dio una opinión muy esclarecedora sobre él, porque repasa
el problema planteado en una estrofa donde hay dos ruiseñores y el significado de esto.
Para ello vuelve a lo dicho por cinco críticos sobre el problema; de todos salva a una sola,
porque según él la clave está en la metafísica de Schöpenhauer, que fue publicada con
posterioridad al poema, pero como la poesía se adelanta a la filosofía y a todo en general
puede afirmarse que la explicación está en este filósofo alemán: “Preguntémonos con
sinceridad si la golondrina de este verano es otra que la del primero y si realmente entre
las dos el milagro de sacar algo de la nada ha ocurrido millones de veces para ser burlado
otras tantas por la aniquilación absoluta. Quien me oiga asegurar que este gato que está
jugando ahí es el mismo que brincaba y que traveseaba en este lugar hace trescientos años
pensará de mí lo que quiera, pero locura más extraña es imaginar que fundamentalmente
es otro”. Borges deduce que ambos ruiseñores son en el fondo el mismo, que el problema
es la diferencia entre individuo y especie.

Edgar Allan Poe siguió la senda de estos poetas románticos. Su célebre poema narrativo
"El cuervo" fue publicado por primera vez en 1845. Aquí hay un sujeto en su casa, cuando a
la medianoche escucha que alguien quiere entrar a su habitación; el sujeto, que había
sufrido la pérdida de Leonora, abre y primero no pasa nada, pero luego entra un cuervo y
se posa en un busto de Palas. El sujeto le habla al cuervo y le pide su nombre, a lo que éste
responde: “Nunca Más”. La presencia de lo sobrenatural, de un ángel o de un demonio, se
instala rápidamente así como el diálogo con ello. En la traducción de Julio Cortázar se
puede leer lo siguiente: “¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica! /¡Profeta, sí, seas pájaro o
demonio! /¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, /ese Dios que adoramos tú
y yo, /dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén /tendrá en sus brazos a una
santa doncella /llamada por los ángeles Leonora, /tendrá en sus brazos a una rara y
radiante virgen /llamada por los ángeles Leonora!”. Aquí queda claro el efecto de
espiritualidad que invocan los pájaros, ya sea para el bien o para el mal.

La literatura en lengua inglesa del siglo XIX parece especialmente proclive a representar
las aves, y esto puede tener su explicación en Shakespeare, quien en sus obras usó varias
veces a pájaros: un búho como presagio o mal agüero en Macbeth, la alondra o el ruiseñor
como motivo de discusión en Romeo y Julieta, o como símbolo de locura en Hamlet.
Después de Shakespare no sólo los poetas antes mencionados trabajaron las aves
literariamente, sino también Emily Dickinson y Walt Whitman. Borges escribió que la
literatura actual sería “inconcebible sin Whitman y sin Poe”, a lo que habría que agregar a
Dickinson, especialmente propensa a poner en sus poemas aves e insectos voladores
(abejas, polillas), como si lo suyo fuera la elevación en el amplio sentido, porque lo
espiritual en ella está incluido lo artístico: escribir poesía a partir de la observación de la
naturaleza. Es como si estuviera consciente de eso, y de ahí que hay profundas reflexiones
en algunos de sus poemas: “’La Naturaleza’ es lo que Oímos – /el Tordo – la Mar – /Trueno
– el Grillo – /No – la Naturaleza es Armonía –“.

Curiosamente a Dickinson no le gustaba la poesía de Whitman. Otro autor que no gustaba


de su poesía era Henry James, que lo maltrató en una crítica que hizo a Redobles de
tambor (1865). Pero precisamente en este libro hay un poema donde se aprecia el
elemento ornitológico del que venimos hablando: “Partiendo de Paumanok, vuelo como un
pájaro, /por aquí y por allá, hasta remontar, cantar la idea de todo; /entregándome al norte,
para cantar allí canciones árticas, /A Canadá, hasta que absorba Canadá en mí mismo…”.
Luego el poema continúa hasta que toda esa elevación o sobrevuelo es “para cantar
primero (hasta el redoble de tambor de guerra, si fuera preciso) /La idea de todo, del
mundo occidental, uno e inseparable, /Y luego la canción de cada miembro de estos
Estados”. Whitman dota al ave que aparece vía comparación como el que canta la gran
tragedia estadounidense: la guerra de Secesión. Henry James, pese a criticar mal este
libro, rescató lo siguiente: “Puede ser tosca, puede ser macabra, puede ser torpe –así
presuponemos que es el argumento del autor–, pero es sincera, es sublime, apela al alma
del hombre, es la voz de un pueblo”. Sin embargo, James le reprocha sentido común: la
guerra en tanto tragedia para Estados Unidos no es para andar cantándola; es más, le
parece de mal gusto.

Pero el siglo XX también supo representar a las aves en la literatura. En los años 60 el
escritor inglés J.A. Baker lo hizo en su novela El peregrino, que tradujo al castellano
Marcelo Cohen. El mismo Cohen explicó en Un año sin primavera de lo que trataba este
libro: “Es un clásico moderno de la literatura de la naturaleza: para abreviar el diario de la
observación amorosa y el seguimiento del halcón peregrino –el ave más rápida y una de las
especie más difundidas del mundo– durante el otoño y el invierno en una comarca de
Essex”. Según Cohen, Baker no tuvo temor de dejarse llevar por “un romanticismo sublime”
y advierte que está escrito en “un lenguaje de naturalista rústico”. Lo interesante de este
libro es que su autor efectivamente observó a una pareja de halcones entre 1962 y 1963
(la novela es de 1967). Para dar una idea, en una parte escribe: “Con una sacudida el
peregrino se desprendió de una distante bobina de pájaros y subió al cielo matutino. Vino
hacia el sur, batiendo las alas o planeando en la primera corriente cálida del día, dibujando
ochos en curvas alternadas a derecha e izquierda”. Baker vuelve a los lake poets, pero le da
actualidad a lo que podríamos llamar en este punto una tradición. En El peregrino no está
el significado espiritual de las aves, sino la observación: se coloca delante de cualquier
significado, y eso es lo que inquieta: ¿Qué hace un hombre perdiendo el tiempo en esto?

La literatura en lengua castellana también ha representado a las aves. Leopoldo Lugones


escribió de varias aves: la perdiz, el federal, la tijereta, la lechuza y el carpintero, todos
estos son los títulos de sus poemas. En "La lechuza" se lee: “Evocando tristes cruces, /y
cosas de sepultura, /prende ante la cueva oscura /su linterna de dos luces”. Oliverio
Girondo en su libro Espantapájaros señala que no le perdona a una mujer que no sepa
volar, aquí se trata de la cualidad de un ave trasladada vía metáfora a la de una mujer:
“¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo /y sus miradas de pronóstico
reservado? /¡María Luisa era una verdadera pluma! /Desde el amanecer volaba del
dormitorio a la cocina, /volaba del comedor a la despensa. /Volando me preparaba el baño,
la camisa. /Volando realizaba sus compras, sus quehaceres”. El vuelo entonces no es
elevarse espiritualmente sino volar, el sentido de vivir, con pasión, con intensidad.

Borges no podía quedar fuera de esta representación, aunque lo suyo va por el lado de lo
anécdota o la síntesis máxima de una narración. Se ha vuelto un lugar común contar que,
cuando asumió el gobierno peronista de Perón, Borges fue desplazado de su cargo en la
Biblioteca Miguel Cané y nombrado inspector de aves. Algunos, de hecho, han llegado a
afirmar que fue inspector de aves y ejerció tal cargo. La verdad es menos interesante
(como todo en Borges), ya que efectivamente fue desplazado de su cargo y el intendente
de Buenos Aires sugirió trasladarlo como inspector de mercados de aves y huevos, pero
Borges entendió el mensaje y sencillamente abandonó la biblioteca. Sin embargo, hace dos
años Lucas Nine publicó una ficción-historieta basada en lo que hubiera hecho o vivido
Borges en ese empleo bajo el título Borges, inspector de aves.

El escritor que sí escribe de un ave en una novela es Sergio Bizzio en Borgestein. Se trata
de un psiquiatra que ha sido atacado por un paciente de nombre Borgestein y que decide
huir de la civilización e internarse en un pequeño pueblo cercano a un bosque. El
psiquiatra apenas llega se encuentra con una pareja de loros que merodean por la casa
donde se va a quedar, uno de los loros, observa el profesional, se droga metiendo la pata
en el enchufe. La misión que cumplen en el relato estas aves es la de comicidad, extrañeza
y ternura.

Otros narradores que han escrito de aves han sido Germán García y Samanta Schweblin.
El primero en la novela Cancha rayada, donde el pájaro aparece cuando una profesora está
por explicarle a sus alumnos lo que fue el desastre militar de la batalla de Cancha Rayada
en los albores de la patria, y justo en el momento en que va abordar el asunto un pájaro se
le mete en la boca y no le puede explicar a los alumnos el asunto. En concordancia con el
texto de García está el cuento "Pájaros en la boca" de Schweblin, incluido en el libro
homónimo, donde una niña de padres separados come pájaros vivos. Cuando la niña pasa
un día con el padre, éste más que detener lo que se ha convertido en un hábito sólo le
remarca a la hija que está comiendo pájaros vivos. Como ve que ella no va a cambiar de
actitud llama a su mujer, busca en internet, pero nunca habla directamente con su hija,
como si la solución del problema excediera a ambos. En ambos textos, sin embargo, el
pájaro o el ave está en el plano de no decir y en el plano de lo no dicho. Es como llevar la
expresión “cerrar el pico” a la literalidad.

En este punto resulta obvio que hay muchos autores más que han representado a las aves
literariamente: Pablo Neruda, Jonathan Franzen. Y en los últimos años lo han hecho los
poetas como Eric Schierloh en Cuaderno de ornitología, Eleonora González Capria en su
poema "Otro pan", el chileno Diego Alfaro Palma en Tordo y la canadiense y varias veces
candidata al Premio Nobel Margaret Atwood, quien estuvo en la Argentina hace diez años
para un Congreso Mundial de Conservación de Aves de Birdlife International, donde ella y
su marido son presidentes honorarios del Club de Aves Raras de la asociación. No sé por
qué creo que si Borges hubiera tomado el cargo de inspector de aves, Atwood tendría
mayor afinidad con Argentina.

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