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La ciudad: obra de arte Moderno.

Observar la ciudad, es leer la historia; así, es condensar fragmentos tejiendo un

presente que se desnuda en nuestras miradas a través de las cicatrices en las grietas de

cemento, en los pasos, monumentos, colores o transeúntes; es decir, leer un sinfín de

aspectos que condensan la obra de arte “moderno”; ahora, obra considerada sublime o

atroz, dependiendo de la subjetividad del espectador.

La modernidad como periodo de triunfo de la razón sobre la barbarie y la luz del

entendimiento sobre la ignorancia (Cruz.2013) toma como epicentro la ciudad en su

proyecto “emancipador” de progreso e ideales humanos.

Las proyecciones de la humanidad en la modernidad fueron pensadas para la liberación,

progreso, educación, es decir, para el bienestar humano; no obstante, como todos los

procesos humanos, este “fracasó”, pues hoy, ante las innumerables proposiciones

humanistas que se han contemplado, el hombre no puede dejar su rastro de caos e

incertidumbre.

La humanidad ha sido y estará condenada a contemplar la destrucción y esperanza al

unísono, por ello, las construcciones sociales y culturas que se entretejen retornan en

ilusión y fracaso, una ambivalencia continua y eterna. El proyecto de la modernidad no fue

la excepción, la antropofagia está perenne en la historia del hombre, sigue deambulando

en las ciudades, irrumpiendo el gran epicentro del modelo modernista.

Ahora, referenciando la ciudad como epicentro de la modernidad, surge la premisa, de esta

como una obra de arte moderno, obra porque es producto de las construcciones humanas,

tanto arquitectónicas como simbólicas, un espacio que condensa la existencia.


Por consiguiente, la ciudad como arte, expresa el mundo sensible, por otra parte, es la

galería sonámbula que no cesa de presentar sus obras y se erige en la vitalidad:

La ciudad como teatro, donde los transeúntes no paran de presentar su obra, son actores y

espectadores permanentes del caos, el desempleo, la suciedad y esperanza, en esencia,

dramatizan el guion del neoliberalismo, para estrenar sus obras en el consumo irrisorio y en

la decadencia de los bienes naturales, así, conjurándose nuevas identidades en el

prospecto de ciudad, donde la globalización permite el intercambio de bienes culturales y

materiales que pluralizan u homogenizan la cultura, sin embargo, fluctúa en el detrimento

económico de los pequeños productores.

La ciudad como taller de escultura y arquitectura: como se había mencionado

anteriormente, el hábitat del hombre se transforma, su cambio deviene del modelo

productivo del cual se rige y de las concepciones de mundo que tienen los sujetos, por ello,

la historia se adscribe en los modelos arquitectónicos, es decir, se obtienen piezas y datos

históricos en los barrotes y diseños de las casas, por ejemplo, en los municipios de

Risaralda se entrevé casas antiguas de madera con “chambranas” y puertas grandes, a su

vez, patios en el centro, por otra parte, las plazas y las casas puestas geométricamente

cuadriculares, en contraposición al espacio circular manejado por los aborígenes; la

observación de este diseño, nos remonta a la historia de la colonización, donde la cultura

española, en general el mundo de occidente, influenció nuestra manera de manejar el

espacio y concebir nuestra ciudad, equivalentemente, nuestro pensamiento.

De la misma manera se puede mencionar los monumentos, para tal caso en Colombia, las

plazas de Bolívar, el libertador, donde se olvida el proceso libertario de otros líderes como

Santander, todo ello, crea historia y cultura que las futuras generaciones observan para

apalabrar el mundo.
La escultura de Pereira llamada comúnmente como Prometeo es el monumento a los

fundadores, se hizo con la idea de hacer un reconocimiento a colonizadores, la influencia

caucana y antioqueña que parcializó las tierras y erigió la ciudad, pero ¿por qué una

escultura que se hace para enaltecer lo propio contiene la figura de Prometeo un personaje

de la mitología griega? si en tierras andinas habitaban otros seres con diferentes

cosmogonías, otra vez, la ciudad como arte, nos deslinda las identidades que se imponen,

las que se ocultan y las que se construyen.

La ciudad como relatos: La tradición oral perenne en la ciudad hablada y los autores que

escriben lo que ven y pintan con palabras la ciudad cruda y alegre, ciudad que quiere ser

evocada donde no solo se recuerda, también se efectúa una resurrección de momentos

(Giraldo) una evocación necesaria para leer la ciudad y los imaginarios del hombre ¿Cómo

nos acercaríamos a las historias urbanas de Pereira sin los cuentos de Silvio Girón? ¿Cómo

oleríamos la ciudad poética sin Luis Fernando Mejía? ¿Cómo nos deleitaríamos con los

bambucos y la poesía romántica sin Luis Carlos González? ¿Cómo cantaríamos al infierno

sin Héctor Escobar Gutiérrez? La literatura resignifica asimismo la historia del hombre y la

ciudad, con ella, delimitaremos la opacidad de nuestra existencia, una existencia en la cual

toda proyección está sujeta al fracaso ¿Qué importa decir que la modernidad ha fracasado si

todo en el hombre es fracaso? Por ello, esta dualidad invita a conjurar la práctica de

solventar nuestra existencia con evocación en el arte para resignificar sentidos que caerán y

fracasarán pero procuran transformarse en otros, una lucha incesante que la ciudad y el

hombre apremian.

Bibliografía.

La ciudad: promesa moderna de razón y de luz. Cruz Kronfly.2013.Universidad del Valle

Por: Lina María Benjumea Alzate.


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