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Lacan Seminario 3 Cap XV 3

Hay otra forma de defensa además de la provocada por una tendencia o significación
prohibida. Esa defensa consiste en no acercarse al lugar donde no hay respuesta a la
pregunta. De este modo nos quedamos más tranquilos, y, en suma, esa es la
carácterística de la gente normal.

Los psicóticos, no es tan seguro. Quizá la respuesta les llegó antes que la pregunta; es
una hipótesis. O bien la pregunta se formuló por si sola, lo cual no es impensable. No
hay pregunta para un sujeto sin que haya otro a quien se la haya hecho.

Estaba en la perplejidad. Un mínimo de sensibilidad que da nuestro oficio, permite


palpar algo que siempre se vuelve a encontrar en lo que se llama la pre-psicosis, a
saber, la sensación que tiene el sujeto de haber llegado al borde del agujero. Esto
debe tomarse al pie de la letra. No se trata de comprender que ocurre ahí donde no
estamos. No se trata de fenomenología. Se trata de concebir, no de imaginar, que
sucede para un sujeto cuando la pregunta viene de allí donde no hay significante,
cuando el agujero, la falta, se hace sentir en cuanto tal. Repito, no se trata de
fenomenología.

En la psicosis el significante está en causa, y como el significante nunca esta solo,


como siempre forma algo coherente —es la significancia misma del significante—
la falta de un significante lleva necesariamente al sujeto a poner en tela de juicio el
conjunto del significante. Esta es la clave fundamental del problema de la entrada
en la psicosis, de la sucesión de sus etapas, y de su significación.

Defensas como éstas no son suficientes en el caso de la psicosis, y lo que debe


proteger al sujeto aparece en la realidad Este coloca fuera lo que puede conmover la
pulsión instintiva que hay que enfrentar.

Porque se considera que el id tiene el poder de modificar y perturbar lo que puede


llamarse la verdad de la cosa. Según se explica, se trata para el sujeto de protegerse
contra las tentaciones homosexuales. Nadie jamas llegó a decir—Schreber menos que
los demás—que de golpe no vela más a la gente, que el rostro mismo de sus
semejantes masculinos estaba cubierto, por la mano del Eterno, con un manto.
Siempre los vio muy bien. Se considera que no los vela como lo que verdaderamente
eran para el, o sea como objetos de atracción amorosa.

No se trata entonces de lo que vagamente se llama realidad, como si ésta fuese


idéntica a la realidad de las murallas contra las que chocamos; se trata de una
realidad significante, que no sólo presenta topes y obstáculos, sino una verdad que
en sí misma se verifica y se instaura como orientando este mundo e introduciendo
en el seres, para llamarlos por su nombre.

El padre no es simplemente un generador. Es también quien posee el derecho a la


madre, y, en principio, en paz. Su función es central en la realización del Edipo, y
condiciona el acceso del hijo—que también es una función, y correlativa de la
primera—al tipo de la virilidad. ¿Qué ocurre si se produjo cierta falta en la función
formadora del padre? El padre pudo efectivamente tener cierto modo de relación
como para que el hilo realmente adopte una posición femenina, pero no es por
temor a la castración. Todos conocimos esos hijos delincuentes o psicóticos que
proliferan a la sombra de una personalidad paterna de carácter excepcional, de uno de
esos monstruos sociales que se dicen sagrados.

Supongamos que esa situación entrañe precisamente para el sujeto la


imposibilidad de asumir la realización del significante padre a nivel simbólico.
¿Qué le queda? Le queda la imagen a la que se reduce la función paterna. Es una
imagen que no se inscribe en ninguna dialéctica triangular, pero, cuya función de
modelo, de alienación especular, le da pese a todo al sujeto un punto de enganche,
y le permite aprehenderse en el plano imaginario. Si la imagen cautivante es
desmesurada, si el personaje en cuestión manifiesta simplemente en el orden de la
potencia y no en el del pacto, aparece una relación de agresividad, de rivalidad, de
temor, etcétera.

En la medida en que la relación permanece en el plano imaginario, dual y


desmesurado, no tiene la significación de exclusión recíproca que conlleva el
enfrentamiento especular, sino la otra función, la de captura imaginaria. La imagen
adquiere en sí misma y de entrada la función sexualizada, sin necesitar intermediario
alguno, identificación alguna a la madre o a quien sea.

La relación imaginaria se instala sola, en un plano que nada tiene de típico, que es
deshumanizarte, porque no deja lugar para la relación de exclusión recíproca que
permite fundar la imagen del yo en la órbita que da el modelo, más logrado, del otro.
La alienación es aquí radical, no esta vinculada con un significado anonadarte como
sucede en cierto modo de rivalidad con el padre, sino en un anonadamiento del
significante. Esta verdadera desposesión primitiva del significante, será lo que el
sujeto tendrá que cargar, y aquello cuya compensación deberá asumir, largamente,
en su vida, a través de una serie de identificaciones puramente conformistas a
personajes que le darán la impresión de que hay que hacer para ser hombre.

Así es como la situación puede sostenerse largo tiempo; como los psicóticos viven
compensados, tienen aparentemente comportamientos ordinarios considerados como
normalmente viriles, y, de golpe, Dios sabe por que, se descompensan. ¿Qué vuelve
súbitamente insufiente las muletas imaginarias que permitían al sujeto compensar la
ausencia del significante ? ¿ Como vuelve el significante en cuanto tal a formular sus
exigencias? ¿Como interroga e interviene lo que falto ? Antes de intentar resolver
estos problemas, quisiera hacerles notar como se manifiesta la aparición de la
pregunta formulada por la falta del significante. Se manifiesta por fenómenos de
franja donde el conjunto del significante esta puesto en juego. Una gran perturbación
del discurso interior, en el sentido fenomenológico del término, se produce, y el Otro
enmascarado que siempre está en nosotros, se presenta de golpe iluminado,
revelándose en su función propia. Esta función entonces es la única que retiene al
sujeto a nivel del discurso, el cual amenaza faltarle por completo, y desaparecer. Este
es el sentido del crepúsculo de la realidad que carácteriza la entrada en la psicosis.
Intentaremos avanzar un poco más la próxima vez

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