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REFUTACIÓN DE LA DONACIÓN DE CONSTANTINO

LORENZO VALLA
En el exorcio, Lorenzo Valla explica los cuatros momentos en los que se desarrolla su obra. En el
primero de ellos afirma que ni Constantino ni Silvestre fueron personas que quisiera el primero hacer
la donación, pudiera hacerla legalmente y tuviera en su poder todo lo necesario para entregárselo en
mano al otro, ni que el segundo fuera alguien que quisiera o pudiera aceptarla legalmente; en el
segundo afirma que la posesión de las propiedades que se dice que fueron donadas, ni uno la recibió
ni el otro la entregó, sino que siempre permanecieron bajo el criterio y el poder de los Césares; en el
tercero reitera que nada le fue dado a Silvestre por Constantino, sino que lo fue al pontífice anterior
antes de que aquél hubiera recibido el bautismo, y aquellos regalos eran mediocres para que el papa
pudiera pasarse la vida entre ellos; finalmente, en el cuarto dice que en falso se dice que un ejemplo
de la donación se ha encontrado en los Decretos o se ha tomado de la Historia de Silvestre, porque ni
en aquélla ni en ninguna otra historia se encuentra, y porque se contienen en ella narraciones
contradictorias, imposibles, estúpidas, bárbaras y ridículas. En ese orden de ideas, el autor ofrece una
multiplicidad de argumentos en donde añade con abundantes razones que si Silvestre tomó posesión
de la donación, entonces no podría retomarse ésta después de tan largo intervalo de tiempo, ni por
derecho divino ni humano y finalmente demuestra que lo que posee el sumo pontífice no habría
podido ser administrado durante ningún período de tiempo.
En el primer capítulo le pregunta tanto a los reyes como a los gobernantes que si aquellos hubiesen
estado en el lugar de Constantino ¿habrían regalado a la gran e invencible Roma para después situarse
en una humilde villa y posteriormente a Bizancio? Si fuese así el caso, quien defendiese semejante
postura no tendría sus facultades mentales integras. Asimismo, afirma que los mayores pensamientos
y esfuerzos de los reyes y gobernantes se dan entorno a la adquisición y expansionismo de sus
territorios, a lo que no tendría mucha lógica regalar lo que con tanto anhelo siempre quieren tener y
que ante la desgracia de perder un territorio, a ellos no les asustase el sacrificar un ojo, una mano, una
pierna o cualquier otra extremidad; o por ejemplo, cuántos crímenes y cuántos actos horribles han
sido justificados para adquirir o ampliar el poder. Lo anterior en cuanto al pensamiento general de los
reyes y gobernantes, pero ahora en cuanto a Constantino ¿no parece ser de espíritu torcido el pensar
que Constantino apartó de su lado a la mejor parte de su imperio, Galia, en donde él había hecho tanto
la guerra como se había situado como único amo poniendo las bases de su gloria y de su imperio?
¿Qué causa tan fuerte y urgente podía haber para que olvidara todo eso y quisiera recurrir a tanta
generosidad? Frente a estas preguntas, se recurre al supuesto argumento en donde se afirma que dicha
generosidad se debía a que se había hecho cristiano, sin embargo, no por ello renunciaría a la mejor
parte de su imperio. Además, justificaban el “hacerse cristiano” porque se curó de lepra y su gratitud
hacia Dios se fundamentaba en la donación de su imperio, sin embargo, Lorenzo Valla contra
argumenta cuando afirma que Constantino ya era cristiano hace mucho; entonces este primer
“argumento” para justificar la donación, es inválido.
Consecuentemente, el autor cuestiona cómo habría sido el comportamiento de sus hijos, parientes y
amigos en cuanto a dejarlos sin herencia, sin territorio o bajo el yugo de un nuevo gobernante e incluso
mostrando su temor ante nuevas invasiones bárbaras de las que no podrían defenderse ¿acaso
Constantino no habría cedido y habría caído en cuenta ante semejantes suplicas tanto de su familia
como de su pueblo? Ahora bien, si Constantino no hubiese cedido ante las suplicas de su pueblo, este
último habría hablado duramente y le hubiese insistido en que él no tiene ningún derecho en el
Imperio del pueblo romano dado que anteriores emperadores al igual que él se tomaron el poder a la
fuerza apropiándose violentamente de su libertad; y que si finalmente Constantino no cedió
nuevamente ante estas peticiones, el pueblo no tendrá más opción sino la de empuñar las armas contra
él y contra quien intenta imponer en su territorio de igual manera cómo ya lo hicieron anteriormente
con otros emperadores.
Presuponiendo que ante semejantes suplicas finalmente Constantino no haya cedido, entonces resulta
necesario mirar la postura que Silvestre habría tomado. Este, ante semejante propuesta, habría
respondido que sus regalos o remuneraciones ensuciarían y arruinarían completamente su honor, su
inocencia y su pureza, las suyas y las de aquellos que lo sucederán, y cerrarían el camino a los que
vendrían al conocimiento de la verdad. Argumentando también que su riqueza se entendería como
una preocupación de lo que pasará mañana a lo que el Señor le había ordenado que no hiciera y que
no se enriqueciera en la tierra; comparándose también con el caso de Judas, quien con algunas
monedas se corrompió, y por el amor al dinero, apresó a su maestro, su Señor, su Dios, y lo traicionó,
¿acaso Constantino querría convertir a Silvestre de un Pedro a un Judas? Y es que no bastando con
tener alimento y vestimenta, aquellos que quieren ser ricos caen en la tentación y en la trampa del
Diablo dando a entender entonces que la raíz de todos los males es el deseo. Acaso él, a quien apenas
se le permite ser juez, ¿debería aceptar un reino? A lo que con dicha donación no asumiría otra cosa
sino una carga que ni debe ni puede en absoluto llevarla puesto que no podría defender dicho territorio
ante invasiones, ya que no se les permite defender con hierro ni siquiera a ellos mismos ¿y él le ordena
usar la espada para ganar o conservar riquezas? Ante esto le respondería que por favor no actúe ante
él como el Diablo, quien a Cristo, es decir, a él, le ordena aceptar los reinos terrenales que le regala y
que no le queda más opción sino de rechazarlos en vez de poseerlos. Pero en caso de poseerlos –si
así fuese- no impondría su yugo ante el pueblo sino que, por el contrario, le gustaría ganárselos con
la espada que es la palabra de Dios, no con una espada de hierro, para que así no se vuelvan peores
ni se amotinen o lo embistan. El argumento final es el famoso dicho que dice “Dad al César lo que es
del César, y a Dios lo que es de Dios” y así, Constantino, no debe abandonar lo que es suyo, ni él
aceptar lo que es del César aunque este se lo ofreciese mil veces. Todos los argumentos anteriormente
mencionados sirven para demostrar que Constantino, ante tantísimos obstáculos, nunca habría
actuado de una manera en la que regalara a Silvestre el Estado romano en su mayor parte, como lo
afirman los otros.
En el capítulo II afirma que para que la donación que se hace mención en dicho documento fuese
verídica, es necesario que en ella conste también la aceptación de Silvestre. Ahora bien, supongamos
que se puede demostrar que los documentos son auténticos, genuinos y sinceros, de la aceptación de
Silvestre, ¿entonces en dónde está la posesión y la entrega de poderes? O ¿a quiénes encargaron una
tarea tan importante, la de donar la posesión representando al César y recibirla representando a
Silvestre? Éstos deberían haber sido hombres distinguidos y de gran autoridad, y, sin embargo, no se
sabe quiénes fueron. Además, se considera que una posesión se ha cumplido definitivamente si los
antiguos magistrados son cesados y lo substituyen los nuevos pero entonces el autor contra argumenta
y dice que estas posesiones siguieron estando en poder de los mismos que la poseían antes.
Supongamos entonces que sí, que efectivamente sucedió la posesión pero que probablemente fue bajo
cuerda y no quedó registro de ella, etc, pero incluso después de que se marchara Constantino, ¿qué
gobernadores nombró Silvestre sobre sus provincias y ciudades? ¿Qué guerras emprendió? ¿Qué
pueblos a punto de rebelarse sometió? ¿A través de quiénes lo gesionó?
Teniendo en cuenta que todos los argumentos anteriores no funcionaron, el autor se propone
demostrar que hasta el último día de su vida Constantino tuvo la propiedad, y después sucesivamente
todos los césares, de manera que ya no les quede más para decir. A esta sucesión de la que habla el
autor, pone de testigo a Eutropio, quien vio a Constantino, quien vio a los tres hijos de Constantino
designados por su padre como dueños de todo el mundo, quien escribió, así, acerca de Juliano, el hijo
el hermano de Constantino: “Este Juliano tomó el poder y con grandes preparativos llevó la guerra
contra los partos, expedición en la que yo también participé”. En este punto el autor se refiere a los
más recientes pontífices, especialmente a Eugenio, que está vivo, con el permiso Félix, que ¿por qué
va proclamando con la boca grande la donación de Constantino y con frecuencia amenaza a algunos
reyes y príncipes, como si fueran los vengadores de un imperio robado? Ahora bien, por otro lado,
menciona la cantidad de monumentos, templos y monedas que llevan consigo inscripciones de todos
los emperadores, pero si efectivamente la donación hubiese existido ¡qué infinita cantidad de
monedas de los sumos pontífices se habrían encontrado! Pero al contrario, estas no se han encontrado
ni de oro ni de plata y tampoco se mencionan como vistas por alguien. Resulta extraño entonces que
no acuñaran una moneda durante su poder teniendo en cuenta que quienquiera que mantuviera el
poder en Roma tenía que acuñar su propia moneda.
En el tercer capítulo muestra un argumento que anteriormente se refutó y es que la historia muestra a
Constantino como cristiano desde niño junto a su padre Constancio, mucho antes del pontificado de
Silvestre. Esta historia muestra a Constantino como el primero en abrazar abiertamente la fe de la
verdad y dio a todos los que vivían bajo su poder no sólo permiso para convertirse en cristianos, sino
también para construir iglesias, y decretó que se le asignaran propiedades. Finalmente, dicho
emperador concedió inmensos donativos y puso en marcha la construcción del templo de la primera
sede de San Pedro con tanto fervor que abandonó la sede imperial y la cedió para que fuera para san
Pedro y sus sucesores. Entonces ¿dónde están ahora los que no permiten poner en tela de juicio si la
donación de Constantino fue válida, cuando esa donación no sólo ocurrió antes de Silvestre, sino que
también trataba sólo de asuntos privados?
En los últimos capítulos se discute entonces sobre el documento mismo que ellos aportaron. Además
debe acusarse de calumnia a quien decidió fingir que era Graciano poniendo añadidos a la obra de
Graciano y se debe acusar también de ignorancia a los que piensan que el documento del privilegio
se encuentra en la obra de Graciano. Este en su obra niega y refuta lo que los otros afirman sobre la
donación y, además, estos aportan solamente a un único individuo desconocido, de ninguna autoridad
ni rango, y tan poco inteligente como para añadir a la obra de Graciano explicaciones que no pueden
coincidir con sus otras palabras. Se desconoce el nombre de aquel que escribió la historia, y sólo él
es citado como testigo. En conclusión, el autor añade una serie de argumentos de tipo histórico,
cronológico y la identificación de imprecisiones geográficos en donde se logra evidenciar una serie
de errores gramaticales que muestran que aquel que escribió dicha donación, no era un buen
conocedor del latín del siglo IV que pretendía imitar y que, por lo tanto, la obra se escribió
posteriormente, con unas motivaciones evidentes anteriormente mencionadas que incluían entre ellas
muchos errores cronológicos igualmente.

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