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Tan solo un abrazo

2 Corintios 1:3-4
Las cartas a la iglesia en la ciudad de Corinto son testimonios escritos de la
apasionante y estrecha relación entre el apóstol Pablo (su fundador) y la
congregación. La segunda es reconocida como la más personal. En ella el apóstol
aclara cuál es la verdadera naturaleza del ministerio cristiano, qué papel juega el
sufrimiento en la vida y ministerio de quien lo ejerce, y especialmente quién es el
Dios trino a quien servimos.
La carta comienza así: “Pablo, apóstol de Cristo Jesús” (1:1) Hay evidencia interna
y externa que fundamenta que su escritor fue el apóstol Pablo.
Aproximadamente en el otoño del año 55 o 56 d.C., al considerar la situación
global en Corinto, Pablo decide enviar a Tito con un par de hermanos con una
tarea doble. En primer lugar, van con la misión de coordinar el proyecto de la
ofrenda para los santos, como comité de avanzada antes de que él llegue con el
resto de los hermanos que llevarán la ofrenda a Jerusalén (8:16-9:5). En segundo
lugar, van como portadores de esta carta que conocemos como 2 Corintios. Uno
de sus objetivos es animarlos a continuar en el camino de la fe.
En la mayoría de sus cartas Pablo se presenta con alguna característica distintiva
de su ministerio que concuerda con el propósito de la carta. En este caso se
define como apóstol de Cristo Jesús por la voluntad expresa de Dios.
En lugar de la acostumbrada acción de gracias por cualidades de los hermanos a
quienes escribe (1 Corintios 1:4; Filipenses 1:3), aquí Pablo alaba a Dios por las
circunstancias que lo rodean. Describe a Dios como Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo y Padre misericordioso (lit. “de misericordias”) y Dios de toda
consolación (1:3). “Consolación” y “consolar” son palabras claves en el libro (en
conjunto aparecen 29 veces en el libro). Dios es la fuente de la verdadera
consolación; gestada en su misericordia, ha sustentado a Pablo en medio de sus
aflicciones para que él, a su vez, consuele a otros que también experimentan
aflicción. En la carta ofrece ejemplos concretos del tipo de aflicciones que ha
experimentado (4:8-11; 6:4-10; 11:23-29). Y en 1:5-7 establece la relación entre
sufrimiento y consuelo.
¡Cuántas veces un abrazo genuino, de corazón, oportuno, ofrece a nuestro
corazón el consuelo anhelado!

Alguna vez…
¿Has experimentado el abrazo de un Padre amoroso? O tal vez ¿El de una
Madre? O ¿Un hermano? ¿Un amigo? Sentir esos brazos que rodean el cuerpo y
como una paz que entra por todo el cuerpo, una sensación de mucha tranquilidad.
Muy confortador…
A lo largo de la vida, y si muy largo, más de dos mil años del hombre sobre la
tierra. La humanidad ha experimentado muchas situaciones, momentos de alegría
y de angustia. Días grises, días extremadamente coloridos, llenos de felicidad,
días… que nunca se han vuelto a ver.
¡Qué bien, Se podrían dar uno ejemplos!: El nacimiento de una personita, de un
¡bebé!; Aquel milagro de la vida que en lo personal siempre me ha deja
maravillado de lo que provoca ver a un ser tan diminuto, pero tan grande a la vez,
tan lleno de posibilidades, lleno de ilusiones a un bello futuro. Otro evento es el
casamiento; dos personas uniéndose en santo matrimonio, jurándose amor por la
eternidad, queriendo ser una linda familia, articulando dos carnes, dos huesos,
para ser uno solo, así como lo describe Adán en el libro de Genesis.
Momentos muy felices, años, meses, semanas, días, horas, minutos, y segundo
de alegría… Eterna…
Así son los días cuando un niño en escases recibe un juguete, su carita llena del
polvo, pero con una enorme y limpia sonrisa que delata su felicidad, y tal
expresión no viene de las cosas materiales, sino del momento, de disfrutar del
presente. Pero como se decía antes, al igual que días felices hay tiempos de
angustias.
Los días grises, sin color, llenos de dolor y llanto de personas inocentes sufriendo
por actos de otros. Donde cada persona se siente ahogada en sus
preocupaciones, sus miedos, su desesperación. Y no pueden alcanzar ver un rayo
de luz, o la más mínima señal de esperanza.
Cayendo en una depresión tan profunda, que se sienten dentro de un agujero sin
fin, un agujero que no entra la luz, y nada sale de él.
En un divorcio, el cual, todas aquellas promesas siendo destruidas, dejándose
atrás, tomando un camino muy distinto que al principio había unido, mas ahora, los
separa, para jamás volverse a ver.
La pérdida de un ser querido, el miedo que inunda saber que no se volverá a
acariciar a un padre, a un hermano, a un amigo, esa desesperación inconsolable.
Como cuando los planes cambian y dan un giro de 180 grados. Todo lo que se
había iniciado derrumbándose, para no volver a ser construido, todas las ilusiones
cayéndose a pedazos, una enorme crisis que se vive en situaciones así.
Pues dentro de mi familia y por su puesto en mi vida, ha habido momentos de
dolor, y de mucho dolor, y que he sentido “ya no hay una salida”, que ya no hay un
rayito de esperanza, que todo se ha acabado. Y sentir el abandono por los que
nos rodean es mucho más doloroso.
Es verdad que uno espera sentir un abrazo, como el abrazo de un padre amoroso.
Que una sensación de tranquilidad abunde en el corazón. Que esa paz de mucha
fortaleza. Pues… tanto tú como yo hemos experimentado esto. Sentir el abandono
total, experimentar lo peor del mundo. Que incluso preguntarnos ¿Dónde esta
Dios? ¿Dónde estuvo cuando sucedió el accidente? ¿Qué no es real? ¿Por qué
nos abandona? Preguntas así salen sobrando en las personas que tenemos fe, fe
en un Dios cercano, pero cuando lo más necesitamos desaparece.
Y en nuestra angustia buscamos respuestas, buscamos soluciones, empero no
encontramos nada…
El cielo se ha vuelto gris, los días ya no tienen sentido, la vida se siente tan vacía
y desolada. Y que solo es un camino recto sin final, que al avanzar solo se ve más
y más camino que hay que seguir.
Probablemente así se haya sentido el hijo de aquel rico. Este hijo que buscando
ya obtener la herencia que merecía, prefirió dejar y abandonar su hogar. Dejando
todo atrás, y perdido en el olvido.
En busca de su diversión no toma en cuenta a su familia.
El gozoso de la vida, disfrutando de las fiestas de las personas, que solo se fijan
en el exterior. Y derrochando dinero de manera inconsciente, de forma muy
desenfrenada. Pero llega el momento que todo eso temporal se acaba. Todo llega
a su final.
Esos momentos de gran gozo y felicidad que llenaba su vida, ahora a dado un giro
que derrumba todas las ilusiones, toda la felicidad se hace añicos, cuando la crisis
aparece.
Este joven en busca de sustento, de dinero para poder comer tan siquiera un
poco, consigue un trabajo atendiendo a los cerdos.
De lo más alto, en casa de su padre, a lo más bajo, alimentando cerdos… ¡La vida
nos sorprende de maneras que nunca imaginamos!
Este joven con anhelo de alimento, se le antoja comer de lo que corresponde a los
cerdos. Que escena tan vil, que situación tan incomoda. ¿Comer lo mismo de los
cerdos?
Pero como sabemos la historia no termina ahí, este chico reacciona en sí mismo, y
decide volver a casa de su padre para pedir perdón por todo lo que había
acontecido, su ansia de volver hacer feliz, volver a lo que era antes. Y es lo que lo
motiva a actuar… Él regresando al hogar, su padre esperándolo con los brazos
abiertos, para darle consuelo, un abrazo que brindaría una tranquilidad tan
deseada por el joven, un abrazo que permitirá un consuelo. Tan solo un abrazo.
Cada uno de nosotros ha vivido experiencias traumáticas, y con el deseo de una
palmada en el hombro diciendo “todo estará bien” “ten paciencia” “no estas sol@”.
Y de un abrazo…
Y si no llegan a estar los brazos humanos, están los divinos, el abrazo del Padre
amoroso, confrontando lo más profundo del corazón humano. Un abrazo lleno de
esperanza. Diciendo “Soy tu Dios, Soy tu consuelo”.
Un abrazo que nosotros también debemos de dar a los demás, que están
sufriendo.
“Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues él es el Padre que
nos tiene compasión y el Dios que siempre nos consuela. Él nos consuela en
todos nuestros sufrimientos, para que nosotros podamos consolar también a los
que sufren, dándoles el mismo consuelo que él nos ha dado a nosotros”. Amen.
Tan solo un abrazo… 2 de Corintios 1:3-4 (DHH)

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