Universidad Nacional de Colombia Reseña del artículo: “Estatuas de San Agustín (Huila, Colombia) en el Museo Etnográfico de Berlín: itinerario de clasificaciones y exhibiciones” de Verónica Montero Fayad. Revista Colombiana de Antropología, volumen 52, número 2 año 2016 El año de 2013 se cumplieron 100 años de las primeras excavaciones arqueológicas en la zona rural de la población de San Agustín, ubicada al sur del departamento del Huila en Colombia. Estas excavaciones fueron emprendidas por etnógrafos alemanes, dando como resultado el conocimiento ante el mundo de una misteriosa cultura indígena cuyas huellas permanecieron ocultas al hombre moderno hasta hace un siglo. Este hallazgo no sólo puso a San Agustín en el mapa arqueológico global sino que le imprimió una identidad cultural que es hoy la base de su economía, centrada en el turismo tanto arqueológico como recreativo y natural; tanto que es considerada como la capital arqueológica de Colombia. El artículo trata el tema de la polémica generada durante la conmemoración del centenario de este descubrimiento, en la cual se reclama, por parte de estamentos oficiales colombianos, la repatriación de los objetos trasladados a Alemania para ser estudiados y exhibidos en museos etnográficos de ese país. La historia comienza cuando, entre el 20 de diciembre de 1913 y el 30 de marzo de 1914, el arqueólogo y etnógrafo alemán Konrad Theodor Preuss (1869-1938) llevó a cabo excavaciones en el municipio de San Agustín, hasta ese tiempo, un pequeño pueblo enclavado en las estribaciones del Macizo Colombiano, cercano a las primeras aguas del río Magdalena. Esta empresa hacía parte de un proyecto global por parte del Museo Etnográfico de Berlín, que estaba interesado en recoger objetos representativos de pueblos primitivos alrededor del mundo. El resultado inmediato fue el desentierro de 12 esculturas; el registro fotográfico de otras 120 y el calco de 38 más mediante moldes de yeso. 21 esculturas de piedra, material cerámico y otros elementos líticos fueron trasladados hacia Berlín para ser parte del museo, según el artículo. Para representantes de la población de San Agustín, así como desde el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), este traslado se realizó de manera ilegal y es esta la base del argumento para la reclamación de aquel patrimonio, aunque según el mismo Preuss, todo el proceso tuvo respaldo por parte del gobierno colombiano, incluyendo una exención de impuestos por la exportación del material arqueológico. Luego de exponer estos antecedentes, el artículo hace un recuento de las distintas etapas por las que pasa el Museo Etnográfico de Berlín desde su fundación en el año de 1873, en cabeza de Adolf Bastian (1826-1905) y de la Sociedad Berlinesa de Antropología, Etnología y Prehistoria, fundada en 1869. Debido a las dos guerras mundiales, en las cuales tanto la capital alemana como su mismo país, se vieron involucradas y afectadas, los procesos de recolección de objetos culturales y la exhibición de los mismos, sufrieron periodos de inactividad así como traslado de material y pérdidas de algunos de éstos, conllevando a que cuando por fin Alemania volvió a unificarse a finales de la década de los ochenta del siglo pasado, las colecciones resultaron dispersas entre los botines de guerra de las naciones aliadas, con lo cual los representantes de la etnografía y arqueología en Alemania iniciaron procesos de recuperación de tales objetos. Otro punto importante del artículo es que expone las motivaciones que tuvo Bastian como pionero de la arqueología en Alemania, en el sentido de que era necesaria la recopilación de objetos artísticos de los pueblos primitivos alrededor del mundo como parte del estudio de la etnografía usando métodos comparativos e inductivos en el análisis del pensamiento en las diversas sociedades, intentando descifrar un pensamiento general, común a todas ellas y así establecer un vínculo entre todas las culturas de la humanidad. De igual manera hace un contraste entre el humanismo alemán y las etapas imperialista y nacionalista en relación con las campañas arqueológicas en América, mostrando al primero como parte de un enfoque académico que busca el conocimiento como un valor en sí, mientras que estos últimos justifican sus exploraciones guiados por su sentimiento de superioridad en cuanto a tecnología, ciencia y cultura que les permite disponer de los objetos de otros pueblos sin mayor justificación que la apropiación. El artículo en sí intenta aportar elementos al debate sobre si está fundamentada la reclamación que hacen los representantes colombianos cuestionando la motivación que tienen éstos, sugiriendo que sus esfuerzos obedecen más al deseo de posesión material y control del patrimonio que a un deseo de estudio, inclinándose más por la postura de los etnógrafos alemanes, quienes dilatan la discusión y justifican la posesión del material arqueológico. Al respecto de este último tema, mi posición personal es que, aunque estoy de acuerdo con que cada nación tiene el derecho sobre el destino y administración de los objetos culturales de los pueblos que habitan o habitaron su territorio, y que este es un principio que las otras naciones deben respetar por más desarrolladas que sean, en el caso de Colombia hay que tener en cuenta que al igual que en otros espacios, nuestros dirigentes encaminan sus acciones obedeciendo a intereses que benefician a los sectores privados que administran nuestro patrimonio histórico y cultural con fines exclusivamente económicos y establecen una brecha entre el pueblo y su patrimonio. Este principio se ve reflejado en el alto costo que implica acceder a los lugares donde reposan estos elementos ancestrales, a diferencia de otros países donde el acceso a los servicios culturales o patrimoniales no se encuentra mediado por el dinero.