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UNIVERSIDAD NACIONAL DE TRUJILLO

FACULTAD DE EDUCACIÓN Y CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN


ESCUELA DE EDUC. SEC HISTORIA Y GEOGRAFÍA

LA RESPONSABILIDAD MORAL, LA CONCIENCIA


MORAL Y EL BIEN MORAL

I. LA RESPONSABILIDAD MORAL

1.1.¿QUÉ ES LA RESPONSABILIDAD MORAL

“La responsabilidad moral es aquella en la que se toma responsabilidad


sobre un suceso específico o persona, poniendo la moral por sobre lo
demás. Se trata entonces de la responsabilidad que se relaciona con las
acciones y su valor moral.” FAGOTHEY (1973. Pág. 30)

Según lo que nos expresa Fagothey podemos darnos cuenta que la


responsabilidad moral está ligada con las acciones que nosotros
realizamos, el mismo que va a depender de la moral, de acuerdo a la
sociedad que nos rodea, es decir el acto bueno va a estar ligada a como la
sociedad lo percibe, puesto que matar en una sociedad no se verá bien en
otra. Es así como la responsabilidad moral se condiciona por la sociedad,
sin dejar de lado el carácter de propia la acción que se realice asumiendo
todo cargo sobre su resultado bueno o malo.

“El hombre en su experiencia individual, mediante su virtud puede llegar


a obrar de manera voluntaria e involuntaria, el mismo que no lo hace
ajeno de sus actos, trayendo a si la responsabilidad moral” Aristóteles
(2005 pág. 71)

Lo que Aristóteles nos hace mención es la virtud que posee el ser humano
para realizar sus acciones el mismo que va a estar determinado de carácter
de voluntariedad que el individuo posea, es decir las acciones que este
realice puede llegar a ser natural, digámosle a todo acto libre de opresión,
artificial, considerémosle a todo acto que carece de voluntad y es inducido
por un factor externo al individuo. Entonces concluimos que para
Aristóteles el individuo es libre de actuar, la manera en que este actúe es

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lo que va a condicionar sus actos, así mismo no se desliga toda


responsabilidad por sus acciones.

Visto desde ambas perspectivas podemos concluir diciendo que la


responsabilidad moral está vinculada con el actuar de cada individuo el
mismo que puede llegar hacer natural o artificial, así mismo es te no
desvincula toda responsabilidad que se pueda generar producto de sus
actos.

1.2.ELEMENTOS CONDICIONADORES

Como ya se ha mencionado anteriormente, hay elementos que van a


condicionar la responsabilidad moral, las acciones que ejecute el
individuo van a estar ligadas al carácter de voluntariedad, haciendo de
estas naturales o artificiales; para ello veremos qué elementos son los que
intervienen en este proceso del accionar humano visto desde la perspectiva
moral de sus actos.

A. La ignorancia

(Del latín in, no, y gnarus, conocer)


“La ignorancia es falta de conocimiento sobre una cosa en un ser
capaz de conocer. Hablando en términos esenciales, y con respecto a
un objeto dado, la ignorancia es el resultado de las limitaciones de
nuestro intelecto o de la oscuridad del propio asunto.” FAGOTHEY
(1973. Pág. 36)

Para el análisis de la ignorancia tomaremos el aspecto ético y las


consecuencias de la ignorancia. Desde este punto de vista, puesto que
sólo los actos libres y voluntarios son imputables, la ignorancia que o
bien elimina o bien aminora las antedichas características es un factor
a considerar. Es habitual entonces restringir algo la definición ya dada
de ella. Se entenderá, por tanto, por ella la ausencia de información

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que uno debía tener. La mera falta de conocimiento sin que connote
una exigencia de poseerlo por parte de una persona puede ser llamada
inconsciencia.

“En lo que se refiere a establecer la responsabilidad humana, la


clasificación más importante de la ignorancia es la que se designa con
los términos invencible y vencible." NOWELL Smith (1954 pág.
102)

Se dice que la ignorancia es invencible cuando una persona es incapaz


de librarse de ella a pesar del empleo de una diligencia moral, esto es,
la que moralmente hablando, es posible y obligatoria en tales
circunstancias. Esto incluye manifiestamente los casos de
inadvertencia, olvido, etc. Tal ignorancia es obviamente involuntaria
y por tanto, no imputable. Por otro lado, la ignorancia se llama
vencible si puede disiparse por el uso de la “diligencia moral”. Esto
ciertamente no significa todo esfuerzo posible; de otro modo, como
dice ingenuamente Ballerini, tendríamos que recurrir al Papa en cada
caso.
Podemos decir, sin embargo, que la diligencia requerida debe ser
proporcionada a la importancia del asunto en cuestión, y a la capacidad
del agente, en una palabra, la que una persona realmente sensible y
prudente usaría en tales circunstancias. Además, debe recordarse que
la obligación arriba mencionada ha de interpretarse estricta y
exclusivamente como el deber que compete a un hombre de hacer algo,
cuyo objeto preciso es la adquisición del necesario conocimiento. En
otras palabras el mero hecho de que se esté obligado por algún título
extrínseco a hacer algo cuya realización habría efectivamente, aunque
no necesariamente, dado la información requerida, es insignificante.
Cuando la ignorancia es pretendida y favorecida deliberadamente, se
dice que es afectada, no porque sea pretendida, sino porque es buscada
por el agente de forma que no tenga que renunciar a su propósito.

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“La ignorancia a la que no se hace prácticamente ningún esfuerzo en


disipar se llama crasa o supina.” ARISTÓTELES (2005 pág. 192)

El área cubierta por la ignorancia humana es claramente vasta. Para


nuestros propósitos, sin embargo, se pueden señalar tres clases.

 Ignorancia de derecho, cuando uno es inconsciente de la


existencia de la ley misma, o al menos de que un caso
particular está comprendido en sus disposiciones.

 Ignorancia de hecho, cuando no la relación de algo con la ley


sino la misma cosa o alguna circunstancia es desconocida.

 Ignorancia de la pena, cuando una persona no es conocedora


de que a un crimen particular le corresponde una sanción. Esto
debe tenerse en cuenta especialmente cuando se trata de un
castigo muy serio.

Debemos señalar también que la ignorancia puede preceder,


acompañar, o seguir a un acto de nuestra voluntad. Se dice por tanto
que es antecedente, concomitante, o consiguiente. La ignorancia
antecedente no es voluntaria en ningún sentido, ni lo es el acto que
resulta de ella; precede a cualquier fallo de información. La ignorancia
consiguiente, por otro lado, se llama así porque es el resultado de una
estructura perversa de la mente que elige, directa o indirectamente, ser
ignorante.

“ La ignorancia concomitante se relaciona con la voluntad de actuar


en una contingencia dada; implica que el carácter real de lo que se
ha hecho se desconoce por el agente, pero su actitud es tal que, si
estuviera informado del actual estado de cosas, continuaría haciendo
lo mismo.” HAMPSHIRE Stuar (1960 pág. 219)

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Manteniendo en mente estas distinciones estamos en situación de


establecer ciertos principios de doctrina. La ignorancia invencible, sea
de ley o de hecho, es siempre una excusa válida y excluye el pecado.
La razón evidente es que ni este estado ni el acto que resulta de él es
voluntario. Es innegable que un hombre no puede ser invenciblemente
ignorante del derecho natural, en lo que a sus primeros principios se
refiere, y a las inferencias que se extraen fácilmente de ellos. Esto, sin
embargo, de acuerdo con las enseñanzas de Santo Tomás, no es cierto
respecto de aquellas consecuencias remotas que son deducibles sólo
por un proceso de razonamiento laborioso y a veces intrincado.

De éstas una persona puede ser invenciblemente ignorante. Incluso


cuando la ignorancia invencible es concomitante, impide que el acto
al que acompaña sea considerado pecaminoso. La disposición perversa
del alma, que en este caso se supone, conserva, naturalmente, tanta
malicia como tiene. La ignorancia vencible, al ser de alguna manera
voluntaria, no permite al hombre eludir la responsabilidad por la
deformidad moral de sus actos; se sostiene que culpable y en general
tanto más culpable en proporción a cuanto más voluntaria es su
ignorancia.

De aquí, lo esencial a recordar es que la culpabilidad de un acto


realizado u omitido con ignorancia vencible no ha de medirse tanto
por la malicia intrínseca de lo hecho u omitido cuanto por el grado de
negligencia discernible en el acto.

No se debe olvidar que, aunque la ignorancia vencible deja intacta la


culpabilidad de una persona, aun así hace el acto menos voluntario que
si fuera hecho con pleno conocimiento. Esto es válido excepto tal vez
con respecto a la clase de ignorancia denominada afectada. Aquí los
teólogos no están de acuerdo respecto a si incrementa o disminuye la
responsabilidad moral del hombre.

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La solución posiblemente ha de encontrarse a partir de la


consideración del motivo que influye a uno para que elija ser ignorante
a propósito. Por ejemplo, un hombre que rehusara aprender la doctrina
de la Iglesia por miedo a tener así que verse obligado a convertirse a
ella ciertamente estaría en una mala situación. Aun así sería menos
culpable que el hombre cuyo descuido por conocer las enseñanzas de
la Iglesia estuviera inspirado por puro desprecio a su autoridad. La
ignorancia invencible, sea de derecho o de hecho, exime a uno de la
pena que pueda haber sido prevista por la legislación positiva. Incluso
la ignorancia vencible, tanto de hecho como de derecho, que no sea
crasa, excusa a uno del castigo.

La mera falta de conocimiento de la sanción no libera a uno de la pena


excepto en los casos de censuras. Es verdad entonces que cualquier
clase de ignorancia que no sea gravemente pecaminosa en sí misma
excusa, porque para incurrir en censura se exige contumacia. La
ignorancia vencible y consiguiente sobre los deberes de nuestro estado
de vida o las verdades de fe necesarias para la salvación es,
naturalmente, pecaminosa. La ignorancia de la naturaleza o de los
efectos de un acto no lo hace inválido si se dan todos los demás
requisitos para su validez. Por ejemplo, uno que no sepa nada de la
eficacia del bautismo bautiza válidamente, siempre que emplee la
materia y la forma y tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia.

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B. Pasión
(del verbo en latín, patior, que significa sufrir o sentir)

“Es una emoción definida como un sentimiento muy fuerte hacia una
persona, tema, idea u objeto. Así, la pasión es una emoción intensa que
engloba el entusiasmo o deseo por algo. El término también se aplica a
menudo a un vivo interés o admiración por una propuesta, causa,
actividad, y otros. Se dice que a una persona le apasiona algo cuando
establece una fuerte afinidad, a diferencia del amor que está más bien
relacionado con el afecto y el apego.” FAGOTHEY (1973 pág. 41)

M. Guéroult, quien considera que la moral cartesiana no es la moral


perfecta a que aspiraba. Así, Pavesi apunta: “lejos de fundarse en el
conocimiento evidente de un verdadero bien, postula la libertad de la
voluntad independiente” Para hacer frente a quienes critican la moral
cartesiana como una mera “moral de la intención”, o bien como un “grupo
de preceptos” que la asemeja a las de los moralistas de su tiempo, Pavesi
busca una alternativa novedosa e interesante en la relectura cuidadosa de
la correspondencia de Descartes con la princesa Elizabeth y con el
embajador Chanut, arrojando luz sobre el tratado Las pasiones del alma.

De las cartas a Elizabeth concluye que éstas “aspiran a fundar en razón al


menos una regla moral general” El asunto no es menor, por lo que supone
para la época la fundación de una moral en la mera razón y por las
consecuencias para el propio sistema cartesiano. Esto es así, si esta regla
moral, al decir de Pavesi, se establece: “[al] deducir de la idea de Dios, el
amor a Dios, y del amor a Dios, la subordinación del bien del ego al de las
totalidades de que forma parte por juramento, nacimiento o residencia”

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“Está claro que, como el mismo autor concluye, el modelo del árbol del
saber queda relegado, pues esta moral no se funda ni en la física ni en la
medicina, sino directamente en la metafísica, esto es, en la idea de Dios”
FLECHER Joseph (1967 pág. 128)

Pavesi hace expresas sus intenciones en este texto al declarar:


““Nosotros intentaremos mostrar en este estudio que la investigación
sobre la pasión permite restituir la continuidad entre aspiración a las
esencias y moral en esta vida, sin por ello dejar de destacar la
imposibilidad, para la criatura, de una ciencia perfecta” FLECHER
Joseph (1967 pág. 132)
.Esta propuesta de la moral cartesiana fundada en la metafísica se refuerza
con la idea de que la propia definición de virtud se ancla en la metafísica,
ya que el máximo bien se funda en el ejercicio del libre arbitrio y porque
la bondad de la acción tiene que ver con nuestra capacidad de juicio que
permite valorar los bienes

Todo ello conduce a la tesis fundamental del texto de Pavesi, que permite
apreciar la originalidad de su propuesta cuando dice:
“La totalidad de este estudio estará dedicada a mostrar y precisar el
estatuto metafísico del conjunto de la investigación llevada a cabo en Las
pasiones del Alma” FLECHER Joseph (1967 pág. 170)

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C. Miedo

En sociología, un miedo moral es una reacción de un grupo de personas


basada en la percepción falsa o exagerada de algún comportamiento
cultural o de grupo, frecuentemente de un grupo minoritario o de una
subcultura, como peligrosamente desviado y que representa una amenaza
para la sociedad. El término fue acuñado por el sociólogo Stanley Cohen
en su libro Folk Devils and Moral Miedo en 1972, donde lo define como
un episodio, condición, persona o grupo de personas que han sido
definidos como una amenaza para los valores e intereses de la sociedad.
Son subproductos de controversias que producen argumentos y tensión
social o que no son fácilmente discutidos dado que algunos de estos miedo
morales son tabú para mucha gente.

Su naturaleza se presenta de una forma estilizada y estereotipada por los


medios de comunicación. Así, estas reacciones son a menudo estimuladas
por cobertura mediática o propaganda en torno a un asunto social, aunque
algunos miedo morales semi-espontáneos pueden ocurrir. La histeria
colectiva puede ser un elemento en estos movimientos, pero el miedo
moral se diferencia de la histeria en masa porque está específicamente
enmarcado en términos de moralidad y es usualmente expresado más
como un atentado que como un miedo. Según la definición de Cohen, los
miedos morales giran alrededor de una amenaza percibida como un valor
o norma detentada por una sociedad normalmente estimulada por la
glorificación en los medios masivos o leyenda popular en las sociedades.
Los miedos tienen varios desenlaces, uno de los cuales es la certificación
de los partícipes del miedo de que lo que están haciendo garantiza la
observación por parte de los medios masivos y, por lo tanto, puede
empujarlos más allá hacia actividades que conduzcan hacia el sentimiento
original de miedo moral.

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El miedo moral viene siendo constante y corriente hace más de un siglo.


Es bastante parecido con la "caza de brujas" ya que tiene varios
denominadores comunes. Las influencias y los comportamientos de los
jóvenes son temas comunes en muchos miedos morales.

Entonces decimos que el miedo es un modificador de la responsabilidad


moral, cuando actuamos por miedo como motivo para actuar y no
simplemente con miedo como un acompañamiento de nuestros actos.

Según el grado de influencia del miedo en los actos de los individuos


podemos diferenciar 2 diferentes formas de inducción del miedo dentro de
la responsabilidad moral

 Miedo no destruye la Responsabilidad


En cierta manera el miedo emocional puede poner al individuo en
un estado de pánico, que pierda todo autocontrol, en este caso
sigue las reglas de la pasión. Pero el tipo de miedo intelectual del
que estamos hablando no produce semejante reacción.

 El miedo reduce la responsabilidad


Un acto motivado por el miedo es un acto que queremos, pero que
no quisiéramos a no ser por el miedo que experimentamos. Está
mezcla debilita el consentimiento de la voluntad y nos deja con
una mente dividida y con un deseo alternativo, reduciendo así
nuestro autocontrol.

“Los actos realizados bajo coacción e intimidación, tienen al miedo como


motivo. Estos actos son extorsionados bajo la amenaza de malas
intenciones infringiendo así la voluntad humana.” FAGOTHEY (1973
pág. 43)

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1.3.Voluntad

La voluntad es la facultad de decidir y ordenar la propia conducta.

“La voluntad es la capacidad para hacer, mantener e implantar


decisiones, es decir elegir y actuar. Es un momento del proceso de
pensamiento orientado a la acción.” HAMPSHIRE Stuar (1960 pág.
327)

Para uno mismo organizarse de modo que el movimiento en una cierta


dirección o hacia una meta pueda ocurrir. Implica el dominio de la propia
conducta.

El ser humano que actúa se le presenta diversos cursos de acción. Cada


curso de acción tiene su abogado, su estimulo o motivo.

Cuando escogemos el curso de acción más acorde con nuestra jerarquía de


afectos y valores, es decir con nuestro proyecto de vida, la voluntad se
torna racional.

La voluntad es nuestra capacidad para cuidar de nosotros mismo y de


otros. La voluntad es moral cuando, al hacer decisiones o elegir, obedece
a los valores y fines morales; es decir a un ideal del bien que la persona ha
adoptado.

1.3.1. Voluntad en la Filosofía

“En la filosofía contemporánea se presenta como valor fundamental como


un apetito intelectual o la capacidad de decisión propia a un ser dotado
de inteligencia y capaz de autodeterminarse a si mismo desde las ideas.
La voluntad es la potencia del ser humano, que le mueve a hacer o no
hacer una cosa.” Immanuel Kant

“Considera que las elecciones concretas de los hombres son


responsabilidad de cada uno, es decir depende de la propia voluntad.”
Platón

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En su obra más importante. El mundo como voluntad y representación
entiende que la voluntad es la realidad última subyacente al mundo de la
percepción sensible.

Jean- Jacques Rousseau: Utiliza el concepto de voluntad general en el


contrato social, hasta entonces el bien común, interpretado por el
gobernante, había sido la guía de actuación en cualquier sistema político.
Incluso en la monarquía absoluta. La voluntad del rey era la ley, solo sujeta
al juicio de Dios. La voluntad general sigue siendo un concepto
fundamental para entender la toma de decisiones en democracia.

La función de la voluntad es un aspecto de la llamada vida de tendencia,


o sea, de la aptitud general para reaccionar ante los estímulos externos o
internos.

Tiene dos sentidos.- De manera voluntad opera principalmente de dos


sentidos.

De manera espontánea, debido a la motivación y el convencimiento de


realizar ese algo.

De forma consciente, debido al esfuerzo u obligación al realizar


determinadas cosas.

• Terminar un informe

• Levantarse a pesar del sueño

1
Arthur Schopenhauer (1819) El mundo como voluntad y representación. Berlín. üggeberg-
Verlag

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1.3.2. La voluntad moral

“Se refiere a la capacidad humana de actuar según un ideal que es


susceptible de ser analizados en términos de bueno/malo,
aceptable/inaceptable, justo/injusto, etc. Esta voluntad de actuar
moralmente está vinculada a dos variables importantes: el estímulo y el
esfuerzo.” NOWELL Smith (1954 pág. 229)

El estímulo (o motivación) explica la mayoría de las acciones que


ejecutamos; así, nos sentimos estimulados para ir al cine por diferentes
motivos como las recomendaciones de los amigos, el director o los actores
que participan, el tema, etc. Podemos distinguir entre motivaciones o
estímulos intrínsecos (inherentes o implícitos en la acción misma) y
extrínsecos (externos a la acción en sí). Por ejemplo, de los motivos que
hemos indicado para ir al cine, las recomendaciones de los amigos son
motivaciones extrínsecas porque no emergen directamente del cine
(entendido como un arte o una distracción); en cambio, son motivaciones
intrínsecas tanto el plantel técnico de dirección y de actores como el tema
que reúne la película, porque son parte sustancial del cine (sin éstos no
habría película) y, por consiguiente, no podemos prescindir de ellos.

En el terreno moral, también encontraremos motivaciones extrínsecas e


intrínsecas que nos mueven a actuar de una manera u otra.

Por ejemplo, u n estímulo extrínseco que nos mueve a ayudar a un


invidente a cruzar la calle puede ser el reconocimiento de gratitud que
esperamos del invidente o de los otros peatones; un estímulo intrínseco,
en este mismo caso, es el convencimiento personal de que ayudándole
estamos participando de su felicidad.

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Fijémonos que si el invidente rechaza nuestra ayuda, aquello que, en


realidad, pone en cuestión es la motivación extrínseca; es decir, nuestra
convicción de participar de su felicidad no debería quedar sustancialmente
alterada y, cuan• do nos encontráramos en una situación similar,
seguramente actuaríamos de la misma manera. En otras palabras, si nos
moviéramos sólo por una motivación extrínseca, esperando la gratitud o
el reconocimiento de nuestra conducta, no volveríamos a repetir la acción.

“El esfuerzo se define como la dosis de fuerza con que vencemos la


resistencia a hacer lo contrario de lo que se espera de nosotros.”
FLECHER Joseph (1967 pág. 175)

Así, la tendencia esperada de una persona tímida es que no hable o hable


poco en público; la tendencia contraria o no esperada sería que hablara en
público más de lo que es habitual. El esfuerzo que una persona tímida
necesita hacer para hablar es muy superior al de una persona extrovertida
y, por tanto, cuando habla más de lo habitual, debemos valorar muy
positivamente la voluntad que demuestra por el esfuerzo que pone. En los
actos morales pasa exactamente lo mismo. La voluntad de actuar
moralmente está directamente relacionada con la dosis de esfuerzo que
debemos hacer. Cuando se precisan grandes dosis de éste, es poco
probable que la conducta no esperada se manifieste.

Cuando queremos ayudar a un invidente a cruzar una calle muy transitada,


el esfuerzo puede medirse, por ejemplo, en si el tiempo que deberemos
invertir para acabar la acción es óptimo (si tenemos prisa, es poco probable
que lo hagamos), o también en si hace desviarnos mucho de nuestra
dirección (si nos obliga a volver atrás, también es poco probable que lo
hagamos).

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El estímulo y el esfuerzo constituyen dos variables que interactúan de


mane- ra directa. En la voluntad de ejecutar un acto, ponemos en la balanza
la motivación existente y el esfuerzo necesario para llevarlo a cabo.
Seguramente, si el esfuerzo que debemos hacer no se compensa con una
motivación suficiente, no tendremos aquella conducta. En cambio, si hay
suficiente motivación, dedica- remos el esfuerzo que sea preciso.

Para algunos autores, la voluntad moral puede codificarse en un conjunto


de virtudes, puesto que la virtud es el argumento suficiente para actuar de
aquella manera y no de otra. La idea dominante es que el cumplimiento
dela virtud nos hace buenas personas, pero el interrogan te sobre quién
determina la orientación concreta y el contenido exacto de la virtud queda
abierto.

Comte-Sponville explica que la virtud es aquello que nos hace excelentes,


desde un punto vista moral. Ha relatado unas cuantas, empezando por la
urbanidad (que no llega a ser moral) y acabando con el amor (que ya no es
moral), entre las que incluye la fidelidad, la prudencia, el coraje, la
generosidad, la gratitud, la humildad, el humor, etc.

1.3.2.1.Formas de Voluntad
A. Buena voluntad:

La voluntad que es buena. Es la que interviene cuando queremos hacer el


deber por el deber. Para comprender y formular la teoría de los deberes del
hombre para consigo mismo, Kant distingue entre el hombre como ser
inteligente dotado de libertad.

B. La Voluntad Humana:

Puede ser determinada, además por la razón por inclinación, dado que la
inclinación puede movernos a realizar a una acción contraria al deber.

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C. La Voluntad de Poder:

Es un concepto importante de la filosofía de Friedrich Nietzsche. Esta


describe lo que él consideraba el motor principal del hombre: la ambición
de lograr sus deseos, la demostración de fuerza que lo hace presentarse al
mundo y estar en el lugar que siente que le corresponde; todas esas son
manifestaciones de la voluntad de poder. Otro punto particular de la
voluntad de poder es que también representa un proceso de expansión de
la energía creativa que, de acuerdo con Nietzsche, era la fuerza interna
fundamental de la naturaleza.

D. La Voluntad General:

El término voluntad general fue utilizado por el filósofo suizo Jean


Jacques Rousseau en su famoso libro El contrato social (1762). Los
conceptos de “contrato social” y “voluntad general” fueron decisivos para
dar fundamento a la idea de democracia y reemplazar la noción de
“voluntad del rey” que fundaba la monarquía, sistema que hasta entonces
había sido plenamente dominante en las relaciones políticas que preceden
a esta proposición de Rousseau.

La voluntad general sigue siendo un concepto fundamental para entender


la toma de decisiones en democracia. Que no es un concepto per se sino
más bien una propiedad convergente que aparece en el camino de
formación del contrato social. Se ve como la respuesta al problema que
plantea dicho contrato que es, “el encontrar una forma de asociación
capaz de defender y proteger, con toda la fuerza común, la persona y los
bienes de cada uno de los asociados, pero de modo tal que cada uno de
estos, en unión con todos, solo se obedezca a sí mismo, y quede tan libre
como antes” (Rousseau, 1770).

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1.3.2.2.Formas de Manifestación de la Voluntad

A. Los motivos del querer:

La actividad de la voluntad está determinada por una situación psíquica


bastante compleja, integrada por múltiples factores intelectuales, afectivos
e impulsivos.

Entre los ingredientes de un motivo pueden figurar las más diversas


expresiones de la imaginación, las representaciones y los juicios, los
sentimientos y las emociones, los deseos y los apetitos y, en resumen,
todas las manifestaciones consientes que pueden servir de estímulo a la
actividad del yo. Para que un complejo psíquico se convierta en un motivo
de la voluntad es necesario que posea cierta energía para mover al yo.

Casi siempre, actúan al mismo tiempo varios motivos. Ellos se pueden


apoyar mutuamente. Pero también se pueden producir luchas o conflictos
entre ellos. La acción queda entonces suspendida momentáneamente y se
produce un intervalo de deliberación.

B. La decisión:

La deliberación conduce, pues, a un acto electivo por el cual escogemos


un camino y lo apoyamos con toda nuestra voluntad. Este nuevo momento
lleva el nombre de decisión, determinación o resolución.

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C. Inhibición y decisión positiva:

La resolución de la voluntad puede ser positiva o negativa (o inhibición).

La voluntad comienza siendo un freno de la decisión inmediata,


suspendiendo la ejecución espontánea de cualquier actividad.

Fácil es comprender que el desarrollo de la vida mental eleva el poder de


selección entre los motivos. Hay que agregar, todavía, muchos otros
factores: La lucha contra las tentaciones, la organización de defensa contra
el desborde de las emociones, los mandamientos de la moral, el desarrollo
de la vida social, etcétera.

Todos ellos son factores de resignación unas veces, de compromiso otras,


de inhibición siempre. Todos ellos producen ese temple reflexivo que
llamamos espíritu crítico en el dominio intelectual y capacidad de control
personal en dominio de la voluntad.

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II. LA CONCIENCIA MORAL


2.1. Concepto
Ferrater (1975) afirma que el término conciencia puede referirse, en
primer lugar, al reconocimiento de algo exterior o interior. Apunta al
conocimiento del bien y del mal y en este caso, se habla de conciencia
moral.2
El término griego, synéidesis, a juicio de Mondolfo (1941, pág. 44) es
posterior a la noción misma que va elaborándose a través de la tragedia,
las corrientes órficas y, sobre todo, el pitagorismo en donde cobra una
importancia decisiva el examen de conciencia por el que se enseña a
vergonzarse ante uno mismo más que frente a los otros. A partir de ahí, el
concepto se transmitirá tanto a Demócrito por una parte, como a Sócrates,
Platón y Aristóteles. Pero será entre epicúreos y estoicos donde el
concepto alcanzará un mayor relieve como crítica del propio
comportamiento, bien a través del examen entre maestro y discípulo, bien
como examen ante sí mismo como la voz racional de la naturaleza, pues
es a través de la oikeiosis (autopercepción), que el hombre puede conocer
en su interioridad la ley natural conforme a la cual ha de vivir. Estas
concepciones penetrarán en el cristianismo y se juntaran con el judaísmo
en donde la ley divina, no escrita y eterna, será el fundamento de la
moralidad3
La conciencia moral. Es también conciencia de la libertad, conciencia de
que no todas las posibilidades de elección son igualmente valiosas. Por
eso es especialmente importante plantearnos qué es y cómo funciona. La
misma palabra que usamos para referirnos a ella ya nos da una pista: estar
consciente significa darse cuenta de lo que ocurre alrededor. La conciencia
es una forma de conocimiento o de percepción. La conciencia moral es
con lo que nos damos cuenta de lo que vale, de lo que merece la pena para

2
(Ferrater Mora, 1975)

3
(Rubio Carracedo, 1987, pág. 104)

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la vida, de lo que es bueno -o bien, de lo que no merece la pena, de lo


malo, de lo que hay que evitar.
2.1.1. Acción moral – conciencia moral
Llamamos acción moral a las acciones realizadas en un momento de
libertad de la conciencia, y cuya consecuencia aumenta la propia libertad.

Llamamos conciencia moral a aquella que en momentos de libertad y por


sí misma decide el sentido de la acción.

Si la conciencia sigue pautas morales por hábitos, por obligación o por


presión, no estamos ante la conciencia moral.

No es correcto concebir la conciencia como un código de conducta


impuesto por padres y educadores, algo así como un lavado de cerebro que
pretenda asegurar la obediencia y salvaguardar la convivencia pacífica.

2.2.TEORÍAS PSICOLÓGICAS DE LA CONCIENCIA MORAL


2.2.1. EL PSICOANÁLISIS FREUDIANO

El psicoanálisis es una ruptura fundamental en la concepción del


psiquismo: lo psíquico ya no se identifica con la conciencia, sino que ésta
acompaña a algunos actos psíquicos4

A. Precisiones metodológicas
El psicoanálisis ha conocido un desarrollo plural: nos ceñiremos aquí a la
concepción del propio Freud. El psicoanálisis puede considerarse en una
triple perspectiva: método terapéutico, teoría de la vida psíquica y método
de estudio de aplicación general. El estudio de las instituciones culturales
estuvo presente en el psicoanálisis desde el principio: el análisis de la
cultura no ha sido un mero complemento. La gran fluctuación de la
terminología freudiana y el ejemplo del concepto de superyó: no es
totalmente identificable con la noción de ideal del yo e incluso se distingue
entre superyó, ideal del yo y yo ideal.

4
(Skins, 2008)

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Abordamos la cuestión desde la perspectiva genético-económica del


superyó: éste surge y se edifica a partir de la “disolución” del complejo de
Edipo. Idealización, sublimación, identificación

El concepto de superyó se cimienta sobre las nociones de idealización,


sublimación e identificación, conceptos de por sí muy complejos.
• La idealización es la vía narcisista de la formación del superyó. La
oposición entre libido objetal y narcisista, el narcisismo como gran reserva
libidinal, la distinción entre narcisismo primario y secundario y la forja de
los ideales en la madurez para retener imaginariamente la perfección
narcisista de la niñez. La idealización es el proceso por el que el amor
ególatra de que en la niñez era objeto el yo verdadero se consagra en la
vida adulta al yo ideal.
• La sublimación cambia el fin sexual primitivo por otro no sexual y
psíquicamente afín. La sublimación de las pulsiones cambia el fin de la
pulsión, mientras que la idealización cambia el objeto de la libido.
• La identificación es el proceso por el que el sujeto asimila un
aspecto o atributo de otro y se transforma total o parcialmente sobre el
modelo de éste. Se utilizó esta noción en relación con síntomas histéricos.
• La amplitud del proceso de identificación: los fenómenos de duelo
y melancolía y el son estados de abatimiento e incapacidad de elegir un
nuevo objeto sexual: en la melancolía el sujeto se hace reproches a sí
mismo que en realidad van dirigidos al objeto perdido, mientras que en el
duelo la realidad exige a la libido el ir desanudando los lazos que le unían
al objeto. En la melancolía hay una “identificación narcisista” con el
objeto de la libido.
• El superyó, heredero del complejo de Edipo, proviene de las
modificaciones que el propio yo lleva a cabo en sí mismo por
identificación con los objetos primordiales de amor (las figuras parentales)
y en compensación por la pérdida de éstos.5

5
(Skins, 2008)

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B. Surgimiento del superyó.


• Los fenómenos del duelo y la melancolía son parecidos, pero
diferentes. Ambos La culpa y el impulso fanático La ambigua oposición
entre el yo y el superyó, la demolición de la constelación edípica y el
refuerzo del carácter punitivo del superyó en su relación con el ello. La
articulación de las instancias del yo, ello y superyó con la teoría de las
pulsiones (Eros y Tánatos).

La adquisición del carácter punitivo en el superyó por la liberación,


producto de la sublimación, de la tendencia a la agresión y a la
destrucción, que se direcciona al interior del sujeto: el yo, atrapado entre
las exigencias del ello y los reproches del superyó, que actúa contra el yo
a través de la moral. El sojuzgamiento pulsional no aplaca al superyó, sino
que refuerza su intolerancia.

El sentimiento de culpa, provocado por la unión de la sofocación cultural


de los instintos, el sadismo del superyó y el masoquismo moral.

C. Perspectivas culturales

La pugna entre libido y cultura siempre desemboca en algo trágico. Para


que las pulsiones eróticas que mantienen la cultura florezcan, los impulsos
agresivos deben ser sofocados, dirigiéndose contra el propio individuo y
vigilando su yo: el desarrollo de la cultura va unido inexorablemente con
el sentimiento de culpabilidad. Los conflictos no son contingentes, sino
necesarios. No ha lugar a las observaciones optimistas del propio Freud o
a los intentos conciliatorios de los neofreudianos. El alegato de Freud
contra la Ilustración ingenua y su suposición de que el camino de la cultura
conduce de forma necesaria hacia la perfección humana.

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D. consideraciones finales

La crítica psicoanalítica de la moral no es una crítica sustantiva, sino


genético-funcional. No se pregunta por el problema del fundamento de la
moral, sino por el de su origen y función. No se trata de una filosofía del
deber ser, sino una psicogenética de la moral, de lo que llega a ser deber.
El psicoanálisis freudiano elimina toda posibilidad de una liberación sin
trabas, y afirma que la entrada del individuo en la cultura siempre es un
proceso doloroso. El mito del padre primordial de la horda primitiva no es
sino una creación del fantasma infantil de omnipotencia. Este mito está
relacionado con las dos prohibiciones fundamentales de la cultura: el
asesinato (del padre) y el incesto. Sólo gracias a la severidad del superyó
respecto de la realización sin restricciones de los impulsos puede
alcanzarse un orden en la conducta humana. El superyó es el fruto de la
represión y del rechazo, no su causa. Es el yo quien rechaza los impulsos
que lo inquietan. Freud no niega la posibilidad de mejoras en la cultura,
pero niega el intento de acceso a una moral o una cultura sin represión. El
psicoanálisis no pretende renunciar a toda exigencia, pero recela de la
conformación a un ideal que trate de realizar los impulsos más arcaicos
que dice rechazar: el imperativo categórico kantiano se da la mano con el
goce sadiano erigido en imperativo (Lacan). A partir de Freud, la crítica
kantiana de la patología de las inclinaciones debe completarse con la
crítica freudiana de la patología del deber (Ricoeur). Desconfianza de las
propuestas que tratan de armonizar el amor propio con los intereses de los
demás (al estilo de Fromm). En Freud se sugiere la posibilidad de que la
elaboración cultural de los restos infantiles, la sublimación, no sólo repite
los arcaísmos infantiles, sino que nos abre a nuevos sentidos, a nuevas
fantasías, reelaborando fantasías arcaicas. La tarea de nuestra vida moral,
abierta e imprecisa, consistiría en la reelaboración por la que se trata de
conjugar nuestro deseo en diálogo con la realidad y los otros.

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2.2.2. EL COGNITIVISMO: PIAGET Y KOHLBERG

Piaget y Kohlberg se centran en el surgimiento de las estructuras


cognitivas que posibilitan el desarrollo.

A. J. Piaget Piaget

Estudia el juicio moral en su estudio sobre el desarrollo de la inteligencia


humana, que se desenvuelve a través de procesos cognitivos en orden
cronológico. La mente humana opera con dos funciones invariantes:
organización y adaptación al entorno (asimilación y acomodación). La
mente no sólo absorbe datos, sino que busca información, en su
interacción con el medio, que le permita construir un sistema de orden. La
información relevante en cada etapa depende de las estructuras mentales.
Existen cuatro estadios de desarrollo (métodos de organizar la
información):

 Sensomotor (hasta los 2 años), limitación al ejercicio de


capacidades sensoriales y motoras.

 Preoperatorio o prelógico (hasta los 7 años), llegada del


pensamiento (“representación interna de actos externos”). Los
niños están cognitivamente centrados en sí mismos.

 Operaciones concretas (hasta los 11 años), acciones mentales


reversibles con poca capacidad de abstracción.

 Operaciones formales (desde los 11 años), capacidad de razonar


en términos de abstracciones formales.
La inteligencia opera también en el área del afecto; la interacción entre
ambos se pone de relieve en el juicio moral (estructura cognitiva sobre el
trato que nos debemos a nosotros y a los demás). El estudio por Piaget del
desarrollo del respeto por las reglas y el sentido de la solidaridad en los
juegos por los niños: etapa de respeto unilateral.

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B. Kohlberg
El ejercicio del juicio moral es un proceso cognitivo que nos permite
reflexionar sobre nuestros valores y ordenarlos en una jerarquía lógica. El
proceso cognitivo y moral de asunción de roles: el desarrollo de los
procesos cognitivos, condición necesaria –pero no suficiente- para el de
los paralelos niveles sociomorales. Son estructuras que emergen de la
interacción con el entorno social.
Kohlberg distingue en el desarrollo del juicio moral tres niveles (enfoques
de problemas morales), cada uno con dos estadios (criterios por los que el
sujeto ejercita su juicio moral, forman una secuencia invariante e integran
jerárquicamente las estructuras en niveles más bajos). Los estadios,
descripciones de puntos de equilibrio ideales en el camino del desarrollo.
Los tres niveles:
 Nivel preconvencional, las cuestiones morales se enfocan desde
los intereses concretos. Propio de los niños, de muchos
adolescentes y de algunos adultos.

 Nivel convencional, las cuestiones morales se enfocan desde el


intento por desempeñar bien el rol social que al individuo le
corresponde. En la adolescencia y en la mayoría de adultos.
 Nivel postconvencional o de principios, menos frecuente, surge al
comienzo de la adultez y es propio de una minoría de adultos.

Los paralelismos de estos niveles con las etapas del desarrollo cognitivo
de Piaget. El debate sobre los estadios 5 y 6, con menos datos empíricos:
el avance sobre el estadio 4, la “crisis de relativismo” y la propuesta de un
estadio 4 ½ de vuelta al estadio 4. El estadio 5 (perspectiva relativista de
los valores pero en búsqueda de un contrato social) y el estadio 6 (deberes
categóricos y juicio moral concebido como algo consistente y
universalizable).
La teoría de Kohlber: una serie de valores universales, de prácticas
variables, encarnados en instituciones sociales, surgiendo de la

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experiencia de intercambio con otros y a modo de modelos conceptuales


regulatorios de la interacción social.
La compleja relación entre el saber y el actuar, que afecta a dimensiones
emocionales (juicios morales más adecuados que otros no implican
personas más morales). Los estudios empíricos longitudinales de
Kohlberg en distintas clases y países, criticados como etnocéntricos y
desde una perspectiva más masculina.
La discusión sobre la naturaleza del estadio 6, ausente en muchas muestras
estudiadas: ¿etapa del desarrollo natural o punto de equilibrio ideal?
Habermas: la psicología cognitiva como enfoque de apoyo a la
reconstrucción racional de la competencia comunicativa y la
consideración de los estadios del nivel postconvencional como “estadios
de reflexión” más que como “estadios naturales de desarrollo”. La crítica
habermasiana de la tesis de Gilligan de un supuesto estadio 7
(“postconvencional contextualista”).

2.2.3. LA GÉNESIS U ORIGEN DE LA CONCIENCIA


MORAL
Al definir la conciencia como un tipo de conocimiento o de percepción
estamos reconociendo que es una realidad compleja. Cuando valoramos
una acción realizada o por realizar, la conciencia moral puede actuar de
maneras diferentes: podemos sentir que lo que hemos hecho o vamos a
hacer está bien o mal, sin saber exactamente por qué; podemos también
analizar las consecuencias reales o posibles de nuestra acción y su
conveniencia; podemos recurrir a pensar en normas previamente
aceptadas para enjuiciar la acción... A lo largo de la historia, distintas
corrientes de pensamiento sobre la moral han dado mayor importancia a
alguno de estos modos de actuación de la conciencia moral.

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El intelectualismo moral. Por ejemplo, considera la conciencia moral


como el conocimiento de lo que es bueno y lo que es malo. Se produce en
él una identificación entre el bien y el conocimiento, por una parte, y el
mal y la ignorancia por otra. En consecuencia, según el mismo, sólo
obramos mal porque creemos, en nuestra ignorancia, que ese mal que
hacemos es un bien para nosotros. La manera de conseguir actuar
correctamente será, pues, educar a nuestra razón en los principios de la
moral para que no pueda llevarnos a valoraciones incorrectas sobre la
bondad o maldad de las cosas y las acciones.6

El Emotivismo, por el contrario, es el planteamiento de la conciencia


moral como sentimiento. Según los emotivistas, por medio de la razón
sólo podemos llegar a comprender lo útil o lo conveniente para
determinados fines, pero no si algo es bueno o malo. La bondad o maldad
de actos, palabras, etc. se siente, no se conoce racionalmente. Los juicios
morales, para los emotivistas, no son más que medios para comunicar esos
sentimientos y para intentar convencer a los demás de su validez.

El Intuicionismo tampoco considera que la razón sirva para determinar la


maldad o la bondad de las acciones y las cosas: la conciencia moral, según
los intuicionistas, percibe directamente lo bueno y lo malo. Puesto que el
bien no es una cualidad natural -como el color-, no puede percibirse por
medio de los sentidos físicos. Esto hace que los intuicionistas vean la
conciencia moral como un sentido moral -intuición moral- que percibe
directamente la bondad o maldad de las cosas y las acciones, sin
intervención de los sentidos físicos ni del razonamiento.

El intuicionismo y el emotivismo niegan que la razón sea el componente


fundamental de la conciencia moral, aunque desde posturas muy
diferentes. El intuicionismo considera que el bien y el mal están en las

6
Fuente especificada no válida.

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cosas y las acciones, son cualidades reales que percibimos. El emotivismo,


por el contrario, sostiene que son sentimientos que provocan esas acciones
y cosas en nosotros; sentimientos que pueden variar de una persona a otra
y son objeto de discusión.

Los Prescriptivistas, en cambio, consideran que la moral se basa en el


carácter prescriptivo (imperativo) de sus juicios. La conciencia moral,
según estos autores, asiente o rechaza los mandatos que presentan los
juicios morales. La manera de demostrar el asentimiento a lo que dice una
norma es cumplirla, la de demostrar el rechazo, no cumplirla.

Todas estas teorías destacan aspectos parciales de la realidad total que es


la conciencia moral. Ésta se compone tanto de razonamientos y juicios
como de sentimientos, intuiciones o mandatos.
Un problema clave de la conciencia moral es el de su origen: ¿de dónde
surge esa capacidad del yo espiritual para juzgar, aprobar, desaprobar?;
¿cómo es que puede acceder, conocer, asumir, personalizar y expresar esas
valoraciones “universales”? Diversas concepciones de la conciencia moral
han intentado solucionar este problema:
La empirista: según esta concepción la conciencia moral es la resultante
del efecto simple y natural de la vida en contacto con la experiencia. Le
Senne (1973) afirma: “La conciencia es, por así decirlo, la masa activa de
todas las creencias surgidas de nuestra familiaridad con la experiencia”
La asociacionista: la conciencia moral obedece, se forma y se muestra en
el obrar por la asociación libre y espontánea de la capacidad potencial de
una acción y la experiencia del sujeto: el agrado, la pena, recompensa,
castigo que ésta le produciría. Esta concepción es limitada por cuanto que
dejando de lado todo valor absoluto, le confiere a la conciencia la
completa pasividad ante la asociación, es decir, omite ese ligero juicio o
evaluación somera que ella es capaz de hacer y a partir del cual ella puede

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sobreponerse o superar el supuesto imperativo resultante de la asociación:


ella puede aprobarlo o desaprobarlo, aceptarlo o resistirse a él.7
La racionalista: esta perspectiva reduce la estructura y dinamismo de la
conciencia moral a un cuerpo de principios derivables de un primer
principio o esencia. Para los simpatizantes de esta concepción, basta
determinar racionalmente la esencia de un ser para deducir de ahí todo un
sistema de deberes o condiciones de felicidad. Hay que tener presente el
statu quo propuesto por los filósofos antiguos en el que cada alma debía
obedecer una ley inherente a su condición (ley que provenía de su ser y
determinaría su hacer) para ser feliz y contribuir a la prosperidad de la
polis.
La criticista: esta concepción es derivada del racionalismo teórico pero,
sin atender lo ontológico se orienta hacia una consideración moral del
deber. Inspirada en el racionalismo crítico kantiano parte de un elemento
trascendental puro para fijar los principios del pensar y del obrar: “la
conciencia legisladora se distingue de la conciencia subjetiva del agente
moral en que pone formalmente a priori un imperativo, en cuya obediencia
se constituye exclusivamente la moralidad” (Le Senne, 1973, p. 333). La
inspiración en el racionalismo crítico kantiano permite afirmar una
(exagerada) independencia del espíritu de cara a la experiencia sensible y
afectiva (en que pueden dirigir las circunstancias), muestra que es el
espíritu el origen de las cosas ideales, y se enfrenta al subjetivismo
individualista que afirmaría los gustos, conveniencias, intereses,
caprichos, egoísmos pero peca de un formalismo y apriorismo por el que
la conciencia queda como colgada en el aire. Se cree que dada la realidad
encarnada, situada que es el ser humano, la conciencia debe estar volcada,
comprometida con la realidad y eso es mucho más que la vigencia de un
principio formal.8

7
Fuente especificada no válida.
8
Fuente especificada no válida.

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La positivista: Para “el positivismo la moral no puede ser más que un


capítulo de ciencia del hombre.” Esta concepción admite dos
reduccionismos: uno biológico y una sociológico. El biológico concibe la
conciencia moral como una mera alineación de la acción voluntaria con la
acción orgánica, se dice que en ella la moralidad e inmoralidad vienen a
ser sinónimos de salud o enfermedad, rebaja los hábitos morales a instintos
hereditarios y reduce los vicios y pasiones a taras congénitas. La tendencia
sociológica que, tiene a la base a Comte como su inspirador y a Durkheim
(1976) como el que le señala sus principios y exposición rigurosa,
consagra que todos los valores tienen como origen la sociedad, por tanto
es la sociedad misma la conciencia colectiva y la fuente de la que cobra su
valor sagrado el hecho moral; ella deja su huella o dictamen en nuestra
conciencia moral personal y a ella le debemos respeto- obediencia. De ser
así, se debe obedecer los no pocos dictámenes ambiguos u opuestos al
humanismo que ella preconiza hoy.

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III. EL BIEN MORAL


3.1.¿QUÉ ES EL BIEN?
El autor FAGOTHEY (1973) nos menciona: “El bien es un concepto
simple, no analizable en algo más simple, y que por consiguiente, el
concepto del bien es indefinible” (pág. 46)

Es así como se puede concebir al bien como algo indefinible, pero más no
como un algo desconocido. Un ejemplo: no podemos definir el color
amarillo, sino señalar simplemente objetos de tal color.

Tratar de definir el bien en términos de algo otro, que no es bien, es no


definirlo, sino perderlo. Pero ahora antes de hablar del bien moral es
necesario recordar que el Bien es visto desde dos perspectivas: desde la
metafísica (que establece el bien ontológico) y desde la ética (que afirma
la existencia del bien moral). El bien en sentido ontológico es una
propiedad del ente en cuanto tal y el bien en el sentido moral, en cambio,
es propio del ser humano y de sus acciones libres: es el bien
correspondiente a lo más específico de la naturaleza humana.

De acuerdo con MARITAIN (1951), “El bien es el ser en tanto que se


ofrece al amor, al querer. He ahí aun una nueva epifanía del ser: todo
ser es metafísicamente bueno, es
decir, apto para ser amado, para
ser objeto de un amor, en la
medida misma en que es. He ahí el
bien que llamamos metafísico u
ontológico y que es coextensivo
con el ser” (pág. 4)

3.2.¿QUÉ ES EL BIEN MORAL?

La Ética se preocupa por definir el bien en sentido moral. Sin embargo,


esta definición supone la noción de bien ontológico. Todo ser es
ontológicamente bueno, sin embargo, no todo ser es moralmente bueno.

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El bien moral se expresa en el orden de la realización del ser humano,


teniendo en cuenta el uso de su libertad y la conquista de su propio destino.

Según nos dice ARISTÓTELES (2005) que


“…el bien moral expresa la conformidad
del objeto y del acto querido con las
virtudes” (pág. 46)

El bien moral no es pues un trascendental, pero sigue siendo un concepto


metafísico particularizado en el orden ético, en la línea de la realización
del ser humano. No creo que el pasaje del bien metafísico o trascendental
al bien moral se efectúe por una simple particularización lógica; supone la
irrupción de un dato nuevo, supone la experiencia moral. Pero sigue
siendo ontológico en su naturaleza, es un bien ontológico particularizado.

La posición de Santo Tomás es muy clara, diciendo que el bien, es la


plenitud del ser. Y lo que primariamente y ante todo se requiere para tal
plenitud es el estar constituido en su especie. Para el acto moral, es pues
el tener su especie lo que acaba y perfecciona en la línea de ese ser
particular que es el ser moral o el uso de la libertad.

A partir de ello diremos que lo bueno en sentido moral abarca aquellos


actos humanos que consideramos positivos o valiosos desde el punto de
vista moral. Sin embargo, esto no es suficiente. Debemos ir a la esencia
del significado de bien y de bondad. El bien adquiere en el hombre carácter
moral porque el hombre es libre, de manera que la consecución de su bien
depende y es causada por su libre autodeterminación. Conviene aclarar
que el concepto de bien se contrapone al de mal; ambos términos se hallan
en una relación recíproca y constituyen dos conceptos inseparables.
Definir lo bueno entraña definir lo malo. Toda concepción del bien,
entraña necesariamente una concepción del mal.

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Según MARITAIN, (1951) nos dice que el bien moral contiene dos
implicaciones:

a) La primera es la de valor:
se trata entonces del bien moral en
la perspectiva de la causalidad
formal, el bien como significando
la cualidad intrínsecamente buena
de un acto humano.

b) La segunda es la de fin: el bien es considerado en la perspectiva de


la causalidad final; se trata del bien a que el hombre tiende, y que toma
como fin en su actividad moral; del bien con miras al cual se desencadena
su actividad como agente libre.

El autor nos explica anteriormente que la noción de bien moral implica


dos cosas: 1ª) el valor, que significa la cualidad intrínsecamente buena de
un acto humano; y 2ª) el fin, que significa el bien al que tiene el ser
humano y que es el objetivo último de su actividad moral. Dentro de esta
perspectiva, el bien puede considerarse como valor y como fin. Todo lo
que es valioso se convierte en un fin para el agente moral.

Si hemos de hablar en términos estrictos, el bien moral podría ser


considerado como sinónimo del bien como valor. Pero en un sentido más
general el bien, en el dominio de la moralidad, significa ya sea el bien
como valor o el bien como fin (especialmente como fin último).

Así es como SANCHEZ, (1995) nos menciona que todo acto moral aspira
a ser una realización de lo “bueno”. Un acto moral positivo es un acto
valioso moralmente, y lo es justamente en cuanto lo consideramos
“bueno”.

Se trata ahí, comprender el bien, de dos aspectos separados, no de dos


cosas separadas. Todo valor (positivo) es potencialmente un fin, puesto
que todo valor (positivo) significa la calidad intrínsecamente buena de un

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acto o de una cosa. Hay aquí una cuestión de perspectiva: estas dos
nociones de valor y de fin se refieren esencialmente a dos órdenes cuya
distinción es clásica en filosofía: el orden de especificación y el orden
de ejercicio.

3.3. TIPOS DE BIEN MORAL


a) EL BIEN MORAL COMO VALOR

Esta percepción del bien como valor moral supone


la experiencia moral; sólo se hace perceptible si
nos volvemos, dentro de nosotros, hacia los datos
irreductibles de la experiencia moral. Este
universo nuevo que he tratado de describ ir está
arraigado en la libertad, y en la razón. En este
universo de la moralidad, los actos humanos reciben una
especificación nueva, distinta de su especificación natural u
ontológica; reciben una especificación típicamente moral, que se
refiere al uso de la libertad como que realiza o no ciertos valores,
como que está o no está de acuerdo con ciertas exigencias, y
concuerda o no con ciertas normas de acción.

Por ejemplo: Un asesinato combinado con una inteligencia


espléndida y ejecutado con una habilidad física excepcional es un
buen crimen, pero no es una buena acción. Buena acción, mala
acción son nociones que se refieren al uso de la libertad en relación
con la realización propia del ser humano, pero a la misma vez
como interviene el fin del bien interviene los valores que se
desarrollan durante la acción para crear algo denominado BIEN

b) EL BIEN MORAL COMO FIN


Según ARISTÓTELES, (2005) en su obra Ética a Nicómaco
afirma que toda acción humana se realiza en vistas a un fin, y el
fin de la acción es el bien que se busca. El fin, por lo tanto, se

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identifica con el bien. Pero muchas de esas acciones emprendidas


por el hombre son un "instrumento" para conseguir, a su vez, otro
fin, otro bien.
Por ejemplo, nos alimentamos adecuadamente para gozar de salud,
por lo que la correcta alimentación, que es un fin, es también un
instrumento para conseguir otro fin: la salud. ¿Hay algún fin
último? Es decir, ¿Hay algún bien que se persiga por sí mismo, y
no como instrumento para alcanzar otra bien?
El filósofo ARISTÓTELES (2005) hace mención: “…la felicidad
es el bien último al que aspiran todos los hombres por
naturaleza. La naturaleza nos impele a buscar la felicidad…”
(pág. 178)
Una felicidad que Aristóteles identifica con la buena vida, con una
vida buena. Pero no todos los hombres tienen la misma concepción
de lo que es una vida buena, de la felicidad: para unos la felicidad
consiste en el placer, para otros en las riquezas, para otros en los
honores, etc.
Cada sustancia tiene una función
propia que viene determinada por
su naturaleza; actuar en contra de
esa función equivale a actuar en
contra de la propia naturaleza;
una cama ha de servir para
dormir, por ejemplo, y un cuchillo
para cortar: si no cumplen su función diremos que son una "mala"
cama o un "mal" cuchillo. Si la cumplen, diremos que tienen la
"virtud" (areté) que le es propia: permitir el descanso o cortar,
respectivamente; y por lo tanto diremos que son una "buena" cama
y un "buen" cuchillo. La virtud, pues, se identifica con cierta
capacidad o excelencia propia de una sustancia, o de una actividad
(de una profesión, por ejemplo).

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Ya está claro está que el hombre con el pasar de los años y acciones
realiza un afán constante, el del bien; ya que no nacemos como
poseedores del bien, sino como buscadores constantes de él. Todo
bien moral como fin, excepto el bien moral, es optativo; en tanto
que el bien moral como valor es simplemente necesario.

La Responsabilidad Moral, la Conciencia Moral y el Bien Moral 36


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IV. CONCLUSIONES

- En la actualidad el bien moral se interpreta entonces generalmente


de forma funcional como reconocimiento de y sumisión a aquellas
normas que sirven a la satisfacción de las necesidades individuales
(interés propio), o a una comunidad de acción (utilitarismo)

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FACULTAD DE EDUCACIÓN Y CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN
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