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El México revolucionario.
Gestación y proceso de la
Revolución Mexicana
Alianza Editorial
México, 1990
. Ian Jacobs
La Revolución mexicana en
Rancheros
Era
México, 1990.
El boom que se produjo a partir de las obras ya clásicas de John Womack, Luis González y
Arnaldo Córdova, continúa dando frutos y ampliando la panorámica de la historia de la
primera Revolución de la época contemporánea. La nueva historiografía pudo diversificar
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las interpretaciones pasando por los trabajos de Friedrich Katz para llegar a Francois Xavier
Guerra y Alan Knight; y abundar en los casos regionales para enriquecer las historias
generales, en particular con las investigaciones de Romana Falcón, Heather Fowler Salamini,
Thomas Benjamin, Antonio García de León y muchos más.
Resulta sintomática la atracción que aún ejerce la Revolución mexicana en los numerosos
títulos aparecidos el año pasado, entre ellos también el de Ian Jacobs, La Revolución
mexicana en Guerrero. Una revuelta de rancheros, aunque fue publicado por University of
Texas Press desde 1982. Aunque con retraso, el público interesado tiene acceso finalmente,
después de casi una década, a un trabajo que resultaba inaplazable dados los
conocimientos escasos sobre la región y, por lo tanto, del movimiento que estudia. Había,
no obstante, los avances de los estudios de Paco Ignacio Taibo II y de Renato Ravelo
Lecuona.
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Si la Ley Lerdo, traducida en las leyes de manos muertas, permitiera entender el
descontento que llevaría a los campesinos a sumarse a las fuerzas revolucionarias, resulta
más osado decir que “… El descontento del artesanado y obrerismo urbano, arraigado en
las luchas laborales de la época colonial y la independiente, desempeñó un papel capital en
la preparación y proceso de la Revolución mexicana. En cambio, los desacuerdos políticos
de las élites se inician propiamente con las rivalidades de los liberales que más adelante
permitirán explicar el desacato a la autoridad de Díaz. Si bien es cierto, como ya lo explicó
Katz, la Revolución fue ante todo producto del desacuerdo de los grupos políticos con
escasa o nula participación política ante las decisiones de un reducido y cerrado grupo
gobernante que orientaba unilateralmente el destino del país, desde una posición
centralista para gobernar con efectividad un territorio disperso y desagregado por la
ausencia de comunicaciones. Así, la creciente disparidad entre la ciudad de México y el resto
del país, fue el motivo de la rebelión de la Noria en 1872-1873 que alentaría la rebelión de
Tuxtepec en 1876.
Cuando Hart entra a explicar el Porfiriato está en un terreno más seguro, reforzado por su
enorme conocimiento del tema. “La durabilidad del sistema de Díaz, con base en alianzas
políticas y con las élites provincianas subordinadas y los elementos moderados del
movimiento obrero, corrió pareja con el vigor del desarrollo económico, en su mayoría
financiado desde el exterior. La supervivencia del régimen se cimentó en la continuada
alianza de las élites provincianas, aunque requirió que la economía nacional no dejara de
prosperar”.
Por su parte, Ian Jacobs, partiendo del supuesto de la centralización política durante el
Porfiriato, descubre uno de los tres componentes del estallido de la Revolución mexicana en
Guerrero; el segundo fue la fragmentación del proceso, lo cual le permite afirmar que no
fue una sola sino muchas revoluciones. El tercero “fue el papel de los sectores medios, y en
particular de un grupo tristemente desdeñado de la historiografía mexicana: el ranchero o
pequeño propietario”.
Díaz tuvo que enfrentarse al poderoso cacicazgo de los Alvarez en la Costa Grande
cimentado en la larga historia de la familia y de su influencia en Guerrero. Díaz, al igual que
Juárez, recurrió a todos los dispositivos de la intervención federal para dar juego a las
facciones beligerantes como las de Arce, Neri y Jiménez para debilitar a Alvarez. Sin
embargo, cuando terminó el longevo cacicazgo de más de sesenta años de los Alvarez, la
oposición a Díaz se desplazó hacia las clases medias a quienes había dado tantas alas.
Las fuertes tendencias centralizadoras del caudillaje de Díaz provocaron una serie de
agravios entre los diferentes sectores guerrerenses desplazados por políticos fuereños.
Fueron, sin embargo, los rancheros, nuevo producto del cambio social en el campo
mexicano, quienes enarbolaron la bandera antiporfirista volviéndose contra el régimen que
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les dio vida. La revolución estalló en Guerrero como producto de “la resistencia local a la
centralización progresiva y al surgimiento de un estado nacional que trataba de pisotear la
autonomía del estado”.
Los rancheros en Guerrero, a diferencia de otros estados, no hubieran alcanzado tan rápido
crecimiento sin la desamortización que les trajo la prosperidad que se reforzó durante el
Porfiriato. Aunque no cesaron los conflictos por terrenos comunales, los ranchos pudieron
convivir con las haciendas. Los hermanos Figueroa que iniciaron la revolución en Guerrero
procedían de una sociedad ranchera, heredera, además, de una tradición liberal, incluso no
creyeron que el problema agrario fuera “causa seria” de la Revolución. Para Francisco
Figueroa “los principales objetivos de la revolución eran establecer una efectiva democracia
y la autonomía municipal, suprimir el cargo de prefecto político, abolir ciertos impuestos
que se consideraban injustos y reducir el nivel general de los impuestos. En particular era
importante que la gente de Guerrero recuperara su debido lugar en el gobierno de su
estado”.
La tensión entre Figueroa y Zapata fue utilizada por los grupos más poderosos del estado
de Morelos que veían en la llegada a la gubernatura de Ambrosio el medio de neutralizar a
las fuerzas agraristas del zapatismo. No obstante, Zapata y sus aliados locales en Guerrero
lograron notables éxitos en 1914 cuando la estrella de los Figueroa y de los rancheros de
herencia liberal se apagaba. Si bien el zapatismo logró el control en ese estado, “la
fragmentación y el faccionalismo” del movimiento revolucionario motivaron su pérdida.
Hart reconoce, por su parte, que los intereses de los revolucionarios no coincidían y esto en
cierta forma se explica por la concepción capitalista y provinciana de Madero, resumida en
el choque de intereses de clase entre lo que su padre consideró “nuestros 18 partidarios
millonarios” y los mineros norteños, rancheros, campesinos y agraristas.
Así, aunque existen coincidencias entre los dos autores, las diferencias son importantes de
considerar.
La presencia extranjera para Katz adquiere una mayor interrelación con el complejo juego
de intereses “nacionales”. Hart exagera al considerar que la mexicana fue la primera
revolución antimperialista porque había un descontento generalizado respecto a la
intervención de Estados Unidos tanto en la economía como en la política. Para él las
revueltas orozquista, huertista, villista y finalmente la de Adolfo de la Huerta fueron
definidas por lo “crucial” de la participación de Estados Unidos.
Tanto para Hart como para Jacobs los cambios políticos hacia el gobierno constituido
después de 1917, contaron con la presencia indiscutible del reformismo del general Alvaro
Obregón que logró limar las asperezas surgidas al calor de la batalla, haciendo lo que
Carranza estaba imposibilitado a hacer. Sin embargo, al referirse a Calles, Hart califica en
lugar de analizar, debido probablemente a su pasado como estudioso del movimiento
obrero; retoma las tesis de la escuela soviética de historia para considerar que “el estilo de
gobierno de Calles parecía derivado de su experiencia como jefe de la policía de una ciudad
fronteriza con una ‘zona de tolerancia'”. Un análisis más objetivo y no por ello menos crítico,
le permitirían considerar algunas de las realizaciones del gobierno callista que abrieron
brecha al nacionalismo cardenista.
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El libro de Jacobs se ubica en la corriente de la historiografía regional para dar un paso más
en el conocimiento de la especificidad de la Revolución en Guerrero, añadiendo un mosaico
más al gran mural de la historia de la Revolución mexicana. El de Hart es un libro
indispensable para la consulta por su inagotable información procedente de numerosos
archivos y para reconocer, una vez más, la importante dependencia de México hacia
Estados Unidos aunque su propuesta general se mantiene en medio de las tensiones entre
la vieja y la nueva historiografía.
6/6